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Escrito por

Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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Flor de Lotto / XXIV

XXIV. Cualquier hijo de vecino.

Toc, toc. Toc, toc. Toc, toc. ¿Qué se hace en estos casos? ¿Pregunta uno quién toca, a riesgo de tornarse un desobediente flagrante y enfrentar las feroces consecuencias? Andersón se sosiega una vez más y regresa al control de la televisión. Zap. Zap. Zap. Busca desesperado un canal de noticias, pero en los dos que encuentra no hay sino reportajes que le parecen totalmente insulsos. ¿A quién mierda le importan el Dow Jones y Al Qaeda cuando lo único urgente es Fidel Castro? ¿No hay por ahí un alma caritativa que le ofrezca un reporte de salud del mandamás cubano, una declaración, un flash informativo que incluya la primera plana del Granma? Tantos años de aborrecer al barbón, de jurarse justicia con decisión y rabia, de cambiar el canal cada que aparecía el uniforme color verde olivo, y ahora que cree tenerlo en el cuarto de al lado se conforma con perseguir su huella en la televisión. Cualquier cosa con tal de no atender a esos toquidos. Necesita pensar, si bien tal es un lujo que no alcanza a pagarse.

     -¿Señor Moreira? -la enfermera se asoma y él recuerda su nombre: Juan Manuel.

     -Yes? -responde sin pensar, con las manos temblonas y la cabeza de repente en Miami Beach.

     -¿Ya está listo, señor?

     -¿Listo para qué? -se endereza, se agita, se crispa el falso Juan Manuel Moreira.

     -Vamos a hacerle unos cuantos análisis, no se le olvide que mañana entra a quirófano -la palabra mañana de súbito le suena como la negación de todo mañana. No es que esté encariñado con su riñón, pero adivina que en cuanto lo pierda se quedará también sin esperanzas. Harán de él lo que quieran, empezando por trasplantárselo al hombre que más odia en este mundo. ¿El vecino, tal vez?

     Segismundo se deja hacer, resistiendo la tentación de bombardear a la enfermera con sus dudas. Sería una torpeza, considera. Para el caso, prefiere arriesgarse atendiendo más tarde al llamado del vecino. Esta enfermera es demasiado linda para confiar en ella, por una vez tiene que resistir a esa debilidad por cuya causa se halla aquí atrapado. ¿Cómo es posible que aún se pregunte si un día volverá a ver a Apolonia, después de todo lo que ha hecho con él? Mientras soporta la alta vergüenza de prestarse a esa porquería del coprocultivo, se confiesa que al cabo nunca supo negarse a las peticiones de una mujer. Nada lo debilita más que unas faldas, sobre si todo si abajo se agazapan unas piernas torneadas y carnosas. Las de la Corleonetta, las de la enfermera, las que sean, por el amor de Dios. Lo dicho: es débil y no sabe ocultarlo.

     -Le dejo un videojuego, para que se entretenga -le sonríe ampliamente la enfermera y le pone en las manos un Playstation portátil.

     -No sé cómo jugar... -repara y se arrepiente de inmediato- Pero puedo tratar, a ver qué tal me va.

     Enciende el videojuego. Grand Theft Auto, le anuncia la pantalla, y él instintivamente oprime el botón Home. Ve aparecer entonces nuevas opciones, y una de ellas le para los pelos de punta: web browser. Cuando menos lo piensa, ya está en Internet. Nada parece entonces más sencillo que entrar al Google y teclear la palabra Granma. Está en eso cuando de nuevo escucha el toc-toc en la puerta de atrás. ¿Y si fuera su padre quien lo procura? La sola duda lo hace reaccionar: no se imagina a Castro tocándole al puerta al vecino. Ni a nadie, en realidad. Lo mandaría llamar, si fuera el caso.

     En un golpe de instinto, Segismundo hace a un lado el PSP, emerge de las sábanas y repta hasta la puerta trasera. Toc, toc, responde y acto seguido escucha la réplica puntual. Toc, toc, toc. Hasta donde recuerda, nadie le ha prohibido dar golpes en la puerta trasera del cuarto. Ya se está preguntando otra vez si no será otro truco de la nefanda Apolonia Zarur cuando observa un papel deslizarse debajo de la puerta. Lo levanta del piso, lo desdobla...

¡Ayúdeme, vecino! ¡Sáqueme de esta vaina antes de que me maten!

     Segismundo recula, vuelve sobre sus pasos, trepa a la cama y agarra el PSP con ambas manos, como si se tratara del manubrio de una nave espacial. Se repite en silencio las palabras que acaba de leer. En el lenguaje de los videojuegos, ello equivale a recibir la atenta bienvenida al próximo nivel.

Lunes en FLOR DE LOTTO: XXV. ¿Papá...? 

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5 de septiembre de 2008
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Flor de Lotto / XXIII

XXIII. ¿Estás ahí, Apolonia? 

Todos los despertares entrañan misterios insondables. Se duerme uno creyendo que para bien o mal sabe su cuento, despierta presa de cosquillas renovadas a las que tiene el día entero para atender. Rebelarse, dar vuelta al destino, escapar de la situación imperante por algún recoveco no suficientemente explorado. Tentaciones que trepan al cerebro de Segismundo Andersón acompañadas de una linda enfermera que llega con dos panes, un jugo de naranja, algo de mermelada de durazno, leche, cereal y una sonrisa amplia que inesperadamente lo reconcilia con la vida. La chica le pregunta cómo amaneció, le acomoda los pelos desarreglados y le ofrece el control remoto de la televisión. Luego da media vuelta y desaparece, no sin antes dejarle en el cerebro las imágenes de su vida previa. Las Vegas, Key Biscayne, ¿dónde quedó ese mundo en el que iba y venía cuando y donde le daba la gana?

