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Refinamiento de los verdugos

Hoy, el búnker de Berlín-Hohenschönhausen es conocido mundialmente por La vida de los otros, el último gran éxito del cine alemán. Pero durante cuarenta años, nadie supo de su existencia. Su posición no figuraba en los mapas, ni su nombre en las listas de edificios oficiales. Los vecinos se imaginaban lo que ocurría detrás de los centinelas y el alambre de púas, pero nadie lo sabía a ciencia cierta. Sólo quienes entraban eran informados de dónde se encontraban: en la cárcel preventiva del Ministerio para la Seguridad del Estado, la temible Stasi.

Berlín-Hohenschönhausen estaba dedicada exclusivamente a presos de conciencia. Por sus celdas pasaron líderes de manifestaciones, testigos de Jehová o políticos críticos secuestrados en Berlín Oeste, pero también disidentes comunistas como el editor Walter Janka, y políticos caídos en desgracia como Paul Merker. Y con frecuencia, ciudadanos comunes y corrientes, que ni siquiera eran concientes de estar haciendo algo ilegal. Tras la caída el Muro de Berlín, el edificio fue convertido en un museo, y muchos de sus antiguos prisioneros hoy guían a los visitantes. Uno de ellos es un ex hippie que se pasó un año y medio encerrado por tener un grupo de rock.

El paseo turístico comienza por la sección más antigua, llamada “El submarino”, un pabellón subterráneo inaugurado por los soviéticos tras la ocupación de Berlín. El submarino no tenía ventilación, y la mitad de sus celdas carecían de ventanas. Para dar una idea de la humedad y el calor de las instalaciones, basta señalar que el personal penitenciario se construyó ahí una sauna para sus momentos de relax.

Entre los instrumentos de tortura que se exhiben al visitante en este pabellón destacan tres: el primero, una habitación hermética donde encerraban al prisionero con unos diez centímetros de agua cubriendo el suelo. Después de una semana sin poder dormir ni sentarse, y con la humedad calándole los huesos, por lo general se mostraba colaborador. El segundo sistema, una cubeta en que colocaban en la cabeza de la víctima mientras gotas de agua le caían sobre la nuca. Esto los ablandaba en unos cinco días. El último sistema no es tan fácil de comprender a simple vista: se trata de una puerta abierta en un muro, pero la puerta no da a ninguna parte. El guía explica que la celda es el muro. El prisionero era emparedado en un espacio de 1.5 x 0.4 m. Ése era el más eficiente.

Antiguos prisioneros políticos de Argentina y Chile que han visitado el pabellón soviético coinciden en un detalle: les parece un jardín de infantes. Las víctimas de Videla o Pinochet tuvieron que soportar ataques con perros y ratas. Sus guardianes les inyectaban somníferos y los arrojaban desde aviones. Les aplicaban la picana en los testículos. Las violaban. Los métodos de Berlín, en cambio, muestran un alto nivel de sofisticación en el uso de la violencia.

Para empezar, los tormentos del submarino no eran ejecutados directamente por personas, sino por cosas. Las víctimas no tenían que enfrentarse a sus verdugos durante la tortura, y en ningún caso eran necesarias las palizas. Además, los instrumentos no dejaban cicatrices ni marcas físicas. Nada de quemaduras o traumatismos. El submarino está diseñado para quebrar la voluntad, no los huesos. Por supuesto, la gente se moría. Se calcula que el primer año fallecieron más de 3000 personas. Pero lo importante que nadie los mataba personalmente. Ningún individuo era responsable de su suerte.

Tras la instauración de la RDA, la Stasi hizo construir a los presos un nuevo edificio, en el que refinó el sistema aún más. A partir de los años cincuenta, los internos ni siquiera sabían adónde los conducían. Ingresaban al recinto con los ojos vendados y ocultos en un camión que decía PESCADO (Con el tiempo, como el pescado escaseaba, fue necesario cambiar el camuflaje por FRUTAS Y VERDURAS). Y una vez dentro, perdían todo contacto con el mundo.

