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Escrito por

Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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Últimos ritos

...Y para concluir con esta semana moorecéntrica, permítaseme citar también las palabras de Alan Moore sobre una de mis alegrías de estas semanas: el regreso de la miniserie The Wire, en su última temporada -snif- por HBO. "El pináculo más absoluto de todo lo que vi por TV últimamente es The Wire", declaró el escritor de V from Vendetta y From Hell a la revista Entertainment Weekly hace algunos días. "Es la más asombrosa pieza televisiva que haya salido alguna vez de los Estados Unidos, y posiblemente la más asombrosa de la historia, y punto". ¿Suena lo suficientemente taxativo? Esperen, que hay más.

"A eso le llamo yo televisión adulta. Es novelística. Uno descubre paulatinamente cada pequeño aspecto de la realidad de Baltimore, y construye a partir de ese mosaico una pintura panorámica de la ciudad con toda su complejidad: desde el puerto y los chicos de los barrios pobres a la estructura de poder, la policía, la oficina del alcalde... Tiene grandes escritores: George Pelecanos, David Simon. Y además personajes maravillosos: Bubbles, Omar... Al lado de The Wire, todo lo demás parece tonto", concluye Moore.

/upload/fotos/blogs_entradas/the_wire_1_med.jpgPerdón que insista, pero me temo que no han visto nunca The Wire y debo decirles que se están perdiendo algo grande. Más allá de la piel del policial, The Wire es lo que escribirían grandes como Dostoievski y Victor Hugo si resucitasen hoy: un relato vasto y profundo sobre lo que significa, y por ende sobre el precio que entraña, vivir en una gran ciudad capitalista, cuyas instituciones son ante todo máquinas de impedir. Donde el policía no puede hacer su trabajo porque no hay presupuesto. Donde el trabajador pierde su puesto a causa de la crisis económica, o su casa al no poder pagar su hipoteca. Donde el periodista no puede informar, porque escribe en un medio que sólo produce espectáculo para la masa que no discrimina. Donde el maestro no puede enseñar, porque sus alumnos no tienen más perspectiva de futuro que vender droga en las esquinas.

Y después dicen que la era de los grandes relatos se acabó, o hablan de la crisis de la novela. Los que están en crisis, en todo caso, son los escritores, o los estudios de Hollywood. El público nunca está en crisis, y por eso busca el relato no donde debería estar, sino donde está en efecto. A veces, como en el caso de Moore, la historieta habla de cosas importantes que la literatura elige ignorar. A veces, como en el caso de The Wire, la televisión narra con mayor vuelo y profundidad que el cine.

Cuando en el futuro ensayistas e historiadores busquen los grandes relatos de este tiempo, sin duda alguna acudirán a The Wire.

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1 de agosto de 2008
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Un héroe verdadero

A consecuencia de esta semana de mooremanía -todo por culpa del trailer de Watchmen...-, terminé dando con unas declaraciones de Alan Moore que funcionarían como comentario al tema de la bondad al que le estuvimos dando vueltas. (Dicho sea de paso: estimado Guido Cuadros, yo no soy quien elige las ilustraciones de cada post. De cualquier modo, ese poster apócrifo que quedó colgado no deja de ser un hallazgo. Mel Gibson como El Comediante no es mala idea, en la medida en que amamos odiarlo. El mismo Moore reniega de la etiqueta ‘novela gráfica', precisamente porque, como tú dices, son un intento de defender un género que no necesita defensa en tanto se defiende solo. Y dijo que 300 era fascistoide la semana pasada, en una entrevista concedida a Entertainment Weekly.) En fin, ¿dónde estaba?

/upload/fotos/blogs_entradas/the_extraordinary_works_of_alan_moore_med.jpgYa sé: en Moore y la bondad. En mi último viaje a Londres me compré un libro que en realidad es una larga entrevista al escritor: The Extraordinary Works of Alan Moore (George Khoury, 2003). Releyendo partes después de releer Watchmen, me encontré con las siguientes declaraciones del maestro: "Creo que ser Superman -me refiero a ser un superhombre de verdad- no pasa por tener poderes especiales. Nosotros ya tenemos poderes. Todos nosotros poseemos habilidades increíbles, talentos con los que podemos lograr cosas milagrosas. Quiero decir, la mayoría de nosotros tiene estos poderes y aun así no hacemos nada: nos tiramos en el sillón a ver TV, bebemos cerveza hasta perder la noción -y si tuviésemos el poder de volar o el de la invulnerabilidad, probablemente nos tiraríamos igual en el sillón a ver TV y tomar cerveza".

