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Escrito por

Sergio Ramírez

Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942). Premio Cervantes 2017, forma parte de la generación de escritores latinoamericanos que surgió después del boom. Tras un largo exilio voluntario en Costa Rica y Alemania, abandonó por un tiempo su carrera literaria para incorporarse a la revolución sandinista que derrocó a la dictadura del último Somoza. Ganador del Premio Alfaguara de novela 1998 con Margarita, está linda la mar, galardonada también con el Premio Latinoamericano de novela José María Arguedas, es además autor de las novelas Un baile de máscaras (1995, Premio Laure Bataillon a la mejor novela extranjera traducida en Francia), Castigo divino (1988; Premio Dashiell Hammett), Sombras nada más (2002), Mil y una muertes (2005), La fugitiva (2011), Flores oscuras (2013), Sara (2015) y la trilogía protagonizada por el inspector Dolores Morales, formada por El cielo llora por mí (2008), Ya nadie llora por mí (2017) y Tongolele no sabía bailar (2021). Entre sus obras figuran también los volúmenes de cuentos Catalina y Catalina (2001), El reino animal (2007) y Flores oscuras (2013); el ensayo sobre la creación literaria Mentiras verdaderas (2001), y sus memorias de la revolución, Adiós muchachos (1999). Además de los citados, en 2011 recibió en Chile el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso por el conjunto de su obra literaria, y en 2014 el Premio Internacional Carlos Fuentes.

Su web oficial es: http://www.sergioramirez.com

y su página oficial en Facebook: www.facebook.com/escritorsergioramirez

Foto Copyright: Daniel Mordzinski

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III. El destino ciego

¿Es legítima o no la participación creativa del lector? Lo es. Leer un texto literario es ya un acto creativo, algo que Julio Cortázar llamaba el papel del "lector hembra". Y el padre de Cortázar, ya sabemos, fue Borges. Pero hoy se va aún más allá respecto a Borges.

/upload/fotos/blogs_entradas/borges_ramirez_med.jpgEn un artículo de principios de este año en The New York Times, titulado "Borges y el futuro predecible", Noam Cohen alega que el autor de Historia de la eternidad es el padre del intertexto, y el hombre que descubrió Internet en su cabeza, antes de que ésta se hiciera realidad. Cohen cita a autores contemporáneos, como Humberto Eco, que respaldan esta afirmación, o Perla Sassón-Henry, quien en su libro Borges 2.0: del texto a los mundos virtuales, analiza la conexión entre los medios electrónicos "descentralizados" como YouTube, los blogs y la Wikipedia, con los cuentos de Borges en los que el lector es un participante activo; lo llama "alguien del mundo antiguo con una visión futurista". Y un libro de ensayos publicado este año por la Universidad de Bucknell sobre el mismo tema, se llama precisamente Cy-Borges.

No hay duda que Borges imaginó las enciclopedias infinitas y las librerías infinitas, que se parecen a Google y a la Wikipedia, e imaginó a los seres de memoria infinita, como Funes el memorioso. Nunca puso los dedos sobre el teclado de una computadora, ni movió un ratón debajo de su mano, pero todo estaba ya en su mente, dispuesta precisamente a la idea de lo infinito, y de lo asombroso.
No creo, sin embargo, que hubiera dejado que alguien interviniera en cambiar el destino de sus personajes. El destino ciego, en manos de un escritor ciego capaz de tocar el universo, no podía quedar sujeto a las votaciones.

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29 de diciembre de 2008
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II. La tiranía personal del escritor

Las novelas que se resuelven por medio de una votación democrática, como es el caso de la wovel, o "redonovela", me recuerdan a las de Charles Dickens, que se publicaban por entregas en los periódicos y en las revistas, como solía hacerse en el siglo XIX, en cuerpos especiales, de donde viene el término folletín, o folletón.

