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Entre Seseña y Barcelona

Esas fotos de desolación urbana habían salido ya en la prensa española hace bastante tiempo. Grandes bloques recién construidos, anchas avenidas, profundas perspectivas e incluso esos semáforos apagados y los impecables signos del tráfico pintados en un asfalto que todavía los neumáticos no han hollado. Todo desierto, sin un alma a la vista, como en una tela de De Chirico. En aquel entonces esas imágenes ilustraban los desastres inmobiliarios protagonizados por El Pocero, el mayor exponente del boom de la construcción y de la corrupción y el tráfico de influencias municipales y autonómicos. Ahora, esas mismas fotos, que casi habíamos olvidado, sirven para ilustrar las crónicas que publican los más prestigiosos periódicos del mundo sobre el abismo que se abre ante nuestros pies, las debilidades de la política económica del Gobierno y las zurras parlamentarias entre Zapatero y Rajoy.

Seseña es el símbolo y resumen de la burbuja inmobiliaria. De la caída en picado del precio de los pisos que más pronto que tarde terminará produciéndose. De las montañas de hipotecas impagadas. De los desahucios en cadena. De los activos tóxicos acumulados por los bancos. De la deuda privada española que desborda cualquier capacidad de refinanciación. En Estados Unidos se concedieron hipotecas a quienes no tenían avales ni garantías, se empaquetaron luego y se vendieron envueltas y escondidas, diferidas y diluidas en fondos sofisticados de alto riesgo. En España se hizo al revés, se construyó mucho más allá de lo razonable y de lo que podía absorber el mercado, a menos que fuera para la especulación, gracias al dinero que fluía como una riada desde bancos y cajas. En uno y otro caso se trataba del esquema de Ponzi (Carlo Ponzi fue un estafador italiano que actuó en Boston en los años veinte y dio su nombre a este tipo de estafa), la pirámide celebérrima de la que Berni Madoff fue supremo arquitecto. Nuestro Bernie Madoff no fue tan sólo El Pocero, muy en contra de lo que dicen las apariencias, sino quienes han favorecido y aprovechado la política de dinero barato, es decir, el euro, para alicatar la costa entera de la Península y empezar luego a enladrillar la meseta. ¿Y quiénes son estos madoffs, entonces? Me temo que las responsabilidades son tantas y tan dispersas que al final nadie es responsable. Zapatero es quien lleva el timón ahora, y a él hay que pedirle cuentas por lo que está pasando, no hay dudas. Y si no porque está donde está, ha dicho lo que ha dicho y ha hecho lo que ha hecho (o no hecho). Pero todos, políticos, banqueros, constructores, propietarios y periodistas, comparten o compartimos alguna responsabilidad en esta burbuja o pirámide nuestra. Ha quedado claro que España no es Grecia. Ahora deberíamos demostrar que tampoco es Seseña y que queremos ser en cambio Barcelona, ciudad donde esta semana pasada se ha producido una de las mayores acumulaciones de talento empresarial y tecnológico del mundo. El Congreso de Móviles, que viene celebrándose desde 2006, con más de 1.300 expositores y 50.000 ejecutivos, entre los que conforta contabilizar más de 50 compañías españolas, es lo que nos permite pensar la perspectiva de una economía que no esté basada exclusivamente en el ladrillo y el turismo. A la vista de lo que han presentado los expositores de aquí, hay que decir que no está nada mal el progreso realizado por las empresas españolas. Muchas de ellas, por cierto, de la España interior, meseta adentro. Cuidado: ni el conjunto de toda la costa y la meseta son El Pocero, ni Barcelona es equivalente a innovación. Todo está muy repartido. También hay poceros y seseñas en la capital catalana. Pero el congreso de telefonía debiera funcionar como emblema frente a Seseña, imágenes ambas del viaje al que nos obliga la crisis: venimos de Seseña y queremos ir a Barcelona. Pero para hacerlo, primero habrá que salir de la vacía ciudad mesetaria: ¿cuánto vale de verdad esta urbe desierta?, ¿qué se puede hacer con ella?, ¿cómo quedarán los bancos y cajas atrapados en el silencio abismal de sus calles? Luego habrá que extremar las medidas y los esfuerzos, para llegar a Barcelona, que quiere decir invertir en educación, investigación y desarrollo; favorecer la pequeña empresa; buscar capital riesgo para las tecnológicas, y contar con un mercado de trabajo ágil y eficaz para que las buenas ideas se conviertan rápidamente en puestos de trabajo.

