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El profesor que siempre regresa

El día que llegué a Santo Domingo, la República Dominicana estaba sacudida por un terremoto político del que nadie cesaba de hablar: el ex presidente Leonel Fernández, aspirante a una nueva candidatura para las elecciones que se celebrarán en mayo del año entrante, había desconocido el resultado de las primarias del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), en las que se enfrentaba al empresario Gonzalo Castillo. Se trataba de un conflicto interno, aunque de grave repercusión nacional.
 

Su trascendencia, para entenderla, hay que contarla a trechos, hacia atrás. Quien denuncia el fraude es el propio presidente del PLD; y su oponente, a la cabeza del conteo por un pequeño porcentaje de votos, tiene el respaldo del actual presidente de la república, Danilo Medina. Se trata de un sisma dentro del partido político más grande del país, dividido ahora por la mitad, y donde cada mitad tiene a la cabeza a dos antiguos y estrechos aliados.

Y hay todavía más: el Partido de la Liberación Dominicana fue fundado en 1973 por Juan Bosch, tras otro sisma dentro del Partido Revolucionario Democrático (PRD), fundado también por él en el exilio en Cuba, en 1939, en tiempos de la dictadura del Generalísimo Rafael Leónidas Trujillo. El PRD se encuentra ahora también dividido, y una de sus ramas, el Partido Revolucionario Moderno (PRM) concurrió a las primarias para elegir su propio candidato, que resultó ser, en este caso sin disputas, otro empresario, Luis Abider.

A pesar de que la Junta Central Electoral, a cargo del escrutinio de estas primarias, mandó a contar las papeletas emitidas para cotejarlas con los resultados electrónicos, el ex presidente Fernández exige una auditoría del sistema digital; y si la pugna sigue, Abider, el candidato del PRM, se volvería el favorito para ganar las elecciones del año entrante.

Pero gane quien gane la presidencia, ese candidato provendrá de alguno de los partidos, o ramas de los partidos fundados alguna vez por Juan Bosch. Esos partidos han estado repetidas veces en el poder desde el fin de la era Trujillo, a lo largo de más de medio siglo. Él mismo, como candidato del PRD, ganó abrumadoramente las primeras elecciones democráticas que se celebraron en 1962, después que regresó del exilio, al que volvería apenas nueve meses después de haber asumido el cargo, pues fue derrocado por un golpe militar.

Bosch, a quien siguen llamando el profesor, es una figura ejemplar de la historia moderna dominicana, que no se explica sin él, pero es también, al mismo tiempo, una figura trágica.

Escritor de renombre, maestro del cuento en América Latina, un intelectual reflexivo, ferviente defensor de la democracia, y a la vez hombre de izquierda, austero en su modo de vida, y enemigo jurado de la corrupción, creyó que la República Dominicana podía transformarse en Suecia de la noche a la mañana, como si los generales trujillistas no existieran.

Y hay otra figura clave: la del doctor Joaquín Balaguer, colaborador íntimo de Trujillo, quien formuló la doctrina política de la larga dictadura, y luego, con astucia, y sin escrúpulos, se hizo con el poder por varios periodos presidenciales, a la cabeza del Partido Reformista Social Cristiano (PRSC).

Autor de poemas cursilones, los defendía frente a los ataques de "los poetas afeminados que envidian la virilidad de mi arte", según escribió una vez; y por una de esas ironías macabras, el Premio Nacional de Literatura le fue otorgado en 1990 al mismo tiempo que a Juan Bosch, un escritor verdadero.

Pero pese al abismo que mediaba entre ambos, no sólo literario sino, sobre todo, político, se aliaron en 1996 para respaldar al candidato del PLD, Leonel Fernández, y así derrotar a José Francisco Peña Gómez, el líder del PRD, quien se había quedado a la cabeza de aquel primer partido fundado por Bosch tras el sisma de 1973.

Bosch entró en la vejez sin más aspiraciones de llegar a la presidencia, y prefirió respaldar a sus discípulos, el primero de ellos Leonel Fernández. Balaguer, en cambio, se acercó a la muerte siendo siempre candidato, la última vez cuando tenía 95 años, ya completamente ciego. Era la novena candidatura de su vida.

