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Eder. Óleo de Irene Gracia

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La última voluntad de Borges

Carta de Jorge Luis Borges a EFE. Fuente: adnculturaQuienes pretendieron manipular la última voluntad de Jorge Luis Borges se encontraron con una barrera infranqueable: María Kodama y la opinión pública. Han tenido que retroceder. Pero si no hubiera sido suficiente eso, había un as bajo la manga: una carta a la agencia de noticias Efe donde expresa su última voluntad. Dice el ADN Cultura:Jorge Luis Borges envió el 6 de mayo de 1986, semanas antes de morir, una carta a la agencia de noticias Efe en la que reconocía "la determinación de ser un hombre invisible" en Ginebra, una ciudad en la que se sentía "misteriosamente feliz". "Soy un hombre libre. He resuelto quedarme en Ginebra, porque Ginebra corresponde a los años más felices de mi vida", explica la carta, enviada al entonces presidente de Efe, Ricardo Utrilla, y difundida el 21 de mayo de 1986. Borges, que había definido la muerte como "la gran esperanza que me queda", en una entrevista con Efe tres años antes, falleció el 14 de junio de 1986 y fue enterrado en el cementerio ginebrino de Plainpalais, pero la diputada argentina propuso trasladar sus restos al camposanto porteño de La Recoleta. "Mi Buenos Aires sigue siendo el de las guitarras, el de las milongas, el de los aljibes, el de los patios. Nada de eso existe ahora. Es una gran ciudad como tantas otras", le "responde" "avant la lettre" Borges en la carta. "En Ginebra me siento extrañamente feliz. Eso nada tiene que ver con el culto de mis mayores y con el esencial amor a la patria. Me parece extraño que alguien no comprenda y respete esta decisión de un hombre que ha tomado, como cierto personaje de Wells, la determinación de ser un hombre invisible", concluía.¿Cómo es que su biógrafo, Alejandro Váccaro, quien apoyó la tesis de la repatriación, desconocía esta carta?



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26 de febrero de 2009
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Libertad sin arbitrariedad… necesidad sin predeterminación

He tenido aquí ocasión de señalar que  la mayor subversión en  la historia del ente es la que supone la tesis de que la naturaleza inmediata (aquella que es soporte de la naturaleza viva y a fortiori de la dotada de lenguaje), no responde a los rasgos que desde Aristóteles a Einstein se consideraban como las condiciones mínimas  de posibilidad de hablar de naturaleza. Remito al lector al final de este texto (tras los asteriscos) en el que resumo el asunto,  permitiéndome ahora una consideración relativa al arte, avanzando esta frase del físico D. Gillespie: "una medida nos dice mucho más acerca del estado del sistema inmediatamente después de la medida, que del estado del sistema antes de la medida.

Un célebre director de orquesta sostenía que lo fascinante en Mozart reside no  en el hecho obvio de que escuchado un segmento sea imposible adivinar qué vendrá a continuación, sino en que, cuando el posterior segmento surge, se hace evidente que no podría en modo alguno ser reemplazado por otro. La que escribirá el compositor  es a la vez imprevisible, pues ningún objeto se lo dicta, y necesario, pues no puede - sin rechinar- trascender las fronteras de un determinado espectro (que, si se trata de una nueva frase, nada tiene que ver con el espectro anterior). Es así que libertad sin arbitrariedad y necesidad sin predeterminación, aparecen como criterios  de posibilidad de la obra de arte:

