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Maestro coraje

El lunes pesqué en televisión, por casualidad y en dos partes (vi el final al mediodía y el resto, aunque ya empezado, por la noche) el documental Knowledge is the Beginning que emitió Films & Arts. Se trata de un film que narra la experiencia de la West Eastern Divan Orchestra, la agrupación que nació por iniciativa de Daniel Barenboim y el ya fallecido escritor e intelectual palestino Edward Said. Compuesta por eximios músicos de entre 14 y 25 años, los ha elegido siempre a ambos lados de la barrera erigida por la intolerancia: los hay judíos y palestinos, libios, sirios y hasta españoles, en reconocimiento al apoyo concreto que ese país dio a la iniciativa de Barenboim y Said.

Ya el hecho de ver a judíos y palestinos tocando una música común es mérito suficiente. Barenboim mismo se encarga de aclarar siempre que la música no traerá la paz, tan sólo contribuirá a hacer posible el entendimiento; la paz, en todo caso, hay que construirla en la calle y por otros medios. El documental culmina con el concierto que la West Eastern Divan ofreció en Ramallah, y muestra por supuesto todas las dificultades que su realización supuso: desde convencer a los músicos -los judíos tenían miedo de no contar con protección suficiente, sirios y libios temían el expediente de verse obligados a pasar por Israel- hasta la solución de los innumerables problemas prácticos que debía sortear la iniciativa para prosperar. (Aquí fue instrumental el gobierno de José Luis Zapatero, al proporcionar a los músicos de origen árabe pasaportes diplomáticos españoles que les permitieron ingresar en Israel.)

El relato es profundamente conmovedor, tanto como la música que la ocasión produjo. Pero lo que más me impactó fueron las escenas en las que Barenboim va a la Knesset -el Parlamento israelí- a recibir el premio de la Fundación Wolf, y pronuncia un discurso donde recuerda la decisión de su familia de instalarse en Israel. (Había vivido en Buenos Aires hasta los 10 años.) Barenboim dice entonces que esa decisión fue inspirada por la declaración fundacional del Estado de Israel, donde se consagra a la justicia y la democracia y a la paz con sus vecinos; de hecho, Barenboim lee textualmente las palabras de aquella declaración. Luego de lo cual procede a preguntarse, de manera retórica, qué tiene que ver la política actual con los propósitos expresados en aquel manifiesto. Este discurso suscita la reacción airada de una funcionaria -creo que era la responsable de Educación, cuyo nombre se me escapa-, que toma el micrófono para decir que ella había estado en desacuerdo con la entrega del premio a Barenboim, que no había sido la única en oponérsele (de hecho manda al frente al presidente del Knesset, que decidió no ir a la ceremonia) y que deplora que Barenboim haya usado la ocasión para ‘atacar al Estado de Israel'. Barenboim reacciona con infinita calma. A esta altura, debe estar más que acostumbrado a que le digan que cada crítica, por mínima que sea, equivale a una negación del derecho de Israel a existir.

Esas escenas son tremendas, como también lo son otras donde Barenboim responde a un periodista israelí. Este hombre le sugiere que, en pos de mantener un presunto equilibrio, si Barenboim toca en Ramallah debería también tocar en los asentamientos que los israelíes han levantado y siguen levantando de manera ilegal en territorios palestinos. "¿Cómo me pregunta semejante cosa?", dice Barenboim, procediendo a explicarle la diferencia entre Palestina y estos territorios ocupados: "¡Los asentamientos son un cáncer!"

Aprovecho, pues, este lugar para expresar mi más profunda admiración por el maestro Barenboim y su tremendo coraje. Ah, si hubiese en este mundo más gente como él, que simplemente hace lo que su alma le dicta sin preocuparse por las consecuencias...

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2 de julio de 2008
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Parejas que gritan

En pocos signos se representa tanto la aspereza de la vida, la hosca dificultad de ser, como en esos insultos que inesperadamente, al lado, caminando por una acera, se escuchan de un marido a su mujer, de una señora a su esposo.

En las poblaciones pequeñas, sería casi imposible asistir a esta expresión pública de rencor pero en la ciudad grande, donde no somos conocidos, esas injurias matrimoniales se registran impunemente, se lanzan tan anónimamente que, a la vez, hieren a cualquiera que esté circulando por allí.

