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Escrito por

Vicente Verdú

Vicente Verdú, nació en Elche en 1942 y murió en Madrid en 2018. Escritor y periodista, se doctoró en Ciencias Sociales por la Universidad de la Sorbona y fue miembro de la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. Escribía regularmente en el El País, diario en el que ocupó los puestos de jefe de Opinión y jefe de Cultura. Entre sus libros se encuentran: Noviazgo y matrimonio en la burguesía española, El fútbol, mitos, ritos y símbolos, El éxito y el fracaso, Nuevos amores, nuevas familias, China superstar, Emociones y Señoras y señores (Premio Espasa de Ensayo). En Anagrama, donde se editó en 1971 su primer libro, Si Usted no hace regalos le asesinarán, se han publicado también los volúmenes de cuentos Héroes y vecinos y Cuentos de matrimonios y los ensayos Días sin fumar (finalista del premio Anagrama de Ensayo 1988) y El planeta americano, con el que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo en 1996. Además ha publicado El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción (Anagrama, 2003), Yo y tú, objetos de lujo (Debate, 2005), No Ficción (Anagrama, 2008), Passé Composé (Alfaguara, 2008), El capitalismo funeral (Anagrama, 2009) y Apocalipsis Now (Península, 2009). Sus libros más reciente son Enseres domésticos (Anagrama, 2014) y Apocalipsis Now (Península, 2012).En sus últimos años se dedicó a la poesía y a la pintura.

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El amor de Facebook

No sufrir por amor, ¿puede imaginarse esto? Puede que efectivamente no nos sea posible eludir todo el dolor que esto comporta pero no siendo el Otro todo, el dolor se vive en proporción al trozo perdido.

Sabemos que una vida muy pegada a otro es una vida que disminuye la vista y nos aumenta los pesos

Hubo parejas que, en el pasado, se formaron sin amor, solo por convención, y convivieron decenios. ¿Por qué no imaginar, en los próximos decenios, amores frecuentes sin la continuidad de la relación? Es decir, continuidad del cariño mutuo aunque no se tenga al partenaire y la combinación de este afecto residual con otros amores simultáneos, románticos o semirrománticos, que compongan la miscelánea de experiencias que ya vivimos en otros ámbitos.

De hecho, la asunción de que ni la casa, el coche, la amistad o la creencia religiosa son para toda la vida, hace más verosímil la posibilidad de ir reduciendo antes la longitud y la profundidad de la pérdida. Una adhesión temporal afianza mucho menos que aquella que se proponía ser eterna y si a los juramentos de amor ("hasta que la muerte nos separe") han sucedido las complicidades limitadas, ¿cómo no presentir la diferencia?

Los sentimientos han cobrado estos años una importancia similar a la de épocas románticas y las aproximaciones emocionales han sido legitimadas incluso como instrumentos de conocimiento, más certeros y eficientes que la propia razón.

La emoción es la gran pieza en la era de la empatía y la empatía es capital, en sentido estricto, cuando el sistema ha avanzado (crisis por medio) hacia una economía fundamentada en el sector servicios, donde el buen trato persona a persona es su base esencial.

El afecto, que hace unas décadas pudo parecer un complemento del negocio mercantil se ha vuelto un indispensable factor para las ventas. El e-factor o factor emocional se halla en el perfume exclusivo de una tienda, en el repertorio musical de un hotel, en las sensaciones de los nuevos materiales que brindan ternura o acogimiento.

Todo este mundo emocional, ya generalizado, se encuentra especialmente concentrado en el amor de la pareja pero ese núcleo, no es precisamente, a diferencia de otros tiempos, el foco que cuando se apaga comienza enseguida la tragedia a arder. En primer lugar, porque ese centro posee ya numerosos satélites suplementarios y, en segundo lugar, porque esa célula madre es susceptible de sustitución por otras células cuyo injerto tiene lugar apenas la relación presenta ciertos signos de obsolescencia.

Y no importa ya cuándo y a qué edad. Las separaciones de sexagenarios se han multiplicado espectacularmente en la última década. Se sufre por amor pero menos de lo que conllevaba perder a uno mismo en el des-enlace. De la misma manera que no nos entregamos en cuerpo y alma a una ideología o una fe religiosa desechamos comprometernos absolutamente con una boda. Y no digamos ya sin bodas y sin hijos por en medio.

Los adhesivos, sociales y morales, que emparejaban son, en todo, como demuestra la Red, más débiles y removibles. Gusta mucho querer mucho y ser querido sin fin. Pero también, sabemos, que una vida muy pegada a otro es una vida que disminuye la vista y nos aumenta los pesos.

No dejaremos de sufrir por amor porque tanto el padecimiento, como el dolor o dormir mal, poseen un prestigio histórico pero, de otro lado, una parte importante del duelo hace homenaje también al ser perdido que nosotros, en el pretérito, ensalzamos.

De hecho, no nos enamoraríamos de alguien sin creerlo valioso y no nos separemos de él teniéndolo por nada puesto que en el balance final se incluye siempre la tasación electiva de sí mismo.

Nos queremos siempre a través del otro pero ahora el otro, cambiadizo y movedizo, tan portátil como para haberlo encontrado mediante un programa Blendr en el móvil, se esfuma con suma rapidez.

Y también nosotros mismos nos esfumamos en esa porción perdida puesto que una pareja es, además de una pareja, un paraje de identidad compartida y una manera de estar juntos en esa estancia común. Una estancia del yo y del tú que, como en otros ámbitos, cambia hoy de perfil, de domicilio y de rostro como una página actualizada de Facebook.

