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Escrito por

Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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La piedad

Tardé unos días en elaborar este texto sobre la condena a prisión perpetua de los genocidas Bussi y Menéndez porque la lectura del dictamen me llamó a confusión. Si bien la pena de por vida estaba expresada con todas las letras, la idea de ‘diferir' -ese fue el término empleado- la decisión sobre el sitio donde habrán de purgarla se prestaba a equívocos. De hecho, la multitud que esperaba afuera del juzgado la interpretó de la peor manera. Dado que mientras prosiga el ‘diferimiento' los genocidas seguirán encerrados en sus domicilios -Bussi, sin ir más lejos, mora en la casa lujosa de un riquísimo country-, la gente consideró que el tribunal los trataba con guantes de seda que, por cierto, ellos jamás emplearon con sus víctimas.

En el primer momento, yo preferí creer en el vaso medio lleno. Después de todo, la decisión diferida no implica necesariamente que vaya a optarse al fin por dejarlos morir en las casas de ricachones que habitan. También es cierto que, por edad -Bussi tiene 82 años-, la ley los habilitaría a reclamar el beneficio de la prisión domiciliaria, aunque uno se retuerza por dentro convencido de que no se merecen ningún privilegio.

Me tranquilizó un poco leer las declaraciones de Gerónimo Vargas Aignasse, diputado nacional e hijo del hombre cuyo asesinato derivó en el juicio de la condena, el ex senador Guillermo Vargas Aignasse. Gerónimo elogió el fallo del tribunal tucumano y, en lo que hace al lugar donde cumplir la pena, prefirió otorgarle el beneficio de la duda. En realidad hizo algo mucho, pero mucho más destacable: mostró compasión hacia Bussi. En declaraciones a Página 12, Vargas Aignasse admitió que Bussi es un hombre de salud precaria y declaró: ‘Pretendemos que cumpla su condena donde su salud se lo permita, sin que ello implique que goce de privilegios que no goza ningún otro condenado en la Argentina'.

La cuestión ya me había conmovido durante el trámite del juicio. Al ver llorar a Bussi en la sala, y delante de las cámaras, me resultó evidente que el viejo asesino apelaba a la piedad de los jueces y del pueblo todo. Y me pregunté si alguna vez las lágrimas de sus víctimas habrían suscitado en él algo parecido a un gesto de piedad. Las más de quinientas causas que siguen abiertas en su contra parecen indicar lo contrario.

Este proceso realizado en el contexto de un gobierno democrático le otorgó a Bussi y a Menéndez todas las oportunidades y garantías que ellos jamás concedieron a sus víctimas: el juicio justo, la posibilidad de defenderse, la difusión pública de sus casos y de sus argumentos. Que el hijo del hombre que asesinaron pretenda que no se los despoje de dignidad alguna conmovería a cualquier criatura de corazón vibrante. Pero a juzgar por la triste justificación de lo actuado que expresaron durante el proceso, tanto Bussi como Menéndez parecen más allá de cualquier posibilidad de redención pública. 

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1 de septiembre de 2008
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El final de la línea

Hoy Shakespeare sería un guionista', le dijo George Steiner a Juan Cruz en el dominical de El País. Estoy de acuerdo. Un hombre acostumbrado a beber la reacción del público como si fuese el agua necesaria para vivir no se resistiría a la multiplicación que representan el cine y la TV. Y mucho menos a estar en la cresta de la ola, en aquel medio popular -el adjetivo no está de más aquí: el teatro isabelino era la TV de su día- donde se estén cocinando las obras más interesantes, más vitales y más cuestionadoras. ¿O acaso no resulta evidente que la ficción televisiva de hoy produce relatos más profundos y perturbadores que buena parte de la novelística actual?

Viendo los materiales extras de la quinta temporada de The Wire, descubrí a Joe Klein -columnista político de la revista Time y autor de aquel best-seller político de consecuencias incendiarias, Primary Colors- suscribiendo un argumento parecido. ‘¿Qué a The Wire no le han dado nunca un Emmy? ¡Si tendrían que darle el Nobel de literatura!', dijo, sin temor a ser hiperbólico. Yo al menos atesoraré la edición en TV de las cinco temporadas en el estante de mis obras dilectas, desde Moby Dick -la novela original- a Citizen Kane, desde Prime Suspect -la miniserie inglesa- hasta Watchmen... y las obras completas de Shakespeare, por supuesto. Porque mi cabeza no hace distingos entre soportes: en el fondo no importa si se trata de novela u obra teatral, serie de TV, cine o historieta, lo que busco son historias inolvidables. ¡El formato es lo de menos!

