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NO ESTÁN

Tomé la fotografía que acompaña a este post hoy jueves, a las 8h40 de la mañana, hora de París. Es la estación «Gare de Lyon» de la línea 14 del metro parisiense. La única línea automatizada que funciona sin conductor ni vigilante. En tiempos normales, la fotografía a aquellas horas tendría que ofrecer una tormenta de seres humanos corriendo hacia su trabajo. Hoy, con una huelga gigantesca en contra de la reforma de los regímenes especiales de jubilación, los parisienses no se atrevieron a pisar las calles de su ciudad. La Línea 14, la única que ofrece un servicio normal está vacía. Los viajeros no están.

Tampoco están el presidente Nicolas Sarkozy y, su esposa, Cecilia. En un comunicado de quince palabras anuncian el fin de su matrimonio, eludiendo a la palabra divorcio: "Cécilia et Nicolas Sarkozy annoncent leur séparation par consentement mutuel. Ils ne feront aucun commentaire"(Cecilia y Nicolas Sarkozy anuncian su separación por consenso mutuo. No harán comentarios.)

Lo más impresionante del comunicado, es la calidad de la comunicación previa. A través de filtraciones fuertes y desmentidos débiles, poco a poco, se creó el interés por la noticia del divorcio presidencial. La prensa y las tertulias audiovisuales eran un caldo de cultivo sobre la vida amorosa de los Sarkozy en el momento del inicio de la huelga. El rumor escondía en gran parte la protesta de los sindicatos en el sector público. Una lucha matrimonial por encima de una lucha social: información moderna y equilibrada.

El colmo fue el momento de la publicación del comunicado sobre la separación: a la hora del almuerzo. Unos minutos después salía el artículo en el vespertino Le Monde explicando los pormenores del divorcio y sobre todo develando la mentira: Sarkozy, candidato a la elección presidencial, fingía vivir con su esposa, tal como la candidata socialista, Ségolène Royal, fingía por su parte vivir con su compañero.

Francia no está. Sus jugadores de rugby no están en la final de la Copa del Mundo este sábado en París, los trabajadores no están en la calle pero lo más importante es que la pareja presidencial llega a actuar como estos indígenas del altiplano en los Andes fingiendo de existir frente a instituciones: están y no están, como se dice en Bolivia.

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18 de octubre de 2007
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III. LA NECEDAD DEL CORREDOR DE FONDO

El licenciado Madrazo perdió la carrera presidencial, situado en un lejano tercer lugar, pero si entonces no tuvo la posibilidad de aplicar sus consagradas dotes de viveza, un experto en la materia según su amplio récord político en México, sí lo hizo en el recién celebrado Maratón de Berlín. Otra clase de carrera.

A sus 55 años el licenciado Madrazo es maratonista, y en Berlín fue parte de los 40.000 atletas que se inscribieron para correr la distancia de 42 kilómetros, llegando en el puesto 146, con un tiempo admirable de 2 horas, 40 minutos y 57 segundos, en franca competencia con el mítico corredor etíope Haile Gebreselassie, quien entró de primero.

Lo que hizo el licenciado Madrazo, paradigma de los vivos, fue desaparecer prudentemente de entre los pelotones de corredores al llegar al kilómetro 25 de la ruta asignada, y reaparecer, fresco y lozano, 10 kilómetros después, para unirse de nuevo a la carrera en el último tramo.

Una proeza de imaginación, sangre fría y cara dura, cualidades esenciales e imprescindibles de los vivos, necesarias lo mismo para firmar un vale de duración eterna a un cantinero, que para meterle votos falsos a una urna electoral.

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18 de octubre de 2007
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Un Gen polémico

El lunes concluyó El Gen Argentino, el programa de Telefé conducido por Mario Pergolini que buscaba al más grande entre los grandes de este país. Más de dos millones de personas enviaron sus votos, consagrando por escaso margen -cincuenta y pico por ciento contra cuarenta y pico- a José de San Martín por sobre el neurocirujano René Favaloro. El resultado me alivió, aunque la módica diferencia entre uno y otro dejó un regusto amargo en mi boca.