     Puede que sea el efecto del despertar en esta habitación tan amplia, mirando al ventanal donde aparecen sólo las copas de los árboles, aunque ya es suficiente para observar al mundo desde otra perspectiva. De repente le vienen de vuelta las imágenes del motel Pirámides y la casa de Fuente de Venus habilitada como falsa clínica, de la cual fue sacado dentro de una ambulancia donde le administraron los sedantes que hasta hace poco rato lo tuvieron flotando en un sueño sin sueños. Habría querido preguntar el nombre de esta clínica, pero es aún temprano para contradecir las instrucciones recibidas (sabe sólo que no las seguirá). Todavía en la noche de anteayer, trenzado por las piernas de Apolonia, llegó a creer que no tenía otra opción, pero ver a Mauricio Morazán aventar su hamburguesa a la basura le dejó la impresión de que eso harían con él.

     ¿Cómo se escapa uno de un hospital? ¿Está el doctor Suinaga a cargo de él? ¿Se apellida Suinaga, en realidad? ¿Será cierta la historia que tras los arrumacos atinó a relatarle la Corleonetta, según la cual el comandante Castro muy pronto dormiría en la habitación contigua? ¿Tiene sentido creer que el mandamás de Cuba se ha vuelto en tal medida desconfiado que prefiere hacerse operar en México, en secreto, antes que abandonarse en manos de los suyos? ¿Tanto revuelo ha armado el Fidelotto? ¿Cabe una bomba dentro de una caja de chocolates? ¿Son tan estúpidos los agentes de seguridad cubanos que dejarán llegar ese paquete tan cerca de su líder vitalicio? ¿Son tan confiables Don Alex, Mauricio y la Corleonetta para creer que van a rescatarlo? ¿Van a quitarle hoy mismo ese riñón? ¿Puede un convaleciente de semejante pérdida ir de allá para acá y dejar el país, como si nada? ¿De qué les sirve vivo, si todo sale bien? ¿Lo dejarían vivir, si algo saliera mal? ¿Cómo se va a tragar el cuento chino de que Raúl Castro apostó una fortuna al Fidelotto y su gente se ha puesto de acuerdo con Don Alex? ¿No les sería más fácil quebrárselo ellos mismos? ¿Cuál será la potencia de la bomba? ¿Moriría también la enfermera bonita que recién le sonrió? ¿Es él un parricida trabajando al servicio de un fratricida? ¿Todo queda en familia, finalmente? ¿Y si la bomba estalla a las seis y cinco, mientras él aún espera que vengan a sacarlo?

     Demasiadas preguntas, ninguna información. A no ser por los golpes que de nuevo resuenan a sus espaldas. Toc, toc. Ahora que lo recuerda, fue por ese motivo que se despertó. Podía oír los golpes en mitad del sueño, como una suerte de sonido incidental que a la postre lo trajo de regreso. Toc, toc, vuelve a escucharse. No sabe Segismundo si temerse que de pronto saldrá la Corleonetta vestidita de cuero de un armario; nada le indica que no sea un nuevo truco. Entonces se incorpora, mira hacia atrás y descubre una puerta que da al cuarto contiguo. Alguien que de seguro no es Fidel Castro está muy ocupado golpeando en esa puerta, y el instinto le dice que no está en posición de ignorarlo.

Mañana en FLOR DE LOTTO: XXIV. Cualquier hijo de vecino. 

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4 de septiembre de 2008
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Flor de Lotto / XXII

XXII. Siga las instrucciones. 

-Buenos días, señor Andersón. ¿Durmió usted bien? -la cordialidad del doctor Suinaga contrasta con el gesto de disgusto del paciente, agobiado por verse de regreso entre tubos, jeringas y batas blancas. La enfermera, mujer adusta y de pocas palabras, entra y sale del cuarto sin volverse a mirarlo. Tendrá unos cuarenta años, agriamente llevados a juzgar por su escrupulosa asepsia emocional.

     -Tengo hambre -Segismundo ha clavado la cara en la almohada, gira apenas el maxilar de lado para que sus palabras se comprendan, si bien tampoco espera que sean atendidas.

     -Es natural -observa Suinaga- pero no se preocupe. Le estamos proveyendo todos y cada uno de los nutrientes que necesita para estar en su punto.

     -En mi punto, como si fuera un guiso... -ahora vuelve la cara, se incorpora hacia atrás sobre la almohada, sin tratar de vencer su indignación.

     Silencio. El doctor sale junto a la enfermera y en su lugar entra Mauricio Morazán. Trae una bolsa larga con el logo de Burger King.

     -¡Mauricio! -Segismundo se alegra, la perspectiva de una simple hamburguesa ilumina las zonas más ásperas de su ánimo, no sabe si por mero apetito o por el hecho de verse atendido. A estas alturas, cualquier gesto amigable en apariencia le cae como una larga visita familiar.

