Skip to main content
Escrito por

Sergio Ramírez

Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942). Premio Cervantes 2017, forma parte de la generación de escritores latinoamericanos que surgió después del boom. Tras un largo exilio voluntario en Costa Rica y Alemania, abandonó por un tiempo su carrera literaria para incorporarse a la revolución sandinista que derrocó a la dictadura del último Somoza. Ganador del Premio Alfaguara de novela 1998 con Margarita, está linda la mar, galardonada también con el Premio Latinoamericano de novela José María Arguedas, es además autor de las novelas Un baile de máscaras (1995, Premio Laure Bataillon a la mejor novela extranjera traducida en Francia), Castigo divino (1988; Premio Dashiell Hammett), Sombras nada más (2002), Mil y una muertes (2005), La fugitiva (2011), Flores oscuras (2013), Sara (2015) y la trilogía protagonizada por el inspector Dolores Morales, formada por El cielo llora por mí (2008), Ya nadie llora por mí (2017) y Tongolele no sabía bailar (2021). Entre sus obras figuran también los volúmenes de cuentos Catalina y Catalina (2001), El reino animal (2007) y Flores oscuras (2013); el ensayo sobre la creación literaria Mentiras verdaderas (2001), y sus memorias de la revolución, Adiós muchachos (1999). Además de los citados, en 2011 recibió en Chile el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso por el conjunto de su obra literaria, y en 2014 el Premio Internacional Carlos Fuentes.

Su web oficial es: http://www.sergioramirez.com

y su página oficial en Facebook: www.facebook.com/escritorsergioramirez

Foto Copyright: Daniel Mordzinski

Blogs de autor

La otra Guatemala vuelve por la democracia

Bernardo Arévalo, un académico de tranquilo talante que se graduó como sociólogo en la Universidad Hebrea de Jerusalén, y obtuvo su doctorado en antropología social en la Universidad de Utrecht, fue electo presidente de Guatemala el domingo 20 agosto de este año, y debe prestar juramento de su cargo el domingo 14 enero del año entrante. Un largo e inusual periodo de más de cuatro meses, propicio a la conspiración de que está siendo víctima, pues hay oscuras fuerzas concertadas para impedirle llegar a asumir el cargo que los electores le confiaron por una abrumadora mayoría de votos.

Que un académico que habla delante de los micrófonos como si se hallara en un aula de clases y no en un plaza pública, lejano a la demagogia y a los usuales actos de corrupción, sea el nuevo presidente de Guatemala, si acaso el golpe de estado continuo que le han montado termina fracasando, vendrá a resultar extraño. Lo común es lo contrario. El mejor antecedente del actual gobernante, Alejandro Giammattei, implicado él mismo en la conspiración para frustrar la presidencia de Arévalo, es haber sido jefe del sistema penitenciario, sucesor de Jimmy Morales, un mal cómico de la televisión; para no hablar de los generales sanguinarios que, como Efraín Rios Montt, profeta de la Iglesia Cristiana del Verbo, fueron juzgados por genocidio.

La marca del ejercicio del poder ha sido en Guatemala la violación constante del estado de derecho, el control espurio de las instituciones, el encarcelamiento de periodistas, como el caso de Rubén Zamora, director de El Periódico, la persecución contra jueces, fiscales, y procuradores de derechos humanos decididos a cumplir su papel legal, muchos forzados al exilio.

Y ese poder es manejado desde las sombras por una logia feudal unida por lo que se conoce como “el pacto de corruptos”, y tras la que se ocultan viejos oligarcas de horca y cuchillo, capos del crimen organizado, militares en retiro participes de represión en décadas anteriores.

Para que Arévalo no pueda asumir la presidencia han intentado toda suerte de artimañas escandalosamente burdas, usando como instrumentos a los fiscales Consuelo Porras y Rafael Curruchiche, y al juez penal Fredy Orellana, sancionados por el gobierno de Estados Unidos. Sus acciones han ido dirigidas a anular la personería jurídica del partido Semilla, que llevó como candidato presidencial a Arévalo; a anular los resultados electorales, mandando secuestrar urnas e intervenir al poder electoral, mientras la Corte Constitucional y la Corte Suprema de Justicia vacilan frente a estas maniobras o se prestan a ellas, una colusión de la que también es parte la cúpula del Congreso Nacional.

En estas condiciones, las posibilidades del presidente electo de prestar juramento serían nulas si no fuera porque la otra Guatemala, sometida y olvidada, ha venido en rescate de la democracia: los pueblos indígenas de ascendencia maya, quichés y cachiqueles, que representan el 60% de la población, victimas seculares de la opresión y la discriminación, y de campañas de exterminio como la que llevó adelante en la década de los ochenta el general Ríos Montt, cuando aldeas enteras fueron borradas del mapa con todos sus habitantes, enterrados en fosas comunes.

“Los 48 Cantones y las Autoridades Ancestrales de los Pueblos originarios y sus 22 representantes”, constituidos en “Asamblea de Autoridades de los Pueblos en Resistencia para la Defensa de la Democracia”, con sus “principales” a la cabeza, alcaldes de vara, consejos de ancianos y alguaciles, han bajado desde sus comunidades lejanas a la ciudad de Guatemala, han trancado las carreteras, han tomado las calles de manera pacífica y han organizado plantones frente a la fiscalía y los tribunales exigiendo que se respete la constitución del país; y han logrado sumar en su protesta a estudiantes, sindicatos, comerciantes de los mercados, y amplios sectores de la clase media.

Las autoridades ancestrales cuidan tradicionalmente de la paz y el bienestar de sus comunidades, del buen uso de las tierras comunales, protegen los bosques y las fuentes de agua, y se ocupan de la limpieza y ornato de calles y cementerios; pero en años recientes han sido protagonistas de campañas de resistencia ante leyes que atentan contra el medioambiente, o que pretenden eximir a los militares responsables de genocidio. Y ahora se han levantado en defensa de la democracia, reclamando que se reconozca el triunfo del presidente electo, y que se destituya a los funcionarios judiciales que se prestan al juego del “pacto de los corruptos”.

“Hordas de indios salvajes que han bajado a tomarse la capital”, dicen los voceros de las organizaciones de extrema derecha, parte del “pacto de corruptos”. El alcalde de la comunidad Juchanep, quien representa a los 48 Cantones indígenas, empuña la vara de mando que representa su autoridad, y no vacila en responder: “nosotros estamos aquí por una obligación moral, no representamos poder, representamos autoridad…y no permitiremos que Guatemala caiga en un gobierno de facto, en una imposición”.

Si el 14 de enero el presidente electo Bernardo Arévalo logra asumir el poder que el pueblo le otorgó en las urnas, como debemos confiar que así sea, será porque la otra Guatemala, la de los cantones indígenas, ha resistido, sin poder, pero con autoridad.

