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Escrito por

Vicente Verdú

Vicente Verdú, nació en Elche en 1942 y murió en Madrid en 2018. Escritor y periodista, se doctoró en Ciencias Sociales por la Universidad de la Sorbona y fue miembro de la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. Escribía regularmente en el El País, diario en el que ocupó los puestos de jefe de Opinión y jefe de Cultura. Entre sus libros se encuentran: Noviazgo y matrimonio en la burguesía española, El fútbol, mitos, ritos y símbolos, El éxito y el fracaso, Nuevos amores, nuevas familias, China superstar, Emociones y Señoras y señores (Premio Espasa de Ensayo). En Anagrama, donde se editó en 1971 su primer libro, Si Usted no hace regalos le asesinarán, se han publicado también los volúmenes de cuentos Héroes y vecinos y Cuentos de matrimonios y los ensayos Días sin fumar (finalista del premio Anagrama de Ensayo 1988) y El planeta americano, con el que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo en 1996. Además ha publicado El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción (Anagrama, 2003), Yo y tú, objetos de lujo (Debate, 2005), No Ficción (Anagrama, 2008), Passé Composé (Alfaguara, 2008), El capitalismo funeral (Anagrama, 2009) y Apocalipsis Now (Península, 2009). Sus libros más reciente son Enseres domésticos (Anagrama, 2014) y Apocalipsis Now (Península, 2012).En sus últimos años se dedicó a la poesía y a la pintura.

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cero euros

Que los tipos de interés en un país tras otro lleguen a cero tiene relación, más o menos secreta, con la tendencia general del sistema a ofrecer productos gratis. Un próximo libro de Chris Anderson, editor de la revista Wired, lleva precisamente por título Free (Gratis) y se refiere a la deriva que en los artículos o en los servicios se detecta para ofrecerse al consumidor a cambio de nada. No a cambio de un dos por uno ni un tres por dos, rebajas del 70% y gangas por el estilo sino exactamente por precio cero.

 Porque ¿cómo puede ser igual  pagar algo que nada de nada? El precio cero crea un espejismo del fin del mercado pero simultáneamente un superfenómeno de difusión viral desde donde la marca obtiene posteriormente grandes  beneficios. No beneficios a partir de esa marca (sea un restaurante, un móvil o una gasolinera) sino de la lista de  datos personales, clasificados y pormenorizados, que se obtienen a través de la promoción y la fidelización. La mercancía se entrega como un don pero se intercambia por una contraprestación indetectable. Lo que en la empresa  tiene valor no es el artículo  sino la huella que ha dejado el consumidor al tomarla en sus manos. Un servidor de la red, través de las visitas y consultas  de sus usuarios está en condiciones de confeccionar diferentes tipos de listados con perfiles detallados de clientes. El servicio que ofrece el servidor es con todo gratis y el intercambio introduce una permuta entre la cosa y la persona sin que en el silencio de la transacción nada se note. O se note precisamente la nada.

 Los periódicos hace mucho tiempo que dejaron de establecer su ínfimo precio de acuerdo al coste del papel, la impresión, la distriubución y las nóminas sino que, como han demostrado más tarde los gratuitos y el marketing viral, su negocio ha consistido no en vender información sino, ante todo, en vender lectores a los anunciantes. Con este provecho invisible a primera vista la mayor parte de las promociones de las revistas norteamericanas se hacen con descuentos exorbitantes y regalos de cualquier orden. 

Poco a poco ya sea por la competencia en la red como por los resultados de los outsourcings las cosas valen prácticamente lo mismo que una propina. Una camiseta de Zara  vale menos que un café en Starbucks, un reloj vale menos que una entrada al cine, un vídeo o unos cacharros de cocina, un s, bolígrafo, gafas, calcetines, tienden a venderse casi gratis bien directamente bien mediante las incontables ofertas y liquidaciones, y más en  esta Gran Crisis donde si el sagrado dinero es o se acerca al  precio  cero. Y siendo el valor del dinero igual a nada  ¿cómo no iban a tender a cero todo lo demás? Si los activos tóxicos no valen o valen  menos que nada ¿cómo la basura no iba a alcanzar un valor histórico?