/upload/fotos/blogs_entradas/charles_dickens_1_med.jpgCuando El almacén de antigüedades se publicó semanalmente entre 1840 y 1841, en Master Humphrey´s Clock, una revista propiedad del mismo Dickens,  todo el mundo quería saber qué iba a ocurrir con la dulce y desdichada Little Nell Trent, víctima de las maldades del enano Daniel Quilp. Dickens habría de recibir entonces centenares de cartas de los lectores para que salvara a la niña, a punto de sucumbir ante la muerte. Lo meditó. Y en sus paseos solitarios junto al Támesis, decidió que debía morir. Sabía que los finales felices, son los más fáciles en la literatura, aunque contenten más al lector.

Por tanto, Dickens, despreciando la voluntad de la mayoría, ejerció su tiranía de escritor, y no por esto perdió lectores. Multitudes se agolpaban en los muelles de Nueva York para esperar el buque que llegaba de Inglaterra con los paquetes de periódicos donde venían los cuadernos con los capítulos de sus novelas, y la gente arrebataba los ejemplares, para leerlos en el mismo muelle.

A ver qué dicen ustedes: ¿Democracia, o tiranía?

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26 de diciembre de 2008
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I. Novelas democráticas

El tiempo en que el lector puede intervenir en una novela, y modificarla, ha llegado ya. Y el asunto es democrático, porque se decide a través de una votación. Se trata de la wovel o web novel, la novela de la web, que si queremos traducir el término al español, sería algo así como "redonovela", la novela de la red. De acuerdo con la información del sitio Underland Press, es así como el asunto funciona:

Cada semana,  el autor coloca un fragmento de su novela en el sitio, un fragmento que debe ser lo suficientemente largo para que a trama de su contenido logre interesar al lector, y lo suficientemente corto para que alguien pueda leerlo en su cubículo de trabajo sin despertar sospechas de distracción en sus tareas. Al final, el autor debe dejar abiertas interrogantes tales como: ¿mata la heroína a su amante porque la ha traicionado, o se arrepiente a última hora? ¿Agarrarán los zombis al soldado de fortuna que huye de ellos en medio de la selva?

Los días lunes se abre la votación sobre el texto, y los votos se reciben hasta el día miércoles. El autor tiene jueves y viernes para cerrar el fragmento de acuerdo a la decisión mayoritaria de los lectores, y el lunes el texto ya debidamente completado aparece en el sitio. Cuando el relato haya llegado a su final, habrá sido modificado a cada paso por la opinión de los lectores expresada a través de sus votos.

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23 de diciembre de 2008
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IV. Los paquetes mágicos

Arroz, frijoles, aceite de cocinar, ya dijimos. Los paquetes llevan también azúcar, salsa de tomate, algunos cereales, otros pasta. La noticia de la prodigalidad de la pareja gobernante, que entrega los paquetes detrás de la barrera, cunde. Las filas avanzan lentamente, los remojados que llegaron de primeros, y que ya se orean, alcanzan por fin su premio. Pero las novedades que llegan a los que aguardan atrás, y más atrás, son desesperantes. ¿Alcanzará para todos?

/upload/fotos/blogs_entradas/los_paquetes_med.jpgEmpiezan los gritos, los reclamos, los empujones, el desorden. Los antimotines se alertan. Otras vez regresan las ambulancias a recoger a las víctimas de sofocación, hipotensión, hipoglucemia, insuficiencia respiratoria. Muchos se creen ya sin "gorra". Furia y desesperación.  Ya no hay filas ordenadas, sino un amotinamiento general. Los vidrios del primer piso del Palacio de los Pueblos saltan el añicos. ¿Llegar hasta el altar donde la pareja reparte pacientemente los paquetes a cada demandante? La tarea parece ahora lejana e imposible, y los robocops  vestidos de oscuro, cascos y petos y escudos, vigilan atentos, bastón en mano. Si no hay docilidad, no habrá "alimentos para el pueblo".

Un lustrador de calzado que se gana la vida ejerciendo su trabajo en el Parque Central, vecino al Palacio de los Pueblos, dice: "estos juegan con el hambre del pueblo, yo por eso compro mi arrocito en la venta de mi barrio, aunque para eso tenga que trabajar todo el santo día,  y  así no vengo a hacer fila aquí, para que me asareen".

Asarear, en nicaragüense, quiere decir avergonzar, humillar. Tomen nota. 