El arte es, obviamente, ajeno a la lógica según la cuál el espíritu se limitaría a reflejar las leyes de una realidad objetiva, en la cual lo que acontecerá se hallaría pre-determinado por lo que ya aconteció. Mas el hecho de que, aun dándose estricta necesidad, sea imposible predecir la forma o valor de lo que va a acontecer trasciende el ámbito del arte. Cuando aquello que se dispone a medir es incompatible con el rasgo que el objeto medido posee en ese momento (simplemente como resultado de que se efectuó una medida anterior), el investigador cuántico no busca constatar un valor que ya estaría dado y que simplemente aun ignora, sino que forja ese valor en el acto mismo de; asimismo el artesano enfrentado a un bloque de madera no constatas por su acción la existencia de la mesa, sino que la genera a partir de lo que era mesa tan sólo en potencia y que antes de la acción podría por ejemplo ser silla (incompatible, pues, con el ser mesa)

La nota que escribirá el compositor  es a la vez imprevisible, pues ningún objeto se la dicta, y necesaria, pues no puede - sin rechinar- trascender las fronteras de un determinado espectro. Y como se trata de una nueva nota o de una nueva frase, como no se trata de una mera repetición de la ya avanzado, el  espectro en el que ahora el compositor o el poeta se desenvuelve nada tiene que ver con el espectro anterior.

Libertad sin arbitrariedad y necesidad sin predeterminación, tales son las condiciones de posibilidad de la obra de arte:

Libertad, en razón de que el artista no es jamás un mero transcriptor de lo ya dado. Ausencia de  arbitrariedad, pues tras un primer rasgo nota o frase la voluntad del artista poco cuenta. Necesidad, pues el espectro de valores que determina cada paso ha de ser compatible con el todo -no forzosamente de rasgos simultáneamente compatibles- de la obra.  Ausencia de  predeterminación, dado que antes de la intervención del artista es imposible decir que surgirá.

                                                           ***

                Nota complementaria:

 Empezaré por una reflexión sobre asuntos elementales: la mesa sobre la que escribo es cabalmente, mientras que la superficie de la mesa, que no puede darse sin la mesa, sólo tiene el ser que la mesa le confiere por su condición de atributo de la misma.

La cosa parece una obviedad, pero la filosofía se nutre de obviedades que, en algún momento, dejan atónito. De ahí que Aristóteles se volcara en este asunto, intentando encontrar un criterio que le permitiera discernir con claridad entre estas dos modalidades: por un lado lo que cabalmente es;  por otro lado lo que se limita a participar del ser de otro. Y lo extraordinario es que dio con el criterio, criterio que aquí sintetizo:

Esta pluma, como la mesa sobre la que escribo  es una entidad física dado que es una sustancia, lo que significa que es capaz de hallarse en movimiento y también de estar en reposo. Eventualmente puedo arrojarla contra alguien. Ésta no es una función trivial de las entidades físicas, dado que es imposible hacer lo mismo con la superficie de la pluma. La superficie viaja con la pluma o permanece donde está si nadie mueve la pluma, pero por sí mismas, las superficies no viajan ni permanecen donde están. Esto es realmente lo que hay que entender en el complejo deambular de las reflexiones aristotélicas relativas a la sustancia.

El mismo Aristóteles atribuye a la naturaleza un segundo rasgo análogo a la que la física denomina posición, aunque esto es mucho más complejo, puesto que el tópos de Aristóteles nada tiene que ver con la ubicación en el espacio galileano-newtoniano, en relación al cual hablan de posición los manuales de física en sus capítulos pre-relativistas. Cambiemos ahora de atmósfera, sin dejar en absoluto el tema:

 Afirmamos sin dudar que la mesa es una entidad física. Pero, ¿qué es lo que nos permite decir eso? En física clásica, la respuesta sería: 1) Porque tiene la evocada cantidad de movimiento, es decir, tiene masa (cuantificada en kilogramos), velocidad y el producto de ambas. 2) Porque tiene una ubicación, lo que no está muy claro hasta que sepamos qué significa exactamente ubicación.