     -Se hace tarde, amiguito, ya va a venir la ambulancia por ti. ¿Recuerdas todo lo que tienes que hacer? -Mauricio se acomoda en el sillón, saca una enorme Whopper de la bolsa y le hinca el diente sin contemplaciones.

     -Recuerdo que tengo hambre y me duele la cabeza -Segismundo contempla con indignación fresca como la Whopper crece con cada nueva tarascada del facilitador.

     -Dos problemas esencialmente pasajeros. Por lo pronto, repíteme las instrucciones que declamaste anoche frente a todos nosotros -ahora Morazán saca una bolsa de papas francesas y les vacía sendos sobres con mostaza-. No querrás que se enoje tu Corleonetta, ¿o sí?

     -Ya se los dije ayer, ¿para qué quieres que los suelte otra vez?

     -Estoy esperando, amiguito. Si no te apuras, va a llegar Don Alex y no voy a poder echarte esta manita -habla mientras mastica y se le escapan dos pedazos de lechuga.

     -Uno -gruñe el paciente, con el rencor saltándole de las córneas-: Van a ingresarme a la clínica ésa con el nombre de Juan Manuel Moreira. Dos: No debo hacer una sola pregunta. Tres: Tampoco estoy autorizado a dar respuestas. Cuatro: Ay de mí si me muevo de mi cama o trato de enterarme de lo que no me incumbe. Cinco: Un par de días después de que me hayan quitado el riñón, esperaré a que llegue una señora vestida de azul con una caja de chocolates. Seis: Me dirigiré a ella como "Amorcito" y haré como si fuera mi mujer. Siete: Antes de irse, me dejará un reloj en el buró; de esas dos manecillas va a colgar mi vida. Ocho... -se atora al fin, puja por recordar.

     -¿Ya lo ves, amiguito? ¿A qué no sabes cuántas bofetadas te habría recetado nuestro amigo Don Alex por este simple olvido?

     -¿No sería mejor que lo apuntara todo?

     -Solamente si quieres volar en pedazos con el Barbas... ¿No te dejó bien claro la Corleonetta cuál iba a ser el precio del primer error?

     - Ocho: Voy poner la caja de los chocolates debajo de mi almohada en cuanto den las seis de la madrugada, al día siguiente. Nueve: Me subo a la camilla con rueditas, me hago el anestesiado y espero a que los enfermeros lleguen por mí. Diez: Dejo que ellos me lleven del hospital a la ambulancia sin abrir ni un instante los ojos o la boca...

     -Como muerto, dijimos.

     -Once: Cuando regrese aquí, me visto de paisano, tomo un taxi camino del aeropuerto y salgo del país con los papeles que me van a dar en la ambulancia.

     -Te falta uno, querido. Es el más importante.

     -Doce: No mencionar el nombre Fidel, ni el apellido Castro, ni la palabra Cuba, ni nada emparentado con bombas o explosivos. Menos voy a intentar salir de mi cuarto y averiguar quién está en el de junto, ni preguntarle a nadie por ese negocio. Aunque eso estaba claro en los puntos dos y cuatro.

     -Por algo el instructivo es redundante, ¿no lo crees, amiguito? Redundante como un millón de dólares -Morazán da el siguiente mordisco a su hamburguesa y la echa a la basura no bien escucha el eco de la voz de Don Alex. Tal parece que ya llegó la ambulancia.

Mañana en FLOR DE LOTTO: XXIII. ¿Estás ahí, Apolonia?

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3 de septiembre de 2008
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Flor de Lotto / XXI

XXI. Al fin solos.

     -¿Así o más, mi Segis? -hace ya varias horas que la terapia de torsión diestramente aplicada por la Corleonetta tiene al paciente cerca de quebrarse por causa de un deleite tan extenso como pernicioso.

     -¡Mhñlft! ¡Prstx! ¡Blsdfgrr! -exclama con trabajos Andersón, al propio tiempo suplicando clemencia y exigiendo más de este dulce tormento que baja lerdamente de las cumbres nubladas del hipotálamo a las honduras procelosas de la prostatósfera.

     -Hasta ahí, muñequito -ahora le aplica un par de hielos en la baja espalda, acompañados de uno de esos pellizcos con cuatro dedos y otras tantas uñas en la parte trasera del muslo, asimismo llamados mordida de burro-. Ya es hora de que sepas a qué le huele el hocico al tlacuache.

     -Desátame, aunque sea -le suplica, sin más autoridad que una bestia a las puertas del matadero, con la cabeza inmersa en una burbuja de pseudopensamientos contradictorios e incongruentes, todavía indeciso entre el fin del suplicio y la continuación del extraño deleite por cuya causa le ha quedado impreso ese torvo amago de sonrisa.

     -¡Shhh! Si no te callas no vas a enterarte -el tono ahora es amable, hasta dulzón, aunque tampoco da derecho a la réplica-  ¿Quieres seguir viviendo, con tu millón de dólares y la etiqueta de héroe? No es difícil, si aprendes a obedecerme. ¿Sabes lo que querían, después de tus berrinches? Mauricio y mi papá estaban tercos en sacarte del juego, igual que tú sacaste a mis escoltas.

     -¡Yo! -una trémula chispa de indignación brota ya de los ojos de Segismundo, pero una nueva mordida de burro la desactiva de manera expedita.