 ¿Qué ocurriría el día en que ya todo lo visible no valga nada?  Entonces el  mercado parecería desaparecido o desmaterializado. Pero, a la vez, mientras la asíntota del valor mantenga esa trayectoria hacia el  cero, hacia el desecho del valor, el capital pasará de parecer agresivo a manso, de altanero a jovial y de codicioso en benefactor. He aquí el sentido circular que dibuja el sistema desde antes de la crisis, en el cenit de la crisis y en su después. La basura es su inspiración fundamental pero no ya maloliente sino depurada en el ayuno de la estrategia del cero y el reciclaje del valor personal. 



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23 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El olor emocional

Se creyó que era tan superficial como irrelevante pero justamente el  e-factor, el factor emocional, ha sido clave para inflamar la burbuja y para prender fuego después a la totalidad del sistema.

"Ahora los arquitectos no construimos casas. Construimos la atmósfera, la emoción. ...Parece una chorrada pero la gente necesita emociones." No es, de ningún modo, una chorradas. Estas calientes declaraciones del influyente arquitecto Maximilian Fucksas se hallan emparentada con toda la gran familia de cultivadores emotivos en todos los ámbitos. En los ámbitos del saber, la ciencia, el comercio, la educación o la medicina.

Las obras, los objetos, los proyectos comparten ahora una misma orientación fundamental: crear nuevas experiencias que lleguen al corazón. Contra las ya inertes descalificaciones materialistas, nuestro siglo prolonga la tónica romántica surgida, tras el hiperindividualismo, de finales del siglo XX.

¿Qué significa esto? Significa que las mercancías, los servicios, las comunicación  general entre oferta y demanda se componen cada vez más por lo que los norteamericanos comenzaron a denominar el e-factor, el factor emocional. Ya no basta con ofrecer un producto asociándolo a tópicas promesas de felicidad, de seducción o de inyecciones de júbilo, desde la arquitectura de las factorías a la de los establecimientos, desde el diseño interior de la tienda hasta el tacto del objeto, las creaciones deben entregar experiencias nuevas.  La factoría de Volkswagen en Dresde es transparente y los clientes toman una copa en su bar transparente mientras contemplan la fabricación del coche. Toyota no ha limitado la personalización de los modelos al color de la carrocería o el estampado de sus revestimientos textiles, ha probado con aromas de pomelo, naranja o manzana para que el conductor recibiera un plus emocional. Ahora veo que en la última Feria del Calzado en Madrid el diseño no atiende solamente a las formas sino al perfume de los zapatos. Aroma de ciruela para los de charol rojo, olor a limón para los de colores ácidos, perfume de azar para los del día de la boda. Los objetos se han propuesto acompañar nuestra experiencia, además de suscitarla. Las marcas ingresan en nuestra vida como colegas en sustitución acaso de los miles de colegas que recolectados en la red no huelen -por el momento- a nada.



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18 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Droga dura

La Muerte toral, la mortandad de esta Gran Crisis, transforma a la Vida (con mayúsculas) en un producto de primera necesidad (de rabiosa necesidad)  ya dentro de los circuitos del mercado, se vuelve el producto que más publicidad convoca. 

Con la gran Muerte próxima -decía Freud a propósito de la primera guerra mundial- "la vida se hace de nuevo interesante; recibe de nuevo su pleno contenido". Tiene un precio cada vez superior.

 Lo decisivo en fin es que este sistema mortal, a través del bucle de la crisis y su metáfora de tercera guerra mundial,  vuelva a ser creíble porque tenga algo realmente interesante que ofrecer y será rico porque brindará a través de sus manos - bien lavadas o sustituidas mediante injertos felices- el máximo objeto innovador: la vida de colaboración y no de competencia cruel, la vida de cooperación y armonía que la Naturaleza unos años antes se ha encargado de hacernos ver y degustar. La vida del mundo, la tuya y la mía, como droga dura.



