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Eder. Óleo de Irene Gracia

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El enorme Tolstoi

León Tolstoi. Fuente: elmundo La edición de Cuentos completos (Relatos, Sudamericana) de León Tolstoi le ha servido a Guillermo Saccomanno para escribir un texto extenso en "Radar Libros" de Página12, lleno de dmiración, por aquel narrador ruso que incluso antes de su muerte alcanzaba alturas proteicas, de gigante. Cada vez es más cierto que en un siglo de grandes genios, como lo fue el XIX, el nombre de Tolstoi empieza a echar sombra a la mayoría hasta convertirse en un verdadero titán literario más allá de sus anacronismos. Tolstoi no solo era el mejor contador de historias de su tiempo, sino un escritor capaz de mirar el mundo e interrogarlo con razón e inteligencia. Y el único, realmente el único, que se enfrentó a la muerte sin armaduras, tratando describirla tal como es. Si lo logró o no, solo Dios sabe. Pero no le tuvo miedo, y eso es seguro. Dice Saccomanno:¿Quién se cree Tolstoi?, se pregunta uno. ¿Dios? La idea de Tolstoi como Dios no es nueva. ?Este hombre es como Dios?, dice Máximo Gorki. León Trotsky, en uno de sus artículos de Literatura y revolución, comenta que al leer a Tolstoi su fuerza le recuerda La Ilíada y el Pentateuco. Lejos de Trotsky, Harold Bloom comparte a su modo la opinión: cuando lo lee a Tolstoi, como al leer a Homero, siente que la voz narradora es la de Dios. Tolstoi propugnaba la humildad en la fe, pero, ¿hasta dónde, con su omnipotencia, no se creía él mismo Dios? Al mirar sus fotos, como un coloso de Miguel Angel, su gran barba, su porte gigante, su mirada severa, Tolstoi impone un instintivo respeto. Dios, padre, patriarca. Tolstoi es un torrente. Las pasiones lo desbordan. Para bosquejar su ideología literaria puede ser un aporte internarse en esta recopilación (formato pocket, más de 600 páginas en tipografía diminuta) que incorpora relatos inéditos, otros poco conocidos y unos pocos clásicos. Como prodigio de orfebrería, lo integran también muchos relatos de los ?libros de lectura? que Tolstoi compiló con ficciones de tono moral. Cuentos cortísimos, parábolas que, hacia acá, pueden asociarse con un anti La Fontaine, más próximo a Kafka o Monterroso. Tolstoi dio a leer algunos de estos textos a Scholem Aleijem y se publicaron antes en yiddish que en ruso. Sus fábulas suelen respirar un aire taoísta. En Buda anticipa, varias décadas antes y en pocas páginas, Siddharta, de Herman Hesse. Sus crónicas de aventuras y ?hechos reales?, nouvelles introspectivas y amargas, pueden juzgarse un esbozo pionero de fiction non fiction. Como en su mayoría estos materiales fueron publicados originalmente en revistas, se recortan pequeños núcleos narrativos que, sin perder la gracia de lo autoconclusivo, enriquecen la lectura de sus grandes novelas. El escritor ajusta y perfecciona su técnica de la síntesis narrativa en función de una transparencia que le permita un impacto más directo, más certero. Porque Tolstoi pretende ser recordado no como el autor de Guerra y paz y Ana Karenina sino como el educador de estos libros de lectura. Este es el Tolstoi predicador pero, aun cuando pone en primer plano la cuestión de la fe, su bajada de línea no molesta. En muchas ocasiones, la incorporación de lo maravilloso (un milagro, una visión, una aparición celestial) produce el estupor de la literatura fantástica. Y si el gancho de cada pieza (en particular las más breves) sorprende, se debe sin duda a que Tolstoi extrema con austeridad el realismo de sus novelas.El artículo también se detiene a comentar la relación entre Tolstoi y el arte:A los cincuenta años, cuando podría reposar en su fama de artista y hacendado, Tolstoi lanza Mi confesión: ?Sentí que aquello en que se apoyaba mi vida se rompía, que no encontraba ningún asidero, que lo que había construido mi vida ya no existía, que moralmente no podía vivir?. En el mismo período de crisis escribe el ensayo ¿Qué es el arte?, dueño de una mordacidad que le significará un camino sin retorno. Le indigna que una gorda soprano gesticulando a los gritos, como si alguien pudiera así expresar sus sentimientos con tanta estridencia, o un director de orquesta, con ese autoritarismo caprichoso típico, puedan ganar más que el obrero detrás de escena que se amasija como tramoyista. Le indigna que se gasten millones de rublos en academias, teatros y conservatorios, y apenas la centésima parte en educación. Le indigna que, en las grandes ciudades, centenares de millares de obreros ?carpinteros, albañiles, pintores, tapiceros, sastres, peluqueros, joyeros, impresores? consuman su vida en trabajos forzados para satisfacer la necesidad de ?arte? de un público aburrido y pretencioso. Tolstoi traza un relevamiento concienzudo de las discusiones sobre estética desde la antigüedad. No hay disciplina como la estética que se haya prestado, según Tolstoi, a tantas y tantas lucubraciones abstrusas. Y la definición de belleza, en tanto, sigue en discusión. Cualquier petimetre habla de arte, pero nadie sabe para qué sirve. A una edad en que tantos se jubilan y apoltronan, Tolstoi carga contra los críticos, las modas y la frivolidad, da vuelta otra página de su biografía y se dedica a construir escuelas, redactar un Nuevo Abecedario, una compilación de relatos brevísimos, y cuatro Libros rusos de lectura. Contra los juicios más adversos, estos libros venden más de un millón de ejemplares. Tolstoi se explica: ?Mi ambicioso sueño es el siguiente: que durante dos generaciones todos los niños rusos, tanto los de la familia imperial como los de los mujiks, se formen con estos libros y extraigan sus primeras impresiones poéticas, y yo pueda morir en paz?. Hilarantes y filosos, cuentos como El abuelo se había vuelto viejo, La niña ratón o Las liebres exceden el género ?para chicos?. Pero Tolstoi, el educador, no se engaña: sabe que no basta con predicar y cada uno debe ingeniárselas para descubrir su verdad. En todos los relatos que Tolstoi crea y también adapta para la educación popular (saqueando, cuando una historia le entusiasma, tanto Las mil y una noches como Herodoto), es el lector quien debe tomarse el trabajo de pensar. Qué hace vivir a los hombres, un relato fantástico con un ángel caído (y hay que animarse a un relato con un ángel, a menos que se sea García Márquez), tiene un sinfín de citas bíblicas como epígrafes, pero su capacidad para conseguir que el extrañamiento sea verosímil deslumbra. Mientras muchos escritores practican el cuento como entrenamiento para la novela, en Tolstoi pareciera que el proceso es al revés: del todo al uno, sus novelas monumentales devienen el laboratorio de ensayo para adquirir, en el relato corto, una sutileza que, más tarde, será influencia poderosa en Chejov. Tolstoi cuestiona la utilidad del arte. No jugar, no sorprender: enseñar. El cuento como sermón que propicia la meditación. Su contundencia es tal que impide saltar con apuro de un cuento a otro.Finalmente, este párrafo, dedicado a la muerte y Tolstoi, en el que se menciona uno de mis libro favoritos (La muerte de Iván Ilich) me parece lo mejor del artículo:En una carta a Gorki, escribe: ?Cuando un hombre ha aprendido a pensar, todos sus pensamientos se ocupan de su propia muerte?. Esta idea, la muerte que se presenta como revelación, impregna, además de su clásico La muerte de Ivan Illich, varios de estos relatos. La oración es un ejemplo. En tiempos de la guerra ruso-japonesa, un bebé muere de hidrocefalia. En sus rezos, la madre interpela a Dios. Tiene una alucinación: divisa un viejo libertino con una puta. En el viejo reconoce los rasgos de su bebé. Despierta horrorizada. La mucama le explica que Dios supo lo que hacía al llevarse al bebé. Dios, ese azar que llamamos Dios, en este cuento se comporta como un demonio implacable a lo Stephen King, que abdujo esa almita. El cuento puede leerse como fantástico, pero también, por qué no, como de terror. Cabe consignarlo: el terror, en su eficacia, nubla el mensaje. Se vuelve boomerang: Dios es un poder arbitrario y letal. Una digresión y no tanto ahora: si este cuento, que se pretende evangelizador, opera como relato de terror; si transmite, contra su voluntad, una concepción monstruosa de Dios, ¿no será porque a Tolstoi le importa más escribir una buena historia, ser potente en la seducción, cincelar la forma, subyugar el lector, tenerlo agarrado, antes que suministrar una monserga? Desde esta interpretación, ¿no pesa más su vanidad de escritor que su intención predicadora? De ser así, estaría en juego ya no su idea de Dios tanto como su poder demiúrgico. ?Vanidad de vanidades.? Con variaciones distintas, en estos relatos fluye la desesperación por vencer el dolor y superar el miedo a la muerte. Si un sentido se encuentra en este tránsito, machaca Tolstoi, es en el amor, pero el amor es un compromiso con los otros. Inflexible, Tolstoi es un creador de ficciones memorables, pero en su imaginar no abandona nunca la denuncia. Chejov, menos expansivo y más desencantado, coincidirá en su mirada: ?Si los hombres pudieran ver cómo viven, el mundo sería tal vez mejor?