Es verdad que soy fanático de San Martín, a quien aquí se suele llamar El Libertador, desde que era muy pequeño. Era lo más parecido a un héroe que pude encontrar en aquella etapa de la vida tan ávida de ejemplos. Si bien la vida me enseñaría pronto a desconfiar de los militares, San Martín era un paradigma de forma inequívoca: austero, ético, consagrado a la causa latinoamericana -aunque eclipsado, en el panorama general, por Simón Bolívar-, rechazó honores, prebendas y la tentación del poder supremo. Se negó sistemáticamente a intervenir en las luchas intestinas de este país, y aunque criticaba la política interna de Juan Manuel de Rosas, le obsequió su sable en reconocimiento a la defensa que el Restaurador hizo de la Argentina contra el invasor europeo.

La defensa que Rodolfo Terragno hizo de su figura en el transcurso del programa fue tan apasionada como elocuente. Por eso me sorprendió que San Martín se impusiese por tan poco. Sin duda alguna es el hombre que más y mejor influyó en la historia de este país, y también de algunos países vecinos. Vaya a saber qué seríamos hoy -qué serían Chile y Perú, también- si San Martín no hubiese existido. Y quién sabe qué será de nosotros de aquí en adelante si su visión y su ejemplo no se vuelven más presentes, más actuantes en este país. Claro, ninguno de nosotros puede decir que lo conoció, como sí ocurre con Favaloro. A diferencia del neurocirujano, no estamos acostumbrados a ver a San Martín por la televisión, haciendo declaraciones a los periodistas o almorzando con Mirtha Legrand. ¿Me equivoco al pensar que mucha gente valora más la proximidad y la telegenia que la sensatez?

Puede que Favaloro sea en efecto un ejemplo como médico y como filántropo, no estoy en condiciones de discutirlo. Lo que sí es inquietante es que tanta gente haya elegido como el argentino más grande a un hombre que se mató de un tiro.

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18 de octubre de 2007
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EL DEPORTE

Hacer deporte es mucho más que hacer algo por la salud. En el deporte se experimenta la inmortalidad o la ingravidez, el desasimiento y el estreno de otra naturaleza, a la vez propia y compartida. Pudiendo correr, por ejemplo, sintiendo la respuesta de los músculos, el cuerpo se crea a sí mismo como anónimo y atemporal, liberado de la identidad y ampliado en una escena sin apenas límites. Gracias a esta experiencia tan gratis el cuerpo se deshace de incontables e indebidas deudas. Sudar en el deporte es no morir dentro de sí y no desecarse sorbido por los efectos físicos y psicológicos del ego quieto.

El deporte vale, además, no sólo para lubricar las articulaciones y tonificar los tejidos sino para tratar de mantener cada elemento distinguible de los demás. Porque el ejercicio se introduce en el cuerpo al modo de un dios del discernimiento, actúa fisioterapeúticamente deslizando clarividencia en las conjunciones, abriendo las madejas musculares, desatando las vértebras y sus estribaciones. La finalidad de hacer que el cuerpo se mueva, flexione, se estire, se configure otra vez es igual a aplazar la amenaza de la amalgama.

El cuerpo, por sí solo, elige naturalmente el apegamiento de sus facciones y órganos hasta crear una masa cada vez más apelmazada donde va apilándose un elemento sobre otro, encastrado uno en su vecino como un paquete crecientemente dispuesto para una última central de reciclaje.

De no actuar pronto se hace difícil despegar el párpado de sus pliegues, los labios de sus rictus, los dedos de sus enredos, los tendones de sus guías, las articulaciones de su engranaje. El cuerpo se desengrasa y el escaso fluido que resta tiende a perderse por los tejidos desgajados hasta ir invadiendo, gota a gota, zonas nuevas, diferentes a las reseñadas en la anatomía original. De esta manera, en fin, el organismo se adentra en la oxidación final y en su entropía. Cada vez posee una forma menos diferenciada, se hace bulto y desarrolla menos funciones singulares o las cumple con escasa distinción o habilidad. La formación viviente, alerta, dinámica, pluriforme y plurifuncional, rebaja su figura inconfundible hasta aproximarse a la tipología de su destino mostrenco.