En el año de 2003, en tiempos de la presidencia de Hipólito Mejía, el poder político entonces en manos del PRD, el Congreso Nacional aprobó una ley en la que se mandaba erigir un busto de Balaguer en un parque de Santo Domingo, con la inscripción: "Doctor Joaquín Balaguer, Padre de la Democracia". Otra grave ironía. El partido original de Bosch, declaraba padre de la democracia a Balaguer, heredero de Trujillo.

El partido de Balaguer ahora no cuenta y ha pasado a la cuarta fila. Cuentan los partidos fundados por Bosch, y quien gane las elecciones presidenciales del año entrante será, de una u otra manera, un heredero suyo. No sé si de su pensamiento, pero sí del sistema político dominicano, que no existiría sin él.

 

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15 de octubre de 2019
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La violencia humana (1)

Spike Lee dice que Estados Unidos “glorifica la violencia”. No es ninguna novedad, la glorificó en el Far West y en su lucha contra los indios y contra los búfalos, y la glorificó más tarde a través del cine.

Es rara la película americana que no banaliza la violencia. En casi todas las películas de espías o de serie negra la muerte campea a su anchas: es el fasto barroco de la aniquilación.

Una de las características del cine americano de acción es que la muerte no trae consecuencias de ninguna clase. El protagonista va en su coche, dispara a diestro y siniestro, mata a un individuo en cada esquina, y luego se va a su casa como si no hubiese pasado nada y se toma un zumo de naranja. La narración no explica qué pasa con esos muertos que han quedado en la cuneta: la narración omite toda explicación al respecto, y la culpa brilla por su ausencia.

El otro día estuve viendo la Trilogía de Bourne, y aún siendo bastante aceptable, uno se cansa de tanta muerte y tantas persecuciones en coche, algunas de ellas totalmente rocambolescas e inverosímiles. Al final de la tercera película los dos protagonistas toman copas en un barco que se desliza por aguas tropicales. De los muertos que han dejado atrás nada sabemos, como nada sabemos de todos los asesinatos perpetrados por sus enemigos de la CIA.

Se trata de películas llenas de flecos sueltos en su bien tejida y bien destejida narración, y donde la muerte alcanza una trivialidad absolutamente malsana, a la que ya nos hemos acostumbrado. Su ideología ya la conocemos: matar es un asunto tan expeditivo como trivial.

En una novela negra puede haber muertos, pero es exigible (al menos para mí) seguir a esos muertos hasta el final, hasta su mismo entierro, y ver el efecto que su muerte produce en sus seres más queridos. Son exigencias de la narración y de la más elemental psicología.

Y si hablamos de películas y de novelas, mejor olvidarse de los videojuegos, donde la trivialización del mal llega al paroxismo y el jugador ha de matar a la máxima velocidad posible. Por ahí van los deseos de la modernidad, y los deseos aspiran a encarnarse. No es de extrañar que América sea el país de los asesinos solitarios que asaltan cines y colegios como si fuesen los protagonistas de las películas que entretienen sus noches y sus días.

 

Françoise Sagan se ocupó una vez de uno de esos asesinos, si bien en Europa: Landru, y lo que dijo de él resulta inquietante: “Landru fue un asesino trivial si lo comparamos con los generales que enviaban a miles y miles de muchachos a Verdún”. Alguien dirá que eso es otra historia. Françoise Sagan creía que no.

 

 

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14 de octubre de 2019
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Tarde de otoño

Siento especial debilidad por el libro Duchamp en España (2009), de Pilar Parcerisas, tanto por el texto como por las fotografías y, en general, por la edición de Siruela. Sin embargo, hoy, sábado 12 de octubre de 2019, mi valoración de la obra se ha venido abajo; recorría La Huerta de El Manazas observando la concentración de milanos reales en un dormidero cuando, al apartarme del camino, casi tropiezo con un urinario, oculto entre la hierba, pegado al muro norte de las ruinas de una paridera. Duchamp estuvo aquí, me he dicho, quiso mantener en reserva una copia ante la posible pérdida o rotura y, también, ante la segura negativa de Elsa von Freytag de regalarle otra. Quizá, he pensado, hable con Parcerisas y con Siruela, podría chantajearles, amenazarles con difundir el carácter incompleto del libro, pero no lo haré, prefiero obtener dinero con la venta en China del preciado objeto. Y, entonces, lo que parecía imposible, aumentar aún más mi dicha, ha sucedido, he hallado en la cuneta, resplandeciente gracias a los últimos rayos de sol, una bolsa de 250 gramos de Colines de la marca Auchan, un producto excelente que voy a dividir, la mitad para mí, como tentempié, y la otra mitad para echar en el tejadillo del cobertizo del huerto de las monjas benedictinas, contiguo a mi casa, donde gorriones, urracas y tórtolas turcas, acuden a comer los restos de nuestros desayunos.   

