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Escrito por

Rafael Argullol

Rafael Argullol Murgadas (Barcelona, 1949), narrador, poeta y ensayista, es catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la Facultad de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra. Es autor de treinta libros en distintos ámbitos literarios. Entre ellos: poesía (Disturbios del conocimiento, Duelo en el Valle de la Muerte, El afilador de cuchillos), novela (Lampedusa, El asalto del cielo, Desciende, río invisible, La razón del mal, Transeuropa, Davalú o el dolor) y ensayo (La atracción del abismo, El Héroe y el Único, El fin del mundo como obra de arte, Aventura: Una filosofía nómada, Manifiesto contra la servidumbre). Como escritura transversal más allá de los géneros literarios ha publicado: Cazador de instantes, El puente del fuego, Enciclopedia del crepúsculo, Breviario de la aurora, Visión desde el fondo del mar. Recientemente, ha publicado Moisès Broggi, cirurgià, l'any 104 de la seva vida (2013) y Maldita perfección. Escritos sobre el sacrificio y la celebración de la belleza (2013). Ha estudiado Filosofía, Economía y Ciencias de la Información en la Universidad de Barcelona. Estudió también en la Universidad de Roma, en el Warburg Institute de Londres y en la Universidad Libre de Berlín, doctorándose en Filosofía (1979) en su ciudad natal. Fue profesor visitante en la Universidad de Berkeley. Ha impartido docencia en universidades europeas y americanas y ha dado conferencias en ciudades de Europa, América y Asia. Colaborador habitual de diarios y revistas, ha vinculado con frecuencia su faceta de viajero y su estética literaria. Ha intervenido en diversos proyectos teatrales y cinematográficos. Ha ganado el Premio Nadal con su novela La razón del mal (1993), el Premio Ensayo de Fondo de Cultura Económica con Una educación sensorial (2002), y los premios Cálamo (2010), Ciudad de Barcelona (2010) con Visión desde el fondo del mar y el Observatorio Achtall de Ensayo en 2015. Acantilado ha emprendido la publicación de toda su obra.

 

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El paseante entre la multitud

Rafael Argullol: Uno de los aspectos más remarcables de las variaciones que se han dado en la ciudad en los siglos XX y XXI es también la transformación del protagonista del relato urbano, que junto con el héroe o personaje individual ha sido la multitud y que a principios del siglo XXI tiene unas características profundamente distintas de las que se pudo apreciar en el momento en que se formularon las ideas sobre la modernidad.
Delfín Agudelo: La multitud, además de sufrir una evolución como tema o personaje literario, ha tenido un desarrollo en las calles mismas de la ciudad: de la ciudad moderna a metrópolis y de ésta a la megápolis siempre ha sido el sinónimo del ligar público y de las reflexiones solitarias de un caminante urbano.
R.A.: A este respecto pienso que es interesante recordar que probablemente el primer relato literario en que la multitud se convierte en protagonista es precisamente una narración de Edgar Allan Poe, "La multitud". Es una narración que e gusta mucho, en muchos aspectos. Primero por su calidad literaria, pero también porque creo que es el punto de salida de ese nuevo protagonismo o de lo colectivo-urbano. En "El hombre de la multitud" Poe presenta algo que no deja de ser muy contemporáneo, y es el devenir de un hombre que no puede estar separado de la multitud. Él lo plantea en la ciudad de Londres, y ese hombre siempre tiene que estar cerca de donde hay multitud, durante el día o la tarde, en Oxford Street, después tiene que ir a los bajos fondos de la vida noctámbula y prostitución, y al amanecer tiene que ir al mercado central... Siempre tiene que estar cercano a la multitud, inmerso en ella, porque no es nadie sin la multitud. Creo que en ese sentido Poe hace una especie de visión profética de lo que será la relación entre la literatura y la ciudad en los tiempos futuros, a pesar de que en la experiencia urbana de Edgar Allan Poe no es muy metropolitana. Él no era de Nueva York sino de Boston, que era una ciudad muy pequeña en relación a las nuevas metrópolis que se estaban configurando en el siglo XIX. Así que aquí, como en otros aspectos, es tan interesante establecer ese paralelismo, esa intimidad entre Baudelaire y Poe, sobre todo porque Baudelaire la reivindicó respecto a Poe. Ya no solo es que estemos hablando de una literatura que deriva directamente de lo rural a lo urbano, sino de la advertencia de que en adelante la multitud tiene que ser un personaje absolutamente fundamental dentro de la literatura. Y eso tiene su equivalencia y traducción inmediata en el hecho cierto de que En las flores del mal de Baudelaire el protagonista individual es muchas veces la multitud, quien está presente en esa especie de carnaval urbano y crítico del progreso que plantea Baudelaire en sus poemas. Se ve una multitud que evidentemente es la consecuencia de la última urbanización, del paso de tantos campesinos a  barrios proletarios de París, de la revolución industrial, de la politización. Una multitud que es a la vez carne de cañón y sujeto de la nueva poesía. Una multitud que está impregnándose en esa metrópolis pero que también de alguna manera se convierte en la que da un cierto sentido a la nueva poesía moderna que reivindica Baudelaire. Creo que la multitud en Poe o Baudelaire todavía tiene unos ciertos características de identidad propia.