De las antiguas reyertas a puñetazos entre hombres, que veíamos brotar en los núcleos rurales, cargadas de odio y machos dispuestos a matarse entre sí, queda muy poco. Los hombres se matan a menudo dentro de las películas y las peleas con sus mujeres suceden bajo techo y con los periodistas a punto para convertirlos en protagonistas de la actualidad en el apogeo del maltrato conyugal.

La circunstancia que sustituye, sin embargo, a las tradicionales y brutales palizas en la calle de pueblo son las palabras terribles entre él y ella, no obreros ni amas de casa, no jornaleros ni multíparas, sino figuras de clase media alta que poseen un coche de tres litros a cuatro litros aparcado a unos metros del escaparte en la bien urbanizada zona comercial. Los participantes continúan, a lo que se ve, siendo pareja estable pero ¿de qué modo sería posible liberarse de esa penitencia que desestabiliza sus almas, astilla sus vidas y enferma crónicamente el mutuo deseo de vivir? ¿Cómo no deshacerse de ese sujeto infame que nos humilla, nos amarga, nos asfixia?

Hace cincuenta o sesenta años, en los tiempos de las ruidosas trifulcas callejeras, alguien pedía auxilio a la policía pero también a una tranquilizadora pareja de loqueros que se apeaban de la ambulancia con la camisa de fuerza en las manos y, repitiendo los expedientes de los encargados de la perrera y sus lazos para canes rabiosos, intervenían en el alboroto y seleccionaban a un de los litigantes como el ser demente que merecía ser encerrado, tratado y separado de la convivencia en paz.

Ahora, los loqueros no existen ni acuden. Sólo llegan los servicios de urgencia cuando hay víctimas sangrantes y tumefactas agonías, porque en su defecto los paseantes no telefonean de ningún modo a las autoridades asumiendo así que estos altercados, por desgarradores que parezcan, forman parte de la vida común y esa unión, matrimonial o no, persistirá todavía por su cuenta. Persistirá hasta el punto en que, si no hay asesinatos periodísticos relativamente pronto, las heridas que se inflijan entre sí irán conduciéndoles al expediente, cada vez más sencillo, del divorcio o la separación. Se trataría en fin, de acuerdo a los censos oficiales, de enfermedades sentimentales autónomas e incluidas en el ámbito de la sostenibilidad social y cuyo equilibrio requiere su correspondiente ración de ofensas. De ofensas, deteriores y hasta mutilaciones puesto que las partes aquellas que ya no pueden compartirse se cercenan y las que no contribuyen en adelante a la nutrición afectiva se desecan. De ese proceso más o menos simbiótico pervivirá la pareja hasta que la muerte los separe. Los disgregue entre sí de una u otra manera final, sea esta la muerte real, la compartida muerte cerebral, o la indolora muerte simbólica. Esa muerte decisiva que se hila, en fin, de un conflicto a otro, de una indignidad casera o callejera a la siguiente, de una crueldad a la otra, siendo todavía la pareja, para otros tantos, el máximo reino de la amistad y el amor, el supremo anhelo para existir alentado.

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2 de julio de 2008
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III. Revolución privatizada

/upload/fotos/blogs_entradas/meja_godoy_hermanos_med.jpgEl comandante Tomás Borge se suma en sus peticiones de expropiar la obra artística de los demás, a la primera dama Rosario Murillo. Ella afirma en otro escrito que Carlos Mejía Godoy no es sino "el instrumento del ritmo divino, que llegó a su cuerpo desde un lugar sagrado y desconocido".

Y la señora no deja dudas de esa voluntad que quiere dominarlo todo, cuando dice también, al referirse a la demanda de Carlos: "En la vida hay cosas que no nos pertenecen personalmente. Que no tienen dueño. Que no son de propiedad, ni particular ni privada. Los muertos, por ejemplo. La esperanza colectiva, la creación colectiva, el dolor colectivo. Los triunfos colectivos."

El viejo peso de lo colectivo. Y en la inmovilidad histórica que el poder total demanda, todo se congela. Los muertos, por ejemplo, que de esta manera también resultan confiscados, para no hablar de la revolución misma, confiscada también desde su raíz, y privatizada a favor de una familia.

