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Sangre en la plaza

Para mí José Tomás no es ningún héroe, un héroe es quien día tras día respeta su vida y las de quienes tiene alrededor y trata de arrancar a la vida más vida y no muerte ni dolor innecesario. Un auténtico héroe no necesita ser una distracción para los demás.

Ahora bien, si algunos no vamos a la plaza para no tropezarnos con la posibilidad de ver a un torero saltando por los aires entre los cuernos de un toro, si no queremos ver esta sangre completamente innecesaria o evitable, me gustaría que alguien me explicara por qué, sin ser aficionada a la fiesta nacional, tengo por narices que ver la cogida de José Tomás o de quien sea una y otra vez en los telediarios. Que sea una imagen impactante no la hace importante. No me parece importante o de interés general que a un torero lo coja el toro, puesto que es bastante probable que suceda, puesto que sin ese grado de peligro a nadie le interesarían los toros por muy artísticos pases que se diesen. Y además ese hecho se queda encerrado en sí mismo, no me enseña nada.

Me resulta más admirable ver a alguien que, sin tener posibilidades ni recursos en la vida, ha estudiado, o que sabe encajar una enfermedad grave. ¿Cuántos accidentes y muertes hay en el ramo de la construcción y nadie los llama héroes?

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18 de junio de 2008
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Amor en la vista

No he podido saber, en toda mi vida, qué significa un hombre para una mujer y, en consecuencia, seguramente me iré de este mundo sin averiguar cómo ama una mujer a un hombre. ¿Debería haberlo aprendido ya? ¿Habría disfrutado más gracias a este importante conocimiento? Pero ¿me habría sido posible llegar a él?

Lo decisivo, me parece, es que cuando un hombre ama a una mujer no ve, a menudo, más allá. En ese amor va incluido el gran amor a sí mismo y ¿cómo disponen de un espacio adicional para dar cabida al otro y disponer, encima, del tiempo oportuno y la instrumentación suficiente para abordar su realidad?  Más que gozar en el examen del amor, el amor se precia de amar sin lupa, querer sin condiciones ni análisis, pensaba yo.

Pero un amigo me disuade de este planteamiento tan cursi y asegura que las mujeres calculan y no ya intencionadamente sino instintivamente y hasta fríamente. De ese modo se haría  verosímil que las mujeres conozcan el modo de querer de los hombres y ponderen apropiadamente el significado que tienen  para el varón. Mi ignorancia de todo esto no demuestra, en fin, nada más que la otra parte asimétrica o tuerta de la relación.

El machihembrado, según la tesis de mi amigo, doctor en ciencias naturales, dista de ser un ajuste igualitario. No lo es en su longitud y, sobre todo, en su forma. Ni el engranaje más perfecto se establece gracias al ensamblaje de un ‘sí' y un ‘no' iguales. Unos ‘síes' se alargan y otros se acortan, como ocurre, a su vez, con los ‘noes' que se aproximan o entrecruzan. La rueda amorosa funciona pero en su interior unos ojos se introducen mejor en las cuencas del otro y el otro, por su parte, puede quedar casi cegado en la maniobra de contemplación. En la misma distancia, una vista ve más y mejor. Una vista actúa y revela. Otra se afana y se vela.

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18 de junio de 2008
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Todos somos peores

/upload/fotos/blogs_entradas/el_escritor_javier_maras_med.jpgEsa era una frase del bisabuelo de Javier Marías. No está mal. Era un español cubano que dejó en su desconocido bisnieto el placer por narrar. El placer por novelar. El placer y el sufrir del texto. Fue un encuentro cercano, serio e irónico. Verdadero y lleno de ficción el que en la mañana de ayer, día 17, hizo uno de los novelistas fundamentales desde hace ya más de 20 años. Javier Marías es uno de los imprescindibles escritores para entender los mejores caminos de la narrativa europea de fin de siglo y de la primera década del siglo XXI. ¿Cómo podrá seguir novelando después de su trilogía? No se me ocurre pero espero que siga. Que escriba aunque sea de otros. Digo "aunque" y hay cosas que Marías ha escrito sobre otros escritores que están entre sus mejores páginas. Me recuerdan a esas otras pequeñas obras maestras que Julien Green escribió sobre escritores ingleses.