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20 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El hombre que amaba el enigma

En 1941 la Warner Brothers contrató a John Huston para que dirigiera una película basada en El tesoro de Sierra Madre, una novela que había tenido gran éxito en Europa y que por aquel entonces se estaba afianzando también en Estados Unidos. Como Huston, además del realizador tenía que ser el guionista, el autor de la novela, B. Traven, fue invitado a Hollywood para comentar el proyecto. Traven respondió a la productora que prefería que fuera John Huston quien viajara a México para conocer la atmósfera en que se situaba su obra. El ataque a Pearl Harbour, en noviembre de aquel mismo año, interrumpió provisionalmente el inicio de la película.

Tras la guerra, en 1946, se reiniciaron los contactos de modo que Huston se trasladó a Ciudad de México para conocer a Traven. Esperó una semana en el hotel donde debía producirse la cita sin que el novelista se presentara. Finalmente acudió a su encuentro un hombre delgado, de ojos azules, más bien bajo de estatura que respondía al nombre de Hal Croves, traductor de Acapulco. El desconocido le entregó al cineasta una carta de Traven en la que éste se disculpaba a causa de una enfermedad, al tiempo que concedía a Hal Croves toda su confianza para negociar no sólo los aspectos económicos sino también los creativos de aquella colaboración que debía culminar en el traslado del texto literario a la pantalla.

Así comenzó una relación extraña, entusiasta al principio y al final tempestuosa, en la que Huston, crecientemente interesado por averiguar la identidad del invisible Traven, intercambió numerosas cartas con Hal Croves, el representante de Traven a todos los efectos. Durante la filmación de El tesoro de Sierra Madre, a lo largo de 1947, Croves se presentó en San José Purúa, Michoacán y Tampico, los escenarios naturales en los que Huston trabajaba. Al parecer no estaba demasiado convencido con el guión. Tras la finalización de la película el desacuerdo fue total. Hal Croves escribió a la revista Life que John Huston no volvería a utilizar jamás una novela de Traven y, pese a la gran acogida que tuvo la película, acusó en Time al director de ser un "mal observador".

Naturalmente, pese a sus esfuerzos, John Huston nunca tuvo contacto con el autor de la novela, B. Traven, sino únicamente con Hal Croves. En cualquier caso el éxito de la película excitó la curiosidad del público norteamericano por averiguar la auténtica personalidad del novelista. Sin embargo esta curiosidad ya estaba por entonces bien consolidada en Europa, sobre todo en Alemania, y también en México. Nadie sabía exactamente quién era Traven a pesar de que sus libros, en especial El barco de los muertos y El tesoro de Sierra Madre, publicados originalmente en alemán en los años veinte, habían tenido una difusión extraordinaria. El propio B. Traven, desde la invisibilidad, había contribuido a fomentar la confusión de manera que ya en la época de la filmación realizada por Huston, además del enigma de su identidad, había un auténtico desconcierto sobre la lengua literaria del novelista. Para unos era el alemán; para otros, el inglés norteamericano. Al no indicar que se trataba de traducciones, sino de textos originales, Traven insinuaba que las ediciones norteamericanas e inglesas de sus obras recogían los textos que habían salido de su pluma, lo cual no dejaba de ser anómalo dado que en los años veinte, cuando irrumpió como autor en el panorama literario, todos sus libros aparecieron en alemán.

Paralelamente en la patria de adopción de B. Traven, en México, donde tenían lugar la mayoría de sus narraciones, el interés por descifrar la identidad del novelista se acrecentaba, singularmente tras hacerse públicas las tensiones ocurridas durante el rodaje de la película de Huston. Inalcanzable por el momento B. Traven los periodistas encontraron la pista de otro hombre que, como Hal Croves, era delgado, de baja estatura y ojos azules. Este hombre se llamaba Torsvan.