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22 de diciembre de 2011
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Besuqueos del saber

Nada se acumula, todo se dispersa. El conocimiento que siempre pesaba (siempre contaba) y hasta el conocimiento superior que tenía peso histórico se halla ahora flotando, posiblemente, sobre una nube.

La nube de la informática es ya capaz de acumular miles de millones de datos que forman repertorios del saber tan colosales como inasibles informaciones tan importantes como carentes de toda monumentalidad, física y visual.

Entre las seis bibliotecas más grandes del mundo en el siglo XXI (Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, la Biblioteca a Británica, la Biblioteca Nacional de Francia, la Nacional de España, la Vaticana y la de Alejandría), la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, con sede en Washington y fundada en 1800, cuenta con más de 128 millones de volúmenes y presenta un desfile de 460 lenguas.

El bulto de ese saber es una supermasa de miles de toneladas de papel y de cientos de kilómetros de longitud, lomo a lomo. Este espacio extenso, que se alza como una herencia majestuosa, es la consecuencia del saber guardado y acumulado. El saber estibado, que sería patrimonio contable y gigante. Enorme escultura del conocimiento trabajosamente adquirido y esculpido.

Ahora, sin embargo, saber es algo equivalente a sorber. O menos todavía, similar a catar. Los más jóvenes aprenden de aquí y de allá en pequeñas porciones que apenas lamen, informaciones fragmentadas que una vez en la mente no siempre son metabolizadas para crear musculatura intelectual.

La ligereza en la lectura, en la visión del arte, en aprendizaje del tour turístico, en el videojuego o en la comunicación del chat, proporcionan un infinito número de escamas culturales casi traslúcidas, aprovechables para una navegación ocasional y diluidas si no son directamente pertinentes en el viaje posterior.

Se aprende no colmando un arca determinada o engrandeciendo las provisiones de su contenido sino recibiendo cada novedad como un producto de consumo útil, aplicable y desechable si no posee poco después una funcionalidad eficaz.

Así, las casas no se llenan ya de libros ni de discos. Hay dispositivos que, sin apenas espesor, pequeños y livianos son capaces de la máxima captación. Sustituyen de este modo invisible a los muchos litros que formaban las fuentes manchadas de tinte, en el lienzo, en la partitura o en la redacción.

La opción a la consulta sigue viva, pero ha muerto el fornido cuerpo de su autoridad. Ahora son sus partículas superficiales, una a una, las que sin materializarse atienden a la demanda de información. De hecho la vieja cultura se ha descorporeizado tanto que en esa transustanciación ha llegado a cambiar su previa naturaleza y puesto que no se presenta majestuosamente se le retira la devoción. Puesto que no impresiona ni pasma, se le pierde consideración.

La cultura se hace atmósfera o medio ambiente, se desvanece en lo intangible del entorno y hace imposible la reverencia en peregrinación hacia santuario alguno. De ese modo, puede decirse que no se tiene destino o no se tiene cultura, teniéndolos, al referirse al estado de la juventud digital. No tienen, efectivamente, una cultura que densa, que se aprese o se adore pero la disfrutan aunque, físicamente, no la posean.

La música se halla por todas partes, la estética se ha dispersado en mil manifestaciones del diseño, la escritura ha poblado la red. No es una Cultura Sagrada como tampoco esta historia presente, compuesta de accidentes tras accidentes, sucesos y sucesos explosivos, lo es. La Historia ha caído hasta la gacetilla y las grandes sentencias del pensamiento se acomodan para quedar como titulares de los periódicos. Día tras día, una secuencia de 24 horas se esfuma tras la llegada de otra secuencia del mismo grado temporal tan friable que no puede apegarse fuertemente al primer relato, sino que por sí sola empieza y acaba el vuelo de la narración.

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20 de diciembre de 2011
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Asesinato de la amenidad

¿Aceptaría usted formar parte de la UE y aprobar el euro si se lo propusieran otra vez? Año tras año y hasta el infierno actual, la Eurozona ha brindado experiencias, positivas y negativas, pero llegado a este año, una década después de que la moneda única empezara a circular, la sociedad ha sufrido tantos accidentes mortales que la ha convertido en un nefasto emblema.

Puede que los burócratas y los tecnócratas de la eurozona no piensen lo mismo, pero ¿cómo ignorar que los ciudadanos han sufrido en las llamas de una inflación insólita? Una inflación tan devastadora como enmascarada, tan empobrecedora de la clase media que en nada se corresponde con los himnos de su alta cotización.

Más o menos, de una parte han ganado estatus los mandamases multiplicando su poder de nacional a supranacional, han ganado honores y euros en instituciones más o menos inextricables, a cual más ineficiente o dañina. De otra parte, millones de ciudadanos han pagado las decisiones de políticos y economistas megalómanos tan apartados de la realidad social que si antes nos parecieron déspotas ahora se revelan como zombis arrastrando su narcisismo sin dejar de hacer el mal.

Dinamarca, un pequeño país que se revolvió una y otra vez contra la moneda única, signo del pensamiento único, ha sido repetidamente obligada a volver a votar 'sí'. Campos, ganados, viñas, olivos, manzanos, producciones de toda especie, han sido sometidas al Saturno de la UE.

