Skip to main content
Escrito por

Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

Blogs de autor

Cosechar sin sembrar… recoger sin esparcir

Hace unos meses transcribí aquí el texto del Evangelio según San Mateo relativo a la parábola de los talentos. Dado el tema planteado ayer, me parece útil presentarlo de nuevo, añadiendo al final un comentario:

 

"El Reino de los Cielos es también como un hombre que, al

ausentarse, llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda: a uno

dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según su

capacidad; y se ausentó.

Enseguida, el que había recibido cinco

talentos se puso a negociar con ellos y ganó

otros cinco. Igualmente el que había

recibido dos ganó otros dos. En cambio el

que había recibido uno se fue, cavó un hoyo

en tierra y escondió el dinero de su señor.

Al cabo de mucho tiempo, vuelve el señor de

aquellos siervos, y ajusta cuentas con ellos.

 

"Llegándose el que había recibido cinco

talentos, presentó otros cinco, diciendo:

‘Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes otros cinco que he ganado.'

 Su señor le dijo: ‘¡Bien, siervo bueno y fiel!; en

lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te

pondré; entra en el gozo de tu señor.'

 

"Llegándose también el de los dos talentos

dijo: ‘Señor, dos talentos me entregaste; aquí tienes otros dos que he

ganado.' Su señor le dijo: ‘¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has

sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.'

 

"Llegándose también el que había recibido un talento dijo:

‘Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste

y recoges donde no esparciste. Por eso me dio miedo, y fui y escondí en tierra

tu talento. Mira, aquí tienes lo que es tuyo.' Mas su señor le respondió:

 

‘Siervo malo y perezoso, sabías que yo cosecho donde no sembré y

recojo donde no esparcí; debías, pues, haber entregado mi dinero a

los banqueros, y así, al volver yo, habría cobrado lo mío con los

intereses. Quitadle, por tanto, su talento y dádselo al que tiene los

diez talentos. Porque a todo el que tiene, se le dará y le sobrará;

pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y a ese siervo

inútil, echadle a las tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el

rechinar de dientes."

 

Mateo 25, 14-30

 

Si todos los momentos álgidos de este prodigioso texto que es el Evangelio de Mateo, merecen ser tomados muy en serio, este en particular produce auténtico escalofrío. Y no pudo dejar de venirme inmediatamente a la mente cuando vi el pórtico de la catedral de Barcelona totalmente recubierto por el anuncio de la filantrópica tarea de la mayor institución bancaria de España. Una instantánea nos permite entender con toda acuidad las consideraciones de Webern sobre la esencia de la ética protestante y el vínculo con el espíritu del capitalismo... con la salvaguarda de que tal espíritu ha ampliado ahora sus dominios... También para los hijos del catolicismo, el vestíbulo del reino de los cielos se asemeja al vestíbulo de una institución bancaria... y para aquel que en la misma carezca de crédito no cabe otro destino que el del siervo ruin y perezoso, a saber, el crujir de dientes y la estéril lamentación. No lo olviden nunca: al que tiene le será dado y al que no tiene le será arrancado.

Leer más
profile avatar
23 de septiembre de 2008
Blogs de autor

El pórtico del reino de los cielos

Una amiga, artista plástica de profesión y acostumbrada a utilizar el dinero, es decir, a emplear lo que obtiene por sus obras en viajes, gastos ordinarios de su casa, celebraciones festivas, etcétera, se extrañaba de que alguien al que considera una excelente persona y al parecer inmensamente rico, pareciera sentir que le estaban arrancando el alma cuando, en la barra de un bar, tras avanzar retóricamente y esperando la protesta de los otros, que aquella era su ronda... resultó que los demás le dejaron pagar.

Mi amiga no se percataba de que ese hombre, por lo demás en efecto buena persona, respondía a una suerte de exigencia ética profundamente anclada. Pues si para los creyentes en el Dios de Abraham el mayor pecado es utilizar su nombre en vano, para los devotos del dinero el mal absoluto consiste en hacer de él algún tipo de uso que no lo haga fructificar.