En plena polémica alrededor de la película de El tesoro de Sierra Madre, con Hal Croves contra John Huston por la traición intelectual a B. Traven, éste fue inequívocamente identificado con Torsvan por el periodista Luis Spota en un artículo publicado en la revista mexicana Mañana. El artículo de Spota, que había entrevistado repetidas veces a Torsvan en Acapulco, causó sensación porque aparentemente acababa con el enigma de B. Traven. De acuerdo con el periodista el verdadero nombre del escritor sería Traven Torsvan (o Traven Torsvan Croves, lo cual integraría al irascible Hal), un norteamericano nacido en Chicago en 1890. Torsvan habría aparecido en México en 1926 -paradójicamente el año de la publicación de El barco de los muertos en Alemania- y allí habría participado, en calidad de fotógrafo, en la expedición del arqueólogo Enrique Juan Palacios a Chiapas. B. Traven sería finalmente visible: norteamericano, con el inglés como lengua materna y viajero por el sur de México, como se refleja en las novelas.

Sin embargo Torsvan lo negó todo e incluso envió una carta al diario mexicano Hoy en la que rechazaba la tesis de Spota y proclamaba: "¡Yo no soy Traven!". Recuperada la invisibilidad B. Traven no se pronunció sobre el asunto, ni siquiera a través de su mensajero Hal Croves. En cualquier caso tanto Hal Croves como Torsvan eran hombres delgados, de baja estatura y con ojos azules, y cada vez había más adictos a la idea de que también B. Traven reunía estas características.

Hay un cuarto hombre implicado: se llama Ret Marut, un escritor anarquista y antibélico que en los años de la Primera Guerra Mundial y la inmediata posguerra publicaba un periódico radical, Der Ziegelbrenner (el horneador de ladrillos), enteramente escrito por él mismo. Marut era actor de teatro, agitador y alegaba haber nacido en Estados Unidos. Estuvo a punto de ser fusilado durante los acontecimientos revolucionarios de la primavera de 1919 en Múnich. A partir del último número de Der Ziegelbrenner, dos años después, sus huellas se desvanecieron, no sin que corriera la leyenda de que Ret Marut era un hijo ilegítimo del káiser Guillermo II.

Cuando aparecieron las primeras novelas de B. Traven varios críticos compararon el estilo y las ideas de éste con los de Ret Marut y en la década de 1960 Rolf Recknagel demostró con notable contundencia, a través de un exhaustivo análisis textual, que Ret Marut y B. Traven eran el mismo autor con dos nombres distintos y en dos etapas distintas de su vida. Y de hecho Ret Marut se esfumó en Europa por la misma época en que Torvsan hizo su aparición en México.

Ahora que se publica entre nosotros la nueva edición de El tesoro de Sierra Madre (Acantilado) no es ocioso recordar que, a pesar de todo nuestro empeño, B. Traven ha conseguido mantener su camuflaje y, en consecuencia, ese enigma que en su caso se convirtió en una verdadera razón de ser. Probablemente fue Ret Marut; probablemente fue Torsvan; probablemente fue Hal Croves. Pero nunca estaremos seguros.

En 1969 la prensa mexicana lamentó la muerte de B. Traven al morir Hal Croves. Las cenizas de Traven o de Croves, o de Torsvan, o de Marut, fueron dispersadas por la selva de Chiapas, el Estado tan amado por el autor y donde ocurrieron varias de sus aventuras novelescas. En el testamento, Traven (o Croves) había expresado su deseo de "volver a la selva". Algo así como cuando en el espléndido final de El tesoro de Sierra Madre el polvo de oro, alejándose de la codicia de los hombres, es empujado por el viento de regreso a la montaña.

El País,  09/05/2009



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12 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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No es Tiberio

Que algo huele a chamusquina en Italia lo notas enseguida cuando en cualquier colmado puedes encontrar unas extrañas cervezas en cuyas etiquetas aparecen distintos retratos de Mussolini o de Hitler, ambos en actitud desafiante, bajo el pretexto de que se trata de "cervezas de la historia". Pero esto es menos elocuente que la ausencia de signos de protesta contra la deriva de la política italiana. Viví varios años en Italia y he vuelto a ella siempre que he podido, pues no creo que haya un destino mejor. Sin embargo, en mi último viaje, hace sólo unos días, he tenido una rara impresión de conformidad colectiva. Ningún cartel contra Berlusconi, ninguna pintada contra las medidas recientemente adoptadas por el Parlamento.

Frente a lo que cabría esperar, los italianos hablan poco del asunto, y eso, desde luego, contribuye a incrementar la sensación de extrañeza. La patria de Fellini debería disfrutar del espectáculo ya que, de momento, no ha podido evitarlo. Y no obstante, por regla general, se impone un imprevisto silencio. Y el visitante, por más que conozca el país, le cuesta adivinar los componentes que conforman este silencio: algo de hastío y mucho de esa peligrosa inercia a través de la que históricamente el hombre qualunque se lanza de vez en cuando en el precipicio.

