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Escrito por

Rafael Argullol

Rafael Argullol Murgadas (Barcelona, 1949), narrador, poeta y ensayista, es catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la Facultad de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra. Es autor de treinta libros en distintos ámbitos literarios. Entre ellos: poesía (Disturbios del conocimiento, Duelo en el Valle de la Muerte, El afilador de cuchillos), novela (Lampedusa, El asalto del cielo, Desciende, río invisible, La razón del mal, Transeuropa, Davalú o el dolor) y ensayo (La atracción del abismo, El Héroe y el Único, El fin del mundo como obra de arte, Aventura: Una filosofía nómada, Manifiesto contra la servidumbre). Como escritura transversal más allá de los géneros literarios ha publicado: Cazador de instantes, El puente del fuego, Enciclopedia del crepúsculo, Breviario de la aurora, Visión desde el fondo del mar. Recientemente, ha publicado Moisès Broggi, cirurgià, l'any 104 de la seva vida (2013) y Maldita perfección. Escritos sobre el sacrificio y la celebración de la belleza (2013). Ha estudiado Filosofía, Economía y Ciencias de la Información en la Universidad de Barcelona. Estudió también en la Universidad de Roma, en el Warburg Institute de Londres y en la Universidad Libre de Berlín, doctorándose en Filosofía (1979) en su ciudad natal. Fue profesor visitante en la Universidad de Berkeley. Ha impartido docencia en universidades europeas y americanas y ha dado conferencias en ciudades de Europa, América y Asia. Colaborador habitual de diarios y revistas, ha vinculado con frecuencia su faceta de viajero y su estética literaria. Ha intervenido en diversos proyectos teatrales y cinematográficos. Ha ganado el Premio Nadal con su novela La razón del mal (1993), el Premio Ensayo de Fondo de Cultura Económica con Una educación sensorial (2002), y los premios Cálamo (2010), Ciudad de Barcelona (2010) con Visión desde el fondo del mar y el Observatorio Achtall de Ensayo en 2015. Acantilado ha emprendido la publicación de toda su obra.

 

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Rituales

Rafael Argullol: Pero a pesar de todo, Zweig realiza una especie de testamento diciendo que él había crecido y vivido en un mundo que había desaparecido, y cree que no puede seguir viviendo en éste que ya no es el suyo.
Delfín Agudelo: Me llama la atención pensar en el escritor que es consciente de estar escribiendo su última carta. No dejarán de interesar nunca los motivos de muerte prematura de un escritor: desde aquél que puede escribir su última obra hasta aquél en que muere en un accidente. Pienso en el caso de Camus en ese coche. Hay cierta indignación con el destino por no haber dado esa oportunidad...
R.A.: Hay casos completamente distintos. En el caso primero del escritor que no solamente lega un testamento artístico porque se va a suicidar sino que crea una auténtica ritualidad y escenografía alrededor de este acto, está el caso muy notable de Heinrich von Kleist. No solamente se suicidó, sino que se fue a un balneario, acompañado de una mujer que no era su amante sino una amiga, una cómplice de suicidio que era enferma terminal. Estuvieron una semana en el balneario, todos los huéspedes comentaron luego que parecían la pareja más feliz que habían visto, que siempre reían y jugaban. Al cabo de una semana, se suicidaron. Ella, enferma terminal; él, por la voluntad del suicidio. En ese sentido, nos encontramos con un suicido de extraña ritualidad, porque no es de 24 horas, es de muchos días en el cual, además, manifiesta una extraña y misteriosa alegría que jamás seremos capaces de desvelar. Pero el caso de Kleist culminó toda una trayectoria literaria y poética.
El otro caso, el de la muerte por accidente, es completamente distinto: muerte por accidente lo es todo, hasta cuando tienes noventa años y muerAlbert Camuses es un accidente, porque no la has buscado y ella viene a ti: el accidente cardiovascular que te liquida. La muerte por accidente en plena madurez o edad adulta, como es el caso de Camus, tiene algo de jugarreta del destino que en su caso en particular había una extraña aceleración en su vida última, ya que jamás dio por descontado la inminencia de la muerte, pero parecía que se estaba preparando para ella. Su propia relación con la velocidad... Murió, pero no murió de manera completamente casual; él tenía una faceta relativamente desconocida, y era que le gustaba mucho la velocidad. Sus amigos decían que cada vez la practicaba de manera más temeraria. En ese sentido, el último Camus era alguien que si no buscaba la muerte directamente, sí jugaba ya muy temerariamente con la vida. Pero podemos llamar a sus últimos textos "Últimos testamentos" en el sentido estricto del término. Lo son, porque se ha visto truncada su vida, pero no claramente porque haya una voluntad de que los sea, como es el caso bastante espectacular de Zweig o de von Kleist.
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5 de febrero de 2008
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Galería de espectros: Roy

Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros he visto los cabellos rubios del de Roy.
Delfín Agudelo: Esos cabellos rubios han vuelto a ver la luz en estos días, justamente cuando cumple Blade Runner sus 25 años de estreno.
R.A.: Estos días también ha vuelto a plantearse la polémica sobre el final alternativo que tiene Blade Runner. Ha habido algunos partidarios de aquél final en el cual por fin se rompía la oscuridad opresiva de los Ángeles, y los protagonistas salían en una última escena incierta pero ya con la luz del día; y otros de aquél desenlace por lo visto el previsto por el mismo Scott, en que todo el final de la película quede integrado en la escenografía negro y lluviosa de Los Ángeles. La última escena coincide con la muerte de Roy. Cuando pienso en Blade Runner, pienso en muchos aspectos visuales, arquitectónicos, y también pienso con frecuencia en la gran originalidad de los diversos personajes. Pero creo que con el tiempo me ha resultado particularmente impactante el personaje de Roy, el replicante más perfecto de ese grupo de replicantes que ha llegado a la tierra, para plantear al hombre, a su creador, las mismas preguntas que el hombre se viene haciendo desde siempre respecto a su propia situación en la vida. El juego de espejos general que crea Blade Runner me parece lo más destacado de la película. Los replicantes han llegado a un nivel de perfección anatómica tal que también desarrollan toda una serie de preguntas, de interrogantes, que son los mismos que desarrollan los humanos. Y dentro de esos replicantes, me parece particularmente trágico y heroico el caso de Roy, quien comete una suerte de deicidio al matar al creador en esa secuencia central de la película. Al matar él mismo a su creador se libra de determinados fantasmas, al igual que le ocurre al hombre cuando es capaz de emanciparse de las ideas preconcebidas y dogmáticas acerca de su propia naturaleza. Sin embargo, después de ese deicidio queda expuesto como nunca a la misma desnudez de la raza humana. Me parece absolutamente grande cuando él, por su fuerza y situación ventajosa, sería capaz de destrozar y matar al policía que lo ha venido persiguiendo, encarnado en Harrison Ford, y finalmente no lo hace.
Allí hay una cuestión a la que le he dado muchas vueltas. ¿Por qué él, que debería vengarse de la persecución del policía, finalmente decide no hacerlo? Él mismo dice sentir llegar el tiempo de la muerte, y tiene ese monólogo tan extraordinario sobre lo que ha visto y lo que ha soñado, y que sin embargo ahora se perderá todo como las lágrimas entre la lluvia. ¿Por qué no mata al policía? Ahí es cuando definitivamente se confirma que Roy ha adquirido no solo las características de la condición humana, sino que ha adquirido lo que podríamos denominar una espiritualidad superior. No lo hace por compasión. Él sabe que ese acto de compasión es lo que da una última belleza a su vida que se está acabando, y al comprender eso, creo que ejecuta un acto de alta espiritualidad y de belleza trascendente. Por tanto diríamos que a través de Roy el replicante que ha aspirado a ser hombre llega también a un grado de finura, de refinamiento espiritual, que incorpora la compasión, la piedad como un último acto de la belleza del hombre.
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4 de febrero de 2008
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Galería de espectros: Edipo

Edipo y la EsfingeRafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros he divisado los ojos ciegos del de Edipo.

Delfín Agudelo: Al pensar en Edipo, no puedo dejar de imaginar la noción de fatalidad de la encrucijada de los caminos, y de los que decidirán su destino.