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9 de marzo de 2009
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México

Francia habla mucho de México en estos días. Primero por el evento que viene: el salón del libro. Abre el viernes en París. El invitado de honor este año es México. Un México clásico como lo muestra la figura estrelar del evento: Carlos Fuentes. Ha dado una buena entrevista a Le Figaro, hablará el miércoles en la Biblioteca Nacional. Es el Fuentes de La región más transparente, un escritor con raíces en un país real.

El México real molesta a los franceses. No aceptan la condena a sesenta años de cárcel de Florence Cassez, una francesa que tenía como novio al líder de un grupo de secuestradores mexicanos  . Hay una verdadera campaña de prensa en Francia para resolver la situación de esta francesa que dice ignorar las actividades de su ex-novio.

De manera extraña este tema es el gran tema de la visita de estado en México que empieza hoy el presidente Sarkozy: ¿puede Florence Cassez volver a Francia para vivir en una cárcel más cómoda? Es un rompecabezas para Sarkozy y Calderón, pues la ley es la ley y la justicia es necesaria en un país dolido por tantos secuestros. Parece imposible una medida de clemencia para la cómplice de secuestros. Ni la estancia de Sarkozy con su esposa en un hotel de lujo del estado de Colima  conseguirá distraer la atención de la opinión pública. El destino de la francesa es ahora más importante que el futuro del comercio entre los dos países y, por supuesto, que las letras mexicanas.