"En términos de lo que se puede hacer, ¿cuánto por debajo de Superman figuraría Bill Gates?", se pregunta Moore. "Bill Gates tiene el superpoder de la riqueza descomunal... Y no es la única persona fantásticamente rica de este planeta... ¿Cuándo salvó al mundo esta gente, cuándo acabó con el hambre, cuándo tuvieron gestos magníficos, masivos -alguna vez salvaron aunque más no fuere a una reportera curiosa que se estaba cayendo por una ventana? Claro que no. Tenemos mucha gente con superpoderes en este mundo, y eso no los convierte en seres superiores. Por la otra parte, existe gente en este planeta que parece estar en completa desventaja y aun así ha logrado hacer cosas increíbles".

"Me gustaría que la gente pensase de verdad en el asunto: ¿qué significa el heroísmo? ¿Qué es el poder? ¿...Tiene Stephen Hakwing un superpoder? ...Al final del día no son los superpoderes lo que importa, sino las personas... Si soy un imbécil, seguiré siendo un imbécil aunque me ponga un disfraz que me permita correr más rápido que la luz... Lo importante es que los seres humanos comunes y corrientes son fantásticos, en el sentido de lo que pueden ser y hacer. ...No necesitan trajes especiales ni insignias en el pecho. Con cosas como Watchmen he tratado de sugerirlo. La idea de que tener superpoderes no lo convierte a uno automáticamente en una buena persona: no tenemos superhéroes aquí".

"Vive tu vida y trata de hacer lo correcto. Sé la mejor persona que puedas ser. Eso es heroísmo", Moore dixit. Y yo estoy de acuerdo, claro.

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31 de julio de 2008
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Vampiros negros

Ya dije alguna vez que de todos los ciclos de Prime Suspect, la miniserie protagonizada por Helen Mirren de la que sigo siendo fan, el tercero, estrenado en 1993, es aquel que más me conmueve. Sus episodios ponen siempre el dedo en la llaga de un tema relevante -racismo y fascismo, discriminación de género, la impunidad de los criminales de guerra-, pero Prime Suspect 3 tiene por protagonistas a las víctimas más desvalidas: los chicos de la calle. Una narrativa que se vuelve infinitamente más cruel -a extremos dickensianos, aunque sin catarsis final ni alivio alguno- dado que aquellos que abusan de estos chicos son, precisamente, las personas a quienes se les prepara y paga para cuidarlos.

Pensé de inmediato en Prime Suspect 3 cuando me enteré de un caso que destaca en estos días en diarios y noticieros de Argentina. Se trata de una banda de pedófilos que recluta adolescentes en situación de riesgo, ubicándolos en cibercafés y seduciéndolos con regalos. Sería apenas una noticia triste más (o alentadora, si se quiere, en la medida en que sus responsables habrían sido detenidos), de no ser porque uno de sus miembros más notorios sería Jorge Corsi, psicólogo, autor y director de la carrera de Violencia Familiar en la Universidad de Buenos Aires. Dicho de otro modo: un profesional de la salud mental, especializado en criaturas que resultan víctimas de abusos, que utiliza su saber y su experiencia para producir nuevas víctimas. El lobo al cuidado de las ovejas...

/upload/fotos/blogs_entradas/prime_suspect_31_med.jpgEste tipo de crímenes me estremece el alma. Es que a diferencia de otros delitos, estos casos en que una figura presuntamente benefactora -padre o madre, cura o psicólogo, tutor o maestro- abusan de la debilidad de quien está a su cargo o se les acerca en busca de ayuda, me parecen de una saña inenarrable. Más allá del daño puntual, le amputan a la víctima la posibilidad de creer en el bien; desde la caída en adelante, recelarán sin duda de la mano tendida de cualquier samaritano. No es casual que uno de los hombres arrestados en la causa sea una vieja víctima del mismo círculo, reconvertido en reclutador de inocentes. ¿Qué otro grupo lo aceptaría, se habrá preguntado esta pobre criatura miles de veces, después de haber sido convertido también él en monstruo?

Estaba a punto de reforzar la idea, diciendo que no existe nada más imperdonable que el sistema que por acción u omisión condona el abuso de los más débiles. Y entonces descubrí que acababa de acuñar una descripción precisa de nuestras sociedades capitalistas, que huelen la debilidad con inefable instinto carroñero y disponen del cuerpo de sus víctimas antes de que hayan muerto.

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30 de julio de 2008
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Esperando a ‘Watchmen’

El mensaje de texto de mi hermano borró al mundo entero de mi cabeza. ‘¿Ya viste el trailer de Watchmen?,' preguntaba. Yo no lo había visto, así que me metí de cabeza en YouTube. Y después volví a leer el libro de Alan Moore y Dave Gibbons. Y otra vez a YouTube...

La película de Zach Snyder (300) recién se verá en marzo de 2009, así que el trailer bien vale como aperitivo. En la adictiva sucesión de imágenes se publicita a Watchmen como ‘la novela gráfica más celebrada de todos los tiempos'. Y si uno se toma a pecho la categoría -‘novela gráfica' es un intento de jerarquizar la historieta al mismo nivel de la literatura y del cine-, habría que admitir que, en fin, hay pocas dudas de que Watchmen lo es.

