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Galería de espectros: Don Giovanni

Rafael Argullol: Hoy, en mi galería de espectros, me ha parecido escuchar la voz de Don Giovanni.

Delfín Agudelo: ¿Te refieres al Don Juan de Mozart?

R.A.: Sí, me refiero al que para mí es la materialización más perfecta del mito de Don Juan, que de manera paradójica no pareceFrancisco d'Andrade como Don Giovanni, pintura de Max Slevogt llegarnos a través de la literatura a pesar de las excelentes obras literarias que han recogido el tema, sino a través de la música, de la para mí mejor ópera de Mozart, y a través del maravilloso libreto que realizó el guionista habitual de las obras italianas de Mozart, Lorenzo Daponte. Cuando me acerco al Don Giovanni de Mozart recuerdo una representación que vi dirigida por Carlo Giulini en la Scala de Milán en el año de 1993; pero sobre todo me acuerdo de una película de Joseph Losey que desgraciadamente es proyectada muchísimo menos de lo que me gustaría. Es una película sobre Don Giovanni con un extraordinario Don Giovanni, Rugero Raimondi, el cual, a mi modo de ver, sintetiza como pocos todo lo que han sido las distintas pulsiones del Don Juan histórico. Te lleva hasta el último límite del reto de Don Juan. El carácter seductor, destructivo, y autodestructivo de Don Giovanni queda puesto de manifiesto a través de su actuación y sobre todo a través de su maravillosa voz. En este Don Giovanni filmado por Losey además hay un juego dialéctico entre Don Giovanni y su escudero Leporello auténticamente maravilloso, a través del cual los propios contrastes de la personalidad de Don Juan se ponen más en evidencia que nunca. Por tanto en mi opinión Losey recoge como si fuera el mejor de los directores de ópera su película la representación de Don Giovanni, y Mozart es para mí quien ha sabido captar con mayor precisión los vuelos y caídas de ese personaje arquetípico de la cultura europea.

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18 de agosto de 2008
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El cuerpo de los seres de palabra (2)

Hace unos años, desde su cama en la planta de un hospital para seres desahuciados, un hombre dedicado a una profesión rara y peligrosa, que era reflejo (en su dicción como en sus gestos y hasta en la firme configuración de su cuerpo de campesino) de una especie de cartesianismo espontáneo, de una inclinación digamos natural a hablar "claro y distinto",  justificaba la decisión de haberse enfrentado a su tarea mermado de facultades (lo que había precipitado su derrumbe físico) porque había dicho que lo haría y que "un hombre sin palabra no es un hombre" (caracterización de la hombría y hasta de la humanidad-animal con logos que algún colega en cuestiones especulativas haría bien en retener). En su compromiso con la palabra... falló sin embargo el cuerpo; la herida provocada por un previsible accidente reabrió otras apenas suturadas y empezó para este hombre una cuesta abajo que acabaría por apartarle no ya de su trabajo sino de la vida.

Tales seres parecen remitir a una suerte de oscuro y perdido código moral, casi un código de honor, en el que prime la asunción lúcida de la finitud (denostando en consecuencia el que las huellas del tiempo en los cuerpos, sean perturbadas y hasta corrompidas por las huellas que en esos mismos cuerpos deja el rechazo fóbico de  lo inevitable) y ello como condición de posibilidad de apertura tanto al destino propio como al destino de los demás hombres.

Si el ser humano se instala en esa tesitura en la que meramente espera del cuerpo que no falle, es porque una exigencia de lucidez le hace situar en el lugar preponderante lo esencial y confrontarse con entereza a ello. Tiene para tal confrontación el arma imprescindible, el espíritu en la riqueza de su forma elemental, la palabra en su desnudez. El cuerpo del que se espera meramente que responda es ese cuerpo al que hace un tiempo me refería como aquel en el  que todo ser humano habría de reconocerse, cuerpo en el que se perciben los rasgos de ser lo que todo  humano debería haber sido. 