Este modelo común es más común que comunitario, más lecho de Procusto donde se cortan o estiran las peculiaridades para que se ajusten al patrón. El patrón que en los recintos de Bruselas han diseñado los jerarcas sin mirar al exterior. Una operación así, con buena o con torpe intención, ha desembocado al final en la tortura o la agonía de casi todos los países integrados. Y precisamente Grecia, cuya letra épsilon dio cara a la unidad cambiaria, es ahora la que ha recibido las más fuertes bofetadas.

Entre otros latigazos, los funcionarios serán reducidos en otros 30.000, se recortarán las pensiones a casi medio millón de jubilados, el PIB se contrajo en un 5% en lo que llevamos de año y el desempleo llega a ser tan alto como el de España. Como ha declarado el director de Doctors of The World, Nikitas Kanakis, Atenas se encuentra al borde de una crisis humanitaria.

No debe decirse crisis humanitaria sino de la humanidad, para entender lo que pasa. Los economistas y políticos siguen clamando que la solución no es menos Europa sino más Europa. Más purgación. En definitiva, una manera zombi de seguir caminando y caminando cuando la muerte ha ganado la liza y el hermoso proyecto europeo de la CECA tras la Segunda Guerra Mundial ha ido pervirtiéndose hasta obviar el sentido de su progresión. ¿Todo el mal es efecto del euro y la integración? Parece difícilque una divisa encierre tanta condena, pero ella, en cuanto signo de la política comunitaria de este siglo XXI, ha agravado la crisis hasta convertir Europa en el más desdichado y sucesivo cementerio desde las guerras de sucesión

Política que ha masacrado la vida, el sentido de los pueblos y la pequeña comunidad agropecuaria o industrial. Directivas que han abatido, en consecuencia, importantes señales de identidad, ataduras, con fuertes multas incluidas, que han impedido atender los problemas distintivos de una zona y unas gentes. Leyes que han aherrojado pueblos diferentes en un modelo de desarrollo que hoy, con toda evidencia, es lo opuesto a la biodiversidad y al bienestar de lo que ya estaba bien.

Prácticamente ninguna de las ideas que en estos momentos críticos se consideran pilares para tratar de construir un mundo mejor coinciden con el mostrenco temario de la UE. Y ninguna de las posibles acciones para construir una democracia real y un progreso de contenido humano coinciden con las doctrinas de ese proyecto unitario tan arrasador e inepto.

Lo que tanto celebrábamos hace 25 años, llenos de ilusión europeísta, se revela ahora como una maquinaria temible. Un artefacto grotesco en el mejor de los casos y, en casi todos, una fuente de error y de terror. ¿El mito de la Unión Europea? Mejor decir el timo de una formación precipitada y de tanta crueldad, localidad a localidad, como no se ha conocido en la Historia económica. En apariencia, no hay víctimas a la manera de las guerras mundiales dentro de Europa, pero ¿qué otra fuerza mutiladora podría parecerse más?

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8 de diciembre de 2011
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El arte de los zares inunda El Prado

El Hermitage en el Prado es la correspondencia en Madrid de otra exposición, El Prado en el Hermitage, que se celebró a comienzos de este año y se prolongó hasta la primavera. Una y otra visita, más allá de la mera cortesía diplomática, forman parte de las varias celebraciones del llamado Año Dual entre ambas naciones y de cuyos fastos el acontecimiento más espectacular lo constituyen, sin duda, estas dos ricas muestras de arte cruzándose de aquí para allá.

En San Petersburgo, el envío de El Prado atrajo a 650.000 personas, el mayor número de visitantes en toda la larga historia del Hermitage. Esta exhibición de El Prado que se inaugura al público el próximo martes y se extenderá durante los siguientes cuatro meses y medio puede constituir otro gran éxito de público, gracias a Dios. Gracias a Dios y a la inteligente política de su director, Miguel Zugaza, que asumiendo las bondades del márketing y la importancia de la sociedad del espectáculo, se ha trazado una trayectoria museística que busca aumentar el protagonismo de la institución, estimular el interés general por la pintura y abrir las puertas a un público tan amplio como heterogéneo, sea formado por excursionistas o por madrileños, atraídos todos por la fiesta de lo espectacular. Las colas se dan ya por garantizadas.

Casi 180 obras componen la muestra y no son todas, efectivamente, del mismo valor pero reunidas y ordenadas brindan una oferta amena, tan variada como ambiciosa.

Variada porque discurre desde la orfebrería más elaborada al mítico Cuadrado negro, solo un cuadrado negro, el cero absoluto de Kazimir Malévich (Kiev, 1879-Leningrado, 1935). Y ambiciosa porque se afana tanto en hacer desfilar piezas relacionadas con la historia misma del museo de procedencia como de varias sobresalientes que cruzan los muchos caminos de la pintura universal.

Están presentes los retratos de Pedro el Grande, Catalina la Grande y Nicolás I, de cuyas colecciones proceden la mayoría de los fondos del Hemitage. Pero también puede contemplarse la pintura del propio complejo de palacios que trenzan el museo y varios lienzos de Benjamin Patterson (1748-1815), artista sueco y pintor oficial de la corte imperial, donde se plasman algunas vistas de la ciudad de San Petersburgo construida bajo el reino de Pedro el Grande en 1703 tomando los modelos de París y Amsterdam: una capital levantada sobre las riberas pantanosas del río Neva que fluye como una estela de plomo a los pies del majestuoso Hermitage.

Francia fue tan ejemplar en esos tiempos del siglo XVIII que el Hermitage no solo adoptó un nombre francés sino que llegó a albergar la biblioteca completa de Voltaire.

