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Escrito por

Rafael Argullol

Rafael Argullol Murgadas (Barcelona, 1949), narrador, poeta y ensayista, es catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la Facultad de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra. Es autor de treinta libros en distintos ámbitos literarios. Entre ellos: poesía (Disturbios del conocimiento, Duelo en el Valle de la Muerte, El afilador de cuchillos), novela (Lampedusa, El asalto del cielo, Desciende, río invisible, La razón del mal, Transeuropa, Davalú o el dolor) y ensayo (La atracción del abismo, El Héroe y el Único, El fin del mundo como obra de arte, Aventura: Una filosofía nómada, Manifiesto contra la servidumbre). Como escritura transversal más allá de los géneros literarios ha publicado: Cazador de instantes, El puente del fuego, Enciclopedia del crepúsculo, Breviario de la aurora, Visión desde el fondo del mar. Recientemente, ha publicado Moisès Broggi, cirurgià, l'any 104 de la seva vida (2013) y Maldita perfección. Escritos sobre el sacrificio y la celebración de la belleza (2013). Ha estudiado Filosofía, Economía y Ciencias de la Información en la Universidad de Barcelona. Estudió también en la Universidad de Roma, en el Warburg Institute de Londres y en la Universidad Libre de Berlín, doctorándose en Filosofía (1979) en su ciudad natal. Fue profesor visitante en la Universidad de Berkeley. Ha impartido docencia en universidades europeas y americanas y ha dado conferencias en ciudades de Europa, América y Asia. Colaborador habitual de diarios y revistas, ha vinculado con frecuencia su faceta de viajero y su estética literaria. Ha intervenido en diversos proyectos teatrales y cinematográficos. Ha ganado el Premio Nadal con su novela La razón del mal (1993), el Premio Ensayo de Fondo de Cultura Económica con Una educación sensorial (2002), y los premios Cálamo (2010), Ciudad de Barcelona (2010) con Visión desde el fondo del mar y el Observatorio Achtall de Ensayo en 2015. Acantilado ha emprendido la publicación de toda su obra.

 

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Galería de espectros: Daniel Drevot

Fotograma

Rafael Argullol: Hoy, en mi galería de espectros, me ha parecido ver el espectro del hombre que pudo reinar

Delfín Agudelo: ¿Te refieres al protagonista de la novela de Kipling?

R.A.: Sí, me refiero a él, quien al mismo tiempo es el de una película que en su momento me encantó, filmada por John Houston sobre esa novela y con ese mismo título. Para mí resulta tanto en un caso como en el otro, un auténtico arquetipo de lo que es la narrativa de aventuras. Pero de una manera muy especial, me gusta la trayectoria del hombre que pudo reinar, de Daniel Drevot. Me gusta su trayectoria porque es alguien que en parte se ve empujado por el azar, empujado por el destino, pero que en parte, dentro de ese mismo empuje,  hace unos esfuerzos considerables para elegir libremente. Hay una especie de tensión magistralmente planteada en el texto de Kipling y recogida por Houston entre estos dos elementos: aquellos caminos por lo que te empuja la vida, como si fuera una necesidad irrefrenable, y cómo tú, a pesar de todo, intentas aún aceptando ese empuje, ir encontrado territorios de libertad en medio del camino. En el caso de esa aventura es extraordinario porque el protagonista y su compañero parten hacia el norte de la India, hacia lo que sería actualmente Afganistán, en busca de tesoros. Son dos aventureros que se desprenden del ejército colonial británico y al lanzarse hacia esto están a punto de morir. Después caen en otro plano de sus vidas: entran en contacto con unas tribus primitivas de las montañas, y al entrar en contacto con dichas tribus entran también en contacto con otra época, porque son tribus aisladas desde hace siglos. De repente es claro que esas tribus son bolsas culturales que quedaron de la época de la expedición de Alejandro Magno en montañas recónditas de Afganistán. A partir de allí el hombre que deseaba el tesoro lo deja de hacer en el sentido económico del término, para desear una especie de dignidad real que le vincula a esa civilización del pasado a través del amor de una mujer que se llama Roxana, la cual lleva el mismo nombre de la esposa que tuvo Alejandro Magno en esos países. Ese juego entre épocas, tiempos y culturas, esa especie de cadenas en que los eslabones del azar, la necesidad y la libertad se van enrollando unos con otros -que Kipling plantea también en su novela- me parece que son un extraordinario ejemplo de la narrativa de la aventura, dejándose llevar por esta a la vez que elegir dentro de lo posible, dentro de ese propio azar que significa la aventura.

