Víctor Gómez Pin
Los personajes de la Recherche no sólo obedecen a unas leyes propias del orden simbólico (pues tampoco escapa a éstas ningún ser humano) sino que son fruto exclusivo de las mismas, son en el sentido más riguroso del término, literarios. ¿Cuáles son esas leyes? El Narrador no las enumera, simplemente las aplica. Y si como resultado de esta operación surgen figuras ideales en las que nos reconocemos, si el libro nos permite leer en nosotros mismos, ello no se debe a una eventual intersección entre la posición social o las peripecias afectivas o de salud de tal o tal personaje y nosotros mismos. Tal intersección en realidad es muy poco probable pues el Narrador nos presenta un universo en gran parte desaparecido; ni las jeunes filles en fleur de Balbec tienen mucho que ver con las muchachas que pueblan nuestras calles, ni hay en nuestro entorno figuras como Basin Guermantes o Madame de Stermaria; tampoco es probable que en la ciudad en la que vive el lector de la Recherche haya un lugar como esa "isla del lago del bosque" en el que se encuentra un albergue para que el Narrador -en una cita a la que sólo él acude- pueda comportarse como si la citada Madame de Stermaria compartiera efectivamente con él la cena y la botella de vino del Loira.
Nada de esto ocurre en nuestras vidas ni puñetera falta hace que ocurra. Lo que hace que la Recherhe sea ocasión de leer en nosotros mismos, es el hecho de que también nosotros somos en realidad hijos de la literatura, hijos de todos esos recursos del lenguaje que el Narrador explora y estudia a fin de fertilizarlos, y que tenemos nostalgia del tiempo en el que tal matriz era efectivamente reconocida como nuestra principal patria.
Decía antes que la tarea del Narrador no consiste en enumerar y consignar los instrumentos de los que el lenguaje dispone para tender una suerte de telaraña sobre el mundo, sino en operar con ellos, en mostrar en acto su portentosa fertilidad. La literatura crea en el lector ingenuo un sentimiento de vida paralela. Pero desde esta perspectiva, en base a la asunción de que la maraña del lenguaje es ya indisociable de todos y cada uno de nuestros lazos con el mundo, tal vida paralela es como una imagen especular de una realidad que quizás habíamos perdido de vista y que coincide con la nuestra.
La fuerza de este libro, como de todos aquellos a él comparables, consiste en última instancia en retrotraernos a ese momento en las cosas se descubrieron para nosotros mediante el tremendo procedimiento de reconocerlas a través de su nombre y de los intrincados lazos que este nombre mantiene con todos los otros nombres.