Si Berlusconi fuera un nuevo Tiberio, como con mucho moralismo y poca cultura insiste cierta prensa europea, los perfiles serían nítidos; pero entre el anciano libertino de Capri y el rey bufón de Cerdeña, las únicas coincidencias son la edad y el lujo insular. Por lo que nos cuentan los historiadores, Tiberio, que fue un notable emperador, sucumbió en sus últimos años a una suerte de permanente orgía destructiva y autodestructiva. Con relación a este frenesí demoniaco, la depravación de Berlusconi, de creer a las cortesanas de poca monta que le acompañaban, consiste en trasladar a su realidad íntima la televisión detritus que tanto ha contribuido a crear hasta conseguir, casi, un régimen de monopolio visual con el que chantajear a sus compatriotas. Y escapar al libertinaje de la zafiedad puede ser más difícil que evadirse del terror de un Tiberio.

 

El País, 11/07/2009



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5 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La biblioteca del demonio

Hace años me quedé sorprendido cuando me informaron de que el trazado de las autopistas construidas en Alemania en la época de Hitler, las primeras de Europa, no respondía tanto a criterios económicos cuanto estéticos. Se buscaba, al parecer, que quien viajara por ellas quedara impresionado por la belleza de los paisajes contemplados y, a este respecto, en ocasiones se había sacrificado la funcionalidad del trayecto con tal de conseguir la conmoción visual del transeúnte. Nunca he llegado a saber con certeza si esas informaciones se ajustaban a la realidad, aunque no me extrañaría a juzgar por ciertos discursos "artísticos" de Hitler en los que se exaltaba la necesidad de alcanzar un efecto sublime y se abogaba, muy kantianamente, por el poder desinteresado del arte.

En 1987, con ocasión de la Muestra del Arte Degenerado -conmemorativa de la celebrada 50 años atrás-, asistí en Múnich a una exposición paralela dedicada a aquel arte "sano" y "nacional" que los jóvenes nazis defendían como alternativa a Picasso, Braque, Cézanne, Kandinsky y demás artistas tenidos por degenerados. Las obras de la exposición paralela eran, como es de imaginar, grandilocuentes y de escaso valor. Con todo, los organizadores tuvieron el acierto de ilustrarlas con las teorías estéticas de Hitler, o al menos firmadas por éste. Junto al desvarío racista aparecían aquí y allá opiniones que encajaban con la leyenda de las primeras autopistas alemanas, y así el conjunto aparecía a los ojos del visitante como un caótico revoltijo de ideas procedentes de la tradición intelectual romántica y de opiniones de una zafiedad sonrojante. Aun dando por sentado que Hitler, en la mayoría de los casos, únicamente firmó los textos que sus asesores redactaron, me quedó la curiosidad de saber cuáles eran realmente los libros leídos por un tipo como Hitler, capaz de alcanzar los extremos que conocemos. Algo ganaríamos, me dije entonces, si alguien hubiera descrito la biblioteca del dictador, quien se ufanaba de ser un lector apasionado desde su época de estudiante medio bohemio en Austria. Sin embargo, por lo que yo creía, la biblioteca de Hitler, formada en efecto por varios miles de volúmenes, a la fuerza debía de haber desaparecido, en gran parte al menos, con la destrucción de la cancillería de Berlín y, sobre todo, del Berghof, su amado refugio alpino cercano a Berchtesgaden. No había sido exactamente así. Recientemente, J. Timothy W. Ryback ha publicado un libro, Hitler's Private Library, en el que se reconstruyen las vicisitudes que marcaron la dispersión de la biblioteca de Hitler. Los libros de Berlín, en efecto, han desaparecido. Requisados por las autoridades soviéticas tras la caída de la capital, fueron trasladados a Rusia y no hay noticia alguna sobre ellos. No obstante, una pequeñaparte de la colección del Berghof, pasando de manos de soldados americanos a las de coleccionistas privados, acabó en la Biblioteca del Congreso de Washington. Unos mil títulos entre los que destacan una guía arquitectónica de Berlín que, según Ryback, alimentó los sueños imperiales del dictador en relación con la futura capital alemana, una edición de Tempestades de acero dedicada por su autor, Ernst Jünger, y las obras completas de Fichte -el único filósofo ilustre en la colección- lujosamente encuadernadas en piel, un regalo de la cineasta Leni Riefenstahl.