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22 de febrero de 2010
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Los baños del Niágara

 

 

            Todos le llamábamos Ríos, aunque su nombre completo era Juan Manuel Sánchez Ríos. Falleció hace unos días. Era pintor y profesor de Artes Plásticas y Diseño, y esposo, padre, vecino, amigo. Pero por encima de todo era un gran amante de Madrid, una persona completamente integrada en el mundo, ese mundo que empieza en la casa, la calle, el barrio, la ciudad para seguir más y más allá. Ríos era un hombre de barrio y quienes lo conocían comprenden lo que quiero decir: hacía suyo su entorno, nada le resultaba despreciable o superfluo. ¡Cómo envidio su curiosidad!. Se fijaba en todo y lo cuidaba, trataba de impedir que se cometiesen atrocidades estéticas. Hay personas que desean lo que tiene el vecino y otras que andamos a medio camino entre lo que ya tenemos y lo que nos gustaría tener. A Ríos, en cambio, parecía que le faltaba tiempo para saborear a fondo lo que le había sido dado o había conquistado en la vida, pero no conformándose (era rebelde como él solo), sino implicándose hasta los huesos en cada momento y situación.

            No sé si exagero o me quedo corta, mi impresión es la de una simple vecina que se rindió a su humanidad y creatividad constante en la parcela de vida que le tocó vivir: mejoraba lo que tocaba, lo que caía en su esfera personal. Yo caí en esa esfera y puesto que escribo en la sección de Madrid de este periódico, estoy segura de que se empeñó en facilitarme el trabajo y que por eso de vez en cuando recibía algún sobre con mapas, con planos de la Colonia de chalecitos del Manzanares, que él intentaba que no se apartara del diseño original y no perdiera su encanto... El último envío fue suculento: una recreación hecha por él de "Sidras Casa Mingo" de los años cincuenta, integrada en la estación del Norte (ahora Príncipe Pío) entre los almacenes de mercancías y los andenes del tren. Hoy por hoy Mingo (fundada en 1888) continúa siendo un clásico, abarrotado casi siempre, con una mezcla de sidra, pollos asados, callos a la madrileña y fabada asturiana. Por allí se le podía ver a menudo, y allí un día de estos sus amigos nos tomaremos un vino o una sidra en su memoria. En el mismo sobre venía otra recreación: un grabado salido también de su mano de la Ermita de la Virgen del Puerto y su entorno. Nada más verlo, entramos en el túnel del tiempo, nos situamos en otro tiempo, en el siglo XVIII, cuando mandó construirla el Marqués de Vadillo. Entonces las cosas eran algo diferentes según nos cuenta Ríos: "Al fondo en la glorieta de San Vicente, se contempla la puerta de equivalente denominación y la fuente de los Mascarones, en cuya delantera discurre el arroyo de Leganitos que diera inicio en la plazuela de San Marcial, actual plaza de España". Si aquellas gentes levantaran la cabeza y vieran la Torre de Madrid, y ¿qué ha pasado con el Arroyo de Leganitos?

            Y ahora viene lo mejor, ¿sabían ustedes que existieron los estudios cinematográficos Fuente de la Teja? En la revista "El Barrio", de la Asociación de vecinos Manzanares-Casa de Campo, Ríos escribió un interesantísimo artículo en que cuenta cómo en 1919 la productora Patria Films compró unos terrenos en la Fuente de la Teja, situada en la calle Comandante Fortea. Este lugar, paralelo a la ribera del Manzanares, que hoy consideramos prácticamente el centro, entonces era el culo del mundo. Y allí la productora creció de manera increíble con taller de decorados y laboratorio propios. De hecho el primer decorado en Madrid del exterior de una calle se hizo aquí, y se rodaron La verbena de la Paloma, El lazarillo de Tormes, Gigantes y Cabezudos o Cuidado con los ladrones. Lamentablemente se cerró en 1927. Es curioso que ahora viva en este barrio mucha gente del mundo audiovisual como si fueran atraídos por los fantasmas de estos estudios y de los cines que los rodearon. Uno de los que Ríos habla es los Baños del Niágara, en la cuesta de San Vicente esquina con la calle Arriaza. Se inauguró en 1913 y tenía capacidad para 2500 personas, pero ¿ay! costaba una peseta y hasta que no se bajó el precio a diez céntimos no prosperó, después estuvo en funcionamiento hasta 1940. Y quien quiera saber más de otras salas que llenaban estas calles de ensoñaciones que acudan al artículo de Ríos. Gracias a él, a sus recreaciones e indagaciones podemos imaginarnos pisando por donde otros pisaron con ropa más incómoda, con otras costumbres y otros esfuerzos, en un Madrid más aldeano y pobre y sucio por una parte, pero menos domesticado por otra.

            ¿Qué sentirían las 2500 personas que abarrotaban los Baños del Niágara un domingo por la tarde? ¿Soñamos nosotros mejor que ellos?

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21 de febrero de 2010
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El poder y la letra

La Tercera informó esta semana que los organizadores del acto inaugural del Congreso de la Lengua, a celebrarse en Valparaiso el 2 de marzo, habían decidido prescindir de la presencia de los escritores Mario Vargas Llosa y Jorge Edwards. Sonaba raro que un Congreso de la Lengua contara en su inauguración con autoridades oficiales pero no con los que se supone que representan la escritura viva y están entre los que más han hecho por dotar a la lengua española de una dinámica proyección hacia el futuro. Poco después llegaron las aclaraciones y rectificaciones de La Moneda, y todo volvió a la normalidad: Vargas Llosa y Edwards no serían excluidos.