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18 de julio de 2008
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Publicidad y secta universal

Rafael Argullol: Uno de los precios de la idolatría es la amnesia, le pérdida de la memoria, y por esto el idólatra carece de ésta al adorar constantemente nuevos ídolos.

Delfín Agudelo: ¿Pensarías que esta pérdida de la memoria y constante variación del ídolo implicaría que ya no tengamos ningún tipo de mitología? Hablabas del hiperracionalismo: ante tanta variedad y cambio, ante una satisfacción que nos obligamos a tener, ¿dónde queda parte de ese mundo que te guía más hacia un bienestar propio o realización?

R.A.: Fíjate que una de las dificultades en las que nos encontramos en este mundo es la complejidad y lo arduo que es la construcción de mitos propios. Pienso que la existencia, a medida en que pasan los años, está formada tanto por nuestros actos empíricos cuanto por aquellos mitos que nosotros vamos creando alrededor de estos actos. La libertad es construirse a uno mismo, y uno se construye a través de sus acciones, elecciones, y también su capacidad para crear un mito personal -un universo imaginativo y mítico personal-, cosa que hacemos desde la infancia. En la medida en que existe una gran presión ambiental- en cierto modo uniformadora, idólatra-idolátrica-la cual tiende a ofrecerte mitos exteriores que de alguna manera son para ti, para mí y para  mil personas más las mismas. En esa misma medida más dificultad tiene el individuo para crear sus propios mitos personales, sobre todo si eso llega a exacerbarse hasta el punto de que es una invasión del horizonte imaginativo.

En los últimos tiempos me llama mucho la atención que la publicidad o la propaganda -porque a la publicidad siempre la llamo propaganda, que muchas veces está evocada en los mecanismos totalitarios de propaganda que se inventaron en el siglo XX-tiende a abarcar todas las esferas. Hubo un momento en que la publicidad se ocupaba del aspecto vinculado a lo económico o social; ahora ha incorporado también aspectos supuestamente metafísicos o espirituales. Últimamente, por ejemplo hay una publicidad que quiere sintetizar lo que fue Mayo del 68 a través de la consigna "Sed realista, pedid lo imposible". Esto quiere decir que la publicidad que en el fondo es la gran oración idolátrica de nuestra época, la que comparten masas inmensas y la que en cierto modo es creada por los sacerdotes de nuestros días, tiende a invadir la propia imagen individual y tiende a usurpar tu propia libertad para crear tus mitos. Y claro, eso se hace con una tecnología masiva sin precedentes. Si nosotros queremos comparar no es lo mismo suscitar la idolatría del becerro de oro o las idolatrías de sectas que podían tener diez, cien o mil sectarios, que las idolatrías actuales que a través de estas oraciones propagandísticas y colectivas pueden abarcar fulminantemente al mismo tiempo en los cinco continentes las mismas informaciones y al mismo tiempo reciben las mismas interpretaciones míticas. Reciben la realidad y el sueño, o la realidad y el mito, en forma inmediata y simultánea. Esto es lo que podríamos llamar nuestra idolatría a comienzos del siglo XXI; si bien es cierto que guarda conexiones con todo lo que ha sido la actitud idolátrica a la cual ha sido proclive el ser humano en todas las épocas, está regida por unos mecanismos completamente nuevos, sin precedentes en cuanto a su poder de intervención.

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17 de julio de 2008
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Búsqueda espiritual y culto idolátrico

Rafael Argullol: En este sentido una de las cosas que distingue más claramente la idolatría de la espiritualidad es que mientras que la espiritualidad siempre conserva el misterio y la duda ante la trascendencia del ser humano, la idolatría viene caracterizada por el ofrecimiento de beneficios inmediatos, de resoluciones inmediatas, de regalos inmediatos para quien tenga ese culto o esa adoración.