               Todo esto tuvo una enorme importancia en la historia del pensamiento cuando, en el siglo pasado, los físicos fueron capaces de demostrar que la cantidad de movimiento y la ubicación son dos determinaciones que no pueden darse a la vez en una entidad física: o determinamos masa y velocidad (eventualmente nula), o determinamos ubicación, nunca ambas. Tenemos ahí uno de los más fascinantes debates en la historia del pensamiento, y que en esta reflexión no puedo dejar de considerar con cierto detalle, entre otras cosas porque una muy conocida polaridad aristotélica (potencia/acto), puede aportar cierta luz al asunto.

 

Lo esencial de lo hasta ahora enunciado sobre la entidad física se resume en lo siguiente: si algo se muestra,  pero se revela carecer de cantidad de movimiento (por consiguiente de masa) o de posición hemos de considerar que se trata de una falsa apariencia de  entidad física, algo así como una fantasmagoría, como máximo se tratará de una mera superficie. Obviamente lo que precede supone que ambas determinaciones (posición y cantidad de movimiento) son susceptibles de coincidir y a fortiori son entre sí compatibles. Pues bien:

Aunque sea de manera digamos periodística, muchos son los ciudadanos informados de que algo trascendente ocurrió en un registro que toca directamente a este problema, aunque no siempre la relación sea puesta de relieve. Me estoy refiriendo a lo que casi popularmente se conoce como Principio  de Incertidumbre, que se vincula a nombres de científicos que forman parte de los santones de nuestra cultura. En los enunciados digamos cualitativos (o sea, sin formulación matemática) se dicen dos cosas cuya conexión no es del todo evidente:

          Incierto no es pues sólo lo que aun no está, incierto es asimismo lo que se creía ya dado. Ateniéndose al ejemplo antes evocado y que es, de hecho, el más mencionado:

         Reduciendo el ámbito en el que cabe ubicar un objeto, reduciendo la incertidumbre respecto a su  posición (lo cual equivale a privilegiar la función de onda frente al aspecto corpuscular) se incrementa la incertidumbre respecto a su cantidad de movimiento. Mas la determinación objetiva de esta última (otra cosa es la ignorancia subjetiva respecto de la misma) constituía  una condición de posibilidad de referirse a la physis, no ya desde los padres de la Mecánica clásica, sino desde el mismo Aristóteles.  De ahí que el Principio de incertidumbre pueda efectivamente ser considerado como la mayor subversión en la historia de las reflexiones sobre la entidad. Supongamos que efectuamos una operación de medición tendiente a determinar la cantidad de movimiento. Supongamos además que lo hacemos  tras haber efectuado una operación de medición tendiente a determinar la ubicación (privilegiando en nuestros aparatos de medida la determinación del aspecto ondulatorio). En la jerga del formalismo matemático de la mecánica cuántica ello significa que, antes de la nueva intervención, el sistema se halla entonces bajo la legislación del operador posición  y que carece propiamente hablando de cantidad de movimiento. Esta sólo surgirá como resultado de que  el operador posición (que carece de vectores propios que lo sean también de la cantidad de movimiento) ha sido sustituido por el operador cantidad de movimiento, y que el rasgo de la entidad que la cantidad de movimiento constituye surge como resultado de tal sustitución. Tenemos

a) El rasgo físico ha sido literalmente creado, por la intervención, o al menos cabe decir que ésta ha posibilitado su paso de un ser meramente potencial a un ser actual. Acéptese además,

 b) El investigador tiene antes de la intervención una posibilidad de hacer previsiones sobre lo que va a resultar de la operación que va  a realizar, es decir: conoce la probabilidad estadística de que salga una determinación  (un número real) u otra.

Como corolario de la asunción de a) y b) cabe enunciar.

c) El investigador hace previsiones, no exactamente sobre la realidad que a él le es dada sino sobre la realidad que él mismo forja. El  investigador hace previsiones estadísticas sobre una contingencia (contingencia porque, al menos que se vuelva a medir lo que ya está dado, es decir, en el caso señalado volver a intervenir con el operador posición (y aun así haciendo abstracción de la perturbación termodinámica) la probabilidad 1 de que deba salir tal valor determinado nunca se da. Pero el espectro global de tal contingencia sólo depende del propio observador, en tanto sujeto que mide. Como escribe D. T. Gillespie "una medida nos dice mucho más acerca del estado del sistema inmediatamente después de la medida, que del estado del sistema antes de la medida.