Se le puede dar el beneficio de la duda a La Moneda y decir que todo no fue
más que el error de un "funcionario medio". Sin embargo, es difícil no quedarse con la sospecha de una burda represalia debida al apoyo de los escritores a Piñera en las pasadas elecciones. Y quizás en el fondo no importe tanto si el autor del desatino era una alta autoridad o apenas un "funcionario medio". Lo que este episodio revela, una vez más, es la perversa relación que existe entre el poder y la letra en América Latina.

Ahora que estamos en época de bicentenarios, es bueno recordar que es nuestras repúblicas nacientes en el siglo XIX el hombre de letras que intervenía en la esfera pública era más la regla que la excepción. El poder simbólico de la escritura hizo que nuestros letrados se contaran entre los principales regidores de las naciones: de sus plumas salieron las Constituciones, las leyes, las reglas para hablar y escribir. Andrés Bello y Sarmiento, nuestros grandes codificadores, sellaron esa alianza entre poder y letra que no haría más que consolidarse con el paso de los siglos. Es cierto que hubo flujos y reflujos, momentos en que la escritura quiso alejarse del poder: pienso, por ejemplo, en los modernistas de fines del XIX (pero incluso ellos tuvieron a Martí). Sin ir más lejos, las nuevas generaciones -digamos, desde la década del noventa hasta nuestros días- han sido explícitas en su deseo de adoptar un nuevo modelo de escritor, más recluido, menos dispuesto a opinar, a intervenir en el debate político. Pero la tradición pesa, y el escritor latinoamericano está más cerca del intelectual público francés que del esquivo autor norteamericano (admiramos el silencio de Salinger, pero en el fondo aspiramos a Camus).

En un continente en el que la vida intelectual nunca ha alcanzado una autonomía que le permita alejarse del poder, es lógico que de vez en cuando el poder resienta estas intervenciones y quiera poner las cosas en su lugar. Nuestros políticos cortejan a los intelectuales y están acostumbrados a su adherencia cortesana, y por ello no saben muy bien qué hacer con las críticas y los rechazos, los gestos de independencia. Ya sabemos a qué extremos se ha llegado en tiempos dictatoriales: la cárcel, la tortura, las muerte.

Resulta tentador rasgarse las vestiduras ante lo ocurrido con Vargas Llosa y Edwards, pero quizás habría que verlo desde otra perspectiva. Que un escritor sea excluido por un gobierno significa que lo que dice todavía importa: su peso simbólico es más fuerte que su peso real. Lo que sorprende es la forma atolondrada de la exclusión, no la exclusión en sí, que es, digamos, el precio a pagar por esa tirante relación entre el poder y la letra en nuestro continente.   

(La Tercera, 20 de febrero 2010)

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21 de febrero de 2010
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¡Moleskine Literario premiado en España!

Lugar de la ceremonia. Fuente: Revista de letrasGracias a todos los lectores y amigos de Moleskine Literario por votar por este blog en el Premio Revista de Letras organizado por la página virtual del mismo nombre en Barcelona. Hoy a las 18.49, en la Librería Bertrand de Barcelona, dieron el nombre de este blog como ganador en la categoría Mejor Blog de Crítica Literaria del Extranjero. Mi hermano Edgard salió de su huraño escondrijo a una hora de Barcelona y agradeció (seguro lacónicamente) en mi nombre el honor de haber resultado ganador y, además, recibió el trofeo y un e-reader que espero pronto tener entre mis manos (en octubre viajo a Barcelona).Como saben, el premio se otorgó en varias categorías y a través de una serie de votantes en España y América Latina. Solo se podía votar una vez en cada categoría y por eso, felizmente, no hubo trolls ni puntos en contra. Un abrazo a todos los de Revista de Letras y en especial a todos los que votaron por Moleskine Literario en su quinto aniversario. ¡Y que sean cinco años más!

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20 de febrero de 2010
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GPS

A propósito de las conversaciones migratorias entre Cuba y Estados Unidos que están ocurriendo hoy en La Habana. Carlitos llegó finalmente a Atlanta, después de intentar cinco veces cruzar el estrecho de La Florida. En dos ocasiones fue interceptado por los guardacostas norteamericanos y devuelto a la Isla. Guardó durante meses el sobre amarillo que ellos le dieron para que solicitara ?de manera legal? una visa en la Sección de Intereses de Estados Unidos. Sin embargo, él prefería un camino más rápido para dejar atrás el cuarto que compartía con la abuela y el acoso de los policías de su barrio. Fue capturado también por la parte cubana, un 13 de agosto de hace tres años, cuando al bote se le partió la hélice y el viaje terminó en un calabozo en el poblado de Cojímar. Allí le pusieron una multa y desde ese día un agente vestido de civil comenzó a visitarlo para exigirle que buscara un vínculo laboral. Después de comprobar sus pocas dotes como marinero, este joven de 32 años logró irse a Ecuador, uno de los pocos países que aún no le exige visa a los cubanos. La nación sudamericana fue el trampolín para entrar a territorio estadounidense, donde hoy trata de comenzar una nueva vida. Dejó en manos de unos amigos el GPS que lo había ayudado en sus travesías y aquel formulario que nunca rellenó para pedir un visado humanitario. No se marchó hacia un determinado destino, sino que se fue espantado del cuarentón frustrado en que temía convertirse. Ni siquiera en sus días de mayor optimismo podía augurar que llegaría a tener un techo propio, ni un salario que le evitara desviar recursos del Estado para sobrevivir. Como tantos otros cubanos, Carlitos no ha podido esperar a que las promesas que nos hicieron cuando niños se materialicen. No quiso envejecer sentado en la acera frente a su casa, calmando su fracaso con alcohol y alguna que otra pastilla. Planeó todo tipo de escapadas, pero finalmente un tío pagó el boleto para que llegara a Quito con la ilusión de poder sacar después al resto de la familia.  Todavía sueña con lanchas que se acercan en medio de la noche y lo llevan esposado hacia Cuba oliendo a salitre y a petróleo. Se desvela y mira alrededor, para comprobar que sigue en el pequeño apartamento que ha rentado junto a una amiga. ?Balsero una vez, balsero siempre? musita, al tiempo que se acomoda la almohada e intenta soñar con tierra firme.