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22 de diciembre de 2008
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III. Las mangueras providenciales

Las mangueras de las cisternas son puestas en acción, y la lluvia de agua comienza a caer sobre la multitud que espera por su "gorra" este 7 de diciembre, día de la Gritería, la fiesta tradicional donde la regla es dar, y recibir. El oficial del Cuerpo de Bomberos adscrito al Ministerio de Gobernación que ha acudido al mando de las cisternas encargadas de "refrescar" a los miles que esperan por su paquete de alimentos, explica que se trata de "una técnica común que se usa en caso de desordenes masivos. Nosotros tiramos agua para bajar la temperatura que había en el ambiente".

Es la misma técnica que se usa con el ganado expuesto a pleno sol cuando espera ser pesado antes de los remates. Se le rocía con abundante agua, y también se le provee de raciones de sal para que no pierda peso en la balanza.

El agua providencial de las mangueras cayó sobre los adultos, y sobre los niños, que, empapados de pies a cabeza, siguieron esperando. ¿Qué otro remedio que esperar? Lo que iba a repartirse era comida, lo que falta cada día en las casuchas de cartón y latas viejas adonde las familias debían regresar.

Por fin, a las 7 de la noche, la pareja presidencial apareció detrás de las barreras custodiadas por guardaespaldas y policías antimotines vestidos como para las guerra de las galaxias,  con viseras y escudos, para iniciar la ceremonia del reparto en nombre de la Virgen María, elevada en su trono de nubes de papier maché, sobre el lujoso altar mandado a construir por el gobierno de la familia Ortega.  

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19 de diciembre de 2008
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II. Agua para los sedientos

Acudieron a la repartición organizada frente al Palacio de los Pueblos, los menesterosos de los barrios marginales en su mayor parte, porque ansiaban recibir la anunciada "gorra" de alimentos básicos que sólo pueden comprar tras una difícil rebusca de cada día, hurgando en los basureros para separar envases plásticos o de vidrio, o chatarra que poder vender, ofreciendo en los semáforos toda suerte de mercancías bajo el rigor del sol, aún agua en bolsas plásticas, o animalitos del monte que huyen de los pavorosos despales, carretoneros de acarreo que arrean los tiros de escuálidos caballos por las calles de la capital.

Acudieron en masa, e hicieron fila desde el mediodía, aún cuando la repartición anunciada no empezaría sino a las siete de la noche Largas filas, ansiosa la gente, familias enteras, madres con sus niños de pecho, las horas avanzando, y el sol pegando duro, las filas cada vez más nutridas, más largas. Calor, sed, sudor. Inquietud, desesperación.  Desmayos. Las ambulancias entran a través de las vallas de policías antimotines para llevarse a los desvanecidos.

Pero a alguien se le ocurre una idea mejor: hay que llamar a los bomberos para que traigan sus cisternas, y rociar con las mangueras a quienes esperan por los paquetes que van a ser repartidos. Hay que refrescarlos. 

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18 de diciembre de 2008
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I. Una fiesta para regalar

La fiesta de la Purísima que se celebra a partir de las 6 de la tarde del 7 de diciembre cada año en Nicaragua, fue creada por los padres franciscanos en la ciudad de León en la primera mitad del siglo XIX, y con el tiempo se extendió as todo el país. Es la celebración religiosa que mejor encarna la tradición popular nicaragüense, y tiene un acento solidario, cada vez más extraño en estos tiempos de exaltación del egoísmo. Es una fiesta de dar. De repartir, y recibir. La gente entra a las casas donde se han levantado altares con la imagen de la Virgen, al grito de "¿quién causa tanta alegría?, y el grito de júbilo es respondido por otro: "¡La Concepción de María!". Y los participantes en esa romería reciben de los dueños de la casa frutas y golosinas, lo que se llama "la gorra". Cuando la jornada de visitas a los altares termina a medianoche, los más afortunadas han llenado sacos enteros con todo lo que han recibido de regalo.

Este año la Gritería fue como todos los años, sólo que "la gorra" disminuida por la pobreza y las dificultades económicas, no por la voluntad de regalar. Pero también se agregó a la fiesta de la Purísima el matrimonio Ortega, que convocó a los habitantes de Managua a presentarse frente al Palacio Presidencial, rebautizados por ellos dos como "Palacio de los Pueblos", para recibir su gorra: un paquete con arroz, frijoles, aceite de cocinar...ya les cuento lo que pasó. 

