Xavier Velasco
XXI. Al fin solos.
-¿Así o más, mi Segis? -hace ya varias horas que la terapia de torsión diestramente aplicada por la Corleonetta tiene al paciente cerca de quebrarse por causa de un deleite tan extenso como pernicioso.
-¡Mhñlft! ¡Prstx! ¡Blsdfgrr! -exclama con trabajos Andersón, al propio tiempo suplicando clemencia y exigiendo más de este dulce tormento que baja lerdamente de las cumbres nubladas del hipotálamo a las honduras procelosas de la prostatósfera.
-Hasta ahí, muñequito -ahora le aplica un par de hielos en la baja espalda, acompañados de uno de esos pellizcos con cuatro dedos y otras tantas uñas en la parte trasera del muslo, asimismo llamados mordida de burro-. Ya es hora de que sepas a qué le huele el hocico al tlacuache.
-Desátame, aunque sea -le suplica, sin más autoridad que una bestia a las puertas del matadero, con la cabeza inmersa en una burbuja de pseudopensamientos contradictorios e incongruentes, todavía indeciso entre el fin del suplicio y la continuación del extraño deleite por cuya causa le ha quedado impreso ese torvo amago de sonrisa.
-¡Shhh! Si no te callas no vas a enterarte -el tono ahora es amable, hasta dulzón, aunque tampoco da derecho a la réplica- ¿Quieres seguir viviendo, con tu millón de dólares y la etiqueta de héroe? No es difícil, si aprendes a obedecerme. ¿Sabes lo que querían, después de tus berrinches? Mauricio y mi papá estaban tercos en sacarte del juego, igual que tú sacaste a mis escoltas.
-¡Yo! -una trémula chispa de indignación brota ya de los ojos de Segismundo, pero una nueva mordida de burro la desactiva de manera expedita.
-Tú mismo, Tigre, mira… -la Corleonetta saca su teléfono, le pone la pantalla en las narices- ¿Qué tal de guapo saliste en la foto? ¿Y cómo ves la lancha transformada en club, con todos esos miembros abordo? Ya sé lo que me vas a decir… No fuiste tú, ¿verdad? ¿Por qué no pruebas a decirle lo mismo al fiscal de homicidios? ¿Te gustaría pasarte encerrado de aquí al 2040, matasiete? Entonces no repeles y escúchame muy bien, que no repito…
Segismundo recordará las instrucciones recibidas como quien atesora una clave secreta. Prometerá seguirlas con el escrúpulo de un cirujano principiante, aceptará todas las condiciones sin más interrupción que un par de dudas técnicas, algunos estornudos y un acceso de llanto inoportuno. Después, cuando la Corleonetta haya finalizado y le pida una sonrisa, se ganará con ella la ansiada libertad de movimientos que en rigor será últil sólo para seguir obedeciéndola. Hay órdenes, no obstante, que se acatan con el mayor deleite, como las que vendrán a partir de ese punto. Agáchate. Voltéate. Bésame aquí. Muérdeme allá. Dame más. No te muevas. Sigue así. Pero no grites, que nos van a oír.
Todo será más suave, no habrá más quemaduras de Cohiba en la espalda, menos aún en otros sitios estratégicos. Cuando menos lo pueda creer Andersón, la feroz Apolonia se habrá transfigurado en una gatita cariñosa y dócil, cuyos ojos reflejarán la indefensión de quien se anuncia bondadosa en el fondo, a la espera quizás de un caballero que la redima de la podredumbre y le ofrezca un futuro de madre de familia. Cuando por fin se quede dormidito, Segismundo Andersón soñará con un mundo de tonos pastel donde nadie jamás ha visto correr sangre.