Entre las muchas cosas útiles que para entender ésta feliz -y muchas veces insólita- pasión por escribir nos recordó algunas palabras sobre su, nuestro, admirado Faulkner sobre los "mandamientos" de un novelista: " un novelista es alguien absolutamente amoral que arrojará por la borda el honor, el orgullo, la decencia, la seguridad, la felicidad, todo con tal de escribir su libro; alguien, que si tiene que robar a su madre, no vacilará en hacerlo sin con ello logra el mejor resultado posible para su novela, el mejor efecto, la mayor altura, el secuestro del lector, la máxima calidad y la mayor eficacia."

¿Quién dijo que los novelistas, que los escritores tenían que ser buenas personas? Las buenas personas están bien, pero que se dediquen a otros oficios. Las buenas personas podrían dedicarse al sacerdocio o a la milicia, allí si que hacen falta y brillan por su ausencia. Todos somos peores.

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18 de junio de 2008
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Deicidas o mentirosos

Cuando llega mi turno, y estamos entre colegas informados, digo:

""Nada puede complacer más a un lector: ver a su autor favorito transformado por esa fuerza que lo hace siempre distinto, jamás idéntico."

Debería saber si esa fuerza es una "fuerza ciega". Pero me detengo a considerar si realmente es eso lo que espera un lector de su autor favorito. Quizá existan lectores, pienso, reacios a tolerar esa fuerza de transformación y celebren sumamente complacidos la consagración de la identidad.

El encuentro con un yo ficticio consuela al "ego" que huye del tiempo real.

Quiero hablar de una fuerza ciega, la potencia del tiempo, recordando que aniquila lo que no transforma, pero el mito de nuestro tiempo es la voluntad y no hay otro modo de contar la vida que vivimos.

De Mario Vargas Llosa pueden decirse muchas cosas, como en efecto se dirán en esta jornada en Santillana del Mar, pero quiero subrayar una muy singular: su liberté d'esprit.

La enarbola como literato, como crítico, como político. Y eso lo ha hecho especialmente sensible a los cambios de nuestra época. Los percibe incluso antes de que adopten formas visibles, evidentes.

En 1971 publicó su conocido ensayo sobre la obra de Gabriel García Máquez, Historia de un deicidio. En 1990, casi veinte años después, publicó una selecta antología de breves críticas literarias, La verdad de las mentiras, en dónde describe el artefacto narrativo de la ficción como el arte de mentir. El arte de mentir con propiedad, podría decirse para omitir la responsabilidad moral del simple embustero.

La cuestión es: ¿qué ocurrió en esas dos décadas para que nuestra cultura se vea impelida a corregir la vanidosa pretensión de sus escritores? Renunciar al deicidio, a sustituir al dios creador, y conformarse a ser un orfebre de ficciones. ¿A esto nos empuja el paso del tiempo?

¿Qué vergonzantes renuncias culturales, desistimientos, agotamientos, incluso genuflexiones, han convertido al creador de mundos en un inventor de mundos?

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17 de junio de 2008
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Lecciones y maestros: Javier Marías

Segunda jornada, dedicada a Javier Marías. El sistema de presentaciones ha cambiado, se ha hecho más dinámico: todos los panelistas tienen cinco minutos para hablar, lo que obliga a eliminar ripios, a quedarse con una idea central, y permite tiempo para el debate. La presentación de Elide Pittarello señala que el eje de la poética y estética de Marías es la relación conflictiva entre el decir y el hacer; si el decir es el núcleo de la convivencia humana, en Marías más bien lleva a cometer actos atroces, al crimen y a la muerte.