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18 de agosto de 2008
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Cerrado por vacaciones

Cada vez se queda más gente en agosto en Madrid, todos a la caza de un bar abierto donde tomarse un café, de un kiosco donde comprar el periódico, de un supermercado. Los que hay cerca de mi casa han cerrado el sábado 29 de julio y tenido un forcejeo con otro cliente por la última bolsa de patatas. Habrá que comer en restaurantes, si no fuera porque los que más nos gustan también han cerrado.

Antes, la ciudad se vaciaba y donde mejor se podía pasar el mes de agosto era precisamente aquí. Parecía que uno se adueñaba de sus calles, de sus cines. Mientras que a algunos amigos les prestaban un apartamento en la playa, a otros, por las buenas, nos prestaban Madrid. Ahora el éxodo aunque continúe siendo importante no se nota tanto quizá porque somos muchos más y por la "crisis", y los cierres echados de los negocios crean un silencio extraño, una tranquilidad paradójicamente inquietante. Miramos para un lado y otro de la calle algo desorientados como en medio de un decorado tras cuyas puertas y ventanas no hay nada. La peluquería está congelada, las luces apagadas, los frascos de champú y mascarillas durmiendo en el escaparate. La tienda de fotos la han forrado de persianas metálicas como una caja fuerte, tal vez conscientes de lo que vale una imagen hoy día.  

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18 de agosto de 2008
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Flor de Lotto / X

X. El Bullshit Shuffle

Segismundo Andersón se pregunta qué será más riesgoso: conocer a Don Alex, o no conocerlo. Es un poco el dilema entre ser un privilegiado transitorio y un sobreviviente desahuciado. Por lo pronto lleva tres días en México y con muchos trabajos se aventura a poner pie en la calle. Tiene esta idea obsesiva de que México va a traerle mala suerte. Ha pensado en huir, pero entiende que es una necedad. Esta gente daría con él así fuera a esconderse en una cueva a medio Mato Grosso. Lo siguen, además. Los ha visto de reojo; se esmera en pretenderse distraído. Desde que llegó a México tiene la sensación de que alguien puede ver todos sus movimientos. Peor ahora que sin mover un dedo ha sido apergollado entre la Corleonetta y su padre.

     -Yo apenas he salido de mi hotel, don Alex... -Segismundo hace esfuerzos infrahumanos para empequeñecerse hasta alcanzar el rango de bacteria. Nunca como hoy sus huesos le parecen frágiles, su carne inhóspita, su voz estúpida.

     -Estás en un problema, Andersón. Ya conocés a mi hija. De Miami, ¿no es cierto? Luego le preguntaste por ella a Morazán, y el muy chancho te dio esperanzas. Nunca te dijo quién era en realidad, ni mencionó su apodo, ni por supuesto por qué la llamamos así. Corleonetta. Yo le colgué ese nombre, apenas me di cuenta que era una ingenuidad contradecirla. Nadie le dice no, ni se le escapa. Es una control freak. Tiene los brazos más largos que yo. También las piernas, ¿cierto? Apuesto a que le viste los muslazos...

     -Ni de casualidad, Don Alex...

     -¡Shhh, imbécil! ¿No te dijo Mauricio cuánto me jode a mí la casualidad? Soy un serio adversario del azar, Andersón, y a ti voy a pagarte para evitármelo. No un millón, sino más. Eso no te lo he dicho: voy a darte uno y medio. Después de lo del Granma, ¿viste? Pero no va a ser fácil. Ya te digo, campeón: tenés que evitarme el azar. Los dueños de la lotería no podemos jugar a la lotería, ¿sabés por qué? Porque la lotería es una cosa seria. Es una institución, cuya meta es hacer feliz a la gente. Los verdaderos beneficiarios de la lotería son quienes nunca se han ganado nada. Pagan cada semana su cuota de ilusión. Hay quienes se entretienen repartiendo mentalmente la guita que según ellos van a ganarse. Fe, esperanza, caridad, las virtudes más lindas a un precio que cualquiera puede pagarse. ¿Sabés cómo funciona el Fidelotto?