La gesta de la revolución que mi generación hizo partió de la honda convicción en unas valores éticos que representaban el desapego a los bienes materiales, la solidaridad ilimitada con los demás, y un sentimiento de compasión por los más humildes, para crear un mundo diferente, de justicia y equidad. ¿Todo eso, y la música de los hermanos Mejía Godoy, la poesía de Ernesto Cardenal, la de Gioconda Belli, pueden ser en realidad confiscadas, y privatizadas? 

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2 de julio de 2008
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Banderas lejanas

/upload/fotos/blogs_entradas/bandera_espaola_med.jpgTengo un problema con las banderas. O para ser más exacto: tengo un problema con la bandera española, monárquica y constitucional. Ya no me disgusta, pero no termina de gustarme. Es como si fuera la bandera de los otros, de esos otros con los que tengo que convivir, con los que convivo, pero no es un símbolo con capacidad de emocionarme. Como dicen los argentinos: "me la banco". La trago pero no la quiero.

Pertenezco a una generación, si hablo de la gente que considero cercana, de mis semejantes, mis hermanos en historia y problemas, que nos pusieron difícil creer en la bandera llamada nacional o española. Son los mismos colores de la bandera que el franquismo usó hasta la saciedad. Y aunque se cambió su "águila", el "gallo", por el escudo consensuado, hay algo en su uso, en sus colores, en su tamaño en plazas y lugares públicos que me recuerda a las imposiciones del pasado. Y así nos dejaron sin banderas. Nos quitaron esa capacidad de muchos humanos de "sentir unos colores", "amar un símbolo" o al menos respetarlo. Y así estamos sin bandera, sin himno, sin símbolos que nos unan, que nos hagan sentirnos cercanos a la inmensa mayoría. Creo que somos una minoría en extinción. No me importa. No pienso hacer ninguna guerra por las banderas, por ninguna. Pero me gustaría que nos pudiéramos tomar unas vacaciones de masas abanderadas. Y no soporto, ya no las que llevan "aguilucho"-que las detesto- sino esas otras que pretenden españolizar con la silueta de un toro. El toro me gusta en la plaza y frente a un hombre valiente y profundo como deben ser lo toreros. También me gusta una parte del toro en un guiso, pero esa es otra españolada y no para éstos calores.

Contento, feliz, con el juego de la selección, con el grupo de jóvenes y millonarios que durante unas semanas nos han dado una lección de disfrutar y hacernos disfrutar con un juego más emocionante que una bandera.

Y españoles somos todos. Vamos todos los que queramos serlo. Aunque no envolvamos nuestro sentir patria o matria en esas banderas.

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1 de julio de 2008
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Un informe

/upload/fotos/blogs_entradas/powerofbook_med.jpgTal como comenté antes, participé en la redacción de un informe para el gobierno francés sobre el futuro del libro numérico. Es difícil sintetizar cinco meses de trabajo dentro de un comité y lo más fácil (para los que dominan el francés) es leer el informe.  El ministerio francés de cultura ya puso en línea el resultado final de lo que hice con cinco personas bajo la presidencia de Bruno Patino (un empresario de prensa y amigo mío). Audiciones, grandes lecturas, enormes dudas al escuchar editores, economistas, juristas, autores, etc., y por fin un esfuerzo enorme de redacción hasta llegar al informe final. La pregunta del gobierno francés era: ¿Qué podemos hacer para mantener la pluralidad de libro (es decir, mantener un universo con casas editoriales que compiten, posibilidad para los autores de crear ganando dinero y para los lectores de encontrar libros)?

Las respuestas siguen cuatro ejes principales:

  • Hay que hacer todo para tener una oferta legal atractiva (de no actuar así serán los piratas del digital los que van a configurar una oferta gratuita)
  • Hay que defender la propiedad intelectual (un libro digital no es un objeto sino un derecho sobre una creación, si no se defiende este derecho no habrá autores y editores)
  • Ayudar a editores y autores a que tengan la posibilidad de opinar en el precio de venta (para no entregar la creación al poder del negocio de la distribución digital)
  • Tener una política activa en la Unión Europea (donde hay un lobby muy potente de las telecomunicaciones que quiere mandar en el negocio de la distribución digital y menospreciar la propiedad intelectual).

