Vicente Molina Foix
Nunca he blasfemado, sin embargo, y eso que la blasfemia, como todos los actos delirantes, puede aliviar el estrés que da el vivir cuando las cosas no salen a pedir de boca. Pero seamos claros: quien blasfema en palabra o caricatura a nadie ataca y a nadie hiere o mata; libera una rabia en una imagen o en una parrafada. Y si no que se lo digan a Willy Toledo, uno de nuestros más grandes actores, que a veces, fuera del escenario o saliéndose del guión, se encabrita. La denuncia de una asociación de Abogados Cristianos le llevó a juicio, pero la magistrada de lo Penal que le ha absuelto lo ha visto claro y ha sido justa.
Yo tengo la fortuna, como la tendrá una parte de mis lectores, de no sentir apego a las religiones pero sí a sus símbolos, transformado lo sacro en retablo churrigueresco, templo gótico o misa cantada. Por eso, sin adorarlos, nunca querría excretar nada sobre el Padre Eterno, la Pilarica o Buda. Otra cosa distinta es hacer chufla. Baudelaire reclamaba como un derecho humano el irse ("s´en aller"). Después del irse, añadiría yo, viene el reírse, de lo divino y lo humano. Sin agredir. Sin tener que ir al trullo.