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Ciegos que guían a ciegos

 

El artículo que publicó ayer en El Periódico de Catalunya Félix de Azúa es una diatriba nihilista contra el embuste nacional. No deja títere con cabeza y da mandobles a izquierda y derecha. Pero su artículo de despedida es también un reproche a sus lectores. Somos fieles comparsas de su mordaz espíritu crítico tan solo para disimular nuestra impotencia política. Si tan mal van las cosas ¿por qué no sabemos poner remedio? La crisis institucional, jurídica, económica... es la metástasis de un país al que tanto le da gritar como bailar.

Los signos nefastos no han servido para nada. Y no por falta de agoreros. Se ha cumplido la maldición: al borde del llanto, con sus duelos y quebrantos, la ciudadanía, desconcertada, se teme lo peor. ¿O acaso sólo teme descubrir lo peor? Ese momento fatal en que ya no sea posible seguir viviendo en el engaño.

¿Para qué sirve un analista de la actualidad? La pregunta que nos espeta Félix de Azúa nos afecta terriblemente. Y deja en evidencia la ficción cultural, institucional y política de una sociedad desmembrada, condenada a ignorar el significado de sus desvaríos.

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4 de mayo de 2010
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La pista del dinero

Los pronósticos sobre el destino de la cultura forman parte del mayor o menor negocio que represente la cultura. Ni los libros, ni los discos, ni el cine, crecieron o decrecieron por su cuenta sino en relación los resultados económicos que proporcionaron. Que proporcionan y que proporcionarán. La idea de que la cultura es un mundo y la economía todos que apenas se tocan o cuando se tocan se pervierte el primero es una idea recibida de las ensoñaciones de la Ilustración.

Desde siempre, en el espacio real, lo que da dinero cunde y lo que no mengua sus artículos. Lo que ofrece mucho beneficio económico progresa y lo que arruina el negocio termina a la vez con su producción.  No hay, por tanto, que calentarse la cabeza con el futuro del libro o de los periódicos, de los vídeos o los CDs. Una nueva estructura económica hará posible o no la pervivencia de ellos.

Por el momento, todavía en plena crisis, la publicidad ha empezado a regresar. ¿Dónde vuelve? Allí donde las circunstancias le permiten sobrevivir. ¿Dónde no vuelve? Allí donde, como las aves migratorias, el cambio climático o de clientela ahogan su porvenir.

Ahora hay un ascenso de publicidad para la televisión, para internet y para el cine donde, muy pronto veremos películas cargadas de artículos que se muestran con la marca bien visible.

Por el contrario, la publicidad apenas se decide a gastar en publicaciones impresas y tanto el periódico como los libros, incluso cargados con nombres de marcas, son la golosina que se cuece en el mundo de lo audiovisual. La cultura ha cambiado ya y la economía decide su rumbo. ¿Recuerdan los tiempos en que el Estado se ocupaba de ofrecer bienes de valor objetivo aunque no fueran rentables materialmente?

"Después del pan, la educación es la primera necesidad del pueblo", decía Danton. Ese sueño ilustrado ha ido desvaneciéndose, se ha desvanecido ya, con el dominio general de los mercaderes en el interior del templo.

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4 de mayo de 2010
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Efectiva realización de lo que decía Cristo

J- Cuando en los planteamientos evangélicos Jesús hace una serie de postulados éticamente muy nobles, plantea una serie de reflexiones y de ideales y de alguna manera esta dando una visión de algo que se quiere convertir en una religión del amor y de la justicia, y posteriormente se pervierte y se transforma en un mecanismo de alineación...

V- No, no hay ese cambio lo que hay en el Cristianismo está ahí desde el origen. Vamos a ver,  el estalinismo por ejemplo es el fracaso de los idearios de emancipación, de libertad, de racionalidad y  en suma de dignificación de la condición humana, encarnados por la Revolución de Octubre. Por el contrario el Franquismo y su despótico sistema económico-social no es ninguna traición al ideario falangista sino la verdad del mismo, escondida tras la parafernalia de la "revolución pendiente", etcétera...