Leer más
profile avatar
7 de diciembre de 2023
Blogs de autor

Los pliegues ocultos de la dulce cintura de América

 

El nombre científico del banano es musa paradisiaca. Una musa que se pudre si le faltan los cuidados adecuados, desde que el racimo es cortado de la mata, es transportada luego por barco en bodegas refrigeradas, y necesita de cámaras de maduración hasta que llega a los supermercados.

Sam Zemurray era un inmigrante judío de Besarabia que a los 18 años compraba en el puerto de Nueva Orleans los bananos que llegaban de Honduras pasados de madurez, para fabricar vinagre, y se le ocurrió que el mejor negocio estaría en cultivarlos. A los 21 años había hecho suficiente dinero como para comprar un vapor viejo en el que viajó a Honduras en 1910, y adquirió 20 kilómetros cuadrados de tierras junto al río Cuyamel. A su regresó contrató a una partida de mercenarios encabezados por dos personajes de película, Guy “Machine” Molony y Lee Christmas, para que armaran una tropa que ayudara a volver al poder al general Manuel Bonilla, quien vivía exiliado en Nueva Orleans tras haber sufrido en 1907 un golpe de estado.

Una vez reinstalado Bonilla en el palacio presidencial en Tegucigalpa, Zemurray fundó la Cuyamel Fruit Company que recibió exención de todo tributo fiscal, y autonomía en sus operaciones bananeras. A partir de entonces Zemurray pasaría a ser conocido como el todopoderoso Banana Man.  Un diputado, decía, resulta más barato que una mula.

Los hermanos Giuseppe, Félix y Luca Vaccaro, inmigrantes de  Sicilia,  empezaron importando cocos en 1899 desde el puerto de La Ceiba, otra vez Honduras, para crear en 1906 la empresa Vaccaro Brothers, dedicada también al banano, gracias a la generosa concesión que les otorgó el mismo general Manuel Bonilla. Y se dedicaron también a la producción de hielo para refrigerar los barcos de transporte. En 1924 crearon la Standard Fruit Company, la gran rival de la United Fruit, fundada en Costa Rica, con la que competían por el control del hielo, y terminaron triunfando porque acapararon todas las hieleras en Nueva Orleans, con lo que Giuseppe pasó a ser conocido como el Ice Man.

William Sydney Porter, cuyo nombre de pluma es O’Henry, estaba empleado como cajero del del First National Bank en Austin, cuando en 1895 fue acusado de desfalco. En la víspera del juicio huyó en un barco de carga que salía de Nueva Orleans hacia el puerto de Trujillo, Honduras, y allí escribió la novela De coles y reyes.

En el libro, Trujillo pasó a ser Coralio, y Honduras la república de Anchuria, y fue en esas páginas donde O’Henry acuñó el término “república bananera”: “en esos tiempos teníamos tratados con casi todos los países extranjeros excepto con Bélgica y aquella república bananera de Anchuria…”, dice el narrador.

El cónsul de Estados Unidos en Honduras, en arranque se sinceridad, escribía en 1917: “…el territorio controlado por la Cuyamel Fruit Company es un estado en sí mismo, dentro de otro estado…alberga a sus empleados, cultiva plantaciones, opera ferrocarriles, terminales, líneas de vapores, sistemas de agua potable, plantas eléctricas, comisariatos, clubes…”

La historia, que se repite en Centroamérica con aterradora constancia, ha quitado preeminencia al banano, y le ha dado la compañía de diversas agroindustrias, y concesiones mineras a cielo abierto que envenenan los ríos, acaparan el agua, y convierte en páramos los bosques. Pero el reinado supremo es del tráfico, que significa compra de diputados, jefes de policía, generales de cinco estrellas, ministros y presidentes de la república, para asegurarse la impunidad y controlar vías de transportes, pistas aéreas, puertos marítimos y aduanas. Y así hemos pasado de la república bananera al narcoestado.

Es lo que nos cuenta Carlos Dada, fundador del periódico digital El Faro en El Salvador, con prosa de novelista y rigor de cronista, en Los pliegues de la cintura, editado por Libros del K.O, y que presentamos recientemente en Madrid.

En tres de las crónicas se desnuda la intimidad del poder político en Honduras, la vieja república de Anchuria de O’Henry, con el crimen organizado: según testimonio del jefe de la banda de narcotraficantes los Cachiros, Devis Leonel Rivera Maradiaga, preso en Estados Unidos, los presidentes Porfirio Lobo y Juan Orlando Hernández, recibieron cuantiosos sobornos a cambio de facilitar las operaciones de la droga. Lobo se libró de ser juzgado en los tribunales federales, no así su hijo Fabio, que cumple condena en una cárcel de Nueva York, adonde fueron a dar luego Juan Orlando Hernández, aún bajo juicio, y su hermano Tony, diputado, condenado a cadena perpetua.

En todos las demás crónicas de Dada aparece esa Centroamérica tan actual y tan antigua de las soberanías nacionales cedidas en almoneda al mejor, o al peor postor; la corrupción que todo lo corroe, el asesinato político que ha tenido por víctimas tanto a un arzobispo hoy elevado a los altares, monseñor Romero de El Salvador, como a Bertha Cáceres, una dirigente dela etnia lempa muerta a tiros por oponerse a las explotaciones mineras en Honduras; el genocidio contra los pueblos indígenas en Guatemala; las masacres campesinas de el Mozote en El Salvador, la represión despiada contra los jóvenes en las calles de Nicaragua en 2018.

Los pliegues ocultos de “la dulce cintura de América” del Canto General de Neruda.

 

Leer más
profile avatar
1 de diciembre de 2023
Blogs de autor

Voces entre el ruido

 

En estos días de tanto ruido y tantas voces que se alzan opuestas, sin escucharse unas a otras, cuando todos tomamos partido a muerte desde que ocurrieron los actos de odioso terrorismo ejecutadas por Hamas en contra de pobladores israelíes indefensos, seguidos, como respuesta, por el castigo indiscriminado y cruel en contra de la población civil de Gaza, trato de poner el oído en tierra y escuchar a los que nadie escucha, judíos y árabes que piensan que, pese a todo, el entendimiento y al convivencia deberían ser posibles y que la guerra, lejos de representar una salida, no es sino entrar de vuelta en el mismo túnel sin fin.

“Estos ciclos de violencia no tendrán vencedores sólo derrotados. Es estremecedor. Y el que no sea derrotado militarmente acabará siéndolo moralmente”, me escribe desde Tel Aviv mi viejo amigo Shlomo Ben Ami, historiador y diplomático, por años empeñado en las negociaciones de paz, entre ellas la de Camp David en 2000.