La presentación de Marías es, de verdad, la lección de un maestro. Habla de su rechazo ante aquellas obras que para justificarse dicen que "están basadas en hechos reales". Si, los hechos reales son importantes, pero no un justificativo, pues una de las mejores maneras de contar el mundo es yendo "contra las groseras imposiciones de la realidad". Una paradoja se desprende de su presentación: cómo la gente dice "esto pasó así", para luego contarlo con los elementos de la ficción narrativa. Marías rememora a sus tías abuelas, habla de maldiciones familiares a sus antepasados cubanos, para concluir que el territorio de la literatura "es aquel en que la procedencia del material es indiferente".

Diez presentaciones diez: lo que queda, de manera contundente, es la cada vez mayor importancia de una obra como Negra espalda del tiempo, incomprendida cuando fue publicada, algo rechazada por la crítica y los lectores. Para Rodríguez Rivero, es la novela más "arriesgada" de Marías; para Alexis Grohmann, ha abierto una vía importante en la narrativa española contemporánea, que luego seguirán Molina Foix, Montero, Cercas (Grohman llega a afirmar que "Cercas no existiría sin Marías"; en otro congreso he escuchado también decir algo así como "Cercas no existiría sin Bolaño"; ambas frases, por supuesto, son injustas: habrá que darle tiempo a la crítica para que reconozca los méritos propios de la obra de Javier).

Por mi parte, lo único que digo es que, ante esas afirmaciones que señalan que Marías es un escritor solipsista e hiperintelectual, Tu rostro mañana es una de las mejores novelas sobre nuestro presente, sobre la sociedad de la imagen y de la vigilancia en la que poco a poco nos hemos ido acostumbrando a vivir. El diálogo de Marías con el presente puede verse en la cada vez más creciente papel del Estado en su obra (Jacobo Deza, después de todo, acepta trabajar para un servicio secreto inglés, encargado de vigilar a los ciudadanos), y la presencia ubicua de la tecnología en Veneno y sombra y adiós: en la batalla entre la presciencia y la ciencia como formas de conocer a las personas, parece que la ciencia gana la partida: Deza está armado de su presciencia --la capacidad intuitiva para conocer lo que harán los demás--, pero ésta puede equivocarse y al final uno nunca sabe cuál será el rostro de los otros mañana; la que no se equivoca es la cámara, que nos muestra a la gente cometiendo todo tipo de actos infames.

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17 de junio de 2008
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De la pretendida sublimación del político (2)

El político habla como si aquello que nos presenta como bien común fuera realmente lo que objetivamente le interesa. Y quizás no engañe... siempre y cuando la realización efectiva de tal bien común pase por la realización de su exigencia de poder; exigencia que sería una canalización de su sexualidad.

Mas en la hipótesis de que es imposible canalizar hacia el poder el monto entero de la sexualidad, en la hipótesis de que hombre alguno puede dejar de tener en la mujer referencia última (en razón de que el estatuto ontológico del ser humano no permitiría tal cosa), entonces el parapeto psicológico laboriosamente construido para evitar confrontarse a tal verdad muestra inevitables grietas, a través de las cuales la indigencia y la desazón del sujeto entregado a tal mentira se filtra inevitablemente.

El pobre diablo que cree haber resuelto las quiebras de su sexualidad mediante sublimación en el poder olvida que la correlación de su vida con la de la vida de una mujer (ya sea bajo forma de asunción de quiebra o ausencia) es el imprescindible primer paso para ser un ser social, o sea cabalmente un hombre, puesto que "un hombre solo no es un hombre.

Cierto es que la sexualidad sólo parece llevar a algún tipo de plenitud en singularísimos momentos de kairós, de circunstancia afortunada, de ahí la tendencia a poner entre paréntesis el problema mismo, y en consecuencia (como en todo acto de encubrimiento) a dejar abierta una vía para la falsa confrontación y la mentira.

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17 de junio de 2008
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Para Livia

Tengo una amiga en México a la que no veo desde hace muchos años. Realmente sólo nos hemos encontrado tres veces a lo largo de unos veinte años y como nunca se marchitó el recuerdo ni nada atentó contra nuestro amor, hemos permanecido unidos como dos seres humanos más o menos extraviados en cada país pero inmediatamente localizables a lo largo del flamante hilo que nos enlaza.