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9 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El diario de Helene Berr

Carátula del libro. Fuente: anagrama "(...) una revelación de esta temporada, completamente exquisito y recomendable" dijo Alejandro Gándara en su blog El Escorpión sobre el libro Diario de Helene Berr -judía francesa muerta durante el Holocausto- publicado por Anagrama, "un diario atravesado por el miedo, pero que resulta un manual delicado y penetrante de cómo vivir en edades oscuras". No es poca cosa, ¿verdad? Y ahora le toco el turno a la siempre atentan Mercedes Monmany quien ha reseñado el libro de la temporada para el ABCD las Letras.Estudiante de literatura inglesa, Hélène, que poseía una gran cultura y una rara y fina sensibilidad literaria, había leído a Conrad y retomaría las palabras, también finales, de Kurtz en El corazón de las tinieblas: «¡Horror, horror, horror!». Parecería que pocos documentos más, de altísima calidad literaria y relacionados con el Holocausto, quedaban aún por descubrir. Pero el tiempo lo desmiente: hace unos pocos años apareció el estremecedor libro de otro adolescente, cercado y acorralado por los nazis y sus aberrantes leyes raciales en la ciudad de Praga: el Diario de Petr Ginz (Acantilado); al que hay que añadir la novela póstuma, que había permanecido escondida en una maleta, Suite francesa (Salamandra), sobre los días de la Ocupación, de la grandísima escritora judía Irène Némirovsky, asesinada en Auschwitz. (...) Desde abril de 1942, a sus 21 años, hasta febrero de 1944, Hélène Berr redactaría un diario íntimo que con el tiempo tendría sobre todo como objeto narrarle sus experiencias, y «la monstruosa imposibilidad de comprenderlo», a su novio ausente, Jean Morawiecki, que se había enrolado en las filas del general De Gaulle. Hija de una familia acomodada, completamente asimilada desde generaciones, el padre de Hélène, director de una importante empresa química, había sido condecorado durante la Primera Guerra Mundial, algo que, como se vio, no le sirvió de nada a la hora de ser entregado a los nazis. En Bergen-Belsen. Pronto la vida de Hélène quedará irremediablemente partida en dos: una parte «extrañamente hermosa» y otra «extrañamente sórdida». Por un lado, «el frescor, la belleza, la juventud de la vida»; por otra, «la barbarie y el mal». De una enorme entereza, dignidad y heroísmo, negándose a aceptar la progresiva e implacable destrucción de lo que era su mundo y su vida de ayer, Hélène se niega a huir a la zona libre («dicen que hay que partir y abandonar la lucha; no, yo haré algo»).(...) Vital, lúcida, alegre, rodeada de amigos y compañeros de universidad que desde el primer día de llevar cosida a su chaqueta la humillante estrella amarilla no dejarían de darle muestras de afecto, lo mismo que mucha gente anónima por la calle, Hélène, como los flâneurs de Baudelaire o Benjamin, adora sus salidas de fin de semana al campo y sobre todo pasear por las calles de París. Su «territorio encantado» es el Barrio Latino, sus queridos bulevares de Saint-Michel o Saint-Germain, su metro de Odéon. Lugares «inundados por el sol, llenos de gente», donde «recobro mi alegría familiar, maravillosa». Como le dijo a su novio en su ya inmortal Diario: «Volveré, Jean, ¿sabes?, volveré». Y lo cumplió.



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9 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Onetti corresponsal

Un manuscrito de Juan Carlos Onetti. Fuente: onetti.net Un libro de cartas que Juan Carlos Onetti envió, entre 1937 y 1955, al académico argentino Julio Payró será publicado en breve, como parte del homenaje del centenario del escritor uruguayo que se celebra este año. Ahí, al parecer, aparece un corresponsal menos huraño que en las entrevistas. La nota en la revista Ñ:En estas cartas aparece un Onetti muy suelto, discutiendo sobre literatura, pintura y cine. También habla de política internacional, del nazismo, del crecimiento del fascismo y algo del acontecer político de la Argentina (donde vivió entre 1930 y 1934 y entre 1941 y 1955). El autor de este trabajo es Hugo Verani, ensayista y crítico literario uruguayo. Verani rastreó la correspondencia: 63 cartas, un poema y tres telegramas. Onetti cuenta en estas cartas el nacimiento de su narrativa, puntualmente de sus tres primeras novelas, escritas en forma paralela a la correspondencia. Otros aspecto a destacar del contenido de las misivas es, dijo Verani Clarín, el humor de Onetti. "Por ejemplo, cuando con el trabajo en la agencia Reuters su situación económica mejora, le envía un telegrama a Payró, y, entre otras cosas, le dice: "Estoy aburguesándome. Compraré un sombrero".También hay páginas reveladoras en cuanto a su manera de ver la vida. "Soy un tipo sin relación con el mundo", le dice a Payró después de haber sido abandonado por su segunda esposa. Sin poder enfrentar la situación, se aísla cada vez más y, según le confiesa a su amigo, sólo es capaz "de escribir, escribir, escribir".Hugo Verani, el recopilador de estas cartas, cuenta cómo llegó a ellas de casualidad sino que fue una búsqueda:"Me llamaba la atención que Onetti dedicara su primera novela publicada en Argentina, Tierra de nadie, a un crítico de arte del cual no habla nunca más. Hasta que empecé a leer sobre Payró y descubrí que había habido una amistad entre ellos. Así fue que llegué a los hijos de Payró, María Ana y Roberto, quienes conocieron bastante a Onetti por las visitas que le hacía a su padre. Me enteré de que se escribían mucho. Las cartas habían quedado en manos de su viuda, con quien ellos no tenían relación. Luego supe que las había vendido", relata Verani. "Entonces pedí a la Universidad de Notre Dame (Estados Unidos), donde trabajo, que intentara localizar esas cartas. Las hallaron. Estaban en poder de un vendedor de manuscritos y objetos culturales. Y luego fueron adquiridas por un mecenas argentino, ex alumno de Notre Dame, que compra manuscritos y primeras ediciones para la Universidad. Así se inició el trabajo".