¿De qué va Watchmen? Ubicada en Nueva York en un 1985 paralelo al de nuestra historia -donde Richard Nixon sigue siendo presidente, gracias a su victoria en la guerra de Vietnam-, Watchmen describe un mundo donde los superhéroes han sido proscriptos por ley, con la sola excepción de aquellos que han aceptado trabajar para el gobierno. (Sin la ayuda de gente como Doc Manhattan y El Comediante, sin duda Vietnam habría acabado tal como sabemos.) Cuando algunos de los superhéroes empiezan a morir o ser desactivados misteriosamente, queda en manos de sus representantes menos confiables -el psicópata Rorschach, el fuera de forma Night Owl- descubrir la trama que pretende anularlos a todos para llevar a fruición un propósito macabro.

Lo he dicho aquí muchas veces: Alan Moore es uno de los más grandes escritores populares del último siglo. El hecho de que el grueso de su trabajo conste de guiones para historietas no modifica ni relativiza el aserto. Con una obra que incluye From Hell, V for Vendetta y The League of Extraordinary Gentlemen (además de The Killing Joke, una de las mejores historias de Batman y the Joker jamás contadas), su excelencia queda demostrada -así como su comprensible reticencia ante Hollywood, que ha destrozado sistemáticamente sus mejores obras. /upload/fotos/blogs_entradas/whatsman4_med.jpgDe hecho, como viene sucediendo hasta aquí, el nombre de Moore ni siquiera figura en las películas inspiradas en sus libros. Todo indica que esta tampoco será la excepción -la semana pasada leí declaraciones suyas en las que despreciaba a Snyder porque 300 le parece ‘fascista'-, pero al menos el dibujante Dave Gibbons está entusiasmadísimo. Tanto como aquellos que hemos visto las primeras imágenes, vale acotar. Es verdad que 300 es fascistoide, pero en todo caso lo es en la medida en que reproduce fielmente la historieta original de Frank Miller. Con un poco de suerte, Snyder será tan fiel a Watchmen como lo fue a 300 en su oportunidad.

Sin duda alguna Watchmen la película no existiría de no ser por el éxito de 300 y Batman Begins -y ahora The Dark Knight, por supuesto. Quiero decir: relatos basados en historietas que no tienen nada de infantil, a veces por la violencia del mundo que describen y otras por la ambición de su narrativa -como es el caso de Watchmen, que reinventó para el mundo moderno el subgénero de los superhéroes. En el libro de Moore, los superhéroes no se diferencian en nada de los dioses de los mitos griegos: perturbados, impredecibles, imperfectos, sus poderes excepcionales no hacen otra cosa que magnificar los dilemas de los mortales. Cuyo destino, dicho sea de paso, dista de estar garantizado. Me pregunto si Snyder se atreverá a dejar intocado el negro final de esta antisaga...

Ayer mismo leí que Frank Miller le otorgó a Snyder el permiso para llevar al cine The Dark Knight Returns, la historieta que resucitó a Batman en los 80 -y que mucho le debe a Watchmen, por cierto. ¿Habrá un Batman de Christopher Nolan y otro de Snyder? En cualquier caso, los seguidores de las historietas para adultos estaremos de parabienes.

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29 de julio de 2008
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La cuestión de la bondad (5)

/upload/fotos/blogs_entradas/mahatma_gandhi_1_med.jpgSi educásemos a nuestros hijos para ser crueles y despiadados, les iría mejor en este mundo que si emulasen a Gandhi. La cuestión, mis queridos Hamlets, debería entonces plantearse así: ¿vamos a ser lo que esta sociedad pretende que seamos, o más bien a no ser dóciles, presentándole en cambio nuestros propios términos? Porque, seamos sinceros, la mejor manera de formar a nuestros hijos para que ‘triunfen' en este sistema -adicto al  lucro, fóbico al dolor- sería mandarlos a una escuela de mercenarios. De ese modo aprenderían a administrar la violencia que de otra forma recibirían (este es un mundo que enseña a pegar para que no te peguen, y a explotar para no ser explotado), y además a hacerlo por dinero, con lo cual satisfarían las columnas vertebrales de lo que hoy demanda vivir: hacerles a los demás lo que no quiero que me hagan, y forrarme en el proceso.

