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Escrito por

Rafael Argullol

Rafael Argullol Murgadas (Barcelona, 1949), narrador, poeta y ensayista, es catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la Facultad de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra. Es autor de treinta libros en distintos ámbitos literarios. Entre ellos: poesía (Disturbios del conocimiento, Duelo en el Valle de la Muerte, El afilador de cuchillos), novela (Lampedusa, El asalto del cielo, Desciende, río invisible, La razón del mal, Transeuropa, Davalú o el dolor) y ensayo (La atracción del abismo, El Héroe y el Único, El fin del mundo como obra de arte, Aventura: Una filosofía nómada, Manifiesto contra la servidumbre). Como escritura transversal más allá de los géneros literarios ha publicado: Cazador de instantes, El puente del fuego, Enciclopedia del crepúsculo, Breviario de la aurora, Visión desde el fondo del mar. Recientemente, ha publicado Moisès Broggi, cirurgià, l'any 104 de la seva vida (2013) y Maldita perfección. Escritos sobre el sacrificio y la celebración de la belleza (2013). Ha estudiado Filosofía, Economía y Ciencias de la Información en la Universidad de Barcelona. Estudió también en la Universidad de Roma, en el Warburg Institute de Londres y en la Universidad Libre de Berlín, doctorándose en Filosofía (1979) en su ciudad natal. Fue profesor visitante en la Universidad de Berkeley. Ha impartido docencia en universidades europeas y americanas y ha dado conferencias en ciudades de Europa, América y Asia. Colaborador habitual de diarios y revistas, ha vinculado con frecuencia su faceta de viajero y su estética literaria. Ha intervenido en diversos proyectos teatrales y cinematográficos. Ha ganado el Premio Nadal con su novela La razón del mal (1993), el Premio Ensayo de Fondo de Cultura Económica con Una educación sensorial (2002), y los premios Cálamo (2010), Ciudad de Barcelona (2010) con Visión desde el fondo del mar y el Observatorio Achtall de Ensayo en 2015. Acantilado ha emprendido la publicación de toda su obra.

 

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Intimidad e impunidad

Un buen vecino de escalera, de esos que saludas diariamente y con el que charlas un par de veces al año además de desearle una Feliz Navidad, oye el teléfono fijo de su casa con una aprensión total: teme escuchar de nuevo esas voces metálicas que el diabólico Doctor Moreau concibió para las monstruosas criaturas de su isla. Con el teléfono móvil le sucede menos porque ve el número en pantalla y puede tranquilamente no contestar. Hace unos meses unos técnicos de Telefónica averiaron el "identificador de llamadas" de su teléfono fijo al rechazar él una oferta televisiva que acompañaba la instalación de Internet, y se quedó sin la trinchera última que le resguardaba de los intrusos. Al principio intentó que la compañía reparara su estropicio, pero tras varios intentos, con insoportables esperas, angustiosas conversaciones con máquinas y peleas surrealistas con pobres empleados programados para trasladarte de servicio técnico a servicio técnico hasta llegar a un pozo sin fondo, se dio por vencido y se quedó sin el escudo de su identidad.

Odia las llamadas telefónicas. Si no contesta cree que puede perderse algo vital, si contesta teme que alguna de las voces metálicas del doctor Moreau se incruste en sus tímpanos. Sobre todo, teme a los esclavos-autómatas de la propia compañía, autora del desaguisado y quizá un Moreau contemporáneo, pues de tarde en tarde suena el maldito aparato y, si descuelga, oye el temible mantra automático: "Si está satisfecho del arreglo de su avería pulse cero; de lo contrario, pulse uno, etcétera". Ningún técnico ha solucionado nada, pero el mantra continúa, supone que hasta el final de los tiempos.