Delfín Agudelo: La idolatría, tal como la conocemos, no resultaría un producto de la cultura actual. Sin embargo, ¿podríamos decir que esta necesidad de idolatría está conectada con la misma necesidad de espiritualidad, así hayas visto dos elementos diferenciados por el misterio? ¿Por qué el regreso- o quizás en ningún momento ha desaparecido- a la idolatría? "L'Adoration du veau d'Or", Nicolas Poussin, 1634

R.A.: Hay una característica que es inherente a la condición humana, y es la propia necesidad trascendente del hombre que le lleva frecuentemente a erigir ídolos. No creo que sea el camino. Yo pienso que el camino es atravesar el misterio, mas no erigir ídolos a los que adorarás; pero éste ha sido un movimiento muy habitual del hombre ante sus propios miedos y sus propias limitaciones. Ahora bien, esta tendencia idolátrica en nuestra época tiene unas características propias, que casi me atreveré a definir como esa necesidad de actualidad o vértigo permanente en la que vive el habitante de nuestra época. Él cree que de alguna manera entra en posesión del mundo y de las cosas casi de manera mágica e inmediata. Esa posesión inmediata le hace que mientras dura la posesión se sienta a salvaguarda y a salvo; incluso feliz. En el momento en que se le evapora la posibilidad de la posesión es cuando entra en crisis, en ansiedad y angustia. Pero fijémonos que todo está planteado en términos de inmediatez. La realidad es la actualidad, es aquello que sucede inmediatamente; y es aplastada por otra realidad al cabo de dos días. Porque uno de los precios de la idolatría es la amnesia, le pérdida de la memoria, y por esto el idólatra carece de ésta al adorar constantemente nuevos ídolos. Necesitamos alimentar continuamente esa inmediatez de la posesión, esa producción de actualidad. Y eso lo realizamos en todo. Inventamos continuamente acontecimientos que de una manera caníbal vamos devorando, y esa también es otra de las servidumbres de la idolatría respecto a la búsqueda espiritual: que tiene este lado caníbal, o de autocanibalización por parte del idólatra.

La búsqueda espiritual exige reposo, sedimentación, de una estrategia a medio y largo plazo, mientras que la idolatría se plantea siempre en el corto plazo. Por eso oímos hablar tanto de hedonismo, pero de un hedonismo que de alguna manera es de baja intensidad, low-cost, light, fácilmente realizable. Un hedonismo en el cual no hay exploración y aventura. En la idolatría no hay tal cosa: tienes el ídolo, tienes el regalo que inmediatamente te va a dar a partir de tu culto y adoración; no te hace falta la duda, no te hace falta la pausa y la lentitud porque todo se produce inmediatamente. Tienes al ídolo que responde a tus expectativas. Cuando no lo hace, vas a uno nuevo. En cambio, lo que creo que caracteriza la búsqueda o saber espiritual, es algo basado en una dinámica de exploración y aventura en la cual cada conocimiento tiene por otro lado un misterio, en el cual nunca entras en posesión inmediata de las cosas.

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16 de julio de 2008
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La nueva idolatría. Hiperracionalismo idolátrico

Rafael Argullol: Nuestra época presume de un gran racionalismo y sin embargo está repleta de nuevas idolatrías.

Delfín Agudelo: ¿Pero no estamos acaso frente a una idolatría por el mismo hiperracionalismo?

R.A.: En parte el propio hiperracionalismo de nuestra época se ha constituido en una idolatría. Veamos por ejemplo la idolatría que se produce no a través de la ciencia pero sí a través de algunas supuestas consecuencias de la ciencia, como puede ser la medicina estética o toda una serie de suposiciones alrededor de la eterna juventud. Nuestra época ha elegido nuevos ídolos alrededor de mitos que han sido recurrentes en la historia humana como es el alcanzar esta supuesta eterna juventud. En este sentido una de las cosas que distingue más claramente la idolatría de la espiritualidad es que mientras que la espiritualidad siempre conserva el misterio y la duda ante la trascendencia del ser humano, la idolatría viene caracterizada por el ofrecimiento de beneficios inmediatos, de resoluciones inmediatas, de de regalos inmediatos para quien tenga ese culto o esa adoración. Creo que esta es la frontera claramente definible entre la búsqueda espiritual del hombre y la adoración idolátrica que se conoce a través de diversos mecanismos. La danza alrededor del becerro de oro -que es una de las grandes metáforas bíblicas- es una danza en ese sentido permanente, que se va reproduciendo;  lo que ocurre es que es una danza que va cambiando de forma y ritmo, incluso de vestiduras, de máscaras. Sin embargo,  en nuestra época es una danza que se presenta con gran vértigo.