Los pequeños burgueses que usamos el dinero (en comilonas, compras que no desgravan, noches de cabaret... o por debilidad ante un amigo en apuros) seremos siempre gente de bajas pasiones. Pasiones sobre las que se eleva todo aquel que practica la filantropía bien entendida, aquella que, por caminos más o menos sinuosos, muta en beneficios bajo forma de exenciones fiscales o meramente de imprescindible lavado de imagen, que objetivamente equivale a un pastón. Los señores Soros o Gates saben algo de todo ello y también, más cerca de nosotros, el hombre cuyo nombre propio encierra una premonición del destino prodigioso que es el suyo y que le ha llevado a cubrir bajo el logo de su institución bancaria el entero pórtico de la catedral de Barcelona. ¿Infracción al precepto de dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César? Todo depende de cuál es realmente el dios todopoderoso. Recordemos que, en la parábola de los talentos, el criado que, al retornar su amo de un viaje, no ha hecho fructificar el talento único que le había dejado en préstamo, es tachado de "siervo ruin y perezoso" y condenado a las tinieblas exteriores "donde será el llanto y el crujir de dientes". Recuérdese asimismo que tal parábola sirve a Cristo para responder a una pregunta sobre cómo es el reino de los cielos, al cual están destinados los "siervos fieles y laboriosos" que, temerosos de la ira de su amo (quien se reconoce a sí mismo como cosechero dónde nunca ha sembrado y recolector donde nunca ha esparcido), fueron a ver a los banqueros y duplicaron y triplicaron lo recibido.

Leer más
profile avatar
22 de septiembre de 2008
Blogs de autor

Qué conmueve al pequeño burgués

Evocaba ayer la confianza de André Malraux en la potencialidad redentora de la obra de arte. Tal confianza es en realidad lo más natural, si a la naturaleza humana nos estamos refiriendo, y lo sorprendente es que pueda llegar a perderse. La cosa es muy sencilla. El propietario de sólido establecimiento comercial, su contable que alcanza a vivir sin estrecheces, el laborioso pequeño industrial, el profesional de la medicina o la notaría... todos esos honorables miembros de una sociedad fabril, o ya post-fabril, encuentran coartada espiritual para sus vidas, acudiendo el domingo por la tarde al teatro de Hannover, Barcelona o Rouen, a una representación de Tristán e Isolda, y sienten elevarse la autoestima cuando su delicada hija, recogiéndose con un poemario de Gerard de Nerval o de Josep Carné, baña en tal atmósfera espiritual el propio hogar. Pues bien:

La figura del ser humano que ellos representan, no podría doblar así su universo de referencias, no podría jugar de esta manera a redimirse de un destino que en algún registro considera poco exaltante, si en Wagner y Gerard de Nerval no hubiera realmente algo terrible y profundo, algo que da la posibilidad de escucha y de emoción. Emoción no exactamente para el yo resultado de una educación que hace encontrar honorables, y hasta virtuosas, actividades sociales que a menudo encubren la mera rapiña (y que, entre otras cosas, reducen el arte a mero valor) sino para ese aspecto de uno mismo que, en las circunstancias moral y espiritualmente más penosas, es muestra de la presencia en cada uno de la exigencia de humanidad. Y precisamente porque esta exigencia de reencontrar nuestra humanidad no ha llegado a ser erradicada, la obra de arte puede llegar a ser un sorprendente espejo, revelador de una realidad tan propia y profunda como desconocida.

Leer más
profile avatar
19 de septiembre de 2008
Blogs de autor

Viejo asunto de la redención por el arte

André Malraux, tan comprometido en su juventud con las causas más nobles de la vida política de su tiempo -la defensa de la República española entre ellas- /upload/fotos/blogs_entradas/andr_malraux_delante_de_una_avioneta_y_vestidp_con_el_uniforme_de_la_aviacin_republicana_espaola._med.jpgpero sinuoso y ambiguo en su madurez, y acabando por ser llanamente reaccionario en su crepúsculo, coincidente con responsabilidades de ministro, no dejó sin embargo nunca de considerar que algo en el arte trascendía las vicisitudes miserables de la vida de los hombres y aún de los pueblos, que en el arte cada uno de nosotros tenía la oportunidad de reconciliarse con su humanidad.