Sin el maravilloso identificador de llamadas, la indefensión es total y los doctores Moreau actuales (agua, gas, electricidad, seguros y, por supuesto, bancos) le pueden bombardear con sus promociones. También con voz metálica, un bufete de abogados llama para recurrir sus multas de tráfico: "has sido multado" anuncia el fantasma con un tuteo amenazador. Nadie llama indicando cómo defenderse de los embaucadores que trafican impunemente con la intimidad.

El País, 30/01/2010

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8 de febrero de 2010
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El energúmeno y el gracioso

En las últimas semanas me he visto obligado a pasar muchas horas en el coche y, en consecuencia, he escuchado la radio con mayor frecuencia de lo habitual. Cuando fallaban las emisoras musicales sintonizaba las otras, las cinco o seis programadas en el transistor, confundiéndolas dada la gran uniformidad de todas ellas. Si evitaba lo que los locutores llaman gráficamente "cortes publicitarios" era inevitable tropezar con un supuesto espacio de entretenimiento o con una tertulia.

Los espacios de entretenimiento comparten una consideración de la humanidad que raya la idiotez. Para comunicar a los radioyentes esta concepción del mundo sus artífices recurren a variopintos procedimientos, con una gran predilección por el cotilleo, la parodia y los concursos de todo tipo, y para reconocer a tantos personajes parodiados debería poseer una erudición que no poseo. Siempre parece vencer el que más grita o el que más chistes cuenta.

Paradójicamente, en las tertulias, cuyos componentes tienen una consideración de la humanidad -es decir, de sí mismos- que raya en lo sublime, los métodos son muy semejantes y los que llevan la voz cantante tratan de aplastar a los demás, sea con chillidos, sea con sarcasmos. No falta el tertuliano, generalmente no profesional, que trata de argumentar, con pocas esperanzas, pues pronto se da cuenta de que las denominadas tertulias, un género recurrente en nuestros medios de comunicación, tienen complicidades y códigos bien determinados a los que el profano le cuesta acostumbrarse: allí no se trata de llegar a conocimiento alguno, sino de alborotar para que el programa tenga -como se dice, bélicamente- impacto.

Las tertulias más patéticas son las políticas y las deportivas. En las primeras, políticos de segundo rango se tiran los trastos unos a otros con el propósito de convertir lo importante (la cosa pública) en fútil. En las segundas, curtidos especialistas se pelean entre sí con la finalidad de transformar lo accesorio (un deporte) en fundamental. Todo se trata de una representación y, como la sangre nunca llega al río, de un lucimiento para graciosos y energúmenos.

El País, 16/01/2010

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4 de febrero de 2010
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La médula de interrogaciones

Rafael Argullol: Entonces la filosofía o bien se convierte en el terreno abonado para una nueva sofística, o bien se convierte en el canal a través del cual se produce una nueva aspiración mística a un saber sagrado. Ahí encontraríamos cómo ciertos acercamientos de nuevo a los propósitos de la poesía.

Delfín Agudelo: ¿Cuál crees tú que es la validez o relevancia de un quehacer filosófico en la actualidad?  Y de contemplarlo, ¿qué género sería el más adecuado?

R.A.: El núcleo de cuestiones que suscitó históricamente lo que llamamos filosofía continúa completamente vivo. Este núcleo podría definirse como la médula de las interrogaciones acerca de la condición humana. Plantearse esa médula continúa siendo tan imprescindible como hace veinticinco o treinta siglos, aunque se hayan producido los enormes avances científicos porque, en definitiva, la ciencia tiene algo de centrífuga, va colonizando territorios. Pero esa colonización de vastos territorios no quiere decir que solucione el problema del núcleo. Siguen los interrogantes acerca del sentido de la vida, de nuestro paso por la tierra, el significado de la muerte del ser; de las cuestiones y dudas acerca de la inmortalidad, acerca, incluso en un territorio más cercano, de la amistad, del amor, de las pasiones. Los mismos interrogantes de hace treinta siglos son los nuestros a pesar de que en nuestra época se han conquistado territorios impensables hace veinticinco siglos desde el punto  de vista del científico; pero la médula sigue intacta.