R.A.: En todo el destino, en todo el itinerario de Edipo, siempre hay sucesivas encrucijadas. De hecho, es un personaje que representa como pocos esa necesidad nuestra de decidir en la encrucijada continua que es cada uno de nuestros momentos. Pienso incluso en un momento particularmente conmovedor de la vida de Edipo, que es su final, su muerte tal como la describe Sófocles en Edipo en Colona, en que Edipo de nuevo se siente en la encrucijada de tener una muerte vulgar, o tener una muerte prodigiosa, que en cierto modo ilumine y devuelva la luz a sus ojos después de años de peregrinaje. Y Sófocles, en la última obra de su vida, lanza a Edipo hacia esa muerte prodigiosa de la que nadie sabe nada a excepción de Teseo, que es quien asiste pero que no lo cuenta. Pero si a partir de la muerte de Edipo hacemos un flash-back, vemos que Edipo siempre está en la encrucijada. Tuvo que decidir cuando era rey de Tebas si avanzaba o no en la investigación de la verdad, a pesar de que sabía que esa investigación le llevaría a su propia destrucción. Podía seguir el camino cómodo de tapar la verdad o el camino de seguirla, y toma el camino que le lleva a la destrucción de Yocasta, su mujer y madre, a la que ama. El amor de Edipo con Yocasta es uno de los amores más emocionantes d e la historia de la literatura, y lo lleva a la pérdida de la visión arrancándose los ojos precisamente con el broche de Yocasta. Previamente, ha tenido que enfrentarse a la encrucijada que le ha indicado el sabio adivino ciego Tiresias, quien le ha ofrecido la posibilidad también de salvarse. Sin embargo, Edipo elige el camino del conocimiento, que será a corto plazo el camino de la perdición. Había estado en la encrucijada de enfrentarse o no al enigma, a los cantos del enigma. Hubiera podido evitarlos, pero se enfrenta, y gracias a eso es elegido el más sabio de los hombres. Previamente está en la encrucijada decisiva en la cual él va desconociéndolo, y es cuando va a matar a su padre, el que dirige esa procesión de desconocidos. Edipo ha sido siempre en cierto modo el protagonista de las encrucijadas anteriores por cuanto ha sido un personaje atrapado en esa estructura simbólica que siempre continua en encrucijada que es el oráculo. Él era el niño destinado a morir, que no muere; destinado a reinar en Tebas, pero que finalmente es adoptado por los reyes de Corinto; destinado a reinar en Corinto pero que por otro oráculo debe alejarse de allí. Es el hombre que siempre tiene que enfrentarse a una continua destrucción de su identidad. Y luego, peregrinando las tierras de Grecia, tiene que enfrentarse siempre a la reconstrucción de esa identidad. Por eso en el caso de Edipo, contemplar sus ojos vacíos, sus ojos ciegos, es contemplar una luz extraordinaria, que es la luz del deseo del conocimiento más allá de todo riesgo. Ante las sucesivas encrucijadas, nunca escoge el camino más fácil, sino el más verdadero. Y eso quizá le convierte en el arquetipo por antonomasia de la lucha por el conocimiento.
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1 de febrero de 2008
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Últimas palabras

Rafael Argullol: Evidentemente no hay nada más último que lo último, no hay nada más aparentemente definitivo que la última obra.
Delfín Agudelo: Pensemos en la consciencia última de estar escribiendo una última carta: la nota del suicido.
R.A.: Hay algunas realmente sorprendentes. Quizás la más que conozco es la que escribió Stefan Zweig cuando se suicidó en Brasil, porque es una carta de suicidio que alude a un fin de una determinada cultura que él ya no puede soportar. No es suicidio por infelicidad personal extrema, como muchas veces se da, sino como declaración de que vive en un mundo imposible. Y eso lo hace Zweig que se suicida en Petrópolis, antigua ciudad imperial cerca de Río de Janeiro, en los años cuarenta. Ha escapado como judío al hitlerianismo pero ya está en Brasil, y allí ha sido muy bien acogido, tiene incluso un gran éxito entre los lectores, lleva una vida relativamente feliz, tiene un novia de la que está enamorado que se suicida con él. Pero a pesar de todo realiza una especie de testamento diciendo que él había crecido y vivido en un mundo que había desaparecido, y cree que no puede seguir viviendo en éste que ya no es el suyo. Es un texto bastante significativo acompañado de un testamento artístico de carácter civilizatorio. Más habitual es el que está implicado diríamos en lo que es la infelicidad personal, en el cual ha habido determinados poetas y artistas que han dejado una especie de último testimonio de su situación, de su infelicidad, de lo que esperaban del mundo y no se ha realizado.
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31 de enero de 2008
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VI. Testamentos artísticos. La última mirada

Rafael Argullol: Más que la muerte de un autor, lo que realmente es significativo es la última etapa, que puede ser años, días u horas.