Corolario de lo que precede es el escritor en particular y el artista en general está sin duda atravesado por cierta pulsión a traspasar los límites, una pulsión de infinitud. Sí, en el arte y el pensamiento hay quizás realmente un rescoldo de esa inmanencia de lo infinito en lo finito que Hegel creía discernir en el mero "amor del hombre por la naturaleza, por su familia, por su patria". Receptáculos todos ellos bien sospechosos para algo tan elevado, si consideramos el cúmulo de falacias, miserias y hasta atrocidades que la erección en deidad de cada una de las tres abstracciones ha supuesto: los valores familia y patria del abominable régimen del general Petain venían precedidos en el eslogan por el valor trabajo, pero podrían encontrar complemento en esa naturaleza tan venerada por los jóvenes cachorros de régimen nacional-socialista, como lo sería más tarde por sus émulos falangistas (reducidos, eso sí, a la hora de expresar sus líricas emociones a la caricatura plagiada del canto a miríficas montañas nevadas...desde tierras de secano); naturaleza venerada asimismo hoy en día por todos aquellos que, impotentes para transformar un orden social que convierte sus vidas en un escandaloso simulacro (simulacro de los lazos afectivos, del trabajo, del sentimiento de colectividad), sustituyen a veces la causa auténticamente ecológica en pos de un entorno armonioso, es decir, humanizado, por la causa de una Tierra virginal, eventualmente despojada de testigo humano, causa que se erige en un nuevo ideario religioso. Religión ciertamente sin catedrales, lo cual deprimía, en los días en que llevaba con enorme dignidad la conciencia de su inminente fin, a mi amigo Ferrán Lobo, nostálgico entonces de la catedral de Chartres y de los versos de Peguy, nostálgico en suma de algún tipo de veracidad, y concretamente de algún tipo de veracidad en relación a la obra de arte, que desearía ver como la plasmación de las exigencias radicales del espíritu.

Leer más
profile avatar
18 de septiembre de 2008
Blogs de autor

Leyes propias del orden simbólico

Los personajes de la Recherche no sólo obedecen a unas leyes propias del orden simbólico (pues tampoco escapa a éstas ningún ser humano) sino que son fruto exclusivo de las mismas, son en el sentido más riguroso del término, literarios. ¿Cuáles son esas leyes? El Narrador no las enumera, simplemente las aplica. Y si como resultado de esta operación surgen figuras ideales en las que nos reconocemos, si el libro nos permite leer en nosotros mismos, ello no se debe a una eventual intersección entre la posición social o las peripecias afectivas o de salud de tal o tal personaje y nosotros mismos. Tal intersección en realidad es muy poco probable pues el Narrador nos presenta un universo en gran parte desaparecido; ni las jeunes filles en fleur de Balbec tienen mucho que ver con las muchachas que pueblan nuestras calles, ni hay en nuestro entorno figuras como Basin Guermantes o Madame de Stermaria; tampoco es probable que en la ciudad en la que vive el lector de la Recherche haya un lugar como esa "isla del lago del bosque" en el que se encuentra un albergue para que el Narrador -en una cita a la que sólo él acude- pueda comportarse como si la citada Madame de Stermaria compartiera efectivamente con él la cena y la botella de vino del Loira.

Nada de esto ocurre en nuestras vidas ni puñetera falta hace que ocurra. Lo que hace que la Recherhe sea ocasión de leer en nosotros mismos, es el hecho de que también nosotros somos en realidad hijos de la literatura, hijos de todos esos recursos del lenguaje que el Narrador explora y estudia a fin de fertilizarlos, y que tenemos nostalgia del tiempo en el que tal matriz era efectivamente reconocida como nuestra principal patria.

Decía antes que la tarea del Narrador no consiste en enumerar y consignar los instrumentos de los que el lenguaje dispone para tender una suerte de telaraña sobre el mundo, sino en operar con ellos, en mostrar en acto su portentosa fertilidad. La literatura crea en el lector ingenuo un sentimiento de vida paralela. Pero desde esta perspectiva, en base a la asunción de que la maraña del lenguaje es ya indisociable de todos y cada uno de nuestros lazos con el mundo, tal vida paralela es como una imagen especular de una realidad que quizás habíamos perdido de vista y que coincide con la nuestra.

