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Cagüendiós

Por 9 de marzo de 2020 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Vicente Molina Foix

No sólo hay malas noticias. En Irlanda se puede blasfemar libremente desde hace más de un año, pese a que los irlandeses son personas mayormente católicas. Yo también fui católico, como muchos de ustedes, pero me quité pronto, en mi último año de colegio religioso. Al principio costaba, como siempre cuesta dejar de ser adicto a algo que te conforta, te perdona si caes y te promete paraísos artificiales no prohibidos por la brigada narcótica. Luego empiezas a verle ventajas al ser ateo y al lado práctico de sus corrientes allegadas: el epicureísmo, el libre albedrío, la tentación no apartada, los variados sufijos sexuales terminados en ismo.
 

Nunca he blasfemado, sin embargo, y eso que la blasfemia, como todos los actos delirantes, puede aliviar el estrés que da el vivir cuando las cosas no salen a pedir de boca. Pero seamos claros: quien blasfema en palabra o caricatura a nadie ataca y a nadie hiere o mata; libera una rabia en una imagen o en una parrafada. Y si no que se lo digan a Willy Toledo, uno de nuestros más grandes actores, que a veces, fuera del escenario o saliéndose del guión, se encabrita. La denuncia de una asociación de Abogados Cristianos le llevó a juicio, pero la magistrada de lo Penal que le ha absuelto lo ha visto claro y ha sido justa.

Yo tengo la fortuna, como la tendrá una parte de mis lectores, de no sentir apego a las religiones pero sí a sus símbolos, transformado lo sacro en retablo churrigueresco, templo gótico o misa cantada. Por eso, sin adorarlos, nunca querría excretar nada sobre el Padre Eterno, la Pilarica o Buda. Otra cosa distinta es hacer chufla. Baudelaire reclamaba como un derecho humano el irse ("s´en aller"). Después del irse, añadiría yo, viene el reírse, de lo divino y lo humano. Sin agredir. Sin tener que ir al trullo.

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Vicente Molina Foix

 Vicente Molina Foix nació en Elche y estudió Filosofía en Madrid. Residió ocho años en Inglaterra, donde se graduó en Historia del Arte por la Universidad de Londres y fue tres años profesor de literatura española en la de Oxford. Autor dramático, crítico y director de cine (su primera película Sagitario se estrenó en 2001, la segunda, El dios de madera, en el verano de 2010), su labor literaria se ha desarrollado principalmente -desde su inclusión en la histórica antología de Castellet Nueve novísimos poetas españoles- en el campo de la novela. Sus principales publicaciones narrativas son: Museo provincial de los horrores, Busto (Premio Barral 1973), La comunión de los atletas, Los padres viudos (Premio Azorín 1983), La Quincena Soviética (Premio Herralde 1988), La misa de Baroja, La mujer sin cabeza, El vampiro de la calle Méjico (Premio Alfonso García Ramos 2002) y El abrecartas (Premio Salambó y Premio Nacional de Literatura [Narrativa], 2007);. en  2009 publica una colección de relatos, Con tal de no morir (Anagrama), El hombre que vendió su propia cama (Anagrama, 2011) y en 2014, junto a Luis Cremades, El invitado amargo (Anagrama), Enemigos de los real (Galaxia Gutenberg, 2016), El joven sin alma. Novela romántica (Anagrama, 2017), Kubrick en casa (Anagrama, 2019). Su más reciente libro es Las hermanas Gourmet (Anagrama 2021) . La Fundación José Manuel Lara ha publicado en 2013 su obra poética completa, que va desde 1967 a 2012, La musa furtiva.  Cabe también destacar muy especialmente sus espléndidas traducciones de las piezas de Shakespeare Hamlet, El rey Lear y El mercader de Venecia; sus dos volúmenes memorialísticos El novio del cine y El cine de las sábanas húmedas, sus reseñas de películas reunidas en El cine estilográfico y su ensayo-antología Tintoretto y los escritores (Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg). Foto: Asís G. Ayerbe

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