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9 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El miedo del portero

El miedo del portero en el área de penalti, más exactamente, es una magnífica narración que Peter Handke escribió en 1970 y que releída ahora mantiene todo su vigor al presentar un protagonista, antiguo guardameta, que al perder su trabajo de montador se sume en un vértigo de desconcierto que le invalida para cualquier sentido de la realidad. Pero no quiero extenderme aquí sobre el relato de Handke, sino únicamente referirme a su título, que, en el momento de la publicación, suscitó bastantes comentarios puesto que no era habitual utilizar el fútbol como metáfora de la vida. Me temo que en la actualidad el autor austriaco se lo pensaría dos veces antes de poner aquel título, entonces original, dado que hoy día el fútbol parece ser visto como la única metáfora posible.

O, al menos, eso es lo que podemos deducir de nuestra vida pública por boca de los representantes del pueblo, tan negados para la alusión filosófica, histórica o científica como bien dispuestos a demostrar su sabiduría futbolística. No sé si ustedes han observado que desde hace tiempo las discusiones parlamentarias -en las que nunca se asoman, un Ortega, un Platón, un Tocqeville o un Einstein- están repletas de "equipo titular", "banquillo de los suplentes", "alineaciones indebidas", "tácticas equivocadas", etcétera. Todo parece indicar que a medida que la cabeza se seca, el pie, es decir, el balompié, resplandece.

Ya he escrito en alguna ocasión que a mí me gusta el fútbol, el buen fútbol y a pequeñas dosis, pero me resulta insoportable la progresiva futbolización de prácticamente todos los ámbitos de la vida social. Es, como mínimo, arriesgado fiarse tanto de las virtudes de un juego, aunque se tratara de un juego practicado por mentes privilegiadas, que no es el caso. Con todo, lo más irritante es que inevitablemente se tiene la impresión de que se recurre a aquella simbología pedestre y populista por la más absoluta carencia en otros campos.

Los parlamentos hoy se asemejan más a una cancha que a otra cosa, con los parlamentarios convertidos en forofos y los cronistas políticos, en cronistas deportivos. A raíz de las últimas trifulcas, y en un alarde cultural, tres o cuatro diputados del Partido Popular criticaron la penosa montería que ya sabemos, no porque fuera siniestro que un ministro de Justicia y un juez emplearan su sentido de lo justo masacrando ciervos a mil euros al día, sino porque lo ocurrido era como si el entrenador de uno de los equipos que debían competir cenara con el árbitro la noche anterior al partido. Les respondió el gran Pepe Blanco, en otro alarde, diciéndoles que lo que les dolía es que les hubieran marcado un gol por la escuadra y, en consecuencia, iban por detrás en el marcador.

El uso viscoso de la metáfora futbolística se repite jornada tras jornada sin que los tribunos -empeñados en ser tribunos de la plebe y no representantes de la ciudadanía- muestren el menor pudor. Estamos acostumbrados. Y, no obstante, a veces el exceso llama un poco la atención. Así, por ejemplo, leyendo las páginas de información política del periódico, no las de deportes, del reciente 19 de febrero, uno podía tropezarse con vistosos análisis balompedísticos del mundo que nos rodea. Carod Rovira justificaba el anuncio de una nueva embajada catalana en Marruecos: "Si el Barça tiene política exterior, ¿por qué no la va a tener Cataluña?". Inapelable. Alejandro Agag, el inquietante yerno de Aznar, explicaba la presencia en ciertas reuniones de uno de sus amigos imputados en la trama de corrupción por el hecho de que el PP había formado un "equipo de promesas", también elocuentemente denominado "el banquillo del banquillo". Inapelable.

Con todo, la noticia más hilarante de ese día correspondía de nuevo al ministro de Justicia, Fernández Bermejo, quien horas antes se había enzarzado futbolísticamente con Federico Trillo, en un cruce de bravuconadas que causan vergüenza ajena. No lo entendieron así los diputados socialistas presentes en el hemiciclo, quienes, tras otro desplante de Bermejo a la oposición y olvidando un instante el fútbol por la fiesta nacional, puestos en pie, jalearon al ministro con los educativos gritos de "¡torero, torero!". Más razón habrían tenido gritándole, con igual casticismo, "¡matador, matador!", pero no de toros sino de ciervos.

Naturalmente, todas esas demostraciones de finura oratoria suceden mientras los partidos políticos se acusan mutuamente de los desastres en la educación. Las escuelas deben cambiar. Sin duda, y profundamente. Pero ¿qué tal si cambiáramos también los parlamentos? Podríamos empezar prohibiendo las metáforas futbolísticas. Aunque quizá sería demasiado duro y una sensación de vacío invadiría las conciencias, que, desamparadas y sin poder recurrir a las razones del pie, experimentarían en su propia piel la soledad y el miedo del portero ante el penalti.