Y de manera consistente, The Wire ha sido para mí una historia inolvidable. En su entrega final, el creador y productor David Simon -asistido por un equipo del que forman parte los maravillosos escritores Dennis Lehane, George Pelecanos y Richard Price- se ha centrado en el mundo de la prensa, y en particular en la decadencia de los diarios, formulándose la pregunta de cuán lejos se puede llegar con una mentira. (En una sociedad como la nuestra, la tentación es creer que se trata de una pregunta retórica.) Siempre centrada en Baltimore -que es el mundo, qué duda cabe- y con eje en un grupo de policías que tratan de hacer su trabajo en contra de la burocracia, de las presiones políticas y de los recortes de presupuesto, The Wire vivirá para siempre como un relato sobre un sistema que devora a sus criaturas y escupe sus huesos para saciar la sed general de espectáculo. Al tiempo que analizaba en profundidad el laberinto sin salida de nuestras sociedades, The Wire creó una galería de personajes imperecederos. El cierre de su temporada final, enhebrando los destinos de gente tan disímil como el killer Omar Little (Michael K. Williams), el drogadicto Bubbles (Andre Royo) y el adolescente Duquan Weems (Jermaine Crawford, interpretando uno de los personajes más desgraciados de la historia desde Oliver Twist -pero sin final feliz), constituye uno de los picos más altos del arte al que ha llegado la TV en su medio siglo de vida./upload/fotos/blogs_entradas/jimmy_mcnulty_dominic_west_med.jpg

Yo no puedo evitar sentirme identificado en alguna medida con el renegado de Jimmy McNulty (Dominic West). Contemplando el arco de su historia, la vinculé a la definición de la vida que George Steiner atribuyó a Samuel Beckett en la entrevista de Juan Cruz: ‘Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor'.

En eso estamos todos. 

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29 de agosto de 2008
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Otra vuelta de carroza

Nunca había visto Esperando la carroza. Pero a instancias del amigo Germán Welz -quien, insisto, de tener algún día hijo varón debería llamarlo Orson-, me senté a verla en una espantosa copia en DVD de esas que son tan comunes en este país. Fue como asistir a una de aquellas funciones míticas de The Rocky Horror Picture Show, dado que Germán, su novia Ivana y hasta mi propia mujer se sabían los diálogos de memoria y los repetían en voz alta con perfecto timing. Elvira (China Zorrilla) criticando a su vecina: ‘Yo hago empanadas, ella hace empanadas; yo hago puchero, ella hace puchero'. El próspero Antonio (Luis Brandoni) comiéndose una de las tres empanadas que eran todo el almuerzo de unos pobres y diciendo: ‘Qué tristeza... ¡Por lo menos tenían una pobreza digna!' Mama Cora (Antonio Gasalla) parando un colectivo y pidiéndole al conductor que la lleve ‘a lo de Emilia', como si el hombre supiese quién demonios es esa Emilia -y dónde cuernos vive.

Sinceramente no me reí mucho. No porque la película no sea graciosa -entiendo perfectamente por qué hizo y hace desternillarse a tanta gente-, sino porque me duele horrores. Esperando la carroza es un perfecto compendio de todas las cosas que detesto de cierta clase de argentinos: la envidia, el arribismo, la falta de escrúpulos, la compulsión de aparentar ser lo que no se es, la mediocridad, la familia convertida en instrumento de tortura... Al mismo tiempo el film es una competencia de gritos que dura casi hora y media, cosa que me induce dolor de cabeza y me pone al borde del crimen. Detesto a todos y cada uno de esos personajes, quizás con la excepción de Susana (Mónica Villa), que a duras penas soporta a la psicopática familia a la que se integró por la vía del matrimonio. Pero en el fondo tampoco le perdono que no logre romper con ellos. Con el tiempo, imagino, terminará convirtiéndose en parte del grupo y adoptando sus mismos, perversos métodos.

Ahora dicen que filmarán una segunda parte. Más allá del resultado, lo indiscutible es que entre la Argentina de 1985 y la del presente hay unas corrientes subterráneas de continuidad que la tornan más vigente que nunca. Lamentablemente hemos cambiado muy poco...

La experiencia de ver Esperando la carroza me remitió a aquella broma de Broadway, según la cual un hombre se topa con otro al que han apuñalado y le pregunta si le duele. La respuesta del herido es la siguiente: ‘Sólo cuando me río'.

Ojalá la Argentina me doliese sólo cuando me río.