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19 de febrero de 2010
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García-Alix

A Alberto García-Alix le gusta autorretratarse, más que a la mayoría de los grandes fotógrafos contemporáneos entre los que se cuenta. No por ello es más vanidoso que el resto. Él se muestra ante el objetivo de su cámara con la misma impudicia con la que retrata a sus demás modelos, siguiéndoles a menudo en los castigos de la crueldad del tiempo. Y como ellos, se desnuda genitalmente o se pone elegante, se mete en las venas la jeringuilla, se enmascara o exhibe los accidentes de su piel, piel gastada, que es la que puede verse en alguna de las magníficas piezas que ahora mismo están colgadas en el ‘stand' de El País dentro de ARCO.

García-Alix es en esos abundantes autorretratos el modelo de García-Alix, y señalar la duplicidad de la persona no es un apunte mío de psico-crítica; en el arranque de su libro ‘Moriremos mirando', el autor escribe: "Si alguien puede hablar de Alberto García-Alix, ése soy yo. He sido testigo de su tiempo y de sus andanzas. Sus pasos han sido también mis pasos. Es posible que nos hayamos cambiado las sombras, pues cuando lo abandono y me voy camino del sueño, temo que la sombra que me siga sea la suya. Mil veces pienso que nuestra amistad está sostenida en algo más poderoso que el amor. En el temor. El mío, claro. Algo en él, quizá su desatino o la locura a la que me arrastra, me produce miedo. Tengo motivos para sentirlo, he sido sin desfallecer su compañero inseparable desde el 76". El texto, que lleva el curioso título de ‘Revelador, paro y fijador', continúa contando la vida de Alberto desde esa fecha de 1976, la del comienzo de la dedicación fotográfica de García-Alix; la voz narradora, bajo el nombre de Xila (que es, por supuesto, el anagrama de Alix), dialoga a veces con su alter ego, pero principalmente da el parte de un testigo ocular, reflejándolo entre sus amores y sus amigos, en la muerte por sobredosis de su hermano Willy, en sus viajes y chutes, y reprochando a veces lo que el otro hace.

Se trata del escrito más destacado de un conjunto poco relevante en sí mismo, fuera del interés del revelado de su autor. Cuando se pone lírico, como le pasa a veces en la larga confesión ‘De donde no se vuelve', incluida en el catálogo de su extraordinaria exposición del mismo título en el Museo Nacional Reina Sofía, García-Alix puede resultar pueril, y hasta asombrosamente ñoño ("He visto lo insondable del corazón absorto en la soledad de mis delirios"), y tampoco la versión cinematográfica del mismo texto y los demás guiones de video publicados en el libro tienen sustancia. Sólo compensa la lectura cuando nos informa de aspectos de su arte o de algún episodio vital que ilumina su trabajo, y también interesan, por poco articuladas que estén, las manifestaciones de sus amores (a los fotógrafos August Sander, Dianne Arbus o Richard Avedon) y de sus desdenes, como el que siente por Sebastiao Salgado, "que humanamente tiene que ser un gran tipo" pero cuyas "fotos siempre son...¿cómo decirlo?...¿políticamente correctas? Sí, sus imágenes nunca nos ofenden, en ellas el dolor de los hombres desfavorecidos por la vida nunca se muestra [...] Siempre hay esa distancia del que observa pero no se implica".