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16 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La nómina y la decadencia

El nuevo plan de educación que pondrá en marcha la nueva Administración de Estados Unidos prevé retribuir a los profesores de acuerdo al rendimiento que obtengan sus alumnos. ¿Cómo se explica que hasta ahora no fuera así? Los médicos de las compañías privadas norteamericanas reciben sus remuneraciones en función del número de pacientes que atienden y de los costes sanitarios que ahorren a la corporación pero también según la eficiencia con que ejerzan su trabajo. ¿Puede hallarse una ecuación más sensata? Es sensata pero cruel si el ahorro se obtiene de reducir las pruebas clínicas que ponen en peligro la salud del paciente y es perversa si se paga más de acuerdo al número de enfermos que se atienden por hora. Pero resulta, sin embargo, de pleno sentido retribuir mejor al mejor médico y con menos al que no se prepara o no posee la excelencia del anterior. La relación entre retribución y resultados es la base del sistema del progreso y la eficiencia. Y este modelo debe ser válido no sólo para la escuela o la sanidad sino también para la justicia, la política o cualquier servicio público o no. El expediente de ganar unas oposiciones y echarse a dormir crea fácilmente una sociedad dormida. La enseñanza mejorará siempre en manos de quienes poseen una vocación y entrega irrefrenables, pero la actividad, en general, tiende a perjudicarse si se cobra lo mismo haciendo algo que haciendo mucho o no haciendo nada. Es tan intolerable, por ejemplo, que un catedrático desatendiendo su preparación siga impartiendo clases y cobrando la misma nómina hasta su jubilación como que un político siga en el poder -con sueldo y mandato- cuatro años sin importar la calidad de sus actuaciones o, lo que es ya visible, recibiendo de los ciudadanos calificaciones de suspenso, una y otra vez, cuando se realizan los sondeos.  El buen trabajo debe premiarse tal y el mal trabajo rechazarse, tal como se enseñó ya a los alumnos de primaria en la escuela. ¿Por qué no continuar con esa norma de oro en cualquier punto de la vida laboral? ¿Por qué sostener con el dinero público al holgazán o al cargo que perjudica a la sociedad?

En Estados Unidos conocí que los feligreses podían remover de su puesto al pastor cuando consideraban que no cumplía bien sus obligaciones puesto que los feligreses eran quienes aportaban el dinero y recibían el servicio. Pero ya, en todos los casos, desde el jugador de fútbol al presidente de Gobierno,  debe imperar el reconocimiento económico de los mejores, tanto como casos de emulación general y como efecto de una cabal justicia distributiva. Seguir subviniendo la desidia, entregar la misma compensación a quien se esfuerza y al que no, es vestigio decadente. Un factor de primer grado en la decadencia. 



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11 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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De la competencia a la colaboración

La nueva política exterior de Obama basada en los acuerdos puede valer como el paradigma de un nuevo orden general que comprende desde la religión hasta el sexo y desde la estrategia empresarial hasta la guerra. El capitalismo y su áura en todos los subsistemas que giran dentro y alrededor de él ha tenido establecido como gran principio la competitividad. Gracias a la competitividad entre empresas se lograban mejores precios, mejor calidad, mayores adelantos tecnológicos. El principio, derivado de Adam Smith y tantos otros maestros pensadores, procede del siglo XVIII cuando los padres vanguardistas de una sociedad más justa (de una moral y una equidad más humanizada) situaban al individuo y sus derechos en el centro fundacional del mundo nuevo; el nuevo mundo industrial, posfeudal o burgués.

El individuo tenía reconocidos nuevos derechos, la libertad entre ellos, frente al dominio del otro, fuera el amo, el jerarca o el patrón. Es decir, el ciudadano que emergía tras la Revolución democrática contaba con reconocimientos jurídicos frente al abuso de lo Absoluto, fuera el Estado o cualquier otro Matón. De ese reconocimiento del valor individual se deducía un sistema en que las partículas sociales se articulaban a través de yo inalienable lo que representaba un avance trascendental respecto a la condición de súbditos o de esclavos que siguió en pie hasta más allá de la segunda mitad del siglo XIX y no se vino a materializar del todo nunca, derechos de la mujer incluidos.

La individualización revolucionaria del siglo XVIII y XIX desprendía al sujeto de hallarse sujeto a otro, a una institución, a un dogma, al gobierno arbitrario del poder por mandato de un supuesto Derecho Natural. La nueva Naturaleza de las cosas iba a ser la democracia y su sistema económico afín, el capitalismo. Iba a ser la igualdad de oportunidades, de orígenes, de sexo con su corolario de una imaginaria competencia perfecta. Así, una a una la serie de instituciones que compusieron ese nuevo mapa organizativo donde prosperó tanto la división de poderes y las leyes aprobadas por el parlamento (leyes dictadas por seres humanos para seres humanos y no leyes supuestamente provenientes de Dios, administradas por su Papa o su monarca) iban dirigidas a redondear la figura de la persona. El ser individual, libre: sujeto de derechos y de deberes, criatura enriquecida en las minas de la democracia encuadrada en el todo social a través de la dialéctica entre sus libertades y las de sus prójimos, entre sus derecho y los derechos (iguales) de los demás.