 

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13 de octubre de 2019
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Llave maestra

Has aguantado correctamente la cena de trabajo ; qué combinación tan odiosa la de beber vino haciendo deberes. Desde que ya tienes un pasado, decidiste declinar amablemente las invitaciones a degustar un menú vespertino como acto de servicio laboral, aunque de vez en cuando se cuela alguna si estás fuera de casa y la rutina no te recoge con sus hábitos cada vez más acolchados.

Es tarde y en tu interior ha ido creciendo un fuego, una indignación secreta que no va contra nadie. Tan sólo son las circunstancias. Sientes que te han arrebatado tu tiempo propio, esas últimas horas lánguidas, cada vez más imprescindibles para descargar los datos del día, o lo que es mejor, recrearse con las novelas de Delphine de Vigan o Julian Barnes:Las lealtades y La única historia , dos delicias publicadas por Anagrama, que estos días ha estado de aniversario y a muchos nos ha hecho recordar de qué manera fuimos desvirgados por su colección amarilla y ese je ne sais quoi herraldiano.
El caso es que llegas a la puerta de la habitación de hotel deseando desplomarte sobre el lecho accidental, arre pintiéndote de haber prostituido tus horas mezclando el consomé con detestables Excels, y la tarjeta magnética no abre. El piloto rojo insiste en su negativa. El cansancio no pesa, tumba. Por un momento te ves incapaz de bajar a la recepción y pedir una nueva llave. Tanto es así que recibes un rapto de nostalgia táctil: no hay nada más tranquilizador que sentir las llaves de casa en el fondo del bolso, tintineando con su promesa de felicidad, que por un momento te recuerda a las burbujas del champán.
Hemos intentado reducir el tamaño de nuestros enseres domésticos, y también hemos querido reemplazar virtualmente los cinco sentidos. Pero el tacto, menos exaltado hoy que la vista, el gusto o el olfato, procura un sentido de la experiencia más preciso y reconfortante que cualquiera de ellos. Descartes aseguraba que es el menos engañoso y, por tanto, el más seguro de los sentidos: "Lo que no se no toca no se ve".

Más fiables que las tarjetas magnéticas, las llaves metálicas pesan, abultan y se pierden. ¿Y qué? La resistencia a lo físico y tangible, reemplazado por lo inmaterial, ha modificado aparentemente nuestros hábitos. Comprobamos la carga del móvil en vez de hablar por él, fotografiamos lo que vemos en lugar de vivirlo, observamos constantemente la pantalla como si de ella fuera a surgir el Santo Grial. Pero los gurús que nos condujeron a la vida virtual de la hiperconectividad y la inmediatez anuncian ahora la emergencia de una era posdi gital en el 2020, cuando las llaves magnéticas nos vuelvan a fallar a esa hora en que o se abre la puerta o la derrumbas.

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9 de octubre de 2019
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Me cuesta tanto olvidarte

No soy capaz de despegar del paladar el estribillo de Me cuesta tanto olvidarte desde que se la escuché a José María Cano junto a su hijo Daniel, acompañándole al piano. No se trataba de un concierto, sino de la presentación -en el Congreso de los Diputados- de la Fundación Carme Chacón. Los Cano fueron buenos amigos de Carme. "La echo mucho de menos", confesó Daniel, de 23 años, que ha dado cuerpo a la extrema sensibilidad que alcanzan algunas personas con asperger. Su padre, más pintor que músico ahora, no suele cantar las canciones de Mecano, pero hizo una excepción y le puso palabras a un sentimiento que discurre entre quienes conocimos a la política singular y noble, competitiva y sentimental, hecha a sí misma, capaz de sellar el coraje con la poesía, la disciplina con la pasión.

