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Escrito por

Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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La técnica y el ser del hombre: del control del fuego a la medida cuántica XVI

XVI En síntesis...

 La techné a la que se refiere Aristóteles no es una modalidad más compleja de una potencialidad que en su generalidad compartiríamos con otros animales, sino la expresión de las facultades que singularizan al ser humano en el registro animal.

La historia de la techné pasa por múltiples escisiones: opuesta a la ciencia por un lado, opuesta al arte por otro lado, sin que pueda decirse que  tales polaridades esten firmemente establecidas. Herrero se ha podido decir del escultor Eduardo Chillida, y las conjeturas meramente teóricas de un Max Planck o de un Antton Zeilinger multiplican su impacto cuando surge el experimento técnico al que desde su propia formulación  están apelando.

En fin la disciplina científica que mayormente determina nuestra época no sólo vincula intrinsecamente el aspecto experimental y el aspecto técnico sino que en esta vinculación se pone de relieve que el technités que nosotros constituimos  es quizás la condición misma de posibilidad de que se den las propiedades que la técnica accede a medir, dando apoyo así a la vieja  idea de que el hombre es efectivamente medida de todas las cosas.

En un momento en el que tanto  la homología genética entre el ser humano y otras especies animales como por  la existencia de complejos maquinales que dan base a la idea de inteligencia artificial se buscan razones para poner en entredicho la  subversión que supuso la aparición  de la especie humana en el marco de la historia evolutiva y la irreductibilidad del lenguaje humano (por ende del pensamiento vinculado al mismo),  la persistencia de las aporías que desde hace casi cien años llenan de estupefacción a los grandes de la reflexión cuántica se erige en soporte para el mantenimiento de posiciones humanistas.

Uno de los problemas a los que se encuentra confrontada la teoría cuántica es el de que  también el instrumento con el cual medimos, al hallarse constituido por partículas elementales,  puede ser objeto de la medición  (lo cual acarrea entre otras cosas que el instrumento  meramente indicativo se halle intrincado en aquello que indica- gato  de Schrödinger en relación al dispositivo susceptible de descarga mortífera). Para evitar  la remisión al infinito von Neumann se atrevió a afirmar la irreductibilidad a la medición cuántica de aquello que el denominaba conciencia humana. La causa del  colapso de la función de onda ( la aparición pues de un gato vivo o de un gato muerto, con exclusión de ambas cosas a la vez) no sería otra que el observador consciente. El término conciencia probablemente  no era el más adecuado (quizás simplemente en razón de que von Neumann no estaba  al corriente de las dialécticas filosófico científicas en torno al mismo), pero lo que el gran científico quería enfatizar tiene aun vigencia:

No cabe reducir a mera presencia  en el orden natural la fuente misma de toda reducción. No cabe hacer del hombre un mero correlato del conocimiento, o sea  un objeto, no hay pues ciencia del hombre  y - en los términos que he ido plantando ultimamente esta reflexión- no cabe moldear por la técnica al technitès

 

 

La interpretación de la Mecánica cuántica conocida como Many  Worlds, múltiples mundos, es  hoy muy popular entre los físicos  en razón de que pese a su barroquismo tiene la ventaja de que cada uno de lo mundos que postula recupera las características de nuestro mundo clásico. Mas valen múltiples mundos que responden a lo que el sentido común atribuye al mundo de siempre, que un sólo mundo en el que no funcionan los principios de contigüidad, realismo, localidad etcétera, parecen decirse. Pues bien,

Si nos preguntamos en que difiere nuestro mundo -convertido de nuevo en clásico- de los otros mundos una respuesta mínima es que los otros son meramente postulados mientras que el nuestro es constatado, constatado por ese complejo unificado de facultades que constituyen el espíritu humano, al que a menudo nos referimos con el término conciencia (que en realidad representa tan sólo una rasgo- no siempre presente de tal complejo).

Los otros mundos son postulados pero no son  correlato de nuestra realidad  conceptual y lingüística, no son objeto concretamente de las mediciones cuánticas.

Todo lo que es posible es ciertamente real: tal es el soporte de la teoría de los múltiples mundos; sin embargo no todo lo que es real es actual, es decir por los instrumentos de medida dispuestos en última instancia por la condición humana. Una  sentencia a menudo citada a este respecto es la del gran físico John Archibald Wheeler: "no phenomenon is a real phenomenon until it is an observed phenomenon"

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24 de noviembre de 2011
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La técnica y el ser del hombre: del control del fuego a la medida cuántica XV

XV Nuevas perspectivas en la ciencia...permanencia de la interrogación filosófica

En 1968, a la par que se fraguaba en París la atmósfera que conducía a los acontecimientos culturales y sociales conocidos como Mayo del 68, en la también por entonces  políticamente convulsa california se confirmaba una hipótesis científica de primera magnitud.  A lo largo de  la década de los cincuenta (en experimentos realizados mediante radiaciones que iban de 100 a 1000 mega-electrón voltios por electrón) se había consolidado la  conjetura de que la apariencia homogénea de neutrones y protones escondía una estructura compleja. Pero sólo en el evocado 1968,  gracias al acelerador de electrones de Stanford (que permitía alcanzar niveles energéticos de 10000 mega-electrón voltios)  se conseguía penetrar en el núcleo del átomo y descubrir que efectivamente la ausencia de carga del neutrón no es sino la expresión del equilibrio entre partículas más elementales, los llamados quarks,  las cuales sí se hallan  positiva o negativamente cargadas; por su parte la carga positiva del protón no expresaba sino una composición no desequilibrada entre tales partículas elementales,.

Se repetía así la historia "leibniziana" de descubrir la pluralidad de lo aparentemente puntual  desde  el punto de vista cualitativo. Y el avance se completaba me atrevo a decir que dialecticamente con el descubrimiento de las anti-partículas, entidades con las mismas características que las partículas (masa, magnitud, movimiento rotacional y monto de carga eléctrica), pero con el signo de la carga opuesto.