Tampoco estaban permitidas las relaciones entre los internos. Ninguno sabía quién estaba encerrado al lado. No había un comedor ni duchas comunes. Desde luego, tampoco era posible relacionarse con los carceleros o los interrogadores. Para asegurarse de ello, el personal rotaba frecuentemente. Los presos podían pasar años sin más contacto humano que el de los interrogatorios.  Cada vez que alguno abandonaba su celda, se encendía una luz roja en el pasillo. Era la señal para que nadie más circulase.

Los prisioneros de la Stasi no tenían vestimenta propia: llevaban un chándal azul y unas pantuflas de reglamento. Tampoco tenían nombre. Se les llamaba por su número de celda. Cualquier característica individual, cualquier rasgo de personalidad, era borrado.

El reglamento del presidio estaba lleno de normas absurdas, que era imposible respetar por completo. La más increíble era la obligación de dormir boca arriba y con los brazos extendidos. Durante la noche, cada diez minutos, un oficial se asomaba por la mirilla de la celda y despertaba a los internos que no durmiesen en la posición correcta.

¿Por qué una posición obligatoria para dormir? Una razón tenía que ver con los presos y otra, con los guardianes. Los primeros debían saber que eran vigilados constantemente, y que eso formaba parte de su condena. La mayor parte de sus pesadillas –especialmente de las mujeres- tenía que ver con las mirillas de las puertas y los ojos que observaban a través de ellas todos sus movimientos. En cuanto a los guardianes, era necesario que percibiesen que los internos incumplían las normas constantemente. Sólo así se sentirían justificados para castigarlos con dureza.

En efecto, todo en estas instalaciones está diseñado para evitar el complejo de culpa de los funcionarios. Las cortinas de las salas de interrogatorios están bordadas con flores y encajes. El papel mural estilo años setenta recuerda a las primeras películas de Almodóvar –eso sí, en colores opacos y sosos-, y las losetas del pasillo producen un efecto “casa de la abuela”. Nadie golpeaba a los internos, y en toda la visita, no se ve un solo instrumento de tortura física.

El terror de Berlín era aséptico y esterilizado, como cualquier trabajo de oficina, porque estaba sistematizado, y por tanto no era responsabilidad de nadie en particular. Los guardias realizaban su monstruosa misión en la misma atmósfera rutinaria que un registrador de la propiedad. Los interrogadores eran caballeros amables que decían: “usted puede salir de aquí cuando quiera. Sólo tiene que echarnos una mano, igual que han hecho ya sus amigos”.

El trabajo en esta cárcel no era destruir el cuerpo sino las certezas de los individuos, que forman la base de su voluntad. Aislados del espacio y de los hombres, despojados de identidad e intimidad, los humanos se derrumban. Por eso, el objetivo de la política penitenciaria, a largo plazo, ni siquiera era recabar información útil, sino anular la iniciativa de los internos.

Significativamente, la tortura más extrema y última parada de la visita es el cuarto oscuro. Encerrado ahí, el preso no sabía si era de día o de noche, y las paredes estaban acolchadas para que ni siquiera pudiese darse cabezazos contra las paredes. No sólo estaba privado de un lugar y de un nombre, sino que ni siquiera era capaz de distinguir el día de la noche, y la cordura de la demencia. En esa habitación, donde se diluían las últimas certidumbres de los hombres, la prisión alcanzaba el punto más alto de burocratización de la crueldad.    

Artículo publicado en: El País, 30 de septiembre de 2007.

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1 de octubre de 2007
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En los zuecos de los suecos

Octubre debería ser el mes más temido para los escritores prestigiables, pues inminentemente alguno entre ellos será canonizado en vida por la Academia Sueca, y en adelante todo lo que diga cargará con un aura sacramental que muy difícilmente le permitirá confundirse de nuevo entre los mortales, condición esencial para quien vive de contar historias. Uno, claro, se alegra y felicita de que el dueño del nuevo premio Nobel se cuente entre sus favoritos personales, pero hay en ello sentimientos encontrados. He visto a estas alturas a tantos incondicionales de la fama jactarse de estrechar la mano de un Nobel que ya no sé si es premio o maldición. ¿Qué ha ganado la obra de no pocos laureados olvidables que no tuviera ya la de un excluido como Borges? ¿Cuántos de los premiados no volvieron a publicar un solo escrito interesante? ¿Es el Nobel un premio al riesgo literario o una medalla de buena conducta?