De tal veneración por lo francés se halla repleto el museo tanto en piezas decorativas firmadas por el joyero Carl Fabergé, autor del exquisito Vaso de flores, en cristal de roca, oro y diamantes, como el puñado de obras que también firman Monet, Cézanne, Matisse, Léger o Gauguin.

Otras selecciones generosas son las del San Sebastián de Tiziano, el Tañedor de laúd de Caravaggio, el Almuerzo de Velázquez y dos obras, Retrato de un estudioso y Caída de Haman de Rembrandt, etcétera.

Efectivamente la enumeración de este apabullante caudal, nombre a nombre, puede ser pesada y no decir mucho a quien no sea un verdadero especialista pero, sin necesidad de serlo, siendo tan solo un amante del arte, el Museo del Prado presenta ahora la ocasión de una experiencia magnífica para atraer a los curiosos con alguna sensibilidad en el organismo. De hecho, no necesitan exaltación algunas obras de estos autores ya míticos, como una seña emblemática de la pintura abstracta la visita se hace por sí inolvidable, en mi opinión, ante la Composición VI de Kandinsky.

El par de buenísimos cuadros de Picasso, el bello de Cézanne y el de Gauguin, los juegos más bobos de Delaunay-Terk, Morandi o Léger, son acompañados, y en varios casos desbordados, por la imponente obra de Kandinsky que justificaría, con o sin mi subjetivo apasionamiento, la entrada a la exposición de El Hermitage en el Prado.

Hay dibujos de Durero, de Rubens, Watteau o Ingres, un boceto en terracota de Bernini y una pieza de mármol de Antonio Canova. Hay otras decenas de obras atractivas pero, con todo, es difícil quitarse de la cabeza la soberana obra de Vasily Kandinsky (Moscú 1886- Neuilly sur-Seine 1944) que, pintada al óleo sobre un lienzo de 194 x 300 centímetros, supone el arranque del breve pero espectacular recorrido por la sala de pinturas del siglo XX.

Cada cual tiene sus preferencias, efectivamente, pero hay oferta para todos los gustos. El esfuerzo de trasladar un seleccionado fragmento del promiscuo Hermitage a España tras el regalo temporal de un trozo del Museo del Prado a tierras rusas, sirve para entender de qué modo un buen patrocinador, el BBVA, y unos avispados directores de museo, como el ruso Mikhail Piotrovsky y el español Miguel Zugaza, hacen posible que el arte cree suceso y, a partir de ello, el gozo de una multitud que sin duda culminará la idea contemporánea de toda la cultura.

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29 de noviembre de 2011
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El yogur de la crisis con frutas

A nadie se le oculta que esta Gran Crisis se compone de una parte real y de otra, incomparablemente mayor, donde la incertidumbre cambia en horas haciendo bajar o subir las bolsas, bajar o subir las quitas soberanas, alterando las calificaciones de las agencias de rating o teatralizando cumbres y cumbres sin llegar al final. Cumbres que, de un día a otro, transforman las expectativas como por ensalmo, como por ficción.

La técnica, que gira hacia lo virtual, se corresponde con la economía que se desliza hacia la ficción total

Lo único que parece real es el ser humano que sufre envuelto en este mundo sin empleo y, a menudo, sin nada que inventar ya. Pero también, paradójicamente, los millones de parados y, particularmente, el altísimo paro juvenil en todas partes adquiere un carácter irreal puesto que lo real sería una revuelta total o una guerra interna. Algunos de los ministros de finanzas ya lo han insinuado más de una vez dentro de la Unión Europea. ¿Guerras civiles? ¿Guerras para ganar fuentes de energía en el tercer mundo?

Un analista internacional como Jeremy Rifkin alerta en La tercera revolución industrial (Paidós, Barcelona, 2011) sobre el importante salto entre el par compuesto por automóvil/petróleo de la época anterior al binomio Internet/ energías renovables, tras un gran colapso. La insignia del coche como motor general se desvanece en un automóvil/sucedáneo silencioso. El humeante motor desaparece en el vacío de la transparencia eléctrica. Todo lo pesado, en fin, se hace ligero, sea en los teléfonos o en los ordenadores, todo lo visible se hace casi intangible, sea en la informática o en la física.

La técnica, que gira hacia lo virtual, se corresponde con la economía que se desliza hacia la ficción total. Miles de millones de dólares que repetidamente inyectados nunca serán suficientes para recuperar la salud, interminables recortes presupuestarios que nunca acaban por estrangular el mal. Matan, sin embargo, unos y otros a millones de personas tal como en una guerra sin bajas militares y cientos de millones de bajas civiles.

¿Será pues ésta una Tercera Guerra Mundial de nueva plana? Primera plana: falsa como todo lo sensacionalista; transparente como todo lo "auténtico", indeterminable como lo genuinamente "actual".

La ficción nunca es enteramente una irrealidad sino la realidad más invenciones incrustadas en ella, tal como yogures con algunos supuestos trozos de fruta.

"La sociedad de ficción se presenta" -decía el historiador Jacques Baynac en Lé débat, noviembre-diciembre de 2009- "como una colosal acumulación de valores sin valor. Y casi nada escapa a su movimiento de devaluación de lo real. Valores individuales y colectivos, valores morales y valores sociales, valores artísticos y valores económicos, valores fiduciarios y valores financieros son falsificados y, al cabo, desvalorizados".