Al nivel de las partículas elementales seguían en 1968 dándose grandes incógnitas  a las que nadie ha respondido. Nunca se ha conseguido localizar un quark fuera del lazo que le víncula a otros quarks,  forjando protones o neutrones, es decir nunca se ha conseguido apartarlo de ese  reducidísimo universo que es la magnitud de un protón o electrón y nadie ha podido explicar si es una partícula realmente elemental  o si su masa (sorprendemente grande, pues 10 veces la del electrón con quien de momento comparte la condición de soporte último de la organización de la materia) es ya un conglomerado de desconocidas partículas.  Pese a la persistencia de  terrenos ignotos, desde la época en que se avanzaban las hipótesis de la teoría cuántica sobre la estructura de la naturaleza (las conjetura por Bohr sobre la estructura del átomo de hidrógeno por ejemplo) en el plano estrictamente científico,  el progreso ha sido enorme. Y sin embargo... en lo referente a lo esencial la interrogación no sólo persiste sino que los elementos de perplejidad se han acentuado.

En esos mismos años cincuenta en los que el progreso tecnológico permitía introducirse en los universos diminutos de las partículas, el físico Hught Everett, intentaba responder al auténtico escándalo que para los cimientos de nuestra concepción del orden natural  plantea la Mecánica Cuántica, avanzando una interpretación que recupera el mundo de siempre (es decir, un mundo en el cual las mismas causas conducen a los mismos efectos, la única forma de influir sobre un objeto separado es estableciendo algún lazo de contiguidad con el mismo, un gato o bien esta vivo o bien está muerto,  etcétera) al precio...de sostener que paralelamente al nuestro existen tantos mundos como posibilidades se contemplaban, mundos eso sí tan "clásicos" como el nuestro.

Y no sólo los progresos propiamente científicos no han venido a zanjar las interrogantes filosóficos sobre la esencia del orden natural que plantea la Mecánica Cuántica, sino que los han agravado. Así los múltiples experimentos que siguieron al efectuado en 1981 por  el físico francés Alain Aspect y sus colaboradores, no han hecho sino corroborar que comportamiento de las partículas elementales  no da soporte a lo que siempre hemos considerado ser el mundo natural, y que Einstein intentaba salvar con hipótesis realmente filosóficas que la ciencia ha venido a desmantelar. Pues resulta que en presencia  de  determinados fenómenos o bien decimos que las cosas no tienen propiedades independientemente de la constatación que los físicos (y alguno ve tras ellos el nosotros  designativo del hombre que sería efectiva medida de todas las cosas) efectuamos de que las tienen, o bien la propiedad que una cosa tiene podría ser alterada por el hecho de que se efectúa una modificación en la propiedad de una segunda cosa alejada de  la primera  y sin contiguidad de ningún tipo con la misma.

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22 de noviembre de 2011
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La técnica y el ser del hombre: del control del fuego a la medida cuántica XIV

XIV La soledad del filósofo: reduccionismo y antihumanismo

Nadie puede hoy negar con un mínimo de apoyo racional ( los teócratas del llamado Tea Party han renunciado totalmente al mismo) que el hombre es un resultado de una compleja historia evolutiva que arranca con la aparición de materia y an-timateria (quarks y anti-quarks,  millonésimas de segundo después del big-bang y a temperaturas de diez elevado dieciseis grados Kelvin), pasa por la aparición de la vida, y se concretiza como emergencia de ese singularísimo código de señales que es el lenguaje humano (singularísimo en razón de que en ocasiones trasciende  la función misma de los códigos de señales animales).

¿Quiere ello decir que  el hombre  es un ser natural como los demás, susceptible en principio como todos los seres naturales de ser explicado por el conocimiento científico  e incluso reducido por el mismo? Ello sólo puede ser sostenido negándose a efectuar una distinción esencial por cuya aceptación cabría caracterizar la disposición filosófica, a saber la distinción misma entre el fenómeno natural del que cabe dar cuenta, y la razón misma que da cuenta.

Podemos explicar el comportamiento de las partículas remontándonos casi a los orígenes,  a la dialéctica entre las formas primitivas de materia y anti materia; podemos, en el otro extremo del devenir del universo,  dar cuenta del funcionamiento de las neuronas, incluído el funcionamiento del cerebro humano...pero no podemos dar cuenta de lo que significa dar cuenta; no podemos dar origen a la razón, porque el origen como el devenir y el reducir son producto de la razón misma.

Y nosotros (en el sentido que el llorado filósofo catalán Ramón Valls utilizaba en su libro Del yo al nosotros) somos ese dar cuenta por esencia irreductible. Este sentimiento  de veracidad opuesto a toda creencia, esta seguridad de que la razón y con ella la humanidad va por delante, es lo que distingue la actitud filosófica de la que no lo es, y por eso los filósofos (tan a menudo indiferentes al contenido concreto del discurso de sus colegas) se reconocen entre sí, se reconocen en su singularidad.

Me atrevo a escribir que entre el filósofo y el que no lo es la diferencia no reside en  el conocimiento o en la información (ya sea relativa a la historia misma de la filosofía), sino en esta apertura a la propia humanidad. Ante quien no la muestra, cualquiera que sea su grado de sofisticación en el terreno de la ciencia y aun del arte, el filósofo se encuentra esencialmente perdido. Las diferencias respecto a cualquier asunto concreto  (que podrían eventualmente ser objeto de racional acuerdo) vienen perturbadas   por esa  diferencia de actitud y el filósofo experimenta un sentimiento de profundo desarraigo.