Año con año suena entre los probables candidatos el nombre de Mario Vargas Llosa, y es tan obvio que cada nuevo veredicto adverso habla pestes de los que se lo escamotean. Aunque en el fondo habemos quienes preferimos que aquella maldición le toque a alguna vaca sagrada y no a un narrador tan activo y poderoso, pues tememos que tanta distracción mediática le quite al novelista tiempo precioso para hacer lo suyo, que es por tanto lo nuestro. Un temor egoísta y hasta díscolo, sólo justificable por el placer puntual de ser lector voraz de su trabajo, antes que hincha de su mero nombre. Ahora bien, si de buena conducta se tratara —pienso en honestidad intelectual, antes que en mera corrección política—, Vargas Llosa ha hecho gala de una decencia desconocida por numerosos colegas, habituados a tomar posición haciéndose los suecos ante otras reflexiones que aquellas conducentes al estricto cuidado de su imagen. Por lo demás, recuerdo que me carcomió una envidia insalvable cuando leí su desafío a hallar un solo insulto en la totalidad de sus escritos.

¿Qué acabo de escribir? Temo que una burrada. Puesto que existe un trecho insalvable entre decencia y buena conducta, mismo que no quisiera uno ver a sus narradores más queridos atravesar, especialmente cuando —y éste es el caso— sus trabajos levantan ámpula entre quienes reparten bendiciones y asignan o retiran autoridad moral a los mortales. Ya en los primeros años escolares las medallas por buena conducta solían obtenerlas quienes sabían administrar la hipocresía. Luego se los veía ante el pizarrón, anotando los nombres de los mal portados no sin cierta satisfacción rastrera y revanchista. Nadie que haya leído con siquiera la mínima atención a Mario Vargas Llosa podrá decir que escribe para ser aprobado, aunque tampoco lo haga para ganarse el sambenito soso de reprobable a ultranza.

Ignoro qué suceda dentro de la cabeza de un mortal cualquiera después de un año de ser Premio Nobel, pero la sola precisión de las mayúsculas me resulta antipática e incómoda. ¡Cuántos insultos secos no tendrá que callarse el premiado luego de soportar la soledad a la que le condenan las genuflexiones irreflexivas de tantos reverentes instantáneos! “Llámeme Mario”, suplica el autor de La guerra del fin del mundo a quienes se le acercan a pedirle una firma y lo apodan señor, don o maestro; aunque luego haya algunos reverentes reacios a cumplirle ese favor, destinado no tanto a hacer más honda la confianza, como menos atroz esa distancia hueca que a ningún verdadero narrador le conviene.

¿Qué tendría pensar quien es galardonado por la Academia Sueca? Lo saludable sería recordar que se recibe apenas un invento más del hombre que inventó la dinamita. De lo contrario, se corre el riesgo de que tantos honores dinamiten a la persona real que se agazapa tras el personaje público. Un riesgo que quizá no corra Vargas Llosa, habituado a jamás devolver los insultos o ceñirse coronas de cartón, pero igual uno sigue con estos sentimientos encontrados. Celebraré por tanto con el mismo alborozo si este octubre le otorgan el Nobel como si se lo niegan. En lo que a mí, lector, respecta, es desde siempre suyo, con o sin suecos.

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1 de octubre de 2007
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LOS GALLOS Y EL ORDEN DEL UNIVERSO

Que San Agustín haya escrito sobre las peleas de gallos parecerá a muchos inaudito. Pero prueba que, además de la literatura, los gallos tienen que ver con la filosofía, y con la teología. Hallamos el texto en su tratado De Ordine, en el que el más docto de los doctores de la Iglesia explica el orden del universo regido por Dios, un orden no ajeno a la ferocidad con que los gallos se traban en combate para defender sus vidas. Aquí lo copio:

“Vimos gallos de pelea preparándose para el combate… las cabezas dispuestas para la batalla, las crestas levantadas, sus ataques certeros, los hábiles quites; pura acción animal sin mente, y sin embargo, qué hábil en cada movimiento; porque una mente superior obra en ellos, ordenándolo todo. Al final, el derecho del vencedor: el canto de victoria, un cuerpo tenso por el orgullo del poder. Y el rito de la derrota: las alas caídas, la estampa disminuida; todo coincidiendo de manera extraña,  y por su armonía con el orden natural de las cosas, bello...”