Se lo cuento a Julia Otero, quien me dice que piensa muy a menudo en ella. Es una frase que oigo con frecuencia, en especial de mujeres. Tan joven, repetimos, y con un futuro prometedor. Tan valiente. ¿O acaso no abrió un buen pedazo del techo de cristal, desafiando la flecha del tiempo? Nunca nos acordábamos de que su corazón latía a tan sólo 35 pulsaciones por minuto: ella, con su vida intrépida, sus vuelos en Hércules, sus jornadas maratonianas y su vida familiar, no se permitía asomo de debilidad.
Hoy, Carme Chacón inspira una fundación que salva vidas de niños que sufren enfermedades del corazón.
Hace unos meses, un taxista me llevó a la estación de Sants y surgió el nombre de Carme. Al hombre se le hizo un nudo en la garganta y lloró silenciosamente, agarrado al volante. Y tras pedirme disculpas -innecesarias- me contó que había llevado a Carme en su taxi poco antes de fallecer. "Cuando ya había bajado, de repente vi un rostro cerca de la ventanilla: era ella, que me decía adiós con la mano. Me quedé impresionado por aquel detalle".

Hoy, Carme inspira una fundación que salva vidas. Tres niñas panameñas han sido ya intervenidas en Dexeus por el doctor Raúl Abella, quien nos impactó con una cifra helada: nuestra sociedad afronta tantos problemas que hay realidades que pasan inadvertidas, como los mil niños que mueren cada día en el mundo por enfermedades del corazón.

En el acto, la sonrisa solar de Carme emerge desde la pantalla. Zapatero asegura que la seguimos sintiendo, que empieza a vislumbrar la verdadera dimensión del personaje a medida que pasa el tiempo. Hay un momento en que servidora tropieza con las palabras en la presentación del acto y, en lugar de "la propia Carme" -el traicionero inconsciente-, dice "la pobre Carme". Rectifico, intento regresar al texto, pero pierdo algunos fonemas, me trastabillo... "Pobre", una manera de nombrar el infortunio, un lamento por la pérdida de su paso firme, taconeado con poder y hermosura. Al terminar, saludo a Miquel, su hijo de once años, y me lamento: "¡Ay, me he equivocado!". Él me responde: "Lo has hecho muy bien y no lo ha notado nadie porque no sabían lo que llevabas escrito". La misma sonrisa solar de su madre. Y el círculo de su memoria se extiende, cada vez más inabarcable.

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9 de octubre de 2019
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Burla y urnas

Negar a los liberales democráticos es una grosería, también lo es que Rivera acepte lo que ha estado negando durante un año
 

Dentro de pocas semanas habrá que acercarse a votar. Incluso quienes se hayan jurado no hacerlo, lo harán. Es difícil abstenerse del único vicio nacional aún permitido. Nunca se sabe lo que durará. La política en España es burda, de brochazo, de uñero. Hace unos días oí dos noticias. En una, Rivera (ya era hora) decía que si era preciso pactaría con Sánchez. En otra, decía Sánchez que nunca pactaría con un tipo que había pactado con la ultraderecha. Eran varias groserías. Es notorio que Sánchez prefiere pactar con los herederos del terrorismo vasco o con los nacionalitarios catalanes. Negar a los liberales democráticos es una grosería, pero también lo es que ahora Rivera acepte lo que ha estado negando obstinadamente durante un año. Políticos toscos.

La política española no es un espectáculo, es una farsa. Uso la palabra en el sentido que le da José Luis Pardo en otro de sus ineludibles artículos, el titulado Tragedia y farsa del socialismo científico en la revista Letras Libres, una de las pocas que aún tratan con seriedad a la cultura seria. Es un artículo que debería divulgarse, estudiarse, discutirse en la universidad porque expresa con limpia claridad el paso de la izquierda clásica (la tragedia de la lucha de clases) a la izquierda reaccionaria (la farsa de las identidades). Los agravios nacionales, de género, de especie, de genética, de cultura, de lengua o de tribu, sirven para crear múltiples empleos, decenas de departamentos universitarios y servicios burocráticos. Clérigos y agraviados.

Esta mutación convierte en una farsa la diferencia entre derechas e izquierdas. Se trata, tan solo, de tácticas mercantiles para la toma del poder, es decir, del capital, vendiendo identidades.