 Análogamente, el Vaticano es la realización de lo que decía Cristo. Es así de claro: Cristo invitaba a la genuflexión y  la Iglesia se ha encargado de que efectivamente estemos genuflexos, es decir que renunciemos a todo ideario de emancipación, que dejemos de aspirar aquí y ahora a condiciones sociales que permitan una asunción plena de la condición humana Esa historia de amor al prójimo (incluido el enemigo) etcétera es el mero aspecto ideológico del asunto. De todas maneras insisto en que una religión que posibilita la erección de catedrales es mucho más soportable que los sucedáneos que constituyen ciertas religiones descafeinadas de nuestra época (descafeinadas desde el punto de vista de la intensidad espiritual de los que las practican, pero no menos peligrosas).

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4 de mayo de 2010
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Cuanto más pacífico es el ascenso, más inquietante

Sobre todo por la prodigiosa capacidad de oclusión informativa que tienen los grandes acontecimientos oficiales en la República Popular China. Que son tres de magnitud colosal en tres años, desde 2008: los Juegos Olímpicos de Pekín, del 8 al 24 de agosto en 2008; los actos del 60 aniversario de la fundación de la República, el 1 de octubre de 2009; y la Expo de Shanghai ahora, desde el 1 de mayo hasta 31 de octubre de 2010. He escrito oclusión informativa y quiero denominar con esta expresión la fuerza propagandística que tiene un Estado para proyectar a su gusto la imagen de un país moderno y eficaz y a la vez dejar cada vez más en la sombra tanto las disfunciones del sistema de capitalismo chino como su carácter totalitario y homogeneizador.

Los comunistas chinos están consiguiendo, a lo grande, lo que los franquistas reformistas intentaron con éxito muy mediocre en los años 60. Esos desfiles perfectos de sincronización; esos éxitos mediáticos en todo el mundo; esa capacidad para romper todas las barreras en la participación internacional, no son cosas muy alejadas en cuanto a inspiración de los esfuerzos desarrollados por Manuel Fraga y sus amigos hace 50 años en aquellas campañas de las que ya casi nadie se acuerda sobre los XXV Años de Paz, la promoción del turismo extranjero con su ?Spain is diferent? o del deporte con su ?Contamos contigo?, todas ellas caras propagandísticas del desarrollismo económico que cambió la faz de España en poco más de una década. Además de la diferencia de tamaño hay otra de contexto que es la que explica todo: quien tiraba de España económicamente era Europa y correspondía al régimen franquista hacer los esfuerzos para ser considerado por los países vecinos; mientras que en China quien tira del país es la propia economía china, gracias a su apertura al mundo global ciertamente. Pero no hay nadie capaz de exigir al régimen chino los estándares de derechos humanos y de Estado de derecho que se exigió a España cuando empezaron a moverse las cosas. Al contrario, lo que se teme desde Europa y Estados Unidos y conduce a la mayor prudencia frente a China, es que la superpotencia emergente utilice su poderío para trenzar peligrosas alianzas anti occidentales con los regímenes más detestados desde Washington y Bruselas. No es extraño que entre quienes mejor han entendido lo que está sucediendo en China estén precisamente los antiguos franquistas. El difunto José Antonio Samaranch, el español más admirado y adorado por los chinos (Samaranchi en chino), fue uno de estos franquistas que intentaron una modernización desde el totalitarismo similar a la de los seguidores de Deng Xiaping con el régimen fundado por Mao Zedong. Luego no tuvieron más remedio que abrir la mano hasta un punto al que los comunistas chinos no quieren llegar de ninguna manera y esto fue, felizmente, la democracia española. Fijémonos que, de nuevo salvadas las diferencias inmensas de dimensiones, dos son los puntos en los que ambos regímenes tropiezan con obstáculos aparentemente insalvables: el pluralismo político y los derechos de las nacionalidades y regiones. Estos días en que hay quien quiere poner en tela de juicio la transición española o plantear incluso una regresión respecto al Estado de las autonomías es momento también de desear que para los ciudadanos chinos llegue bien pronto la oportunidad de saltar desde una modernización totalitaria controlada por el Estado a una sociedad abierta y plural regida por un Estado de derecho democrático como sucedió en España hace 35 años, con libertad para los partidos y autogobierno para las numerosas nacionalidades que ahora sobreviven más que viven dentro de la República Popular China.