Podemos, pues, anotar a San Agustín en la lista de los galleros de todos los tiempos.

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1 de octubre de 2007
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¡Devuélvanle el guión a Coppola!

Es vox populi que los argentinos haríamos cualquier cosa por llamar la atención, por las buenas si es posible y si no, también. No hace mucho hablé aquí de la campaña que unos muchachos lanzaron por Internet, con el objetivo expreso de lograr que la modelo Nicole Neumann cumpliese con una promesa insensata formulada ante la prensa, la de desnudarse en público en apoyo a una causa ecologista. Ayer mismo, los muchachos en cuestión revelaron ser publicistas en una entrevista concedida a Julián Gorodischer de Página 12, donde se hablaba de conceptos como "sociosurrealismo" y "acción viral" -que no sé muy bien qué son, pero suenan la mar de interesantes- y se los inscribe en la senda anticorporativa del No Logo de Naomi Klein. Lo cierto es que Ezequiel Ardigó, Fernando Ojeda, Matías Quiroga y Santiago Vila hicieron algo fresco, creativo e irreverente, desmontando la estética de los vídeos terroristas -usaron caretas de Winnie Pooh en vez de los ya tradicionales pasamontañas, para que nadie pudiese acusarlos de promover una violencia real; yo estaba entonces en Palestina, donde la violencia es verdadera, y el asunto me impactó tan sólo como una magnífica broma- y riéndose de algunas repercusiones, como el cable de la agencia EFE que se tomaba en serio la 'amenaza' que acabar con el perro de Nicole si la modelo no cumplía con su promesa. (Por algo se autodenominaron Movimiento Hacete Cargo Nicole.)

Pero en fin, también nos gusta llamar la atención por las malas. La cuestión del robo que Francis Ford Coppola sufrió en la sucursal que su productora tiene aquí en Buenos Aires, en ese barrio hiperfashion que es hoy Palermo, me impactó primero como fan y cinéfilo. Según parece, uno de los ordenadores que los ladrones se llevaron contenía la última versión del guión de Tetro, el filme con Matt Dillon que Coppola planea rodar en la Argentina en los próximos meses. Yo que sé el trabajo que entraña un guión (y si es bueno como los de Coppola, ni qué hablar), me agarré la cabeza al tiempo que pensaba: 'Querido Francis, bienvenido a la Argentina', porque no dudo que los cacos no sabían lo que hacían. Espero que esta gente se haya enterado a tiempo de lo que tenía entre manos, y que esté negociando con la productora para devolver aunque más no sea el guión a cambio de la recompensa que Coppola ya ofreció.

Pero cuando vi la repercusión internacional del asunto, me quise morir. Leí sobre el robo en todas las agencias internacionales, en el New York Times... Mientras el presidente Kirchner hablaba en las Naciones Unidas en nombre de nuestra dignidad, uno de los más grandes cineastas estadounidenses de la historia recibía aquí un curso de argentinidad, y acelerado. Espero que más allá del contratiempo, Coppola haya advertido algo que para nosotros es pan de todos los días, esto es, a sacar algún provecho de la desgracia. ¡No me digan que el asunto de los ladrones que piden rescate por un guión no es digno de una película!

Por suerte tenemos siempre a mano alguna alegría deportiva. Ahora, sin ir más lejos, acabamos de batir a Inglaterra -que era el dueño del título- y consagrarnos campeones del mundo del fútbol gay.

Con un poco de suerte, los muchachos del Movimiento Hacete Cargo idearán una campaña para recuperar el guión del autor de El Padrino. Ahí está: Movimiento Devuelvan el Guión o Se Las Verán con Los Corleone.