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26 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Asilo en la Tierra de Sión

 

Lo que viene a decir Simón Peres cuando ofrece asilo a Roberto Saviano es que en Israel encontrará refugio y protección. Es posible que veas estallar los cohetes de Hezbolá o las tracas de Hamás, pero no debes temer a los sicarios napolitanos: no aquí.

Espero que el Presidente de Israel haga el mismo ofrecimiento a Emilio G., el joven vasco que destrozó a martillazos la herriko taberna de Lazkao y cuyo apellido hoy no podemos conocer. Lo comprendió Emilio mientras la policía lo esposaba: "lo siento por mis padres".

Efectivamente, los patriotas vascos de la localidad ya pasean las antorchas por la calle y después de concelebrar la bomba con la que ETA reventó la casa de Emilio se apresuran a escenificar el progromo reservado a los que dan la cara.

Emilio es socialista e hijo del concejal socialista fundador de la Casa del Pueblo destrozada por la bomba de ETA, pero el Partido Socialista de Euskadi se siente obligado a recalcar ante la prensa que el impulsivo e impaciente joven "no mantiene ningún vínculo con el partido".

Ojalá Simón Peres comprenda la dimensión de la vendetta reservada contra Emilio G. y le ofrezca refugio en la tierra de Sión: sólo aquí estarás libre de los sicarios de ETA.



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26 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Si hoy tuviera que leer un cuento

Ya he confesado mi amor por la novela "El lector", un viejo amor que llegó como tantos de la pasión y el olfato de Herralde. También me gustó, lo repito, y me emocionó la película. Por ella, por Kate, y por casi todo lo demás. Una de las cosas que me han pasado buenas al ver la película- no recuerdo si también con su lectura hace ya bastantes años- es el deseo de leer, o de releer, algunas de las lecturas de esos furtivos amantes.

La que yo hice, la que volveré a hacer, y seguramente no será la última vez, es volver a Chejov. Volver a sus cuentos. Conozco dos ediciones recientes de los imperecederos cuentos de Chejov editados entre nosotros. Una es la antología muy sugerente y original, no cronológica, sino emocional que se publicado en Pre- Textos, con edición de Muñoz Millanes y traducción de Víctor Gallego. Una hermosa edición con algunos de sus mejores cuentos.

Otra edición, esta en "debolsillo", se llama "Cuentos imprescindibles", de varios traductores y edición y prólogo de Richard Ford. Todo un lujo. Una invitación inteligente y apasionada de uno de los mejores escritores americanos. Dice Ford en su prólogo que Chejov sigue siendo uno de los escritores que mayor incidencia, que mayor presencia tiene en los escritores del siglo XX: "...para buscadores como nosotros, Chejov es un guía, quizá "el" guía" Y aconseja una lectura placentera y lenta. Y una relectura sin prisas para darse cuenta que el tiempo no pasa por esos relatos redimidos por el lenguaje.

Y nos apetece leer, o que nos lean como en "El lector", ese cuento que se lee en el libro de Schlink, y en la película, esa joya que Chejov publicó en 1899 llamado "La dama del perrito". Llegar a casa, abrir el libro y comenzar el cuento: " Decían que por el paseo marítimo había aparecido una cara nueva: una dama con un perrito"



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26 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Malévolas o benévolas?