Delfín Agudelo: Si bien se trata de una última etapa, lo es en relación con la muerte. La muerte parece ser ese abismo en el que intentamos ver la última batalla del artista contra el absoluto. Absolutamente nada pasará en vano. 

R.A.: Esta última eetapa es muy significativa para iluminar no solamente este momento de un artista sino para iluminar toda su obra. En el terreno de la pintura e incluso de la fotografía, me han llamado la atención las exposiciones en las cuales se reflejaba la última mirada. Recuerdo una hace unos años en Barcelona que se llamaba así, "La última mirada", en la cual había una antología de cuadros de pintores en los cuales ellos mismos se habían autorretratado en el último periodo de su vida. Paralelamente recuerdo otra exposición, no muy lejos de ésta en el tiempo, en Roma, que era prácticamente lo mismo en el caso de fotógrafos, que se habían autorretratado en el último período. En los dos casos era muy interesante porque aparte de que hay una evidente voluntad testamentGustave Courbet, "Autorretrato"aria en esa última mirada, se quiere sintetizar aquello que se desea legar hacia el futuro. Aunque se trate de un autor aparentemente poco deseoso de gloria y trascendencia, creo que en el hecho de autorretratarse en un período terminal hay esa idea del legado, del regalo o de la oferta hacia el futuro. Cada una de estas obras, de estas últimas miradas, eran pequeñas síntesis de poética o estética de lo que había sido la obra del autor. A través de esta última mirada veíamos mucho de lo que había sido el lenguaje, la evolución, el talente, la idiosincrasia del autor.
En un orden más general de cosas, siempre he dado mucha importancia y seguido con mucha atención los autorretratos en la historia de la pintura occidental y me he dado cuenta que los pintores propensos al autorretrato aceleran casi vertiginosamente esa tendencia cuando sienten que llega el final de su vida-muchas veces un final de vida provocado por ellos, como el suicidio. Recuerdo la obsesión que tuvo Courbet por autorretratarse a lo largo de 50 años. Otro caso es el de Van Gogh, que se autorretrató durante años, y los últimos dos o tres años hizo decenas y decenas de autorretratos; y el caso de Edgar Munch, que tenía tendencia al autorretrato, y terminó haciéndolo obsesivamente. Y la fotografía, en parte, ha facilitado este hecho: hay fotógrafos que han llegado a autorretratarse diariamente, y otros que lo han hecho el día final de su vida, antes de suicidarse. Creo que tiene algo de testamento, no solo hacia la posteridad, sino de declaración de principios de lo que ha sido toda una obra: son testamentos artísticos que se contienen en estas últimas miradas. Hay que conceder, de la misma manera, plena importancia a las últimas películas, sobre todo a las que voluntariamente son las últimas películas; pienso en Los muertos de John Huston, que es una adaptación de un cuento de Joyce. Allí, Houston ya sabía que su enfermedad era irreversible y por lo tanto, cuando vemos los muertos, vemos un testamento; además, si vemos con atención la película, vemos que también hay un compendio de sus preocupaciones cinematográficas. El sacrificio de Tarkovsky también es realizada cuando él ya sabe que tiene una enfermedad irreversible y tiene esa doble faceta de testamento y de poética de todo lo que ha sido su obra. En todos los casos, creo que se da esa doble vertiente, y esto también sucede en la literatura.
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29 de enero de 2008
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Galería de espectros: Kurtz

Fotograma "Apocalypse Now", Marlon Brando como KurtzRafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros me ha parecido escuchar la voz de Kurtz.

Delfín Agudelo: He recordado muchas veces las escenas de El corazón de las tinieblas de Conrad en la que aparece Kurtz, y también, todavía más, las escenas en Apocalypse Now de Coppola, en las que Marlon Brando encarna al coronel Kurtz. ¿Por qué la voz?