En este tiempo, sin que la comunicación haya crecido ni decrecido, sin que los silencios significaran distanciamiento, ni la recíproca desinformación produjera  desinterés, ella y yo hemos envejecido a uno y otro lado del Atlántico.

Así, miles de millones de personas, los 3.000 millones en total que éramos en los años 60, han doblado su edad hasta la ancianidad o hasta la tumba, mientras el tiempo, indolente, se balanceaba de una a otra orilla.  Livia no es demasiado mayor puesto que tanto en mi recuerdo como en su estampa no puede haber traspasado los 50 años. Sé, percibo, en cambio, que ha cambiado notablemente y sólo guarda, según los indicios, una estable emocionalidad hacia mí, fruto, acaso, de mi estable emocionalidad hacia ella, y viceversa.

La emoción no hace milagros, crea realidades gigantescas.  Gracias a esa edificación aún incólume, desprovista de planes y estructuras, hemos logrado el prodigio de hacernos eternos. No, desde luego, inmortales puesto que cualquier día de estos se cruzarán nuestras esquelas sobre el mar pero eternos sí en el sentido de que nada prevalece contra nuestro enlace inaugural que amamos tanto como para preservarlo sin esfuerzo ni temor a la asechanza.

Todos los hombres y mujeres que han pasado sin cesar por nuestras vidas adquieren la naturaleza de paseantes observados con los ojos de nuestra coalición,  estabilizada en una dulce óptica del tiempo. No hay así edad o accidente que afecte a esta mágica tribuna y, en consecuencia, su posible corrosión queda excluida.

La memoria no suele ser potencia suficiente para lograr la detención del tiempo. Por lo general todo lo memorable se emborrona o tremula. Aquí, sin embargo, el recuerdo ha adquirido la condición de una alhaja, viva pero fija, detenida pero enamorada.  

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17 de junio de 2008
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José Tomás

El toro ha cogido y le ha dado unas cuantas cornadas a José Tomás, al hombre sin miedo, al valiente torero. A la gente le entusiasma que José Tomás arriesgue, que se exponga, que lo dé todo en el ruedo, que como decía una admiradora eufórica en la puerta de la plaza se tenga que apartar el toro porque él no se aparta, también le oí decir a un entendido que si el toro no le coge más es porque es tan delgado que se queda entre los dos pitones, y eso lo he comprobado con mis propios ojos en televisión: él tumbado en el suelo entre las dos astas clavadas en la arena.

Nadie duda de que José Tomás es grande y que se la juega, y también que hay gente que necesita héroes y ver que otro es capaz de hacer lo que uno no haría jamás. A mí que este torero u otro se juegue la vida no es lo que más me apetezca ver por muy artístico que sea todo, por eso nunca he ido a una corrida ni creo que vaya. Prefiero las emociones agradables, ya hay bastantes sobresaltos bruscos sin buscarlos. Lo peor es que el nivel de su propia valentía se lo han puesto tan alto a este torero, que no sé hasta dónde va a tener que llegar para no decepcionar. Me producen verdadera inquietud las alabanzas que personajes muy famosos hacen del heroísmo de José Tomás. Cuando los oigo, le digo en mi interior, no los escuches, no te arrimes, que se diviertan con otras cosas, no arriesgues la única vida que tienes así.

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17 de junio de 2008
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Carta sin batalla por Mario Vargas Llosa

Estoy en Santillana del Mar -ya saben, ni santa, ni llana, ni marítima- y el guión se cumple: llueve y parece un día de primavera en Irlanda. Hoy es el "bloomsday". Un buen día para beber y recordar a uno de los más grandes de la literatura. Hoy es el día para celebrar a Joyce, para celebrar Ulises. Todo empezó con una masturbación de su novia y terminó en esa unión ejemplar de forma e historia. Lo que debe tener una novela: la verdad de las mentiras. Una verdad que desde hace décadas nos hace volver a Vargas Llosa.