La ventaja de sentirse dos, es, en el caso de García-Alix y Xila, muy productiva, y nunca engañosa. Xila tiene algo de moralista no puritano, de hombre prudente, inevitablemente sujeto a los desmanes, a las malas conductas y las malas compañías de Alberto. Pero el tándem formado con el propósito del arte está enteramente al margen de las artimañas; aunque García-Alix hace también paisaje y algún que otro interior sin figuras, su fuerte es el retratismo, y en ese género fotográfico, y con el género humano golpeado que a menudo tiene ante su cámara, jamás se le verá compasivo o condescendiente, y mucho menos embellecedor. Al mismo tiempo carece, a mi entender, de la curiosidad enfermiza de Arbus por sus criaturas más desdichadas, y en ningún caso García-Alix, por mucho que le admire, cae en el tratamiento un tanto zoológico que Sander daba a sus campesinos y colegiales. Los ‘yonkis', las putas, los colgados y demás seres que se prestan a posar para él sin ninguna ropa o con atuendos de diversas tribus urbanas, son semejantes, camaradas de un viaje al subterráneo, y de ahí el valor añadido de la complicidad natural, del entendimiento, que aflora espontáneamente en los autorretratos, los de la droga y alguno de los recientes, como ‘Un hombre triste' (el desnudo frontal junto a una piscina, del 2001), ‘Carnaval' (el fotógrafo orinando, del 2002) o ‘Tras la máscara' (2001), en el que lo poco visto del rostro en gran primer plano (los labios, la nariz, las mejillas sin afeitar), parece la continuación natural de los pintados ojos macilentos del antifaz. "Si ayer fotografiaba silencios, hoy fotografío mi propia voz".

Como se trata del fotógrafo menos retórico que pueda haber, apetece repasar literariamente sus obras, tan frecuentemente dotadas de la atmósfera de cuento sucio-realista que sólo tiene desenlace en el misterio o la incertidumbre. Enumero alguna de mis preferidas, y las comento como si yo fuera uno de esos críticos que cuentan los argumentos de las novelas. ‘Las cenizas de Caty' (1988) muestra la urna de una amiga muerta -como tantos de sus ‘personajes'-  aún joven, y el utensilio adquiere la capacidad subrogada de ser la máscara fúnebre de esa Catalina Pavón. Pero la urna está, tal vez en el mismo cementerio donde fue cremado el cadáver, en un poyete de losas rotas, casi en el abismo, y aún más temible o desconsolador es lo que se ve detrás, una pared de arenisca con una mancha de humedad (¿o es la sombra de algo nunca visto?) formando el mapa potencial del más allá. En ‘Fernando Pais' (1983), de este sabido amigo de García-Alix sólo vemos sus bruñidos zapatos de lazo, los buenos calcetines de raya oblicua y un trozo de las perneras; todo muy ‘mod', si no fuese por el detalle del hilo suelto que cae del pantalón. La irregularidad, la descompensación, el momentáneo curso de toda elegancia y de toda carne, también presentes en ‘Ewa Budapest' (2000), una muchacha en bello desnudo integral, con las piernas, el sexo y los ojos bien abiertos, todo situado encima del tapete que cubre una mesa, en una postura que tiene tanto de ofrecimiento como de insidia.

Suelen estar muy serios, cariacontecidos, incluso en la calle y en compañía, los modelos de García-Alix, incluyéndose él entre los afligidos. Una de sus fotografías más conocidas (estaba tentado de escribir "emblemáticas", pero me parece más considerado no afirmarlo) es ‘Autorretrato: mi lado femenino' (2002), en la que el artista se luce con una acumulación de atavíos que dan a la imagen la categoría de una ‘vanitas' transgénero. El pelo negro desordenado (las mechones blancos aparecerán pocos años después), las patillas ya canosas, el gesto grave, los tatuajes por brazos y cuerpo, los puños cerrados a la altura del abdomen, el reloj de pulsera corriente, el brazalete de anillas un tanto sado-maso, y los aditamentos femeninos: lápiz de ojos y ‘body' negro ceñido, bajo el que bien podría haber un sujetador para un pecho plano. Esos elementos de transformismo están ahí, se diría, para reforzar -sin negar la condición ambigua- una masculinidad rampante. En un fotógrafo que siempre que retrata a hombres desnudos los elige extraordinariamente dotados de miembro, y que también, en sus mucho más abundantes desnudos de mujeres, ensalza las abundancias del cuerpo femenino, este grotesco autorretrato "en travesti" podría constituir una forma de penitencia. De renuncia carnal.

O, de nuevo enemigo del disimulo, provocador sin gestos para la galería, tal vez con esa foto Alberto García-Alix sólo se está dirigiendo a su inseparable Xila (nombre, por cierto, que también tiene su lado femenino fonético, pues así se pronuncia en inglés ‘Sheila'). Disculpándose ante él o recordándole unas palabras escritas que sin duda el otro yo tuvo que oír en su momento: "Modelo y fotógrafo sostienen siempre un singular pulso donde el modelo presiona de tal manera que pide violentamente un acto de comprensión. O quizás quien se pide tal acto soy yo mismo...".     

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19 de febrero de 2010
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II. La historia, con los ojos abiertos

Las estatuas, generalmente huecas como se ve cuando son derribadas, hay que dejárselas a otros a quienes la historia olvidará junto con los monumentos que se hicieron levantar a sí mismos, como, digamos, Robert Mugabe, que aún continúa, ya anciano, aferrado a la presidencia de Zimbawbe, la antigua Rhodesia, el país gemelo a Sudáfrica en sus tribulaciones bajo el racismo, ambos con fronteras comunes.