¿Leyeron Las benévolas (Les Bienveillantes)? Hablo de la novela del estadounidense que escribe en francés Jonathan Littell, ganadora del premio Goncourt y el Gran Premio de la Académie Francaise de 2006. Yo no, al menos todavía, a pesar de que ya ha sido editada en español hace algunos meses. Pero de todos modos estaba al tanto del asunto desde la concesión del Goncourt: había leido mucho sobre esa novela monumental escrita desde el punto de vista de un oficial nazi, Max Aub, autor y testigo de las más grandes atrocidades durante la Segunda Guerra, que de todos modos escapa al castigo de la justicia humana y vive una segunda vida vendiendo encaje.

          Ayer me llamó la atención la ferocidad con que Michiko Kakutani, la legendaria crítica literaria del New York Times, pulverizó la novela de Littell que acaba de ser editada en inglés. Kakutani arranca diciendo que los fans del libro ‘confundieron osadía con perversidad, ambición con pretensión'. Y sigue definiendo la novela como ‘una sucesión interminable de escenas en que judíos son torturados, mutilados, baleados, gaseados o metidos dentro de hornos, intercaladas con una igualmente interminable sucesión de escenas describiendo las fantasías incestuosas y sadomasoquistas del protagonista'.

          De inmediato el blog The Daily Beast contraatacó con un artículo de Michael Korda que, bajo el título Una brillante novela del Holocausto, asegura que Kakutani ‘metió la pata hasta el fondo'. Korda asegura que Las benévolas es una de esas novelas llamadas a competir con las gigantes de la literatura universal, en la categoría de Moby Dick y de Crimen y castigo. Y asegura que, aun con lo demandante que es -hablamos de mil densas páginas-, y a sabiendas de que se trata de una obra que no busca hacernos sentir bien sino todo lo contrario, el libro ‘vale el esfuerzo'.

          Yo sé bien por qué no sentí la tentación de leer la novela apenas salió. Al menos a mí, la perspectiva de dedicar tanto tiempo a ponerme dentro de la cabeza de un monstruo no me seduce en lo más mínimo. Quizás porque vivo en una sociedad llena de monstruos vivientes, todavía llagada por las consecuencias de sus actos. (A Videla, dicho sea de paso, acaban de denegarle una petición para volver al arresto domiciliario.) El punto de vista de los psicópatas que sólo piensan en su gratificación y mienten públicamente sin sentir remordimiento tampoco representa novedad, por cuanto los medios de mi país les prestan cámaras y micrófonos a diario, ¡sin cuestionarlos!, permitiendo se expresen con amplitud de estadistas y la libertad que sólo se toman los artistas.

          Pero en fin, el enfrentamiento entre opiniones tan extremas y la pasión con que se las defiende no me van a dejar más remedio que hacer una de esas cosas que este mundo permite cada vez más raramente: leer el libro (no me refiero a esto, porque leo constantemente, sino a lo que sigue) y pensar por mí mismo.



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26 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El mago y familia

El otro día vi la miniserie de cinco horas titulada Los Mann. La novela de un siglo, realizada hace algunos años por Heinrich Breloer para la televisión alemana y me pareció, una vez más, que Alemania es uno de los pocos países europeos en los que se ha realizado un auténtico ajuste de cuentas con el pasado. Es verdad que el trauma alemán fue el peor del siglo XX -con los alemanes como verdugos y víctimas simultáneamente- pero también es cierto que el proceso de expiación histórica ha sido de una profundidad sin precedentes, al menos hasta la generación actual, puesto que una película como La ola, recién estrenada aquí, insinúa que los jóvenes alemanes ya son tan amnésicos como el resto de sus coetáneos europeos.