     -Nadie me lo ha explicado.

     -Los que ponen la plata indican el día, la hora y el minuto de la muerte. Si después solamente se sabe la hora, el premio se rifa entre sesenta números posibles. Que es todavía más difícil que anotar un seco en la ruleta. Pero si nada más llega a saberse el día del deceso, habría que dividir las posibilidades entre los mil cuatrocientos cuarenta minutos del día. Y yo no voy a apostar mi dinero ni siquiera con el cincuenta por ciento de probabilidades. Cuando llegue el momento, vas a encargarte de que el mundo se entere a qué hora y minuto voló en pedazos el Comandante.

     -¡Yo!

     -Claro, sos poca cosa, pero esa es tu virtud. La Corleonetta cree que van a matarte, le gusta el tufo de los futuros difuntos. Yo pienso diferente. Creo que va a imponerse tu cobardía. Además, Segismundo, confío ciegamente en tu mezquindad. Tenés por ahí una cuenta de cheques, ¿cierto?

     -Es nada más una cuenta de ahorros.

     -Cuando salgás de aquí, llama a tu banco. Ya verás que no sólo los santos recobran la fe.

Lunes en FLOR DE LOTTO: Y además caminan. 

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15 de agosto de 2008
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Olvido

No faltaron en la prensa los artículos sobre el cumpleaños de Fidel Castro Ruz, tirano jubilado que aguanta los últimos años de su vida en una dependencia del hospital Cimeq, en La Habana. No hay nada más previsible y conformista que un artículo sobre Fidel. Después de medio siglo de mal gobierno y limitaciones en la vida pública del pueblo cubano, solo existen opiniones muy definidas sobre el ex líder cubano, incluyendo la mía, por supuesto.

Entonces, prefiero dar un enlace hacia un artículo del sitio Cubanet. Es opinión también pero a favor del escritor y poeta José Lezama Lima. El tema es sencillo: es una denuncia a la ausencia total de la memoria en una burocracia. Los mismos burrocratas (con dos "r", si) que apoyan la publicación de textos de Lezama Lima borraron al autor de la vida cultural y publica. Tengo respeto para Reynaldo González, pero puedo adivinar que la materia prima de su libro (los textos críticos sobre el poeta) era una base insoportable para un libro.

Fidel se fue del poder, vive como jubilado, y todavía hay penas y olvido de la vida real del autor de Paraíso.

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14 de agosto de 2008
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Vida fugitiva

A la notable lista de escritores que ha producido Trieste -Italo Svevo, Umberto Saba, Claudio Magris--, debe añadírsele el nombre de Giani Stuparich (1891-1961). Su novela más importante, La isla, publicada originalmente en 1942, acaba de ser editada en España por la editorial Minúscula, con traducción de J. Á. González Sainz. Se equivocan quienes creen que la literatura es un edificio hecho sólo por colosos; para que existan Kafka, Faulkner y Woolf deben existir los Stuparich, esos autores que creemos menores y por ello prescindibles. Así, pasan los años y sus obras acumulan polvo y olvido, y de pronto, un día, se hace la luz: La isla es, ha escrito Enrique Vila-Matas, "un libro perfecto, una obra maestra". ¿Qué más se puede decir? Preservar, quizás, la recuperación. Pero en eso, ya lo sabemos, no somos buenos: nos es más fácil cuidar a un Rulfo que a un Julio Torri;  defendemos a Borges, pero no hacemos mucho por José Bianco.