La afirmación de cada uno y el cumplimiento de su desarrollo seguía la dinámica derivada del todos iguales ante la ley, todos dignos de respeto y en condiciones similares para bregar en este mundo o entre sí. Esta utopía, siempre utópica puesto que ni la igualdad de los individuos ni la libre competencia existieron nunca, brindaba sin embargo la ocasión para un funcionamiento tan claro como de legítima apariencia. Tanto los trust empresariales al final del siglo XIX y los sindicatos obreros buscando bloques para contrarrestar ese poder podían considerarse otra cosa que desviaciones del sistema perfecto. Pero fueron siempre aceptados como fatalidades asociables a la incurable imperfección de los modelos y los hombres. De esa comptencia en fin siempre imperfecta y cada vez más desajustada se formaron los grandes oligopolios y con ellos un poder páralelo al del Estado que fue enseguida cómplice antes que árbitro imparcial, antes un subterfugio que una transparencia. La competencia perfecta, la equidad, la justicia o la igualdad entre los sujetos sociales no la huboo en ningún momento pero si al principio fue visible pronto fue, además universalmente trágica. A escala internacional , las invasiones ( y masacres) coloniales permitieron a los países más fuertes desplegar sobre el que se llamó más tarde "tercer mundo" el mismo expediente que los emperadores con sus tropas en el siglo XVI. De hecho los países, como Inglaterra, Francia o Alemania llamaron emperadores a sus dirigentes e imperios a los territorios que agregaron a sus metrópolis como conquistas. La competencia había demostrado la incompetencia de los más débiles para existir independientemente, equitativamente. Como consecuencia, los imperios no negociaban con ellos la extracción y el precio de las materias primas simplemente se las arrebataban, no discutían con ellos el régimen de sus nativos, sencillamente los esclavizaban en su tratamientos de especie inferior. De esta practica mundial se dedujo una imponente relación de y un aire de época del que se imbuyó la Realidad. La proclamada igualdad de derechos individuales no fue guía sino, por el contrario, la desigualdad de fuerzas y posiciones, de armas y conocimientos, que designaba además, por la razón última de la violencia, a quien sería más rico, más capaz, más decisivo y superior. A la imperfecta competitividad de las empresas en el interior del capitalismo se sumaba la competitividad de los imperios sobre el mercado exterior y esas disconjunciones convirtieron finalmente a la competencia en la coartada de poder, sin importar su clase y su grado. El poder obtenido a través de la competición desigual presidía el cambio o la regresión de situaciones en cualquier terreno.

Competir a gran escala era el designio colonial y la competitividad calando hasta las formas de vida, decidió el espíritu de esa época, el espíritu del capitalismo. Capitalismo y competitividad son hermanas siamesas, órganos de la misma idea. Empresario y espíritu de competencia en el mercado vienen a ser conceptos inseparables en la idea matriz de la economía de mercado, desde arriba debajo y desde principio a fin. Se compite en la empresa, se compite en el deporte y se compite también en la escuela, en el amor, en los automóviles, la felicidad o el puesto de trabajo. Parece ya un modo obvio y natural de estar en el mundo pero ¿no podría ser una circunstancia histórica propia del secular y profundo asentamiento capitalista y su estrategia de desarrollo hasta ahora.

Con la competitividad, correlato de la supuesta igualdad en la pelea, se legitimaban los beneficios sin importar su desafuero. Los ricos llegaron a serlo gracias a triunfar en la liza contra sus supuestos pares, tal como se representa, de otra parte, en la promovida imagen del deporte, siendo esta imagen el paradigma puro de lo social, la fachada funcional del juego limpio, competencia sin trampas y partiendo del cero a cero, que se ha trasladado imaginariamente a los demás asuntos y haciendo de la ambición, la codicia y la derrota del otro el emblema general del progreso y la progresión. Casi cualquier cosa es una disputa deportiva en el universo infantilizado del pensamiento social.