No sé si lo que se refleja en La ola -el olvido juvenil del Holocausto, nada menos- es representativo de la última generación, y sería muy grave que así fuera. No obstante, aun así, debería reconocérsele a la cultura alemana de posguerra una capacidad para remover la propia cloaca que, sin ir más lejos, jamás se ha producido en la España democrática. A este respecto, la inexistencia de catarsis con relación a la dictadura y la contaminación del forzado pacto político de la transición por parte de todos los ámbitos de la vida social española ha significado el mantenimiento de una enfermiza opacidad al volver la vista atrás. Durante 30 años las fosas comunes no han sido abiertas, pero todavía es más grave que tan pocos se hayan atrevido a abrir las cloacas morales. Aún falta en nuestro país el libro, o la película, que sea capaz de ofrecernos la radiografía de la miseria espiritual que nos llevó, primero, al desastre y, luego, a la exigencia de olvidar el desastre para sobrevivir. Y esta falta de valentía se paga colectivamente en la actualidad con una suerte de desencaje en el que el ayer sangriento, cerrado en falso, amenaza sombríamente con no dar tregua al presente y con invalidar el futuro.

En contraste con esta actitud el cataclismo alemán -de mayores proporciones que el nuestro, es cierto- se vio seguido por un alud de intervenciones radicales por parte de escritores y artistas. Durante toda la segunda mitad del siglo XX el organismo moral de la Alemania que había sucumbido a la catástrofe fue destripado, troceado, diseccionado hasta la última molécula. La consigna era clara: el mal había sido enorme y la cirugía debía estar en consonancia con tal enormidad. Era una consigna necesaria, acertada, seguida por una legión de escritores alemanes, autores de rabiosas autocríticas, y no alemanes, encargados, por lo general, de recordar que el monstruo no fue por supuesto únicamente alemán. Así se trataba de hacer limpieza y, si citamos a Heinrich Böll, a Thomas Bernhardt, a Günter Grass y a tantos otros convendremos que alguna limpieza sí se logró.

Y a Thomas Mann, naturalmente. Thomas Mann, un hombre conservador por principios y por carácter, no tuvo inconveniente en abrir solemnemente la veda con su Doktor Faustus, la novela escrita en el apogeo del nacionalsocialismo y, algo después, tras su caída: la obligación de los escritores alemanes era ir a la caza de aquella infamia espiritual que había acogido al huevo de la serpiente entre el miedo, la duda y la exaltación. No bastaba con culpar a Hitler o al nacionalsocialismo; hacía falta, antes que nada, investigar en el propio corazón culpable. Para ser más rotundo en su demanda Thomas Mann, en cierto modo, se ofrecía a sí mismo como materia prima del experimento.

Y en algún sentido el filme Los Mann. La novela de un siglo es la continuación de este experimento, sólo que en este minucioso fresco histórico, El Mago tal como era llamado Thomas Mann en la intimidad familiar, se ve acompañado por su mujer, Katia, por su hermano Heinrich y por sus hijos, en especial los dos mayores, Klaus y Erika, tan dotados para el arte como para la autodestrucción. Y no puede decirse que el experimento no funcione pues, tras cinco horas de visión, el espectador empieza a comprender que el totalitarismo no fue únicamente la consecuencia de una ideología delirante sino, por encima de todo, el fruto inevitable de la corrupción de las mentes y la mentira con uno mismo como forma de vida. Algo que, como sabemos, no es un monopolio alemán.

Thomas Mann, aunque opuesto a Hitler, no sale muy bien librado cuando es colocado en el centro de un siglo tan cruel como fue el siglo XX. Por lo demás, el viejo Mann, mucho más humano que el excesivamente moralista joven Mann, ya sabía que sería juzgado con severidad y que sólo tras este juicio recobraría su grandeza.

 
El País, 31/01/2009


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26 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Eduardo Halfon: El boxeador polaco

El guatemalteco Eduardo Halfon, conocido por El ángel literario (semifinalista del Herralde cinco años atrás), ha escrito seis textos que se pueden leer de manera autónoma pero que se hallan unidos entre sí por el recurrente boxeador polaco que da título al libro. Ese boxeador es un judío sobreviviente de Auschwitz, abuelo del narrador de estos relatos. Su historia se va contando de a poco, entre grandes silencios. Ésa es la poética de Halfon, uno de los pocos escritores latinoamericanos que sabe que lo más importante de un relato no es lo que se dice sino lo que no se dice: "Al escribir sabemos que hay algo muy importante que decir con respecto a la realidad, y que tenemos ese algo al alcance, allí nomás, muy cerca, en la punta de la lengua, y que no debemos olvidarlo. Pero siempre, sin duda, lo olvidamos".