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15 de julio de 2008
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Galería de espectros: Van Gogh

Rafael Argullol: Hoy, en mi galería de espectros, he visto el espectro de Van Gogh.
 
Defín Agudelo: ¿Te refieres a sus autorretratos?

R.A.: Sí, pero fundamentalmente me refiero a sus últimos autorretratos, lo que pintó en los dos o tres últimos años de su vida en Provenza —fundamentalmente en el último año— en los cuales se produjo una suerte de crescendo en la necesidad de Van Gogh de autorretratarse a medida en que se producía su propio deterioro físico— y para los demás su propio deterioro mental. Es como si este hombre que había realizado un itinerario en extrema soledad que le hizo pasar por las minas de los países Bajos, que le hizo llegar finalmente a los campos de Midi de Provença, buscando siempre una especie de aliento nuevo, un aire que le faltaba; que primero trató de encontrar a través de una fraternidad humana con los miserables y luego a través de su conexión con el espíritu de la naturaleza; como si a pesar de todo al final de su vida le faltara el aire, el aliento, y tuviera necesidad de autorretratarse continuamente para dar testimonio de su paso por la tierra. Es muy impresionante la colección de autorretratos finales de Van Gogh en que él mismo va ejecutando una pequeña escenografía, como si fuera una ópera de bolsillo, personal, de teatro de sombras, en la cual a veces se autorretrata como marinero, como campesino, con calavera, sin calavera, fumando o con la oreja cortada. Es como si tuviera la necesidad de recogerse a sí mismo porque se sigue desconociendo a pesar de toda su búsqueda: necesita plasmarse como si requiriera de ese aire que le ha faltado siempre. Los autorretratos de Van Gogh parecen siempre los de un personaje que está en el momento final; cada uno de ellos parece terminal, a pesar de que son decenas los que realizó en estos últimos años. Buscaba saltar hacia ese otro lado donde finalmente tuviera el reposo de un aire y atmósfera que siempre le había faltado.

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14 de julio de 2008
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Galería de espectros: Mersault

Albert CamusRafael Argullol: Hoy, en mi galería de espectros, he visto el espectro deslumbrado de Mersault.
Delfín Agudelo: Te refieres a El Extranjero de Camus
R.A.: Sí, me refiero al extranjero por antonomasia, y sobre todo me refiero al acto supremo y al mismo tiempo perdedor del extranjero que es cuando dispara sobre este árabe en Argel. Siempre me ha llamado la atención ese momento culminante en que Mersault está deslumbrado por la luz oblicua del sol del atardecer. Hay un momento que parece todo el universo detenido y concentradas todas las pulsiones de ese personaje que se siente extraño en todos los lugares. En ese instante que dura unos segundos —unas décimas de segundo— se concentran en la mirada deslumbrada de Mersault lo que ha sido la película de sus últimos días, la muerte de su madre, su soledad después de esa circunstancia, su indiferencia hacia la moral de los demás, su sentirse separado del mundo y de los otros en esos días culminantes de su vida, y su de alguna manera camino hacia ese desenlace en el cual él va a matar pero sin ninguna consciencia previa de que esto pueda suceder. Sin odio ni rencor, sin causa, como si ese cosmos que parece detenido se manifestara en un momento determinado como el puro azar, la pura gratuidad, la pura absurdidad, y eligiera como brazo del destino el brazo de Mersault que se levanta, y sin saber por qué hace ese disparo que le va poner en movimiento ese cosmos que se había detenido. Entre el antes y el después del disparo la vida funciona en su cotidianeidad benéfica y maligna. En el intersticio entre el antes y después, reside en cierto modo el misterio insondable de lo que es alma y de lo que es la condición humana.
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11 de julio de 2008
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Charlas sobre mi amigo Dios