De este modo, sin el peso del valor las situaciones vuelan de un punto a otro. A un abismo, sigue otro abismo más y a un borde del precipicio sigue otro precipicio horas después. Nada se colapsa "realmente" cuando todo se haya, en verdad, colapsado.

¿Los políticos trajeados? ¿Los bancos centrales en coro? ¿La codicia de los altos y malditos ejecutivos? ¿El delirante poder de los mercados? Todo parece pertenecer al reparto de un filme en cuyo nudo se encuentra la impotencia para bajar a la tierra lo ficción que domina y planea sobre el cosmos del sinsentido. ¿Respuestas? ¿Soluciones? ¿Explicación? He aquí lo que declaraba a mediados de octubre Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía en 2007. Decía: "Si no tenemos una mejor comprensión de las causas de la crisis, no podremos implementar una estrategia eficaz de recuperación. Y, por el momento, no tenemos ni lo uno ni lo otro".

¿Qué tenemos pues? Cábalas, fantasías, especialistas chiflados, recetas mostrencas, políticos sin fuste, fantasmas, aporías. O bien, para acabarlo de rematar, derivados de derivados, deudas para deudas, bonos sobre los bonos, créditos de los créditos, liquidez y más liquidez con el resultado de gota cero. Sequedad de la razón crítica. Apoteosis de la ficción.

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25 de noviembre de 2011
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A corazón abierto

Alberto Corazón inauguró en la Galería Marlborough de Madrid una gran exposición que posee, de un lado, la virtud de intensificar la identidad del artista y, de otro, la de acrecentar, ante los ojos del público, el organismo que bulle con él y con otros buenos artistas en los momentos de trabajar.
Pocos artistas pintan o escriben aquello que de antemano saben lo que van a pintar o escribir

Pero además, coincidiendo con esta muestra, aparece en las librerías, publicado por la editorial Antonio Machado, un libro de Corazón, con reflexiones y notas de viaje, titulado Damasco suite, somos imágenes.

Para un músico seríamos seguramente acordes, piezas sinfónicas, pero para un pintor o un fotógrafo es común que la vida se componga de una secuencia de estampas. El término instantánea lo expresa muy bien. La vida es un accidentado desfile de instantáneas.

Estas estampas son, además, estampaciones, puesto que Corazón trabaja también en ese oficio que en su diversidad gráfica, bajo cualquier procedimiento, viene a ser huella de su memoria. Memoria que barniza y colorea más emociones sin configuración que toman forma.

Una obra tras otra, una exposición tras otra, constituyen, siempre y repetidamente, porciones del recuerdo que guarda el autor. Esta marcada facultad que Alberto Corazón ha llevado su obra a saber, con evidencia, que lo que se ve son los pasos calcados de su cadencia a lo largo de la vida.

La muestra es pues una muestra directa en la que Corazón ha puesto tanto corazón que es relativamente fácil concatenar las obras con obsesiones de su biografía. Aunque, claro está, para no pocas de ellas, la explicación deberá recabarse de un psicoanalista ya que el mismo autor, sinceramente, es el último en enterarse del sentido de esos fuegos, esos cubos, o esas constantes elipses que se besan o se afrontan.

Pocos artistas de todo orden pintan o escriben aquello que de antemano saben lo que van a pintar o escribir, exceptuando a los muy realistas y muy figurativos pero acaso, también, a los muy tontos.

Para los demás, de la misma manera que carece de interés redactar una novela conociendo de antemano su estructura y sus peripecias con exactitud, sería aburridísimo pintar sin sorpresas, momentos de ridículo y de gloria venidos del azar.

La memoria fija y el azar disperso crean siempre juntos. Una parte de la memoria es inventada y otra parte del azar es realidad pero todo ello no puede saberse, ni tampoco importa. No se sabe nunca y de ahí el interés, casi mágico, del arte.

Y también el interés por la diversión, propio del artista. Uno pinta o escribe, cuando ya se es veterano en el oficio y el medio apenas obstaculiza, como si se cantara para sí o bajo la ducha. Más o menos, efectivamente.

En esa tesitura, la dificultad es parte misma de la creación y el borrón, el olvido de una palabra, el rebelde derrotero de una página o el vahído de la mancha forman parte de la misma conversación creadora.

Lo que se capta y lo que se pierde, lo que proporciona júbilo o desesperación generan, combinados, el quehacer de un cuadro o de un ensayo. Y afectan, aun sin decirlo, al que actúa como las radiaciones de un accidente.

A estas alturas de su vida, cuando Alberto Corazón ha producido miles de diseños y docenas de exposiciones por todo el mundo su presencia en la Marlborough será especialmente atractiva para él, no ya por los cuadros en sí, cosa acabada, sino por los ojos que sobre ellos ponen las visitas.

Porque en ese momento de la conexión nace, como bien se sabe, otra obra imprevista. La última y definitiva quizás. Aquella que pone al artista en su sitio, siempre frágil y necesitado, ansioso como todo humano, por ser comprendido y querido por el personal.

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24 de noviembre de 2011
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Los curas y los borrachos

La revolución de las comunicaciones, tan bendecida, ha mutado en la comunicación de la revolución ocasionalmente satánica. Una y otra se han fundido tan íntimamente, sea en los países árabes, como en los países ricos (enhiestos, antes y renqueantes, después) que lo más placentero para la comunicación es la revolución y viceversa.

