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Doce quehaceres en quiebra / II

Por 26 de septiembre de 2008 Sin comentarios

Xavier Velasco

5. Carterista. Decían los antiguos, para mejor pintar la catadura bronca de ciertos barrios duros, que ahí al visitante le robaban los calcetines sin quitarle los zapatos. Trabajo fino que dejaba en la víctima una desazón plena de rencor fantasma, ya que al ratero no le había ni visto la pinta. Parece que aún escucho a las tías quejándose en plural contra "esos desgraciados rateros", que sin embargo les habían dado una lección de supervivencia, sin el trauma que suele acompañarlas. Con el auge de los asaltos a mano armada, se extraña a los especialistas del pasado, que solían siquiera hacer lo suyo con discreción y oficio irreprochables. No es que pretenda uno ir por la vida sin que nadie jamás le robe nada, pero al menos, si la hora ha de llegar, espera que le atienda un genuino profesional del dos de bastos. Y no me digan que es mucho pedir.

6. Fayuquera. El de contrabandista light no es en rigor oficio femenino, pero son las mujeres sus exponentes más reconocidos. Lejos de esos profesionales del estraperlo involucrados en containers y camiones repletos de mercancía que esquiva las aduanas por arte de magia, la fayuquera freelance acudía personalmente al domicilio de sus clientes para ofrecer la ropa que según su decir había escogido y traído para ellos. Modelos que, sobraba decirlo, no le verían aquí a ningún hijo de vecino. La mercader de fayuca iba y venía entre tu casa y Texas con bultos y maletas de todos los tamaños, conocía tanto las tiendas de remate de saldos como las fechas de las ventas de bodega en San Antonio y no temía a nadie más que al vista aduanal. Sería por ese exceso de confianza que un mal día, sin más, vino el pirata y le echó una montaña de tierra encima.

7. Elevadorista. Gracias a esta sacrificada persona, que se pasa la vida metida en una caja de puertas eléctricas, los visitantes de ciertos edificios nos ahorramos la intolerable molestia de tener que estirar el dedo para oprimir el botón del piso al que planeamos llegar, o el colmo, soportar la humillación de que un entrometido con ínfulas de boy scout lo haga por nosotros, que no quisiéramos estar en modo alguno en deuda con un perfecto extraño. No acostumbran los elevadoristas mostrarse especialmente corteses, ni se distinguen por comunicativos, pues la naturaleza de su oficio rara vez les permite alcanzar la profundidad verbal propia de los taxistas y peluqueros. Poniéndose en sus aburridos zapatos, lo extraño es que no suelan estrangular ahí mismo a los clientes. Con las ganas que a veces les darán.

8. Radiotécnico. Llevar un aparato a arreglar es lo contrario a comprar uno nuevo. No se siente el estímulo como el temor. El arreglo seguro va a ser carísimo, todo para al final salir de ahí cargando con el mismo armatoste anacrónico, preguntándose en cuántos meses volverá a descomponerse y calculando cuánto más le habría costado comprarse de una vez el nuevo modelo. Antiguamente, el radiotécnico era algo así como el doctor del aparato -la tele, la consola- que vivía a lo largo de varias décadas sin pedir nada más que aceite, limpieza y a veces unos bulbos. Había academias que ofrecían un flamante diploma de radiotécnico tras unas cuantas semanas de estudio. Hoy, de un viejo radiotécnico no se cree que esté al día ni con el manual de instrucciones de su propio teléfono. Siempre que sea posible, y más aún cuando no lo parece, prefiere uno que se joda el radiotécnico y enfrentar entusiasta a un nuevo vendedor.

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Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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