Con El boxeador polaco, Halfon, dueño de una prosa elegante, ha dado un gran salto cualitativo y se ubica en la primera línea de nuestros cuentistas imprescindibles. No es nada casual que sea uno de los seis finalistas --junto a, entre otros, Fernando Iwasaki y pedro Ángel Palou--, del Primer Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero. Pronto, algunos de sus cuentos -por ejemplo, "Lejano", que aparece en El boxeador polaco- comenzarán a poblar las antologías. Bienvenidos.

 



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26 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Justicias

El día 22 de Julio de 2005, un ciudadano brasileño, Jean Charles de Menezes, de profesión electricista, fue asesinado en Londres, en una estación de metro, por agentes de la policía metropolitana que lo confundieron, dicen, con un terrorista. Entró en un vagón, se sentó tranquilamente, parece que incluso llegó a abrir el periódico gratuito que había recogido en la estación, cuando los policías irrumpieron y lo arrastraron hasta el andén. No lo detuvieron, no lo prendieron, lo derrumbaron violentamente y le dispararon diez balas, siete de ellas en la cabeza. Desde el primer día, Scotland Yard no hizo otra cosa que ponerle obstáculos a la investigación. No hube juicio. La fiscalía impidió que los policías fuesen incriminados y el juez le prohibió al jurado que pronunciara una sentencia condenatoria. Ya saben, si algún día se les presenta por delante una peluca blanca, de esas que aparecen en las películas, díganle al portador lo que las personas honestas piensan de estas justicias.



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25 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Perder

Elizabeth Bishop. Foto: Marc Jacobs/ shoe york city ONE ARTThe art of losing isn't hard to master;so many things seem filled with the intentto be lost that their loss is no disaster.Lose something every day. Accept the flusterof lost door keys, the hour badly spent.The art of losing isn't hard to master.Then practice losing farther, losing faster:places, and names, and where it was you meantto travel.None of these will bring disaster.I lost my mother's watch. And look! my last, ornext-to-last, of three loved houses went.The art of losing isn't hard to master.I lost two cities, lovely ones. And, vaster,some realms I owned, two rivers, a continent.I miss them, but it wasn't a disaster.---Even losing you (the joking voice, a gestureI love) I shan't have lied. It's evidentthe art of losing's not too hard to masterthough it may look like (Write it!) like disaster.Elizabeth BishopPero yo no te quiero perder.



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25 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Un combate permanente

 

Los Consejos políticos de Plutarco pueden leerse como un mensaje a los dirigentes de nuestro siglo. Como si carecieran de su propio manual de instrucciones, el viejo Plutarco les recuerda el criterio que haría más eficiente su labor. En su breve y conocido tratado el polígrafo griego menciona la vocación, el carácter, la elocuencia, el estilo y la fuerza vocal necesaria para cumplir la llamada función pública. Y es admirable comprobar que, mientras exhorta a sus jóvenes discípulos a practicar la vía de la virtud, el autor perfecciona una deliciosa arenga contra los sinvergüenzas que envilecían a la ciudad con su avaricia. Entre otros ejemplos, cita la frase de Temístocles: "¡Jamás ocupé yo un puesto en que mis amigos no obtengan de mí más privilegios que quienes no lo son!

Quienes lamentan con agobiante pesadumbre el mísero espectáculo de estos días de oprobio, deberían sacudirse de encima la soporífera ofensa y leer con más provecho a los clásicos. De este modo sería más improbable que dieran su brazo a torcer y cayeran en la tentación de desistir.



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25 de febrero de 2009
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El Boomeran(g)
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