Ahora bien, en mi opinión, la manera de dar respuesta siempre inacabada a esos interrogantes no es tanto la filosofía sistemática o dogmática, sino una filosofía inclinada hacia lo artístico y lo literario. Por eso yo creo que en el mismo siglo XX gran parte de los mejores interrogatorios filosóficos se han dado desde la narrativa o desde la poesía. Pienso que grandes filósofos del siglo XX son Rainer María Rilke, son Paul Valéry, son Thomas Mann; son escritores que han puesto esa médula en el escenario y han provocado una interrogación superior a la que muchas veces han provocado los neosofistas.

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20 de enero de 2010
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Hacia un saber sagrado

Rafael Argullol: Sólo ulteriormente una especie de hiperracionalismo que despreció la parte enigmática de la naturaleza y del hombre asentó una división de funciones entre lo que hemos denominado literatura y lo que hemos denominado filosofía, pero creo que esto es una divergencia posterior.

Delfín Agudelo: Porque es esta divergencia la que ha hecho que prácticamente el conocimiento de la sabiduría filosófica actual sea mistérica, en el sentido en que ya ha optado por un estilo y categorías que se alejan completamente de la ejemplificación  que siempre otorga la literatura, quedándose así en un núcleo de palabras que no salen de su propio hermetismo.

R.A.: Bueno, esto ha formado parte de un proceso de conexiones y desconexiones. En ese mundo transitivo que va desde la épica a Platón, lo que llamamos literatura, lo que llamamos filosofía y lo que llamamos ciencia va muy de la mano. A partir de Aristóteles la filosofía se acerca mucho más a un tipo de observación de la vida y de la existencia cercano a nuestra denominación de ciencia. Pero aún así hay un alto grado de convivencia que yo diría se extiende hasta los siglos modernos. ¿Qué ocurre a partir del siglo XVIII, de la Ilustración? La progresiva hegemonía d le ciencia como el territorio supuestamente fiable de conocimiento va arrinconando las posibilidades de la filosofía. La reacción de la filosofía en Kant y en Hegel y en el idealismo es una reacción casi celosa, en el sentido de llegar a formular una posibilidad de sistemas y de rigor que pudieran emular el desafío de la ciencia. Ahí tenemos la creación de  los grandes sistemas filosóficos de la segunda mitad del XVIII y de la primera mitad del XIX, donde la filosofía aún rivaliza con el desbordante poder de la ciencia.

Hay un momento a partir de finales del XIX, más o menos por la época de Nietzsche, en que es tan evidente que el conocimiento que se convierte en fiable, experimental, útil, etc., es lo que llamamos ciencia; que la filosofía recula de esa carrera por erigir sistemas competitivos con la ciencia y se va encerrando en un lenguaje de autoalimentación. Claro, ahí en arte habría un aspecto sumamente crítico que es lo que Schopenhauer denominó "La filosofía de los profesores"; es decir, una filosofía desvinculada de toda la fecundidad inicial y convertida en un oficio de traslación en el fondo de neosofistas. Por otro lado habría una filosofía que se acercaría diríamos al hermetismo, al gnosticismo, a la mística; es decir, no tanto al mundo abierto de la academia universitaria en que el profesor de filosofía actúa como un sofista de gran alcance, sino a través de un camino paralelo en que la filosofía parece aspirar a un nuevo saber sagrado. Ahí vemos que se producen convergencias y divergencias. Yo creo que en el nacimiento de la filosofía, el humus en el que nace es el humus del saber arcaico, y por tanto vinculado al mito y por tanto vinculado a lo poético y a lo que llamamos literatura. Luego hay una desvinculación de ambos caminos, y luego hay una competitividad del la filosofía con el saber científico, y luego el saber científico se convierte en hegemónico en el mundo moderno. Entonces la filosofía o bien se convierte en el terreno abonado para una nueva sofística, o bien se convierte en el canal a través del cual se produce una nueva aspiración mística a un saber sagrado. Ahí encontraríamos como ciertos acercamientos de nuevo a los propósitos de la poesía. 