     -Tú mismo, Tigre, mira... -la Corleonetta saca su teléfono, le pone la pantalla en las narices- ¿Qué tal de guapo saliste en la foto? ¿Y cómo ves la lancha transformada en club, con todos esos miembros abordo? Ya sé lo que me vas a decir... No fuiste tú, ¿verdad? ¿Por qué no pruebas a decirle lo mismo al fiscal de homicidios? ¿Te gustaría pasarte encerrado de aquí al 2040, matasiete? Entonces no repeles y escúchame muy bien, que no repito...

     Segismundo recordará las instrucciones recibidas como quien atesora una clave secreta. Prometerá seguirlas con el escrúpulo de un cirujano principiante, aceptará todas las condiciones sin más interrupción que un par de dudas técnicas, algunos estornudos y un acceso de llanto inoportuno. Después, cuando la Corleonetta haya finalizado y le pida una sonrisa, se ganará con ella la ansiada libertad de movimientos que en rigor será últil sólo para seguir obedeciéndola. Hay órdenes, no obstante, que se acatan con el mayor deleite, como las que vendrán a partir de ese punto. Agáchate. Voltéate. Bésame aquí. Muérdeme allá. Dame más. No te muevas. Sigue así. Pero no grites, que nos van a oír.

     Todo será más suave, no habrá más quemaduras de Cohiba en la espalda, menos aún en otros sitios estratégicos. Cuando menos lo pueda creer Andersón, la feroz Apolonia se habrá transfigurado en una gatita cariñosa y dócil, cuyos ojos reflejarán la indefensión de quien se anuncia bondadosa en el fondo, a la espera quizás de un caballero que la redima de la podredumbre y le ofrezca un futuro de madre de familia. Cuando por fin se quede dormidito, Segismundo Andersón soñará con un mundo de tonos pastel donde nadie jamás ha visto correr sangre.

Mañana en FLOR DE LOTTO: XXII. Siga las instrucciones.

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2 de septiembre de 2008
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Flor de Lotto / XX

XX. Lo matas y te callas.

     -Yo diría que ya está listo el amiguito -el facilitador amaneció optimista. Luego de una semana de pasearlo por estados de ánimo variopintos y más o menos limítrofes, el paciente responde un poco a la terapia.

     -Lo veo todavía muy respondón. Me mira feo, busca pelea cada que abre la boca, cree que le va a ayudar demostrarnos que según él es fuerte. Para mí que le falta un par de correctivos -la Corleonetta da un sorbo a su mezcal y un mordisco a su puro, con la seguridad de quien domina cada pequeño gesto de su personaje.

     -El chiste de la pierna le hizo bien -tercia el doctor Suinaga, que recién ha llegado con la bata en la mano para él también meterse en su papel- pero no es conveniente estimular al paciente en exceso. Algunos desarrollan tolerancia, otros se hacen narcisos y se engallan. No podemos dejarlo que fabrique esa clase de anticuerpos.

     -Mientras no se le ocurra fabricar antipuercas... -cada vez que hace un chiste a sus propias costillas, Apolonia echa el humo mientras habla, como advirtiendo que no es lícito reirse.

     -¿Sientes que no lo estás controlando, Corleonettita? -cuando se dirige a ella, Mauricio Morazán abandona el sarcasmo en favor de un tonillo obsequioso que revuelve el respeto con el miedo, y de repente invita a maltratarlo.

     -Lo que yo sienta no es asunto de los criados. Contrólate a ti mismo, Pelmazán. Usa el botón de pausa, si no quieres que yo te aplique el de stop.

     -Para ya, Corleonetta, que ése lo oprimo yo -Don Alex lleva días quejándose por tanto retraso-, el tiempo vuela y ese mierda boludo de Andersón no está listo para entender el concepto. Si vos no podés, decímelo ya, nena.

     -Puedo, pues, pero sola. Déjenme un par de días con él y yo me encargo de meterlo al quirófano. No ha nacido el idiota que me desobedezca luego de estar dos días a mi lado.

     -Dos días es mucho tiempo, a como están las cosas. Tenés veinticuatro horas para hacerlo entender, Corleonetta. De otro modo, me voy a encargar yo.

     -¿Cuándo llega Fidel, a todo esto? -Suinaga toma apuntes de todo cuanto escucha, se diría que es un hombre disciplinado.

     -Del barbas no sabemos gran cosa. Nuestros socios cubanos están bien calladitos, ¿viste? Pero yo los conozco, cualquier día me llaman y salen con que va a llegar mañana. Ya sabés cómo son, tienen esta obsesión con la seguridad. Seguridad de Estado, claro. Tenemos que estar listos para cuando estén listos. De otro modo, nos vamos a quedar todos sin el pastel y va a haber unas cuantas desgracias por lamentar.

     -¿Ya le dijeron cómo lo va a matar? -Suinaga, hombre de ciencia, desconoce las mieles de la diplomacia.

     -Mi querido doctor, modere su lenguaje -Morazán se adelanta, servicial, a las preocupaciones de Don Alex-, aquí no estamos para matar a nadie. Son negocios, ¿entiende?

     -Muy bien, entonces, ¿ya le dijeron al paciente cómo vamos a echar a andar el negocio?