La fuerza de este libro, como de todos aquellos a él comparables, consiste en última instancia en retrotraernos a ese momento en las cosas se descubrieron para nosotros mediante el tremendo procedimiento de reconocerlas a través de su nombre y de los intrincados lazos que este nombre mantiene con todos los otros nombres.

Leer más
profile avatar
17 de septiembre de 2008
Blogs de autor

Efectos de mutación

El Narrador encuentra así un lugar adecuado no sólo para descubrir la realidad de los demás sino también algo quizás aún más valioso. Pues, contrariamente a Narciso las aguas en las que se percibe (a saber la mirada de aquellos que, como él, se sorprendieron quizás al percibir que la matinée constituía en realidad un bal masqué) le devuelven una imagen tan atroz como verídica de los efectos de mutación que se han operado en sí mismo:

"Y pude verme como en el primer espejo verídico hasta entonces encontrado, en los ojos de los viejos, que en su opinión seguían siendo jóvenes, como yo lo seguía siendo en la mía, y que cuando me ponía a mi mismo, en espera de un desmentido, como ejemplo de viejo, no tenían en sus miradas, que me veían de una manera diferente a como se veían a sí mismos, pero coincidente con la mía sobre ellos, ni un solo rasgo de desacuerdo. Pues nosotros no veíamos nuestro propio aspecto, nuestras propias edades, sino que cada uno, como un espejo invertido, veía tan sólo el del otro.

"Y sin duda, al descubrir que han envejecido, muchas personas se sentirían menos tristes que yo. Pues con la vejez ocurre lo que con la muerte. Algunos la afrontan con indiferencia, no porque tienen mayor valor que los demás sino porque tienen menos imaginación. Además, un hombre que desde la infancia apunta a una misma idea, un hombre al que su pereza y hasta su estado de salud, forzándole a postergar continuamente la realización, hacen que cada atardecer quede anulado el día transcurrido en pura pérdida, de tal forma que la enfermedad que acelera el envejecimiento de su cuerpo, retrasa el de su espíritu, este hombre se encuentra más sorprendido y conmocionado al ver que no ha cesado de vivir en el Tiempo, que aquel que vive en sí mismo, se adecua al calendario, y no descubre de repente el total de los años cuya adición ha perseguido cotidianamente. Pero una razón más grave explicaba mi angustia; yo descubría esta acción destructiva del Tiempo en el momento mismo en el quería emprender la tarea de hacer transparente, intelectualizar en una obra de arte, realidades extra-temporales". ( 930)

Clarísimas respecto a lo que aquí nos incumbe las últimas líneas. En el momento mismo en que la vivencia a-temporal se ofrece como materia noble para la creación y el trabajo (mil veces postergado por la abulia, la pereza o su ardid la enfermedad) la acción destructora del tiempo se presenta en toda su pureza al Narrador. Cuando vislumbraba la posibilidad de «clarificar e intelectualizar» la presencia de un pasado (y cabe señalar el aspecto profundamente racionalista de la presentación del proyecto), resulta que el Narrador topa brutalmente con el tiempo mismo, "el tiempo que de ordinario no es visible, más que para llegar a serlo busca cuerpos, cuerpos que cuando encuentra acapara y so­bre los cuales proyecta su linterna" (924).

Cuerpos, así, desintegrados en acto, pues, al decir de Aristóteles, el tiempo, medida de corrupción (fthora) y no de generación (génesis), no recrea sino su propia acción destructora. Cuerpos, además, singular y cruelmente seleccionados, es decir, exclusivamente humanos, cuerpos en los que, correlativamente al tiempo, se proyecta y recrea asimismo, la palabra.

