XXIV. Cualquier hijo de vecino.
Toc, toc. Toc, toc. Toc, toc. ¿Qué se hace en estos casos? ¿Pregunta uno quién toca, a riesgo de tornarse un desobediente flagrante y enfrentar las feroces consecuencias? Andersón se sosiega una vez más y regresa al control de la televisión. Zap. Zap. Zap. Busca desesperado un canal de noticias, pero en los dos que encuentra no hay sino reportajes que le parecen totalmente insulsos. ¿A quién mierda le importan el Dow Jones y Al Qaeda cuando lo único urgente es Fidel Castro? ¿No hay por ahí un alma caritativa que le ofrezca un reporte de salud del mandamás cubano, una declaración, un flash informativo que incluya la primera plana del Granma? Tantos años de aborrecer al barbón, de jurarse justicia con decisión y rabia, de cambiar el canal cada que aparecía el uniforme color verde olivo, y ahora que cree tenerlo en el cuarto de al lado se conforma con perseguir su huella en la televisión. Cualquier cosa con tal de no atender a esos toquidos. Necesita pensar, si bien tal es un lujo que no alcanza a pagarse.
-¿Señor Moreira? -la enfermera se asoma y él recuerda su nombre: Juan Manuel.
-Yes? -responde sin pensar, con las manos temblonas y la cabeza de repente en Miami Beach.
-¿Ya está listo, señor?
-¿Listo para qué? -se endereza, se agita, se crispa el falso Juan Manuel Moreira.
-Vamos a hacerle unos cuantos análisis, no se le olvide que mañana entra a quirófano -la palabra mañana de súbito le suena como la negación de todo mañana. No es que esté encariñado con su riñón, pero adivina que en cuanto lo pierda se quedará también sin esperanzas. Harán de él lo que quieran, empezando por trasplantárselo al hombre que más odia en este mundo. ¿El vecino, tal vez?
Segismundo se deja hacer, resistiendo la tentación de bombardear a la enfermera con sus dudas. Sería una torpeza, considera. Para el caso, prefiere arriesgarse atendiendo más tarde al llamado del vecino. Esta enfermera es demasiado linda para confiar en ella, por una vez tiene que resistir a esa debilidad por cuya causa se halla aquí atrapado. ¿Cómo es posible que aún se pregunte si un día volverá a ver a Apolonia, después de todo lo que ha hecho con él? Mientras soporta la alta vergüenza de prestarse a esa porquería del coprocultivo, se confiesa que al cabo nunca supo negarse a las peticiones de una mujer. Nada lo debilita más que unas faldas, sobre si todo si abajo se agazapan unas piernas torneadas y carnosas. Las de la Corleonetta, las de la enfermera, las que sean, por el amor de Dios. Lo dicho: es débil y no sabe ocultarlo.
-Le dejo un videojuego, para que se entretenga -le sonríe ampliamente la enfermera y le pone en las manos un Playstation portátil.
-No sé cómo jugar... -repara y se arrepiente de inmediato- Pero puedo tratar, a ver qué tal me va.
Enciende el videojuego. Grand Theft Auto, le anuncia la pantalla, y él instintivamente oprime el botón Home. Ve aparecer entonces nuevas opciones, y una de ellas le para los pelos de punta: web browser. Cuando menos lo piensa, ya está en Internet. Nada parece entonces más sencillo que entrar al Google y teclear la palabra Granma. Está en eso cuando de nuevo escucha el toc-toc en la puerta de atrás. ¿Y si fuera su padre quien lo procura? La sola duda lo hace reaccionar: no se imagina a Castro tocándole al puerta al vecino. Ni a nadie, en realidad. Lo mandaría llamar, si fuera el caso.
En un golpe de instinto, Segismundo hace a un lado el PSP, emerge de las sábanas y repta hasta la puerta trasera. Toc, toc, responde y acto seguido escucha la réplica puntual. Toc, toc, toc. Hasta donde recuerda, nadie le ha prohibido dar golpes en la puerta trasera del cuarto. Ya se está preguntando otra vez si no será otro truco de la nefanda Apolonia Zarur cuando observa un papel deslizarse debajo de la puerta. Lo levanta del piso, lo desdobla...
¡Ayúdeme, vecino! ¡Sáqueme de esta vaina antes de que me maten!
Segismundo recula, vuelve sobre sus pasos, trepa a la cama y agarra el PSP con ambas manos, como si se tratara del manubrio de una nave espacial. Se repite en silencio las palabras que acaba de leer. En el lenguaje de los videojuegos, ello equivale a recibir la atenta bienvenida al próximo nivel.