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17 de diciembre de 2008
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IV. La voz y la lengua de un país están en juego

También se halla en la lista de los sometidos a represión, porque el poder trata de silenciarnos, el periodista Carlos Fernando Chamorro, que denuncia con firmeza en su programa de televisión los actos de corrupción amparados en el poder. Víctima de un linchamiento judicial, le echaron encima a unos fiscales que descerrajaron las puertas de sus oficinas, las tomaron por asalto, y se llevaron secuestrados archivadores y computadoras, y no terminan de decidir qué clase de delitos van a inventarle para someterlo a juicio.

/upload/fotos/blogs_entradas/carlos_martnez_rivas_med.jpgHan empezado con un prólogo, sé, lo dije, que seguirán con mis libros, al menos si nadie los detiene. Triste amenaza la de cortarle la lengua a un escritor, en un país de escritores, donde siempre ha reinado con majestad la poesía. Y al querer cortarme la lengua a mí, se la cortan de paso a Carlos Martínez Rivas, que iba a ser conocido, por fin, por miles de miles de lectores en España.

No es sólo mi voz, ni mi lengua, ni son sólo mis libros, sin embargo Es la voz y la lengua del país la que está en juego. Está en juego si Nicaragua será en adelante un país silencioso, de ciudadanos sometidos al miedo, o si será un país democrático, donde todo el mundo pueda expresarse, decir lo que quiere, en público y en privado, escribir sin miedo, salir a las calles a protestar sin temor a palos y pedradas. Un país donde el voto de los ciudadanos sea contado con transparencia, o un país donde la regla sean los fraudes electorales.

"Ningún gobierno puede arrogarse la potestad de vetar o prohibir la palabra de un escritor, y un acto semejante no puede calificarse sino de totalitario", dice el manifiesto donde se condena esta afrenta a la libertad y a la literatura, encabezado con las firmas de Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Fernando Savater, Carlos Monsivais, Tomás Eloy Martínez y Juan Gelman. Y librarnos del totalitarismo sólo será posible defendiendo la lengua del filo del cuchillo.

Voy a defender mi palabra con las palabras. La mía, y la palabra de los demás.  

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16 de diciembre de 2008
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Horno al rojo vivo. Prólogo censurado a la antología de Carlos Martínez Rivas

A la hora del desayuno de mis tiempos oficiales en el gobierno de la revolución ya estaba allí el correo de Carlos Martínez Rivas como si una mano invisible lo hubiera dejado sobre la mesa: un sobre de manila que había tenido antes otro uso, rotulado con su letra escolástica, firmes y elásticos arabescos de tiempos de empatador y tintero que enlazaban con sus rúbricas, como virutas, unas palabras con otras. Caligrafía de alumno díscolo del Colegio Centroamérica de Granada junto al Gran Lago de Nicaragua, mimado de los jesuitas, sobre todo del poeta navarro Ángel Martínez Baigorri, su mejor maestro, y mimado de las musas. Dóctor, se dirigí a mí en el sobre, o Doktor. Él era the poet, nada más el poeta.

Ya estaban allí también los informes oficiales, los recados tempraneros, los partes y las tiras de telex que ya no existen más, pero la avidez me llevaba de primero a rasgar el sobre de Carlos para encontrar, sino era otra vez su testamento ológrafo, porque varias veces fui su heredero universal honorífico y legatario otras tantas veces de su biblioteca, disposición esta última que llegó a anular bajo el temor, sic, de que "la convertiría en una biblioteca popular", sus poemas aún envueltos en el dorado calor del horno: madeleines para mojar en la taza de te de tilo a la hora del asma en Combray, croissantes para comer de pie junto a la barra en los desayunaderos de piso cubierto de aserrín de la rue Monsieur-le-Prince, muy al alba aguardentosa, hora de la alta resaca, mareo nostrum, los tiempos aquellos  en que Octavio Paz lo recuerda aparecer entre los amigos de la inquerida bohemia con una guitarra y una botella llena de ron.