Esta lésbica alianza a la máxima velocidad ha devastado el sexo de las leyes, el sexo de los jueces y el marchito sexo de la política en general. Emasculados todos, la comunicación de la revolución cruza el espacio sin apenas trabas, ocupa los rincones y la misma plaza central.

Los políticos, cada vez más turbados, siguen asegurando que la crisis económica es una crisis política. Por supuesto que sí. El derrumbamiento de sus amadas (y rentables) instituciones ha convertido en escombros la consistencia democrática y su abatimiento ha dejado abierta la escena para cualquier botellón especulador. Tóxico y salvaje.

Frente al viejo hacer de los procedimientos políticos (cuatro meses para convocar elecciones, un mes para formar Gobierno, 15 días para una reunión del G-20, 12 para la Comisión Europea, meses para aprobar un rescate, más de un año para que un político distinga la gravedad financiera) la información y la comunicación corren y aplastan ese Estado anciano. Mientras las fuerzas políticas ya corruptas se descomponen, el mercado de la especulación encuentra las mejores condiciones para su verbena.

Sucede como en los procedimientos judiciales del sistema democrático en pleno vigor. Los centenares de miles de folios que deben cumplimentar el sumario logran que al fin su suma sea igual a cero y la justicia no operando enseguida, sea una nulidad. El sistema no nos representa. Pero hay más: el sistema no se presenta. Y menos cuando se necesita que llegue con rapidez.

Si los males de esta crisis han crecido tanto y aumentan sin cesar se debe a que la velocidad de los mercados perversos no halla trabas ni contrapesos del mismo tenor. No hay reacciones que neutralicen la insidia y su perversidad engulle el bien y el mal hasta hacerlo todo fosfatina.

El mal económico, como en los cómics, se relame ante la insignificancia del poder político. No es solo que la codicia ha hecho ricos a algunos y empobrecido a tantos, sino la grotesca incompetencia de las democracias en la defensa de la equidad.

Como en las películas de gánsteres, antes y ahora, la mafia ha corrompido al poder y lanzada ya a un fraude masivo ha hallado tanto la importante complicidad de en los explosivos mass media como la debilidad de los vigilantes que convertidos en estafermos tardaban siempre en reunirse y ponerse de acuerdo, tardaban en aprobar presupuestos, se retrasaban y retrasaban como si el tiempo fuera tan barato como siglos atrás. El tiempo no solo es oro, idealmente, sino que el instante real vale miles de billones de dólares más o menos en las operaciones del ordenador.

Mientras los políticos cuentan billete a billete, los mercados incluyen toneladas de monedas en la electrónica con la ventaja, de que no pesan y apenas se ven, Es decir, se presentan, como sucede ahora, a la manera de enormes e inesperados fantasmas.

Este lenguaje próximo a la ficción, nada tiene que ver con la oratoria y los debates de la reunión presencial. La velocidad de la información, llameando en las varias revoluciones de hoy, se burla ante los sorbos de agua mineral en que se demoran los ministros y presidentes congregados para tratar de apagar el fuego.

De una interconexión instantánea a una dificultad (todavía) para la conexión nacional e internacional, de una época política a otra que ya no lo será. Este mundo que se inaugura es el tránsito (por el momento) desde la liturgia procedimental de hace un siglo a las salvajadas de una economía tan borracha como impune, lanzada a sorbernos a todos de la cabeza a los pies.

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22 de noviembre de 2011
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La tristeza en la cultura

Un manto de grisalla planea sobre el mundo de la cultura. No llega a ser un malestar demasiado concreto, como en otros tiempos aciagos, pero planea como una sombra que apenas deja de entorpecer la vitalidad cultural.

Si la situación, tanto financiera como material, atraviesa uno de sus peores momentos de los últimos cien años, ¿cómo no iba a encontrar su paralelo en la producción espiritual?

Un sector y otro, las fábricas y los estudios de arquitectura, las cadenas de fabricación industrial y los eslabones de la literatura, el cine, la pintura o el videoclip, han terminado enlazados a través de la informática y engullidos por el sistema capitalista que todo lo acapara y oscurece con su abrazo gangrenado todo lo que consigue alcanzar.

En otros tiempos se tenía la esperanza, no abandonada todavía, de que de las crisis y su evolución nacería un mundo mejor, vistoso y lúcido al mismo tiempo. Progresivo en cualquier caso. Nadie descarta todavía un renacimiento porque en el presente juego de estafas y mentiras, siempre bajo el anuncio de hallarnos "al borde del abismo" puede desenlazarse -como en el Evangelio de San Mateo- la victoria del bien sobre el mal.

De tal manera, que la gran narración de nuestra época no la elaboran los libros ni los videojuegos, sino la superstición la magia, la realidad hecha ficción en una superproducción de plató planetario.

El hecho, en fin, de que no lleguemos a comprender nada respecto a la realidad, magnitud y duración de esta gran crisis, como reconoce el premio Nobel de Economía 2001, Joseph Stiglitz, permite creer que acaso nos hallamos ante el desarrollo de una gran función beckettiana, que si no llegamos a descifrar con la razón, la emoción nos lo dice todo.

La inspiración principal de tal magna obra teatral sería la poética sagrada del caos. A su lado o en su entorno, cualquier obra de la "cultura" convencional aparece como una menuda linterna que la gran bomba atómica de la crisis acaba oscureciendo, demediando y empujando a desaparecer.

