Soy un grano de sal que se pregunta cuántos como él serían necesarios para acabar de llenar el salero. Es una duda inútil, pero a la gente le gusta jugar a resolverla. Algunos dicen que éramos un millón, otros juran que menos de cien mil. Difícilmente existe ciencia más inexacta que la de darse a contar multitudes, pero a éstas rara vez parece preocuparles. Por lo demás, los autobuses del Festival VivAmérica -cada uno equipado con un escenario en lo más alto de su estructura- se movían igual por Atocha que por Recoletos, arrastrando quién sabe cuántas decenas de miles en derredor. Lo más fácil, por tanto, es cada uno saber cuántos quiere que sean y ponerle ese número al gentío.
Debe de haber infinidad de cosas que se pueden hacer mientras los demás bailan. La profesión de crítico de fiesta es harto socorrida entre los malqueridos. Quienes no bailan se parecen a veces a quienes nunca ríen, necesitan razones para mostrarse inteligentes ellos y señalar la estupidez de los otros. Quienes no bailan y resultan rodeados por quienes no se cansan de bailar incuban una suerte de amargura que se expresa en sarcasmos infelices. No vayamos más lejos, algún zopenco amargo escribió en algún foro de la red las siguientes palabras en torno al último acto del VivAmérica: "panchitos y mas panchitos sudacas por las calles de madrid. veo el futuro negro-NUNCA MEJOR DICHO...". Lo he copiado tal cual, con todo y sus mayúsculas gritonas.
Vuelvo a la calle, que es lo que interesa. Allá arriba, entre Cibeles y Alcalá, canta Daniela Mercury. Ha oscurecido, toda la calle es un maracatú que oscila sin parar. Para quienes se dan el tiempo de analizar, esta es una invasión latinoamericana sobre Madrid en el doce de octubre. De ahí que algunos logren contar millones, y otros apenas unos cuantos miles. Para la mayoría, sin embargo, lo único que cuenta es la posibilidad de injertarse en bahiano y entregarse a cantar y bailar con la Mercury. Nada que uno esperase un domingo en la tarde, cuando los malqueridos piensan en suicidarse y entrebuscan razones para agarrar valor.
La idea es inspirada. Si en la mañana del doce de octubre las calles de Madrid son escenario de un desfile militar, la tarde bien merece un carnaval, así sea para aflojar los esfínteres tiesos ante tanto fusil. Soy un grano de sal que no sabe contar y danza solamente al fondo del salero. Les agradeceré que no apaguen la música.