Hoy, en el día del Ulises se han inaugurado las jornadas con tres escritores en esta ciudad, en este pueblo cargado de historia, del norte de España. Hay muchos escritores, críticos, profesores, incluso hay lectores. Las desgracias, como las gracias, nunca vienen solas. Una vez más Vargas Llosa, con su capacidad para arriesgar esa unión entre vida y literatura, nos ha dado una lección de las dos cosas. Decía José Donoso que estaban lo escritores del "boom", los excelentes, los buenos, los otros y el primero de la clase, ese era Mario Vargas Llosa. Con los años ha mejorado, ya no parece el primero de la clase.

Mantiene esa voluntad deicida de recrearlo todo, de contarlo todo desde lo pequeño hasta los más grande. Lo mismo que él admiraba en ese libro tan apasionante y extraño, ese libro sin tiempo y con época que es Tirant lo Blanc.

Uno de esos libros que se atreven a suplantar a Dios, de esa estirpe de escritores en la que podemos poner además del reivindicado autor de Tirant, a su admirador Cervantes. Y por hacer caso a Vargas Llosa, en esa tropa podría estar Fielding, Balzac, Dickens, Flaubert, Tolstói, Joyce, Faulkner... Y ahora, al margen de Vargas Llosa, o a su lado, también nos podrían acompañar en este día tan literario Kafka, Borges, García Márquez, Roth, McEwan y otros que deberían estar en la historia de nuestros deicidios.

La lista podría ser larga. Esta noche, con algún vino de la cena, después de que el novelista deicida haya reposado su visita al monasterio de Liébana, a esa biblioteca de un lugar de meditación, reposo y dudas, me atreveré a preguntar a Mario Vargas Llosa qué amplía su lista de los suplantadores de Dios. De esos dioses tan nuestros que no ocupan todo el lugar de un impr Lobable paraíso. En los cielos literarios los dioses tienen que saber compartir los espacios.

Y eso lo sabe Mario Vargas Llosa que cada día está más en la tierra. Aunque él también sea un deicida. 

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17 de junio de 2008
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Pensamiento horizontal

/upload/fotos/blogs_entradas/google_estupidos_med.jpgLa revista americana, la más vieja de EE.UU. (nace en 1857), tiene ahora muchos méritos en su versión internet. Es de acceso libre, ofrece archivos y también deliciosos artículos como el último de Nicholas Carr, el artículo de portada: Is Google making us stupid? que da mucho para pensar. Todo es excelente en este artículo que vincula el uso del motor de búsqueda Google con una estupidez creciente. Lo mejor, claro, es la transparencia de la proposición: al usar Google de manera repetida, perdemos la capacidad de realizar lecturas a fondo, hundiéndonos en el pensamiento y la escritura de un autor.

Las citas son exquisitas y apoyan la tesis de una manera a la vez culta y poco pedante: un diálogo entre una computadora y un ser humano en 2001 Odisea del espacio, una referencia a Maryanne Wolf, autora de un libro sobre la lectura y la fisiología del cerebro, un relato sobre el uso de la máquina de escribir por Nietzsche, una cita de Fedra de Platón. Lo de Nietzsche es ineludible pues es la historia de las preguntas del escritor alemán sobre la relación entre el pensamiento y la tecnología utilizada para expresar el pensamiento. Como ensayo, el artículo es una pieza perfecta, redonda y que no olvida la referencia al personaje clave del momento: Gutenberg.

¿Vivimos con Internet y su parafernalia de herramientas otro capítulo de la historia humana después del capítulo que corresponde a Gutenberg y la imprenta? La pregunta, para Carr, es muy válida. Es decir, Carr responde de manera positiva, pero su respuesta es innovadora. Lo que él explica muy bien es lo siguiente: recibimos de Gutenberg la posibilidad de un pensamiento a fondo, una acción vertical para penetrar un problema o una obra; con el motor de Google tenemos la oferta del pensamiento horizontal, de las ideas que abrazan a todo sin entrar en nada. Y como prueba de lo que acabo de escribir puedo ofrecer más de 500 comentarios del artículo de Carr destacando una reflexión de Juan Freire. Nunca hemos tocado tanta superficie en la inteligencia humana sin saber lo que lleva dentro.

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17 de junio de 2008
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El Boomeran(g)
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