La pequeña muestra que analiza Ryback se completa con la reedición en el anexo de su libro de una auténtica joya bibliográfica: This is the Enemy, una suculenta descripción de la biblioteca de Hitler realizada en 1942, antes de su dispersión, por tanto, por el periodista americano Frederick Oechsner, corresponsal de la United Press en Berlín. Oechsner da detalles sobre los criterios de Hitler como bibliotecario y sobre la parafernalia que adornaba las estanterías: decenas de fotos dedicadas con los actores y cantantes favoritos, y "200 fotografías de constelaciones estelares en días importantes de su vida". No en vano Hitler era un asiduo consultor de las profecías de Nostradamus.

La clasificación de los libros no es irrelevante. Junto a la abundante presencia de títulos sobre asuntos militares y la curiosa insistencia en temas peculiares, como la cría de caballos, algunas secciones son particularmente elocuentes. Oechsner cita 400 libros dedicados a la Iglesia católica, textos que el bibliotecario Hitler ha entremezclado con obras pornográficas, profusamente anotadas con comentarios groseros. No deja de ser interesante esta asociación entre pornografía y catolicismo en alguien que acarició la idea de fundar una nueva religión. Como interesantes son los casi mil volúmenes de "literatura popular y sencilla", en palabras de Oechsner, conservadas por el fundador de un imperio destinado a durar un milenio. En este grupo destacan las "novelas del Oeste" de Karl May y los relatos detectivescos del británico Edgar Wallace, dos autores con gran éxito en aquellos años, sin olvidar el nutrido apartado de novelitas sentimentales, en especial de Hedwig Courts-Mahler, una suerte de Corín Tellado alemana de la época, por lo que cuenta Oechsner.

Ninguna palabra, en cambio, sobre autores literarios de más envergadura. Por lo que deducen el historiador Ryback en su reciente Hitler's Private Library y el periodista Oeschsner en 1942, el Führer nunca estuvo demasiado atento a lecturas de fuste, si bien tenía mucho interés en mostrarse ante sus allegados como un hombre forjado culturalmente a sí mismo, autodidacta, que nunca necesitó de los circuitos académicos, en los cuales, como es sabido, había sido rechazado durante sus años vieneses. No podemos saber si Hitler se sumergió en las obras completas de Fichte que le regaló Leni Riefenstahl -ni siquiera si las hojeó en alguna hora perdida entre mitin y mitin-, pero llama la atención que no aparezcan por ningún lado los muy manipulados Nietzsche y Schopenhauer, supuestos filósofos de cabecera. En cuanto a poetas y novelistas, el único de relieve es Jünger, en cuyo libro Tempestades de acero, Hitler ve un modelo para sus propias memorias de la Primera Guerra Mundial, obra que nunca llegó a escribir.

No hay que descartar que el Führer leyera a otros autores de importancia, pero parece claro que en la balanza de sus lecturas el platillo de las obras cultas pesa mucho menos que el de la "literatura popular y sencilla". Queriendo emular en muchos aspectos a Napoleón, no es probable que Hitler hubiera pensado en un Goethe de su tiempo al que informar que había leído devotamente como aquél hizo con el autor de Werther.

Si los informes sobre su biblioteca son representativos de su sensibilidad literaria, no hay duda de que los gustos de Hitler eran más bien toscos y apenas guardan relación con la retórica culta incluida en sus discursos oficiales sobre el arte. Naturalmente que el dictador posee en sus estanterías los clásicos del racismo, desde los textos de Chamberlain hasta el panfleto de Henry Ford, el empresario norteamericano, sobre la conspiración judía internacional. Pero fuera de los capítulos del racismo y de la historia militar, la biblioteca hitleriana nos muestra a un lector, o a un coleccionista de libros, más atento a los subproductos intelectuales que a la tradición cultural europea, incluida aquella susceptible de ser tergiversada ideológicamente por el nazismo.

Así, fantasmagóricamente, la imagen de la biblioteca de Hitler se nos aparece entre dos fuegos: por un lado, la hoguera de un mundo incendiado por la guerra, y, por otro, la hoguera de los miles de libros quemados por sus secuaces, correspondientes a autores que obviamente no se vislumbraban en las estanterías del dictador. Y entre ambas hogueras podemos imaginarnos al lector Hitler descansando por unos minutos de sus planes grandiosos mientras se dirige a esta parte de la biblioteca donde las obras pornográficas coexisten con las católicas o a aquella otra en la que releerá, una vez más, una de esas historietas de amor de Hedwig Courts-Mahler que a punto están de hacerle llorar.