Más allá de las dificultades que entraña practicar la bondad en un mundo que ya no sabe leer un gesto desinteresado, ser bueno presenta sus propias trampas. Quiero decir: ser bueno no es fácil, o al menos no estamos del todo preparados para ello. ¿Quién no ha tolerado infinitas afrentas, preguntándose si no sería más conveniente y justo reaccionar, devolviendo la misma moneda con que le han pagado? (Y a menudo devolviéndola, para arrepentirse de inmediato por haber caido en la trampa.) ¿Cuántas veces, pretendiendo hacer un bien, terminamos produciendo un hecho indeseado, o lastimando a alguien que no se lo merecía? Me refiero a aquella verdad a la que alude la célebre frase sobre las buenas intenciones y el camino al infierno. O sea que no basta con desear hacer el bien, y ni siquiera con hacerlo: al bien, ay, además habría que hacerlo bien.

Esa es la tentación. Pensar en el bien a partir de sus resultados. Porque si el bien que querríamos hacer no engendra la paga soñada -siendo recibido positivamente, transformando la realidad, granjeándonos gratitud o al menos buena voluntad-, la iniciativa quedaría viciada de nulidad. ¿Para qué ser bueno si no puedo hacer el bien, o si ni siquiera obtendré felicitaciones a cambio?

La única respuesta que tengo desafía la lógica utilitarista de este mundo. ¿Por qué ser buena gente? Porque sí. Porque puedo.

He ahí el quid. ‘La bondad, como la maldad, implica libertad', escribió aquí mismo Moneda. Mayté también subrayó la médula del asunto: se trata de la posibilidad de elegir. Puedo elegir el camino de la maldad y de la autosatisfacción, que sin dudas estará lleno de recompensas. Puedo elegir un camino intermedio, más bien neutro: ser bueno mientras las circunstancias lo permiten, y ser mezquino -como la gran mayoría- cuando sentimos que no nos queda otra, a riesgo de enajenarnos del mundo. El problema con esta vía es que produce el mismo efecto que la abstención en las elecciones, o de los votos en blanco: termina favoreciendo precisamente a aquellos a quienes no queríamos apoyar, y dejando a los que al menos nos caían simpáticos en la peor de las orfandades.

Y por supuesto, está el camino que entraña tratar de ser -porque nadie lo es naturalmente, porque serlo supone esfuerzo-, tratar de ser, insisto, buena gente. Este es el camino más escarpado, sin dudas. Y el más solitario. Yo creo, como Sara Franklin, que todo lo que necesito saber para ser buena gente está inscripto de una forma u otra en el mundo natural del que alguna vez salimos, y en el universo del que formamos parte aunque vivamos ignorándolo. Pero a diferencia de ella, no creo que podamos ‘programarnos' para ser buenos. Sí es posible programarse para el mal, o al menos para el egoísmo: para responder a esa ‘programación' que mamamos desde la cuna, todo lo que tenemos que hacer es dejarnos llevar por la corriente. En cambio ser buena gente implica lo contrario de dejarse llevar. Para ser buena gente hay que pensar, y calibrar cada acto, y finalmente -porque de eso se trata- elegir. Sin pensar en el resultado. Hacer lo que sentimos que debemos hacer, porque sí. Porque podemos. ¡Porque queremos!

No debería ser tan difícil, a fin de cuentas. Pasa por tratar de ser honestos con nosotros mismos, y manejar la verdad con la mayor delicadeza posible. Del mismo modo en que el universo debería sernos un libro abierto, todo lo que urge saber al respecto ya ha sido expresado. Amarás a tu prójimo como a ti mismo, dicen que dijo alguien alguna vez. O para ponerlo de un modo más práctico y menos pasible de ser acusado de lirismo: no hagas a otro lo que no te gustarían que te hicieran. O si prefieren, por la positiva: tratá de hacer a los demás lo que te gustaría que te hicieran. Más claro, imposible.

Aunque no se perciba de inmediato, aunque no parezca hacer mella en la trama del universo, ser buena gente marca la diferencia. Quizás no veamos los resultados, pero ni falta que hace. Imagino que el ingeniero que diseñó al robot en la ficción de Wall-E no pensó en todas las implicancias de ese acto. Sin embargo Wall-E, cuya función estricta era la de recoger y compactar basura, descubre que puede hacer algo distinto de aquello para que lo habían programado: por ejemplo -nada más y nada menos- defender la vida, encarnada por ese brote verde que surgió en medio de una Tierra devastada. Y un dato insoslayable: sólo se da cuenta de la importancia de defender la vida una vez que lo inspira el amor de Eve.

Ser mala gente no cuesta nada, sólo hace falta imitar al resto. La imitación repetida ad infinitum no inspira a nadie. Pero ser buena gente inspira, como sólo lo hacen las decisiones tomadas con absoluta libertad.

Tarde o temprano, nuestras obras hablarán por nosotros.

/upload/fotos/blogs_entradas/el_david_de_miguel_ngel_med.jpgGracias a todos por ayudarme a pensar. A Serpiente Suya, a Valeria, a Eduardo Varas, a Armstrongfl, a Sara Franklin y a Moneda. Gracias a Patto, a Marciano, a Alba, a Dagar y a Majo. Gracias a Aspasia, a Daniel, a Amalia, a Mayté. ¿Dieciséis personas, cada una en su país y en su circunstancia, dedicadas durante una semana a pensar sobre la posibilidad de la bondad? Hay milagros que se obran con menos energía.