El que lea esta corta novela que es La isla se topará con el autor italiano que más cerca está de Thomas Mann. La isla es una suerte de cruce de Muerte en Venecia con La montaña mágica. El enfrentamiento del ser humano con la muerte, tema de Mann por excelencia -y en general, gran tema de la literatura europea, dice Claudio Magris en su posfacio a La isla--, tiene en Stuparich el tono elegiaco de Muerte en Venecia, al que se le añade ese encuentro entre tecnología y condición humana que ha dado algunas de las mejores páginas de La montaña mágica. Un padre con un cáncer terminal le pide a su hijo que lo acompañe a visitar el lugar del principio, la isla del mar Adriático en la que nació. En la belleza deslumbrante de esa isla, el padre y el hijo descubren el otro lado de la vida: "una fría palidez de muerte estaba detrás de la transparencia de una sangre cálida y exultante; en el transcurso de un día lleno de sol, disfrutado en la libertad de la luz y del viento, había un estancamiento, una cerrazón canicular, donde el cerebro se disolvía y el alma fermentaba de miedos". Nos engañamos los que nos quedamos con la superficie festiva de las cosas.

En esa disociación, a ambos les ocurre lo que a Hans Castorp en La montaña mágica, cuando visita a su primo en el sanatorio en los Alpes suizos: encontrar la enfermedad en el corazón de la vida. Somos espíritu, pero también materia, y por ello la ciencia, la tecnología, son aquellas que dan sustancia a nuestras metáforas; la obsesión de Castorp por lo que dicen los rayos X de su tuberculosis es la misma del hijo en La isla, cuando acompaña a su padre a visitar al radiólogo: "mientras su padre se vestía en la habitación contigua, el radiólogo le había garabateado deprisa unos pocos trazos sobre una hoja de papel: el canal del esófago y, aproximadamente en su mitad, un estrangulamiento".

En La isla, el padre sabrá de los lazos de la sangre -"¡Su hijo! Tenían poco que decirse, pero qué sencillo era sentirse unidos--, y el hijo tendrá conciencia de lo que significa perder al padre. El padre, un vivo que ya es un hombre muerto, y el hijo, son lo mismo, se acompañan en esta "bufonesca alianza". Stuparich se pregunta por qué los hombres, al actuar como si no fueran mortales, "rehúyen la conciencia del animal que hay en ellos". La respuesta viene dada de manera implícita por el escenario geográfico de la novela: porque ante la "luz despiadada" de la isla, en la que "los contornos de las cosas vibra[n] como electricizados", la idea del fin es intolerable. Nosotros nos vamos, pero la belleza de la isla continúa ahí, retando al tiempo.

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14 de agosto de 2008
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Flor de Lotto / IX

IX. Granma, sección financiera.

Unos les llaman bolos, otros pinos, hay incluso quienes les dicen pines; Alejandro Zarur prefiere referirse a ellos como pelotudos. Pensar que son personas y es posible tirarlas de diez en diez. Deja caer la bola en la madera, termina de girar la cadera, cierra los párpados y se queda tieso, con la mano derecha teatralmente enconchada sobre la oreja. No conoce una música más estimulante que el ruido seco de los diez pelotudos derribados dentro de un mismo instante. Una masacre bárbara, se vanagloria a risotada limpia si alguien le pregunta cómo le fue en el último torneo.

     -¿Sabés leer las páginas de finanzas, Andersón? -el bolichista se echa hacia atrás, relee y pela los ojos para dar a entender que aún no lo cree.

     -No realmente, Don Alex, más bien tiendo a saltarme esa sección.

     -Mirá el Granma de hoy, campeón -le sonríe, se levanta, le da un par de palmadas en la espalda, le pone la primera plana en primer plano -No le habés ni tocado un pelo al barbudo y ya lo tenés más gagá que de costumbre, ¿viste?

     -¿Es él?

     -Oh, sí. The Man Himself. Era él, antes de convertirse en Él. La pregunta importante, Andersón, no es si el Fidelosaurio aprecia las bondades de la chispa de la vida, la pausa que refresca, o como más te provoque llamarla, sino que está cagado del pavor. ¿Lo entendés ya? Usa los titulares para defenderse y la fotografía para negociar. En el segundo párrafo de sus reflexiones... no dice "el Fidelotto", sino "La vergonzante apuesta del Imperio". Las palabras de Chávez y el editorial del periódico están calcadas de sus reflexiones. Pero mirá el cocacolón en la foto. Para mañana va a salir con una Pepsi.