De ahí esas punzantes líneas en las que el Narrador, describiendo los esfuerzos por alcanzar a los cincuenta años una modalidad ruin de belleza ("como una tierra ya estéril para la viña sirve aún para la producción de remolacha") nos indica que de tal atroz reconversión, como de la vejez que la motiva, se libran aquellas que, por exceso de fealdad o de belleza, han escapado a lo humano: las segundas "se desmoronan como estatuas" (...), las primeras "constituían monstruos y no aparentaban mayor cambio que el que hubiera efectuado una ballena". Pues la vejez en efecto es esencialmente "un rasgo humano" (945). De ahí asimismo las brutales frases relativas al valet de chambre del príncipe de Guermantes, quien, pareciendo escapar a la vejez, da tan sólo testimonio de que se dan entre nosotros modalidades de vida análogas a las de esas especies vegetales "que no cambian a la llegada del invierno" (934-935 nota al pie).

Leer más
profile avatar
16 de septiembre de 2008
Blogs de autor

El guiñol científico – filosófico

Como consecuencia de esta percepción en el salón de los Guermantes, el Narrador, anclado unos momentos atrás en la vivencia plena de un pasado (o al menos en la ilusión de ello), es ahora parte integrante de la matinée, decora con su presencia el "guiñol", a la vez científico y filosófico, que ésta constituye:

" M. d'Argencourt acababa de hacer este extraordinario "número", que constituía sin duda la imagen más emotiva en lo burlesco que guardaba de él, a la manera de un actor que vuelve por última vez a entrar en escena antes que caiga el telón en medio de las explosiones de risa...

En realidad era excesivo referirse a d'Argencourt como a un actor, pues desembarazado como ahora se encontraba de toda alma consciente, era como una muñeca agitada, adornada con una barba postiza de lana blanca, que yo le percibía en este salón, como en un guiñol a la vez científico y filosófico en el cual ilustraba, como en una oración fúnebre o un curso en la Sorbona, la vanidad de todas las cosas a la vez que servía de ejemplo de historia natural.

Muñecas sí, y que sólo podían ser identificadas a los seres que uno había conocido mediante una lectura de varios planos a la vez, situados tras ellas, y que les conferían profundidad; viejos fantoches que exigían al espíritu un esfuerzo, pues era necesario contemplarlos a la vez con los ojos y con la memoria." (923-924)

Leer más
profile avatar
15 de septiembre de 2008
Blogs de autor

«Un bal masqué…» (2)

"Sin embargo no me paso por la cabeza expresarle (al "disfrazado" d'Argencourt) mi admiración por la extraordinaria imagen que ofrecía... En los bastidores del teatro, o en un baile de disfraces, se haya uno más bien inclinado, por cortesía, a exagerar la dificultad, casi a afirmar la imposibilidad, en la que uno se encuentra de reconocer a la persona disfrazada. Aquí, por el contrario, una suerte de instinto me indicaba que convenía disimular todo lo posible esa dificultad; me hacía presentir que no habría nada en ello de elogioso porque la transformación no era deseada, y me advertía finalmente, cosa a la que no había pensado al entrar en este salón, que toda fiesta, por sencilla que sea, cuando tiene lugar largo tiempo después de haber abandonado la vida mundana, y por poco que hayan sido conocidas antaño las personas que allí se reúnen, produce el efecto de una fiesta de disfraces, la más lograda de las posibles, aquella en la que uno se halla realmente mayormente ‘intrigado' por los demás, y en la que esas imágenes que desde hace tiempo las personas han ido configurando involuntariamente no se dejan borrar, a diferencia de los simples maquillajes, una vez que la fiesta ha transcurrido.¿Intrigado por los otros? Desgraciadamente intrigando también uno mismo a los demás. Pues la misma dificultad que yo tenía para situar el nombre conveniente sobre los rostros, parecía compartida por todas las personas que, al percibir el mío, no reparaban más en él que si no lo hubieran visto nunca, o intentaban extraer del aspecto actual un recuerdo diferente." (922-923)

Leer más
profile avatar
12 de septiembre de 2008
Blogs de autor

«Un bal masqué» o «Las edades de la vida»

Muchas son las veces que he evocado y trascrito aquí páginas de la Recherhe de Marcel Proust, en algunas de las cuales he intentado encontrar el embrión de una suerte de ética. Como no debo dar por supuesto que todo el mundo ha leído este libro, auténticamente de culto, voy a hacer una corta presentación, seguida de una traducción en castellano de algunos de los párrafos más tremendos.