Hace unas semanas, Tony Blair estuvo en Barcelona. Llegó sigilosamente, casi en secreto, y los convocados a la charla, empresarios, políticos y banqueros, acudieron a la sala donde tuvo lugar el acto con el mismo sigilo. El conferenciante cobró por su conferencia una barbaridad y los asistentes -o sus empresas, administraciones y bancos- pagaron por ella una cantidad de dinero que jamás pagarían en otras circunstancias, aunque, por ejemplo Shakespeare y Einstein peroraran al alimón. Al día siguiente, que es cuando trascendió la noticia en los periódicos, Blair ya estaba de vuelta a casa y los satisfechos espectadores se habían reincorporado a sus actividades con el aliciente de haber asistido a una efemérides.
Le pregunté a uno de los asistentes qué había dicho Tony Blair y no supo responderme. "Vaguedades", dijo. Cuando quise saber si no se hallaba un tanto decepcionado por haber pagado tanto por tan poco, el hombre, un tipo listo y medrador, me dio a entender que no podía faltar a un acto de tal calibre: nadie que fuera alguien podía faltar. Además, según mi interlocutor, Blair soltaba sus vaguedades con un énfasis extraordinario, y si mentía -cosa que él no sabía- "mentía con gran estilo".
Con respeto a este último punto no podía haber desacuerdo. Si comparamos la forma de mentir de los tres héroes que aparecieron en la celebrada fotografía de las Azores, al inicio de la guerra de Irak, comprobaremos que no puede compararse el glamour de Tony Blair con la zafiedad de Bush o la ridícula altanería de Aznar. Durante una decena de años, el una vez prometedor Blair ha vencido mintiendo con enorme clase, usando siempre este acento atiplado que tanto subyuga a los oídos norteamericanos.
De lejos, Tony Blair es el más elocuente de los tres protagonistas de la fotografía. Por eso es interesante seguir los pasos que ha dado desde que tuvo que dejar Downing Street: se ha convertido oficialmente al catolicismo, ha ganado cinco millones de euros en un año con asesorías y conferencias como la de Barcelona y, finalmente, ha puesto en marcha una Fundación de la Fe (Tony Blair Faith Foundation). Podría pensarse que estos hechos no tienen nada que ver entre sí, pero la personalidad de Blair hace que no se expliquen unos sin los otros.
Bush y Aznar ya tenían contacto privilegiado con Dios, uno a través de telepredicadores americanos y el otro de obispos españoles. Blair, agnóstico en su juventud, debía de sentir una sana envidia del alto sitial en el que estaban asentados espiritualmente sus amigos, y más cuando, según su propia confesión, "se apoyó en Dios" para ejecutar determinadas decisiones, como enviar las tropas británicas a Irak. Quizá al convertirse al catolicismo haya encontrado ese hilo directo con la divinidad que se le hacía tan necesario.
Sin embargo, la cercanía de la divinidad no tiene por qué alejar de los bienes terrenales. Si nos atenemos a la oratoria de que ha hecho gala como presidente, no podemos augurarle grandes perspectivas de conferenciante a George Bush cuando, próximamente, deje la presidencia. Lo veo más negociando el precio de las reses en su rancho que embaucando a un público de supuestos elegidos en Barcelona. En cuanto a Aznar, ya sabemos lo que puede dar de sí. Es mejor que olvide su incipiente carrera de conferenciante, sea en inglés o en español, da lo mismo, y se dedique a sus consejos de administración, la actividad favorita de los políticos retirados, tanto de derechas como de izquierdas.
Blair es otra cosa. Blair sí es un encantador de serpientes con futuro en el manoseo de las palabras. De ahí que, cobrando un promedio de trescientos mil euros por conferencia, aspire a doblar sus emolumentos el próximo año. Por si esto fuera poco, una editorial le pagará siete millones de euros por sus memorias. Esto, claro está, sin contar las asesorías propias de los políticos retirados y que, en su caso, le lleva a cobrar, entre otras empresas, del banco J. P. Morgan y de los seguros Zurich.
Por lo que puede observarse, Tony Blair ha trabajado bien en este breve periodo de tiempo posterior al abandono de Downing Street. Pero a diferencia de muchos de sus colegas, a él no le interesa sólo el poder sino la gloria, aunque en un sentido completamente diverso a lo que expone otro ilustre converso al catolicismo, Graham Greene, en su admirable novela El poder y la gloria. En Blair, aparentemente sin tormento alguno, el poder terrenal y la gloria divina son dos conceptos tan próximos que casi se identifican.
Nada tiene de extraño, por tanto, que Blair haya recurrido a la brillante idea de constituir una Fundación de la Fe que, en última instancia, demuestra que los bienes terrenales son el mejor alimento espiritual, todo, eso sí, en el nombre de Dios. Tampoco es extraño que Blair, acompañado de Bill Clinton -otro insigne conferenciante-, haya elegido Nueva York para presentar su fundación.
Durante sus años de primer ministro no ocultó su progresiva preferencia por el aliado americano y Estados Unidos ha premiado repetidamente su servicial lealtad, incluso con reconocimientos tan exóticos como el de la Universidad de Yale, que lo ha contratado como profesor de Religión.
Aunque quizá este nombramiento no sea tan exótico y Blair sea el adecuado profesor de Religión de nuestra época o el profeta que, a través de la Fundación de la Fe, quiere propagar una nueva religiosidad pública para la era global. En la actualidad, Blair dice sentirse guiado por un impulso que antes no tenía: la "amistad" de Dios. Esta "amistad", que comparte con su socio Bush, no le aclara lo que está bien o mal, sino que, de acuerdo con sus palabras, le "da fuerza para hacer las cosas" ¿Quiere esto decir que el amigo Dios no le especifica a Blair si está bien o mal que la guerra de Irak haya provocado centenares de miles de muertos, sino que le da fuerza para seguir justificándola?
No lo sabemos porque nos falta la amistad íntima con Dios que él ha conseguido. Como quiera que sea, más allá del tono de mesías -mesías bien remunerado- del que Blair hace ostentación, podríamos hallarnos ante una operación de gran envergadura para dar la puntilla definitiva a la tradición ilustrada y laica de la política europea. La Fundación de la Fe auspiciada por el ex primer ministro británico quiere volver a tener a Dios en el centro del escenario, y en este caso no está tan alejada de los fundamentalismos de otras religiones. Y no olvidemos que Blair es uno de los aspirantes a la presidencia de Europa. ¡Dios nos coja confesados!