 

El País,  28/02/2009



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9 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Mario Benedetti. Un mito discretísimo

Hortensia Campanella

Alfaguara

 

Con la publicación de su biografía, acertadamente titulada Mario Benedetti, Un mito discretísimo, la editorial Alfaguara renueva el testimonio de su apuesta total por el más conocido, leído y apreciado de los escritores  uruguayos vivos, del que tiene en catálogo al menos  diecisiete de sus obras.

El título da una idea bastante exacta de la imagen de Benedetti que  le cabe esperar al lector que decida leer el trabajo realizado por Hortensia Campanella: la de un hombre poco dado al protagonismo y a la presencia pública, ello a pesar de que probablemente sea el poeta latinoamericano actualmente más leído y un novelista que en los años sesenta ya vendía muchos miles de ejemplares y estaba siendo traducido a una docena larga de lenguas cultas. Es más, pese a su relevante labor "de batalla", primero en su Montevideo natal y luego en la Cuba del momento álgido revolucionario, o a pesar de sus sonados choques con los poderes establecidos (y que le costaron largos periodos de ostracismo, la pérdida de puestos de trabajo y aun el exilio), esa discreción a la que alude el título fue siempre una de sus principales normas de conducta.

Otra de sus normas nunca quebrantadas, pues  todavía la mantiene vigente a sus ochenta y muchos años de edad, es la del compromiso. Pero no un compromiso entendido como una obediencia ciega a una ideología política (como más de una vez han dicho sus adversarios) sino como un batallar sin tregua ni componendas por aquello que de verdad importa. Por decirlo como él mismo lo ha dicho en más de una ocasión "si el deber del revolucionario es hacer la revolución, el deber del escritor es hacer literatura". Otra cosa es que su compromiso personal, o su lealtad hacia alguna opción política que un día fue capaz de ilusionar a muchos (por ejemplo la revolución castrista) le haya llevado a continuar defendiendo  dicha opción mucho tiempo después de que la desilusión haya cundido en los primitivos valedores.  Pero al  fin y al cabo  nadie puede mantener en serio que la lealtad, incluso manifestada  a destiempo, sea un pecado que de veras llegue a desvirtuar una trayectoria ética tan intachable como la de Mario Benedetti.

Hay sin embargo otra cuestión, también relacionada con la lealtad, que bien merece una pequeña reflexión al paso. En el apartado de Agradecimientos,  Hortensia Campanella  deja constancia muy clara de la generosidad y calidez que Mario Benedetti demostró para con ella y su proyecto. Y tras declararse partidaria sin dobleces de su personaje, dice confiar en que su propia admiración y cariño hacia él no empañen su trabajo. Y ahí reside la característica fundamental de la presente biografía.

No cabe la menor duda de que contar con el apoyo y la  generosa colaboración del personaje biografiado  significa una gran ventaja para el investigador, pues ello es garantía de que éste  va a manejar información de primera mano y disponer de documentación que difícilmente se encontrará en archivos y bibliotecas. Y en el caso de un escritor ello es garantía asimismo de que se van a dar conocer gran cantidad y variedad de detalles relacionados a la génesis, circunstancias y desarrollo de muchas de las obras que se mencionen. Detalles, como digo, de primera mano y que sólo el propio escritor puede aportar.

En los países anglosajones la costumbre exige que ese tipo de trabajos incluyan en el título la indicación de que cuentan con la autorización expresa del personaje objeto de estudio.  Hasta cierto punto esa indicación es como las advertencias que las autoridades sanitarias empiezan a exigir a la industria alimentaria para información de los posibles consumidores. En el caso de una biografía reconocida como "autorizada" el lector potencial ya sabe que el trabajo  que tiene en las manos probablemente contenga  material de primer orden,  pero también sabe que (y aquí entra en juego de nuevo la lealtad, pero esta vez referida al biógrafo) los aspectos más sensibles,  contradictorios o indelicados del personaje estudiado  van a ser tratados con mucho tacto y discreción. O como de pasada. En cuyo caso la cuestión se demuestra genérica, y la pregunta es si una persona muy cercana al personaje biografiado y que cuenta con su total confianza, es la más adecuada para hacer una biografía, tal y como se entiende cuando hacemos referencia a los mejores logros del género.

En este sentido no cabe duda de que Mario Benedetti. Un mito discretísimo, es un trabajo que va a ser referencia  indispensable para cualquier biografía futura del escritor uruguayo, y asimismo un libro de gran interés para sus muchos seguidores e incondicionales. Primero porque resulta de lectura fácil y amena debido a que está muy bien escrito, y segundo porque aporta una valiosa información personal y bibliográfica. Pero detrás de tanta discreción sigue quedando oculto un ser que adivinamos noble y digno de ser conocido en toda su profundidad, incluidas  sus contradicciones.



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9 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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De la competencia a la colaboración

La nueva política exterior de Obama basada en los acuerdos puede valer como el paradigma de un nuevo orden general que comprende desde la religión hasta el sexo y desde la estrategia empresarial hasta la guerra. El capitalismo y su áura en todos los subsistemas que giran dentro y alrededor de él ha tenido establecido como gran principio la competitividad. Gracias a la competitividad entre empresas se lograban mejores precios, mejor calidad, mayores adelantos tecnológicos. El principio, derivado de Adam Smith y tantos otros maestros pensadores, procede del siglo XVIII cuando los padres vanguardistas de una sociedad más justa (de una moral y una equidad más humanizada) situaban al individuo y sus derechos en el centro fundacional del mundo nuevo; el nuevo mundo industrial, posfeudal o burgués.