El primer acto de la Recherche tiene como escenario la localidad ficticia de Combray en las orillas del río Loira y los paseos del Narrador en los aledaños, hasta las postrimerías de la casa de Swann, personaje emblemático de la obra. Pero en la Recherche hay un episodio cronológicamente ulterior que posee sin embargo anterioridad lógica, constituyendo el auténtico prólogo de una hipotética puesta en escena visual. El primer cuadro de este prólogo nos presenta al narrador descendiendo las escaleras que desde la biblioteca desembocan en el salón de un palacete parisino en el que su propietario, el Príncipe de Guermantes, recibe a sus invitados. El conjunto de estos constituye el núcleo protagonista del gran relato que, junto a Combray, tiene entre los múltiples horizontes la localidad atlántica de Balbec o Venecia, pero también ese París donde la fiesta fundamental transcurre.

Es necesario avanzar algo sobre el estado de ánimo del Narrador en el momento que nos ocupa. El caso es que momentos antes había vivido una singular peripecia que se halla en el origen de la gestación de la Recherche, y que parecía llamada a determinar el contenido de la obra. Pues resulta que, por entrar distraídamente en el patio del palacete, no se había percibido de la presencia de un coche que se le echaba encima. Intentando evitar el atropello, el Narrador posa el pie sobre un adoquín desnivelado con respecto a su contiguo y, prodi­giosamente, el Narrador reconoce inmediatamente un singular tipo de vivencia psicológica, en todo punto análoga a la afección que, años atrás, le había producido la degustación de una magdalena mojada en té. De inmediato se descubre una primera modalidad de razón común entre ambos episodios, a saber, una nota de repetición: reminiscencia (anamnesis) de una peripecia de su infancia en Combray en el primer caso, reminiscencia de una impresión ligada al baptisterio de San Marco en el segundo. Obviamente he de volver más adelante sobre estos episodios tan vinculados (el primero de ellos sobre todo) a la imagen digamos popularizada de Marcel Proust. Baste por el momento señalar que este episodio genera en el Narrador un poderoso sentimiento de su destino literario y del cual habría de ser el contenido de la obra a realizar. Este sentimiento queda reforzado por la evocación de precedentes de escritores (Gerard de Nerval, Chateaubriand, Baudelaire) en los que también tendrían enorme peso vivencias análogas a la suya propia:

"Iba a intentar acordarme de las piezas de Beaudelaire en base a las cuales hay también una sensación trasportada, para acabar de inscribirme en una filiación tan noble, y obtener la seguridad de que la obra que ya no tenía duda de que emprendería merecía el esfuerzo que iba a consagrarle." (920 En adelante la numeración remite a la edición francesa de la Pléiade. Salvo que esté explicito se trata del tercer tomo.)

Y, sin embargo, algo provocará un radical viraje en el proyecto, viraje que convertirá a la Recherche en una obra descriptiva, fenomenológi­ca o literaria, lo cual no significa que, de mantenerse el impulso originario, el resultado hubiera sido una reflexión filosófica sobre la temporalidad y la per­cepción (de hecho, una de las riquezas del libro es que este aspecto reflexivo no está excluido -ocupa decenas de páginas-, sino integrado en la narración como una suerte de contrapunto del pathos propio del arte). Lo que hubiera significado la fidelidad del Narrador al proyecto originario es algo que intentaré aventurar algo más adelante, avanzando desde ahora que en lugar de una narración hubiéramos tenido quizás un largo poemario, privado de anclaje representativo.