Su casa de Managua en el barrio de Altamira, uno de esos colmenares construidos después del terremoto, era como una panadería. Aunque alguien dijera por allí, quizás nosotros dos mismos conversando en eterna risa que ya traíamos muertos de risa desde los años ejemplares que compartimos en la década de los setenta en Costa Rica, que él llamaba con risa Costa Risa, encerrados en mi oficina burocrática de San Pedro de Montes de Oca, o en su celda monacal del falso Hotel Sheraton de la Avenida Central de San José, nombre ampuloso para un albergue de media mala muerte que sus propietarios chinos habían inscrito en el registro de marcas y no había trasnacional del mundo que pudiera quitarles, o como una ocurrencia más de aquellas de las tertulias de anochecer discutiendo literatura con José Coronel Urtecho a la luz de lámparas tubulares en el corredor con barandas de la hacienda Las Brisas que daba al Río Medio Queso anegándose en tinieblas, aunque alguien dijera, digo, cualquiera de nosotros dos, que más que una panadería se trataba más bien de una cueva, la cueva de Altamira con sus bisontes en la pared y el minotauro hidrópico que era él mismo paseándose en pelota entre esos muebles que no eran de hogar, sino de oficina de impuestos porque casa y muebles se los había proveído el gobierno, para qué más servía una revolución sino para amparar a un poeta, acaso sobre su desnudez una robe de chambre amarilla como una capa pluvial esponjándose en el aire tibio de la mañana. Y el espejo y la navaja de afeitar cruzados sobre la bacía llena de espuma de jabón. Cueva, o torre.

A esa puerta de la panadería de Altamira en la Managua que hervía a cuarenta grados centígrados llamó Graham Greene un mediodía de los dichosos años ochenta y el panadero barrigón en robe de chambre amarilla, válgame Dios, pelo hirsuto y labios tumefactos, abotagado de gin barato como aquel de la Fábrica Nacional de Licores de Costa Rica, comprado por cuartas en el Chellez Bar y que sabía a Pinesol, no le quiso abrir, y our man in Managua se quedó en el porche donde crecía feraz, el monte. La zarza ardiendo. Llamó con mejor suerte Mario Vargas Llosa, suerte que conocía a Blanca Varela y tuvo entonces entrada, y en la boca del horno le propuso al fauno comprarle su tomo crítico de las cartas de Flaubert, un viejo Flammarion de postguerra, y no se lo quiso vender, ni por todo el oro del mundo, me dijo luego esponjando en orgulloso disgusto la boca.

Por nada del mundo vendería tampoco la reproducción de la foto de Baudelaire, obra de Nadal, fijada con chinches al estante, pero quién quita un día de estos se la roban, como tantas cosas que desaparecen aquí, en toda fábrica de pan ocurre, se roban los huevos, la mantequilla. Hasta los moldes. Tanto derelict (palabra suya preferida=a social outcast, vagrant) rodeando a su dioscuro coronado de pámpanos, pululando ya de noche entre los sacos de harina, hurgando entre los desperdicios, un cardumen de gorgojos que busca pedacitos de gloria, fragmentos brillantes dispersos por el piso sin barrer, y a quienes el panadero de barba entrecana, una barba de días, gozoso de su papel, dirige como si se tratara de las pulgas amaestradas de un circo venido a menos.

En ese cuarto  ¾la alacena¾  están los libros en sus estantes y los viejos periódicos arpillados en mesas y en el piso donde andan los gatos, el viejo Poe que bota a su paso pelambre, el primero. ¡Amontillado! ¡Quién tuviera a su disposición un barril de amontillado aunque fuera en el rincón de la escena de un crimen! Huele por doquier a alcohol derramado, a orines estancados, a materia fecal, a desperdicios de cocina; pero aquí en la alacena toda la materia prima es apetitosa, aceite, harina, azúcar, sal: son los libros sabios y suculentos que uno siempre quisiera leer, libros citables, precisos, suficientes para confeccionar las hogazas de pan que se sirven en la fonda de Henry Fielding (Tom Jones, expósito, Libro I, Capítulo 1): los formidables portables de Penguin, ese Edmon Wilson, por ejemplo (y se colocaba imaginariamente el tomo bajo el brazo, dando un orgulloso paseo). O el sólido bollo, harina y levadura, que es Judas the obscure de Thomas Harding, y qué me decís de Sons and Lovers de D.H. Lawrence, ¿y Der Tod des Vergil, de Hermane Broch?, la muerte de Virgilio, no menos que la otra muerte, La muerte en Venecia, Der Tod im Venedig de Thomas Mann, y Dirk Bogarde sudando en la barbería funeraria bajo el maquillaje espectral. Una pronunciación espaciada, declamatoria, de cada título, el goce sapiente de cada palabra, como lo haría seguramente en las tertulias de cinco de la tarde Alexander Pope conversando con Orlando, el caballero-mujer de Virginia Wolf.