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4 de mayo de 2010
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Vómito para libros malos

Entre las gentes que no pueden dejar un libro hasta el final, aunque les parezca malo lo que leen y aquellos otros que tiran a las altas las obras que no les interesan debe de haber una honda y esencial diferencia de espíritu. ¿Respeto al autor, por plasta que sea? ¿Respeto al libro por malo que le haya salido a su escritor? ¿Respeto al dinero invertido en la expectativa de ser recompensados?

La comparación con un restaurante sacaría de atascos este dilema. Nadie desea tragarse una comida envenenada o repugnante, nadie quiere ingerir una sopa con sospechas de sucias manipulaciones en el interior. ¿Por qué habría de indultar al libro y soportarlo hasta las heces?

El libro, incluso más que la sopa, viene a adentrarse en nuestro más íntimo interior y, lo que es peor, con nuestro incesante beneplácito. Un libro es una sucesión de garabatos que sólo  adquieren vida prestándole nuestra vida, tienen emoción, buena o mala a través de nuestras emociones prestadas a lo largo de la lectura.

¿Por qué íbamos a amargarnos el espíritu ante unas páginas que suscitan rechazo, repugnancia o malestar general? El libro está para servirnos, como una herramienta más. Ni es superior no inferior a un sacacorchos. Si de nosotros saca lo mejor es bueno, si de nosotros saca malhumor es malo. Fuera en consecuencia con los libros malos o que nos sientan mal, lo principal es la salud. Y, dentro de ella, el bien o el mal que el estómago recibe. ¿Malos rollos con este o aquel libro? El rollo es un enrollamiento literal del estómago y su interminable intestino ¿quisiera alguien morir estrangulado no ya por unas manos blancas sino por el mismísimo sistema de la defecación?

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3 de mayo de 2010
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Mallarmé sin libro

En su elegía a los libros, Félix de Azúa escribe lo siguiente: "En el futuro será cosa de locos o de millonarios reunir en casa más de mil libros. Mi generación es la última que ha logrado tener al alcance de la mano la totalidad del saber y de la literatura. La electrónica y el precio de la vivienda, aquí y en todo el mundo, matarán las grandes bibliotecas particulares".

    Me siento muy concernido por lo que Azúa dice en ese breve texto de su blog, y me identifico con los amigos descritos por él, arruinando su vida (por no hablar de salud) en el ejercicio de atesorar libros antes de leerlos, antes de tener al menos la oportunidad de leerlos. Mi biblioteca es la única inversión de mi vida, la única sin plazo fijo, pero el pasado día 23 de abril yo honré a Cervantes quedándome un buen rato pendiente de un árbol. No dramatizo. No quiero decir que fuese en plan suicida, llevado a la desesperación por los males de este tiempo, que son muchos y más graves que las estanterías combadas por el peso de las páginas que tengo frente a mí mientras escribo este texto. Estuve, con otros colegas de la literatura, colgando un papel de un árbol del Jardín Botánico, en una celebración recoleta pero pública que se planteaba como homenaje al silencio, al pensamiento y su trascripción en palabras, según lo resumía el maestro de ceremonias Germán Solís, de la Escuela de Escritores.

    La acción poética reproducía a su modo un encuentro de escritores que tuvo lugar en ese mismo jardín madrileño un día de otoño de 1923. Un grupo que incluía a Alfonso Reyes, Eugeni D'Ors, Ortega y Gasset, Bergamín y Díez Canedo se dio cita frente al museo del Prado y, con la excusa de rendir tributo de admiración a Mallarmé, guardó cinco minutos de silencio en el interior del Botánico, escribiendo todos los presentes a continuación en un papel lo que se les había pasado por la cabeza durante esos cinco minutos. Siempre me ha resultado curioso que Mallarmé pase por ser el pontífice máximo de una literatura del silencio, habiendo sido un grafómano empedernido que llegó incluso a crear y escribir íntegramente (oculto en pseudónimos) una revista de moda femenina de la que salieron ocho números.