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16 de enero de 2010
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De lo literario a lo filosófico

Rafael Argullol: Por tanto Hesíodo y Homero serían el punto de inflexión donde la sabiduría enigmática llega  a su formulación más pura y donde se está preparando ya el camino para la sabiduría y escritura filosófica. 

Delfín Agudelo: En esta transición de la sabiduría mistérica hacia la filosófica hablas de la épica como el género más visible; sin embargo, ¿cómo ves esta continuación- que es un tema que en particular te gusta mucho-, el momento en que para bien o para mal la filosofía se parece desconectar de un aspecto literario, incluso en la antigüedad?

R.A.: No es todavía en este momento; creo que todavía hay un fecundísimo período de transición que iría prácticamente desde los primero épicos hasta Platón, en el cual la filosofía y la literatura -lo que llamamos filosofía y literatura, o lo que en otra terminología sería sabiduría enigmática o sabiduría filosófica- están entrelazados, están en una especie de ósmosis continua. Este es el caso en un sentido primero de la épica de Homero y de Hesíodo, es el caso todavía de todo el mundo de los llamados presocráticos, y es el caso de los Diálogos de Platón, en los cuales hay una manifiesta voluntad literaria que se traduce continuamente en la proposición de nuevos mitos, de nuevas formulaciones metafóricas y simbólicas, sin que se produzca un deslinde entre un lenguaje diríamos abstracto conceptual y un lenguaje sensitivo o literario. Naturalmente en ese contexto de transición que iría desde la épica hasta el mundo de Platón, hasta la Atenas inmediatamente después de Pericles, en todo ese mundo la manifestación más privilegiada es la tragedia, porque allí claramente conviven el tipo de razonamiento que será al que aspirará la filosofía en el futuro, y un tipo de razonamiento que aún forma parte del mundo del enigma y del misterio. Por eso algo de razón tenía Nietzsche al utilizar las categorías simbólicas de lo apolíneo y lo dionisíaco, porque a través de lo apolíneo se iría imponiendo este saber filosófico racional y solar, y a través de lo dionisíaco continuaría manifestándose la sabiduría enigmática, la sabiduría vinculada a lo mistérico. Solo ulteriormente una especie de hiperracionalismo que desprecío la parte enigmática de la naturaleza y del hombre asentó una división de funciones entre lo que hemos denominado literatura y lo que hemos denominado filosofía, pero creo que esto es una divergencia posterior. 

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12 de enero de 2010
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De lo enigmático a lo filosófico: Hesíodo y Homero

Rafael Argullol: Por tanto Edipo sería por un lado un problema de distancia, por otro lado el del paso de un tipo de sabiduría mistérica y enigmática a otra sabiduría que es la filosófica. 

Delfín Agudelo: En esta medida, ¿cómo funciona el paso de la sabiduría enigmática a la filosófica?  ¿A través de qué géneros o manifestaciones?

R.A.: Pienso que uno de los grandes atractivos de la cultura griega, y que quizás es lo que ha producido el impacto enorme que ha tenido con posterioridad, es que dibuja con notable claridad este paso. Diría que al menos desde nuestra perspectiva histórica actual con mayor claridad que en otras culturas. Por ejemplo, incluso la otra gran cultura escrita de la humanidad, que es la cultura de la India,  no plantea con tanta claridad ese dibujo. En el caso de Grecia me da la impresión de que el mecanismo que preparó el traslado de la sabiduría enigmática a la filosófica fue la escritura porque la escritura, que fue la conjunción del alfabeto fenicio, la lengua griega y el papiro egipcio como sostén para realizar esta escritura, facilitó un progresivo rigor y una progresiva fijación de aquello que en la memoria oral circulaba a través de distintos afluentes.  La escritura fue, pues, recoger en un río lo que antes eran una multiplicidad enorme de afluentes.