La política exterior de Obama, las joint ventures entre empresas, las web sociales, los saberes porocurados por la outsourcing o saberes y soluciones obtenidos por la colaboración de multitudes de todas las condiciones y desinteresadamente, permiten vislumbrar el nacimiento de otra clase de época. Un momentoo histórico donde la competencia tira hacia arriba de todos (clientes y productores, maestros y alumnos, chicos y chicas, rusos y americanos) para acabar con el dilema de ganadores y perdedores y obtener la eficiencia (y la satisfacción y la creatividad y el dinero) no de la competencia sino de la cooperación, no del resultado de vencer sino de ganar todos o lo que ya empresarialmemte se denomina win-win. No hay perdedores, ganadores todos. Tanto en la política interior como exterior, en el comercio nacional como internacional, en la medicina, en la religión oo en el sexo, el lema es colaboración. Un modelo de la ganancia que hace anacrónica la idea de ser feliz a costa del otro, de mejorar a costa de empeorar algo (sea el medio ambiente, sea la paz del medio) y, por el contrario, fomenta el deseo de la cooperación gracias en buena medida al mundo que ha ido enseñando la experiencia de la Red, los logros en red. China y Taiwán, Palestina e Israel, Estados Unidos y Rusia, obtendrán más provecho mutuo de la colaboración que de la contienda. Igualmente la innovación muestra sus mayores rendimientos de la comunicación de conocimientos que de atesorarlos como exclusivas marcas de poder. La propiedad intelectual se deshace como primer paso en el universo de la red. El panorama general en no importa qué modalidad va transformando su naturaleza desde la orden jerárquica a la combinatoria horizontal y desde el poder confinado al poder compartido. Y este paradigma alternativo no ha nacido de la predicación moral sino del mero interés económico en sentido amplio y en sentido estricto. Posee el mismo origen que primitivo que el deseo de subsistencia y posee como motor la consecución de lo mejor para uno mismo. La gran diferencia respecto al patrón anterior es que ese bien individual se logra mejor ahora -ahora que tecnológicamente se puede- no demediando o abatiendo al otro a través de la máxima competencia sino manteniéndose los dos enteros y de pie. Para el trabajo, para la pareja, para el sexo, para las religiones, para el diseño, par la política, para el marketing o para el saber y el placer, en general, se encuentra en marcha un nuevo sistema que ha descubierto su eficacia incomparable en la cooperación, la colaboración y la armonía con el otro y no en la vetustez de la violencia, el tóxico de los desprestigios y el grosero desequilibrio del poder.



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9 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Los virus

Nunca la medicina, la enfermedad, los males orgánicos de cuerpos vivos, los infartos, la obturación de arterias o las distintas formas de anemia se emplearon tanto para explicar el errático comportamiento del sistema económico. Pero, de todas las analogías, el recurso a los virus o la patología vírica ha resultado ser el más feraz.

La evocación de un virus que estropea el sistema como el virus mismo del ordenador que avería el software, ha ofrecido metáforas de todos los tipos. Metáforas multíparas, promiscuas, incestuosa, omnicomprensiva del mundo, en paralelo a la obstinada vida especular de los elementos nocivos que se multiplican y replican.

Porque, ahora, en febrero, no sólo se trata ya de que la extensión de la crisis (su "virulencia") haya asumido el aspecto de una terrible enfermedad contagiosa sino también de que, siendo "vírica", los remedios mediante los conocidos antibióticos e inyecciones de liquidez (¿de suero?), de fuertes bajas en el tipo de interés (antipiréticos) o sumas ingentes de dinero nuevo, recién impreso (qantitative easing o alivio cuantitativo ) no han servido para nada.

Más bien al contrario de este "virus crítico" ha empezado a decirse (El País. 6-3-2009) que se hallaba mutando velozmente de forma que si los intentos para detenerlo habían sido antes inútiles, el reposo insuficiente y la desintoxicación vanos, ahora habrá que tratar, además, con una evolución del mal que podría variar en composiciones más extravagantes y a convertirse, al modo de las llamadas "enfermedades raras", en una dolencia solución más que difícil y a través de un plazo tan largo como indeterminable. Así, como tantas veces ha repetido el premio Nobel Paul Krugman "ni siquiera esos chicos listos que trabajan en la Fed saben qué sucederá a continuación". No saben con tino lo que está sucediendo ahora -y de ahí el fracaso de las medicinas- ni mucho menos el misterioso racimo de gérmenes nuevos que contaminará y contaminará el sistema para contribuir, sin duda a su deterioro, y con el tiempo a volverlo acaso del revés. Metamorfosearlo en una entidad que será difícil llamar "capitalista". Y en eso estamos.



