Marcelo Figueras
Y pensar que todo empezó cuando, despellejado por la necedad de alguna gente que conozco, me dirigía con mi hija menor a ver Wall-E… La maravillosa película de Andrew Stanton no hizo otra cosa, en todo caso, que seguir pulsando el mismo nervio: que un film cuyo público más natural son los niños tenga de fondo la destrucción absoluta de la Tierra a manos de los humanos es, sin duda alguna, un signo de alerta. Siglos atrás los cuentos infantiles eran crueles hasta la locura, en respuesta a una clara necesidad pedagógica: necesitaban preparar a las nuevas generaciones para vivir en un mundo violento e injusto. Había que acostumbrarlos a la idea de que siempre puede ocurrir lo peor, e inculcarles la necesidad de aguzar el ingenio para salir airosos de cualquier situación. Con el mundo moderno adviene la corrección política y los cuentos infantiles dejan de asustar y sacudir: es la expresión de que creemos haber arribado a un cierto nivel indiscutible de civilización, a horcajadas sobre las normas democráticas y la difusión masiva de la tecnología. Pero esa corrección política sólo maquilló durante pocas décadas la profunda, raigal incorrección del sistema que nos toca vivir. Más allá del alerta, que los relatos concebidos para un público infantil vuelvan a transcurrir en un paisaje de pesadilla es también un signo de salud: el reflejo profético de los mejores artistas, que entienden la necesidad de preparar a las nuevas generaciones para un mundo que, además de violento e injusto, ya no es asolado por un monstruo con rasgos individuales, sino por las tendencias monstruosas de la misma especie a la que pertenece.
¿Qué es la bondad, pues? ¿Un virus del espacio exterior? Podría serlo, en la misma medida en que quizás lo sea la vida misma. La evidencia científica revela que distintas bacterias llegaron a nuestro planeta desde tiempos inmemoriales: esto es, soportando el viaje por el espacio sin oxígeno, la incandescencia y el impacto contra la Tierra. La vida es un fenómeno tan inexplicable como resistente. Ojalá lo sea también nuestra capacidad de practicar la bondad.
Armstrongfl decía en su comentario que la bondad no se consigue con adiestramiento, lo cual supone que tampoco puede ser enseñada. Yo no estoy del todo de acuerdo. Creo que hay un germen natural de bondad en cada ser humano, pero también creo que el ejemplo y asimismo la enseñanza son fundamentales. Deberíamos encontrar la forma de enseñar a amar y a compartir en las escuelas, más allá de impartir conocimientos ‘duros’. Cualquier niño que haya visto a sus mayores practicar la bondad y que haya comprobado asimismo sus efectos, estará más dispuesto a ser generoso que otro que sólo haya sido víctima y testigo de malos tratos y mezquindades. A veces pienso que el espíritu humano es una vela rota. Ningún navío llegará lejos mientras el viento se cuele por sus jirones. El desarrollo de la persona funciona, así, dando puntadas entre sus flecos. Cuanto más armonioso sea su desarrollo, más cerrado quedará el tejido -y más lejos llegará la persona con su alma. La sensación que deriva de practicar la generosidad es reparadora; no hay otra forma de comprobarlo que haciendo la prueba. Cada vez que somos egoístas y salvajes, en cambio…
¿Hay espacio para cultivar la bondad en este mundo nuestro? Vaya pregunta. La seguimos mañana.