El País, 07/03/2009



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31 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La felicidad y la seguridad

En el año 1543 los arquitectos Giangiorgio Trissino y Andrea Palladio acometieron un reto de casi imposible solución del que, sin embargo, salieron airosos: convertir una ciudad medieval en una ciudad clásica. El sensacional experimento tuvo lugar en Vicenza y el motivo fue la toma de posesión de la diócesis por el cardenal Niccolò Ridolfi, quien no era, por supuesto, un clérigo cualquiera, sino un príncipe poderoso y culto, nieto de Lorenzo de Médici. Los detalles del cortejo del cardenal Ridolfi el día 16 de septiembre de 1543 pueden hallarse en la exposición Palladio, en Caixafòrum, imprescindible para adentrarse en el universo del gran arquitecto de Padua y en la que destacan las minuciosas maquetas que reproducen algunas de sus obras.

Trissino y Palladio levantaron una escenografía urbana tan convincente que el cardenal Ridolfi pudo tener la impresión de que no recorría una caótica ciudad medieval repleta de bellezas góticas, sino una esplendorosa urbe del antiguo Imperio Romano con sus arcos triunfales, sus frontones y obeliscos. El pórtico gótico de la catedral fue temporalmente completado por el frontón de un templo romano. En el momento culminante el séquito del cardenal debía pasar entre dos estatuas colosales; una representaba a la Felicidad y la otra a la Seguridad. Tras el gran éxito de la ceremonia, al día siguiente empezó a desmantelarse la enorme escenografía de madera y estuco, de la que apenas ha quedado rastro, a excepción de la leyenda sobre la capacidad casi inhumana de Palladio para suscitar sueños arquitectónicos.

Creo que la clave del éxito del montaje de Vicenza estriba en estas estatuas alegóricas que el cardenal Ridolfi debió de agradecer, por más que sabía que se trataba de un engaño. También Catalina la Grande sabía que eran falsas esas hermosas aldeas rusas que le ofrecía Grigori Potemkin, su favorito, y que detrás de la fachada de cartón piedra se ocultaba la profundidad de la miseria campesina. Y en nuestros días las últimas tecnologías también erigen estatuas a la Felicidad y a la Seguridad pues, aunque sean fraudulentas, la tarea del poderoso, si quiere perpetuarse, es simular que a su alrededor el mundo es seguro y feliz.

 

El País, 27/06/2009



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28 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Si ellos son malvados…

No sé si por un defecto de ideas políticas o por un exceso de ideas publicitarias, pero lo cierto es que la campaña socialista para las elecciones europeas difícilmente ha podido ser peor. Me refiero, sobre todo, a esas imágenes de los líderes conservadores con aspecto patibulario sobre un fondo rojo sangre. La primera vez que las vi era de noche y creí que se trataba de propaganda de una película de terror, de esas que antes pertenecían a la serie B. Me costó adivinar que aquellos cinco tipos, alienados estilo jauría, eran quienes en realidad eran. En el vértice siniestro, por ejemplo, Berlusconi -al que por lo visto no podemos sacarnos de encima- me pareció demasiado mórbido, desprovisto de la silueta bufonesca y mendaz que tanto apreciamos. Bush, al que quizá hubiera correspondido el centro del grupo salvaje, estaba demasiado escondido tras el gran farsante italiano como para ser fácilmente reconocible. A Aznar no hacía falta retocarle, como hicieron para que mostrara esa faz que tantos amigos le ha proporcionado. Se hacía difícil asimismo averiguar qué pintaba allí el bueno de Chirac con cara de asesino cuando le correspondía el puesto a Sarkozy, quizá descartado a última hora por su excesivo glamour. Y con respecto al quinto de la cuadrilla, al mellizo polaco, apuesto lo que sea a que ni un uno por mil de los eventuales estaba en condiciones de discernir quién era aquel individuo. De entrada ¿sabían los brillantes directores de la campaña socialista a qué mellizo polaco querían parodiar?
Por si fuera poco, esas mentes privilegiadas del agitprop inundaron las ciudades con banderolas mecidas por el viento desde las que los malvados, también retratados individualmente sobre fondo rojo, asustaban a la humanidad progresista. Paralelamente, las propias propuestas socialistas refulgían por su ausencia. La idea que quería transmitirse era, en definitiva, tan sencilla como primitiva: "si ellos son los malvados, nosotros somos los buenos".
Pero salió el tiro por la culata. Una señora recién nacionalizada y que tenía la ilusión de votar por primera vez me dijo que no había hallado nada parecido a un programa de tal partido. Ni siquiera sabía que las rojas banderolas llenas de patibularios habían sido concebidas para captar votos de izquierda. Habrá que pensar en otros publicitarios. O en otros políticos.

El País, 13/06/2009


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23 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Una indefinida coacción

Rafael Argullol: Surge entonces una especie de espada de Damocles fantasmagórica, sensacional, inquietante y muchas veces diría incluso extraordinariamente hinchada, que es la espada de Damocles digital o electrónica. En estos momentos la panacea que presiona a la legión que he citado antes es Internet: los blogs, las revistas digitales, los comentarios digitales, todo un submundo que es la parte sumergida de la montaña del iceberg, muy difícil de vislumbrar, muy difícil de objetivar.