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6 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Amor a las basuras

En 1857, ocurrió la primera crisis financiera importante en Estados Unidos. Se inició con el hundimiento del Ohio Life & Trust y se extendió por todo el país, quebrando 1.415 instituciones bancarias. Las aciciones cotizadas en la Bolsa de Nueva York disminuyeron hasta 75% de valor y poco después las dificultades llegaron a Europa donde incluso se fue a pique el primer banco de Inglaterra, el Overend, Gurney & Co. Por esa época de adversidad y malestar escribía Flaubert: "Debemos gritar contra los guantes baratos, contra los sillones de escritorio, contra el impermeable, contra las estufas baratas, contra la tela falsa, contra el lujo falso (...) ¡La industria ha generado fealdad en proporciones gigantescas!" (Correspóndanse) Los precios de todos los productos no habían dejado de bajar a lo largo del siglo XIX a causa de las nuevas tecnologías pero ningún periodo fue más deflacionario que el de 1873 a 1896 en que, en Grab Bretaña, los precios de las cosas bajaron hasta en un 40%. A la manera que se ha sentido en los últimos años del low cost las mercancías y los servicios tendían relativamente a no valer nada pero, a diferencia de ahora, no se había producido el fenómeno general de la gran rebaja en la calidad, a pesar de que Gustave Flaubert se declarara alarmado.

Entonces, todo lo físico y moral tendía, aunque lentamente, hacia la cultura industrial pero distaba mucho de parecerse a la basura, física y moral, política, educativa y municipal que se ha alcanzado en nuestros días. Y al respeto que, además, merece. ¿Regreso a la fase anal? ¿A la fase infantil del psicoanálisis?

El culto a las basuras en la cultura de la posmodernidad forma parte de una tendencia que ha llegado a los bonos basura y las hipotecas subprime después de haber pasado por la moda del grunge, el arte povera, la pintura del residuo, la inspiración de los diseñadores en los harapos del suburbio, el hip hop o el rap, las tiendas de ropa usada, las cadenas de comida basura, la telebasura, las redes de supermercados chinos. ¿Cómo no iríamos a parar a este colosal vertedero, económico, social, moral y financiero?



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4 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La tabarra

Presentaba Iñaki Gabilondo los resultados de las elecciones en Galicia y el País Vasco sin poder eludir la palmaria sensación, nociva para su audiencia, de que estuviera refiriéndose, dijo, a un dèjá-vu.

Ciertamente, se trataba de un rollo.

Pero cuidaba entonces Gabilondo de hacer ver que, sin embargo, a pesar de la tabarra aparente, estas elecciones son importantísimas puesto que "debajo de las cifras" descansa la voluntad popular. Es decir bajo la hojarasca de los números yace el cuerpo sagrado del voto libre.

La santa misa también resulta un dèjá-vu pero bajo la rutina de la predicación del cura y todo eso yace la "palabra de Dios".

Todo lo que "yace" adquiere dignidad y se convierte, aderezado, en objeto de veneración. Todo lo muerto o yacente inspira respeto, todo ritual incomprensible llega a constituirse en un arcano donde anida la trascendencia en estado puro. ¿Seguiremos viviendo el aburrimiento de esta fe? ¿Nos enalteceremos  como feligreses, como demócratas, como ciudadanos gracias al divino bostezo? De ese género tedioso vienen siendo una creciente cantidad de las imposiciones anacrónicas a las que deberíamos la máxima devoción.

El libro aburre a los niños, señal de que se trata del verdadero saber; el matrimonio perdurable aburre a los esposos, señal de su auténtica sacramentalidad; esa novela nos echa atrás, signo de su extraordinaria  potencia; este arte nos resulta incomprensible, prueba de su extrema creatividad. Tantas y tantas cuestiones importantes son tan mostrencas que por ello obtienen su máximo nivel de presencia, inercia y opacidad.  Lo que lo que nos duerme será nuestro prometido despertar. Las elecciones gallegas y vasca dos de los mayores ejemplos de lo insoportable han de ser seguidas para llegar a la cima del sacrificio. A la perfección del ciudadano aburrido y desencantado, argamasa propicia para que la autoridad, la jerarquía, los catedráticos y los políticos puedan construirse su casamata y su amenazada razón de ser.  