El ejercicio sofrena la velocidad de ser estatua y su tesis inmóvil. El deporte, y sus recetas de flexiones, caminatas, natación o estiramiento, pone en marcha una fuerza expansiva de anti-adherencias y anti-maclados.

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18 de octubre de 2007
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Úsese antes de la expresión “je-je”

Si los diminutivos pudieran venderse, una buena campaña publicitaria tendría que poner énfasis en su exclusivo efecto suavizante. Y eso en México todos lo sabemos: sin el auxilio de los diminutivos, hasta una conversación amigable nos suena áspera, mandona, desafiante. “¿Qué le pasa a este güey?”, se interroga uno, dudando ya en cambiar las interrogaciones por interjecciones sólo porque al sujeto no acaban de salirle los diminutivos. “¡Nada más no me grite!”, lo provoca uno, sobre todo si no estaba gritando. Cuando por fin lo haga, tendrá uno los elementos suficientes para enviarlo al carajo, por majadero. Si los diminutivos fueran en realidad objetos de compra-venta, este país sería uno de sus mercados más generosos. Ya imagino el eslogan: Más que un suavizante verbal, una contraseña a la gentileza.

Todavía mejor: una contraseñita. Siempre que un mexicano debe justificarse y no encuentra cómo, echa mano de los diminutivos. “Estoy en una reunioncita”, murmura en el teléfono el estudiante, cuidándose de no delatar la clase de bacanal en que se mira inmerso, y así de paso se disculpa tácitamente, impostando ese falso delirio de pequeñez que dará un leve toque de humildad a su ligereza. Vamos, un toquecito. No se gozan los privilegios de vivir en uno de los países más tolerantes del mundo si no se aprende antes a manejar el sutil abretesésamo de los diminutivos.

A ninguno nos gusta hacer favores, pero es preciso ser un infame para negarle al prójimo un favorcito. A nadie le sobran los momentos, aunque los momentitos están siempre a la mano. El que llega después peca de impuntual, no así quien sólo llega despuesito. Es decir que nuestros diminutivos no están allí para empequeñecer al sustantivo, sino para absolver al verbo. ¿Cómo iba uno a atropellar sucesivamente los derechos del prójimo y salirse una y otra vez con la suya sin el porfavorcito, el compermisito y el nomás un ratito? Uno queda completamente desarmado cuando le anuncian que algo estará listo en un-ra-ti-ti-to, cuya medida equivale a un ratito —esto es, un rato quizás largo y de seguro impune— de dimensiones incomparablemente más inciertas. ¿Para qué entonces agregamos uno o dos nuevos “ti” al diminutivo ratito? Para pedir perdón por anticipado. Cualquiera sabe que un ratitititito es más largo que un rato, y hasta que un ratote. Pero nadie te va a pedir que esperes un ratote. Sería un cinismo, una descortesía y una ordinariez.

Sólo la humildad propia del diminutivo reivindica la impunidad del abusivo. Si un policía nos detiene en un estado etílico lindante con el coma, reconocemos que nos tomamos unas copitas. En una fiestecita. Con unas amiguitas. Luego, cuando el uniformado nos haya recitado la cadena de multas y castigos a los que nos hicimos acreedores, procederemos a suplicarle que nos eche una manita. Porfavorcito, pues. Claro que no trae uno el dinero bastante para salir del trance frente al juez, pero seguro carga una lanita. Y eso lo arregla todo, porque antes que de la cartera del infractor, los policías locales se alimentan de la humildad ajena. Les reconforta ver al ciudadano totalmente rendido a los diminutivos. Es decir, puestecito para negociar.