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17 de noviembre de 2011
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La técnica y el ser del hombre: del control del fuego a la medida cuántica XIII

XIII El precio de sacrificar las fábulas

Uno de los aspectos que más interesa en esta reflexión filosófica sobre la naturaleza son las diferentes interpretaciones que cabe dar a la teoría cuántica, muy a menudo presentadas como interpretaciones de un formalismo matemático pero que en realidad van más allá de este extremo.  Hay al respecto algo que enfatizo en otro lugar, a saber que la divergencia de interpretaciones es una divergencia puramente teorética en el sentido de que no se trata de divergencias respecto a la práctica de la disciplina y a la manera de conducir los experimentos. Ello se pone particularmente de relieve en el llamado problema de la medida, quizás el nudo mayor al  que se enfrentan los teóricos, y no los prácticos, pues las sutilísimas especulaciones en el primer registro (en 1961 Eugene Wigner llega a introducir la temática de la conciencia para dar cuenta de la medida cuántica, asunto en el cual ya le había precedido von Neumann)  carecen de consecuencias en el segundo. Hay pues tanto acuerdo en los resultados (piénsese que algunos de los teóricos que aquí se evocan han sido grandes experimentalistas) como desacuerdo a la hora de  posicionarse sobre la significación de los mismos. [1]

La posición de un pragmatista se halla fuertemente espaldada por estos hechos. Dado que la discusión (por ejemplo entre la versión canónica o de Copenhague y la versión de Einstein que intenta acercarse a la física clásica o la de de Broglie Bohm, que reintroduce el determinismo)  no tiene consecuencias experimentales, pasemos de ella  y atengámonos a los experimentos, viene a decir el pragmatista Suppens en una frase   de  enorme claridad:

"Todas estas interpretaciones trabajan a partir de los mismos datos empíricos, es decir, de los mismos hechos experimentales, y todas dan esencialmente la misma interpretación operativa de esos datos. Lo diferente es la extensión conceptual o metafísica más allá de tales datos experimentales, que implican la muy diversa pluralidad de puntos de vista, desde la interpretación de Broglie Bohm a (...) los múltiples mundos de Everett (...) Por ello estas interpretaciones aparecen como fábulas, del pasado, cuentos con intriga, a menudo de gran interés intelectual, pero pragmáticamente no muy relevantes  " (P.250)

 El autor insiste una y otra vez en la obviedad "el punto de vista pragmático no se ve en lo esencial afectado" por tales fábulas. Pero su reconocimiento del gran interés intelectual de las mismas  revela  el sacrificio que habríamos de efectuar  para satisfacernos con su punto de vista.  Como más arriba sugería esta actitud no está lejos de la que manifiesta el ciudadano rodeado de parafernalia electrónica en relación a aquello que la posibilita. Si se considera que  lo importante es el confort que la técnica procura, resulta realmente ocioso (en relación a  lo que cuenta), el discutir sobre la estructura y comportamiento de las partículas elementales, sin cuya observación sin embargo no se hubiera desarrollado la tecnología. Hay aquí como un repudio de nuestra condición de seres llamados al conocimiento, que encierra quizás un pesimismo sobre el hecho de que la realización plena de tal condición sea posible y en verdad satisfactoria.

Ciertamente el pragmatista objetará que le mueve esa modalidad de conocimiento que es la física. Pero el filósofo responderá que la física no puede - o no debe- hacer abstracción de las interrogaciones a las que la propia disciplina conduce, aunque ya no tengan importancia para el despliegue de la misma. Y ese mismo filósofo estará tentado de decir que el hecho mismo de que la divergencia ya no tenga consecuencias prácticas constituye (dado que procede de lo que sí tiene consecuencias prácticas -como hemos visto los descubrimientos cuánticos determinan nuestro  mundo) tanto un indicio de su dignidad, como la prueba de que la teoría constituye la causa final de la actividad científica.


[1]    Suppens señala oprtunamente: "the experimental articles from one end of standard quantum mechanics to another will scarcely mention any aspect of this part of the interpretation . What they will use  will be the standard theory of bounded operators in Hilbert space, but even here, in the papers closed to experiment, the mathematical apparatus set forth explicitly by von Neumann will scarcely be invoked" (p.247).Y algo más adelante:

      "The remarkable thing about these many interpretations of quantum mechanics is that no new experimental results come out as predictions and, consequently, an empirical choice of the sole correct view is no possible. It is also the case that most experimental physicists will be essentially unaware of the development of schotastic mechanics by Nelson and others"(p.249)    

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15 de noviembre de 2011
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La técnica y el ser del hombre: del control del fuego a la medida cuántica XII

XII Medida cuántica y humanismo

Para intentar hacer perceptible como esa modalidad de la techné que constituye la medida cuántica nos conduce inevitablemente a una situación de estupor no solamente en relación al entorno físico sino al ser del hombre, conviene empezar evocando un ejemplo concreto que inevitablemente  tiene un cierto carácter técnico.

En la senda del conocido como teorema de Bell (calificado en ocasiones con exceso de retórica como el descubrimiento más grande de la historia de la ciencia ) se publicó  en 1993 un importante trabajo firmado entre otros por el actual Premio Newton de Física Antton Zeilinger, que por su trascendencia y por permitir una fácil traslación cualitativa me permito sintetizar aquí.