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2 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Nacionalización y muerte

La nacionalización de bancos o empresas no es inédita en la historia del capitalismo. Fue, sin embargo,  común cuando, tras la segunda guerra mundial, la socialdemocracia nació como cortafuegos al comunismo del Este.

Frente a los bienes que obtenía la clase obrera del sistema soviético, los gobiernos de los países occidentales pusieron en marcha el Estado del Bienestar.  Se trataba de contener el malestar de los sindicatos y atajar las huelgas y manifestaciones que se producían y amenazaban con estallar por todas partes tras contemplar las ventajas proletarias de la URSS.

 Estado de Bienestar contra el Estado Soviético, pensiones, prestaciones de desempleo, sanidad, pensiones y educación públicas, al compás de las reformas que se implantaban en el otro mundo del marxismo en acción. 

Sin embargo, ¿cómo nacionalizar ahora bancos y empresas sin un enemigo exterior? ¿Por qué nacionalizar el capitalismo si no hay alternativa al sistema? ¿Por salvar al mimos sistema? ¿Salvarlo o reconvertirlo? ¿Tratar su enfermedad u optar por su metamorfosis a base de transplantes?

El virus que ahora cruza Europa (y el mundo entero) no tiene el aspecto de un monstruo revolucionario pero ¿qué puede importar su aspecto si ahora casi nada de nada se ve? ¿Qué puede importar que la calle no se llene de estruendos, si el estallido ("el infarto", dicen) se produce en las arterias (dicen) del cuerpo sagrado y fundamental? Socialismo o barbarie. Nacionalización o muerte. El Estado o la Quiebra. Algo importante cambia en la Historia a partir de las ínfimas subprimes. Pero ni siquiera sabemos si para bien o para mal. Tampoco los expertos, los especialistas, los políticos, los economistas, los presidentes lo saben.



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27 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La polaroid

La polaroid fue el paso de la tecnología a la magia, el regreso desde la mecánica a la alquimia y el salto desde la manufactura a la explosión. Pero hoy, la polaroid, 60 minutos de espera para obtener la foto, ha quedado como un vestigio de la lentitud de otra época. Y, encima, ¡en papel! La polaroid acabó con el "cuarto oscuro" y todo se desarrollaba ante la vista. Ahora, sin embargo, la fotografía digital no sólo acaba con el tiempo oscuro, acaba con el tiempo. Previamente al tiempo de la polaroid la espera era de días. La polaroid vendió más de seis millones en sus primeros cuatro años a principios de los años 70 y Andy Warhol la utilizó en miles de retratos: fue un icono del POP. Un POP que hacía pop.

En 2001 Polaroid se declaró en bancarrota puesto que la inauguración real del siglo XXI no admitía impresionarse en soporte físico y, enseguida, todo fue especulación. Todo será hoy instantáneo o no será. Al pop ha seguido el clic, el blink, el golpe de vista. La foto nace no de una película sino directamente de nuestra  retina fundida al objetivo de la cámara. Ningún objeto, en adelante, será más veloz que la velocidad de su imagen. Más aún: la imagen anticipa al objeto, le concede presencia y la vida que de ningún modo poseería sin ser "imagi-nado".

No sólo Andy Warhol: Helmut Newton, Luciano Castelli, Robert Rauschenberg, Chuck Close, David Hockney, Walker Evans y decenas de otros artistas buscaron nuevas formas de expresión gracias a la Polaroid. Casi de la misma manera que Delacroix o Courbet en los primeros años de la fotografía la utilizaron como recurso más económico que pagar a una modelo.

Curiosamente, en los años 70, los de mayor auge de Polaroid, la firma envió su popular modelo S-X 70 y muchas cajas de películas al célebre fotógrafo Walker Evans, el fotógrafo que mejor había retratado la Gran Depresión. Con ella Evans compuso una serie de 120 fotos sobre temas nostálgicos y tan imperfectas como era el modo de hacer de la Polaroid pero, a la vez, ahora tan realmente nostálgicas como fue la asombrosa presencia de la primera foto.  



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25 de febrero de 2009
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El Boomeran(g)
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