R.A.: Cuando pienso en Kurtz, pienso en la voz. Pienso en una voz extraordinaria, inusual. Pienso en una voz que realmente ha penetrado en el infierno y ha regresado de él. Pienso en una voz que está instalada en un finis terrae, en un lugar de frontera, en una voz que más allá de ella no hay nada a excepción del coro de los demonios. Siempre que pienso en El corazón de las tinieblas, no sé por qué lo hago en términos de sonido. A medida en que Marlow va a la busca de Kurtz, primero bajando desde Europa por el Atlántico, y luego internándose por el río Congo, hay, no lo niego, una importante presencia de lo pictórico e incluso de lo olfativo. Los colores y olores que nos describe Conrad son igualmente fuertes, pero a partir de un momento determinado de los tramos que va remontando por el río Congo hacia el interior de la selva, se hace cada vez más presente el protagonismo de los sonidos, de unas músicas que son al mismo tiempo sumamente arcaicas y abstractas, unas músicas que nos sitúan más allá de lo histórico, y a veces parecen situarnos más allá de lo humano. Marlow va quedando como magnetizado por el círculo de estas músicas, si bien en el centro de todos esos círculos él se va imaginando, va fantaseando con la música más extraña de todas, que es la voz de Kurtz: las palabras de ese hombre que se ha instalado definitivamente en el corazón de las tinieblas, en el corazón del horror. Me llama mucho la atención que, para Marlow, Kurtz no sea tanto una presencia corporal como una voz más allá de la cual solo hay el horror y sólo hay en cierto modo el final de una iniciación dolorosa. Y curiosamente -aunque en la libre interpretación que hace Coppola la presencia física de un Marlon Brando extremadamente obeso nos podría llegar a hacer creer que en la película es la plasticidad rotunda de ese cuerpo lo dominante- el acierto de Coppola, y sobre todo el acierto de la genial interpretación, es la voz, la voz de Marlon Brando, que recrea lo máximo que se puede recrear desde el punto de vista cinematográfico. Es la insinuación terminal de lo que puede ser una voz que nos indica Conrad en su libro. Por eso para mí el espectro de Kurtz es un espectro sonoro, de un sonido que está situado en el límite mismo de las cosas.
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28 de enero de 2008
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Galería de espectros: Hamlet

Rafael Argullol:  Hoy en mi galería de espectros me he topado con el de Hamlet.
 
Delfín Agudelo: Parece un juego de espejos, porque en la obra de Shakespeare es Hamlet quien se topa con el espectro de su padre.
 
R.A.: Eso es cierto y sin embargo no se por qué siempre que pienso en Hamlet pienso en él como el espectro. Quizá porque mi relación con el personaje Hamlet siempre ha sido muy ambigua. Cuando era muy joven simpatizaba con él pero a medida en que han pasado los años me he alejado. Incluso en algunos momentos he llegado a sentir una franca antipatía por él. Me ha parecido que no sólo es la encarnación espectral de la duda permanente que hay en todos nosotros, sino que, en su caso, esa duda con frecuencia le hace derivar hacia un egoísmo completamente destructor y maligno. Hamlet no es alguien que verdaderamente rinde homenaje a la figura de su padre, ni cumpla realmente la deuda que tiene o que cree tener con su padre. Esa vacilación, esa impotencia quizá demasiadas veces teñida de cobardía, le hace emprender un camino completamente exterminador. Nunca me ha parecido que fueran justificadas las muertes que provoca. Fundamentalmente no me parece justificada la muerte por dolor que causa en Ofelia, ni la falta de lealtad que tiene con sus amigos, ni incluso su odio hacia la madre y al padrastro, a pesar de que es un odio plenamente razonado por el hecho de que es el odio hacia los asesinos. Es un odio que a veces parece hacia la vida o hacia la plenitud de sentidos inmorales que éstos demuestran, y que él es incapaz de asumir. Es un hombre que va retrasando continuamente la iniciación de la vida y su asunción. He visto en Hamlet -y por eso quizá he tenido esa progresiva antipatía-la personificación de la adolescencia perpetua que nuestra época ha entronizado como figura central del escenario. Es la incapacidad de tener la frescura y la amoralidad rica del niño, y la incapacidad de tener también la responsabilidad del adulto, incluso para emprender caminos peligrosos. Siempre queda como colgado en un espacio de suspensión. Por eso Hamlet, a medida que he ido pensando  en él, lo he terminado viendo como un puro espectro más espectral que su padre, porque lo he visto incapaz para la vida. En ese caso el espectro de Hamlet no es el de aquél que ha tenido la vida y la ha perdido; es el de aquél que pese a todo no la ha tenido.