Mucho abundan las opiniones y análisis sobre el conflicto, y más abundan las tomas de posiciones. No agregaré otros. Estas voces en las que me busco entre tanta disonancia ruidosa son extrañas porque llaman al entendimiento y la cordura, cuando pareciera que no hay más que espacio para el enfrentamiento, y que la escalada es inevitable. Ojo por ojo, diente por diente.

Daniel Barenboim, el gran director musical judío que junto con el escritor palestino Edward Said creó la orquesta West-Eastern Divan con jóvenes de ambos pueblos, escribe: “no hay justificación para los bárbaros actos terroristas de Hamás contra civiles, incluidos niños y bebés…pero el siguiente paso es, por supuesto, la pregunta: ¿y ahora qué? ¿Nos rendimos ante esta terrible violencia y dejamos “morir” nuestra búsqueda de la paz, o seguimos insistiendo en que debe y puede haber paz?”

“Estaba lamentando los asesinados por Hamás cuando me vinieron a recordar la situación de Palestina”, escribe la novelista de origen marroquí Najat El Hachmi. “Reconocí al instante este mecanismo de la dialéctica bélica: no llores nunca los muertos del enemigo. ¿Pero cómo va a ser el enemigo una gente que estaba en una fiesta? ¿Una niña llena de vida? ¿Una turista alemana? ¿Una anciana que sacan de su casa antes de incendiarla?”

 Admiro al escritor David Grossman por su vida, por su consecuencia valiente, y por su obra literaria; su hijo Uri murió en 2006 en un combate durante la segunda guerra del Líbano, y el dolor no lo hizo belicista. Ahora su firma encabeza un manifiesto de intelectuales y académicos israelitas dirigido a la izquierda en el mundo, a aquellos que se niegan a condenar, o justifican, los actos terroristas cometidos por Hamas, e incluso los celebran: “no hay contradicción entre oponerse firmemente a la subyugación y ocupación de los palestinos por parte de Israel y condenar inequívocamente los brutales actos de violencia contra civiles inocentes”, les recuerdan.

 Otro gran escritor judío, a quien admiro también, Amos Oz, no dejó de hablar un solo día, hasta su muerte en 2018, de la necesidad de la paz y la concordia entre palestinos y judíos, aún en medio de los conflictos más sangrientos. Al recibir el premio Goethe en Alemania en 2005, dijo que imaginar al otro es un antídoto poderoso contra el fanatismo y el odio. No simplemente ser tolerante con los otros, sino meterse dentro de sus cabezas, de sus pensamientos, de sus ansiedades, de sus sueños, y aún de sus propios odios, por irracionales que parezcan, para tratar de entenderlos.

 Y no se puede entender al otro sin compasión. “La humanidad es universal y el reconocimiento de esta verdad por ambas partes es el único camino. El sufrimiento de personas inocentes en ambos bandos es absolutamente insoportable”, insiste Barenboim. Y Edit Bruck, sobreviviente del campo de concentración de Auschwitz, adonde fue llevada de niña con sus padres y sus hermanos, nos dice con iluminada lucidez a sus 92 años: “soy judía, defiendo a Israel…todos esos niños, jóvenes inocentes, mujeres asesinadas, es algo espantoso, una barbarie …”. Pero agrega: “la venganza, la revancha, no sirven de nada, solo empeoran la situación”.

He querido rescatar estas voces entre el ruido que no nos deja oírnos, cuando las cerradas alineaciones políticas o ideológicas, como nos recuerda el manifiesto encabezado por David Grossman, nos hacen perder el sentido de humanidad, y el dolor humano, según de donde venga, nos empieza a parecer ajeno.  Justificamos la crueldad, o la olvidamos, cuando se ejecuta en nombre de la causa con la que nos identificamos, porque el dolor del que consideramos del lado enemigo, aunque sea un niño, deja de ser dolor. Es una manera atroz de compartimentar los sentimientos, y una manera, abierta o solapada, de odiar.

Cuando llegamos al punto de escoger a las víctimas que merecen nuestra compasión, hemos quedado moralmente tuertos. Si el niño judío asesinado en el kibutz no nos conmueve igual que el niño palestino que agoniza en el hospital de Gaza, herido en los bombardeos indiscriminados, hemos quedado tuertos y pronto quedaremos moralmente ciegos.

Hay que defenderse de quienes pretenden arrebatarnos la capacidad de compadecernos de las víctimas, nos recuerda Najat El Hachmi. Las víctimas no tienen bando.

Leer más
profile avatar
25 de octubre de 2023
Blogs de autor

La piedra de la locura

 

Esta historia puede comenzar con una escena de esas de folletín patético donde el padre desobligado, ausente siempre de la vida familiar, un rudo chofer de autobuses, maltrata al hijo al punto de levantarlo a golpes del sillón donde ve la televisión, y la madre, en lugar de ponerse del lado de su vástago humillado se convierte en cómplice de esos maltratos.

Ya adulto, el personaje se ha convertido en un solitario empedernido. Llega a tener su primera novia a los 47 años, una cantante de cumbia algo avejentada a la que conoce por Instagram, Daniela Mori, cinco años mayor, y cuyo tema “Endúlzame que soy café” había sonado tiempo atrás en la radio. Pero ella lo deja a los seis meses.

Cuando se le muere de cáncer su mastín inglés “Conán”, su único amigo, y su hijo, descubre que a través de una médium puede comunicarse con el espíritu del perro, y traspasar así la puerta iluminada hacia la otra dimensión, donde dialoga también con otros muertos ilustres, Murray Rothbard, por ejemplo, fundador del anarco capitalismo, o la filósofa Ayn Rand, autora de “La virtud del egoísmo”. Y hasta con Dios mismo habla. Ya antes había visto a Dios, pero aún no entraban en conversación. “Yo vi tres veces la resurrección de Cristo, pero no lo puedo contar, dirían que estoy loco”, declaró una vez.

La médium clarividente es su propia hermana, Karina, solterona como él, dotada de poderes esotéricos.  No cualquiera puede convencer a Dios para que acepte ser parte de un chat a través de los planos astrales.  Y Dios le comunica a su elegido, como un día lo hizo con Moisés, que tiene que ponerse a la cabeza de su pueblo para llevarlo a la tierra prometida. No debe detenerse hasta alcanzar la presidencia de Argentina.

Y está a punto de conseguirlo. Es Javier Milei, ojos centelleantes de furia y abundante cabello despeinado como una estrella caduca de rock, lo que le ha ganado el apodo de “El Peluca”. En lugar de las tablas de la ley lleva en las manos una motosierra encendida, para cortar y recortar todo hasta arrasar el bosque, tumbar el Banco Central, el Ministerio de Educación, el Ministerio de Cultura, y sobre esa tierra yerma construir el paraíso, o importarlo: “si me dan 20 años, podemos ser como Alemania y si me dan 35, como Estados Unidos",  grita en los mítines y en los platós de televisión, con lo cual nos avisa que sus planes de quedarse en el poder son muy a largo plazo, como ocurre en nuestros pagos latinoamericanos con los caudillos que se suben a las tribunas para no volver a bajarse, lleven peluca o no.