    Me parece pertinente, además de ocurrente, proponer un adelgazamiento, incluso un escamoteo estratégico del libro en el Día del Libro, y no me importaría sumarme a una iniciativa que instaurase el Día Mundial sin Leer un Libro, siempre que los mismos preceptos obligaran al común de los mortales a leerlos en los restantes 364 del año. Yo no podría vivir sin ellos acompañándome en la soledad rumorosa de mi apartamento-biblioteca, pero la otra noche soñé que no existían los libros; no por haber desaparecido sino por no haber sido aún inventados. Me desperté eufórico, matinal, sintiéndome el patrocinador de una nueva era en la que, entre todos, se procedería a la creación de ese desconocido artefacto de papel escrito que los demás seres del universo tendrían en sus manos y leerían. Pero fue abrir la puerta de mi dormitorio y enseguida ver, mirándome con la sabiduría paciente de sus años, los primeros volúmenes que tengo apilados en el pasillo. Como dijo aquél: al despertar seguían allí.

   Tengo frecuentes ensueños, mientras estoy despierto, relacionados con el libro. Uno reciente me lo causó el propio Mallarmé, con un hermoso y enigmático texto en prosa sobre una imaginaria "bancarrota" de las librerías: "Los volúmenes alfombraban el suelo, aunque no se dijera, sin venderse; a causa del público que perdía el hábito de leer, probablemente para contemplar por sí mismo, sin intermediarios, las puestas de sol familiares".

    Y también he recordado hace poco lo que le pasó al gran locoide de la música romántica Charles-Valentin Alkan, de quien en estos días escucho una nueva grabación de sus impresionantes ‘Doce estudios en tonos menores', magníficamente interpretados al piano por Stephanie McCallum (ABC Classics, distribuído por Diverdi). Se cuenta que Alkan murió al caérsele encima mientras dormía la estantería de libros que, lector voraz a la par que maníaco del teclado, había puesto, por falta de espacio en la casa, detrás de su cama. Hace tres años una estantería alta fue vencida por la carga de los libros de arte que sostenía, y se desplomó en el pasillo por el que yo acababa de pasar, arrastrando en su caída, además de los gruesos tomos ilustrados, la madera, las alcayatas y una buena parte de la mampostería. Confieso aquí con cierta nostalgia la alegría de haberme salvado de perecer en ese accidente doméstico. Para gente como yo quizá nada es más dulce que irse al otro mundo llevado por el peso contundente y leve de lo que más ama.

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3 de mayo de 2010
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Permitan ustedes que me despida

Han sido tres años y medio, si no me descuento, los que he pasado junto a mis estimados lectores de El Periódico de Cataluña. Tras un repaso a las viejas columnas, me he percatado de lo mucho que ha cambiado, no sólo el país, sino el aire social que respiramos en común. Hace cuatro años la amenaza de ruina era tan sólo eso, una amenaza, de manera que el presidente Zapatero se podía permitir, con su habitual desenvoltura, acusar de antipatriotas a quienes hablaban de crisis económica. Esa fue la expresión que empleó. Tres años más tarde la ruina es absoluta y a día de hoy los más optimistas hablan de "recuperación" dentro de seis años. Seis años de política española son un siglo. Del actual elenco dramático, Zapatero, Rajoy, Montilla, Carod, no quedará nadie. Las quiebras traen cambios lentos, pero inevitables. El cuadro de actores que nos representa es de escasa calidad y será sustituido, quizás por chulos tipo Chavez, pero con un poco de suerte por gente sensata, esos técnicos que tanta falta hacen y que han sido despreciados por políticos ebrios de ideología. No hay nada peor que un político cargado de ideología y sin educación.