     Alejandro Zarur Medinacelli. Abogado de profesión, nacido en Buenos Aires, residente oficial de Coral Gables, colono subrepticio de Tecamachalco, huésped distinguido en Tijuana. Sesenta y dos años, ochenta y nueve kilos, un metro ochenta y ocho, pelirrojo. No es propiamente un cinéfilo, pero podría recitar enteras la primera y segunda parte de El padrino, así como otras cuatro de Scorsese, una de Leone y dos de los hermanos Coen. Casado cuatro veces, vive tan alejado como puede de su única hija, Apollonia, que nomás por joderlo le ha quitado una ele a su nombre, se ha negado a conocer Buenos Aires y habla como una nueva rica de rancho mexicano. Cada vez que sospecha o se entera que su hija está en Miami, "Don Alex" hace honor a su fama de esfumadizo. De los veintitrés juicios que tiene pendientes en diversos países, seis son por homicidio, cuatro por tortura y tres por secuestro, todos ellos en México. Al igual que lo ha hecho para traer a México a su empleado Segismundo Andersón, Zarur Medinacelli se mueve entre Miami y Tecamachalco en vuelos tan secretos como la contabilidad de sus negocios y su promedio real en el bowling, sin más papeles que los verdes al portador. En lo tocante al tema del protocolo, aprecia especialmente que sus subordinados le besen la mano.

     -Al final tiene clase, el Coma Andante. En ningún lado dice que lo quieran matar, sólo habla de amenazas a la Revolución. Echa pestes contra los apostadores, pero no aclara cuáles son las apuestas. Sólo dice que es una conspiración de tahúres. Ya me estás dando envidia, campeón. Vas a matar a un viejecillo aterrado... y yo era nada menos que el cagón que te iba a dar un millón de dólares por eso.

     -¿Era? ¿Ya no...? -conforme el bolichista le hablaba bien de su desempeño, Segismundo se veía saliendo del hoyo; ahora vuelve a sentirse resbalar y teme ya de vuelta por su barato pellejo. Esta vez no lo habían traído en la cajuela, pero igual lo subieron al coche encañonado, y luego lo bajaron a gritos y empujones. Nada bueno, temióse, podría venir después.

     -Antes de eso -el bolichista encara a Segismundo, le dedica unos ojos de zorro sarcástico, le oprime las clavículas con ambas manos- vamos a hablar de la Corleonetta. ¿Cierto que pensás verla hoy por la noche?

Mañana en FLOR DE LOTTO: El Bullshit Shuffle.

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14 de agosto de 2008
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El cuerpo de los seres de palabra

Hay seres humanos en los que el cuerpo deja pura simplemente de ser apto para la función que de él se esperaba y esto ocurre prioritariamente en aquellos hombres que, marcados excepcionalmente por las exigencias del espíritu, se habrían propuesto el imposible objetivo de que su cuerpo se redujera a instrumento de las mismas. A estos seres les duele el cuerpo, sino exclusivamente si prioritariamente cuando falla, es decir, cuando no permite responder a la radical confrontación que se habían propuesto. Pues, dada su disposición, lo que del cuerpo esperan es meramente que responda, que responda eventualmente en la quiebra y el dolor, mas que responda.