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25 de enero de 2008
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Sangre leída, sangre vista

Fui a ver la última película de Brian de Palma, Redacted, y me sorprendió ver que trataba del mismo tema que un artículo que publiqué en este diario hace año y medio con el título de El chicle del capitán Gulp: los hechos que rodearon la violación y el asesinato de Abir Kasim Hamza al Yanabi, una muchacha de 14 años, por parte de unos soldados norteamericanos de Mahmudiya, 30 kilómetros al sur de Bagdad.

En aquel momento escribí el artículo porque me daba la impresión que las informaciones periodísticas y televisivas sobre el trágico suceso eran tan fragmentarias y desordenadas que perdían eficacia al llegar al público. En consecuencia, basándose en las noticias, traté de ordenar la secuencia de los acontecimientos de aquel 8 de agosto de 2006. Según un curso inverso: empecé por el final, cuando los asesinos, tras cometer el crimen, estaban asando alitas de pollo para comer, y me remonté al principio, con los soldados alrededor de una mesa bebiendo whisky y jugando a los naipes mientras, según confesiones posteriores, surgía "la idea de ir a una casa iraquí, violar a una mujer y matar a su familia". Entre el final y el principio la idea se llevaba a la realidad con el correspondiente botín: los cadáveres de Abir Kasim, quemando con queroseno, y de sus familiares, incluida su hermana pequeña de seis años.

Con este procedimiento quería recoger para el lector lo que a mí me parecía el argumento esencial de este y otros hechos similares: la imagen del horror situada entre dos imágenes de trivialidad cotidiana. Jugar a los naipes, beber, alardear, ir de caza humana para romper la monotonía, violar, asesinar, quemar y acabar la noche comiendo alitas de pollo. El título aludía a la despreocupación de los acusados durante la causa que se instruyó una vez que los hechos no pudieron encubrirse más y a la tranquilidad irrespetuosa de su defensor, el capitán Jimmie Culp, que estuvo haciendo globitos con su chicle mientras el médico forense describía el estado en el que quedó el cuerpo de Abir Kasim Hamza al Yanabi.

La película de Brian de Palma, un director al que los críticos siempre califican de irregular pero con obras importantes, es sincera y dura; tal vez por esto ha permanecido tan poco en las salas. Aunque no se disimula en absoluto que la materia prima de la película son los sucesos de Mahmudiya se escenifica una trama de ficción, seguramente imprescindible para evitar querellas y problemas legales. Así la representación que propone Brian de Palma, de manera opuesta a la de mi artículo, sigue milimétricamente el orden natural de lo ocurrido aquel funesto 8 de agosto de 2006.

Es una película dura, durísima, pero no morbosa. No hay una violencia obscena en ella. En lugar de recrearse en la violación y muerte, el recurso siniestro más fácil, Brian de Palma prefiere destacar la atmósfera moral que respiran los soldados que son llamados a convertirse en asesinos. Aquella familiaridad entre lo trivial y lo horroroso, que permite que unos hombres jueguen a cartas, violen, maten y coman pollo en el transcurso de un par de horas, se refleja de modo particularmente impactante en la película.

Creo, a este respecto, que es un acierto el tipo de construcción visual ofrecido por el director a los espectadores: una suerte de película dentro de la película, en el que los protagonistas, los soldados que se preparan más o menos inconscientemente para matar, se graban a sí mismos en el curso de esta cotidianeidad vulgar y aburrida que acabará en catástrofe. Unos jóvenes alejados de su medio habitual, desconocedores del país en el que se encuentran, violentados por la instrucción militar son, de acuerdo a lo que muestra Redacted, los mejores candidatos a transformarse en una jauría humana que antes o después necesita sangre.