     -No se caliente tanto, doctorcito -Apolonia sonríe, algo sarcástica-. Ya sabré cuándo y cómo se lo digo. Todavía no logro convencerlo de que acepte el trasplante, y va a ser más difícil cuando sepa quién va a recibir su riñón. Pero lo va a aceptar, yo sé lo que les digo.

     -Vos que sos tan mandona, ¿qué te cuesta ordenarle que lo mate y se calle? Le ponés la navaja en las pelotas y no va a rechistar.

     -Tengo veinticuatro horas, ¿no? Déjenme sola, que yo sé lo que hago.

     -Ándense, pues, señores. Dejemos que la niña haga lo suyo. ¿Lo tenés intrigado, por lo menos?

     -Cagado, yo diría -interviene Suinaga, con talante sabihondo-, ningún hombre resiste toda esta sobredosis de incertidumbre. Además de las inyecciones, que igual tienen lo suyo. Preferirá morirse antes que soportarlo.

     -Se morirá después, cuando lleguen la plata y el momento. Por ahora lo quiero más vivo que Raúl Castro, ¿cierto?

     -Duerme tranquilo, papi -la Corleonetta apaga el puro en el brazo del sillón, como si aderezara sus palabras-. No va a ser el primero que se me escape...

Mañana en FLOR DE LOTTO: XX. Al fin solos.

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1 de septiembre de 2008
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Flor de Lotto / XIX

XIX. Parrillada de riñón.

Suelen vivir más tiempo los crédulos que los escépticos. Ya quisiera Andersón ser uno de aquellos, dar por buena cuanta patraña escucha y dejar que los otros decidan su destino. En Las Vegas aún era posible, pero entre mentirosos como la Corleonetta, Morazán y Don Alex no hay para dónde hacerse. Vamos, que ni siquiera se molestan en ser verosímiles. Parecería que disfrutan asistiendo a su desazón, y en especial haciéndole crecer la paranoia. De pronto se pregunta si no estarán afuera de este cuarto poniéndose de acuerdo para hormar poco a poco su carácter hasta hacerlo tan duro como dúctil. Luego llega el doctor e insiste en que le están salvando la vida. ¿Doctor? De eso tampoco se siente muy seguro. Debería llamarlo el hombre de la bata. Un mentiroso más, probablemente. El infierno perfecto es aquél donde todo parece para siempre probable, y nada más.

     Segismundo Andersón carece del olfato indispensable para leer en las mentiras ajenas. Nunca suelta la gente verdades tan profundas como cuando se entrega a pergeñar patrañas. Por lo pronto, está listo para dar lo que sea, excepto crédito. No tiene más defensa, pero en sus buenos ratos se entretiene pensando que con suerte podría llegar a bastarle. ¿Cómo iba ese problema de lógica donde había dos pueblos, uno de gente honesta y otro de mentirosos? De cualquier forma nunca lo entendió, pero ya ha decidido que sus captores son todos habitantes del segundo poblado. No tanto por lo cómodo que resulta descreer de las malas noticias, como por las ventajas de desconfiar aún más de las buenas. No hay que hacerse el idiota con sus promesas, se aconseja mientras se hace el dormido. Nadie va a darle ese millón de dólares, y aunque se lo entregaran, menos puede creer que está en sus planes dejarlo con vida. ¿Para qué, pues, si muerto vale más?

     Habría que ser idiota para creerse que quieren sólo su riñón. Claro, siendo él un hijo del barbón contarán asimismo con su sangre perfectamente compatible, y quién sabe si no la ciencia médica recomiende el trasplante entre consanguíneos. Más allá de los órganos está el Fidelotto, estas gentes son ratas de Las Vegas. Si algo habrá de creerles, será lo peor. Su defensa consiste, a la hora buena, en creer desde el fondo del corazón que lo que venga será siempre peor. Ése es el optimismo que puede pagarse. En el renglón de los cobros pendientes, sólo hay uno que en realidad le preocupa: se considerará un ganador si consigue que paguen caro ese riñón.

 Lunes en FLOR DE LOTTO: XX. Lo matas y te callas.

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29 de agosto de 2008
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Flor de Lotto / XVIII

XVIII. Se trasplantan agallas.

Se mira uno a expensas de la tiranía cuando volver a ella le hace sentir alivio. No es, como sugieren tantas almas blandas, que la víctima sufra para así darse gusto, ya que una verdadera tiranía provee tanto el pesar como el consuelo. Técnicamente es imposible ser infeliz veinticuatro horas diarias. Incluso la desgracia más avasalladora deja alguna rendija para la alegría, y quién sabe si no sólo por eso la hace más disfrutable que de costumbre. Nadie como el tirano se interesa en sembrar la impresión ilusoria de que la pena vale su peso en esperanza; su talento consiste no tanto en castigar, que es cosa simple, como en saber poner a una compensación la etiqueta vistosa de recompensa. Según la Corleonetta, el secreto consiste en reducir las expectativas ajenas a su mínima expresión. Una fórmula simple que de antemano multiplica la gratitud. ¿O no es verdad que un favor del tirano se recibe con lágrimas de dicha?

     -Prométeme que no vas a enojarte si me da por contarte la verdad -Apolonia Zarur acompaña la melcocha picante de su aliento, que sopla a poco menos de una pulgada del oído de Segismundo, con un rasguño quíntuple en su zona blanda. Sin sangre aún. O como lo pone ella: todavía con cariño.