Subió de joven a los escenarios de barrio como cantante de la banda de rock que él mismo creó, cuando interpretaba sus propios temas, pero, sobre todo, hacía “covers” de los Rolling Stones. Y en 2019, ya aspirante presidencial, actuó en la pieza escrita por él mismo “El consultorio de Milei”: Sucalesca, el personaje, tiene problemas con sus finanzas, y acude a un consultorio de economía  atendido por el propio Milei, quien le explica que la razón de sus males son los economistas fracasados y los políticos corruptos; y la obra arranca con un tema punk rock: “a la mierda los malditos empresarios / A la mierda sodomitas del capital / basta de basura keynesiana / ha llegado el momento liberal...”

Proclama su adhesión sin condiciones a la venta libre de armas y al tráfico de órganos, sólo un mercado más, y sobre la venta de niños opina que "quizás de acá a 200 años se podría debatir". El estado no es sino un pedófilo suelto en un jardín de infantes, los impuestos son una rémora de la esclavitud, y entre el estado y la mafia prefiere la mafia porque tiene reglas y cumple. Y una empresa que contamina un río, ¿dónde está el daño?, reza su credo libertario. En su partido La Libertad Avanza, figurar en las listas de diputados tiene un precio en dólares.

¿Cuándo se volvió Argentina un país de los trópicos bananeros, donde hablar con los muertos, o resucitarlos, es un lugar común, porque lo asombroso no causa asombro, la brujería reina en los palacios presidenciales donde se incuban las más tenebrosas quimeras, y la piedra de la locura brilla incrustada en la frente de los tiranos delirantes?

Habría que irse a los tiempos de José López Rega, el oscuro cabo de policía que se convirtió en consejero áulico de la presidenta Isabel Perón, todopoderoso ministro de Bienestar Social que era a la vez jefe de la banda secreta la Triple A, responsable de decenas de muertes y desapariciones,  y experto en la macumba, la umbanda y el candomblé, astrólogo que leía los arcanos en el zodíaco y percibía la Luz Divina en las radiaciones de los planetas, como se muestra en su obra maestra “Astrología esotérica (secretos develados)” de 1962.

Frustración, desesperación, lo que sea, ganas vengativas de arrasar el bosque, pero los votantes se disponen a elegir a Milei, motosierra en mano. Y por lo que se ve, el espíritu de Conán correteará libremente por la Casa Rosada.

Leer más
profile avatar
11 de octubre de 2023
Blogs de autor

Para leer Allende y el museo del suicidio

Cuando ocurrió el golpe de estado contra Salvador Allende en septiembre de 1973, yo vivía en Berlín, becado como escritor por el programa de artistas residentes, y participé en la red que se organizó de manera espontánea para recibir y apoyar a los chilenos que llegaban exiliados a Europa. Entre ellos recuerdo particularmente a dos, porque nos hicimos amigos para siempre, Antonio Skármeta y Ariel Dorfman.

Antonio había ganado ya para entonces el premio Casa de las Américas en La Habana con su libro de cuentos Desnudo en el tejado, y Ariel era famoso por el libro escrito a dos manos con Armando Mattelart, Para leer al pato Donald, del que se habían hecho decenas de ediciones y traducciones.

Antonio se quedó a vivir en Berlín, y Ariel iba y venía por distintos países, buscando concertar a los exiliados, y mantener vivos los vínculos entre los miembros de su partido, el MAPU, un desprendimiento de la juventud del partido demócrata cristiano hacia la izquierda sellado en 1969. Por esos afanes suyos aparecía en Berlín para desaparecer a los pocos días, y como para entonces se había fincado en Ámsterdam, lo llamábamos el holandés errante. Tenemos la misma edad, porque nacimos ambos en 1942, y por allí comienzan nuestras afinidades.

Ahora, a los cincuenta años del golpe, Galaxia Gutenberg publica una novela de Ariel que bien podemos llamar conmemorativa, Allende y el museo del suicidio, con el subtítulo “una historia de amor y muerte”, que no sé si es agregado de la propia editorial.

Un extraño personaje, ubicuo y misterioso, Joseph Hortha, un tycoon de los de Wall Street, se propone abrir en Estados Unidos un museo dedicado a los suicidas famosos de la historia, y quiere que la última de las salas esté dedicada a Salvador Allende. Pero primero es necesario determinar si realmente se suicidó, o fue muerto por los militares que perpetraron el asalto a La Moneda.

Hortha encarga la tarea de investigación de los hechos al propio Ariel, que en la novela entra en carne y hueso, lo mismo que entra su esposa Angélica, a quien toca cumplir también un papel no menos novelesco. Y es aquí donde se abre un relato paralelo. Una galería de puertas que se abren constantemente de la realidad hacia la ficción. El autor nos va contando su propia historia, y al mismo tiempo la historia de Chile en tiempos convulsos cuando se da por fin al triunfo de Allende a la cabeza de la Unidad Popular; y, de por medio, las dilucidaciones tan tirantes, y amargas, entre los jóvenes a la hora de escoger los caminos, lucha electoral, o lucha armada.

La tensión del relato se establece entre Joseph Hortha y Ariel Dorfman, ambos como personajes. Ahora sabemos que Allende realmente se suicidó, porque así se ha comprobado mediante los estudios forenses, contrario a la versión difundida a partir del discurso de Fidel Castro del 28 de septiembre de 1973, en La Habana, donde daba por verdadero que el presidente había muerto combatiendo con el fusil que él mismo le había obsequiado. Para la izquierda revolucionaria este era entonces un asunto ontológico, muerte en combate, o suicidio. Y el suicidio no era heroico.

Pero esa verdad no estaba entonces determinada, y queda fuera de la novela, que de todas maneras precisa de la duda acerca del hecho para que pueda progresar, porque su dinámica depende las indagaciones que Ariel, el personaje, debe hacer por cuenta de Hortha, su personaje. Y la novela gana su impulso al convertirse en un thriller en el que hay testigos duales, otros huidizos, una trama indagatoria que nos permite ir conociendo los entretelones del golpe de estado, y nos introduce en las interioridades de la vida del propio Allende, en el drama que es su caída, y en la tragedia que sobreviene, asesinados, desaparecidos, exiliados.

