Tardé unos días en elaborar este texto sobre la condena a prisión perpetua de los genocidas Bussi y Menéndez porque la lectura del dictamen me llamó a confusión. Si bien la pena de por vida estaba expresada con todas las letras, la idea de ‘diferir' -ese fue el término empleado- la decisión sobre el sitio donde habrán de purgarla se prestaba a equívocos. De hecho, la multitud que esperaba afuera del juzgado la interpretó de la peor manera. Dado que mientras prosiga el ‘diferimiento' los genocidas seguirán encerrados en sus domicilios -Bussi, sin ir más lejos, mora en la casa lujosa de un riquísimo country-, la gente consideró que el tribunal los trataba con guantes de seda que, por cierto, ellos jamás emplearon con sus víctimas.
En el primer momento, yo preferí creer en el vaso medio lleno. Después de todo, la decisión diferida no implica necesariamente que vaya a optarse al fin por dejarlos morir en las casas de ricachones que habitan. También es cierto que, por edad -Bussi tiene 82 años-, la ley los habilitaría a reclamar el beneficio de la prisión domiciliaria, aunque uno se retuerza por dentro convencido de que no se merecen ningún privilegio.
Me tranquilizó un poco leer las declaraciones de Gerónimo Vargas Aignasse, diputado nacional e hijo del hombre cuyo asesinato derivó en el juicio de la condena, el ex senador Guillermo Vargas Aignasse. Gerónimo elogió el fallo del tribunal tucumano y, en lo que hace al lugar donde cumplir la pena, prefirió otorgarle el beneficio de la duda. En realidad hizo algo mucho, pero mucho más destacable: mostró compasión hacia Bussi. En declaraciones a Página 12, Vargas Aignasse admitió que Bussi es un hombre de salud precaria y declaró: ‘Pretendemos que cumpla su condena donde su salud se lo permita, sin que ello implique que goce de privilegios que no goza ningún otro condenado en la Argentina'.
La cuestión ya me había conmovido durante el trámite del juicio. Al ver llorar a Bussi en la sala, y delante de las cámaras, me resultó evidente que el viejo asesino apelaba a la piedad de los jueces y del pueblo todo. Y me pregunté si alguna vez las lágrimas de sus víctimas habrían suscitado en él algo parecido a un gesto de piedad. Las más de quinientas causas que siguen abiertas en su contra parecen indicar lo contrario.
Este proceso realizado en el contexto de un gobierno democrático le otorgó a Bussi y a Menéndez todas las oportunidades y garantías que ellos jamás concedieron a sus víctimas: el juicio justo, la posibilidad de defenderse, la difusión pública de sus casos y de sus argumentos. Que el hijo del hombre que asesinaron pretenda que no se los despoje de dignidad alguna conmovería a cualquier criatura de corazón vibrante. Pero a juzgar por la triste justificación de lo actuado que expresaron durante el proceso, tanto Bussi como Menéndez parecen más allá de cualquier posibilidad de redención pública.

				
En El tercer hombre -la película de Carol Reed, el relato de Graham Greene-, Harry Lime funcionaba como un monstruo. En la Europa de posguerra, alguien que adulteraba la penicilina que se suministraba a los niños no podía ser calificado de esa forma. Nos guste o no, la Argentina del siglo XXI es una fábrica de Harry Limes. Y la abundancia de Limes los torna (horriblemente) comunes, en tanto la normalidad es una simple cuestión de promedios numéricos. Aquí hay Harry Limes en la política, en el gobierno, en las instituciones, en los medios, en las empresas...
Entre las toneladas de basura que llegan a mis direcciones de correo, destacan dos clases de material. El primero es el que me ofrece mil y un métodos para agrandar mi pene. Cada vez que me encuentro con uno de estos correos me pregunto cómo habrá corrido la voz. Pero en fin, uno es como es. Lo único que me divierte de este tipo de mensajes es su inagotable creatividad para vender siempre lo mismo. ¿Cuántos sinónimos de 'pene' existen en los distintos idiomas -la mayoría de estos avisos me llega en inglés? -, cuántas analogías se pueden encontrar para la misma idea? En las últimas semanas, sin ir más lejos, me encontré con varios del estilo de '¡Posea un dong más largo y más grueso!', '¡Llévela al éxtasis con su máquina de nueva cilindrada!' y '¡Eleve su arma íntima a un calibre mortal!' Por supuesto, todos estos 'métodos' dicen estar basados en los más novedosos descubrimientos científicos...
The Big Lebowski es una película que para mí está llena de placeres. Empezando por la actuación de Jeff Bridges, uno de los verdaderamente grandes del cine de hoy, nunca reconocido a la altura de sus merecimientos. Su Jeff ‘the Dude' Lebowski existe en el film con tanta naturalidad -fumón, felizmente desempleado, devoto del bowling y del cóctel White Russian-, que resulta fácil confundirse y creer que Bridges simplemente ‘es' the Dude. Por lo demás, el retrato de Los Angeles a comienzos de los 90, un mundo donde todo es pretensión a excepción de the Dude y su psicótico amigo Walter (John Goodman), es sencillamente desopilante y alcanza un paroxismo kitsch en la versión de Hotel California interpretada -en algo que tan sólo parece español- por los Gypsy Kings.
En estos días, lo que hago para entretenerme es ver ¡por segunda vez! las tres temporadas de Veronica Mars...
Lo cierto es que, desde aquel lejano entonces, nunca ha dejado de interpelarme. ¿Recuerdan su trama? El escorpión necesita cruzar el río y le pide a la rana que lo transporte en su lomo. La rana duda, temerosa de que el escorpión la pique durante la travesía. El escorpión replica con perfecta lógica que si la picase, moriría ahogado también él. La rana entiende que el argumento es sólido y procede a cruzarlo. Pero a mitad de camino siente el aguijonazo. Mientras se hunde para siempre, le pregunta al escorpión por qué lo hizo, condenándolos a ambos a una muerte segura. El escorpión responde: ‘No pude evitarlo. ¡Es mi naturaleza!'
¿Es que este hombre no podrá hacer nunca ni por casualidad algo que no perjudique a los argentinos más pobres y vulnerables? Otro caso: el ex general y ex gobernador Antonio Bussi. Juzgado finalmente por apenas uno de los múltiples crímenes que perpetró durante la dictadura, empezó fingiéndose enfermo, con la intención de que el juicio fuese postergado de manera indefinida. Una vez forzado por los médicos a regresar a la sala, eligió victimizarse -justamente él, que ordenó tantas muertes sin vacilar-, utilizó el remanido argumento de que los desaparecidos no existen y, a modo de frutilla de la torta, coincidió con buena parte de la derecha argentina, abroquelada detrás de la causa del ‘campo', al decir que el actual gobierno está compuesto por ‘los ideólogos' de la izquierda de los años 70. ¿Es que nunca veremos a un represor diciendo: ‘Me arrepiento de lo que hice, no debí matar a esa gente, sus fantasmas me acosan por las noches?' ¿Seguirán repitiendo ad infinitum sus tristes justificaciones, como si no temiesen ser remitidos al infierno en que juran creer?