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28 de agosto de 2008
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El cuarto hombre

¿Se enteraron del caso de los empresarios ejecutados que obsesiona por estos días a la Argentina? Brevemente: hace un par de semanas alguien secuestró y asesinó según códigos mafiosos a tres jóvenes socios, ligados por negocios farmacéuticos. Según parece, al menos uno de ellos estaba vinculado al tráfico de medicamentos falsos -ah Harry Lime, cuánto daño sigues haciéndonos- y el trío en su totalidad habría intentado empezar a exportar efedrina a otros países, una sustancia que los países donde se produce droga a escala industrial -México, por ejemplo- necesitan como agua. Para añadir leña a este fuego, el domingo se habría suicidado un cuarto hombre, ligado a los primeros por su actividad farmacéutica y sus deudas millonarias.

Como imaginarán, la cuestión ha dado y sigue dando tela para hablar sobre el tema del narcotráfico en Latinoamérica y la forma en que la Argentina estaría empezando a participar del ciclo: por el momento, facilitando insumos que aquí son más baratos que en México -como la efedrina, sin ir más lejos. Pero a mí me ronda por otras razones. No puedo dejar de pensar en los muertos. Sus características comunes me resultan significativas: gente de clase media, bien educada, blanca, de un pasar más que generoso a pesar de deber millones de dólares (los secuestradores incendiaron la 4x4 de uno de ellos, tratando -imagino- de enviar un mensaje), frecuentadores del mismo gimnasio y de edades que rondan la treintena -es decir, que fueron niños durante la dictadura y jóvenes durante el vale todo moral de la década Ménem.

Sería un error generalizar de manera instantánea. Pero no puedo dejar de preguntarme qué efectos tiene sobre una generación el hecho de crecer en una sociedad en bancarrota ética y espiritual. Haberse educado en la Argentina de la impunidad, haber mamado la frivolidad criminal del menemismo -los cuatro muertos formaban parte de la clase social que gozaba del momento y veraneaba en Miami mientras Menem malvendía el país y los pobres se devoraban a sí mismos- debe dejar marcas indelebles en muchas almas carentes de buena raiz y mejor sustento. Si la política, las instituciones y los medios pregonan con fanfarria que el dinero es el bien supremo, que el fin justifica todo medio, ¿a quién puede extrañarle que alguien amase fortuna mediante uno de los crímenes más deleznables que pueda concebirse -esto es, suministrarle a los enfermos una medicina que no es tal?

/upload/fotos/blogs_entradas/el_tercer_hombre_1_med.jpgEn El tercer hombre -la película de Carol Reed, el relato de Graham Greene-, Harry Lime funcionaba como un monstruo. En la Europa de posguerra, alguien que adulteraba la penicilina que se suministraba a los niños no podía ser calificado de esa forma. Nos guste o no, la Argentina del siglo XXI es una fábrica de Harry Limes. Y la abundancia de Limes los torna (horriblemente) comunes, en tanto la normalidad es una simple cuestión de promedios numéricos. Aquí hay Harry Limes en la política, en el gobierno, en las instituciones, en los medios, en las empresas...

Y estamos nosotros, también: niños en situación de riesgo, preguntándonos a diario si la penicilina que nos previene de la muerte es lo que dice la etiqueta -o apenas un placebo. 

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27 de agosto de 2008
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Lars y la bondad real

Lars and the real girl (2007, dirigida por Craig Gillespie) es una película encantadora, que sin embargo resulta difícil de contar sin inducir a confusión. Dicho lo cual, déjenme intentarlo...

Todo el pueblo adora a Lars Lindstrom (Ryan Gosling, un actor cada vez más enorme), un joven dulce y religioso que, sin embargo, vive la vida de un misántropo. Marcado a fuego por la muerte de su propia madre, que no sobrevivió a su nacimiento, Lars es apenas funcional: tiene un trabajo y mora en el garage de la casa paterna, ocupada ahora por su hermano mayor, Gus, y su mujer Karin, cuyo embarazo angustia a Lars en tanto remite de forma inevitable a su parto traumático. Pero aunque tolera las gentilezas que la gente le prodiga a diario -en un pueblo tan pequeño, todo el mundo está al tanto de su historia-, Lars los mantiene a todos a distancia -incluyendo a su hermano y a su cuñada.

Un día Lars recibe una caja enorme por correo. Y esa misma noche sorprende a Gus al decirle que tiene una huésped que desearía presentarle. La recién llegada se llama Bianca. Es una muñeca tamaño natural... y anatómicamente correcta.