     -Soñé que estaba cojo. Todavía siento la pierna dormida -cada pocos segundos, como un tic, Segismundo levanta la cabeza para estar bien seguro que sus extremidades siguen ahí-, no estoy seguro ni de estar despierto.

     -¿Y quién sí, Tigre?

     -Siento como si fuera un espectador y viera desfilar uno por uno a los personajes de la obra. Haz de cuenta que actuaran todos para mí. ¿Tú tampoco te enojas si te digo que no sé a quién creerle?

     -Mira, guapo, es verdad que nos hemos divertido contigo, pero ha sido por una razón. Había que salvarte la vida, ¿sí?

     -¿Qué me pasó, Apolonia?

     -Nada, si lo comparas con lo que puede pasarte. Además, ya te dije que la espectadora soy yo. Y no me veas así, que no fui yo quien pidió que te anestesiaran el pie.

     -¿Para qué? ¿Con qué objeto?

     -Con una jeringa, me parece. Y ya no chilles, que no te han hecho nada. El doctor opinaba que había que cortarte la pata, para tenerte más bajo control. Mi papá fue quien tuvo la idea de que bastaba con una silla de ruedas para que parecieras inofensivo, pero antes quería ver tu reacción. Saber si, como dijo Morazán, ya habías aprendido a negociar.

     -Ya acepté todo, voy a hacer lo que digan. ¿Qué más quieren ahora?

     -Te lo dijo Mauricio, pero ya no te acuerdas. Se supone que te están preparando. Psicológicamente, según mi papá. Cree que puede volverte valiente -las uñas suben, vibran, bajan, hacen el daño apenas necesario para causar resuellos, nunca gritos.

     -¿Para qué me preparan, Corleonetta? No tengo miedo, sólo quiero saber.

     -No sé si debería. Si mi papá se enoja, la va a agarrar contigo... -esas solas palabras, se teme Segismundo, bastan y sobran para sanar su alma.

     -Pruébame, Corleonetta -se engalla, se incorpora, la toma de los hombros, si bien no por eso alza la vista de sus piernas-. Nada de lo que digas me va a asustar.

     -A ver si es cierto, Tigre... Cuéntame, ¿te emociona que uno de tus riñones vaya a ir a dar al venerable tórax del Comandante?

Mañana en FLOR DE LOTTO: XIX. Parrillada de riñón. 

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28 de agosto de 2008
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Flor de Lotto / XVII

XVII. Donde la estrella es usted.

-Perdóneme, Don Alex, yo no quería... -la voz se oye entre aguda y cavernosa, como un clarín en labios de un principiante.

     -Ya está volviendo en sí. A ver cómo lo toma -el hombre de la bata se apresura a ajustar las correas que inmovilizan las extremidades del enfermo.

     -No es cosa de opinión, doctorcito. Se es generoso o se es un díscolo de mierda. Pero yo estoy seguro de que nuestro amigo Andersón tiene un corazón grande. Dijo mi nombre, ¿viste? -Alejandro Zarur rebosa buen humor, especialmente ahora que el proyecto avanza.

     -¿Yo? -conforme abre los ojos, Segismundo Andersón empieza a comprender que no ha hecho más que mudar de pesadilla, sólo que en ésta no puede moverse.

     -Buenos días, campeón. ¿Puede probar champagne, mi doctorcito?

     -No lo aconsejaría, Don Alex.

     -¿Por qué estoy amarrado? ¿Qué tengo? -más que del puro miedo, Segismundo se quiebra de ansiedad. Por los ojos que le echan los presentes, espera ya una pésima noticia.

     -Tenés plata, Andersón, y vas a tener más. Pero antes de eso hay que comprometerse, ¿ya? Por lo que veo, me sos fiel hasta en sueños, y eso tiene un valor. Sólo que hay que probarlo de este lado, ¿entendés?

     -¿Qué me hicieron?

     -Bravo, Andersón, qué pregunta tan buena que nos has lanzado. ¿Qué querés que te diga? Usted, doctor, explíquele.

     -Le salvamos la vida, señor Andersón, tiene usted que sentirse muy bien por eso.

     -¿Y por qué no tendría que sentirme bien?

     -Digamos, Andersón -la mano de Zarur alcanza el hombro izquierdo del enfermo-, que la buena noticia es que vas a poder caminar, aunque con una ayuda, que por supuesto te vamos a dar. Más allá de tu plata, claro.

     -¿Qué me pasó, Don Alex? ¿Qué tengo?

     -Tenés la garantía de mi amistad, campeón. Cuando acabe todo esto, vas a tener una prótesis de primera.

     Segismundo se agita, vocifera, berrea, pero apenas si logra moverse. En su desazón súbita, revisa mentalmente sus dos piernas y comprueba que siente la izquierda dormida. Gracias a los catéteres en ambos brazos, más tarda en descubrirlo y horrorizarse que en caer otra vez narcotizado. Cuando despierte, unas horas más tarde, lo hará muy lentamente y no del todo. En lugar de Don Alex y el doctor, estará a solas con el facilitador Mauricio Morazán, que sostendrá con él una de esas conversaciones incongruentes que sólo caben dentro de los sueños. Encarecidamente, Segismundo suplicará a Morazán que le devuelvan su pierna perdida, y éste le pedirá por condición que le entregue uno de sus dos riñones.