Libros arrastrados en el aluvión de su vida, piedras, lodo, amores perdidos, guitarras despanzurradas como aquella su guitarra en bandolera con la que lo vio llegar Octavio Paz, Carlos trastejando las cuerdas en el bar ya sin clientes del Hôtel des Etats-Unis, y otros amaneceres con Blanca Varela, y  Fernando de Szyslo, y Julio Cortázar, y Ernesto Cardenal,  todos juntos en aquella mesa del fondo que se aleja en un zoom inverso hasta que el obturador de la cámara se cierra en oscuridad, eternos desconsuelos, rencores de bolero, él, que como San Juan de la Cruz lloraba por verse postergado, (a ti te premian, a mi me plagian, le dijo en un poema a Octavio Paz), manías persecutorias, desprecio fementido de la fama.

Lecturas insuficientes: no hay lecturas suficientes, Doktor, porque ser sabio del todo sería como la muerte según el Doktor Faustus de Thomas Mann. Libros metidos en cajas de leche condensada para atravesar el mar, handle with extreme care, y los que se quedaron perdidos en París, y los otros abandonados en el apartamento de Argüelles en Madrid cuando fue el consejero cultural de la Embajada de Nicaragua que deambulaba por los bares hasta las claras del alba, y los que reposan aún en una oscura bodega en Los Ángeles, California, en espera del regreso de su dueño, el empleado de aduana marítima, puntual cuando no estaba en las cantinas, de corbata y cuello duro, mangas cortas, un clerk, como Rosseau el aduanero de los leones apacibles en azul nocturno. Igual a como vestía cuando lo conocí en León en tertulia improvisada, en la casa de Edgardo Buitrago en mayo de 1964, yéndose ya a España a asumir su puesto en la embajada, y yo a Costa Rica a asumir el mío en el Consejo Superior Universitario Centroamericano, clerk=la persona que realiza tales funciones como llevar registros y atender correspondencia, el clerk (oficinista) que guarda en una gaveta del escritorio el libro que lee furtivamente, talvez las poesías escogidas de William Blake, talvez las de Emily Dickinson: At last, to be identified!/At last, the lamps upon thy side/The rest of life to see! (¡Al fin, ser identificado! ¡Al fin las lámparas a tu lado, lo que queda de vida para ver!)

Después, en esa casa de Altamira, la cueva que fue panadería, estaban las sartenes, colocadas en orden, donde esperaban para entrar al horno los textos en proceso (work always in progress). Se ve lo que no se toca. Carpetas rotuladas con plumones violeta, negro, marrón, a las que nadie puede asomarse, y sin embargo, todo mundo se asoma, todo mundo se siente en esta feria con el derecho de secuestrar esos manuscritos (mecanoscritos) para llevárselos como souvenirs, travestis sin fortuna, efebos indefensos como aquel del dormir plácido en el sótano del Louvre, erinnias mal disfrazadas de monjas, o peor, de vedettes, o de vampiresas, putillas, poetillas: si no estuviera el otro. El difuso terco mundillo del amanecer. La pululante línea de la imperfección y el anonimato...