Miente, no obstante, quien atribuye sólo hipocresía al pago de indulgencias con diminutivos, ya que éstos también sirven para expresar con toda honestidad cierto deseo carnal y al propio tiempo disculparse por cuanto pueda ocurrir a resultas. Ma-ma-ci-ta, rumia y babea el fogoso callejero, con la mandíbula cerrada y la mirada torva, rechinando las muelas de antojo visceral, y aun si la homenajeada tiembla de miedo por el solo talante del troglodita, ambos saben que al fondo de ese diminutivo pringoso late el signo fatal de lo irrefrenable. “¿Qué tanto es un tantito?”, insinúa el agresor, estirando los límites de la tolerancia mediante uno más de esos diminutivos lúbricos que con alguna galanura adicional le ayudarían tal vez a hacerse perdonar. Aunque fuera un tantito.

¡Cinco minutitos!, le imploraba a mi madre mañana con mañana (cuando era chiquito), esperando una gracia de cuando menos quince minutos de verdad. Reloj en mano, me despertaba al cuarto para las siete y me hacía levantarme a las siete en punto, con suerte siete y cinco. Desde entonces entiendo que un minutito vale por un promedio de tres minutos con treinta segundos. Es decir que con la sola aplicación del diminutivo puedo comprar un margen de tolerancia del 250 %. Un tantito, por tanto, es igual a un (1) tanto multiplicado por 3.5. Según los otros, eso es demasiado. Según nosotros, solamente un poquito.

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17 de octubre de 2007
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GROSSMAN

La lectura -imprescindible, imborrable, ineludible– de Vida y destino de Vasili Semenovih Grossman incluye un sentimiento extraño, casi único. Se trata de una novela que fue detenida. No su autor, lo que solía ocurrir en la Unión Soviética, sino la novela misma. Es imposible olvidar la historia del libro al descubrir la potencia fenomenal de su carga crítica. Sobrevivió por milagro. Tenía que recordarlo, la semana pasada, al escribir una pequeña celebración de esta obra maestra.

Se discute todavía hasta qué punto Vasili Grossman actuó de manera ingenua al someter su libro, en 1960, a los editores de la revista Znamia y al editor en jefe del periódico Novi Mir. Estrella del periodismo soviético, héroe nacional de su país, Grossman no podía ignorar los límites de la apertura iniciada a duras penas por Krutschov. Oficiales del KGB (la policía secreta) entregaron la respuesta en febrero de 1961 con una revisión completa de la vivienda del autor. Se llevaron el manuscrito, los borradores, las notas y hasta las cintas de la máquina de escribir del autor. Visitaron también las casas de los dactilógrafos y, por supuesto, confiscaron los manuscritos tanto de Znamia como de Novi Mir.

Caso único de un libro “detenido” por completo, con además una decisión casi definitiva: el Estado soviético “prohibía su lectura durante al menos los próximos 200 años”. No sirvió de nada una carta al propio Krutschov. “Tienen que soltar mi libro”, explicaba Grossman, denunciando así las limitaciones de su visión carcelaria y política.

En realidad, Grossman era un zorro. Había preparado otras dos copias para sus amigos Semion Lipkin e Yekaterina Zabolotskaya, sin informar a los oficiales del KGB. Lipkin, un poeta que murió en 2003, no se equivocó al leer la obra: le parecía imposible la publicación de la novela y además, según el, tenía mala puntuación, pero era de primer orden, era un monumento de la historia literaria. La guardó a pesar de pelearse con Grossman, esperando otros tiempos.

Años después, en la plena potencia del movimiento de los disidentes, fue Andrei Sakharov, el físico, que se dedicó a fotografiar el manuscrito. La extrema vigilancia que le dedicaba el KGB le obligó a utilizar a otro escritor, Vladimir Voinovich, para sacar en 1970 dos rollos de microfilmes a Ginebra, a la casa editorial “L’age d’Homme”. El libro se publicó por fin en 1980. Al descubrir la traducción al castellano hay que recordarlo: la existencia del libro es un milagro.

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17 de octubre de 2007
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LOS TUMBOS

Los sucesos, pequeños y medianos, de los últimos días dentro de mi pequeña y mediana existencia han demostrado de nuevo la vanidad de trazar planes, hacer pronósticos, anticipar circunstancias y recados incluso en plazos muy cortos.

La experiencia de la vida instruye sucesivamente sobre el mundo de incontrol desde donde se desprenden virutas que caen como materias de azar modificando el porvenir y sin que, en ningún caso, podamos calcular su tamaño y su influencia.