Dentro de ese contexto es evidente que lo que he llamado sabiduría enigmática tiene sobre todo su terreno abonado en la épica, que es la consecuencia inmediata de toda la tradición oral. Cuando nosotros leemos a Hesíodo y a Homero estamos leyendo una fijación escrita de un enorme territorio oral que procedía de siglos y milenios anteriores, en el cual el mito era la piedra angular de esa sabiduría enigmática. Entonces el mundo de Hesíodo y de Homero es claramente la cabeza del iceberg de toda esa inmensa montaña sumergida que es la memoria oral y plural de los distintos pueblos que luego convergieron en Grecia, y probablemente también de los pueblos adyacentes de medio  y extremo oriente o del norte de la África actual. Lo que ocurre es que la épica, al recoger esa gran e irregular y múltiple tradición oral, esa sabiduría enigmática que se presenta como un rompecabezas en fragmento, empieza también a sintetizarla, como es el caso muy claro de Hesíodo. Un libro como la Teogonía es la depuración, la destilación de ese mundo desbordado e irregular de los mitos a través del cual se manifestaba la sabiduría enigmática. Por tanto Hesíodo y Homero serían el punto de inflexión donde la sabiduría enigmática llega  a su formulación más pura y donde se está preparando ya el camino para la sabiduría y escritura filosófica.  

 

 

 

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8 de enero de 2010

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cuento de navidad para decepcionados

Si alguno de ustedes se encuentra entre los decepcionados por lo sucedido en la Cumbre sobre el Clima de Copenhague, les recomiendo la lectura del relato de Jean Giono El hombre que plantaba árboles, recién traducido entre nosotros. Antes que nada por razones de higiene mental: tras tantos días de palabrería, de demagogia de todos los colores, de promesas altisonantes y discursos huecos, tras tanto ruido propagado a través del mundo por los ensordecedores altavoces de la comunicación se agradece la historia de un hombre que libremente se ha rodeado de tanto silencio que ni siquiera tiene necesidad de hablar. Un antídoto frente al griterío.

Pero, además, Elzéard Bouffier, protagonista de la narración, parece saber más sobre la naturaleza que ninguno de los reunidos en Copenhague. Tiene una familiaridad entrañable con ella, algo que le permite avanzar por el camino justo sin recurrir a declaración pragmática alguna, sin funcionarios o expertos, que es un hombre reacio a las grandes palabras -de hecho es un hombre de muy pocas palabras-; como contrapartida, está poseído de una energía maravillosa en el momento de dedicarse a la pasión de su vida: plantar árboles. En el breve relato, Jean Giono retrata a su personaje a lo largo de 37 años, de 1910 a 1947. En este tiempo Elzéard Bouffier no abandona jamás su reducto de tierra provenzal, junto a los Contrafuertes del Mont Ventoux, una tierra dura y áspera. Bouffier, un pastor solitario que roza la sesentena, planta robles. Entierra centenares de miles de bellotas, seleccionadas una a una, con la esperanza de que crezca un pequeño bosque. Después, en la leve humedad del valle, se atreve con los abedules. Planta árboles sin descanso mientras se abaten sobre Europa dos guerras. La destrucción reina por todos lados, pero el anciano pastor, inmutable, prosigue con su tarea y el pequeño bosque, convertido ya en un bosque grande y generoso, se erige en una invitación a la vida, un regalo a los supervivientes.

Lo dicho: un cuento de Navidad para consolar a los decepcionados.

El País, 02/01/2010 



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4 de enero de 2010

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El destino de Lina

Entre las muchas cosas inexplicables que le habían sucedido a Carolina Codina la que más le dolió, según sus palabras, fue ver que su vida había sido reinventada por completo y que la autora de tal reinvención había sido ella misma. En efecto, un día de 1965 se encontró con la sorpresa de que una editorial soviética había publicado en Moscú sus memorias. Ella no había intervenido en su redacción y se sintió ofendida ante una impostura de tal calibre.