Y finalmente el horno, la máquina de escribir, seriamente colocada sobre el escritorio de contador segundo, frente al sillón de vinilo estacionado a la distancia precisa. Su firma al pie de cada poema, cmr. La manía cmr ha llegado a consistir en sus constantes denuncias contra los tipógrafos primero, y las operadoras de computadora al acabarse los tipógrafos, porque cometen demasiados errores y arruinan los textos ¡La fatalidad de una letra trastocada, de la línea de un verso mal cortada, traiciones a la fidelidad! De modo que las cuartillas salidas de la máquina, y tecleadas con primor maniático¾a veces con subrayados en rojo (llegó la hora en que esas cintas de máquina de dos colores dejaron, alas, de existir) iban directamente a la plana del suplemento literario, fotografiadas en vivo. Si es que iban, porque había aún una mejor manía, la de negarse a publicar sus poemas.

Pasaron los años. El horno, con su rojo fulgor de infierno, aventando chispas por la boca que traga las sartenes, no hay modo que no siga encendido en la cueva desierta del panadero que toda la vida pasó aprendiendo a actuar, a vivir, a beber como Baudelaire, la perfomance de su vida que fue toda su vida. Suyo el rescoldo del absintio, suya la resaca del ajenjo que tiñen de verde las llamas del horno y el cielo del paraíso, infierno de cielo. Un ensayo de infierno. Ensayo con trajes, hoy, general rehersal, y la gran gala, poet, suspendida por fuerza mayor. Pan duro, duro aprendizaje. La última sopita. La cama final de la sala J del Hospital Militar de Managua.

El coche funerario arrastrado por la pareja de caballos enclenques de cabezas empenachadas y los lomos cubiertos por un velo negro como de mosquitero, va por la Calle Real de Granada mientras los transeúntes se alinean extrañados en las aceras porque detrás la banda militar toca marchas dolientes. Y no hay manera que se aparte de la cabeza del muerto eximio el recuerdo implacable de su madre endeudada que se suicidó porque había dispuesto de las joyas que el Monte de Piedad le confiaba para colocar, sólo para que el hijo se hiciera poeta en París, el hijo pródigo, el hijo prodigio.  Y la edición príncipe de un mil ejemplares de La insurrección solitaria, su único libro que siempre crecía o disminuía, según el caso, que se trajo de México casi íntegra y se comieron la humedad y las polillas en la bodega de un beneficio de café de la hacienda de un pariente suyo, cercana a Managua. ¿Hay un ataúd que clavan con gran prisa en alguna parte? Ce bruit mystérieux sonne comme un départ...

Y vestido ya para la gran gala, según la foto de Nadal, mantos y mangas de mujeres lo depositan en la obscura y helada tumba que se buscó. Y que viene a ser lo mismo según su San Malcolm Lowry y el mío, la oscura tumba donde yace mi amigo.

[El Gobierno de Nicaragua veta a Sergio Ramírez]



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15 de diciembre de 2008
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III. Albañales rebalsados

A quienes protestan en las calles porque reclaman frente al fraude electoral practicado con todo descaro en las elecciones del pasado 9 de noviembre, se les reprime en Nicaragua por medio de turbas armadas de palos y de piedras; a quienes se pronuncian en contra de los actos a veces impredecibles, y a veces no, del comandante Ortega y de su esposa, se les cubre de injurias y calumnias en los medios oficiales, lodo, escupitajos verbales, huevos podridos. A los que escribimos, se nos reprime con el silencio.

/upload/fotos/blogs_entradas/la_escritora_gioconda_belli_med.jpgPero no se trata solamente de mí, porque no soy el primero, y desgraciadamente no seré el último. A Carlos y Luis Enrique Mejía Godoy, que crearon la música de la revolución, se les niega los derechos de autor sobre sus canciones, bajo el alegato estalinista, desaforado, de que esas canciones quien las compuso es el pueblo, y ellos sólo fueron intermediarios, o amanuenses, de la inspiración popular. A Ernesto Cardenal, el poeta nicaragüense vivo más importante de Nicaragua, lo condenaron como culpable de injurias y calumnias en un juicio impostado. A Gioconda Belli, que acaba de recibir el premio Sor Juana Inés de la Cruz en la Feria del Libro de Guadalajara, la enlodan todos los días con diatribas soeces que parecen brotar de manera interminable de un albañal rebalsado.

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12 de diciembre de 2008
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