Sean dos parejas de  partículas 1, 2, emitidas por dos fuentes A y B que  se hallan   separadas  entre sí por una distancia D. La primera fuente emite hacia su derecha,  más o menos  perpendiculamente a la línea que une A y B, la partícula 1 y hacia su izquierda la partícula 2;  y lo mismo hace la fuente B, con las partículas 3 y 4,  de tal manera que 1 sigue una trayectoria paralela a  4 y 2 una trayectoria paralela  a 3. Como consecuencia de su interacción cuando residían en la fuente,   las partículas que forman la primera pareja mantienen una correlación opositiva y ocurre lo mismo con las de la segunda pareja. Concretamente, como el momento angular de la rotación conocida como spin en la dirección z era (por una ley llamada de Pauli) opuesto antes de la separación, por la ley de conservación del momento, esta oposición  se mantiene cuando  se separan.  Si el spin de la partícula  1 es arriba, el de la partícula 2 será abajo; y lo mismo ocurrirá si consideramos las partículas 3 y 4. Es necesario señalar que  sólo sabemos la oposición del spin,  no cual tiene cada una de ellas. Si por ejemplo las fuentes lanzan muchas partículas en un minuto pudiera darse que a la izquierda unas dieran spin arriba y otras abajo; lo que siempre se mantendría es que las correspondientes de la derecha tendrían spin diferente. O sea : hay aleatoriedad  en el resultado individual,  no en la oposición de resultado respecto a la partícula correlativa.

Nótese  que  las partículas  1 y 4,  no tienen lazo alguno en el pasado y por consiguiente llevan una existencia indiferente la una respecto a la otra. Y lo mismo ocurre con las partículas  2 y 3.

Supongamos,  sin embargo, que se establece  una correlación entre 2 y 3. Por  ejemplo,  que al proceder a la medida del spin en la dirección z  el valor coincide en ambos y que tal valor cuantitativo es registrado. En el  artículo mencionado se establecía un protocolo matemático, del que se infería que en razón  de  haber establecido la relación entre los spin de las partículas  2 y 3, queda establecida  instantáneamente una correlación entre las partículas  1 y 4,  que sin embargo se mantienen alejadas en el espacio y en las cuales no ha habido la mínima intervención directa. O en otros términos: la constatación matemática  del destino común  (por coincidencia  o por oposición-en la jerga spin z o bien compartido o bien opuesto-) de las partículas 2 y 3 supondría un destino común en las partículas 3 y 4, permaneciendo cada una en su sitio y sin que nada ni nadie las hubiera conectado:

Por ejemplo si el spin de la partículas 2 y 3  fuera arriba (designado por el número cero) en ambos casos, entonces el de las partículas 1 y 4 sería abajo (correlación); si el 2 fuera arriba y el de 3 abajo entonces el de  1 sería abajo y el de 4 arriba (anticorrelación)

La cosa era tan extraordinaria que pese a lo rigurosamente consistente del protocolo, el escepticismo perduró hasta que en  2002 hubo ratificación experimental.

Pues bien han pasado casi 10 años y referirse sin más al artículo que avanzaba el protocolo en 1993 o la publicación de resultados experimentales de 2002,  puede  provocar irónicas sonrisas si uno lo hace en un medio académico, precisamente por que se habla de lo que  todos sabemos. "Todos"- es decir los que están por profesión o afición en berenjenales cuánticos-  saben que ya fue en 2002 cuando se probó experimentalmente lo que se entiende por cesión o más bien trueque de entrelazamiento (Entanglement Swapping),

La remisión directa a lo que en su día se reveló novedoso en relación a nuestra ordinaria concepción del entorno o de nosotros mismos, corre peligro de ser considerado como reiteración de lo bien sabido. Pero que sea bien sabido no es razón para que desaparezca el espontáneo y  fresco estado de ánimo que lleva a la interrogación cabalmente filosófica, que el científico tiene derecho a plantear, como  lo tiene simplemente el ciudadano (sin duda exigiéndose a sí mismo un esfuerzo en las necesarias mediaciones). ¡Cómo no va a se sujeto de estupor, por ejemplo, el que dos realidades físicas espacialmente separadas se encuentren vinculadas por  la simple constatación de que otras  dos  lo están¡ ¿Cómo es posible, se preguntará cualquiera que haya entendido el protocolo  evocado  en el que se describe un efectivo experimento realizado en 2012?  ¿Qué confianza seguir teniendo en las ideas nucleares con las que elaboramos nuestro concepto del orden natural, entre ellas la de que no puede haber intervención física a distancia (es decir intervención no mediada ni por la materia ni por el campo) si las partículas a las que se reducen las cosas que percibimos se comportan de este modo?

Es obvio, por ejemplo,  que las  discusiones, a menudo de gran complejidad técnica, sobre los pros y los contras de una u otra interpretación de la teoría cuántica hacen más sutil la reflexión (que en cada paso ha de integrar todas las consideraciones avanzadas por otros al respecto), pero no hacen más sutiles los interrogantes de salida, cuya cristalina sencillez está en la base de que se necesitaran interpretaciones, interpretaciones en razón de cuyo conflicto se acumula la erudición, es decir la forja de nuevas armas para defender  una o  otra, para rechazarlas de pleno, o para avanzar una nueva.

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10 de noviembre de 2011
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La técnica y el ser del hombre: del control del fuego a la medida cuántica XI

XI El saber que hizo posible lo que envuelve nuestras vidas

Vivimos rodeados de ordenadores, aparatos de telefonía móvil, reproductores de música  digital, los llamados ipod,  paneles que aprovechan la energía solar, susceptibles de ser instalados en la propia casa. Desde que en los años setenta, la fibra óptica empezó a sustituir a la transmisión eléctrica, las posibilidades  de comunicación rápida entre los seres humanos han  experimentado un progreso quizás mayor que en todos los siglos anteriores. Forman ya parte del lenguaje cotidiano, términos como semiconductor, laser, amplificador, o fotodetector...que para algunos hará evocar el viejo efecto foto-eléctrico que se haya de hecho en su origen. Estas mismas personas se hayan relativamente informadas sobre el hecho de que  los efectos físicos que hacen posible ese complejo entramado técnico, que  literalmente codifica  y acota nuestras vidas, son un reflejo de que, a nivel microscópico,  la naturaleza responde a lo descubierto- en ocasiones con gran estupor- por los pioneros de una disciplina, la Física Cuántica, a priori muy alejada de la experiencia cotidiana de los hombres. La descripción  del comportamiento de los electrones en el seno del átomo  resulta que   hace inteligible algo como la fotosíntesis, de lo cual cabe inferir que esa disciplina, focalizada en principio sobre la naturaleza elemental (Física y  no Biología),  abre una vía de acceso a la comprensión de la vida, e incluso, como veremos más adelante,  una vía de acceso a la comprensión del papel de la conciencia.