Delfín Agudelo: Lo verdaderamente complicado, a mi juicio, es que el sencillo hecho de tener acceso a una plataforma de comunicación-llámese blog, foro, etc.- no implica necesariamente un juicio agudo para establecer algún tipo de opinión respecto a determinada información. Todo el mundo puede opinar: todo el mundo puede coaccionar.

R.A.: Exacto, tienes la impresión de que ejerce una capacidad de coacción y de presión sobre el mundo visible de la edición y de creación literaria y crítica tan impresionante porque aumenta la visibilidad de la incertidumbre. Un editor en estos momentos no confía para nada en las críticas literarias de las revistas, de los periódicos, o dice no confiar; al mismo tiempo dice que lo importante es lo que viene a través de Internet, pero no te sabe aislar en qué consiste esta importancia. Un autor te dirá: "No, lo importante es escribir para el mundo digital que se avecina", pero no sabe objetivarlo. Me estoy encontrando que los medios de comunicación quieren dirigirse a una supuesta juventud electrónica, entre comillas, que no sabe muy bien tampoco a qué se refieren cuando dicen esto.

Que la juventud está acostumbrada a utilizar las nuevas tecnologías desde pequeños es evidente; pero de ahí a esta especie de neurosis por conseguir captar a esa juventud digital electrónica está creando verdaderamente una situación de suspense colectivo, que es divertido, interesante, porque lleva a una situación rara, rarísima: nadie se siente seguro, y eso se nota mucho en estos días que algunos editores están reconociendo el peso de la crisis en la venta de libros, y sobre todo en la situación bastante dramática de los medios de comunicación escritos, que han llegado a la conclusión de que no son leídos por la franja más joven y no saben muy bien cómo ser leídos por ésta. Entonces recurren a argumentos que no sé si tienen mucho de fantasmagórico. A partir de entonces sería muy fácil que determinados críticos que supuestamente aparecen como clarísimamente comprometidos con los intereses de esa juventud digital de nuevos valores electrónicos corten el bacalao.

 



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20 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Una nueva espada de Damocles

Rafael Argullol: Todo eso es una interesantísima inversión porque forma parte de esa búsqueda desesperada de nuevos público y lectores y espectadores por parte de la llamada tradición artística que está situada ante el espejo de su propia composición, o de su propia inseguridad.

 

 Delfín Agudelo: La búsqueda desesperada que hace perder el valor del suplemento cultural implica un panorama bastante oscuro. En esta medida perdemos todos: yo leo los suplementos para saber qué fue lo último que se publicó; voy a estar leyendo una crítica a partir de un crítico que ya la recomendó para que yo la lea. Supongamos que voy a ver directamente a la librería: los libros que están expuestos son aquellos que entre el librero y el editor acordaron que lo estuviera para que se vendieran. Y más allá de eso: las editoriales buscan las creaciones, el constructor del bestseller, etc. así que tampoco sería muy creíble el editor, en ese sentido. ¿Cómo hace el lector para acceder a una creación que no esté intentando suplir las deficiencias del mercado? ¿Nos volcamos hacia la crítica deportiva?

R.A.: Hay una situación divertida y curiosa, volviendo al intercambio de papeles al que antes aludía, y es que de la misma manera que la crítica literaria, de artes visuales, de música o de cine aparecen continuamente y a veces hasta la náusea metáforas futbolísticas, en las críticas del fútbol empezamos a ver sin saber muy bien si el autor sabe de quién habla: el autor cita a Kierkegaard, a Schopenhauer, a Nietzsche, etc. He escuchado retransmisiones deportivas en que los presentadores, no sé si con mucha justificación, hacen unas citas cultísimas de los trágicos griegos, al hablar de un partido de fútbol. Mientras que por otro lado, sin embargo, en el arte o en la literatura se va a la metáfora futbolística. Creo que  se debe a una razón muy sencilla: el periodista vinculado al mundo del fútbol tiene una enorme seguridad en la corporeidad, en la carnalidad del espectáculo del que trata; sabe que ese espectáculo tiene en estos momentos impactos extraordinarios, incluso universales. Mientras que por el otro lado estoy detectando que hay una legión de autores, críticos, editores, periodistas culturales y periodistas en general que se sienten tan inciertos en su papel que continuamente es como si caminaran sobre arenas movedizas y se están preguntando si su papel es profundamente equivocado, si se deben dirigir a un público que en realidad no es el que se fijan, y allí es donde surge una especie de espada de Damocles fantasmagórica, sensacional, inquietante y muchas veces diría incluso extraordinariamente hinchada, que es la espada de Damocles digital o electrónica.