En cualquier caso, ese cambio respecto a los contenidos de la tarea a efectuar precisamente cuanto más convencido está el Narrador de su misión, es consecuencia del estupor provocado por la visión del espectáculo que ofrecía el salón de los Guermantes. Pues resulta que las personas allí reunidas han sufrido una radical modificación, hasta el extremo de que el Narrador tiene la impresión de que la anunciada matinée constituía en realidad un baile de disfraces, carácter éste del que por error no se le ha­bía informado. Sorprendentemente, sin embargo, a nadie parece chocar lo habitual de su propia vestimenta, y ello le hace sos­pechar que, inadvertidamente, él también se ha disfrazado:

"...al llegar a la base de la escalera que descendía de la biblioteca, me encontré de repente en el gran salón y en medio de una fiesta que iba a parecerme bien diferente de aquellas a las que había asistido en otros tiempos, e iba a revestir para mí un aspecto particular y tomar un sentido nuevo. En efecto, desde que entré en el gran salón, aunque siguiera manteniendo firmemente y sin alteraciones el proyecto que acababa de realizar, se produjo un efecto escénico que conllevaba la más grave objeción que pudiera hacerse a mi proyectada empresa. Objeción que, sin duda, lograría superar, pero que, mientras continuaba reflexionando interiormente sobre las condiciones de la obra de arte, iba, por el ejemplo cien veces repetido de la consideración mayormente susceptible de hacerme vacilar, a interrumpir en todo momento mi razonamiento.

"De entrada no entendía porque me costaba reconocer al señor de la casa o a los invitados, y porque todo el mundo parecía haberse ‘arreglado el rostro', por lo general empolvándolo, de una forma que los cambiaba totalmente. El príncipe de Guermantes, en los saludos de recepción, mantenía ese aire campechano de un rey de cuento de hadas que había apercibido en él la primera vez, pero en esta ocasión, pareciendo someterse él mismo a la etiqueta que hubiera impuesto a sus invitados, se había adornado con una barba blanca (sus bigotes también eran blancos, como si hubiera permanecido en ellos el hielo del bosque de Pulgarcito; parecía que ahora molestaran en aquella boca rígida, y una vez obtenido el efecto teatral deseado hubiera debido quitárselos. *El paréntesis es una nota adjunta*) y arrastrando a sus pies, lastrados por ellas, como unas suelas de plomo, parecía que representaba el papel de una de las ‘Edades de la Vida'. A decir verdad sólo lo reconocí mediante la ayuda de un razonamiento y concluyendo a la identidad de la persona a partir de la similitud de ciertos rasgos. En cuanto al bueno de Fezenac, no se lo que se había puesto en la cara, pero mientras que otros se habían limitado a blanquear o bien la mitad de la barba, o bien tan sólo los bigotes, él, indiferente a estos matices de tinte, había encontrado el modo de cubrir su piel de arrugas, sus cejas de pelos erizados; el artificio sin embargo no parecía convenirle, su rostro parecía haberse endurecido, bronceado, mostrándose más solemne, y todo ello le envejecía de tal modo que ya en absoluto cabría referirse a él como a un joven. Mayor fue aun mi extrañeza cuando oí que trataban como duque de Chatellerault a un viejecito con bigotes plateados de embajador, en quien sólo un atisbo de la mirada me permitió reconocer al joven que había encontrado una vez en que visitaba a Madame Villeparisis. Ante la primera persona que había logrado identificar, intentando hacer abstracción del disfraz y completando los rasgos que permanecían naturales mediante un esfuerzo memorístico, mi primer pensamiento hubiera debido ser, y lo fue quizás una fracción de segundo, el de felicitarla por haberse tan maravillosamente cubierto de muecas, de tal forma que, antes de reconocerla, se tenía la sensación que los grandes actores, al mostrarse en un papel que les hace diferentes de si mismos, producen en el publico que, aunque ya prevenido por el programa, permanece un instante estupefacto, antes de estallar en aplausos.