La Mecánica Cuántica puede (como tantas otras cosas interesantísimas, el arte en primer lugar) jugar el papel de comodín para espíritus  perezosamente adictos a la esperanza, pero asimismo puede incentivar la inclinación a retomar la interrogaciones mayores del espíritu humano, aquellas que se fraguan en la transición de la in-fancia a la humanidad cabal, que los griegos archivaron y exploraron y que hoy constituyen el contenido legítimo de lo que damos en llamar Filosofía.

De ahí que el caso paradigmático de hermenéutica de nuestro tiempo sea el de las llamadas interpretaciones de la Mecánica Cuántica. Algunas de ellas se deben a los creadores mayores de la disciplina. Sin embargo ninguna  es fundamental a la hora de efectuar experimentos o avanzar protocolos que permiten innovaciones tecnológicas. Por decirlo con toda nitidez: la diferencia entre una u otra interpretación es irrelevante desde el punto de vista del progreso de la física.  ¿Quiere ello decir que es irrelevante simplemente? Todo depende de si  se considera que el hombre tiene como destino el control de la naturaleza o si lo suyo es más bien la interpretación de la misma  la cual se revela indisociable de una interpretación de su propio ser.

El 14 de diciembre del año 1900, en una conferencia en la Sociedad Alemana de Física  (Deutschen Physikalischen Gesellschaft) en Berlín, hablando de un modelo de resonadores por él concebido para  intentar dar cuenta del rompecabezas que significaba la radiación efectivamente constatada a partir del objeto físico conocido como  cuerpo negro (la cual contradecía todas las previsiones conformes a las leyes físicas de la época) Max Planck pronuncia la siguiente frase:  

" Si el monto de energía E es considerado un continuo infinitamente divisible, la distribución de tal monto puede ser considerada de múltiples maneras. Consideraremos sin embargo- y este será el punto esencial de los cálculos que siguen- que E se haya compuesto por un número bien definido de partes iguales y consideramos además que la constante h  (de naturaleza igual a 6.55 multiplicado pr 10 elevado a menos 27 ergios por segundo) multiplicada por la frecuencia de los resonadores nos da el elemento  de energía epsilón. Cabe la posibilidad de que la energía total E sea un número entero de elementos de energía, pero de no ser exactamente así consideraremos en entero P más próximo y diremos que se dan  P elementos epsilon de energía"

 

La trascendencia filosófica de esta declaración reside en el paso entre las dos palabras subrayadas por mí: de hablar del continuo se pasa a hablar de un elemento. Se estaba abriendo la puerta a la más trascendente modificación de los conceptos en los que reposa nuestra concepción de la naturaleza.

Planck era un físico teórico y no exactamente un experimentalista,  pero  como en tantos otros casos, el experimento seguiría. De hecho la conjetura ya había sido verificada en el momento de esa conferencia para las grandes longitudes de onda. Pero no es correcto pensar que la techné sólo corresponde al experimento. En la medida en que se trata de dar  cuenta o razón la techné empieza  ya con la conjetura y el experimento es prolongación de la misma.

En la senda marcada por Planck siguieron los Einstein, Bor Heisenberg, Schrödinger, es decir todos aquellos a los que estás asociada la gran aventura de la Mecánica Cuántica

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8 de noviembre de 2011
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La técnica y el ser del hombre: del control del fuego a la medida cuántica X

X Experiencia,  técnica y ciencia

Aristóteles se esfuerza en determinar dónde se sitúa exactamente la frontera que separa el universo del conocimiento que pueden alcanzar los animales, y el que pueden alcanzar los humanos. La experiencia es atribuida a ambos, animales y personas. Sin embargo, antes de pensar que se trata de lo mismo en ambos casos, es necesario determinar qué significa experiencia. Aristóteles afirma que la experiencia procede de la memoria ("pues de múltiples memorizaciones de una misma cosa surge finalmente la capacidad de una experiencia").

Empecemos por considerar la experiencia humana, es decir, la experiencia de seres que (con independencia de la experiencia misma) se hallan determinados por mediaciones conceptuales. Por ejemplo, yo reconozco a Calias, Sócrates y Menón como respresentantes de la humanidad, lo cual implica que tengo este concepto en mente. Y este conocimiento nada tiene que ver con la experiencia. Pero ahora constato que Calias, tras haber ingerido determinada bebida, se encuentra mal; luego, constato lo mismo en Sócrates, cuando finalmente también Menón se siente indispuesto tras beber... gracias al hecho de que tengo memoria, vinculo los tres casos y, eventualmente, evitaré beber, siendo así prudente (phrónimos en el texto de Aristóteles).

Es de señalar que podría haber alcanzado el mismo grado de prudencia si, en lugar de tratarse de tres individuos de la especie humana, la bebida hubiera sido ingerida por un gato, un perro y un hombre, o incluso por individuos de especies que no conozco en absoluto. Pues la experiencia se reduce a establecer un lazo entre algo que sucede ahora y la misma cosa que vuelve a suceder: la experiencia, nos dice Aristóteles, "es conocimiento de individuos".

Como la experiencia es adquirida con independencia de las especies o géneros que la generan, no necesito conocimiento de rasgos específicos con vistas a ser un hombre de experiencia, no necesito teoría (theoría en griego es usada por Aristóteles para expresar el conocimiento por especificación). En consecuencia, el hecho de que los demás animales vivan sin teoría no les impide en absoluto tener experiencia.