Los que más leen, leen hoy tan solo a los buenos autores muertos. Buenos todavía porque no han perdido el relumbre de sus cenizas y muertos, gracias a Dios, porque no enferman por falta de liquidez. Se libran de las aguas turbias que han de beber los autores actuales y no malviven en un universo amenazado a todas horas por el apagón total.

Puede ser, efectivamente, que la poscrisis propicie un mundo de brillantes materiales inéditos, que cunda una nueva inventiva al modo de las vanguardias y su fecunda derivación histórica.

Puede ser, incluso, que esta tristeza casi excrementicia en la que habita la creatividad se convierta en el abono de una plantación de hojas lucientes. Casi todo puede ser, puesto que la característica más significativa de esta hecatombe es que todo lo que parecía imposible puede ocurrir. Todo lo que parecía malo puede ser peor y aun letal.

A partir de esta secuencia, cuando se llegue por fin al límite de la extremosidad, el módulo siguiente será necesariamente mejor. A la quiebra absoluta nunca puede suceder otra quiebra más. La quiebra exacerbada sería la quiebra de la quiebra y entre las cenizas de los destrozos nacerá el inocente y anhelado "tallo verde".

Finalmente, de la misma manera que si de la tristeza mediocre en la que boga la cultura no puede esperarse nada importante cabe esperar que si esa tristeza se maximiza, se recrudece, mineraliza y craquela nazcan fragmentos de cuarzo al modo de Superman returns y, con ellos, una potencia que inaugure una nueva sin angustias ni sistemas de calamidad.

Dicho esto, "el que no se consuela es porque no quiere".

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17 de noviembre de 2011
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La casa por barrer

Una breve historia de la vida privada, de Bill Bryson, es un libro gordo y promiscuo. Un accidentado recorrido histórico formado por curiosidades simpáticas, que se comporta como un desenfadado y desbaratado cuarto de juegos más que como una habitación preparada para recibir a las visitas

Lo mejor y peor de esta obra de seiscientas páginas es su proliferación y, de paso, su dispersión informativa. Se habla de tantos aspectos o historias del mundo paralelos al mundo de la casa que la casa va perdiendo su anunciado papel de protagonista y se disuelve entre los muchos argumentos y curiosidades de alrededor.

Bryson, famoso por 'Una breve historia de casi todo', que se quedaba en la vida de casi nada, se ilusiona por relatar un asunto tras otro, casero o no

Más que un libro sobre la historia de la casa propiamente dicho es un libro de historia que toma, por ejemplo, como punto de partida el Palacio de Cristal de la Exposición Universal de 1850 en Londres: su construcción, sus materiales, su atractivo, y el de los edificios alrededor de Hyde Park.

De vuelta al tema casero, los impuestos sobre las ventanas y el grosor de sus cristales, el mundo de la electricidad y la reunión en la mesa de comer van salpicando un relato que sin dejar nunca de ser ameno, con frecuencia rompe el hilo de lo que promete tratar.

De este modo accidentado, cuando el lector concluye el libro siente haber recibido un generoso menú histórico, compuesto de pequeñas cosas y de curiosidades simpáticas, rehundidas ambas en un texto que no invita a entrar en la casa, y menos a habitarla, como sería de buena educación según su titular.

De los relatos que va soltando el autor, unos tienen que ver con las ocurrencias de la arquitectura y sus órdenes clásicos, pero muchos más cabrían en un ondulado discurso sobre la evolución de la privacidad, desde hace cuatrocientos años hasta el principio del siglo XX.

Dormir juntos, "hacerse" literalmente la cama (con maderas y pajas), defecar juntos en animada conversación, tomar comida del plato del otro con las manos, no lavarse, no quitarse la ropa para acostarse, etcétera. Son usos que, aun relativamente sabidos, no dejan de interesar a cualquier ciudadano de hoy; hogareño o no.

En el principio, como cuenta el autor, la casa era el hall o al revés: el hall era toda la casa. Allí se hacían las operaciones comerciales, se dormía, se comía, se orinaba o se copulaba.

El proceso de división de la casa en estancias es igual al de la especialización de sus funciones, paralela a la producción general, pero correspondiente también a la progresiva formación de la individualidad.

La casa es refugio en general y, en principio, de una congregación amontonada pero, poco a poco, corriendo los siglos, se hace casamata, se crean zonas especiales reservadas para los señores y el servicio, para la ingesta y la deposición.

En conjunto, el desarrollo del mapa casero va siendo, como se deduce del libro, una película que a través del pasillo o de la escalera nos conduce hasta el salón, nos pasea por el jardín o nos confina en el baño, el sótano o el desván.

Una y otra vez, Bill Bryson, famoso por su libro Una breve historia de casi todo, que se quedaba en la vida de casi nada, se ilusiona por relatar un asunto tras otro, casero o no. Desde las cosechas a la enfermedad, desde la fisiología femenina hasta la muerte de los pobres niños.

Tratándose pues de un grueso volumen hay ocasión para recrearse con la historia del agua corriente, por el devenir de la cocina y la adulteración de los alimentos, pero apenas nos encandilamos en alguno de estos temas, se apaga esta luz.

Precisamente, un pasaje típicamente casero, nos hace pensar y hasta sentir las diferencias que separan el mundo de la electricidad de aquel que hasta el siglo XIX obligaba a leer en torno a unas velas o a seguir las órdenes y quehaceres que marcaba la luz natural. Y no solo percibimos que la falta de luz eléctrica representaba un factor determinante en las costumbres de pueblos y ciudades, sino que precisamente la larga presencia de la oscuridad componía el mismo cuerpo de la cultura, de la fe, la ciencia y la manera de ser.