Lo que ocurre es que en la actualidad los perros de la guerra además de devorar a sus presas se complacen en grabar sus cacerías. Brian de Palma recrea esos documentos tenebrosos y narcisistas, cada vez más frecuentes en todos los conflictos, en los que se busca un coleccionismo de la brutalidad. Cámara en mano lo horroroso parece transformarse en trivial si bien lo cierto -como demuestra Redacted- es que lo trivial se ha transformado en doblemente horroroso.

Con todo no estoy seguro, pese a los tópicos de nuestra época, que esta intimidad entre la trivialidad y el horror, el fundamento de las peores violencias, sea aclarada con mayor verdad por la imagen que por la palabra. Tras ver la película de Brian de Palma no sé si conozco mejor lo que sucedió aquel 8 de agosto de 2006 en Mahmudiya o, por el contrario, llegué más lejos, al menos para mí mismo, al ordenar

por escrito las informaciones que circulaban por los medios de comunicación sobre aquel suceso.

Otra película reciente me ha suscitado de nuevo este dilema inagotable sobre la verdad de la imagen y de la palabra, un dilema que, de otra parte, no tenemos porqué resolver ya que contribuye a tensar las cuerdas de nuestra imaginación. Se trata de la conmovedora El destino de Nunik de los hermanos Taviani basada libremente en La casa de las alondras, una novela que afronta con crudeza y lirismo el drama del genocidio armenio a principios del siglo XX.

Aunque de factura completamente diversa a la de Brian de Palma la película de los hermanos Taviani también se adentra en los mecanismos por los que se llega a favorecer una atmósfera irrespirable que conduce inevitablemente al crimen. Sólo que en este caso los criminales, a diferencia de los soldados norteamericanos arrastrados a una lejanía desconcertante, son los soldados turcos inmersos en la proximidad de una convivencia secular con los armenios, rota de pronto por el estallido de la locura ideológica y asesina.

El destino de Nunik es oportuna porque un puñado de otras películas, no demasiadas, y algunas obras literarias rescata el tabú incomprensible del genocidio armenio perpetrado por las tropas turcas ¿Cómo puede ser posible, y menos aceptable, que un crimen de tal naturaleza, probado y comprobado, causante de más de un millón de víctimas, sea todavía hoy, casi un siglo después, tan desconocido, tan poco merecedor de resonancia pública, tan disimulado por la mayoría de los países europeos?

Tal como recuerda, una vez más, la película de los hermanos Taviani el genocidio armenio es el precedente directo del genocidio judío provocado por el régimen nacionalsocialista. En este sentido no sólo fue monstruoso por la cantidad de víctimas causada sino porque se enarbolaron ideas y justificaciones que lo hacen aparecer como un ensayo general de lo que luego sucedería en Alemania: el odio racial, la superioridad mental, la perfección étnica. Alemania ha purgado su responsabilidad en la Segunda Guerra Mundial. La Turquía moderna sólo podrá ser enteramente respetada si afronta con justicia este capítulo negro de su pasado reciente y pide perdón a los nietos de sus víctimas armenias. Bastaría con que los representantes de este gran país proclamaran: "Es verdad. Sucedió"

Es de desear que el presidente Zapatero aproveche la visita del presidente Erdogan para llevarle al cine a ver El destino de Nunik. La alianza de civilizaciones empieza por aquí.

 

El País, 20/01/2008

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24 de enero de 2008
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El registro moral

Rafael Argullol: El infierno desde el principio se planteó como extremadamente sensitivo, sensual y sexual dentro de la imaginación cristiana.

Delfín Agudelo: Si bien la literatura y el arte son amorales, es innegable que cualquier movimiento artístico es el termómetro de lo moral y lo inmoral de su época.

R.A.: El arte es amoral en el sentido estricto, no es inmoral: es amoral en el sentido en que no se ocupa de la moral y que, como tal, no tiene que estar prioritariamente preocupado en la jerarquización moral, como lo está la pedagogía. Ahora bien, evidentemente el arte es el termómetro más sensible que hemos inventado para registrar los vaivenes morales de una época, de un momento, de una sociedad. Registrarlo no quiere decir jerarquizarlo; evidentemente, el artista o escritor tendrá él mismo una posición moral. Pero el mecanismo artístico del arte es el del registro moral, registrar lo que sucede. En ese sentido, difiere de la pedagogía: por eso no soy demasiado partidario del arte pedagógico o del arte con facultad pedagógica, porque de inmediato ese arte tenderá a ser moralista y a imponer un argumento que será una jerarquización moral de una sociedad a partir de una visión, de una ideología o de una religión. El artista tiene que situarse al margen de esa voluntad de jerarquización pedagógica, pero evidentemente tiene que ser el mercurio del termómetro: registra exactamente las pulsaciones, la temperatura del cuerpo social y del cuerpo colectivo.