Para que el ser humano  se instale en esa tesitura, en la que meramente espera del cuerpo que no falle, se necesita  una gran lucidez respecto a lo que, en la singularidad de su destino, constituye la cita esencial, aquella que compromete indisociablemente cuerpo y alma.  De hecho jamás en un hombre cuerpo y alma  van cada uno como por su lado (otra cosa es que no se confundan, pues nunca está confundido lo que responde a conceptos diferentes). Por eso, incluso en los momentos de plenitud, los cuerpos de los hombres se hayan ya marcados por el dolor y, desde luego, amenazados por el tiempo. Se trata, sin embargo, en los casos en que estamos evocando, de cuerpos ajenos (¡es increíble!) al mal auténticamente atroz, es decir: ajenos al mal evitable y contingente; ese mal por el cual sufrimos de ordinario, en la parodia de civilización y real barbarie que constituye una sociedad que se distrae de lo que auténticamente duele; mal que resulta de un repudio común de la vida y de lo que, en su seno, nos caracteriza a los hombres.

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14 de agosto de 2008
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Ni paredes ni cerrojos

Un equipo científico de la Universidad de Berkeley, encabezado por el doctor Xiang Zhang, bajo financiamiento del Ejército de Estados y la Fundación Nacional de Ciencias,  ha dado con la clave para ocultar a las personas de la luz visible, y por supuesto también a los objetos. /upload/fotos/blogs_entradas/invisibilidad_med.jpgEstán pensando, por supuesto, en soldados, comandos, o batallones enteros, con sus armas, impedimentas, carros de combate y todo, pero como los inventos militares nunca tardan en pasar a los usos civiles,  seguro que un amante podrá llegar pronto sin que nadie lo vea hasta el lecho de la amada, por muchas paredes y cerrojos que la resguarden, que es lo mismo que asaltar una fortaleza. El reporte dice que los científicos empezaron por lograr la invisibilidad de objetos de dos dimensiones, pero ya han pasado a los de tres.

El hallazgo que desarrollan consiste en recubrir a la persona, o al objeto, con un llamado metamaterial  -mezcla de metal y placas con circuitos impresos-  capaz de desviar la luz que cae sobre la materia, igual que ocurre con el agua que gira alrededor de una piedra en medio de una corriente. Así, el poder del ojo de percibir el reflejo de la luz, quedaría anulado. Volverse invisible significa que alrededor de uno no se creen ni reflexiones ni sombras, y es lo que los científicos de Berkeley están logrando.

¿Dónde había ya algo parecido, en cuanto al procedimiento científico? Por supuesto, en una novela, que son las que crean primero la realidad.

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14 de agosto de 2008
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La mosca

Este mediodía ha aparecido una mosca sobre el aceite de la ensalada. Una reacción decidida y absoluta habría sido deshacerse por completo de la ensalada, pero en realidad el tamaño de la mosca y sus limitadas posibilidades orgánicas no hacían previsible que su influencia se extendiera más allá de un  centímetro cuadrado del líquido. El asco, sin embargo, no conoce límites y su alcance casi infinito ni siquiera podía haber sido satisfecho con el inmediato y universal repudio del plato. El asco no conoce consolación alguna pero ¿a cuento de qué dar tanto pábulo al desconsuelo? ¿En nombre de qué elogio al grotesco victimismo convertir el accidente de la mosca en una magnificación de lo más menudo? ¿No será el comensal quien, con su aparatosa desesperación, teatraliza un daño ínfimo para proclamarse más importante de lo que en ese día es?, una mayor dignidad de lo que se le supondría y un orgullo de rango de grado más alto a costa del bajísimo efecto de la mosca. ¿Un pretexto para aumentar tenidas bajo nuestra dependencia o nuestra desconsideración para exhibirnos como gentes de importancia? La furia contra la mosca nos enaltece y criminalmente nos ensalzamos a costa de la metáfora con la su autoconsideración. De manera parecida se actúa también oscuramente con las personas, despreciadas como la presencia de una mosca y que visualizamos el desprecio a otro u otros. A aquellos que, en verdad, tenemos por tan desdeñables como una mosca pero que reciclados por nuestra jactancia utilizamos como materia prima para inventar nuestra superioridad, nuestra pureza contra la imperfección, nuestra alma exquisita  incompatible con la vulgaridad de la vulgaridad.

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14 de agosto de 2008
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El Boomeran(g)
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