En ocasiones no vemos
lo evidente.
No amamos a quien nos quiere bien,
no queremos lo que nos beneficia,
no escogemos con tino
Escogemos a ciegas.
Sin ton ni son.
Y estando lúcidos, nos inclinamos
por lo peor de lo peor.
Esta es la genuina condición humana.
La esencia de la enfermedad,
de la muerte y la calamidad.
La tristeza se estampa rampante
como un caballo azul
en el centro geométrico del pecho.
No hay fuego ni llanto
que logre ahuyentarla.
El animal se afinca con pezuñas
de inclemente cemento.
Se hinca entre las hendiduras
de la carne tumefacta
que ni siquiera puede estremecerse.
Todo como en una parálisis
del dolor perenne.
Sin brillo, sin dientes.
Con las blancas encías de la muerte.

Cuando uno siente que no es querido
es imposible quererse algo más.
O quererse algo menos.
El cero del cariño
opera como una célula
que envicia,
en tonos blanquecinos,
memorablemente lechosos
una sustancia de origen primordial
y detestable al olfato.
En el centro de ella desearíamos morir ahogados
Como seres ciegos.
Desearíamos acabar
como insectos
que ni siquiera han emitido
un sonido de lamento o de dolor.
Mucho menos un vermicular destino.

La naturaleza de las cosas
no pertenece a las cosas.
Los ojos con los que observamos
nos observan como pájaros
o caimanes.
Nos envolvemos en telas de acero
y de seda y de manantial.
Nos miramos como crisálidas.
Nos aventuramos
sin conocer el color
y somos tan frágiles como espejos
Incoloros.
Somos espejos en los
que pocas veces hallamos
la identidad.
Un pedazo de yeso

Puesto que la esperanza
se dice que es lo último
que se pierde
rebuscado en los intersticios de los dedos
y la fibromialgia de al lado.
Todo por hallar
creciendo, proviniendo,
un polvo dorado que ese color y el blanco
compusiera
una escaramuza de la carene terne.
Una fisura por donde acceder
a regiones todavía sin inaugurar
en el día a día.
Regiones, he pensado,
en las que el polvo remanente
se generaba por el roce entre el sentir y el ser
las ganas de seguir aquí y el la inercia
-demasiado inercia- por conducirnos
hacia más allá-
Todo hecho
con la sencilla intención
de sobrevivir.
¡O es que existe otro modo polvoriento
de no hacerse polvo decisivo?

Nadie escucha el sentido de tu voz.
En nadie se introduce el significado de tu lástima.
Tu lástima es una lengua
ácida que acidula
venenosamente el sabor de los demás.
Nada facilita tu esperanza de consuelo
alrededor.
Nadie hay para lamer
tus llagas.
Nadie hay delante o detrás que asuma
un nuevo color
un ajeno olor aciago.
El sentido que perturba su existencia.
La existencia sin más.

No basta con querer a alguien y desearle felicidad,
además hay que saber procurársela.
La torpeza en otros aspectos de la vida
Puede repetirse desdichadamente
en la incapacidad para convertir
el amor en un don sensible
y hacer de esa emoción
un regalo palpable para el amado.
Y también, de vuelta, para el amante,
puesto que nada en el amor se realiza bien
sin reprocidad.
Sin la presencia reconfortante
del gran espejo.

No es tanto la muerte
lo que me impresiona,
como el espectáculo de la muerte,
su escenificación, su secuencia.
Seguramente
aceptaríamos mejor el fin
si conociéramos los pasos
del desenlace
Y si, por una gracia añadida,
pudiéramos participar en ellos

Locas facciones
del organismo invisible
se presentan al despertar.
Simplemente, silenciosamente
como piezas metálicas
que vienen a encarcelar el ánimo
y, gradualmente,
todo asomo de bienestar
o amor por permanecer.
Son como planchas autónomas,
Capaces por sí mimas,
De su implantación
y del daño involuntario
que, sin embargo
acumulan con su duración.
Atacantes ciegos
sin localización precisa.
Sólo son nombrables
Por sus efectos.
O, mejor, por la sombra cambiante
De sus destinos quimioterápicos,
en inenarrable
congregación.
Ninguna cadena puede pormenorizarlos
Lógicamente.
Siendo sólo sus efectos sombríos
quienes determinan, borrosamente,
la extensión completa
y profundidad del malestar
Efectos que disuaden
al cabo, de su origen.
Desconectada su posible secuencia,
sorda y ciega a la razón
clínica, a la razón de la razón.