¿Qué trataba de decirte, hija mía? Empecé diciéndote que es difícil ser buena gente en este mundo. Termino diciéndote que es coherente que así sea, porque no hay nada bueno en este mundo -desde el David de Miguel Ángel a la justicia verdadera- que se obtenga sin esfuerzo.

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28 de julio de 2008
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La cuestión de la bondad (4)

El mundo relegó la noción de bondad al museo en que acumulan polvo los discos de pasta, los tranvías y los trompos. La mención de la palabra no despierta hoy más que ecos limitados: pensamos en la figura de quien ayuda a cruzar a un ciego -un clásico, mencionado aquí por Eduardo Varas-, en la moneda obsequiada a un niño en un semáforo, en los programas de TV que prometen cumplir ‘sueños' a gente en problemas. Pero hasta esos pocos ‘links' son cuestionables. Enseguida salta aquel que dice que dar monedas a un niño de la calle no es bueno. Y se hace evidente que en el programa de TV importa más el rating y el sexo que la supuesta obra de bien. El sistema en que vivimos acotó claramente la función de la bondad: en las grandes ciudades, ‘bondad' es aquello que es recomendable practicar siempre y cuando no perjudique nuestro bolsillo y conveniencia, no estropee nuestro paisaje y no haga mella a nuestra administración del tiempo. En términos matemáticos, la bondad es hoy inversamente proporcional a nuestro derecho de tener -y aparentar- más. O para ponerlo de otro modo: en este mundo histérico, salvajemente egoísta y necio hasta el extremo de coquetear con la extinción, la bondad es un lujo que no podemos darnos.

Aun en el caso de que proporcionásemos a nuestros hijos un entorno familiar donde la generosidad es la norma y la atención al necesitado un desvelo, los niños seguirían interactuando con la TV -que catequiza como nadie el evangelio del tener-es-ser- y con la sociedad en miniatura que se crea en cada aula, en cada plaza, en cada club. Un hijo nuestro que comparta lo que tiene, evite la tentación de la violencia y se preocupe por el necesitado no sería ‘leido' como un niño bueno, sino como un freak. Sus pares, forjados en la dialéctica de la competencia extrema (este es el mundo de los más fuertes y de los más ricos, que a menudo son los mismos), no sabrían decodificarlo. Les sería más extranjero que un verdadero marciano. Lo cual torna todavía más imprescindible nuestra intervención en la materia. Porque lo que no aprendan de nosotros a este respecto tampoco lo encontrarán en el aula -y mucho menos en el patio.

‘Se acostumbra a pensar que el bueno es tonto', señala Serpiente Suya. Ser bueno implica resignar voluntariamente la posibilidad de una ventaja, y nuestras sociedades están por completo basadas en la idea de obtener (la mayor) ventaja (posible). O sea que no sólo debemos enseñar a nuestros niños el valor de la bondad y las maneras de practicarla. También debemos enseñarles a cargar con el peso de no ser cool -nada menos cool en nuestra cultura que la opción por la bondad.

Y algo que torna la tarea todavía más cuesta arriba: ser buena gente no necesariamente engendra buenas ondas, ni lo habilita a uno a circular por la vida con una sonrisa de oreja a oreja. Muy por el contrario, ser buena gente garantiza que uno va a sufrir como un marrano. Porque será incomprendido. Porque se topará a cada paso con gente que antes que bueno, lo toma por buenudo. Porque al negarse a jugar de acuerdo a las reglas más populares del juego, será aventajado en cada carrera. Y porque después de haber sido sacudido y humillado, uno debe reunir prestancia de espíritu para convencer a sus hijos de que ser bueno vale la pena a pesar del sufrimiento... en un mundo que escapa del sufrimiento más que de la peste.

Todos querríamos preparar a nuestros hijos para un mundo mejor, pero nos conformaríamos con prepararlos adecuadamente para éste. En este sentido, cabe preguntarse si lo más conveniente, si lo menos cruento, no sería educarlos para ser crueles y despiadados. Sufrirían menos si lo fuesen, eso es indiscutible. La pregunta cabe, pues: ¿cuál es la bondad de ser bueno.

Um. Mañana la termino. (Eso creo, al menos.)