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1 de octubre de 2007
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LOS NIÑOS

Niños secuestrados o desaparecidos, niños abandonados o adoptados, programas con niños en la radio y en la tele para hablar de fútbol, de amor o de política, niños que reciben dinero al nacer, niños en los presupuestos para hacerlos bilingües, niños en catástrofes, bombardeos, promociones, modelos de moda y publicidad, niños en el tráfico de personas, en la pornografía de la red o en el constante escándalo de la pederastia universal. La omnipresencia del niño en los periódicos significa desarrollo económico y civilización.

Desde los tiempos dickensianos en que el niño se exponía a duros castigos físicos como los esclavos o los animales se pasa al niño norteamericano donde su figura alcanza el carácter de semidivinidad.

Los países pueden ser identificados en su desarrollo económico de acuerdo al índice de presencia infantil en las leyes, las conversaciones y los media. No alcanzarían esta presencia  si no despertaran interés y se encuentran cada vez más presentes como la fuente sentimental de la noticia, el seguro recurso en la crueldad, la base del escándalo o el amarillismo.

Ningún caso de sensacionalismo habría durado tanto como el de Madeleine o el Alcasser si los protagonistas no fueran niños. Y así en casi todos los demás supuestos. El único tabú sexual que falta por romper es el incesto pero los niños componen la linde sexual de lo intocable y, como el tabú, representan a la vez lo prohibido y lo sagrado. El sujeto donde se cruza hoy la sensibilidad moral con la amoralidad. El sentimentalismo con la morbosidad.

El niño mira a la sociedad tanto como la sociedad mira a este niño que, como por un sortilegio, simboliza hoy ya tanto la extrema sabiduría del cielo como el objeto de consumo más caro y superior.

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1 de octubre de 2007
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UN GRAN REGALO

Basta viajar un poco en la blogosfera hispanohablante para ver que se produjo algo excepcional en el sitio cultural de La Nación de Argentina: la entrevista que Juana Libedinsky hizo al escritor japonés Haruki Murakami. Es un trabajo periodístico único. Al pertenecer a un círculo de fanáticos del autor de Norvegian Wood (la novela se llama Tokio Blues en la versión española) tengo que reconocer mi sorpresa. Nunca había leído a un Haruki tan entregado, hasta atrevido, en confidencias íntimas. Nunca también había visto tantas fotos de un autor secreto.

Claro que hay algo sobre si Manuel Puig con relación a Borges, etc., que es el producto del contexto argentino de la publicación de la entrevista. Pero todo lo demás es de un interés universal para los aficionados del autor. Haruki Murakami cuenta su reciente participación en el triatlón de Honolulu: hace decir que más allá del maratón ahora compite en natación y ciclismo.

La noticia exclusiva es su compra de la casa utilizada para el rodaje de la primera parte de la serie de televisión Lost (perdidos), en Hawai, por mera afición a la historia de los sobrevivientes de un crash aéreo. Pero sobre su arte, la visión de sí mismo, su ubicación entre los otros escritores hay muchas cosas en una entrevista que se parece a un regalo fabuloso. Unas muestras:

LA VISIÓN DE SU AUTO-PROMOCIÓN
“Tengo pánico a convertirme en una celebridad y tomo todas las medidas necesarias para que eso no ocurra. Nunca aparezco en la televisión, no voy a las fiestas -odio las fiestas-, no doy charlas, no tengo amigos famosos, no tengo amigos escritores, no aparezco en librerías para firmar mis libros, no uso Armani sino shorts y zapatillas siempre, y no dejo que me saquen fotos ni suelo dar entrevistas salvo casos como este.”

LA ESCRITURA COMO MÚSICA
“El ritmo es lo más importante porque es la magia, lo que invita a la audiencia a bailar y lo que yo quiero son lectores que bailen con mis palabras. No quiero que entiendan mis metáforas ni el simbolismo de la obra, quiero que se sientan como en los buenos conciertos de jazz, cuando los pies no pueden parar de moverse bajo las butacas marcando el ritmo.”

EL RECHAZO DEL ESTATUS DE INTELECTUAL
“Yo no soy un tipo inteligente, de gustos sofisticados: me gustan las buenas historias y punto. Si una buena historia está en un libro o en la televisión, para mí es lo mismo, la admiro. Pero a las cosas intelectuales sin una buena historia detrás no los admiro, porque no tengo gustos académicos: antes de ponerme a escribir tenía un bar de jazz donde yo preparaba los sándwiches y servía los tragos hasta la madrugada. Soy un mero trabajador, que disfruta de la cultura popular, mientras que la mayor parte de los escritores son unos esnobs que ni a mí me gustan ni yo les gusto a ellos.”