    Voy a contar mañana lo que aprendí al dedicar centenas de horas al tema de la lectura electrónica. Pero, por el momento, me parece imprescindible decir una cosa sencilla: no se puede soñar. Nadie puede creer que lo que pasó en la prensa, el vídeo, la música, los juegos, etc. no va a producirse en el universo de los libros. El proceso de digitalización creciente de los contenidos culturales y de los medios de información se aplicará también al libro. Y nadie puede decir que no afectara al viejo negocio inventado por Gutenberg. La industria del libro no va salir ilesa de un proceso que ya empezó. Mejor adelantarse al problema en lugar de descubrir lo que pasa cuando ya pasó.

    (la imagen es de Malden Penev, artista potente cuyo sitio merece una visita)

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    1 de julio de 2008
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    Rosa Luxemburgo

    Cogí el tren de cercanías con dirección a Aravaca para dar el pregón de las XVIII Fiestas de la Asociación Rosa Luxemburgo. Aravaca es un barrio señorial. Nada más salir de de la estación de Príncipe Pío comienza a crecer la vegetación y a aparecer tupidos árboles que medio ocultan los chalés. Y cuando por fin uno pone el pie en este paisaje siente un bofetón de olor a pinos y una gran sensación de bienestar. Los pájaros cantan y los coches circulan por silenciosos senderos sombreados. Una delicia.

    Es una noche bastante calurosa en todos los sentidos, pero sobre todo, en el de la amistad y en el del trabajo en común, en el del entusiasmo por cultivar la tolerancia y la integración, por el trabajo digno de los inmigrantes. La asociación hace un esfuerzo permanente para denunciar todo tipo de racismo y de discriminación de género, por inculcar los derechos de la mujer en las mentes de las nuevas generaciones, a través de teatro, música... Porque la presencia de los jóvenes en la asociación es considerable y por tanto la creatividad es una buena manera de desarrollar y expresar su actitud en la vida.

    Como su nombre indica, Rosa Luxemburgo, es una asociación de progreso y así actúan. Personalmente siempre he creído (y lo he llevado a la práctica sin fisuras) que una buena enseñanza pública es la base sobre la que se construye un país y que los que creemos en estas cosas tenemos que demostrarlo llevando lo más preciado que tenemos, nuestros hijos, a ella. También creo que la ideología se materializa en la forma de vida y no en la cháchara. Enseñanza pública y sanidad pública. Al menos un país tiene que ofrecer esta cobertura a sus ciudadanos.

    Así que fue un placer estar con vosotros, porque tal vez sea una tarea más silenciosa o no tan vistosa, pero no por eso menos útil, no permitir que las conciencias se relajen en esta sociedad del bienestar donde tan fácil es caer en la intransigencia y tan fácil es creerse más bendecido por el destino y mejor que los demás.

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    1 de julio de 2008
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    Del asunto de las sesenta y cinco horas y otras miserias (2)

    La total impunidad con la que los ministros europeos han podido avanzar una medida tan vejatoria como esta ley de las 65 horas vuelve a hacer perceptible algo que durante un tiempo resultaba una evidencia, a saber: que una sociedad donde el mercado carece de polo moderador no garantiza, en última instancia, más libertad que la del mercado mismo. Mientras esta última no sea vulnerada, el respeto a las demás es de buen tono... pero no requisito para ocupar un lugar en el sol de la respetabilidad. Una reflexión sobre asuntos análogos me permitía, hace un tiempo, denunciar lo intrínsicamente injusto, y hasta ofensivo de la amalgama consistente en homologar la miseria objetiva a que condujo el estalinismo, a las miserias del franquismo o del fascismo. Sostenía, y sostengo, que la primera es reflejo de un trágico fracaso en el proyecto ilustrado de alcanzar una sociedad que permitiera al hombre la plena realización de su naturaleza, mientras que la segunda es, por el contrario, expresión directa de la resistencia más feroz a tal ideario.