A diferencia de la justicia, a la que se representa con los ojos vendados, la historia mantiene siempre los suyos bien abiertos y no se equivoca en sus juicios a la hora de escoger a quienes de verdad la hacen cambiar de curso, y entonces trasponen las puertas hacia el futuro, y se quedan en la memoria colectiva. Humildad, temple, perseverancia, visión de estado, sentido de la historia, de la reconciliación, del perdón, de la compasión.

No es fácil juntar todos estos atributos en una sola persona, y por eso es que los líderes de ese temple son tan raros. ¿Cuántos Nelson Mandela han existido en nuestro tiempo?

Las vidas de Mandela y de Mugabe son vidas paralelas, hasta que en determinado momento se separan abruptamente.

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19 de febrero de 2010
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Los disgustos

Lo característico de un enfado entre los miembros de un mismo hogar, un padre o una madre con un hijo, unos hijos entre sí, el matrimonio que convive bajo ese techo es que, indefectiblemente se debe solventar y cuanto antes mejor para la función general de la arquitectura establecida.

Esta apremiante necesidad, traducida en una presión muy próxima, obedece desde luego a la inevitable proporción del espacio casero, reducido y común. La repetida presencia de unos y otros cruzándose en los pasillos, su simultáneo uso de  cajones de donde extraer o depositar algunas cosas, la forzosa l circunstancia de coexistir en habitaciones como la cocina o el salón,  introduce una suerte de maldición ambiental sobre la misma naturaleza del conflicto que arrastra casi a la tortura a los miembros afectados y que conduce  tarde o temprano, por mero agotamiento biológico a una reconciliación de supervivencia.

Bien, la reconciliación ha tenido lugar y se ha sellado con besos y abrazos, alguna lágrima, algún  susurro de excusas y perdón pero todo ello se hallaba de antemano escrito punto por punto y cualquiera de ellos asumen que no había otro modo de hacer.

 Disgustarse con otro huésped del hogar exige, para seguir alentando en el hogar que la avería interpersonal se resuelva cuanto antes porque el funcionamiento de las personas, su circulación y uso de espacios dentro de ese angosto paquebote impone, aún dolorosamente,          que el doloroso enfrentamiento no se haga de pie.

 Uno y otro se ven de un lado asaltados por la insoportable estampa  y a la vez encarcelados allí sin que en el horizonte se vislumbre otra opción.  Casi siempre,  las tentaciones de huida, de echarse a la calle o echarse al mar,  acompañan a los conflictos de mayor calado pero, después,  o el intento no se cumple o el regreso taciturno añade una doble carga a la aceptación de que no se puede vivir fuera de allí.

El adentro de allí no cabe definirlo como  un espacio carcelario pero ¿qué duda cabe que se manifiesta de similar  manera cuando la enemistad entre uno y otro estalla y la convivencia ata. Lo racional sería afrontar el conflicto y disolver cuanto antes ese disgusto, la mala interpretación, la contestación destemplada, la infidelidad, la atracción y casi enseguida hacer las paces para restablecer el delicado equilibrio del hogar. Sin embargo,  hacer las paces enseguida, deprisa y corriendo, no resuelve la esencia del  problema puesto que si el problema se arregla de inmediato o con toda facilidad el problema parece barato y su valor va tendiendo a cero.

 Para que el problema alcance gravedad y se reconozca que el agravio ha sido lo bastante grande debe hacerse notar en tiempo y gestualidad su notable de importancia. De ese conflicto importante  participa tanto el supuesto  verdugo como su supuesta víctima, el eventual actor de buena fe fe y el otro que no supo o no quiso verla para que, en medio de esta áspera tristeza,  que va corroyendo el sentimiento de ambos, el tiempo opere como un lenitivo, un tedioso atenúante, una duración cuya considerable longitud en el plazo represente, a su modo, la intensidad de la ofensa.

Ambos pues, contra lo más útil o razonable,  dejarán pasar un tiempo suficiente de dolor para que su tormento  pueda crecer hasta ocupar como límite máximo el completo aforo del recinto. A partir de ahí el malquistamiento se debilita como consecuencia de la imposibilidad de seguir  respirándolo. Con ello algún indicio de reconciliación empieza a percibirse en la base de la circunstancia y no porque se haya entendido al otro y se vuelva hacia atrás ya persuadido de que la ofensa carece de demasiada importancia sino porque la coerción del escenario disminuye la posibilidad de seguir expandiéndose y, se mire como se mire, no sólo los amores crecen con la distancia, las enemistades sólo crecen aparentemente en la medida en que disponen de un espacio suficiente para enarbolarse.  No contando con ese espacio magno la enemistad se asfixia o se agota  y, una de dos: o se disipa o se convierte en un odio feroz que lleva, como en las cárceles  al suicidio o al asesinato.