LA FALTA DE PERJUICIO HACIA LA CULTURA POPULAR
“… la cultura pop es como el agua, y con algo tan simple como abrir la canilla podemos tomarla para nutrirnos. Es tan imposible escapar de ella, como del aire que respiramos. Todos comemos una hamburguesa de McDonald s, miramos la televisión o escuchamos a Michael Jackson. Es algo tan natural que ni siquiera nos paramos a pensar que todo eso es cultura.”

SU MANERA DE TRABAJAR
“Básicamente correr es parte de mi rutina como escritor, y escribir es parte de mi rutina como corredor.”

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1 de octubre de 2007
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La enfermedad infantil de la ignorancia

De vez en cuando recuerdo que los dos males supremos de la sociedad española son la inexistencia de un sistema judicial razonable y la destrucción educativa. Todo lo demás, el encaje de bolillos de las autonomías, la financiación estructural, las alegres subvenciones y otros asuntos, son tan sólo negocios. Mejores para unos, peores para otros, pero negocios. Justicia y educación, por el contrario, no son negocios: requieren inversiones gigantescas sin beneficios contables. Por eso siempre han sido reivindicaciones de la izquierda clásica, la extinguida. La que a su manera están adaptando a Europa gente como Blair, Brown, Sarkozy o Angela Merkel. Una derecha que se apropia del cartel gracias a la decadencia de la izquierda apoltronada.

A mi modo de ver y mientras la sanidad pública funcione razonablemente, como es el caso, no hay mayor calamidad en nuestro país que los sistemas judicial y educativo. Nada puede compararse en términos de aplastamiento de los débiles y privilegio de los fuertes. La nulidad jurídica y educativa perjudica, como no puede ser de otra manera, a quienes carecen de recursos para protegerse, sea mediante abogados y propinas, sea mediante colegios privados y clases particulares. Es evidente que el franquismo no habrá concluido mientras subsista el desprecio a los ciudadanos en dos aspectos esenciales: la defensa jurídica del débil y la preparación de los jóvenes contra la desigualdad competitiva.

Dejo de lado el sistema judicial, aunque comparto la extendida opinión de que su ineficacia está protegida por la administración ya que en los conflictos jurídicos ella es el primer cliente y puede esperar plácidamente diez años o veinte a que “se haga justicia”. El segundo cliente son los poderosos, a los cuales favorece una justicia incompetente. Pero me gustaría compartir con los lectores algunos aspectos de la educación que se me presentan cada año en cuanto comienza el curso y me veo inerme delante de cientos de alumnos que querrían saber, pero que quizás han llegado tarde.

Me baso en la información contenida en el excelente artículo de Fernando Eguidazu “Viva la ignorancia” (Revista de Libros, Septiembre 07). Algunos datos son del dominio público: que España se mantiene desde hace años en el peor lugar de la clasificación europea y -ya que este artículo se edita en un periódico catalán- que Cataluña se encuentra en el peor lugar de la clasificación española. Es preciso subrayar que los responsables de esta catástrofe no son ni los maestros ni los alumnos, sino la política educativa. Han sido los sucesivos y cada vez más insensatos planes educativos los que han ido demoliendo la posibilidad de que los jóvenes posean conocimientos que sí tienen sus colegas europeos a pesar de la extensa caída de la educación. Porque el problema es global, pero ha afectado mucho más a países que, como España, tratan de remediar un atraso secular.

Los universitarios españoles no pasarían los exámenes de cualquier país europeo, excepto Grecia. Si bien pueden ser competitivos en un par de carreras técnicas, carecen de esa red de conocimientos que permite formarse una idea del mundo en el que vivimos. La nebulosa en la que tratan de orientarse incluye una ignorancia abismal de toda historia que no sea la ideológicamente local, el desconcierto ante los materiales con que abordar la complejidad (desde la biotecnia al terrorismo), el vacío cultural que impide situarse en un contexto mundial, la pavorosa inepcia en lectura, escritura y razonamiento o el desamparo ante la responsabilidad y el esfuerzo. Todo les empuja a actuar como una masa gregaria y sumisa. Nada les anima a confiar en sus propias fuerzas.