    Recordaba aquí mismo que al final de los años 60 (en los que la isla de Cuba constituía para la causa de la dignidad del hombre un lugar faro) empezó a circular en los medios de izquierdas de París, ciudad donde yo entonces residía, el rumor de que el régimen estaba procediendo a una persecución sistemática de los homosexuales. La primera reacción era en general de incredulidad (tenía que tratarse de una falacia imperialista). Mas ante la iteración de testimonios fuera de toda sospecha, la incredulidad dio paso al estupor, y sobre todo a la desolación. Pues el hecho de que, por estúpidas, cobardes y oportunistas razones ideológicas, el régimen cubano persiguiera a un colectivo social en situación de penuria como eran los homosexuales, era vivido como una traición al ideario mismo que se hallaba en el origen del alzamiento de los cubanos contra la tiranía imperante.

    Por el contrario, como ya he tenido ocasión de escribir, que los jerifaltes franquistas erigieran leyes como la llamada de peligrosidad social (que amalgamaba a vagabundos, drogadictos, homosexuales, subversivos y un rosario de "vagos y maleantes"), no constituye sino una muestra de fidelidad a un proyecto que tiene en el abuso del débil sino un directo ingrediente de la máxima de acción subjetiva (que en ocasiones también) sí, al menos, un auténtico corolario del entramado social que tal ideario supone.

    Desgraciadamente tampoco había muchas razones objetivas para sentirse decepcionado cuando hace dos años el clerical régimen (democráticamente elegido) de los pintorescos hermanos gemelos polacos persiguiera hasta la expulsión a funcionarios cuya única falta era la de tener inclinaciones sexuales no acordes con la moral impuesta por la religión de estado. A nadie podía dejar tampoco estupefacto el que se hurgara en el pasado de modestísimos ciudadanos en busca de rasgos estigmatizadores, que conducían a precarizarlos económicamente y marginarlos socialmente. Como máximo (por aquello de las barbas del vecino) nos inquietaba que ello pudiera ocurrir en el seno de la liberal Europa, cuya imagen de parapeto contra modalidades encubiertas de totalitarismo queda seriamente dañada.

    Modalidad apenas encubierta de efectivo totalitarismo es el sólo anuncio de que se dejara a los patrones la posibilidad de acordar libremente (a la indecencia se añade el sarcasmo) con un trabajador amenazado por el paro una jornada laboral de sesenta y cinco horas.

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    1 de julio de 2008
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    El valor de la palabra

    El otro día, intercambiando mails por culpa de Falstaff, Juan Gabriel Vásquez me recordó que el personaje de Henry IV había estado inspirado en alguien real, Sir John Oldcastle, famoso por cobarde primero y por mártir después, a causa de su fe protestante. Los parientes de Oldcastle tiraron la bronca y Shakespeare se vio obligado a rebautizar su personaje. Yo recordaba, sí, que en las últimas líneas de la Segunda Parte el relator hace suya la disculpa de Shakespeare: ‘...porque Oldcastle murió martir, y éste (Falstaff) no es el hombre'. Le escribí a Juan Gabriel: ‘Pobre William, que debió lidiar siempre con la censura sobre sus textos para no acabar sin cabeza'. En efecto, Shakespeare vio morir demasiada gente por haber hablado o escrito de más, o por haber elegido el bando inconveniente. El Soneto 66 hace explícito ese peso: ‘...Y el arte con la lengua atada por la autoridad'.

    /upload/fotos/blogs_entradas/the_coast_of_utopia_1_med.jpgHace poco leí The Coast of Utopia, la trilogía teatral de Tom Stoppard. En la introducción, Stoppard recuerda un viaje a Praga y dice que le llamó la atención que después de la caida del comunismo escritores y dramaturgos sintiesen nostalgia de aquellos tiempos, en que cada una de sus palabras significaba mucho más de lo que significaba ahora, en la clase de libertad que el mercado nos otorga.

    El domingo volví a pensar en esas cuestiones -el arte atado por la autoridad, la depreciación de la palabra en lo que suele llamarse ‘mundo libre'- mientras leía un artículo de Radar, la revista cultural de Página 12. Allí el notable escritor Guillermo Saccomanno habla de Nando Balbo, a quien conoció durante el servicio militar en el sur y creyó, durante muchísimos años, muerto en la dictadura. En un viaje reciente, Saccomanno se enteró de que Balbo había sobrevivido, aunque había sufrido tortura y cárcel. Y que al salir había conocido el exilio y, una vez retornado, se había reintegrado a la docencia y la tarea social; según Saccomanno, Balbo era compañero de militancia de Fuentealba, el maestro neuquino asesinado durante una represión policial. Al intercambiarse mails, Balbo le contó a Saccomanno cómo había aliviado su estancia en prisión. De manera muy sencilla: leyendo.