Para explicarnos el fraude de 1965 es necesario remontarnos al día 10 de diciembre de 1918. Aquel día la joven Liona, hija de la moscovita Olga Nemiskaia y del cantante barcelonés Joan Codina, asistió a la velada musical del Carnegie Hall de Nueva York en la que Prokófiev interpretó suPrimer concierto para piano. Lina se enamoró de la música y del músico. Tras varios encuentros, Lina paso a ser en la imaginación del compositor la Princesa Linette y se incorporó al elenco fantasioso de El amor de las tres naranjas, la ópera más conocida del artista ruso. A partir de ahí el destino trabajó implacablemente, sin apenas dar respiro a la hermosa aspirante a soprano Carolina Codina.

Convertida en Lina Prokóvief vive los esplendorosos años de la vanguardia parisina en compañía de su marido, uno de los músicos más estimados del momento tanto en Europa como en Estados Unidos. La vida parece ir en la buena dirección durante dos décadas. En 1937, en plenas purgas estalinistas, el nostálgico Serguéi decide volver a Rusia con Lina, cree que su fama será un escudo contra la represión. Moscú ve con desconfianza a Lina: una "burguesa extranjera". Repentinamente la vida va en dirección contraria. Los Prokóvief se separan en medio del clima de sospecha que se apodera sangrientamente de la Unión Soviética. Tras los años de la guerra viene lo peor: Lina, transformada en "espía extranjera", es enviada al gulag (península ártica de Komi). Al retornar, ocho años después, experimenta la afrenta más grave, la reinvención de su existencia. Hasta su muerte luchará contra esto. Una ayuda póstuma y decisiva, el reciente libro de la escritora rusa Valentina Chemberdji: Lina Prokóvief.

 

 El País, 12/12/2009



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31 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Lo truculento y lo milagroso

En Lima me contaron que había bandas en la selva que se dedicaban a matar para utilizar la grasa de los cadáveres en productos que, en manos de ciertos curanderos, aseguraban la eterna juventud, la inmortalidad y algo de ningún modo despreciable como es la potencia sexual perpetua. A esos asesinos los llamaban "sacamantecas", herederos de una siniestra tradición, la de los pishtacos, supuestos almacenadores de grasa humana. Quien me contó esta historia estaba bien informado y sabía detalles tremebundos, aunque reconocía que se trataba de un rumor que nadie había verificado oficialmente.

Recordé la historia unos cuantos días y luego la olvidé en el desván de las noticias inverosímiles. Ahora ha habido una verificación oficial del rumor, o eso asegura el jefe de la Dirección de Investigación Criminal de Perú, quien ha revelado a la prensa la existencia de una banda, los Pishtacos de Huánuco, dedicada a almacenar grasa humana. Los asesinatos cometidos serían unos 60 y el ex jefe de la banda Hilario Cudeña se vanagloria de llevarpishtaqueando más de 30 años. La única diferencia con respecto a la historia que mi interlocutor me relató es que los clientes de los sacamantecas no eran curanderos locales, sino fabricantes europeos de cosméticos.

La Asociación Nacional de Perfumería y Cosmética se ha apresurado a desmentir cualquier vínculo posible, ya que la utilización de grasa humana "carece de toda lógica". Naturalmente, hay que creerlo. No será fácil, van juntos. Cuando uno entra en una farmacia a comprar aspirinas y repara en la cantidad de productos, aprobados legalmente, que otorgarán la eterna juventud y la inmortalidad, el milagro se hace evidente. Nuestras farmacias son más audaces -o temerarias- en las promesas que albergan que cualquier tienda de santería, y por ahí siempre pueden colarse la sospecha y sus fantasías. Espero que Cudeña y sus secuaces aclaren cuál era el destino de todas esas botellas llenas de horrores licuados.