Una novela que es también una elegía que en su treno doliente, y nostálgico, exalta la figura de Allende como héroe moral de una generación, y que es, sobre todo, el héroe personal de Ariel Dorfman, el “Chicho” de los humildes y desposeídos, el médico humanista convertido en político que creyó posible la transformación social de su país por medio de los instrumentos democráticos, y dentro del marco de la constitución; un ideal que, ya se vio, los halcones  del gobierno de Nixon, el doctor Kissinger a la cabeza, estaban lejos de compartir, como tampoco lo compartían ni Pinochet ni la cúpula militar de Chile, ni la derecha recalcitrante que incitó abiertamente el golpe, en un país donde, medio siglo después, la polarización de entonces parece hoy más exacerbada.

Esta es una novela de múltiples caminos que se cruzan y entrecruzan, y donde el lector sube y baja por distintos pisos, entrando y saliendo de los diversos planos que abre, historia patria, autobiografía, testimonio, crónica, relato periodístico, relato policiaco, todo lo cual, visto de conjunto, viene a ser la novela en el mejor sentido cervantino. Allende y le museo del suicidio es el todo y es todo, un artefacto imaginativo para entender las ocurrencias de la historia, y aprender a leer la realidad a través de la ficción.

Leer más
profile avatar
12 de septiembre de 2023
Blogs de autor

Otra puerta cerrada

He visto la fotografía que circula en las redes del padre Adolfo López de la Fuente asomándose a la puerta de la casa comunal de los jesuitas, donde vivía en Managua. Ahora, a sus 98 años, lo han expulsado de allí. Aparece como yo lo recuerdo, junto a esa misma puerta, en su papel de portero voluntario de la casa Guadalupe, situada dentro de los predios de la Universidad Centroamericana. Tras la confiscación de la universidad, acusada de terrorismo, los expulsaron a todos bajo fuerza policial.

Venía a abrir la puerta, la pequeña cruz colgando del cuello de la guayabera gastada de tanto lavarla, la barba cana, los ojos alertas tras los gruesos lentes; sonreía al verme, y casi siempre callaba. No sé si su oficio de portero se lo había impuesto él mismo, o era parte de sus obligaciones, asignadas por la comunidad. Fernando Cardenal me contaba que en la casa de los jesuitas en Medellín, uno de sus deberes era salir a comprar el pan del desayuno todas las mañanas.

Tulita, mi esposa, que trabajó cerca del padre César Jerez cuando fue rector de la universidad, y que vivía él mismo en la casa Guadalupe, recuerda que cada uno de los curas recibía su mesada, una suma modesta de dinero para sus gastos personales. Cigarrillos para quien fumara, una entrada al cine para quien quisiera ir al cine. Tengo en la memoria esa casa de Guadalupe, un tanto escondida del tráfago del campus jesuita entre árboles, amoblada con mecedoras, de las que en Nicaragua llamamos “sillas abuelita”, un pequeño televisor, un comedor como de pensión de barrio. Una casa de hombres solos y hacendosos, nadie diría que llena de eminencias académicas, con dos y tres doctorados, investigadores científicos, teólogos, sociólogos, historiadores. Humanistas.

El padre Adolfo, por ejemplo, ese que abría la puerta. Nacido en Neguri, Bilbao, estudió matemáticas e ingeniería, se especializó luego en malacología, autor del libro Moluscos de Nicaragua (Bilvalvos). Defensor de la biodiversidad, se opuso a la fallida construcción del canal interoceánico, porque devastaría la riqueza del Gran Lago, elaboró un conjunto de mapas que detallan la radiación solar en Nicaragua, 25 años consagrados a estudiar el tema.

Nunca estudié con los jesuitas. Me bachilleré en un colegio de secundaria laico, y fui a estudiar derecho a la Universidad Nacional en León, laica por excelencia, bajo el rectorado de un liberal humanista, Mariano Fiallos Gil. Los Somoza apoyaron la creación de la Universidad Centroamérica en Managua, para neutralizar a la de León, cuyo lema, creado por el rector Fiallos, era “A la libertad por la Universidad”. Pero muy pronto la de Managua se volvió un foco de agitación estudiantil igualmente candente, luego un centro irradiador de la teología de la liberación, y en abril de 2018 un refugio para los jóvenes perseguidos a muerte, bajo el valiente rectorado del padre José Idiáquez, quien vive desterrado en México.

Cuando me cerraron las puertas de mi propia alma mater, la Universidad Centroamérica me abrió las suyas, y fui acogido como si me hubiera graduado allí. La mejor universidad del país, la más abierta, la más libre, cuando todas las universidades públicas habían caído bajo el yugo monocorde de la arcaica ideología oficial.

Empecé a conocer a los jesuitas a través de Fernando Cardenal, hermano de Ernesto Cardenal, curas los dos, y con quienes conspiré para el derrocamiento de Somoza. Los castigó Roma suspendiéndoles ad divinis sus votos, y Fernando tuvo que hacer de nuevo el camino desde cero, como novicio, para ser readmitido en la orden, el primero caso en la historia de la Compañía de Jesús. A Ernesto el papa Francisco le devolvió su condición de sacerdote secular, poco antes de su muerte.

Fernando, igual que muchos jesuitas, proclamaba la teología de la liberación, en auge en América Latina en la segunda mitad del siglo pasado, convertida en los setenta en uno de los puntales ideológicos de la revolución sandinista, y en fuente de conflictos dentro de la iglesia, cuando al llegar al papado Juan Pablo II se declaró en contra de sus postulados.

Cercano fue también para mí el padre Cesar Jerez. Guatemalteco, nacido en el pueblo indígena de San Martín Jilotepeque, estudió teología en Frankfurt y obtuvo el doctorado en ciencias políticas en la Universidad de Chicago.

Un idealista maduro y centrado, pero inflexible en su convicción ética, no se concebía a sí mismo sino al servicio de la transformación social. Un gran conversador, con un agudo sentido del humor. “Hay gente de la oligarquía en Guatemala que se extraña de que un indio sanmartineco como yo, hable alemán y hable inglés” se reía, gozoso.

Inolvidables y ejemplares Xavier Gorostiaga y Amando López, rectores también de la universidad, Amando asesinado brutalmente en San Salvador por el ejército en 1989, junto con otros cinco sacerdotes de la orden. Y el padre Álvaro Argüello, que creó de la nada el Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica, donde queda, librada a su suerte, la colección documental más importante del país. Nada menos que su memoria. Otra puerta cerrada al humanismo. Un país de puertas clausuradas. Se cierran puertas, el ruido se desvanece, y solo queda la oscuridad.

Leer más
profile avatar
4 de septiembre de 2023
Blogs de autor

Dictadores con cara de palo

En El otoño del patriarca, el dictador arquetípico de García Márquez, que no tiene nombre ni edad, asiste, oculto en el palco presidencial, a un recital de gala ofrecido por Rubén Darío; y, embelesado ante la cascada sonora de los versos de La marcha triunfal, exclama: “¿cómo es posible que este indio pueda escribir una cosa tan bella con la misma mano con la que se limpia el culo?”