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24 de julio de 2008
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La cuestión de la bondad (3)

Y pensar que todo empezó cuando, despellejado por la necedad de alguna gente que conozco, me dirigía con mi hija menor a ver Wall-E... La maravillosa película de Andrew Stanton no hizo otra cosa, en todo caso, que seguir pulsando el mismo nervio: que un film cuyo público más natural son los niños tenga de fondo la destrucción absoluta de la Tierra a manos de los humanos es, sin duda alguna, un signo de alerta. Siglos atrás los cuentos infantiles eran crueles hasta la locura, en respuesta a una clara necesidad pedagógica: necesitaban preparar a las nuevas generaciones para vivir en un mundo violento e injusto. Había que acostumbrarlos a la idea de que siempre puede ocurrir lo peor, e inculcarles la necesidad de aguzar el ingenio para salir airosos de cualquier situación. Con el mundo moderno adviene la corrección política y los cuentos infantiles dejan de asustar y sacudir: es la expresión de que creemos haber arribado a un cierto nivel indiscutible de civilización, a horcajadas sobre las normas democráticas y la difusión masiva de la tecnología. Pero esa corrección política sólo maquilló durante pocas décadas la profunda, raigal incorrección del sistema que nos toca vivir. Más allá del alerta, que los relatos concebidos para un público infantil vuelvan a transcurrir en un paisaje de pesadilla es también un signo de salud: el reflejo profético de los mejores artistas, que entienden la necesidad de preparar a las nuevas generaciones para un mundo que, además de violento e injusto, ya no es asolado por un monstruo con rasgos individuales, sino por las tendencias monstruosas de la misma especie a la que pertenece.

¿Qué es la bondad, pues? ¿Un virus del espacio exterior? Podría serlo, en la misma medida en que quizás lo sea la vida misma. La evidencia científica revela que distintas bacterias llegaron a nuestro planeta desde tiempos inmemoriales: esto es, soportando el viaje por el espacio sin oxígeno, la incandescencia y el impacto contra la Tierra. La vida es un fenómeno tan inexplicable como resistente. Ojalá lo sea también nuestra capacidad de practicar la bondad.

Armstrongfl decía en su comentario que la bondad no se consigue con adiestramiento, lo cual supone que tampoco puede ser enseñada. Yo no estoy del todo de acuerdo. Creo que hay un germen natural de bondad en cada ser humano, pero también creo que el ejemplo y asimismo la enseñanza son fundamentales. Deberíamos encontrar la forma de enseñar a amar y a compartir en las escuelas, más allá de impartir conocimientos ‘duros'. Cualquier niño que haya visto a sus mayores practicar la bondad y que haya comprobado asimismo sus efectos, estará más dispuesto a ser generoso que otro que sólo haya sido víctima y testigo de malos tratos y mezquindades. A veces pienso que el espíritu humano es una vela rota. Ningún navío llegará lejos mientras el viento se cuele por sus jirones. El desarrollo de la persona funciona, así, dando puntadas entre sus flecos. Cuanto más armonioso sea su desarrollo, más cerrado quedará el tejido -y más lejos llegará la persona con su alma. La sensación que deriva de practicar la generosidad es reparadora; no hay otra forma de comprobarlo que haciendo la prueba. Cada vez que somos egoístas y salvajes, en cambio...

¿Hay espacio para cultivar la bondad en este mundo nuestro? Vaya pregunta. La seguimos mañana.

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23 de julio de 2008
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La cuestión de la bondad (2)

¿De dónde sale la bondad? Porque está claro que no es una propiedad evidente del universo. El universo no es bueno. Simplemente es. Se comporta de acuerdo a las leyes que ha ido proponiéndose a sí mismo -leyes que, por lo demás, y a contramano de cierta pretensión humana, son siempre plásticas y por ende reformulables-, y a la que sus criaturas no tenemos más remedio que atenernos.

Es fácil pensar que el universo es cruel, porque cuando no nos limita con sus leyes, nos golpea con sus excepciones. El domingo por la noche veía una serie que he empezado a seguir, llamada Breaking Bad. Su historia central es simple: Walter White (Bryan Cranston, que descollaba en el terreno de la comedia como el padre de Malcolm in the Middle) es profesor de química de una escuela secundaria de New Mexico. Padre de un hijo adolescente víctima de una enfermedad cerebral, Walt está esperando un nuevo niño -niña, en este caso- cuando descubre que está enfermo de cáncer de pulmón y sólo le quedan dos años para vivir. A nadie puede extrañar que Walt sienta que el universo se ha complotado en su contra. La decisión de utilizar su conocimiento para fabricar drogas químicas y obtener así dinero con que asegurar el futuro de su familia es, qué duda cabe, profundamente comprensible. Pero ni siquiera así podríamos concluir que el universo es malo, o más precisamente: no-bueno. Para ponerlo en los términos del Dos Caras de The Dark Knight, el universo es justo en términos que podríamos definir como matemáticos: en el marco de sus leyes, somos beneficiados -o no- por la regla de las probabilidades. Al pobre de Walt le tocaron algunas bolillas negras. Si no le hubiesen tocado a él, le habrían correspondido a otro. Y en ninguno de esos casos el universo sería menos malo, ni más bueno.