 

El País,  22/06/2008

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10 de julio de 2008
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Aristocracia del espíritu, democracia de la expresión

Rafael Argullol: En lugar de enterrarse de una manera rancia y claustrofóbica en esa especie de laboratorios teóricos —que pueden servir mucho al gremio de los profesores de filosofía para sus pequeñas vidas y sus pequeños currículums—, debería dedicarse a algo que sirva para la filosofía misma.
 
Delfín Agudelo: ¿Abogarías por una democratización de la filosofía? ¿O por una filosofía que esté más alcance de todos, en cuanto a su lenguaje?
 
R.A.: El mundo del espíritu es aristocrático en la medida en que es una búsqueda individual y se somete a sí mismo a pruebas iniciáticas. No me parece una buena metáfora la democratización del mundo del espíritu; pero sí me parece la de democratizar la expresión de ese mundo a través de lo literario, artístico o imaginista. Para mí el binomio perfecto, por así decirlo, sería el aristócrata del espíritu que se expresa por todos los medios democráticos propios de la ciudad en la que vive. Soy completamente contrario de la secta estilística. Soy partidario del máximo rigor espiritual, pero adversario de la abtrusidad y secta estilística, si bien es cierto que sería buena la máxima democratización de la expresión. Pero eso tampoco es el arte. La conciliación entre espíritu y arte es por un lado lo minoritario del rigor mas lo mayoritario de las sensaciones.
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9 de julio de 2008
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Oscurantismo y literatura