    La ruina ha ido oscureciendo la vida en común hasta el punto de que la próxima campaña electoral está derivando nada menos que en un simulacro de guerra civil. De un lado los insensatos que usurpan el nombre del socialismo, del otro los corruptos que dicen ser populares. Ambos puro monigote, títeres sin cabeza, una densa necedad que pagaremos muy caro. En el caso catalán las cosas son aún peores y no merece la pena ni mencionarlas. Bastaba con leer los titulares de la prensa catalana tras la consulta independentista. No soy adulador, pero debo decir que el único diario que tituló con respeto de la verdad ("Pinchazo soberanista", decía) fue éste en el que escribo. Todos los demás mentían de un modo tan estúpido que uno se daba cuenta de que los editores consideran a sus lectores unos perfectos idiotas.

    El estropicio es ya casi insalvable. Como he dicho otras veces, la deriva de España hacia el modelo italiano se acelera. En Italia votar es obligatorio y no se nota el hartazgo de los civiles, pero aquí falta ya muy poco para que la abstención iguale al número de votantes. Da lo mismo, porque los políticos seguirán llenándose la boca con palabras que nunca han entendido como "democracia", "nación" o "libertad". Y no las han entendido porque nuestra clase política no es demócrata. No tiene ni la menor idea de qué quiere decir "democracia". Por eso no respetan a los partidos adversos sino que se empeñan en triturarlos y no creen estar en el poder para resolver los problemas de la gente sino para creárselos porque así lo exige la Causa. Sólo trabajan para su propio partido, como los empleados japoneses trabajaban para su empresa y la yakuza asociada. Así le ha ido al Japón.

    El deterioro es supino. Ver cómo Montilla, un gris escalador de la burocracia de partido, condecora a los fiscales que calumnian a sus propios colegas de tribunales superiores es una imagen que remite a los tiempos de Franco cuando la lealtad al Régimen era lo único que contaba. Porque la desdicha es que este país ha regresado a su ser ancestral. La ruina económica nos está devolviendo al lugar de siempre en el tercer mundo. La ruina moral nos devuelve al escenario de toda la vida, el esperpento, la pornografía política, la canallada.

    El sueño ha durado unos años, digamos que de 1982 a más o menos el cambio de siglo. Durante veinte años parecía que España podía convertirse en un país europeo. La gente olvidó los delirios señoritiles del desprecio al trabajo y, con la excepción de los liberados sindicales, comenzó a tomarse en serio la vida. De pronto ya no daba vergüenza trabajar e incluso querer trabajar más horas o más días. Los fondos europeos y una ola de optimismo que ilusionó a los españoles lograron un despegue prodigioso, mientras en el terreno político, con jefes de gobierno adultos como Suárez, González o Aznar, los adversarios no eran enemigos. La oposición podía ser dura, pero no era una chusma despreciable. La diversidad de ideas y opiniones, como en Europa, mantenía viva la libertad. En la actualidad la libertad es una excusa para sacar las navajas.

    Este ambiente tabernario, que a mi modo de ver repugna a casi todo el mundo menos a los partidos políticos y a aquellos que viven de sus privilegios y subvenciones, tiene aspecto de ser duradero. No me imagino yo a los actuales padres de la patria preocupándose por los votantes, esos parias que han venido al mundo para pagar sus sueldos, viajes, negocios, comidas, amantes, coches, parientes, sobornos y trajes.

    En estas circunstancias, la verdad, es inútil tratar de influir en la vida pública, así que me voy a los cuarteles de invierno a ver si logro hacer algo de provecho. Mil gracias por su atención y por su amabilidad.

 

Artículo publicado el 3 mayo de 2010.