El individuo tenía reconocidos nuevos derechos, la libertad entre ellos, frente al dominio del otro, fuera el amo, el jerarca o el patrón. Es decir, el ciudadano que emergía tras la Revolución democrática contaba con reconocimientos jurídicos frente al abuso de lo Absoluto, fuera el Estado o cualquier otro Matón. De ese reconocimiento del valor individual se deducía un sistema en que las partículas sociales se articulaban a través de yo inalienable lo que representaba un avance trascendental respecto a la condición de súbditos o de esclavos que siguió en pie hasta más allá de la segunda mitad del siglo XIX y no se vino a materializar del todo nunca, derechos de la mujer incluidos.

La individualización revolucionaria del siglo XVIII y XIX desprendía al sujeto de hallarse sujeto a otro, a una institución, a un dogma, al gobierno arbitrario del poder por mandato de un supuesto Derecho Natural. La nueva Naturaleza de las cosas iba a ser la democracia y su sistema económico afín, el capitalismo. Iba a ser la igualdad de oportunidades, de orígenes, de sexo con su corolario de una imaginaria competencia perfecta. Así, una a una la serie de instituciones que compusieron ese nuevo mapa organizativo donde prosperó tanto la división de poderes y las leyes aprobadas por el parlamento (leyes dictadas por seres humanos para seres humanos y no leyes supuestamente provenientes de Dios, administradas por su Papa o su monarca) iban dirigidas a redondear la figura de la persona. El ser individual, libre: sujeto de derechos y de deberes, criatura enriquecida en las minas de la democracia encuadrada en el todo social a través de la dialéctica entre sus libertades y las de sus prójimos, entre sus derecho y los derechos (iguales) de los demás.

La afirmación de cada uno y el cumplimiento de su desarrollo seguía la dinámica derivada del todos iguales ante la ley, todos dignos de respeto y en condiciones similares para bregar en este mundo o entre sí. Esta utopía, siempre utópica puesto que ni la igualdad de los individuos ni la libre competencia existieron nunca, brindaba sin embargo la ocasión para un funcionamiento tan claro como de legítima apariencia. Tanto los trust empresariales al final del siglo XIX y los sindicatos obreros buscando bloques para contrarrestar ese poder podían considerarse otra cosa que desviaciones del sistema perfecto. Pero fueron siempre aceptados como fatalidades asociables a la incurable imperfección de los modelos y los hombres. De esa comptencia en fin siempre imperfecta y cada vez más desajustada se formaron los grandes oligopolios y con ellos un poder páralelo al del Estado que fue enseguida cómplice antes que árbitro imparcial, antes un subterfugio que una transparencia. La competencia perfecta, la equidad, la justicia o la igualdad entre los sujetos sociales no la huboo en ningún momento pero si al principio fue visible pronto fue, además universalmente trágica. A escala internacional , las invasiones ( y masacres) coloniales permitieron a los países más fuertes desplegar sobre el que se llamó más tarde "tercer mundo" el mismo expediente que los emperadores con sus tropas en el siglo XVI. De hecho los países, como Inglaterra, Francia o Alemania llamaron emperadores a sus dirigentes e imperios a los territorios que agregaron a sus metrópolis como conquistas. La competencia había demostrado la incompetencia de los más débiles para existir independientemente, equitativamente. Como consecuencia, los imperios no negociaban con ellos la extracción y el precio de las materias primas simplemente se las arrebataban, no discutían con ellos el régimen de sus nativos, sencillamente los esclavizaban en su tratamientos de especie inferior. De esta practica mundial se dedujo una imponente relación de y un aire de época del que se imbuyó la Realidad. La proclamada igualdad de derechos individuales no fue guía sino, por el contrario, la desigualdad de fuerzas y posiciones, de armas y conocimientos, que designaba además, por la razón última de la violencia, a quien sería más rico, más capaz, más decisivo y superior. A la imperfecta competitividad de las empresas en el interior del capitalismo se sumaba la competitividad de los imperios sobre el mercado exterior y esas disconjunciones convirtieron finalmente a la competencia en la coartada de poder, sin importar su clase y su grado. El poder obtenido a través de la competición desigual presidía el cambio o la regresión de situaciones en cualquier terreno.

Competir a gran escala era el designio colonial y la competitividad calando hasta las formas de vida, decidió el espíritu de esa época, el espíritu del capitalismo. Capitalismo y competitividad son hermanas siamesas, órganos de la misma idea. Empresario y espíritu de competencia en el mercado vienen a ser conceptos inseparables en la idea matriz de la economía de mercado, desde arriba debajo y desde principio a fin. Se compite en la empresa, se compite en el deporte y se compite también en la escuela, en el amor, en los automóviles, la felicidad o el puesto de trabajo. Parece ya un modo obvio y natural de estar en el mundo pero ¿no podría ser una circunstancia histórica propia del secular y profundo asentamiento capitalista y su estrategia de desarrollo hasta ahora.

Con la competitividad, correlato de la supuesta igualdad en la pelea, se legitimaban los beneficios sin importar su desafuero. Los ricos llegaron a serlo gracias a triunfar en la liza contra sus supuestos pares, tal como se representa, de otra parte, en la promovida imagen del deporte, siendo esta imagen el paradigma puro de lo social, la fachada funcional del juego limpio, competencia sin trampas y partiendo del cero a cero, que se ha trasladado imaginariamente a los demás asuntos y haciendo de la ambición, la codicia y la derrota del otro el emblema general del progreso y la progresión. Casi cualquier cosa es una disputa deportiva en el universo infantilizado del pensamiento social.