Una precisión a este respecto. La tesis según la cual  los animales tendrían  una capacidad cognoscitiva reducida a,  re-conocimiento   de un rasgo o signo por el que ya se ha sido previamente afectado, y con soporte  en una presencia que (por no aparecer como soporte material de  forma o especie) sería meramente individual    no implica sostener que el animal no sea susceptible de tener relación con  tipos, de estar afectado por algún modo de generalización. De hecho el propio re-conocimiento de un rasgo que ofrece un individuo remite  ya  a una tipologización. Lo que se afirma es simplemente que en esta tipologización del  universo animal   no entran  en juego conceptos, formas o especies.

Los expedientes lógicos de tal formación de tipos han de ser de otro orden y han de afectar también al animal que nosotros somos. Mas en cualquier caso la experiencia meramente animal  no estaría  perturbada por la intromisión de rasgos eidéticos o específicos, lo cual inevitablemente ocurre tratándose de la experiencia humana.

Cabría decir en tal sentido que para nosotros queda atrás la pura experiencia, que la mera percepción es para el hombre subsunción bajo un concepto. Nuestra experiencia funcionaría como la de los animales en la medida en que  aquello que en lo presente depende de lo conceptual resulta irrelevante, no porque se de realmente una situación en la que nuestra percepción este libre de concepto.

Tomemos de nuevo el caso de la indisposición de Sócrates, Calias y Menón. Incluso si su común pertenencia a la especie humana no cuenta tratándose de experiencia, es obvio que este conocimiento que tengo de que son humanos juega algún papel subyacente. Cabe decir que este segundo registro perturba  la experiencia, la cual, para nosotros jamás es pura, como tampoco es pura la percepción sensible.

Consideremos ahora la techné, palabra que tenemos múltiples razones para traducir por arte, pero también por técnica. Una de las razones de esta polaridad es quizás el hecho de que Aristóteles distingue radicalmente entre un tipo de techné que apunta a objetivos prácticos, y un segundo tipo que buscamos por sí misma, y que nada tiene que ver con las necesidades de la vida. En cualquier caso, el principal rasgo de la techné es el hecho de que implica siempre un juicio, es decir, la capacidad de razonar (recordemos que la experiencia, en el caso de los animales, es por definición un conocimiento sin juicio, ya que no lo tienen, al menos que neguemos que la particularidad del hombre sea ser un animal racional, es decir, de juicio... paso que, por cierto, algunos dan), y lo que es más: implica un juicio que concierne a un conjunto unificado, una clase de entidades y no meramente individuos:

"La techné surge cuando de múltiples nociones obtenidas por la experiencia, se emite un juicio universal sobre una clase de objetos. Pues juzgar que cuando Calias estaba enfermo de determinado mal, tal producto fue bueno para él, por serlo para todas las personas de determinada constitución, por ejemplo, los flemáticos o biliosos con fiebre... esto es materia de techné".

Ahora debemos determinar cuál es la frontera conceptual entre la noción de techné y la noción de epistéme, que se suele traducir por ciencia. No hay problema alguno, si por ciencia entendemos esto precisamente que dice Aristóteles. La diferencia entre la técnica y la ciencia  no reside, como a veces suele creerse, en que el científico sabría la causa del asunto, mientras que el  technités no se preocuparía de esto. Aristóteles afirma explícitamente lo contrario, al escribir: "Pues los hombres de experiencia saben que la cosa es así, pero no saben por qué, mientras que los segundos (los hombres de techné) saben el porqué y la causa".

Ni siquiera podemos decir que la ciencia difiere de la techné por tratarse de una actividad no subordinada, puesto que (como ya he indicado) cierta modalidad de arte tiene su fin en sí misma. Parece que  el arte y la ciencia forman un continuo con determinados momentos de discontinuidad. Una vez que la techné ha alcanzado su nivel superior (aquél en que se toma como fin), el espíritu está en condiciones de abordar interrogantes que, de facto, no tienen ningún lazo con la utilidad. Este es, para Aristóteles, el caso de disciplinas como la observación de los fenómenos astronómicos, o las preguntas naives sobre los orígenes tanto del universo como de nosotros mismos. Como El físico Max Born se complacía en señalar, incluso en la época de Copérnico la cuestión de la centralidad de la Tierra constituía un asunto puramente teorético, sin lazo alguno con intereses económicos, ni en general problemas prácticos. Y me atrevo a decir que la ciencia contemporánea, aunque tenga enormes implicaciones en nuestra vida cotidiana, no responde esencialmente a imperativos prácticos.

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 La techné, tal como nos la presenta Aristóteles,  sería pues expresión cabal de la esencia misma del ser humano y a la par es un fertilizador de esta naturaleza. ¿Se halla este rico sentido aristotélico presente en la técnica de nuestros días? Todo depende del uso que se hace de la técnica y de la función que se le atribuye. En otros foros he tenido ocasión de  evocar  el admirable trabajo de recreación virtual, en coordenadas tridimensionales, del cráneo de Phineas Gage  por Hanna Damasio y sus colaboradores. Tal simulación permitió, ni más ni menos, que reconstruir la trayectoria de una barra de hierro que atraviesa el cerebro sin tocar las funciones motrices ni las áreas determinantes del lenguaje, pero sí las funciones emocionales.

Tenemos en este caso un ejemplo de fertilidad de la técnica puesta al servicio de la inteligibilidad. Obviamente esta inteligibilidad puede enriquecerse con objetivos prácticos, y en este contexto es inevitable  mencionar  las simulaciones tridimensionales en medicina. Éstas han posibilitado no ya avances en la transmisión del saber (dificultado en ocasiones por la deontología, dado que la medicina tiene como objeto al ser humano), sino un control suplementario de la práctica médica concreta, en intervenciones quirúrgicas, por ejemplo.