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3 de mayo de 2010
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Dos historias ejemplares

Hay que tener coraje para competir en una carrera que tiene como máximo trofeo y honor convertirse en la persona más odiada del país. Así sucede en la mayoría de nuestras democracias, según comenta con agudeza Aditya Chakrabortty en la primera página de The Guardian de este pasado viernes a propósito de la campaña británica. El trofeo al más odiado es el envés del story telling, la narración como mensaje político. Gana quien construye mejor el cuento, quien sabe armar una historia humana capaz de convencer al mayor número de ciudadanos electores. Todo se juega en el mundo de los caracteres personales, los sentimientos, las proyecciones autobiográficas, las identificaciones y, finalmente, los valores difusos, mejor que las ideologías, programas y propuestas políticas concretas. Quien quiera convertirse en el más odiado debe, previamente, alcanzar la condición de personaje de una narración, casi de una novela, con la aspiración de convertirla en la historia inclusiva en la que se inserten sus seguidores.

Las primeras elecciones que tenemos ahora a la vista, las catalanas, con el acicate del misterio sobre la sentencia del Estatuto de por medio, nos han ofrecido estos días dos buenos frutos primaverales del story telling, compitiendo en el Día del Libro como si fuera la primera jornada de confrontación electoral. Se trata de Descubriendo a Montilla, del reportero Gabriel Pernau y de La máscara del rey Artur, de la ex diputada, columnista y tertuliana Pilar Rahola, que es quien ganó en cifras de ventas, libros que tienen muchas más cosas en común de lo que las apariencias indican, empezando por cuestiones elementales como que son encargos de la misma casa editorial, RBA; cuentan o contarán con ediciones en catalán y castellano, y en ambos se trasluce una similar inspiración. Sin El alba la tarde o la noche, de Yasmina Reza, el libro que la escritora francesa escribió sobre la campaña presidencial de Nicolas Sarkozy, no se habría producido ninguno de los dos encargos. Hasta tal punto es así que Rahola cita a Reza hasta cuatro veces y una sola, aunque muy significativa, lo hace Pernau. No hay dudas sobre el juego de identificaciones por motivos distintos: si Rahola se ve como Reza por la voluntad literaria, es Montilla quien se identifica con Sarkozy como hijo de la inmigración que alcanza la cima política. El story telling es bien claro en ambos casos. El Artur Mas de Pilar Rahola es un hombre que presenta como mérito mayor haberse emancipado de quien lo nombró (Pujol) y de quienes lo promocionaron (el núcleo soberanista de Convergència). Y el José Montilla de Gabriel Pernau es un político que encarna el sueño de ascensión social del inmigrante, consistente en alcanzar lo más elevado de la escala institucional del país que le acoge después de subir uno detrás de otro todos los peldaños desde la administración local. Son dos personajes muy distintos, uno independentista catalán y el otro federalista español, pero una lectura atenta les sitúa a ambos, al igual que sucede con las dos narraciones, en una contigüidad mucho mayor de lo que las apariencias indican. Los dos libros quieren superar los tópicos y las caricaturas para descubrirnos unos personajes desconocidos y ocultos. Los dos nos dan retratos favorecidos, aunque ambos autores reivindican la ausencia de limitaciones y la independencia con que han actuado. Aparentemente, como Yasmina Reza, ha sido absoluta la libertad con que Rahola y Pernau han preguntado y observado. Motivo de más para que sea aconsejable la lectura en paralelo, no sólo porque Mas y Montilla se enfrentarán en las elecciones lo más tarde en noviembre, sino por el interés intrínseco de un combate tan cerrado. El primero es un político que va a intentar por tercera vez, y probablemente la última, alcanzar la presidencia catalana después de haber quedado en cabeza en dos ocasiones, pero sin mayoría para gobernar; y el segundo es un jugador tenaz que nunca se rinde mientras la bola siga rodando. Hay un favorito, que es Mas, con unos sondeos clamorosos en su favor, pero Montilla es el titular y el partido ni siquiera ha comenzado. (Enlace, con los artículos de Chakrabortty.)