    La cárcel de Rawson tenía biblioteca. Le prestaba a cada prisionero un máximo de tres libros al mes, lo cual no era límite, dado que se intercambiaban los volúmenes y leían a destajo. ‘No tenés una idea de cuántos días de encierro escapábamos mediante la literatura', le escribió Balbo a Saccomanno. Hasta que los cárceleros se dieron cuenta y prohibieron la lectura: ‘Fue una nueva manera de torturarnos'. Pero a la manera de Fahrenheit 451, los prisioneros empezaron a contarse los libros que ya habían leído. Si un mismo título había sido leído por varios, mucho mejor: el relato se hacía más complejo y placentero.

    Balbo se las vería más difíciles ahora, dado que quedó sordo a causa de la tortura.

    La pregunta que nos desvela hoy a escritores y lectores tiene que ver con lo que llamaba la atención de Tom Stoppard y es, o debería ser, la siguiente: ¿cómo hacer para que la palabra, y por extensión la narrativa escrita, recupere el valor que perdió en el mercado al aceptar ser medida y pagada a tanto la línea, como la más vulgar de las mercancías?

    Escucho respuestas, opiniones, propuestas.

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    1 de julio de 2008
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    De un castillo a otro

    /upload/fotos/blogs_entradas/violinista1_med.jpgAsí como los silencios de la música crean la música y los reposos deportivos generan una potencia superior, en la producción de un cuadro los momentos en que el pintor mira el lienzo, y sólo mira, pintan tanto o más que aquellos otros en que interviene el pincel.

    La ausencia crea tanta o más realidad que la presencia, como también las apariencias son tanto o más intensas que las sustancias. De una se pasa a la otra y de la otra se pasa a la una mediante un vaivén incesante que viene a ser el modelo general de la existencia.

    De la enfermedad a la salud, del amor al odio, de la felicidad a la desdicha, de la vitalidad al desfallecimiento. Este binomio de todos los tipos y cuya constelación preside la Gran Pareja vida/muerte, opera como el código radical de nuestro destino y asumirlo debe llevar a la paz: la paz que se opone a la guerra, la serenidad que sin tregua se alterna con la inquietud, el desasosiego que repetidamente nos impide disfrutar del acuerdo con nosotros mismos. Ni en los veranos o en los veraneos, ni en los bailes y las vacaciones, ni en las epifanías, las onomásticas o las verbenas, se acaba con el insufrible dúo del sí y el no. Parece que vivimos para vivir escindidos. O al revés: vivimos escindidos como la forma inevitable de ser. Seres diseñados para la muerte cuando el ser sólo se concibe como un dibujo vivo.

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    1 de julio de 2008
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    Escape de Nahualópolis / VII

    VII. Cállate y decapítalo. 

    El demonio del caos dispone de una sola arma letal: su desmedido poder de intimidación. No es un diablo muy fuerte, en realidad, pero uno insiste en verlo corpulento. O lo que es igual, en verse a sí mismo como un pobre alfeñique en su presencia. Durante un tiempo ridículamente largo, contemplé las montañas de libros y papeles y demás elementos autosaboteadores como un problema que me superaba en tamaño. No era que lo pensara, sino peor: lo asumía. Semana con semana, conforme iban creciendo las cordilleras, encontraba más fácilmente las coartadas ideales para dejar las cosas como estaban. O sería que ya cualquier pretexto me alcanzaba. Una vez que consigues relajar los estándares hasta que propiamente desaparecen, no hay excusa mejor que la falta de excusas. Soy así, acepta uno, qué más se le va a hacer.