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17 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Un nuevo público

Rafael Argullol: Si esto es así evidentemente cada vez nos encontramos más a críticos que se apoderan de ese lenguaje energuménico, sin ninguna justificación racional, y que se guían puramente por las simpatías y antipatías.

Delfín Agudelo: A mí en todo caso me llamó la atención en el cruce de declaraciones. Por un lado Almodóvar criticaba el hecho de que Boyero hubiera sido escogido para ir a Cannes, y por el otro lado El País criticaba Almodóvar diciendo que siempre le habían dado protagonismo. Ahora bien, ni en una ni en otra se habla de la obra. En ningún momento se habla de la película, que es el grueso: nunca se habla de Los abrazos rotos como aquello a lo que se debe atender, que es lo que las dos partes tienen que tener en consideración. Hablamos de omisión compartida. 

R.A.: Creo que es un aspecto muy representativo del desconcierto general que actualmente hay en los medios de comunicación, y en concreto de los medios de comunicación escrita, y el desconcierto respecto a qué públicos esos medios quieren dirigirse. A veces da la impresión de que esos medios o los protagonistas culturales o críticos de estos medios busquen desesperadamente nuevos públicos a los que dirigirse, por ejemplo públicos supuestamente juveniles, gracias al cual en cierto modo buscan con la misma desesperación toda una serie de supuestas estéticas de la actualidad que les lleva también a despreciar lo que podría ser el bagaje de la gran tradición cultural o el bagaje de autores que encuentran excesivamente intelectuales. No es el caso, seguramente, de Almodóvar, pero hasta Almodóvar ha llegado a tener el San Benito de ser excesivamente intelectual, y no digamos el caso de cineastas como Víctor Érice. Para no quedarme solo en el caso de la crítica de cine, creo que es extensible a las otras críticas: lo mismo está pasando en la crítica literaria, en la cual cada vez hay más críticos que de una manera asfixiante están intentando buscar nuevos fenómenos literarios sobre todo si pueden ser de masas, sean de novela negra nórdica, sean de constructores de bestsellers sobre novela histórica, etc., que quizás hace un tiempo habían merecido una crítica más rigurosa y que ahora los críticos se inclinan demagógicamente a la idea de que este es el nuevo gusto de la época o del porvenir inmediato, mientras desprecian una tradición intelectual que se supone elitista, vinculada a la otra cultura.

 

 



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10 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Entre simpatías y antipatías

Rafael Argullol: En ese sentido aspectos fundamentales de la crítica, que es contextualizar el texto y contextualizar la obra, muchas veces se olvidan. Es entonces cuando evidentemente entramos en un tipo de crítica que tiene mucho de a priori y a veces ya directamente mucho de energumenismo, de lenguaje de energúmeno o de matón, en el cual hay una división maniquea y muy pasional de lo que le cae con esa expresión, lo que le cae bien o le cae mal al crítico, sin un intento mediano de contextualizar la obra.

Delífn Agudelo:Sin más, es precisamente el momento en el cual encontramos que el crítico deja de serlo para convertirse en un lector pasional que olvida las reglas de su quehacer, convirtiéndose así en uno más que opina sobre un autor o director en particular. Al hacer prevalecer su sentimiento frente al creador, ha dejado de ser crítico.

R.A.: En concreto, en la polémica o enfrentamiento Almodóvar-Boyero, evidentemente uno puede encontrar empatías en un bando y en el otro. Lo que es evidente es que Almodóvar se queja de una especie de esquematismo matón por parte del crítico Boyero, y los partidarios de Boyero se quejan de que un autor como Almodóvar haya estado tan mimado desde el punto de vista de los medios de comunicación que incluso pueda olvidarse de que pueda existir un discurso crítico sobre su obra. A mí lo que me preocupa especialmente en estos momentos es que ha entrado en crisis la tradicional prensa escrita y la tradicional forma de expresarse de los medios de comunicación, y el resultado es que esto se aproveche para ir a una especie de juicio crítico cada vez más lapidario, cada vez más inquisitorial, y cada vez menos justificado. Incluso alegando razones de espacio, parece que todo ahora tenga que ser sintético y breve, y sintéticos y breves también tengan que ser los razonamientos de la crítica. Si esto ses así evidentemente cada vez nos encontramos más a críticos que se apoderan de ese lenguaje energuménico, sin ninguna justificación racional, y que se guían puramente por las simpatías y antipatías.



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7 de julio de 2009
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El Boomeran(g)
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