La política exterior de Obama, las joint ventures entre empresas, las web sociales, los saberes porocurados por la outsourcing o saberes y soluciones obtenidos por la colaboración de multitudes de todas las condiciones y desinteresadamente, permiten vislumbrar el nacimiento de otra clase de época. Un momentoo histórico donde la competencia tira hacia arriba de todos (clientes y productores, maestros y alumnos, chicos y chicas, rusos y americanos) para acabar con el dilema de ganadores y perdedores y obtener la eficiencia (y la satisfacción y la creatividad y el dinero) no de la competencia sino de la cooperación, no del resultado de vencer sino de ganar todos o lo que ya empresarialmemte se denomina win-win. No hay perdedores, ganadores todos. Tanto en la política interior como exterior, en el comercio nacional como internacional, en la medicina, en la religión oo en el sexo, el lema es colaboración. Un modelo de la ganancia que hace anacrónica la idea de ser feliz a costa del otro, de mejorar a costa de empeorar algo (sea el medio ambiente, sea la paz del medio) y, por el contrario, fomenta el deseo de la cooperación gracias en buena medida al mundo que ha ido enseñando la experiencia de la Red, los logros en red. China y Taiwán, Palestina e Israel, Estados Unidos y Rusia, obtendrán más provecho mutuo de la colaboración que de la contienda. Igualmente la innovación muestra sus mayores rendimientos de la comunicación de conocimientos que de atesorarlos como exclusivas marcas de poder. La propiedad intelectual se deshace como primer paso en el universo de la red. El panorama general en no importa qué modalidad va transformando su naturaleza desde la orden jerárquica a la combinatoria horizontal y desde el poder confinado al poder compartido. Y este paradigma alternativo no ha nacido de la predicación moral sino del mero interés económico en sentido amplio y en sentido estricto. Posee el mismo origen que primitivo que el deseo de subsistencia y posee como motor la consecución de lo mejor para uno mismo. La gran diferencia respecto al patrón anterior es que ese bien individual se logra mejor ahora -ahora que tecnológicamente se puede- no demediando o abatiendo al otro a través de la máxima competencia sino manteniéndose los dos enteros y de pie. Para el trabajo, para la pareja, para el sexo, para las religiones, para el diseño, par la política, para el marketing o para el saber y el placer, en general, se encuentra en marcha un nuevo sistema que ha descubierto su eficacia incomparable en la cooperación, la colaboración y la armonía con el otro y no en la vetustez de la violencia, el tóxico de los desprestigios y el grosero desequilibrio del poder.



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9 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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En crisis: problemas de visión

Si no sabemos qué es esta crisis menos vamos saber cómo salir de ella. Sabemos ya lo que no es: no es una cualquiera, como las que habíamos conocido. Ni paréntesis ni mero accidente de recorrido. Al contrario: viene fuerte y cargada. Nada de ajuste suave, ni curva en forma de V, con una rápida caída y una recuperación igual de rápida. La forma de medirla es el patrón de todas las crisis hasta ahora utilizado: la del 29, con forma de L de base sin longitud previsible. En realidad, la palabra crisis ya se ha quedado corta: Jeff Jervis, uno de los blogueros más agudos y atentos a las mutaciones tecnológicas y sociales, cree incluso que depresión y recesión tampoco se acomodan a lo que estamos viviendo; propone otra forma de ver el cambio colosal en el que estamos metidos: es una gran reestructuración o una gran compresión de las dimensiones de nuestra economía. Algo así es lo que sucedió entre 1929 y el final de la Segunda Guerra Mundial: fue la desaparición de un mundo y la aparición de otro nuevo.

Pero tiene peligro utilizar el crash del 29 y la Gran Recesión de los años 30 como metro de platino iridiado para saber si la de nuestro siglo es más grande, y tiene peligro también por el lado de las recetas para salir de ella. Por el lado de los efectos poco sabemos todavía de la dimensión, aunque sí sabemos ya que es totalmente distinta. Global, omnipresente, con efectos de contracción sobre todo el planeta. No hemos visto todavía colas delante de los bancos, revueltas del hambre o campamentos de pobres en los países llamados occidentales. Pero lo importante, probablemente, es lo que no se puede ver ahora: los efectos invisibles de la crisis en las zonas del planeta que no iluminan los focos de los medios de comunicación: la China rural, la Rusia provinciana y suburbial desasistida, la Europa del Este más profunda, los agujeros negros africanos de pobreza y hambre pandémicas. O lo que no se puede ver porque todavía no ha ocurrido: aquí mismo quizás. La velocidad de destrucción de puestos de trabajo en algunos sectores da que pensar sobre el inmediato futuro que nos espera.

Estamos probablemente en un soberbio reajuste del entero modelo económico, que comportará la desaparición de millares de puestos de trabajo para siempre en algunos ramos que ya nunca volverán a ser como han sido hasta hace muy poco tiempo. Parte del reajuste no es exactamente económico, sino medioambiental: ahora vamos a acercarnos al cumplimiento de los compromisos de limitación de emisiones, pero no por ganas, sino por obligación: porque las factorías y las máquinas que emiten gases a la atmósfera han bajado drásticamente su nivel de producción. Jarvis hace el recuento de lo que está sucediendo en Estados Unidos, donde se están produciendo despidos en masa en manufactura, servicios financieros y comercio. Según el New York Times, son casi cuatro millones y medio los puestos de trabajo perdidos en lo que va de crisis, la mitad de los cuales desde el 15 de septiembre, el día en que un agujero negro chupó la entera banca financiera de Wall Street.