 

El País, 28/11/2009



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28 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Arte entre tiburones

Al parecer, hay dos versiones sobre la muerte del marchante francés Ambroise Vollard en 1939, y en las dos interviene indirectamente Arestide Maillol. Según la primera, Vollard murió accidentalmente al ser golpeado por un bronce de Maillol que se deslizó por la repisa situada tras los asientos de su coche cuando el chófer del vehículo frenó bruscamente. De acuerdo con la otra versión, fue precisamente el chófer quien le asesinó al golpearlo repetidamente con la estatuilla de Maillol. En esta versión menos romántica el chófer era un asesino a sueldo de otro marchante. Sea como fuera, Vollard, a su muerte, era un hombre extraordinariamente rico que había convertido el arte en negocio con una habilidad sin precedentes. Picasso fue uno de sus artistas más notables, aunque es probable que su mejor operación financiera fuera la compra de 250 lienzos a un endeudado Paul Cézanne por 50 francos cada uno. Estos cuadros fueron vendidos, más tarde, por 40.000 francos y actualmente aquel fabuloso conjunto costaría en el mercado entre 3.000 y 4.000 millones de euros.

Quien ha calculado el valor de los lienzos de Cézanne y recordado el misterio de la muerte de Vollard es el economista y experto en arte Don Thompson en el libro El tiburón de 12 millones de dólares, publicado en Londres el año pasado y recientemente traducido aquí. El libro de Thompson, rigurosamente documentado, puede ser leído desde varios ángulos. En apariencia, y como indica el subtítulo de la edición española, debe considerarse un estudio sobre la economía del arte contemporáneo y la función de las casas de subastas internacionales, como Christie's y Sotheby's a la cabeza. También es la historia pormenorizada de un gran fraude en el que los especuladores se mueven con la misma impunidad que los más distinguidos tramposos de Wall Street. Por último, El tiburón de 12 millones de dólares podría utilizarse como un excelente informe para explicarnos cómo ha podido convertirse en hegemónico un arte fraudulento auspiciado por engranajes mercantiles en los que la ignorancia con respecto a la gran tradición artística (incluida la vanguardista) sólo es superada por la codicia.

Este último aspecto es el que más me interesa, dado que las demás cuestiones quedan suficientemente aclaradas por el propio Thompson con un alud de datos difíciles de desmentir. En otras palabras, lo atractivo, creo, es preguntarnos cómo se ha impuesto, casi sin resistencia, una idea tan reaccionaria del arte para que tanta gente traduzca el valor artístico en términos económicos y mediáticos hasta encontrar lógica la confusión del estilo artístico con la marca comercial. Thompson demuestra de manera fehaciente cómo en las últimas décadas la imposición de la marca haigualado por completo el mercado del arte y los otros mercados.

La selección de artistas-marcas se ha realizado con los mismos criterios que la de los otros protagonistas emblemáticos del engranaje mercantil, con un creciente desinterés por el talento artístico a favor de la "capacidad de impacto". La consecuencia inmediata de este proceso ha sido la sistemática postergación de todos aquellos que no encajaban en el prototipo u ofrecían resistencia desde su particular concepción artística.

De hecho, el arte mercantilmente hegemónico de nuestros días, y el único visible en los medios de comunicación, es un arte en el que no hacen falta artistas ni críticas niconaisseurs, ni público si quiera, con tal de que unos subasteros suficientemente poderosos hagan visibles marcas reconocibles. El impacto de la marca, metamorfoseado en obra, es el que influirá en los pujadores millonarios y en los responsables de los "museos contemporáneos", quienes, con dinero público, contribuirán a certificar el valor artístico de lo que inicialmente en la mente de los especuladores, es una operación especulativa.