 Esta escena imaginaria es una ocurrencia dentro de la novela, porque los tiranos que hemos padecido, y aún padecemos en América Latina en la era postmoderna, ni leen libros ni pierden el tiempo en recitales de poesía. Son, a sus ojos, ocupaciones deleznables.

O, corrijamos: el dictador de García Márquez, al ser arcaico, pertenece a esa especie ya extinta de los tiranos ilustrados que habían leído La nueva Eloísa, y El espíritu de las leyes, y se sintieron atraídos por el mundo sonoro de los poetas modernistas, para volverse luego señores de horca y cuchillo, fieles creyentes de que el poder se conserva a cualquier precio. Y para siempre.

Stalin, aún hoy con muchos devotos en el trópico, que rezan ante su altar, mantenía el ojo fijo sobre los escritores y artistas porque los consideraba peligrosos por naturaleza, y vigilaba que se atuvieran a la obligación de contribuir a la construcción del nuevo hombre soviético, como si se tratara de albañiles. Y como tenía ínfulas de juez de las artes y las letras, asistía a los estrenos teatrales y musicales, oculto en un palco, como el patriarca de García Márquez, y él mismo escribía en Pravda las críticas, bajo seudónimo. Fue así como se largó un furibundo artículo contra la ópera de Shostakovich, Lady Macbeth de Mtsensk, que puso al compositor en la lista negra de enemigos del proletariado.

Pero, volviendo a la lectura, nunca imaginaría a Pinochet, a Videla o a Stroessner, en su tiempo, o ahora a Maduro, a Diaz Canel, o a Ortega, metidos en la cama con un libro abierto hasta pasada la medianoche, ni cerrándolo con un golpe airado, para levantar entonces el teléfono y llamar al jefe de los esbirros ordenándole capturar al escritor díscolo que le ha quitado el sueño, el que al día siguiente será encerrado en una celda de castigo, acusado de incitación al odio, de subvertir el orden público, o de traición a la patria.

En cambio, no hay duda de que leen con fruición los partes de la policía secreta, que enlistan las actividades subversivas, donde da igual el informe de un infiltrado en un grupo opositor, que delata conspiraciones falsas o reales, o el dictamen de un párrafo donde un burócrata de tercera línea llama la atención sobre un libro, no por su contenido de denuncia política, sino por su irreverencia contra el poderoso, burlas o sarcasmos juzgados intolerables.

Los libros, como tales, les preocupan poco, y el hecho mismo de escribirlos no es sino una excentricidad. Un tuit, lo saben bien, es mil veces más peligroso que un libro.

Las ideas políticas se quedan en el encierro de la página y de las exiguas tiradas que cogen polvo en los estantes de las pocas librerías.

Excepto que el burócrata anote en el parte que el autor se burla del tirano, o de su familia, o se hace mofa de su poder. Porque el dictador carece de todo sentido del humor, y entonces se trata ya de un agravio personal que reclama venganza. Cárcel, o exilio.

El silencio que una tiranía impone no permite los ecos de la risa en la caverna. El dictador no aceptará nunca que es un personaje risible. El poder absoluto tiene cara de palo. Sólo sonríe, apenas, ante la adulación.

En este caso, se vuelve al modelo clásico del tirano iletrado. Lejos de las manías ideológicas de Stalin, Somoza, que no pretendía más que enriquecerse mandando, se preciaba de su sentido del humor, buen contador de chistes procaces que era; pero humor no tenía ninguno, porque no aguantaba las bromas a sus costillas en los periódicos, ni en prosa ni en verso, y a los graciosos los mandaba a secuestrar a medianoche para ponerlos, en calzoncillos, al otro lado de la frontera, condenados al destierro por burlarse de la suprema autoridad.

Esta es la ofensa más grave, la que daña la vanidad, el orgullo, o la suficiencia del tirano, porque cuando no s ele toma en serio, pierde el equilibrio. Si lleva el pecho cuajado de medallas, es porque se las merece todas. Si los textos de historia están llenos de sus hazañas de guerra, es porque se trata de hechos reales, no de invenciones. Se merece la posteridad, y vive en ella, y si alguien juzga sus glorias como una bufonada, comete delito de lesa majestad.

Ese es el escritor peligroso, no el que incluye en una novela una parrafada retórica contra las satrapías del tirano, sino el que exhibe sus extravagancias y sus manías, ridiculiza las falsedades de su discurso redentor en contraste con la opulencia de la corte, desentraña la corrupción que crea el estamento de los nuevos ricos a la sombra de su poder, desnuda a los aduladores, y retrata a los serviles.

Leer más
profile avatar
21 de agosto de 2023
Blogs de autor

Crónica de un marciano

 

Se busca describir con palabras inocentes lo que se desconoce. Hay mucho asombro en las mentes de los cronistas de Indias, que desde los vericuetos y espejismos de su mentalidad renacentista buscaban describir lo antes nunca visto,  como cuando oímos a Gonzalo Fernández de Oviedo dar noticia de la naturaleza tan pródiga del nuevo mundo, como si se tratara del primer día de la creación, y así describe el cacao: “echan por fruto unas mazorcas verdes y alumbradas en parte de un color rojo, y son tan grandes como un palmo y menos, y gruesas como la muñeca del brazo, y menos y más en proporción de su grandeza…”.

Oviedo anota con ingenua precisión, como la haría un marciano en su bitácora, después de contemplar el paisaje desconocido que tendrá luego que describir, con las palabras más veraces, cuando regrese a su planeta en su platillo volador.

A mis años, y viniendo ya de vuelta de tanto ver y andar, entrar en un recinto electoral para depositar libremente un voto, gracias a mi nueva nacionalidad española, se convierte en una experiencia parecida a la de Oviedo con el fruto del cacao, o a la del marciano frente al paisaje desconocido, solo que, en mi caso, el mucho olvido es lo que mueve el asombro.

La última vez que voté en Nicaragua fue en el ya lejano año de 2006, hace casi ya dos décadas, tiempo pasado que si se mide en términos de democracia puede equivaler a dos siglos. La democracia real es constante, nunca esporádica, y solo existe mientras se ejerce. El esfuerzo de construcción democrática que comenzó en Nicaragua en 1990, cuando el sandinismo reconoció la derrota electoral ante la coalición opositora que llevaba como candidata a doña Violeta de Chamorro, duró apenas tres lustros. Un gran momento de nuestra historia, que fue a dar al tacho de desperdicios.

Mi antiguo recuerdo es el de una democracia desconfiada, por incipiente. Tras depositar la papeleta, al votante le manchaban el dedo pulgar con tinta indeleble, una manera de evitar el doble voto. Las instituciones electorales, tan precarias, requerían de seguros; pero para burlar las virtudes de transparencia que la ley quería imponer por medio de cerrojos, ha habido siempre expertos en ganzúas en nuestras tierras: las urnas ya previamente llenas, o secuestradas a punta de pistola, las actas falsificadas, los votantes acarreados como ganado, los votos con precio en metálico o en comida, y hasta en raciones de aguardiente.