     -Solamente un riñón, a cambio de una pierna. ¿Cómo ves esa ganga, amiguito? -le canta Morazán otra vez al oído, varias horas más tarde.

     -¿Qué me pasó, Mauricio, quién me cortó la pierna?

     -¿Cuento con tu riñón?

     Hace ya varios días y noches emborronados que a Segismundo Andersón se le enciman los sueños y los recuerdos, a saber cuántas cosas le habrá inyectado el hombre de la bata. ¿Qué quieren de él? ¿Sus órganos? ¿Quiénes venían en aquella ambulancia, que se reían tanto como las voces que ahora lo rodean? ¿Se ríen de él, tal vez? Se rasca la cabeza, sin pensarlo. Deduce así que ya lo desataron. No quiere abrir los párpados, pero podría jurar que está moviendo los dedos del pie izquierdo.

     -Allí tienes tu pierna, amiguito. Cuando despiertes bien, hablamos del riñón.

     -Dime que es una pesadilla, Mauricio.

     -¿Sabés cuál es el lado amable de las pesadillas, campeón? -finalmente Don Alex paró de reírse; ahora da dos pasos adelante para mirar de cerca a Segismundo- Que la estrella sos vos. Mirá nomás que pinta de súperstar. Sonreí para el público que te quiere, decí que nos debés todito lo que sos...

Mañana en FLOR DE LOTTO: XVIII. Se trasplantan agallas.

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27 de agosto de 2008
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Flor de Lotto / XVI

XVI. El caso de la causa fantasmal.

Hay cierta clase de mujer con la que todos quisieran dormir, pero nadie tener que despertar, se confiesa Andersón una vez que la Corleonetta dio el portazo final y salió a recoger su Trans-Am convertible carmesí, inconfundible gracias a las vestiduras atigradas y la Venus de Boticcelli dorada sobre el tablero, justo debajo del retrovisor. Al fuego desatado de la noche anterior lo había seguido una erupción de mal humor en la mañana. Pero es que él se lo dijo y ella no le hizo caso. Ese polvo maldito le jode la nariz, algo tiene en los senos frontales que se le queda allí la caspa del demonio. No ha ido a ver al doctor, sólo sabe que si le da un jalón va a pasarse dos meses moqueando y estornudando. Se lo advirtió a la bruja y ella le metió el polvo a la fuerza. ¿Con qué derecho se le pone así sólo porque atinó a estornudar enfrente de la coca que quedaba? Le pegó, lo pateó, le escupió, pero acabó inhalando de la alfombra, como un oso hormiguero con la trompa cortada. Vas a pagar por esto, le advirtió y desapareció tras de la puerta.

     -Sosiégate, amiguito. Deja ya de contarme pendejadas que yo no puedo ni decir que oí. A menos que quisiera ir a tu entierro, y a mí esas ceremonias me aburren mucho, ¿sí? ¿Me sigues, Andersón? No empieces a aburrirme porque voy a acabar comprándote flores, y tú no vas ni a olerlas, por andar de hocicón. Si tú me dices que el problema está en que a la Corleonetta se le agotaron los caramelos, yo le mando contigo una joya noventa y nueve por ciento pura que la va a hacer lamerte las botas con las que acabas de pisar cagada. ¿Qué más quieres, pendejo? Más no puede hacer nadie, ni Don Alex. ¿Pero qué tal me andabas preguntando por ella?

     -Tú me metiste en esto. Tú le dijiste cómo y dónde encontrarme en Miami -Segismundo no se decide entre ladrar y susurrar su desososiego en el teléfono. Está en una cabina, no lejos del hotel. Duda aún si lo siguen, pero ya lo presiente. Cierra los ojos e imagina de vuelta a Don Alex ufanándose de que su hija tiene los brazos aún más largos que él.

     -Yo le di lo que me pidió, Segismundo. Y eso mismo harás tú, mientras tengas el tino de evitarnos la joda de darte sepultura en solemne momento. Te estás tirando al diablo, Andersón. Si te gustó la cola, aguanta el trinche.

     -¿Y por qué yo, Mauricio? ¿Para esto me sacaste de Vegas?

     -Tú, amiguito, eres una ficha afortunada. No a cualquiera le pasa, y es posible que a ti te haya pasado porque eres todavía más cualquiera que los otros. ¿Sabes por qué nadie ha logrado hacer lo que tú vas a hacer? Ninguno ha conseguido despojarse del móvil cómún en este caso, que es una causa.

     -Según tú, yo no tengo una causa.

     -Las fichas no tienen causa, aunque valgan por diez millones de dólares. Son fichas, ¿ya me entiendes, amiguito? La última vez que te vi, estabas de quejiche porque el patrón se había deshecho de dos fichas y sólo te pedía que acabaras la chamba con pulcritud. ¿Sabes qué sucedió, en la práctica? Simplemente, la ficha con el nombre de Segismundo Andersón acabó por comerse a las dos que a su vez querían merendárselo.

     -¿Peones que comen peones?

     -No te engañes, mi Segis. Esas son piezas, ya te dije que tú eres una ficha. Una pinche ficha. De plástico, redonda, igual a tantas otras. Y aun así te andas comiendo a una reina... Si fueras más despierto, evitarías hacerme tantas preguntas. Yo, por ejemplo, sí que soy un peón. No tengo pretensiones, pero sirvo a mi reino hasta donde puedo. No conozco la causa que me anima, sin embargo sospecho que es la vida. Una causa muy linda, ¿No, amiguito? Ahora cuelga el teléfono, que te están esperando.