Que lleguen a la universidad en tan pésima disposición es, como todo el mundo admite, consecuencia de una educación primaria y secundaria de bajísimo nivel. Para disimular el fracaso, los políticos, con un desprecio total hacia los alumnos, van rebajando las condiciones de aprendizaje. La última: poder pasar curso con cuatro suspensos. En lugar de agudizar el deseo de saber, lo trituran para que el gobierno obtenga cifras aceptables. No importa la educación sino la publicidad educativa.
Los efectos secundarios de la mala educación son inevitables: banalización de la vida cotidiana, masivos botellones, raves o simulacros de experiencia comunitaria, y una separación tan abismal entre jóvenes y adultos que convierte esa etapa de la vida en un gheto autista. Aun cuando pueda parecer el modelo opuesto, es como si vivieran aparcados en un campamento. La mili, ahora, dura treinta años. Es muy agitada y caótica, pero no ofrece mejor formación que la antigua.

La tarea de imponer una educación que apareje a los jóvenes contra sus posibles fracasos requiere sensatez y coraje. Las reformas que exijan mayor dedicación, exigencia, disciplina y esfuerzo, que protejan a quienes quieren saber de los que prefieren ignorar, encontrarán resistencias enormes. Será una lucha contra el nihilismo que va a redropelo del espectáculo cultural y el clientelismo político. Sin embargo, de no producirse esa innovación sabemos que será inevitable una sociedad cada vez más empobrecida, violenta, explotada y gregaria. Justamente la contraria de la que predican los ministros.

Artículo publicado en: El Periódico, 28 de septiembre 2007.

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1 de octubre de 2007
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Jeru-shalom

A la luz de los hechos de las últimas décadas uno tiende a pensar en Jerusalén como una ciudad desgarrada por el fanatismo. En buena medida lo es, tristemente. Pero leyendo A History of Jerusalem: One City, Three Faiths, de Karen Armstrong, comprendí que algunos hitos de su historia desmienten esa impresión, otorgando además razones para la esperanza.

La primera vez que el nombre aparece en la Biblia define a una ciudad que no es originaria del pueblo hebreo, sino de los jebusitas. Josué lleva adelante una exitosa campaña militar, pero no puede acabar con ellos. Finalmente acepta la realidad y alienta a sus tribus a convivir con los jebusitas en Jerusalén.

Los israelitas originales ni siquiera eran monoteístas. Creían en Dios, pero también en otros dioses. Y aun cuando se topasen con algunos en los que no creían, aceptaban sin problemas la existencia simultánea de otros cultos. Abraham fue célebre por su tolerancia al respecto. David también. Salomón construyó templos donde se adoraba a Astarté, a Milcom, a Chemosh. El Yahvé de los inicios era un dios difícil, pero la ética que promulgaba no dejaba margen a dudas sobre como comportarse con el otro: "Si un extraño vive contigo en tu tierra, no lo perturbes... Debes considerarlo uno de tus compatriotas y amarlo como a tí mismo -porque ustedes fueron extranjeros en Egipto alguna vez", se lee en Levítico 19,33.

El cristianismo de los comienzos también fue tolerante, al menos hasta las Cruzadas. Y Mahoma fue inequívoco en sus enseñanzas: musulmanes, judíos y los cristianos eran Hijos de Abraham y hermanos en ese tronco común, por lo tanto el respeto entre las confesiones era mandatorio. "Reflexionando sobre la actual, infeliz circunstancia -dice Armstrong-, se convierte en una triste ironía el hecho de que en dos ocasiones del pasado fuesen conquistas islámicas las que permitieron el regreso de los judíos a su ciudad sagrada. Tanto Umar como Saladino invitaron a los judíos a establecerse en Jerusalén cuando reemplazaron allí a las autoridades cristianas".