Por lo general, sin embargo, en vista de las limitaciones más comunes, la convivencia se recupera dentro del piso ya que no puede escenificarse en mansiones de varias alas.  La enemistad sin resolver, pero callada,  se ve obligada a mantenerse en una cota  de vuelo rasante que si, en momentos encarnizado se adorna de gritos, por lo general se mantiene en una seudonivelación  silenciosa que es lo característico de la vida doméstica- El tratamiento relativamente silencioso del horror y sus complementos. Juntos y tratando de no activar la espoleta que mantiene al otro junto, domido y quieto al otro lado del tabique o de la cama.

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19 de febrero de 2010
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¿Novela erótica? ¿Aún?

Carátula de la novela. Fuente: miaumiau Hubo una época en la que se publicaban novelas eróticas por doquier. Qué sensación de libertad daba ir a una biblioteca y comprar un librito rosado de La Sonrisa Vertical. Las tres hijas de su madre, por ejemplo, un librazo. O hablar con soltura de Las once mil vergas como si no fuera lo peor de Apollinaire. O encontrar, sin sonrojarse, un libro de colecciones Popof en las librerías de viejo. Incluso un escritor peruano apellidado Tola escribió un libro erótico llamado Lulú, la meona, o algo así, y a uno no le parecía extraño; como no fue extraño leer a Vargas Llosa en La Sonrisa Vertical. En fin, otros años, años sin pornhub, redtube y el fabuloso xvideos.com digamos. Además, ahora cualquier novela, incluso la más ingenua, es más erótica o pornográfica que un sueño húmedo de Henry Miller; la literatura erótica ha desaparecido como género, como sello y como un estante escondido en los anaqueles de las librerías. Pero no por eso ha dejado de existir, de conmover y de ser leída, como quería Cabrera Infante, de una sola mano. Por ejemplo, Linaje, de Gabriela Bejerman (editada por Mansalva) que una amiga bellísima mandó de regalo, a través mío, a su amiga peruana. Y no sé si fue la carátula, la belleza de la amiga que me hizo el encargo o la sensación de abrir a escondidas el paquete primorosamente envuelto y leer este librito que no era para mí, lo que hizo que este libro me conmoviera hasta la excitación. O quizá simplemente fue la calidad del libro, resaltada por Mariano Dorr en Radar Libros. Dice la reseña:La nueva novela breve de Gabriela Bejerman se lee con la voraz intensidad de la mejor literatura erótica. En el Prólogo se cuenta cómo Irene ?adoración de su hermano, Pier Rubinov? abandona un enigmático paquete en las aguas del Puma. Antes de hundirse, la narradora rescata ese ?atado de papeles? sin ser vista: ?Certeros fueron los métodos que probé para leer lo que se había empapado, y ahora, antes de arrepentirme, traiciono para ustedes un naufragio familiar?. Treinta y cuatro capítulos, de entre una y seis páginas cada uno, se hilvanan atravesados por una idea dominante: tal vez la historia de una familia sea el secreto de sus adicciones. Abel y Beatriz, los padres de Irene y Pier, son tan hermosos y egoístas como los hermanos, pero en lugar de entregarse a las caricias se entrenan en las virtudes del banquete. Los asados interminables seguidos de frutas multicolores no son únicamente una escena de verano sino también una excusa para los ataques histéricos de Irene, que llora y patalea enfurecida por la muerte del animal (un ciervo cazado por Abel y Pier, con arco y flecha) que más tarde deglute ?como si nunca hubiera estado vivo?. Los episodios siguen el curso de una prosa poética que brilla con la voz de Bejerman: ?La espuma acicateaba burbujas histéricas de felicidad, las piernas vibraban con átomos de luz que se dilataban en la arena virgen?. La unión entre hermanos ?que se miran, se presienten, se desean, se acarician...? se interrumpe sólo con la aparición de un intruso (Víctor) y una intrusa (Púrpura), amantes que llegan para diseminar la pasión entre Irene y Pier. Púrpura es una mujer insaciable; Víctor un hombre que sabe ausentarse para remarcar su presencia, desgarrando el corazón de Irene, que igualmente se desangra cuando su amante se lo pide: ?Los primeros días de la menstruación, Irene se quedaba en su cuarto. A veces tenía ganas de salir pero Víctor la convencía de estarse ahí, chorreando sola, no la dejaba ponerse nada que absorbiera. La ansiaba, tenía una adoración aguda por su sangre. Al fin y al cabo era incluso mejor tener la menstruación, así no había necesidad de inventar formas de hacerla manar?. Con la idea de dejar unos días la cocaína, aparece entre ellos otra droga con toda su potencia destructiva y liberadora: la Paxia, capaz de introducir una paz desenfrenada en Irene, un cerco de orgasmo y muerte que se traduce en la expresión del desmayo. Víctor la conduce como un chamán: ?A ver, abrí las piernas, a ver si cae una gota de sangre. ¿Sí? Hacé fuerza, un poquito, Irene. Ahí va. Mirá qué lindo, así te unto las piernas, ¿te gusta? Tomá, chupame la mano que está toda roja, tomala que te va a hacer bien. No cierres la boca, tomá más, a ver, abrila, qué buena sos?. El furor de Víctor es al mismo tiempo un enamorado satanismo. Pier (siempre fastidiado) y Púrpura (siempre insatisfecha) también se encierran en sus propias prácticas sexuales infernales: ?Su concha se transformaba en un cerebro de sentimientos disconformes, que fácilmente la convencían de que Pier era el hombre más estúpido de la Tierra, el más incompetente?. Los personajes se desafían, se vigilan como animales y se obsesionan con el deseo sin objeto. Con una escritura cuidada hasta el detalle, Linaje de Gabriela Bejerman quema las manos del lector... fuego de palabras.