No creo que nadie pueda ver otra vez los bosques de grúas que crecieron en las grandes ciudades, principalmente en Madrid, y en toda la costa mediterránea. Vamos a ver qué sucede con las fantásticas redes de bancos y cajas que hay en España. Habrá que ver asimismo en qué queda la industria del automóvil que da tanto trabajo en nuestro país. Sobre la prensa ya he contado cuáles son mis percepciones: aunque los diarios serán los que más sufran habrá que ver cómo repercute la caída de la publicidad, que puede continuar e intensificarse sobre los otros medios, principalmente la televisión.

La mejor forma de combatirla será probablemente ayudar a pasar el trago de la forma más veloz posible, es decir, invirtiendo el dinero anticrisis en construir la economía que viene, en vez de salvar los despojos de la economía del pasado. En Estados Unidos las prioridades están en la energía (producción de renovables y consumo más racional y eficaz), el sistema de salud y la educación. ¿Cuáles son nuestras prioridades? Me temo que en este capítulo seguimos teniendo todos, Gobierno y oposición, España y Europa, Estado y comunidades autónomas, un grave problema de visión. Pero luego, también otro grave problema, derivado del primero, de escasa voluntad política: ojos que no ven corazón que no siente. Si no sabemos ver lo que nos está pasando, menos sabremos cómo salir del mal paso en que nos estamos metiendo.



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9 de marzo de 2009
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La música como universal antropológico

Sean cuales sean las respuestas a las preguntas que avanzaba ayer,  la música es en cualquier caso un elemento clave del espíritu humano; la música es, por su propio concepto, un ingrediente indispensable de la cohesión social y hasta es posible considerarla (en su aspecto vocal) como la forma en que emergió el lenguaje.

La música, en efecto, no se reduce a la estructura acústico-ondulatoria, traducida (entre otras cosas) en timbres combinados de manera armónica y melódica... a todo lo cual puede, a priori, ser perfectamente receptivo un animal, y quizás con mayor acuidad que nosotros. Lo que llamamos música se articula, desde luego, temporalmente. Ello la vincula a ese hemisferio izquierdo en el que reposaría la percepción temporal y que tanta importancia tiene en el lenguaje (lo cual permite relativizar el peso que tiene el hecho de que el reconocimiento y archivo de melodías se realicen en el hemisferio derecho). Pero hay más: lo que llamamos música parece ser el resultado de que todos esos fenómenos de naturaleza inmediata son explotados e instrumentalizados por el funcionamiento lingüístico. Música sería la physis puesta al servicio de algo que no es un instrumento de comunicación, sino que vale por sí mismo; instrumentalización de una serie de fenómenos físicos al servicio del orden simbólico.

Y en la medida en que está principalmente sustentada en lo acústico pero puede prescindir de éste, sustituyéndolo por otra dimensión sensible (al igual que hace el lenguaje en el caso, por ejemplo, del American Signe Language, ASL) la música tiene esencialmente un grado de libertad. Por otra parte, la música es obviamente en ocasiones independiente de la palabra, pero si sigue siendo música es porque sobre ella se proyecta siempre la sombra de su origen: "musica ex linguae...".

 

 

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9 de marzo de 2009
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El mundo es ancho y Quintana

Tras el derrumbe del gobierno gallego anduve observando esos fenómenos que trae siempre consigo un disgusto de este tipo, antropología casera. En una tertulia de la Cuatro en la que por debajo de los opinadores se imprimen mensajes de la audiencia, se repetía una y otra vez la trágica frase: "Hoy me avergüenzo de ser gallega". Y también: "Después de esto, dejo de ser gallego".

Una identificación tan psicótica con la demarcación territorial facilita episodios de grave melancolía. La activa pulsión religiosa que late debajo del animismo destila un odio místico que descarga su resentimiento sobre "los otros". Por lo general, el culpable de la vergüenza es un partido político infiel como el PP. Sin embargo, la carga de irracionalidad y primitivismo puede ser tan aguda que desvíe el odio hacia quienes se supone son la nación del nacionalista. Entonces uno odia ser gallego o considera que los gallegos "no ME merecen".

    La figura es harto frecuente entre patriotas. Algunos de los más desesperados luchadores por la lengua catalana, por ejemplo, suelen escribir (en castellano) que hay que ser más duros, más radicales, más monolingües. Lo que están diciendo es: "Los catalanes son menores de edad, no quieren ser como YO, y hay que obligarles". El narcisismo de los nacional-estalinistas que identifican territorio y espíritu místico ("no admitiremos la asfixia de Cataluña", siendo "Cataluña" el periodista del ramo o el gobierno del mes) conduce a una conclusión melancólica: ¡Qué insumisos son los catalanes con sus gobernantes! ¡Se niegan a hablar la lengua de los jefes! Son infieles que viven entre cristianos.

    La consecuencia bruta (y destructiva) es el recurso autoritario. Montilla acaba de decretar que todas las películas que se exhiban en Cataluña vayan dobladas mitad por mitad en castellano y en catalán. Y los subtítulos, también. Espléndida medida de dirigismo estatal que llenará de gozo al sector de cines comerciales y distribuidoras: ese grupo de ciudadanos que simula ser catalán, pero en realidad es criptojudío. Duro con ellos.

Publicado el sábado 7 de marzo de 2009.

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9 de marzo de 2009
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El Boomeran(g)
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