     Segismundo está a punto de mirar hacia atrás de la cabina cuando una pieza de metal en la espalda casi inmediatamente se la baña en sudor. Alguien que no quisiera ser identificado lo invita a acompañarlo abordo de una enorme camioneta blanca. Mira el reloj: son casi las cinco de la tarde. No lo recordará cuando despierte del cachiporrazo que ahora mismo lo libra de toda congoja.

Mañana en FLOR DE LOTTO: XVII. Donde la estrella es usted.

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25 de agosto de 2008
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Flor de Lotto / XV

XV. Operativo Gillette.

Un motel no es lugar para estar solo. Hay demasiado tiempo para pensar. Se oyen ruidos extraños de personas extrañas, ni siquiera el espejo le devuelve al usuario un rostro familiar. Segismundo Andersón al fin se desprendió de la barba de nueve días que le daba una pinta especialmente patibularia, sólo para advertir que su aspecto no había mejorado gran cosa. Seguía dándose miedo, no se reconocía en esos ojos hondos de facineroso. No por nada, pensó, Fidel no se rasura.

     No lo había hecho mal, aunque igual conservaba la esperanza de olvidarlo. Fue un trabajo mecánico, al final. Apenas consiguió deshacerse de la totalidad de los paquetes negros, había vuelto al motel Pirámides como a un claustro materno redentor. Se bañó, se metió en el jacuzzi y se quedó dormido. Poco menos de quince minutos después, despertó entre berridos de una pesadilla. Se había visto allí, dentro de ese jacuzzi, flotando junto a las cabezas de los escoltas. Llevaba ya tres días sin dormir, pero acababa de espantársele el sueño. Fue entonces que tomó la decisión de rasurarse.

     -¿Quién es? -grita estúpidamente cuando ve que a la puerta del cuarto le da por abrirse. Está completamente indefenso, con la toalla del baño amarrada a la cintura.

     -¿Me has extrañado, Tigre? -no es realmente una voz que lo tranquilice, pero entre tantas peores imaginables Segismundo la siente como un regalo de la Providencia.

     -Tengo miedo. No estoy nada seguro de que sirva para esto.

     -Todos decimos eso cuando venimos de enterrar al primer muertito. Dos, en tu caso, Tigre. Como quien dice, ya estás en el ajo -la Corleonetta viene vestida de piel negra, como empeñada en ser la que se cuenta que es.

     -Dime, ¿tú sabes dónde están las cabezas?

     -Voy a darte un consejo, mi amor: date de santos con saber que la tuya sigue en su lugar. ¿Ya captas la teoría o necesitas más ilustraciones?

     -¿Sabes qué es lo único que me tranquiliza de este cuento? -ahora Segismundo se pone sarcástico, cual si haberse deshecho de dos fiambres lo hiciera ya acreedor de un distinto respeto -Que no puede ser cierto. No hay un plan, ni una fecha, ni un lugar. ¿Me tienen encerrado en un motel de la colonia del Valle por si se diera el caso de que Fidel Castro se apareciera en Plaza Universidad? ¿Qué quieren que haga, pues? Ya dije que no quería mis regalías, ni tampoco sus dólares. Quiero volver a ser el Mister Nobody que felizmente fui hasta...

     -¿Hasta que te topaste conmigo, ingratote?

     -Contigo no.

     -Déjame que adivine. ¡Con mi papá!

     -Tampoco he dicho eso.

     -No lo has dicho porque eres una rata cobarde, pero bien que lo piensas -ahora enciende un puro, y enseguida hace un gesto de resignación-. Te entiendo, sin embargo. No creas que eres el primer subalterno que le teme al ascenso social. ¿Sabes por qué me gustan los hombres como tú? Por todo lo que no se atreven a ser. Según yo, tú no tienes las bolas suficientes para hacer lo que mi papá y sus socios esperan que hagas, pero ya va a ser hora de que nos enteremos.

     -¿Va a ser hora de qué?

     -Morazán va a llamarte, él sabe cómo está lo del operativo. Yo solamente soy una humilde cheerleader.

     -¿O sea que sí hay plan?

     -Yo diría que es más bien un libreto. Si fuera la guionista, las pasaría negras para salvarte. Afortunadamente estoy entre el público. Por eso no me creo que de aquí a quince días vas a seguir vivito. Lo que sí pienso es que a veces mi padre subestima sus dotes de guionista. Aunque quién sabe. Según él, no hay negocio más grande que apostarle a los imposibles. Que es lo que yo hago, claro, con gente como tú. ¿Sabes quién te creería que pasaste una noche conmigo en el motel Pirámides? Los mismos que podrían imaginarte detonando una bomba debajo de la cama de Fidel Castro. Nadie lo cree. Ni tú, que vas a hacerlo. Según mi padre, esa es la garantía de que una cosa así puede llegar a hacerse.

     -Entonces tú no crees que podría hacerla yo...

     -Lo que en realidad creo que puedes hacer, y deberías, es bajarle la falda a tu cheerleader. Antes que se convierta en plañidera.

Lunes en FLOR DE LOTTO. El caso de la causa fantasmal.

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22 de agosto de 2008
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El Boomeran(g)
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