El viejo Somoza, maestro en trampas y ardides, que en 1947 se vio impedido de reelegirse, decretó que hubiera dos filas de votantes en las mesas electorales: una para su candidato, otra para el candidato de la oposición. Cuando se presentó a votar, las filas contrarias daban vueltas a la manzana, y depositó su voto entre sus pocos adláteres, entre sonoras rechiflas. Les hizo la guatusa, la higa, que se dice en España. Mandó esa noche secuestrar las urnas en los sótanos del Palacio Nacional, y allí estuvieron tres días, hasta que su candidato fue proclamado ganador.

Hoy en Nicaragua ya ni siquiera son necesarias esas trampas burdas. Los candidatos opositores son apresados de antemano, y el candidato oficial, siempre el mismo y para siempre, gana por el 98% de los votos, aún sin necesidad de filas de votantes.

Cuando este domingo me pongo en la fila en el recinto electoral que me toca en mi barrio de Madrid, el patio de recreo del Colegio Salesiano, me siento como lo haría Oviedo frente a la mazorca de cacao, o el marciano que acaba de aterrizar en un planeta desconocido. No hay dedo manchado, no es requisito perforar la cédula. Casi estoy por preguntar si eso es todo, si ya puedo irme, porque la operación de votar ha tomado diez segundos.

Poco después del cierre de las urnas comienza el conteo de los votos, que progresa de manera constante, hasta que, antes de la medianoche, y apenas han pasado tres horas, ya están los resultados oficiales del 90%. La celeridad tampoco está en el radar del marciano.

Tampoco es que esta haya sido una campaña inocente. Se manipularon encuestas, hubo mentiras martilladas hasta remacharlas como verdades, -bulos, como se dice en España-, un ambiente de polarización, -crispación como se dice en España-, que a veces le recordaba al marciano a su propio planeta. Pero el domingo electoral ha sido como un domingo cualquiera, de terrazas veraniegas llenas, de colas en los museos tan largas como las de los recintos electorales, de gente que después de votar se ha ido a los cines de estreno a teñirse de rosa los ojos con Barbie, o a ver Oppenheimer.

Las calles frente a los cuarteles del Partido Popular y del Partido Socialista, los dos grandes contendientes, se llenan a medianoche de partidarios en espera de los discursos de sus candidatos. Las elecciones han dejado un panorama incierto, para el que está democracia, que se ha probado una vez más a sí misma en su fortaleza, se halla preparada.

Gobernará quien sume más votos en el nuevo parlamento, y si no, habrá nuevas elecciones.

Y el marciano se va a dormir, porque mañana es otro día de levantarse a escribir temprano.

 

 

 

Leer más
profile avatar
3 de agosto de 2023
Blogs de autor

El país de las escasas primaveras

Los mayas creían que la historia era circular, sujeta a constantes ciclos de repetición, y la de Centroamérica da para creerlo.

Según se repetía la posición de las estrellas, se repetía la historia. Ahora mismo, parecen encontrase de nuevo en el lugar que tenían en el cielo hace 80 años, en 1943, cuando el istmo se hallaba sometido a crueles dictaduras que, a su vez, eran símiles de otras de más atrás: el general Ubico, que se peinaba con un mechón de pelo suelto sobre la frente para parecer a Napoleón, reinaba en Guatemala; el general Hernández Martínez, vegetariano que profesaba el espiritismo, en El Salvador; el general Carías, que utilizaba una silla eléctrica de voltaje suficiente para chamuscar a los prisioneros políticos, en Honduras; y el general Somoza, que metía a sus propios prisioneros en jaulas de su jardín zoológico, en Nicaragua.

Al año siguiente, en 1944, cuando soplaban vientos antifascistas en los finales de la guerra mundial, una ola de protestas callejeras en las capitales de Centroamérica se llevó al general Martínez y al general Ubico. Sobrevivieron a duras penas Carías, que murió en su cama, y Somoza, que años después se encontró con las balas disparadas por un poeta.

Y sucedió lo inaudito: derrocado Ubico, el doctor Juan José Arévalo, un maestro normalista, exiliado en Argentina, fue electo presidente de la república con el 85% de los votos.

Los folletos turísticos ensalzan a Guatemala como el país de la eterna primavera. El prócer cultural Luis Cardoza y Aragón hablaba más bien del país de la eterna balacera, y hay un cuadro del pintor Luis Diaz que se titula Guatebala.

Los años de gobierno del doctor Arévalo son reconocidos justamente como los de una primavera democrática, interrumpida cuando su sucesor constitucional, el coronel Jacobo Árbenz, fue derrocado en 1954 por un golpe militar patrocinado por la United Fruit y los hermanos Dulles, adalides de la guerra fría. La caída de Árbenz es tema de la novela de Mario Vargas Llosa, Tiempos Recios.

La primavera democrática duró diez años. El doctor Arévalo, igual que Árbenz, fue anatemizado por comunista. Proclamaba un “socialismo espiritual” a través de reformas profundas en la educación, algo que un marxista ortodoxo clasificaría como socialismo utópico; pero los retrógrados de entonces no quisieron escuchar sus discursos donde dejaban explícito que "el comunismo era contrario a la psicología del hombre".

Un reformador que quiso modernizar la sociedad guatemalteca, feudal en su estructura agraria, con una inmensa población indígena sometida y apartada, y que, en los años posteriores a la guerra mundial, advertía: "temo que el occidente haya ganado la batalla, pero en sus ataques ciegos al bienestar social, pierda la guerra contra el fascismo". Una reflexión que no pierde vigencia.

Contra ese mismo muro chocó Árbenz, juzgado y sentenciado como comunista por los hermanos Dulles, entre otros pecados mayores porque intentaba una reforma agraria basada en las tierras ociosas de la United Fruit, una medida que se quedaba pálida frente a las que la Alianza para el Progreso del presidente Kennedy declararía permisibles después.

Los astros de la historia vuelven a colocarse ahora en la misma posición en que se hallaban en el cielo maya en 1944: la férrea dictadura de Ortega en Nicaragua, la dictadura digitalizada de Bukele en El Salvador, una dictadura institucional en Guatemala que cambia de rostros, pero no de esencia, ayer Jimmy Morales, un cómico de la televisión, hoy Alejandro Giammattei, antiguo director penitenciario.

Los dueños de este sistema cerrado y excluyente han terminado con la independencia judicial, han obligado al exilio a jueces y fiscales, encarcelan y destierran periodistas, y tienen el poder de vetar a los candidatos presidenciales, como ha ocurrido con estas últimas elecciones, en cuya primera vuelta se les coló un candidato al que no daban importancia porque se hallaba en el piso de las encuestas. Su partido Semilla, formado por intelectuales de clase media, les parecía igualmente inocuo.