Ni siquiera en quienes, por voluntad o fatalidad, tienen dispuesto rutinariamente su quehacer y su estatus se libran de esta permanente ventisca  de diferentes colores y virulencias que, al cabo, decide la orientación, marca el sentimiento y redondea el destino.

Sin ese condimento de albur dejaríamos de pertenecer a nuestra condición humana que sólo por pensar sobre sí altera el producto de la acción y rebota mediante la acción consiguiente en un pensamiento distinto. Con tal dinámica incesante tiene lugar este vaivén que el fragmento de mundo con mayor apariencia de hallarse  en nuestras manos resbala, salta, canta, aúlla o se deforma. Dialécticamente, estocásticamente, vamos conformando la biografía mediante tumbos, unos visibles y otros no, pero comportándose todos como municiones, provisiones, decepciones, ilusiones o ficciones que deciden una figura final personal e interactiva lista para el infierno, el delirio o la inesperada santidad.   

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17 de octubre de 2007
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Clayton no, Clooney sí

La verdad es que la película Michael Clayton me decepcionó un poco. Son cosas que ocurren, en especial cuando uno ha leído críticas exultantes que al final juegan en contra: resulta difícil que la obra celebrada esté a la altura de las expectativas generadas por tanto adjetivo. Escrita y dirigida por Tony Gilroy, Michael Clayton está bien -una historia de abogados lidiando con empresas de esas que ganan billones a la vez que quebrantan huesos, a medio camino entre el thriller y la denuncia-, pero tampoco es, tal como leí varias veces por ahí, un filme a la altura del mejor cine norteamericano de los años 70.

Yo le encontré un error de guión que me sacó del relato. En un momento un par de asesinos profesionales, contratados por la empresa quebrantahuesos, toman una y mil precauciones para que el homicidio que están perpetrando parezca un suicidio. Les sale bien. Poco después, tratando de acabar con otro cabo suelto del juicio pendiente, los mismos asesinos deciden matar a otro hombre mediante el discretísimo expediente de... una bomba en su auto. ¿No era que todo debía parecer natural, para que la policía no se involucrase en investigación alguna? En ese punto del relato Michael Clayton deja de ser esa película 'al estilo de los años 70' de la que hablan por ahí para convertirse en puro Hollywood, permitiéndole al guionista-director la satisfacción del final feliz, con moño y todo.

Si algo tenían las películas de los 70 era una mirada implacable y sin concesiones al gusto medio. Cuando el personaje solitario la emprendía contra el sistema, la mayor parte de las veces terminaba mal como suele ocurrir en la vida real. (En ese sentido Michael Clayton está más cerca de otra peli titulada como su protagonista, Erin Brockovich, que de Los tres días del condor, por mencionar un filme dirigido por uno de los actores de Clayton: Sidney Pollack.) Pero ese corrimiento hacia expresiones más auténticas de la realidad también se reflejaba en el modo de narrar. La mayor parte de las pelis inolvidables de ese entonces no pueden ser definidas por un género estricto. ¿A qué género pertenece Taxi Driver? ¿Es un thriller o un drama social? ¿Qué clase de película es The King of Comedy? ¿A qué género pertenece El Padrino? ¿Cómo describir La conversación?

Todas ellas producían la extraña sensación de no parecerse exactamente a nada que hubiésemos visto antes. En cambio a Michael Clayton ya la vimos mil veces.

De todos modos seguimos apoyando a George Clooney ciento por ciento. El tipo tiene carisma, trompea a los directores que abusan de la gente, pone límite a los paparazzis, es inteligente, piensa bien y hace posibles películas que de otro modo no llegarían a filmarse, como Syriana y Good Night, and Good Luck. ¡El amigo George es lo mejor que le pasó a Hollywood en los últimos diez años!