Las situaciones que Lars genera al comportarse todo el tiempo como si Bianca fuese de carne y hueso -salvo a la hora de la intimidad: como dije, Lars es devoto y no haría nada con ella antes de casarse-, van de lo incómodo a lo hilarante. Asesorados por la médica y psicóloga Dagmar (Patricia Clarkson, siempre eficiente), tanto Gus y Karin como el resto del pueblo se prestan a la charada, convencidos de que Lars ha ‘inventado' a Bianca por una buena razón a la que debe permitírsele seguir su curso. Y aunque Gus dude de la conveniencia de semejante política, le resulta indiscutible -así como a nosotros, espectadores-, que a partir de la irrupción de Bianca el bueno de Lars empieza a abrirse al mundo como nunca antes.

Puede que la película no sea perfecta. Pero hay algo que el guión y el director Gillespie y el mismo Gosling han hecho muy bien, cuando uno se encuentra respondiendo a Bianca con la emocionalidad que sólo solemos reservar a los humanos de verdad. Durante un buen tramo me cuestioné la bondad con que todos en el pueblo trataban a Lars y fingían relacionarse con ‘Bianca': ¡justamente yo, que vivo diciendo que no pensamos lo suficiente en la cuestión de la bondad! Lleno de cicatrices prodigadas por la experiencia, me decía que en el mundo real Lars no tardaría en toparse con imbéciles que le harían notar que Bianca es una muñeca y la ‘violarían' delante suyo para subrayar el punto. Se me ocurrió entonces que Lars sería mejor película si fuese menos fábula. Pero al aproximarse el final y volverme consciente de mis propias emociones, entendí que en ese caso me habría perdido precisamente aquello que tanto me estaba conmoviendo: el espectáculo de la generosidad humana en acción -una visión, ay, tan infrecuente.

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26 de agosto de 2008
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¿Quién protege al espectador?

El sábado por la noche vi por TV una de las escenas más perturbadoras de mi vida. En medio del zapping pasé por uno de esos -tantos- programas que se dedican a refritar imágenes de otros programas: TVR, sigla que correspone a Televisión Registrada. En medio de un ‘informe' sobre el caso Grassi (en TVR se le llama ‘informe' al refrito de imágenes de la semana con otras de archivo, de acuerdo a una línea editorial que se modifica de acuerdo al humor del productor), aparecieron unas escenas tomadas de, según creo, un programa llamado Policías en acción. (No puedo saberlo a ciencia cierta, dado que la pegatina de imágenes no especifica las fuentes.) El caso Grassi, por si no están al tanto, es lo que está en juego en un juicio que acaba de comenzar: la acusación que pesa sobre un sacerdote católico llamado Grassi -un personaje adicto a los medios, responsable de una fundación millonaria llamada Felices Los Niños y beneficiario de gente nefasta como Menem, Cavallo & Co.-, a quien se señala como victimario en diecisiete casos de abuso de menores a su cargo.

Perdonen la torpeza del relato, la indignación nunca procede de modo ordenado. Como parte del collage de imágenes armado para condenar a Grassi (yo supongo que le cabe responsabilidad, pero no deja de asustarme la facilidad con que los medios primero y la sociedad después condenan públicamente a un hombre, con procedimentos histéricos que recuerdan, salto tecnológico mediante, a Las brujas de Salem), aparecieron estas imágenes que supongo -perdón si me equivoco- pertenecían a Policías en acción. La escena era la siguiente: noche cerrada, sitio al aire libre, policías que se aproximan, con las cámaras registrando sus movimientos, a un grupo de tres. Dos adultos, un niño pequeño. (¿Ocho años, tal vez?) Lo primero que se ve es que los policías interrogan a los adultos. Uno de ellos se reivindica como padre del niño. Y al instante -o corte mediante, en edición se pueda hacer casi todo-, el niño empieza a llorar desconsolado y dice a los policías que los dos adultos le estaban ‘tocando el culo'. Con angustia cada vez mayor, el niño trata de preservarse de futuros daños pidiendo ayuda a los policías. El adulto que no era su padre hace una cosa que no por abyecta deja de ser común: dice que el juego era recíproco, que el niño también le estaba ‘tocando el culo' a él -equiparando responsabilidades, como si eso fuese posible entre una criatura y un hombre. Pero el llanto del niño se vuelve desesperado cuando comprende que, por obra de lo que acaba de verbalizar, su padre será detenido por los policías./upload/fotos/blogs_entradas/grafico2_policias_en_accion_med.jpg

No puedo explicarles mi propia angustia, derivada de la momentánea imposibilidad de saber qué había sido de ese niño. Como estas imágenes estaban ahí tan sólo para cargar las tintas en contra de Grassi, al productor de TVR no le interesó proporcionar esta información al espectador; le habrá parecido innecesaria para su cometido. Lo cierto es que los pequeños ‘cuidados' que se aplicaron a las imágenes -por ejemplo el borrado digital de los rasgos de los protagonistas- sonaban a comentario irónico. Ya quedó claro que Policías en acción -insisto, si es que no me equivoco al suponer que ese programa era la fuente- y TVR estaban protegiéndose legalmente de una potencial demanda por incriminar a gente inocente. La pregunta que me queda picando es simple: ¿quién protege al espectador?