Mas en ocasión nuestra relación con la técnica, su valoración, la función que los ciudadanos le asignan, ha sido profundamente perturbada en razón de objetivos problemáticos. Así por ejemplo la idea misma de que cabe esperar de ella la construcción de entidades inteligentes. En las concepciones más radicales se hace abstracción de la inevitable etapa del genoma. Y el funcionamiento de las conexiones nerviosas (que en el ser animado que es el hombre da lugar a la inteligencia y al lenguaje) es reducido a funcionamiento de conexiones electrónicas y mecánicas, es homologado así con lo artificial. Mas entonces, la técnica deja de reducirse a mero instrumento de los objetivos de realización del ser humano y emerge como una suerte de demiurgo forjador de seres a los que, en última instancia, podríamos identificarnos. Esto ocurre ya, de hecho, cuando en nuestra civilización la percepción vehiculada por dígitos (única que, por analogía, cabría en principio atribuir a un ser carente de vida) es tomada no como interesantísima simulación o fantasma de la percepción real, sino como su equivalente.

 

No puedo detenerme aquí sobre este aspecto, pero sí evocaré,  la denuncia realizada por John Searle, hace ya más de treinta años, del carácter abusivo de la expresión misma inteligencia artificial, y sobre todo de la concepción de ésta como un modelo explicativo del comportamiento humano. ¿Que desde entonces ha llovido mucho? Obviamente, pero a mi juicio nada ha cambiado en lo esencial. Como máximo las espadas siguen en alto. Y si de discusión teorética se tratara, nos limitaríamos a estar dispuestos, en todo momento, a modificar nuestra posición actual (favorable a la tesis de que sólo cabe hablar de inteligencia artificial, al precio de degradar hasta la caricatura el término mismo de inteligencia).

                                                         ***

Un aspecto insoslayable es el  de las  llamadas  nanotecnologías, vinculadas a la nanociencia, pero no reductibles a la misma. La cuestión ontológica  y en general la filosofía de la naturaleza quedan obviamente afectadas por  la posibilidad -hoy  ya efectiva-  de generar nuevos materiales (nanomateriales) no existentes en la naturaleza, operando a escala nanométrica sobre materiales previamente existentes, y transformándolos. Los sofisticados artefactos tecnológicos y las simulaciones tridimensionales (realidad virtual) de átomos y moléculas que posibilitan el transformar la estructura de un átomo actuando sobre sus electrones tienen un enorme  peso a la hora de interrogarse sobre si hay realmente rasgos omniaplicables y permanentes tanto de la physis en general  como del ser que  reflexiona sobre ella.  Pues en efecto, la importancia antropológica del problema de la técnica   se agiganta en un momento en el que la alianza de la tecnología y la genética  abren  la posibilidad de que una especie influya de manera determinante en los rasgos mismos que la especifican. Perspectiva con profundas connotaciones éticas  y que a algunos inquieta aun reconociendo el positivo papel de la técnica, por ejemplo, los avances posibilitados por la modelización virtual en el campo de la medicina. En este sentido no podemos olvidar el papel de la tecnología en la configuración de la mente, entendida esta como indisociable de los artefactos tecnológicos que aumentan nuestras capacidades cognitivas.

Lo que precede sirve de transición al tema, fundamental para esta reflexión relativo al peso  de la teoría cuántica en la determinación de nuestro entorno y de nosotros mismos,  concretamente a través de las sofisticadísimas técnicas que permiten ofrecer comprobación experimental a algunas de las sorprendentes previsiones de la teoría.

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3 de noviembre de 2011
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La técnica y el ser del hombre: del control del fuego a la medida cuántica IX

IX La naturaleza humana 

Que lo  concerniente al ser  indiscutiblemente de palabra, homo sapiens, es   en última instancia lo determinante para los protagonistas de este diálogo, se refleja en la  razón que Jordi Agustí nos da para considerar que Darwin sería el hombre de ciencia más importante de la historia: "Ha habido otros científicos como Isaac Newton o Albert Einstein que revolucionaron la ciencia de su tiempo, pero sus teorías no cambiaron la comprehensión que tenemos de nosotros mismos".

 Si tremenda es una hipótesis científica que subvierte  la representación que nos hacemos de la naturaleza en nuestro entorno (por ejemplo la representación determinada por el prejuicio de que espacio y tiempo tienen realidad física), más parece en efecto serlo aquella que socavaría los cimientos en los que se sustenta la concepción de nuestra propia naturaleza. Y aquí me permito una precisión:

Es obvio que Darwin pone en tela de juicio las bases, aristotélicas en primer lugar, sobre las que se sustentaba la definición del ser humano, no es por el contrario seguro que ponga en tela de juicio tal definición. El propio Eudald Carbonell afirma al respecto con radicalidad: "Aun ahora no existe una definición más consistente que la que hizo Aristóteles: somos 'animales racionales'. ¿Lo somos  en virtud de algún designio trascendente al  orden natural? El gran aporte de Darwin es responder negativamente a esta pregunta: lo somos como resultado de un proceso que condujo primero a la hominización y después a la plena humanización (en lo que Carbonell denomina síntesis evolutiva  de nuestro género ); condujo en suma a la unificación del conjunto de rasgos que, especificándonos  en el seno del género homínido, permiten hablar de naturaleza humana.

Como el resto de las especies animales y obviamente nuestros próximos parientes los primates, nuestro genoma- fruto azaroso de la evolución- determina ese conjunto de rasgos. Y expresión del buen funcionamiento  del mismo  es lo que en uno de sus libros el profesor de Harvard Steven Pinker (crítico contra las diferentes  teorías antropológico-filosóficas caracterizadas por lo que el denominaba denial of  human Nature) denominaba instinto de lenguaje. Instinto de lógos, me permitiría por mi parte precisar,  instinto indisociablemente de razón y de lenguaje; "en razón de su propia naturaleza, el ser humano desea el conocimiento", dice la sentencia fundamental de Aristóteles: homo...sapiens.