Un innumerable censo de cuestiones reunidas como al hilo de una investigación ni muy organizada ni muy focalizada explican por qué este libro es tan gordo y promiscuo. Esta lleno de magra y de grasa. Es omnívoro y metaboliza más bien poco.

Podría decirse, siguiendo sus mismas menciones, que más que un primoroso mueble de tocador su modelo es el confuso arcón de un trastero. O bien, más que una habitación preparada para recibir a las visitas, la obra se comporta como un desenfadado y desbaratado cuarto de juegos.

Más amenidad que intensidad. Y, en ocasiones, tanta dispersión que el título En casa es menos verdadero que su subtítulo, 'Una breve historia de la vida privada'. Pero también algunas raciones de vida no privada porque, al cabo, podría decirse que en su investigación múltiple, este pastor anglicano no se ha privado casi de nada.

En casa. Una breve historia de la vida privada / A casa. Brey història de la vida privada. Bill Bryson. Traducción de Isabel Murillo/ Joan Solé. RBA / La Magrana. Barcelona, 2011. 672/ 640 páginas. 25 euros .

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7 de noviembre de 2011
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La cultura del atardecer

Viene a ser tan disparatado como irritante que nosotros los periodistas, los escritores, los catedráticos o los intelectuales, nos revolvamos contra los recortes presupuestarios tal como si en ello le fuera la vida a la sociedad actual. Tal como si la Cultura fuera material sagrado.

En la intensidad de esta crisis no queda jornada alguna en la que se pueda holgazanear

En primer lugar, casi nadie lee, tampoco se alimenta con la pintura, ni se perfecciona demasiado con una o muchas clases en la universidad. Y no digamos ya a lo largo del actual sistema educativo. Todo este currículo es muy importante si funciona muy bien, pero si no es así y recordamos, además, tanto la situación de los cinco millones de parados como la ruina que se extiende como una traca por comercios y empresas, la cultura oficial que se financia es como el plato más prescindible del menú.

Naturalmente todo es Cultura, incluida la miseria y el funeral. Todo es cultura, desde los partidos de fútbol a la forma de conllevar la adversidad. De lo que se trata aquí es de dirimir si la contracción de los gastos públicos para una u otra actividad cultural o educativa puede someterse hoy a la misma condena que la suspensión de ayudas a los dependientes, los desahuciados y a casos así el cuerpo no está separado del espíritu como creía santo Tomás, pero si se trata de evitar más bajas humanas, es indudable que lo primero es dar de comer.

Baudelaire llamaba al arte "los domingos de la vida" y en la intensidad de esta crisis no queda jornada alguna en la que se pueda holgazanear. El arte y los libros y el teatro y el cine y el circo nos embelesan a la manera de un rebozo que siendo humano ("fieramente humano") nos blinda, aún ocasionalmente, del mal.

Todas sus aportaciones son necesarias también para no dejar el espíritu en los huesos pero, puestos a salvar vidas, el estómago y el techo son lo primero. Por igual razón, no deben juzgarse como equivalentes los recortes en sanidad que en educación.

Los programas y centros de enseñanza actuales padecen de tantos defectos que si el absentismo es grande, la calificación de Pisa bajísima y desmedido el fracaso escolar, por algo (y malo) será. Mientras el sistema educativo no se transforme radicalmente en no pocos aspectos, reducir sus presupuestos es mucho menos grave que reducir los presupuestos de la sanidad.

A diferencia del mundo de las aulas, los hospitales públicos españoles se han comportado hasta ahora con prestaciones extraordinarias y ser bien atendido en la enfermedad es el primer escalón para recobrar, gracias al bienestar, el optimismo y, mediante la salud, las ganas de trabajar y de inventar.

El binomio "sanidad" y "educación" que se presentan como los dos grandes pilares del Estado de bienestar deben ser examinadas en su realidad nacional exacta y, a continuación, graduar los lamentos destinados a uno y otro.

Porque ¿y si lo mejor que le pudiera ocurrir al pésimo sistema educativo actual fuera precisamente rebuscar la creatividad en la escasez y una alternativa en los efectos paradójicos de la penuria? "El pájaro de Minerva emprende su vuelo al atardecer", afirmaba Hegel. Es decir, la sabiduría halla inspiración en la hora de la decadencia.

No estoy pensando, claro está, en los recortes de ingresos de unos u otros funcionarios de la educación. Son obreros y padres de familia como los demás, despedidos o apurados a fin de mes, sino en la maquinaria que opera actualmente de acuerdo al nefasto diseño oficial.

Esa maquinaria, y no sus maquinistas, constituye el ítem que no siempre merece ser defendido global y airadamente tal como si se tratara de un buen modelo de nuestro tiempo.

Protección pues para los educadores y sus ya reducidos salarios pero no tantas consideraciones y palinodias en defensa global del sector. "No es solo nuestra ignorancia, es también nuestro conocimiento quien nos ciega", declara Edgar Morin en La vía (Paidós) refiriéndose a la mala gestión de esta Crisis.

De hecho, como bien se observa en las torpes recetas económicas que imponen los mandamases y sus Cumbres, no todo conocimiento es productivo, no todo saber da luces, no todo sistema educativo representa, en suma, a una intocable criatura del divino Estado de bienestar.

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4 de noviembre de 2011
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El Boomeran(g)
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