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3 de mayo de 2010
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El fracaso político del euro

En el principio siempre hay decisiones políticas. Políticas fueron las decisiones monetarias de Helmut Kohl y políticas son las indecisiones monetarias de Angela Merkel. El canciller de la unificación alemana tomó dos decisiones monetarias: fijó el cambio del marco oriental por marcos occidentales en la paridad de uno a uno hasta el límite de 4.000 y de dos orientales por uno occidental a partir de dicha cantidad; y luego accedió con el Tratado de Maastricht a que su país perdiera la moneda sobre la que se había construido el milagro alemán, a cambio de que el resto de Europa aceptara la unificación y sus consecuencias.

También fueron políticas las decisiones que se tomaron alrededor del euro. Sin una firme voluntad política de los países que querían incorporarse, encabezados por los dos grandes, Francia y Alemania, es decir, el presidente de la República Jacques Chirac y de nuevo el canciller Kohl, el euro habría quedado reducido a una unión monetaria franco-alemana, con la adición de Holanda, Bélgica y Luxemburgo. El propósito, netamente político, de los fundadores fue incorporar el máximo número de países, cumpliendo las reglas o criterios llamados de Maastricht naturalmente (pertenencia al sistema monetario europeo, limitación de los niveles de inflación, déficit y deuda, y convergencia de tipos de interés), pero con una cierta manga ancha, que permitió algunos apaños en las cuentas públicas, que en el caso de Grecia, incorporada algo más tarde, fueron, como se ha visto, escandalosos e incluso fraudulentos. La nueva moneda nació con un problema político serio. No había gobierno económico ni departamento del Tesoro que funcionaran como interlocutores de las autoridades monetarias del Banco Central Europeo. Pero su aparición y consolidación llevó a presagiar unos futuros efectos políticos, que conducirían a solventar el problema de la gobernanza, a introducir criterios de armonización fiscal e incluso incrementos del presupuesto. No tan sólo no ha sucedido, sino que las cosas han ido en dirección contraria, justo cuando la moneda común supera ya su primera década de vida. Angela Merkel arrastra ahora los pies y prefiere esperar a que vayan a las urnas los votantes de Renania Westfalia, país de 18 millones de habitantes y uno de los motores políticos germanos, antes que ayudar a Grecia, con sus 11 millones. Se escuda también en los reproches que pudiera hacerle su Tribunal Constitucional, siempre vigilante ante las cesiones de soberanía, en su momento con ocasión del euro y ahora con el Tratado de Lisboa. Pero sobre todo quiere convencer a sus conciudadanos de que ayudando a Grecia se ayudan a ellos mismos. Porque la peor consecuencia política de un euro sin gobierno político es que ha convertido a la europeísta Alemania en un nuevo socio euroescéptico.

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2 de mayo de 2010
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Por Cuba

 

Me permito sugerirte un poco de paciencia con la dificilísima apertura propuesta por el gobierno de Obama en Cuba.

Te lo digo con la libertad que me da no deberle un café a la Revolución cubana. Pero también con la deuda contraída por la amistad de Antonio Benítez Rojo, Jesús Díaz y Severo Sarduy, cuyas furias y penas compartí en algún tramo de “la gran habladera del exilio”, que dijo García Márquez. Ninguno de ellos ofició de víctima ni de inquisidor, ni tuvieron que demostrar fácil puntería con el cadáver de una revolución.
 
Distintas agencias de negociación trabajan en este proceso, desde las asociaciones de jóvenes empresarios cubano-americanos hasta un reciente bufete de asesores para inversionistas en la Isla. Sobran razones para el escepticismo, incluso alimentadas por las pautas del excepcionalismo cubano, cuya trama internacional ha revelado con detalle Joaquín Roy.  La muerte de Orlando Zapata pone al centro la cuestión fundamental de los derechos humanos y civiles, haciendo más urgente su demanda de futuro.
 

Las transiciones requieren mediadores capaces de desencadenar no sólo los cambios sino los intercambios.  Si uno no se permite el sobresalto democrático por excelencia, la incertidumbre, seguramente dará toda esperanza por perdida. Pero si las posibilidades de un cambio (reforma, proceso) negociado se abren, creo que hay tres lecciones ejemplares para  quienes gestionan las aperturas y relevos.
 