Por supuesto, también hubo persecuciones y genocidios en nombre de la(s) fe(s), una constante lamentable que une pasado y presente. Desde tiempos inmemoriales se recurre a los ingenieros para tratar de imponer una visión sobre otra. "Hace mucho ya que la construcción es un arma ideológica en la ciudad; desde la época de Adriano se convirtió en un medio para obliterar la tenencia de los moradores previos", dice Armstrong. La agresividad con que los asentamientos israelitas se expanden hoy por todo el territorio, levantando paredes a velocidad impensable, es una muestra de que esta política no ha pasado de moda: se trata de borrar al otro del espacio en que antes vivía, de impedirle reconocerse en el nuevo paisaje.

"Una cosa que enseña la historia de Jerusalén -dice Armstrong en el capítulo final- es que nada es irreversible". Entiendo que la esperanza parece insensata, pero el libro me sugirió que la tradición de tolerancia en Jerusalén ha sido mucho más larga y señera que la de la exclusión y la violencia. Aunque Armstrong no la señala en su obra, existe una línea de interpretación de acuerdo a la cual el nombre Jerusalén deriva de 'shalom', un término que suele traducirse como 'paz' -lo cual ya sería más que bastante- y que a la vez proviene de una raíz que significa 'completud'. Nadie puede arribar a la paz, nadie puede considerarse completo, mediante la exclusión violenta del otro. Por algo en hebreo la palabra 'kaddosh', que designa lo sagrado, significa también 'otro'.

Considerar sagrado al otro es el camino más corto hacia la paz duradera.

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28 de septiembre de 2007
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II. EL CABALLERO DE VACACIONES

Hay un cuento magistral de Iban Bunin que se llama El caballero de San Francisco. Para este personaje, la satisfacción es la felicidad, el estado perfecto de reposo del alma en el que no hay inquietudes ni zozobras. La vida te lo ha resuelto todo. Eres próspero, no tienes preocupaciones. El caballero se halla de vacaciones en alguna isla griega, y se siente feliz mientras se viste de etiqueta para la cena en el suntuoso hotel adonde ha arribado de noche con su familia, cargado de tanto equipaje que no se dan abasto los porteadores solícitos.

Pero la muerte artera que llega siempre tan callando va pronto a demostrarle que la felicidad no es sino una quimera de las peores, que igual que el loro de ojos de vidrio y plumas resecas del cuento de Flaubert, vuela ensuciándolo todo, y que pronto su propio cuerpo disminuido a un despojo se volverá un estorbo, una molestia que será necesario esconder en la más desprovista recámara del hotel, mientras el maître va por las mesas del restaurante pleno de caballeros de frac y damas de largo, apaciguando a todo el mundo: nada ha ocurrido, dama y caballeros, sigan comiendo.

Una impertinencia la felicidad convertida de pronto en muerte.

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28 de septiembre de 2007
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COPIA DE UN ORIGINAL

No debería, lo sé. De pequeño tenía la tendencia de no obedecer. Mejor dicho, de aparentar. Mentir, engañar, disimular, lo que fuera para ser yo. Soy distinto, y soy el mismo. Fui otro, me parezco. Me molestan los soberbios, los pedantes y los mal educados. También otros tipos de ignorancia. Y otras cobardías. Tuve la fortuna de conocer a un escritor que supo crear su mundo y su vida entre libros, bichos, montes y verdades. Aquí copio de su original un texto que dedico sin tener que señalar. Me gustaría que fuera mío. Lo fue, lo es, lo será. Creo que no le importaría mi manera de hacer mío lo suyo. Él nos regaló durante muchos años, mucho.

“Nadie sabe nada de nadie. Morimos inéditos. Tanto como llevo dicho de mí, por palabras y obras, y me quedo pasmado diariamente ante la incomprensión de los más allegados. Ha sido inútil y vano todo mi esfuerzo para ser transparente a los ojos del mundo. Los sambenitos que los enemigos me han colgado han modelado una imagen mía a la que ningún mentís ha conseguido ayudar. He terminado siendo, no el poeta que realmente soy, sino el monstruo que han inventado de mí.”

Ni soy poeta. Ni me importan las invenciones de los que me importan. Las otras, sencillamente, son basura y tedio. Perdón por el aburrimiento ante algunas cosas. Y gracias por tantas otras.

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28 de septiembre de 2007
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