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17 de octubre de 2007
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MILLÁS

Desde la primera vez que leí a Millás al Premio Planeta han pasado treinta años -de casi todo hace ya 30 años- y no me parece que sea muy distinto de aquel desconocido de entonces. De aquel cercano y raro, por lo que escribía y desde dónde escribía. La primera novela que leí fue su segunda, Visión del ahogado. Aquella novela me hizo buscar la anterior, su inicial novela, Cerbero son las sombras. También extrañamente interesante. Años después, con motivo de la publicación de Letra muerta, creo que su cuarta o quinta novela, conocí al autor y la sorpresa fue que resultó ser tan interesante, raro e incalificable como sus escritos. El autor, más allá de sus escritos, merecía la pena.

Con irregular frecuencia he seguido su obra novelística, sus cuentos y por supuesto su notable, sobresaliente, obra de columnista, de periodista francotirador, de agudo buscador de otras orillas, de otras vidas que se parecen a las nuestras y que habitan al otro lado del espejo. Es uno de nuestros grandes escritores, aunque sus novelas ya no hayan producido en mí el mismo efecto que cuando entonces.

Nada, casi nada, de Millás me es ajeno. Ayer me sentí feliz pudiendo desear que llegara un libro con el Premio Planeta. También fue un placer que el año pasado se sumara a esa fiesta comercial y literaria otro escritor, Álvaro Pombo. No siempre ganan el premio  literario mejor dotado de los de nuestra lengua los escritores. Algunos años lo han ganado dudosas operaciones mediáticas, extravagantes o de otra índole.

Volveré a Millás, volveré a su libro ganador. Seguramente esa  novela llamada El mundo será la de mayor venta en el país, en el planeta hispano, en los próximos meses. Con la rivalidad en su propia casa. Con un competidor que es compañero de millones y comercio, Boris Izaguirre. Nunca lo leí, muchos, al menos algunos, me aseguran que es buen escritor. Ayer, para mi sorpresa, me pareció que Gimferrer hacía una leve crítica la novela de Izaguirre por estar demasiado bien escrita. ¿Quería decir que no es bueno que una novela esté bien escrita? Leeré las dos, sí, pero desde luego estoy deseando por ese Millás autobiográfico que nos traslada a Madrid años 50/60. Un mundo, una ciudad, una calle y una época que tiene unos cuantos buenos escritores. Algunos muy buenos. Uno excelente. Y esperando la excelencia de Millás me voy para Jerez. Y brindaré con más de lo mismo. Nadie dijo que tuviera que ser muy original. Simplemente soy razonablemente infiel.

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17 de octubre de 2007
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II. VIVAN LOS VIVOS

Un vivo, por ejemplo, es el que se presenta en la fila de quienes desde ratos atrás esperan pacientemente para comprar su boleto en la taquilla del cine, se sitúa descaradamente delante, con un "compermiso" apenas audible, y ya con el boleto en mano, se escurre disimuladamente o se ríe por lo bajo de los demás. Este es el caso más inocente.

Pero también están los vivos que se levantan subrepticiamente para ir al baño a la hora en que llega la cuenta a la mesa de amigos en el bar o en el restaurante, o los que te piden préstamos imprevistos, dinero efectivo o alguna prenda, o se las ingenian para hacerte servir de fiador de una deuda suntuaria con la intención deliberada de cargarte con el pago.

Los vivos son también aquellos que plagian trabajos de tesis ajenos para graduarse, o párrafos enteros de un libro que suponen nadie nunca va a leer, y piensa en su argucia, que no habrá, por tanto, oportunidad de comparación posible.

Y ascendiendo en la escala, se hallan los vivos que se hacen expertos en robar elecciones, manipulando votos y anulando actas, o resucitando muertos de sus tumbas para agregarlos a las listas electorales. O los vivos supremos que en su papel de magistrados, reciben coimas por debajo de la mesa para resolver sentencias judiciales.

Muchos más, ustedes agregarán otros muchos. Pero la estrella de los vivos es hoy día el  licenciado Roberto Madrazo Pintado, ex gobernador del estado de Tabasco, ex presidente del Partido Revolucionario Institucional (PRI) de México, y candidato a la presidencia de la república en las elecciones del año pasado, que perdió, a pesar de su viveza.

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17 de octubre de 2007
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El Boomeran(g)
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