La primera lección es el feroz ejemplo de la transición rusa. Los sovietólogos estadounidenses no creyeron que la Guerra Fría terminaba y se negaron a darle capacidad de acción a Gorbachov. Aún no han dado explicaciones, mucho menos excusas, por su intransigencia. Vale la pena recordar  la desconfianza encarnizada en la Perestroika y la argumentación de esos especialistas negándose a apoyar un cambio gradual porque, según ellos, el Partido o los militares tomarían el poder para destruir un proyecto que sancionaron inviable. Creyeron que la destrucción del estado soviético les daba la razón. Pero estos becarios de la Guerra Fría se quedaron sin juego y no pudieron reclamar el jaquemate. Sus libros terminaron en una nueva sección de saldos de las librerías: Former USSR. No tardarían mucho, eso sí, en reciclarse y pasar de los búnkers del “interés nacional” a los think tanks de la “defensa nacional.”
 

La segunda lección es el ejemplo de la transición española. Por mucho tiempo fue el paradigma académico de las transiciones negociadas, aunque hoy corremos el peligro de perder la memoria de esa transición. El borrón y cuenta nueva, la pala de tierra (ese golpe completamente serio, que dijo Machado) se han convertido en formas políticas del olvido, presuntamente reparador. Nos hemos adaptado a convivir con el anacronismo y la trivialidad, aunque la violencia contra las mujeres y los inmigrantes demuestra que la sociedad de bienpasar no siempre se exige el bien. La crisis económica, además, alimenta la revancha autoritaria de las ideologías arcaicas.  La pérdida de veracidad en los discursos públicos está mejor documentada por el buen periodismo, el autocrítico,  y por la literatura de alarma que le debemos  a la nuevos escritores, los que ahora mismo inventan al lector futuro.  
 

Pero lo tercero, y más importante, son los cubanos mismos. El otro día en la tele una mamá cubana le decía a su pequeña cubanoamericana: “Recemos por tu abuelita, que está en el cielo”. “¿En cuál cielo —preguntó la niña —, el de Cuba o el de Miami?” Y la madre respondió: “El de Miami, m’hija”. Al menos no dijo: en Cuba no hay cielo. Pero si hay dos, podría haber puente aéreo, digo yo.
 

Acabamos de dedicarle en mi Universidad el Quinto Congreso de Estudios Trasatlánticos a la magnífica poeta Reina María Rodriguez, cuyos espacios de comunicación cultural forjados en La Habana son ya un territorio del porvenir. La extraordinaria austeridad y dignidad de su trabajo son una lección esperanzada. Uno cree reconocer en ella la genealogía de la conversación que alentó la obra de José Lezama Lima y Cintio Vitier, esa fe en la palabra como la trama duradera de la humanidad cubana.
 

Se discute en los foros de expertos si el modelo cubano será el capitalismo chino o el vietnamita. ¿No podría Cuba forjarse uno propio? No para exportarlo esta vez, sino para democratizarse. Lo mejor que ha exportado, al final, es su extraordinaria riqueza cultural. Valiosos científicos, intelectuales y escritores han elegido quedarse en Cuba, es cierto. Pero no pocos prefirieron el exilio, no sin buenas razones, aunque los mejores han sido capaces de demostrar su vocación democrática, solidaridad y buena fe. Acordar desacordar será difícil, pero tendrá futuro.
 

En una encuesta me preguntan cuál debería ser el papel de los intelectuales en un eventual proceso de cambios en Cuba. La respuesta es obvia: el que decidan, libre y responsablemente. Libres, primero, del autoritarismo que ha creado —dentro y fuera— pequeños napoleones y feroces josefinas.  Cada quien es responsable de su lugar y turno:  la transición empieza en casa, y pasa del monólogo a las varias voces.
 

Esperemos, eso si, que los expertos respondan por sus opiniones. Y que esta vez  se paguen el café.

 

 

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2 de mayo de 2010
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El Boomeran(g)
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