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8 de octubre de 2019
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Metacine

Tengo entendido que a los más incorregibles adictos a las substancias psicotrópicas se les proporciona, como paliativo y sustituto de bajo riesgo, metadona, un analgésico sintético de doble propósito: mantener el efecto narcótico del producto prohibido y aliviar paulatinamente el síndrome de abstinencia de la droga. Pensaba en todo esto hace unos días, mientras iba de un cine a otro a ver, a las cuatro, La mirada de Orson Welles de Mark Cousins, y después, a las ocho, El gran Buster, así como en mi adicción cinematográfica de larga duración (casi la de mi vida entera) y en las metadonas contemporáneas a las que todavía no me someto en la pequeña pantalla casera o informática; yo, como William Burroughs, un junkie que probó las dos vías de acceso a los paraísos artificiales, prefiero la droga dura en vena, es decir, en sala, al menos mientras el cine sea un estimulante legal dispensado tras el paso previo por taquilla. Y para ampliar el espectro de lo auténtico y lo derivado, supe a los pocos días que se estrenaba Entendiendo a Ingmar Bergman, título sincopado del original alemán, dirigido por Margarethe von Trotta.

Se trata a mi juicio, más que de una casualidad o una moda, de una variante del arte del simulacro y la glosa, que también afecta a la literatura actual, en la que priman cada vez más novelas no ficticias o ensayos no epistemológicos, en los que el sujeto supera a la obra, imponiendo por encima de la metodología las veleidades del yo. Otra manera más llana de ver el fenómeno sería asociarlo al género biográfico, que lleva siglos de existencia en lo que respecta a los escritores o a los pintores, y en el cine, por razones obvias, se ha inclinado al biopic de estrellas de la pantalla, cuanto más desdichadas o folloneras, mejor. Ahora, la lupa de la erudición, el examen de archivos y la crestomatía de la obra realizada habría por fin alcanzado al cineasta, y no al modo fantasioso e irreverente con el que se filmó, dos veces, la vida de Hitchcock y una al menos la de Godard. Los tres que hemos citado al principio son primeras figuras de su arte, pero no se me hace fácil imaginar el mismo tratamiento de exaltación y búsqueda minuciosa de indicios que practican Cousins, Bogdanovich y von Trotta aplicado, por ejemplo, a los inmensos Yasujiro Ozu, John Ford o Manoel de Oliveira.

Los metatributos recién estrenados se ven con gran placer, por la estatura de los directores retratados y el puro placer de ver no sólo fragmentos memorables de sus obras fílmicas sino también retales desconocidos de ellos mismos. En el caso de La mirada de Orson Welles, A Contracorriente Films, la audaz distribuidora de los tres documentales, la ha rebautizado elegantemente, quitándole el fetichismo adorador, tan ñoño a veces, que el crítico de origen escocés Mark Cousins muestra respecto a Welles; el film se llama en inglés The Eyes of Orson Welles, y más allá del rostro del americano, Cousins delira por su ídolo (que también lo es mío, aclaro), terminando su comentario en off, más propio de colega que de estudioso serio, con una declaración de amor un tanto sonrojante referida al autor de Sed de mal: "Gracias por seguir haciendo miel como las abejas".

Pero Cousins ha trabajado a fondo, y tuvo además la suerte de hallar en una oficina de Nueva York una maleta llena de interesante material inédito, en papel sobre todo, con curiosísimos bocetos y acuarelas de la mano de Welles. Lo mejor, con todo, es la importancia dada al Welles político y al Welles enamorado; según su hija Beatrice, la inolvidable pajecillo de Campanadas a medianoche hoy una mujer madura entrevistada en su casa de México, el gran amor de la vida de Orson fue Dolores del Río, muy por encima de lo que su padre sintiera por Rita Hayworth o por la propia madre de Beatrice, la italiana Paola Mori. Y el compromiso progresista y antirracista del director está muy bien contado, con entrevistas poco difundidas de radios americanas y la BBC. En una de ellas podemos oír al maestro explicar el final, distinto al de la novela, que él quiso darle a su película de El proceso; Kafka escribía antes de Hitler, pero no así él al adaptarla al cine: el Holocausto fue su referencia.