Naturalmente, el tiburón al que se refiere Don Thompson en su título es el de Damien Hirst, el mayor fabricante de productos de impacto en los últimos lustros y taxidermista más bien mediocre, como lo demuestra el hecho de que su renombrado escualo conservado en formaldehído se deterioró hasta el punto de tener que ser sustituido por otro ejemplar. La elección de Hirst es acertada porque el carácter diáfano de su trayectoria lo hace representativo: no tanto, por supuesto, desde la perspectiva de sus propuestas materiales (lo que nos llevaría a la enojosa e irresoluble cuestión qué-es-una-obra-de-arte) sino del encaje en el engranaje que proporciona al mundo los artistas-marca. Thompson analiza con perspicacia cómo un tiburón australiano mal disecado, al que se ha titulado con perfecta arbitrariedad La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo llega a ser valorado en 12 millones de dólares y, en consecuencia, es transformado en una obra de referencia para el arte contemporáneo.

La supuesta provocación de Hirst es, desde luego, un puro cálculo, pero esto, aunque evidente para todo, no evita que se incorpore al circuito de la autoridad artística, y a esa autoridad se remitirán compradores particulares, museos contemporáneos públicos y bienales de arte encargadas de mostrar lo que verdaderamente cuenta. Lo retrógrado de la concepción que toma como baluarte a los Damien Hirst o Jeff Koons no se fundamenta en la lluvia de millones que cae sobre las cabezas de los que acatan el sistema, sino en la exclusión de los que, con igual o mayor talento, no lo acatan. El mercado usurpa todo el territorio pero, como afirma el crítico de arte Jerry Saltz, "el mercado es una tormenta perfecta de palabrería, interpretaciones sesgadas y especulaciones, una combinación de mercado de esclavos, parqué de bolsa, discoteca, teatro y burdel, donde una casta cerrada y cada vez más numerosa celebra unos rituales en los que los códigos de consumo y distinción se manipulan a la vista de todos".

A pesar de esta evidente manipulación, la tormenta perfecta se abate sobre todos los ámbitos privados y públicos. Con impecable lógica mercantil, los inversores compran productos que puedan reportarles rápidos beneficios; pero lo más demoledor es que los grandes museos acepten las mismas premisas e incorporen a sus fondos, como muestras del arte actual, las mercancías colocadas en el escaparate por los especuladores. En los últimos años, centros de referencia como el MOMA de Nueva York o la Modern Tate de Londres se han plegado a las exigencias de los subastadores y, con frecuencia, si no han adquirido determinadas obras ha sido porque algún nuevo rico ruso o algún excéntrico millonario japonés los ha superado en las pujas. A escala local, cientos de "museos de arte contemporáneo" han actuado según la misma servidumbre, creando así un canon sobre lo que significaba contemporaneidad en el trabajo artístico. A nadie le ha importado que Hirst confesara que eran sus técnicos, y no él, quienes llevaban a cabo las obras que él firmaba. Nadie ha reaccionado porque ya nadie, en las llamadas instituciones artísticas, puede oponerse al poder de Christie's y Sotheby's, y aún menos a las opacas maneras fraudulentas de los Madoff del arte.

Con todo, el escándalo no es tanto económico como artístico. Situado en las antípodas de la vanguardia, sin inconformismo espiritual alguno, el arte oficioso que resulta de estos mecanismos de selección es un arte acomodaticio y servil, por más que, al tener que responder a las piruetas impactantes que exige el mercado, quiera presentarse como provocador y original. Sin ningún género de dudas, las denostadas academias de bellas artes de los tiempos antiguos eran menos dirigistas que los grandes subasteros actuales, y los salones, aquellos ridículos salones que fueron objeto de las burlas de la modernidad, mucho más revolucionarios que la mayoría de nuestros museos de arte contemporáneo, tan estúpidamente arrodillados ante el poder y tan excluyentes. El escándalo no es tanto que un tiburón mal disecado, tras su transformación en obra de arte, quede valorado en 12 millones de dólares, sino que los depredadores devoren cualquier talento que trate de ir a contracorriente.

 El País, 18/12/2009



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24 de diciembre de 2009
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