Creo que vale la pena preguntárselo otra vez: ¿no será que existe algo, en el universo, que más allá de su frialdad aparente nos permita extrapolar la noción de lo bueno? En algún sentido, el universo comparte características con la bondad. Es gratuito, en el sentido que podría no habernos sido dado y sin embargo aquí está. Dentro de un marco estricto -tiempo y espacio, para empezar- nos lo ha concedido todo: la vida, la salud, la posibilidad de actuar conforme a razón, y en consecuencia de suplir con esfuerzo aquellas cosas de las que quizás carezcamos en nuestra circunstancia -abrigo, alimento, etcétera. Insisto: nos lo ha dado (prácticamente) todo, sin pedir nada a cambio. ¿No es esa una de las características esenciales de la bondad, la generosidad que opera sin otra razón que su deseo de ser?

Y si así fuere, ¿no constituiría la bondad el modo, por así decirlo, más natural de ser? ¿La manera de funcionar en sincronía con un mundo que es pródigo en todo aquello que necesitamos: verbigracia, agua, oxígeno, luz solar y alimentos de todo tipo? Si aceptásemos semejante hipótesis, la pregunta que surgiría de inmediato sería la siguiente: ¿qué nos apartó de ese mundo con vocación edénica conduciéndonos en cambio al mundo salvaje de hoy, en el que vivimos, por así decirlo, de modo tan antinatural?

Mañana la sigo. Aunque la escasez de comentarios (gracias Amalia y Daniel, y gracias Serpiente por la intervención maravillosa de Simone Weill) no haga otra cosa que confirmar hasta qué punto la bondad es hoy un tema incomprensible -un lenguaje que nuestras sociedades han desaprendido.

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22 de julio de 2008
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La cuestión de la bondad

Me salió del alma. ‘Si tuviese que definir qué es lo más difícil en este mundo', le dije a mi pobre hija, que no sabía de qué estaba hablando, ‘no dudaría: no hay nada más difícil que ser buena gente'. Las razones que inspiraron el exabrupto distaban de ser trágicas, pero su naturaleza cotidiana y además privada no contradice el argumento: vivimos en sociedades que desconocen cada vez más la noción de bondad, un concepto sospechado de arcaico y por ende de inoperante, al que no puede definirse más que por aproximación en virtud de su rareza -una perla negra por la cual, oportunamente, nadie pagaría un centavo.

Me pregunto cuándo, dónde y cómo habrá aparecido la noción por vez primera. Durante los albores de la especie, imagino que lo bueno debe haber coincido con aquello que convenía al sujeto, y tal vez a su comunidad, del mismo modo en que opera en el contexto de una manada animal: bueno lo que nos cobija en invierno, bueno lo que los alimenta, bueno lo que nos protege de los predadores. Pero en algún momento debe haber irrumpido la duda, propiciando el cuestionamiento. Cuando el hecho de que los más fuertes se quedasen con el abrigo o al reparo, condenando a los más débiles a la muerte, sugirió que el poder quizás no fuese el único de los criterios de discriminación. Cuando algo repugnó a aquellos que estaban comiéndose a sus congéneres. Cuando el arma que hasta entonces había servido para protegerse del tigre fue utilizada contra el hermano, o para robar una mujer ajena. Imagino que estos planteamientos deben haber coincidido con el origen de las religiones, ya no en su carácter de mitos fundantes y explicaciones del mundo natural, sino en su etapa ulterior como propulsoras de una ética individual y comunal. Si algunos de ustedes saben algo específico sobre el origen de la bondad como concepto, o conoce bibliografía ad hoc, sean buenos y compártanlo. No todo es Google en este mundo.

Por supuesto, cuando mi hija preguntó de qué estaba hablando no me remonté a la Edad de Piedra, esas consideraciones surgieron después. En el momento me limité a hablar de nuestra circunstancia, de esta ¿civilización? de la que formamos parte remisa pero parte al fin, y que no sólo desconoce la noción de bondad, sino que además la persigue consecuentemente. Un mundo que lo mide todo en términos monetarios, y que por ende propicia el provecho personal, no encuentra en la bondad utilidad alguna. La bondad no cotiza en nuestras sociedades, en tanto se da de narices con la fuerza propulsora del capitalismo.

Como no todos tenemos dinero suficiente, el dinero es el objeto y la razón del privilegio, y el privilegio es aceite en conjunción con el agua de la bondad. No llegaré al extremo de decir que tener y ser (bueno) son opciones contradictorias, pero creo que la cuestión del tener es en buena medida responsable de la reducción de la bondad al anacronismo, en tanto determina un porcentaje enorme de nuestros actos. Cuanto más tengo, menos quiero perder. Cuanto menos tengo, más necesito. Y cuando tengo suficiente, vivo con tanto miedo de perder lo que tengo que sobreactúo el miedo de los que más tienen. En este mundo angustiado por los alimentos escasos, las hipotecas impagables y la espada de Damocles del agua, el imperativo del tener oblitera la consumación de ser (bueno), quizás más que en cualquier otra época.