Los trabajos hagiográficos de von Trotta y Bogdanovich son menos carnales, pero también más convencionales, pues ambos directores recurren, al contrario que Cousins, al trillado expediente de los bustos parlantes, que no siempre tienen cosas que decir. En El gran Buster le elogian, entre otros, Mel Brooks, Werner Herzog y Quentin Tarantino, todos más bien de modo rutinario; otro entrevistado muy poco o nada conocido dice sin embargo la frase más llamativa del documental: "El mejor efecto especial de las películas de Keaton era él mismo". Los fragmentos mostrados son una delicia, naturalmente, y siempre gusta ver el emparejamiento con Chaplin en Candilejas, donde actúan ambos como es sabido; Bogdanovich reafirma lo que yo siempre tuve por leyenda, que Keaton mismo, que era gran cineasta aparte de gran cómico, dirigió la escena de la muerte de Calvero, el protagonista, mientras Chaplin, dentro del encuadre, yace en la cama turca de su camerino, que será su lecho mortuorio; la escena está rodada con gran refinamiento y eficacia patética, dentro del sentimentalismo sublime de ese film. Y llama mucho la atención el retazo teatral incluido, de un Buster Keaton en una función de los años 1940 en Broadway: impresionante. Aunque un atropellado Bogdanovich, juzga huero el papel que Keaton interpretó en la obra maestra Film, mediometraje mudo realizado en 1964 en las calles del Village de Nueva York por Alan Schneider siguiendo "desde el concepto original hasta el último fotograma" la visión y el tono fijados en el guión de Samuel Beckett, activamente presente durante todo el rodaje y al que sin duda se puede considerar co-autor del film.

La alemana von Trotta da a conocer su apuesta desde el primer envite. Ella quiere contar su amor por Ingmar Bergman, aunque, lógicamente, tiene también que contar las relaciones eróticas del director sueco con varias de sus heroínas; es otra curiosa coincidencia que tanto Welles como Keaton y Bergman fueran los tres no diré que mujeriegos, palabra sospechosa en la actualidad, pero sí de amores profusos y dados al casamiento. En cuanto a bustos parlantes, sorprende que el francés Olivier Assayas, director a menudo inspirado, diga solo banalidades, algo que sin embargo no sorprende oír de la boca del sueco Ruben Östlund, tan superficial opinando de cine como haciéndolo. Carlos Saura, en francés, apunta a la sexualidad imperante en el cine bergmaniano, pero sabe a poco. ¿Dijo más y fue cortado en montaje? Quienes sí tienen cosas que decir son los intérpretes, mucho mejor ellas que ellos, de ese grandísimo director de actores que fue Bergman. Y cuando se mezclan en las declaraciones el trabajo y el amor, Liv Ullmann y Gunnel Lindblom nos seducen doblemente. Se habla mucho de teatro, lo que es de justicia, no se evade el espinoso asunto de su encontronazo con el fisco sueco, y hay una alusión que parece anecdótica y yo considero substancial: Bergman gustaba de trabajar en lugares fríos y oscuros, siendo 12 grados su temperatura ideal. De ahí que la pasión latente en su extraordinaria obra nunca se queme en la incandescencia.

Si estos tres films aquí reseñados producen, con todos sus aportes, un cierto efecto de placebo, lo que se anuncia es aún más profiláctico: What She Said, un documental, estrenado ya en la Berlinale del pasado febrero, sobre la crítica norteamericana Pauline Kael, temida con respeto y denostada con saña, según los gustos. El mío respecto a ella es intermedio, pero la verdad, para leer u oír fórmulas magistrales de cine prefiero, antes que al doctor, al practicante. Por ejemplo glorioso, Agnès Varda, que se ha despedido del mundo a los 90 años (en esa maravilla que es Varda por Agnès), sentada ante un atril y alucinándonos con su sabiduría de primera mano.

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4 de octubre de 2019
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El megalómano

Ayer me pareció entrever y medio oír una noticia según la cual un señor se quejaba de que la Guardia Civil le visitaba sin llamar al timbre
 

Un catarrazo me ha destruido el cerebro y otras partes sustanciales del cuerpo. Cuando estás febril y con los animales (pulmones, estómago, ojos, laringe) en rebeldía, por lo menos yo tiendo a sufrir alucinaciones. Así que ayer me pareció entrever y medio oír una noticia según la cual un señor se quejaba de que la Guardia Civil le visitaba sin llamar al timbre. "¡Estoy harto, decía, de que nos despierten golpeando la puerta de madrugada!". Usaba un plural poco convincente. No se sabía a quién había despertado la Guardia Civil ni por qué. Deduje que era una escena de alguna película sobre el Holocausto y que quien se quejaba era un judío del gueto de Varsovia.

