Xavier Velasco
XXII. Siga las instrucciones.
-Buenos días, señor Andersón. ¿Durmió usted bien? -la cordialidad del doctor Suinaga contrasta con el gesto de disgusto del paciente, agobiado por verse de regreso entre tubos, jeringas y batas blancas. La enfermera, mujer adusta y de pocas palabras, entra y sale del cuarto sin volverse a mirarlo. Tendrá unos cuarenta años, agriamente llevados a juzgar por su escrupulosa asepsia emocional.
-Tengo hambre -Segismundo ha clavado la cara en la almohada, gira apenas el maxilar de lado para que sus palabras se comprendan, si bien tampoco espera que sean atendidas.
-Es natural -observa Suinaga- pero no se preocupe. Le estamos proveyendo todos y cada uno de los nutrientes que necesita para estar en su punto.
–En mi punto, como si fuera un guiso… -ahora vuelve la cara, se incorpora hacia atrás sobre la almohada, sin tratar de vencer su indignación.
Silencio. El doctor sale junto a la enfermera y en su lugar entra Mauricio Morazán. Trae una bolsa larga con el logo de Burger King.
-¡Mauricio! -Segismundo se alegra, la perspectiva de una simple hamburguesa ilumina las zonas más ásperas de su ánimo, no sabe si por mero apetito o por el hecho de verse atendido. A estas alturas, cualquier gesto amigable en apariencia le cae como una larga visita familiar.
-Se hace tarde, amiguito, ya va a venir la ambulancia por ti. ¿Recuerdas todo lo que tienes que hacer? -Mauricio se acomoda en el sillón, saca una enorme Whopper de la bolsa y le hinca el diente sin contemplaciones.
-Recuerdo que tengo hambre y me duele la cabeza -Segismundo contempla con indignación fresca como la Whopper crece con cada nueva tarascada del facilitador.
-Dos problemas esencialmente pasajeros. Por lo pronto, repíteme las instrucciones que declamaste anoche frente a todos nosotros -ahora Morazán saca una bolsa de papas francesas y les vacía sendos sobres con mostaza-. No querrás que se enoje tu Corleonetta, ¿o sí?
-Ya se los dije ayer, ¿para qué quieres que los suelte otra vez?
-Estoy esperando, amiguito. Si no te apuras, va a llegar Don Alex y no voy a poder echarte esta manita -habla mientras mastica y se le escapan dos pedazos de lechuga.
-Uno -gruñe el paciente, con el rencor saltándole de las córneas-: Van a ingresarme a la clínica ésa con el nombre de Juan Manuel Moreira. Dos: No debo hacer una sola pregunta. Tres: Tampoco estoy autorizado a dar respuestas. Cuatro: Ay de mí si me muevo de mi cama o trato de enterarme de lo que no me incumbe. Cinco: Un par de días después de que me hayan quitado el riñón, esperaré a que llegue una señora vestida de azul con una caja de chocolates. Seis: Me dirigiré a ella como "Amorcito" y haré como si fuera mi mujer. Siete: Antes de irse, me dejará un reloj en el buró; de esas dos manecillas va a colgar mi vida. Ocho… -se atora al fin, puja por recordar.
-¿Ya lo ves, amiguito? ¿A qué no sabes cuántas bofetadas te habría recetado nuestro amigo Don Alex por este simple olvido?
-¿No sería mejor que lo apuntara todo?
-Solamente si quieres volar en pedazos con el Barbas… ¿No te dejó bien claro la Corleonetta cuál iba a ser el precio del primer error?
– Ocho: Voy poner la caja de los chocolates debajo de mi almohada en cuanto den las seis de la madrugada, al día siguiente. Nueve: Me subo a la camilla con rueditas, me hago el anestesiado y espero a que los enfermeros lleguen por mí. Diez: Dejo que ellos me lleven del hospital a la ambulancia sin abrir ni un instante los ojos o la boca…
-Como muerto, dijimos.
-Once: Cuando regrese aquí, me visto de paisano, tomo un taxi camino del aeropuerto y salgo del país con los papeles que me van a dar en la ambulancia.
-Te falta uno, querido. Es el más importante.
-Doce: No mencionar el nombre Fidel, ni el apellido Castro, ni la palabra Cuba, ni nada emparentado con bombas o explosivos. Menos voy a intentar salir de mi cuarto y averiguar quién está en el de junto, ni preguntarle a nadie por ese negocio. Aunque eso estaba claro en los puntos dos y cuatro.
-Por algo el instructivo es redundante, ¿no lo crees, amiguito? Redundante como un millón de dólares -Morazán da el siguiente mordisco a su hamburguesa y la echa a la basura no bien escucha el eco de la voz de Don Alex. Tal parece que ya llegó la ambulancia.