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Flor de Lotto / XVI

Por 25 de agosto de 2008 Sin comentarios

Xavier Velasco

XVI. El caso de la causa fantasmal.

Hay cierta clase de mujer con la que todos quisieran dormir, pero nadie tener que despertar, se confiesa Andersón una vez que la Corleonetta dio el portazo final y salió a recoger su Trans-Am convertible carmesí, inconfundible gracias a las vestiduras atigradas y la Venus de Boticcelli dorada sobre el tablero, justo debajo del retrovisor. Al fuego desatado de la noche anterior lo había seguido una erupción de mal humor en la mañana. Pero es que él se lo dijo y ella no le hizo caso. Ese polvo maldito le jode la nariz, algo tiene en los senos frontales que se le queda allí la caspa del demonio. No ha ido a ver al doctor, sólo sabe que si le da un jalón va a pasarse dos meses moqueando y estornudando. Se lo advirtió a la bruja y ella le metió el polvo a la fuerza. ¿Con qué derecho se le pone así sólo porque atinó a estornudar enfrente de la coca que quedaba? Le pegó, lo pateó, le escupió, pero acabó inhalando de la alfombra, como un oso hormiguero con la trompa cortada. Vas a pagar por esto, le advirtió y desapareció tras de la puerta.

     -Sosiégate, amiguito. Deja ya de contarme pendejadas que yo no puedo ni decir que oí. A menos que quisiera ir a tu entierro, y a mí esas ceremonias me aburren mucho, ¿sí? ¿Me sigues, Andersón? No empieces a aburrirme porque voy a acabar comprándote flores, y tú no vas ni a olerlas, por andar de hocicón. Si tú me dices que el problema está en que a la Corleonetta se le agotaron los caramelos, yo le mando contigo una joya noventa y nueve por ciento pura que la va a hacer lamerte las botas con las que acabas de pisar cagada. ¿Qué más quieres, pendejo? Más no puede hacer nadie, ni Don Alex. ¿Pero qué tal me andabas preguntando por ella?

     -Tú me metiste en esto. Tú le dijiste cómo y dónde encontrarme en Miami -Segismundo no se decide entre ladrar y susurrar su desososiego en el teléfono. Está en una cabina, no lejos del hotel. Duda aún si lo siguen, pero ya lo presiente. Cierra los ojos e imagina de vuelta a Don Alex ufanándose de que su hija tiene los brazos aún más largos que él.

     -Yo le di lo que me pidió, Segismundo. Y eso mismo harás tú, mientras tengas el tino de evitarnos la joda de darte sepultura en solemne momento. Te estás tirando al diablo, Andersón. Si te gustó la cola, aguanta el trinche.

     -¿Y por qué yo, Mauricio? ¿Para esto me sacaste de Vegas?

     -Tú, amiguito, eres una ficha afortunada. No a cualquiera le pasa, y es posible que a ti te haya pasado porque eres todavía más cualquiera que los otros. ¿Sabes por qué nadie ha logrado hacer lo que tú vas a hacer? Ninguno ha conseguido despojarse del móvil cómún en este caso, que es una causa.

     -Según tú, yo no tengo una causa.

     -Las fichas no tienen causa, aunque valgan por diez millones de dólares. Son fichas, ¿ya me entiendes, amiguito? La última vez que te vi, estabas de quejiche porque el patrón se había deshecho de dos fichas y sólo te pedía que acabaras la chamba con pulcritud. ¿Sabes qué sucedió, en la práctica? Simplemente, la ficha con el nombre de Segismundo Andersón acabó por comerse a las dos que a su vez querían merendárselo.

     -¿Peones que comen peones?

     -No te engañes, mi Segis. Esas son piezas, ya te dije que tú eres una ficha. Una pinche ficha. De plástico, redonda, igual a tantas otras. Y aun así te andas comiendo a una reina… Si fueras más despierto, evitarías hacerme tantas preguntas. Yo, por ejemplo, sí que soy un peón. No tengo pretensiones, pero sirvo a mi reino hasta donde puedo. No conozco la causa que me anima, sin embargo sospecho que es la vida. Una causa muy linda, ¿No, amiguito? Ahora cuelga el teléfono, que te están esperando.

     Segismundo está a punto de mirar hacia atrás de la cabina cuando una pieza de metal en la espalda casi inmediatamente se la baña en sudor. Alguien que no quisiera ser identificado lo invita a acompañarlo abordo de una enorme camioneta blanca. Mira el reloj: son casi las cinco de la tarde. No lo recordará cuando despierte del cachiporrazo que ahora mismo lo libra de toda congoja.

Mañana en FLOR DE LOTTO: XVII. Donde la estrella es usted.

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Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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