Luego me fijé un poco más y vi entre nubes a un señor gordito, con el pelo de persiana y lo reconocí de inmediato. Era el mismo que pocos meses antes había dicho que era Mandela y un poco antes que era Gandhi y antes que era el acorazado Potemkin. Bien, pensé, este hombre no está en sus cabales, pero es que tiene muchísimos problemas para llegar a fin de mes y pierde la cabeza. Como yo, pero sin el catarro. Me fijé un poco más y retrocedí espantado. A quien de verdad se parecía es a la señora Doubtfire, con gafas y todo. Un personaje más acorde con su posición ante la historia.

Pero luego me enfadé. ¿Cómo se atreve este funcionario que instruye a los matones (apreteu, apreteu!), cómo osa compararse con la dulce y sensible Ana Frank? ¿No está humillando a los judíos aterrorizados por tipos como él durante el dominio de los nacionalistas alemanes? Recordé a Shostakóvich, ovillado al pie de la escalera, de madrugada, muerto de frío, a la espera de los esbirros de Stalin que vendrían a buscarle en cualquier momento. Resígnese a su papel histórico, señora Doubtfire, y deje de hacer el ganso.

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1 de octubre de 2019
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El viaje como libertad

La convalecencia en una cama de hospital, entre paredes verde aqua, incita a pensar en la libertad de los viajes, los que deparan los libros, y la propia vida. Y anclado así en la cama, le he pedido mujer que me traiga ciertos libros que quiero, indicándole dónde buscarlos en los estantes por el momento lejanos de mi biblioteca.
 

Porque además de viajar en aviones o en trenes, o en las carreteras, pues ya no alcancé la era de los barcos trasatlánticos, para mi nostalgia, he aprendido a viajar en los libros, gozando de la ventaja de que te pueden llevar no sólo a través de los espacios, sino de las edades. ¿Viajar es más necesario que vivir? ¿O para viajar hay que vivir?

Cuenta Plutarco que Pompeyo Magno veía que los marineros de su armada no querían hacerse a la mar tempestuosa, y entonces los arengó, y una de las frases de esa arenga ha quedado para siempre: "navegar es necesario, vivir no es necesario".

Fernando Pessoa la transformó siglos después: "quiero para mí el espíritu de esta frase, transformada/La forma para casarla con lo que yo soy: vivir no es necesario; lo que es necesario es crear..."

Crear viajando, crear leyendo, crear escribiendo. Crear viviendo.

Ismael, el marinero que como único sobreviviente del naufragio nos cuenta la historia del viaje fatal del Pequod en Moby Dick, la novela de Herman Melville, explica desde la primera página el porqué de sus ansias de navegar: "...cada vez que me encuentro parándome sin querer ante las tiendas de ataúdes...entonces, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda".

El capitán Ahab quiere llegar cuantos antes a su destino para encontrarse con la ballena blanca, que años atrás le arrancó una pierna. Este será un viaje poco placentero, un viaje en busca de la venganza, pero uno de los grandes viajes de la literatura. Ismael, que cuando se pone melancólico piensa en ataúdes, salvará su vida en el naufragio agarrado a un ataúd fabricado por el carpintero de abordo, que aparece flotando a su lado.

Joseph Conrad fue él mismo un viajero buena parte de su vida, como marino mercante. En El corazón de las tinieblas, Marlow navega a través del río Congo, en tiempos de la brutal colonización belga en África, cumpliendo el encargo de buscar a Kurtz, que ha enloquecido. Es otro viaje. No hacia la venganza, sino hacia la violencia, la explotación, y la ambición de poder y riqueza.

Simbad el Marino, "poseído con la idea de viajar por el mundo de los hombres y de ver sus ciudades e islas", se encuentra de repente en una la isla que no es sino el lomo poblado de árboles de una ballena dormida, que de pronto despierta y se adentra en la profundidad del mar". Un viaje a lo imposible esta vez, como son siempre los viajes de la imaginación.

Son libros que llamamos clásicos, porque según Ítalo Calvino siempre tienen algo nuevo que enseñarnos. Han sido leídos generación tras generación, desde La Odisea a La isla del tesoro de Stevenson, y eso los hace clásicos también, la repetición.

Quizás Melville nunca imaginó que Moby Dick se convertiría en un libro para niños, y tampoco Homero pudo vislumbrar que Ulises llegaría a ser un personaje de películas de dibujos animados.

O que las tramas que inventaron se volverían patrones de conducta en la literatura, en el cine, en las series de televisión que se multiplican hoy en día, en las telenovelas, en los comics. Si hay un viaje, hay obstáculos. No hay viajes placenteros donde los amaneceres se sucedan un día tras otro sin sorpresas urdidas por malvados, o por el destino mismo.