D.A.: Ya lo había dicho Wilde: "No hay tal cosa como un libro inmoral. Los libros están bien escritos, o mal escritos: eso es todo".
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23 de enero de 2008
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Pintura del infierno

Rafael Argullol: Dante, de alguna manera, es el artista que otorga a Dios la obra de arte perfecta. La Divina Comedia es una obra perfecta al servicio divino.
Delfín Agudelo: Mi impresión es que el Infierno y el Purgatorio despiertan más interés dramático que el Paraíso. Tanto en la obra poética como en los grabados de Doré.
R.A.: Dentro de la gran tradición cristiana artística y literaria, siempre el infierno ha producido muchísimas más imágenes que el paraíso, porque la idea cristiana del paraíso es una idea que nunca ha logrado pasar de la abstracción a la sensualidad. En cambio, el inferno desde el principio se planteó como extremadamente sensitivo, sensual y sexual dentro de la imaginación cristiana. Por tanto, en todos los ejemplos antes y después de Dante, el infierno ha producido muchísima más densidad creativa que el paraíso. En cambio, como contraste, el paraíso islámico sí tuvo unas tradiciones sensitivas y sensuales que el cristianismo nunca tuvo, porque en el Islam el paraíso se acercó mucho a todo aquello que una cultura del desierto veía negada: el oasis, los jardines, el agua, las mujeres, etc., todo esto formando parte de un paraíso sensual. El paraíso cristiano siempre fue extremadamente abstracto. Casi podríamos decir que el infierno ha sido cosa de poetas y el paraíso un monopolio de los teólogos en la tradición cristina. Además, en Dante hay una cosa extraordinaria: es más difícil de leer el Paraíso porque éste está escrito para ser escuchado, ya que es musical. Gustave Doré, El Purgatorio, que es una esfera intermedia, es escultórico; y el Infierno es pictórico. Nosotros leemos y vemos el Infierno; el Purgatorio lo vemos pero con ese matiz de la escultura respecto a la pintura, que la escultura es siempre es más austera, más sobria, menos colorista, menos cromática. Y el Paraíso es música. Entonces esto forma parte de la extraordinaria creación dantesca: pasar de un mundo de los sentidos, pictórico, a un mundo de los sentidos ya más elevados, escultórico y arquitectónico, y luego a un mundo que quiere ser mucho más abstracto y espiritual de acuerdo con las ideas teológicas y cristianas, que es el musical.
Por eso, el lector moderno se encuentra mucho más a gusto con el Infierno, porque se encuentra rodeado de imágenes. Nosotros, además de que somos hijos de un mundo de imágenes abigarradoras, somos así. Dante no hace sino seguir todo nuestro criterio mental de dar al infierno esa prioridad sensitiva y convertir el paraíso en algo abstracto. Eso ocurre también en nuestra vida: tenemos una idea bastante sensitiva y explícita de en qué consisten nuestros infiernos. En cambio, nuestros paraísos, aquello que llamamos la dicha, la felicidad, el gozo, no dejan de ser ideas bastante abstractas. No sé si esto forma parte de la condición humana o de nuestra condición cristiana, con un background occidental y cristiana. Pero tenemos una idea más abstracta de la felicidad que del dolor. El dolor es plástico, es pictórico. En uno de mis libros, Davalú o el dolor, insistí mucho en ese aspecto: el dolor exige una captación inmediata. Por tanto, es muy pictórico. En cambio, la idea de muerte es una idea más abstracta. Podemos filosofar sobre la muerte, no podemos filosofar sobre el dolor. El dolor lo captamos o no; pero todas las filosofías frías sobre el dolor están destinadas a no ser eficaces contra el dolor. En cambio la reflexión estoica sobre la muerte de Séneca o Montaigne es muy valiosa frente a la muerte.
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22 de enero de 2008
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