Rafael Argullol: El momento en que cada una de las creaciones artísticas se encierra en sí misma, sea a través de sistemas filosóficos cerrados o de supuestas característica religiosas, el diálogo se hace más y más difícil.
Delfín Agudelo: ¿Por qué crees que, por ejemplo, la literatura actual no ha caído en algún tipo de oscurantismo? Puede que sí los estudios literarios, mas no la producción literaria. Lo que percibo es que la literatura actual, tal como hemos visto, no es necesariamente oscurantista sino prácticamente lo opuesto.
 R.A.: Si por literatura actual comprendemos la de comienzos del siglo XXI —incluso la de las dos últimas décadas del siglo XX—, lo que dices es cierto. Pero lo que también es verdad es que al mismo tiempo de un cierto oscurantismo filosófico se erigió un oscurantismo en los estudios literarios, que culminó en las toneladas y toneladas de para-teoría que en los años sesenta y setenta, de la mano de los estructuralismos y todas sus consecuencias, solamente veía un camino para la literatura, que era de determinada vanguardia. Cuando se volcó esta vanguardia, después de Joyce y Beckett, hubo una especie de para-ascetismo de estudios literarios basados en la estructura universitaria que fomentaron un gran oscurantismo literario a lo largo de la segunda mitad del XX, que muchas veces iba emparentado con el filosófico, y entre los dos crearon un auténtico magma que cayó sobre generaciones de estudiantes.
Afortunadamente en los últimos años del siglo XX parece apreciarse una progresiva emancipación de la narración literaria respecto a ese magma, en gran parte como consecuencia de la apertura europea a otras tradiciones del mundo, que hizo que toda esta especie de dogmatismo teórico rompiera sus moldes. En la medida en que entre un cierto aire fresco en la literatura, éste acabará contagiando lo que llamamos filosofía. A veces han sido hermanas y otras como máximo primas hermanas, y creo mucho en la mutua alimentación entre literatura y filosofía. Los grandes movimientos de la filosofía han coincidido casi siempre con una filosofía que se expresaba con gran actitud literaria, como Platón, Giordano Bruno y Nietzsche mismo; y al revés: en la medida en que hay una literatura fresca, es mucho más posible que también haya una filosofía fresca porque de nuevo la filosofía intentará expresar con claridad y con equilibrio de imágenes y conceptos lo que es la condición humana. En lugar de enterrarse de una manera rancia y claustrofóbica en esa especie de laboratorios teóricos —que pueden servir mucho al gremio de los profesores de filosofía para sus pequeñas vidas y sus pequeños currículums—, debería dedicarse a algo que sirva para la filosofía misma.
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8 de julio de 2008
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Galería de espectros: Gatopardo

Fotograma Burt Lancaster, "El Gatopardo", Visconti, 1963Rafael Argullol: Hoy, en mi galería de espectros, he contemplado al majestuoso espectro de Gatopardo.
Delfín Agudelo: Te refieres al Gatopardo de Lampedusa.
R.A: Sí, me refiero al Gatopardo de Lampedusa y simultáneamente no puedo dejar de referirme también a El Gatopardo filmado por Visconti a partir de la obra de Lampedusa. El hecho de que se realice mentalmente esa identificación nos lleva a algo que es muy atractivo pero también implica una limitación, y es el cómo el cine pone potentemente caras a personajes literarios. En este caso a nosotros ya nos cuesta muchísimo pensar en el Gatopardo que escribió Lampedusa sin el rostro y la figura de Burt Lancaster en la película de Visconti. Estoy convencido de que el 99% de las personas que piensan en Gatopardo lo hacen a través del rostro de Lancaster. Creo además que es una magnífica identificación porque Visconti logró hacer presentes todos los matices interpretativos que potencialmente tenía Lancaster y que precisamente en su trayectoria americana creo que no había expuesto suficientemente. Ahí vemos al hombre que vive entre dos mundos; tanto biológicamente es un hombre que está en la edad adulta, encaminándose ya hacia la ultima madurez y el inicio de la senectud. Y al mismo tiempo históricamente entre dos épocas, una dominada todavía por los valores aristocráticos y el impetuosa irrupción de otra época, que estará dominada por el mercantilismo burgués. Gatopardo queda como atrapado entre esos dos mundos, intentando sobrevivir. Intenta sobrevivir como un  hombre ya mayor que sin embargo siente en él toda la plenitud biológica, y que por tanto todavía necesita vivir a fondo la existencia; y al mismo tiempo como un hombre que siendo del pasado no tiene miedo de los nuevos tiempos, sino que quiere incorporarse a éstos, vivirlos, vivir esa juventud histórica que aparece con el fenómeno del resurgimiento italiano.
La gracia espléndida de Gatopardo en la novela de Lampedusa es que nos enseña a vivir en un equilibrio entre esos dos mundos, y viene casi a hincarnos que el ser humano es alguien que nunca está de una manera clara ni en un mundo ni en el otro, sino que está siempre en un proceso de transición, incluso cuando le parece que está sentado en un mundo definitivo o etapa biológica: siempre está en un proceso de transición, y tiene que tener la suficiente sabiduría como para aceptar aquello que está muriendo y aquello que está creciendo simultáneamente De ahí a que Lampedusa hiciera que su protagonista fuera un hombre que cuando estaba agotado ante la extrema mutabilidad de la realidad que le envolvía, y la extrema mutabilidad de su propio organismo, se dirigía a las estrellas, las miraba, y de alguna manera se sintiera serenado por su música silenciosa.
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7 de julio de 2008
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