El gusto de leer, y el de vivir, están en las interrupciones de la felicidad. Toda lectura, o toda vida que empieza a adentrarse en lo desconocido, es una promesa de felicidad; y en la medida que esas interrupciones se multipliquen, mejor disfrutaremos como lectores, y seremos, igual que los personajes, víctimas del destino y sus desatinos.

Ulises quiere llegar cuanto antes a su hogar en Ítaca, descansar en el regazo de su mujer, abrazar a su hijo tras diez años de ausencia. Pero no puede. Tendrán que pasar otros diez años de obstáculos, peligros de muerte, aventuras amorosas, secuestros, naufragios, el descenso a los infiernos. Si no, no habría historia que contar.

La felicidad prolongada se queda fuera del viaje, y fuera de las páginas del libro. La frase "y vivieron felices para siempre" cierra el relato, y lo que ocurra después ya no nos incumbe, ya no nos interesa porque la dicha sin obstáculos no es literaria, como tampoco los viajes sin tropiezos ni sorpresas.

Y desde la cama del hospital, lejos de la libertad, uno oye el canto terrible y seductor de las sirenas, igual que Ulises amarrado al mástil de su nave.

 

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1 de octubre de 2019
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Y huye de ellos la muerte

"Y en esos días buscan los hombres la muerte, y no la encuentran; y desean morir y huye de ellos la muerte". (Apocalipsis 9,6).
 

Tras el suicidio de Jeffrey Epstein en una prisión de Nueva York, donde se hallaba acusado de gravísimos delitos de carácter sexual, la prensa se hizo eco de negligencias por parte de los responsables de la prisión, dado que días atrás habría fracasado en un primer intento de suicidio. De hecho ciertos analistas se escandalizaron de que en una prisión de alta seguridad (la misma en la que fue recluido el narco mexicano El Chapo) quepa alguna posibilidad de que un interno tenga medios para atentar contra su propia vida.

Sin duda cabe pensar que las motivaciones de los legisladores a fin de excluir toda posibilidad de suicidio tienen base en consideraciones humanistas: la situación de prisión puede provocar una depresión pasajera de la que se espera el sujeto se repondrá; privarle de los medios de darse muerte sería pues tan imperativo para los responsables de la prisión como para el médico intentar salvarle caso de efectivo intento.

Sin embargo entre las críticas de las que fueron objeto los gestores del centro, llama la atención la formulada por una de las víctimas. Sin ambages, esta les acusaba, no de haber fallado a un deber de custodia de la vida, sino de haber posibilitado que el acusado escapara al castigo. Escapara, eso sí, al precio de la muerte, pero al fin y al cabo...escapara. El diario El País se hacía eco de sus palabras exactas: "Deberemos vivir con las cicatrices de sus acciones el resto de nuestras vidas, mientras que él no se enfrentará nunca a las consecuencias de los crímenes que cometió".

Una cosa es imponer la muerte a un reo y otra muy diferente exigirle que a toda costa...viva. En el caso de un malhechor hay pocas dudas de que ello esconde una sombra de venganza, una exigencia de que pague en el dolor y la tiniebla. Pero la cosa va más allá del castigo por delitos más o menos ignominiosos. Y toca de pleno a la reivindicación del derecho moral de morir. Asunto sobre el que volveré. Retomo ahora la frase del Apocalipsis que citaba al principio, insertándola en el contexto (traducción de Patxi Lanceros en edición de Abada con un impagable prólogo del traductor):

"Y tocó el quinto ángel. Y vi caer una estrella desde el cielo hasta la tierra. Y se le dio la llave del pozo del abismo, y subió humo desde el pozo, como humo de un gran horno, y se oscurecieron el sol y el aire por el humo del gran horno. Y de este humo salieron langostas a la tierra .Y se les dio potestad, como la potestad que tienen los escorpiones de la tierra. Y les fue dicho que no dañaran la hierba de la tierra, y ninguna verdura, ni ningún árbol, sino a los hombres que no tienen la señal de dios sobre sus frentes. Y no se concedió que los mataran, sino que fueran torturados cinco meses. Y su tortura es como la tortura del escorpión cuando pica al hombre. Y en esos días buscan los hombres la muerte, y no la encuentran; y desean morir y huye de ellos la muerte".

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27 de septiembre de 2019
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El Boomeran(g)
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