Edmundo Paz Soldán
Hace un par de semanas (10 de agosto), el suplemento dominical del periódico El País publicó un reportaje acerca de los cien libros elegidos por cien escritores en español. Cada escritor debía hacer una lista de diez libros, en orden de importancia; si bien la pregunta no pedía necesariamente hablar de los libros que considerábamos mejores, sino de los que nos habían marcado, los resultados, igual, pueden leerse como una suerte de canon, un corpus de textos fundamentales para los escritores hispanoamericanos. El reportaje es revelador en más de un aspecto:
Dos tercios de los escritores encuestados son españoles; el resto, latinoamericanos. Los resultados hubieran sido muy diferentes si el reportaje lo habrían hecho Clarín, La Tercera o algún periódico de El Salvador. Por ejemplo, en el lugar 98 de la lista se encuentra "Harri eta Herri" ("Piedra y Pueblo"), de Gabriel Aresti. ¿Quién en América Latina conoce a este escritor? A favor de los españoles: ningún libro de Camilo José Cela aparece en la lista.
Un amigo catalán me comentó que la lista mostraba no tanto lo que había marcado a los escritores, sino la forma en que ellos querían verse: como seres sofisticados que pueden tener un lugar en su corazón para Verne, Salgari y Dumas, pero que, a la hora de la verdad, preferirán mencionar a Cervantes, Proust, Homero, Kafka (los cuatro autores cuyos títulos ocupan los primeros cinco lugares de la lista). Siguiendo esta lectura, habría que preguntarse cuánto de embuste y falsa apariencia es parte fundamental de la confección de un canon.
De los primeros veinte títulos, sólo cuatro son de escritores en español: Cervantes, Borges, García Lorca y Rulfo. Nos gusta leer traducciones, somos muy receptivos a lo que se escribe en otras latitudes, lo cual suele ser saludable, aunque a veces va incluso en desmedro de lo nuestro. Los que han visto estas listas en periódicos de los Estados Unidos e Inglaterra saben que allí los veinte primeros títulos incluirían al menos quince escritos en inglés.
¿Qué queda del Boom? Mucho Vargas Llosa. Cuatro títulos suyos aparecen en la lista: La ciudad y los perros (44), Conversación en la Catedral (70), La guerra del fin del mundo (79) y La tía Julia y el escribidor (88). Aparte de él, hay lugar para Rayuela (41) y Cien años de soledad (59). Carlos Fuentes no existe.
El canon, hoy, responde también a lo que el mundo editorial dice que importa: la novela. Entre los primeros veinte libros sólo aparece uno de poesía (Poeta en Nueva York), tres de cuentos y relatos (Ficciones, los cuentos de Chejov, Las mil y una noches), y uno de narrativa que entrecruza la parábola con los aforismos y la novela-río: la Biblia. El primer libro de ensayos en la lista es el de Montaigne (23). Por lo demás, reinan los novelones: Don Quijote (1), En busca del tiempo perdido (2), Ana Karenina (6), Moby Dick (7), Guerra y Paz (9), Los hermanos Karamazov (12)… Hablamos mucho de nuestra predilección por la novela corta, pero a la hora de votar sólo nos acordamos de La metamorfosis (5).
Se trata de una lista muy estática: este reportaje podría haber sido publicado treinta años atrás sin muchos cambios. Para sorprenderse hay que llegar al lugar 28 (El corazón es un cazador solitario), no tanto porque la McCullers no lo merezca, sino porque ¿podía sospecharse que estuviera tan arriba, que su novela fuera para tantos escritores superior a Cien años de soledad?; seguir hasta el 54 y vérselas con El largo adiós, encontrar los Aforismos de Lichtemberg en el 81. Del Dream Team inglés sólo está Ishiguro, y podemos haber leído mucha ficción norteamericana de los últimos veinte años, pero a la hora de elegir nos quedamos con Salinger. Y a pesar de que todos los títulos de la lista de Alejandro Zambra sean de libros de Perec, no es suficiente: el autor de La vida instrucciones de uso tampoco está entre los cien.
¿Qué es el canon? Fernando Iwasaki dice que lo único concreto es que se trata de una marca de impresoras. Todo lo demás debería ser discutible, a pesar de que listas como ésta tiendan a una sospechosa inmovilidad.
La Tercera, 25 de agosto 2008