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1 de noviembre de 2011
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La técnica y el ser del hombre: del control del fuego a la medida cuántica VIII

VIII "En filosofía"

El tercer protagonista del diálogo que vengo glosando anfitriona e interlocutora de nuestros "paleoantropólogos", confiesa a un momento dado sentirse abrumada por el hecho de que  toda respuesta a una pregunta avanzada supone para ella nuevos interrogantes. A fin de mostrar que ello es perfectamente lógico, Eudald Carbonell precisa: "En filosofia podemos utilizar   'tengo la convicción'  como elemento de autoridad, en ciencia no [...]en ciencia no se puede utilizar el 'yo creo' sino el 'yo pienso' [...]Lo más importante en ciencia es problematizar y cuestionar". Me permitiré matizar en este punto a Eudald Carbonell. Con  evocar a Platón (que exigía el sacrificio de las opiniones como punto de arranque para aspirar siquiera a alcanzar la verdad) queda claro que poco tiene de filósofo aquel que no se pregunta si sus arraigadas convicciones no son acaso prejuicios. Y en cuanto al pienso por oposición al creo la metódica duda cartesiana es un paradigma que parece insuperable.

En realidad la filosofía no tiene dificultad alguna en reconocerse en las afirmaciones de Carbonell y Agustí en la página que precede a la frase citada, y en la que ambos coinciden en que si bien es cierto que siempre convergemos en los mismos problemas, lo hacemos no sólo con mayor información sino confrontados a nuevas hermenéuticas. Ello es precisamente lo que hace que podamos considerar a Aristóteles como el padre, tanto de la disposición de espíritu que tildamos de filosófica como de la que tildamos de científica (con independencia de lo acertado  no acertado de sus propias respuestas a los universales problemas que él mismo plantea). La filosofía no difiere de la ciencia en razón del contenido, sino en razón de la radicalidad con la que se asumen las consecuencias de toda dimensión problemática de tal contenido. La filosofía lo que aporta es una exigencia de inteligibilidad global, exigencia de la aristotélica unidad focal de significación, por la cual la disciplina especializada escapa al riesgo de la insignificancia y el especialista que la asume se convierte él mismo en filósofo.

 Son muchas los ámbitos en que el propio explorador de la physis se convierte en metafísico. La mecánica cuántica es un paradigma, pues acuciado por sus propias aporías, el que la practica acaba esbozando modelos que subvierten nuestras más arraigadas convicciones sobre lo que constituye la naturaleza elemental. Pero algo análogo puede llegar a ocurrir con la genética en relación a la naturaleza viva, y con la paleontología (de hecho hoy  muy dependiente de la genética) en relación al ser humano.

Como antes indicaba, en este coloquio con Eudald Carbonell y Jordi Agustí se exponen de manera amena cuestiones de alta incidencia técnica, pero tras ellas subyace una pregunta que de alguna manera da unidad a todas ellas:  pregunta no ya por la cosa en general o  pregunta por la cosa viva, sino  pregunta por la rarísima cosa (cosa porque constituye pese a todo un sistema abierto sometido al segundo principio de la termodinámica) que es el ser hablante.

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27 de octubre de 2011
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La técnica y el ser del hombre: del control del fuego a la medida cuántica VII

VII Homo technikós 

Algo análogo a lo que indicaba en el texto anterior en relación al carácter desinteresado de la ciencia podría ser dicho respecto  en relación al arte : "siempre me ha sorprendido nuestra pretensión por conocer para qué servía el llamado  arte rupestre, cuando en realidad no sabemos para que sirve eso que llamamos arte", dice con cierta ironía Jordi Agustí.

Eudald Carbonell enfatiza el peso de la correlación entre las áreas del cerebro que posibilitan la práctica del lenguaje y las que posibilitan la confección de herramientas y con ella lo que los griegos designan con el término téchne, que hoy se bifurca entre lo que llamamos arte y lo que llamamos técnica:

"Tallar una piedra, que requiere un ritmo biomecánico de las manos, para construir una morfología, coincide al igual que el lenguaje con las áreas del cerebro conocidas como la de Broca y la de Wernicke, y curiosamente a nuestra especie le resulta difícil hablar sin mover las manos, sobre todo cuando queremos ser vehementes." En este foro he tenido ya ocasión de preguntarme por el  sentido y el peso de la bifurcación del   término griego téchne  entre lo que denominamos ciencia y lo que denominamos arte, y que obliga por ejemplo a separar el Eduardo Chillida Premio Imperial de las Artes, del Eduardo Chillida reconocido por los ingenieros vascos por su dominio de la resistencia de materiales,  y al que el epistemólogo francés Gaston Bachelard dedica un precios texto bajo el título Le forgeron (el herrero). Separación, dicho sea de paso, contra la que el escultor se hubiera rebelado.  

Precisaré que en el coloquio que estoy glosando,  más que atribuir  la téchne y las construcciones simbólicas   exclusivamente a nuestra especie se enfatiza el hecho que nuestra especie es la primera en socializarlas. De tal manera lo que quizás homo heidelbergensis forja individualmente,  en homo sapiens se convierte en patrimonio colectivo que se transmite y se fertiliza, siguiendo pautas que parecen indicar una constante. Jordi Agustí señala que contrariamente a lo podría quizás  pensar la evolución del arte rupestre no va necesariamente de formas abstractas por mera deficiencia de concreción a formas realistas. Las cuevas de Chauvet en Francia, datadas en  más de 30000 años presentarían formas totalmente realistas, en contraste con las más esquemáticas posteriores.  

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25 de octubre de 2011
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El Boomeran(g)
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