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19 de febrero de 2010
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Sopa de ajo iraní

Hillary Clinton ha descubierto la sopa de ajo: Irán marcha hacia la dictadura militar. Según la secretaria de Estado, el poder se está desplazando en detrimento de los ayatolás, empujados por la Guardia Revolucionaria, hasta el punto de que ha hecho un llamamiento a "los líderes religiosos y políticos para que recuperen la autoridad que deben ejercer en beneficio del pueblo". Todo suena bastante raro. Irán es una dictadura, en la que la disidencia se paga con la cárcel o la ejecución. Se convirtió, además, en una dictadura militar, sobre todo después de la larga guerra con Irak (1980-1988), que significó la promoción de una entera casta guerrera, convertida en la almendra decisiva en todos los órdenes de la sociedad jomeinista, en la misma línea en que lo han sido los partidos comunistas en los regímenes socialistas. ¿A qué viene entonces esta súbita denuncia del peligro de una dictadura donde no había ni más ni menos que una dictadura, militar por supuesto? 

Clinton no es una profesora de ciencia política. Tal como ha señalado un editorial de Le Monde, "no estaba realizando un ejercicio académico de tipología de los regímenes políticos". El general David Petraeus, que tiene a su cargo toda la región donde se halla Irán, ha señalado estos mismos días que el país persa está evolucionando de una teocracia a una cleptocracia, del gobierno de los teólogos al gobierno de los ladrones. Los ladrones son los Guardianes de la Revolución, naturalmente, la casta privilegiada, compuesta por unos 125.000 hombres, cuyos generales constituyen la burguesía del régimen, pues tienen en sus manos desde los resortes económicos hasta el programa de enriquecimiento nuclear que ha disparado todas las alarmas internacionales y, sobre todo, de los países vecinos. El ensayista iraní exiliado Amir Taheri ha recordado a este propósito el esquema clásico del califato: primero alcanza el poder, por una legitimidad que se supone divina, el descendiente o representante del Profeta; y al final queda en manos de los mamelucos, mercenarios detentadores del gobierno efectivo a través de las armas, que sacan provecho material de sus privilegios (La emergente dictadura militar iraní, en The Wall Street Journal, 17 de febrero). Es evidente que el régimen se halla en un momento de cambio, una involución o endurecimiento frente al movimiento de protesta que suscitó el enorme fraude electoral organizado en las elecciones de junio pasado. Lo que más sorprende es la resistencia admirable de la oposición, que no ha amainado todavía a pesar de la durísima represión que está cayendo sobre ella. Una de las claves de todo este asunto es que la zarpa represiva se abate también sobre dirigentes que han ido tomando distancia del régimen y puede golpear incluso a familiares de Jomeini. Nada de lo que sucede es desconocido para quienes se han dedicado a observar todo tipo de dictaduras: no olvidemos la metáfora, acuñada durante el Terror, en plena Revolución Francesa, sobre Saturno que devora a sus hijos. Barack Obama ha empezado seriamente su ofensiva iraní. Pero no abandonará su mano tendida y despreciada por Ahmadineyad. Aunque nunca se excluye del todo, la respuesta militar no está en el horizonte como sucedió con Bush, que impuso como condición previa para cualquier conversación la paralización del programa de enriquecimiento de uranio. La actual ofensiva es sobre todo diplomática: se trata de construir una amplia política de alianzas que aísle al régimen en la región y permita aprobar una cuarta ronda de sanciones en Naciones Unidas. Se trata, además, de dirigirla al mismo interior de la sociedad iraní, de forma que las sanciones no perjudiquen al conjunto de la población y arrinconen a Ahmadineyad. Para ello, nada más eficaz que señalar a quienes son los auténticos enemigos a abatir, los Guardianes de la Revolución, y favorecer en cambio a los reformistas. En Irán, como en España hace 40 años, hay una dictadura con ultras y con evolucionistas. Por eso quienes quieren derrocar la dictadura señalan el peligro redundante de que Irán caiga en una dictadura. Bush no descartaba atacar a Irán. Su mal ejemplo con Irak, atacado con la excusa de las armas de destrucción masiva sin tenerlas, condujo a acelerar el programa de armas de destrucción masiva por parte de Irán para no ser atacado. Obama quiso dialogar y persuadir a Irán de que entrara en la cooperación internacional, obteniendo la respuesta que se ha visto: nada de conversaciones y nuevos desafíos sobre el programa nuclear. Por eso, la noticia ahora es que Washington ha optado directamente por favorecer el cambio de régimen.

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19 de febrero de 2010
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El Boomeran(g)
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