         Ahora bien, algunos mortales cambiamos de opinión por cuestiones de higiene. Sólo eso me faltaba, díjeme una mañana, tener que suscribir mis ideas de ayer, si ahora mismo tengo otras recién cocinadas. Esas cosas le mueven el tapete a los demonios, habituados a siempre ser ellos los que le hacen a uno mudar de parecer intempestivamente. No bien me vio pararme a las nueve de la mañana (de un salto, para impresionarlo), hacerme con un par de refrigerios y trepar por las faldas de la primera montaña de papeles, el demonio del caos se me colgó del cuello, zalamero. Acto seguido, se esmeró en recordarme cada una de las dificultades que entrañaba el empeño insostenible de hacer de aquellas sierras planicies. Nunca vas a acabar, sentenció, tal vez sin calcular que no estaba logrando más que desafiarme. No suena verosímil, pero es verdad que ciertos demonios se pasan de ingenuos.

         Ay de quien ose creer que estoy contando aquí una historia edificante. Guerrear contra un demonio sobrealimentado no es más que un acto crudo de supervivencia, nacido de la súbita y airada convicción de que el pueblo es muy chico para los dos. Pero antes de eso hay que elegir el campo de batalla. Es iluso creer que al demonio del caos se le puede vencer en sus dominios, donde cualquier iniciativa en su contra parece una proeza irrealizable, cuya sola mención podría despertar -furibundo, se entiende- al demonio tenaz de la pereza.

         -Una cosa es estar dentro del caos, y otra muy diferente que él esté dentro de uno -me arengué, enfrente de él, mientras entresacaba tres meses de periódicos y los acomodaba cronológicamente, en pilas verticales que a partir de los treinta centímetros de altura comenzaban a proyectar una angustiante ausencia de desorden. Para un observador, el desmadre imperante habría evidenciado la superioridad indiscutible de mi enemigo, pero dentro del coco le estaba ganando. En mis meros dominios, qué carajo.

         -"Somos irresistiblemente arrastrados hacia ese estado cuasiorgiástico que se crea a partir de la muerte y la destrucción. Está en todos nosotros. En él nos deleitamos" -declara gravemente el demonio del caos, de pie sobre dos pilas de periódicos. Lástima que no sean ideas suyas: se le olvida que vimos juntos la película (las comillas son mías, con perdón). Waking Life, se llamaba. Una pequeña joya de animación rotoscopiada. En la escena de marras, un bonzo de ocasión diserta sobre el caos mientras llena de gasolina un garrafón.

         -"Decirle sí a un instante es decir sí a toda la existencia" -cito a mi vez. De la misma película, para exhibirlo.

         -"¿Cuál es la más universal de las características humanas, el miedo o la pereza?" -cita de vuelta, ya con cinismo y hasta pedantería.

         -¿Tú qué crees, que me tienes medio muerto de miedo, o que me mediomata la hueva de humillarte? -sin otras citas para contraatacar, no me quedaba más que ponerme sardónico.

         -Lo que creo es que tienes que rematar la historia, y ya se te hizo tarde para seguir peleando -encima me lo dice tronándome los dedos.

         -¿Que tengo yo que qué? ¿Desde cuándo un guarrazo con ese aliento de albañal me dice dónde tengo que acabar? -no lo puedo evitar, mientras peleo con el diablo caótico brinca detrás de mí el de la soberbia. No sé por qué en los cuentos se aparecen los diablos de uno en uno, cuando en la realidad trabajan en equipo.

         -Tú lo dijiste, idiota. El final del capítulo anterior anuncia claramente: próximo desenlace. Si lo cambias ahora, vas a acabar trayendo agua a mi molino -¿de modo que llegaban los insultos? Con permiso, pensé, ya se van los escrúpulos.

         -¿Al molino de quién, perdón? -repuse, al tiempo que me levantaba, y antes de que pudiera sobreponerse al súbito terror a verme una vez más cambiar de opinión (y entonces someterlo a un capítulo entero de vejaciones), alcé la espada de mi propio capricho y de un solo sablazo le corté la cabeza, como con ganas de mostrársela al pueblo. Ahí tenía, por fin, su desenlace. El final de esta historia podía esperar.

     

         Muerto el nahual, ¿qué se hace con los monstruos?

         ¿Cuáles son las secuelas conocidas del clásico exorcismo jacobino?

         ¿Qué destino le aguarda al malagradecido que se lanza a la cacería de sus propias brujas?

         Próximo final: VIII. ¿Alguien dijo jaqueca?

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    1 de julio de 2008
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