Esto se está poniendo interesante. Si no les molesta, la seguimos mañana.

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21 de julio de 2008
Blogs de autor

Otra vuelta de Batman

Ya es la madrugada del viernes, y al término de un largo día -y de una larga semana, con viaje internacional incluido-, mi cabeza alumbra menos que una lamparita de 25 watts. Pero no quisiera irme a dormir sin consignar mi perfecta alegría (perfecta por infantil, e infantil por pura) después de haber visto The Dark Knight en la vastísima pantalla del Imax de Buenos Aires.

The Dark Knight es Batman releido por Michael Mann. O sea, como en casi todas las películas del autor de Heat y Miami Vice: una historia excluyentemente masculina, en la que dos personajes que no saben hacer otra cosa que descollar en su línea de trabajo -policía y ladrón, como Pacino y De Niro en Heat-, se resignan a no tener nada parecido a una vida privada y encuentran en el otro lo más parecido a una compañía -¡a un par!- que pueden concebir. Nada de esto implica menosprecio al verdadero director de The Dark Knight, Christopher Nolan. Por el contrario, es un reconocimiento a su buen gusto y al coraje con que transformó un símbolo pop en un espectáculo perturbador -casi tanto como los tiempos que corren.

No voy a entrar aquí en las discusiones maniqueas sobre la ‘ideología' de The Dark Knight. Cualquiera que se asome a las historias de Batman, desde el original de Bob Kane al pastiche de las serie de los 60 y los films de Tim Burton, sabe que Batman es en todos los casos lo que se llama ‘un vigilante', esto es un hombre que dice defender la ley colocándose por fuera de ella. En este sentido Batman es siempre fascista: lo tomas o lo dejas. Y si lo tomas, coincidirás conmigo en que pocas de sus encarnaciones -el Dark Knight de la historieta de Frank Miller, y esta versión de Nolan, homónima pero de anécdota tan diferente-, transparentaron esta naturaleza sin formular excusas.

Al comienzo de este Dark Knight, Bruce Wayne (Christian Bale) está considerando abandonar su capa para ceder el centro de la escena a un hombre de la ley: el fiscal de distrito Harvey Dent (Aaron Eckhart), que está haciendo su mismo trabajo con la Constitución en la mano y sin ocultar su rostro. Pero las andanzas nocturnas -insisto: y siempre ilegales- de Batman ya han iniciado una avalancha que cubrirá Gotham City, cobrándose una víctima tras otra. /upload/fotos/blogs_entradas/hannibal_lecter_med.jpgDigamos que la habilidad de Batman para burlar la ley inspira las acciones de su gemelo maligno, el Joker (Heath Ledger): ‘Tú me completas', le dice el Joker imitando al Tom Cruise de Jerry Maguire, a sabiendas que la frase encapsula todo lo que George Bush y Osama bin Laden tienen para decirse. Este Joker es el psicópata más perturbador del cine desde el Hannibal Lecter de The Silence of the Lambs. Lo que más le divierte de su proceder es la manera en que desnuda la hipocresía del enmascarado: la mera existencia de Batman es la prueba de la ineficacia de las instituciones, y sus presuntos códigos huelen más a justificación que a creencia verdadera. Por ejemplo la negativa a matar, tal como la establecía ya Batman Begins cuando el protagonista decía al villano: ‘No voy a matarte, pero tampoco te salvaré'. Los carceleros de Abu Ghraib tampoco matan. Lo hacen todo excepto eso, en nombre de unos fines que justifican (casi) todos los medios.

Por si no quedó claro: esta es la película del Joker. Aquí el Joker es el espejo deformado en que los ‘paladines de la ley' detestan verse, porque los revela en su impostura. Y entre ambos protagonistas, Harvey Dent funciona como la síntesis perfecta: ¿o acaso no se transforma en el hombre de las Dos Caras, héroe y monstruo a la vez, según el perfil que elija mostrarnos?

En fin, como ya dije: es muy tarde aquí en Buenos Aires. He visto una película magnífica, ambiciosa, compleja y oscura (aunque no tanto como debería: el ‘experimento social' que el Joker desarrolla con dos barcos debería haber concluido con ambas naves volando por los aires -y en simultáneo), producida por gente que suele financiar películas pensadas para infradotados. Se me ocurre que el mérito es todo de Nolan y de su hermano coguionista, con menciones de honor para Bale, Gary Oldman que hace de Jim Gordon y el malogrado Heath Ledger.

Tengo entradas para verla otra vez esta noche. No veo la hora de entregarme nuevamente al melodrama.  

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18 de julio de 2008
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El Boomeran(g)
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