"Pero, desde este punto de vista, el más extraordinario de todos era mi personal enemigo Monsieur d'Argencourt, el verdadero descubrimiento de la matinée. No sólo, en lugar de su barba apenas adornada, se había recubierto de una extraordinaria barba de una blancura inverosímil, sino que (hasta tal punto pequeños cambios materiales pueden rebajar o agrandar un personaje, y más aún cambiar su carácter aparente, su personalidad) sólo un viejo mendigo que no inspiraba respeto alguno era ahora este hombre, cuya solemnidad y rigidez impostada estaban aun presentes en mis recuerdos, lo que confería a su personaje de viejo gagá una verdad tal que los rasgos flácidos de su imagen, generalmente altiva, no cesaban de sonreír con una estúpida beatitud. Llevado a este extremo, el arte del travestimento se convierte en algo más, en una completa transformación de la personalidad. En efecto, detalles menores me daban testimonio de que era efectivamente Argencourt quien estaba dando este espectáculo inenarrable y pintoresco, y sin embargo ¡cuántos estados sucesivos de un rostro sería necesario atravesar si quería reencontrar el del Argencourt que yo había conocido y que era tan diferente de sí mismo, aunque no tuviera a su disposición más que su propio cuerpo! Era sin duda el punto más extremo al que este cuerpo podía conducirle sin por ello reventar; el rostro más orgulloso, el torso más desafiante, eran ahora tan sólo un harapo grasiento que el viento desplazaba de aquí y de allí..." (920-923.)

Leer más
profile avatar
11 de septiembre de 2008
Blogs de autor

El aceite en la sentina

Aludía días atrás al auténtico contrapunto de la figura de Ahab que constituye Starbuck, el segundo de a bordo. Ya hacia el final del relato ambos hombres se reúnen en la cabina. Transcribo aquí lo esencial de su diálogo.

"- ...Lo que se consigue tras veinte mil millas de navegación, vale la pena conservarlo, capitán.

- Así es, así es; si efectivamente llegamos a conseguirlo

- Hablaba del aceite en la sentina, capitán.

- Y yo no hablaba en absoluto de tal cosa ¡Fuera! Deja que se desperdicie. Yo mismo estoy haciendo aguas. ¡Sí!, pérdidas tras pérdidas; no sólo hay en mí barriles agujereados, sino que esos barriles agujereados están en un barco que también lo está; y, hombre, esa es una situación mucho peor que la de nuestro barco el Pequod. Pero no pierdo tiempo en taponar la vía de agua; pues, ¿quién puede encontrarla bajo la carga de un casco abarrotado, o como esperar taponarla, caso de encontrarla, en la galerna aullante de esta vida? ¡Starbuck¡ No voy a izar los Burtons.

- ¿Qué dirán los propietarios, capitán?

- Deja que los propietarios en la playa de Nantucket se pongan a gritar más fuerte que los tifones. ¿Qué le importa a Ahab? ¿Propietarios, Propietarios? Siempre me estás sermoneando, Starbuck, invocando a esos tacaños de propietarios, como si fueran mi conciencia. Pero mira, el único propietario verdadero de algo es su jefe; y escucha, mi conciencia está en la quilla de este barco. ¡A cubierta¡"

No, los propietarios no son la conciencia de Ahab. Si Bulkington parecía responder a una insatisfacción en la infinitud, que le llevaba a entrever un enemigo en la costa, el hogar y la sucesión previsible de los días, para Ahab el peligro se vislumbra en la disposición de ese subordinado que recuerda severamente la necesidad de asunción de la ley; la necesidad de apartar a la nave de su objetivo crepuscular y devolverla a la persecución de ballenas sin nombre, cuyo aceite ha de ser destinado a alimentar los candiles de seres reconciliados en "el amor a su patria, a la naturaleza, a su familia".

Mas aun en su locura Ahab percibe con lucidez que tal reconciliación es ilusoria y que tales seres obedecen en última instancia a un Señor confundido con ese "dinero de los armadores", que Starbuck (internamente escindido, pues acabará pidiendo a los hombres que sigan a Ahab en su destino) se siente obligado a evoca ante su capitán.

Ahab, como Bulkington parece temer más a la mentira respecto a lo inevitable que a lo inevitable mismo, y como tal mentira parece empapar tantas veces lo que es cotidianeidad y mesura, sólo en lo desmesurado ve dignidad y destino abierto. Starbuck constituye realmente el contrapunto de Ahab, pero ni el uno ni el otro (un hombre presa del desvarío por un lado y un conservador pusilánime por otro) nos dirían realmente nada si no hicieran parte de la urdimbre que el relato constituye, si Ismael no hubiera estado allí "para contarlo".

Leer más
profile avatar
10 de septiembre de 2008
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.