Sorpresa te da la vida, canta Rubén Blades: ese candidato es Bernardo Arévalo, hijo de aquel profesor normalista de la primavera democrática. Disputará la segunda vuelta el próximo 25 de agosto con Sandra Torres, que concurre por tercera vez. Y ahora los señores feudales están aterrados: si en la primera vuelta una cuarta parte de los electores votaron nulo o en blanco, porque sentían no tener candidato, ahora sienten que sí lo tienen. Otra vez, el fantasma de la amenaza comunista en escena.

Zancadilla tras otra, han buscado sacar del juego a Bernardo Arévalo. Usaron las maltrechas instituciones judiciales para ordenar un nuevo recuento de votos, y no les resultó, los votos siguieron siendo los mismos. Un juez decretó invalidar al partido Semilla, bajo el argumento de la obediente fiscalía, de que la firma de un adherente era falsa. Tampoco resultó. Hasta lo inaudito de un allanamiento judicial al propio tribunal electoral.

Pero los astros están alineados, otra vez de la misma manera. En el firmamento se lee cansancio ante la corrupción pública, la penetración creciente del crimen organizado, la burla de las instituciones, el feudalismo arcaico, los abismos de desigualdad social. Como en 1944, la sociedad quiere modernización, vientos de libertad.

Que repitan los dioses mayas la primavera democrática.

Leer más
profile avatar
20 de julio de 2023
Blogs de autor

Las cartas sobre la mesa

 Hay una serie de valores generalmente entendidos para definir a una generación literaria, entre ellos que las fechas de nacimiento de los escritores que la forman sean próximos; la convivencia personal; un hecho histórico contemporáneo frente al cual tomen una posición decisiva; y que frente al anquilosamiento de la generación que les antecede renueven de alguna manera la literatura, hasta llegar a crear un nuevo canon.

Si nos atuviéramos a la regla de las edades, la generación del boom no sería tal, dada la notable disparidad de edades entre dos de sus integrantes, pues entre Julio Cortázar, nacido en 1914, y Mario Vargas Llosa, nacido en 1936, hay más de veinte años de distancia. Contemporáneos solo serían Carlos Fuentes (1927) y Gabriel García Márquez (1928).

Me he puesto a hacer estos cálculos al terminar la lectura de Las cartas del boom, recién publicado por Alfaguara, que contiene la correspondencia sostenida entre ellos cuatro a lo largo de casi cuarenta años, entre 1955 y 2012, primero un escarceo tímido, luego un fuego cruzado intenso, exultante, en los años sesenta y setenta, y al final algunos pocos disparos de despedida; unas pocas cartas, y cablegramas de felicitación por premios, o pésames. Pero todo suenan ya distante, como esos desfiles majestuosos que tras cruzar el escenario terminan con redobles de tambores que se alejan tras bambalinas.

Si nos atenemos al requisito de la convivencia personal, esta sobra. Se trata de una amistad desenfadada que no pocas veces llega a mostrarse íntima. Se envían entre ellos los originales de las obras que preparan, o las ya concluidas, se elogian y se critican, el más severo y sincero de todos Cortázar. Todos se muestran conscientes de que participan de un fenómeno de renovación, y apuntan sus dardos contra sus antecesores, convencidos de que están librando a la narrativa latinoamericana de las rémoras de los vernáculo, y del peso muertos del indigenismo.

Es la misma conciencia que tuvieron los modernistas de que cumplían una tarea innovadora frente a una literatura agónica, y Rubén Darío supo expresarlo en los prólogos de sus libros, verdaderos manifiestos estéticos. Si sumáramos como requisito generacional la existencia del manifiesto literario, estas cartas hacen ese papel.

El modernismo produjo un solo estilo de colorida pirotecnia. En el boom hay cuatro estilos. El realismo mágico solo pertenece a García Márquez, una matrícula única que en lugar de seguidores solo consiguió imitadores. La exageración en él “no es una manera de alterar la realidad sino de verla”, dirá Vargas Llosa en Historia de un deicidio.

Pero el espíritu de identidad que campea entre los cuatro los lleva a proponerse proyectos conjuntos, una novela a dos manos entre García Márquez y Vargas Llosa sobre la guerra de 1932 entre Perú y Colombia; otra novela colectiva sobre dictadores latinoamericanos, proyectos a los que Cortázar aparta el cuerpo. Y juntos firman declaraciones políticas, manifiestos de protesta.

Y si hablamos de manifiestos, Rayuela de Cortázar lo es, no tanto del grupo como de toda una generación de lectores para la que funcionó como un manual de conducta personal contra el código de costumbres establecido; y surgió una nueva conciencia, la de cronopio, frente a los famas detestables y los vacilantes esperanzas.

La mayor empresa para crear una nueva visión de la historia a través de la novela compromete la obra de Carlos Fuentes, la ambición de usar la ficción como espejo único y valedero de todos los entramados del pasado y volverlos presente. Y es el propio Cortázar quien, en sus lecturas de los manuscritos de las novelas de Vargas Llosa, descubre que está frente a algo que antes no ha encontrado en ninguna parte, el entrevero de tiempo y espacio en planos simultáneos, el paso desde un pasado más lejano a otro más cercano, o al presente.

Y, siguiendo con la cartilla, si hay un hecho histórico trascendental, de cara al cual los cuatro se sitúan en primer plano, es la revolución cubana, primero con fervor unánime, los más cercanos Cortázar y Vargas Llosa, y Fuentes y García Márquez más críticos: “si los amigos cubanos se van a convertir en nuestros policías, se van a llevar, al menos por mi parte, una buena mandada a la mierda”, le dice García Márquez a Fuentes en marzo de 1967; “…que no se olviden que estamos con ellos por convicción y no por miedo de que nos pongan presos”.

En 1971, la prisión del poeta Heberto Padilla y el escándalo de su confesión de culpabilidad posterior -el famoso caso Padilla- se convierte en un parte aguas que crea contradicciones insalvables; Fuentes y Vargas Llosa se vuelven críticos del régimen de Fidel Castro, en tanto Cortázar y García Márquez se mantienen cercanos.

Esta generación creó también algo nuevo: sacó a la literatura latinoamericana de las catacumbas, de las tiradas domesticas de libros y de su circulación local, y creo un nuevo mercado, no solo en español, sino en el mundo. “Para mí que el famoso boom no es tanto un boom de escritores como un boom de lectores”, le dice García Márquez a Fuentes en 1967, recién aparecido Cien años de soledad.

Un libro epistolar como pocos, porque es el retrato de una época.

 

Leer más
profile avatar
3 de julio de 2023
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.