Quizás sea inútil quejarse por las cosas que aparecen en pantalla. Este año mismo la TV argentina difundió hasta el hartazgo escenas de la humillación que sufrió Charly García al ser detenido, que por añadidura degradaban a quien las viese. Pero qué quieren que les diga: en estos tiempos de medios hiperpoderosos que se arrogan la representación de ‘la gente', es más necesario que nunca pedirles que dejen de abusar de ella.

Por eso mismo, lo más extraordinario ocurrió a continuación de ese ‘informe'. Al volver a estudios, el invitado de turno -un filósofo llamado Tomás Abraham- criticó delante de los conductores la emisión de semejante material. No sólo ubicó el caso Grassi en un marco más amplio, y por lo tanto menos facilista, al centrar su preocupación en el estado de las 6300 criaturas de las que la fundación Felices Los Niños se ocupaba. ¿Alguien sabe cómo están, cómo viven, si se siguen ocupando de ellos? Yendo todavía más lejos, Abraham vinculó su indefensión a la situación de millones de otros niños que viven entre la precariedad y abyección en el país que idolatra a los empresarios ganaderos que defienden su derecho a enriquecerse aún más -esta última definición corre por cuenta mía. Y terminó diciendo: ‘Esto no habría que haberlo mostrado'.

Que alguien se presente en un medio y no sucumba a la tentación de adularlo todo por el simple hecho de haber sido invitado, me pareció inspirador.

Alguien tiene que decir que el emperador está desnudo. Alguien tiene que decirles que hay cosas que no se pueden, no se pueden, no se pueden hacer.

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25 de agosto de 2008
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Noticia (buena) se busca

/upload/fotos/blogs_entradas/pene22_med.jpgEntre las toneladas de basura que llegan a mis direcciones de correo, destacan dos clases de material. El primero es el que me ofrece mil y un métodos para agrandar mi pene. Cada vez que me encuentro con uno de estos correos me pregunto cómo habrá corrido la voz. Pero en fin, uno es como es. Lo único que me divierte de este tipo de mensajes es su inagotable creatividad para vender siempre lo mismo. ¿Cuántos sinónimos de 'pene' existen en los distintos idiomas -la mayoría de estos avisos me llega en inglés? -, cuántas analogías se pueden encontrar para la misma idea? En las últimas semanas, sin ir más lejos, me encontré con varios del estilo de '¡Posea un dong más largo y más grueso!', '¡Llévela al éxtasis con su máquina de nueva cilindrada!' y '¡Eleve su arma íntima a un calibre mortal!' Por supuesto, todos estos 'métodos' dicen estar basados en los más novedosos descubrimientos científicos...

En las últimas semanas empezaron a aparecer mensajes más divertidos, disfrazados de noticias. Algunos llegan atribuidos a una 'Top News Agency', otros vienen a nombre de personajes improbables que parecen sacados de una novela de Elmore Leonard -Sharky Cohen, por ejemplo. Y todos ellos imitan el formato periodístico. 'Explotaron los labios de Angelina Jolie', dice uno. 'Encontraron un Pokemon de verdad en China', asegura otro. 'Confirmado: los hijos de los ricos son todos idiotas', asevera un tercero. Y el más cruel de los que provienen de la 'Top News Agency' reza: 'Modelos discapacitadas competirán en El lisiado top de Gran Bretaña'. Para ser sincero, no estoy del todo seguro de que este último título sea una farsa.

Los que vienen con nombres apócrifos son más salvajes. 'Paris Hilton ofreció su cuerpo al ganador del Abierto Francés', dice uno. 'Britney dice ser víctima del control mental: su manager responsabiliza a K-Fed', dice otro. Y uno que me llena de esperanzas: 'Hilton, Lohan, Spears se disculpan y prometen retirarse'.

En este mundo donde se ha vuelto tan difícil sorprenderse -¿cuánto falta para que algún reality ponga a competir lisiados?-, inventar noticias que a uno le gustaría leer no es un mal pasatiempo. Con un poco de suerte, funcionarán a la manera del control mental que según dicen practica el ex de Britney, y quién sabe -a lo mejor se vuelven realidad. Yo sería feliz si abriese un diario y me encontrase con la noticia de que Dick Cheney fue a cazar y confundió a Bush con un pato. O enterándome del flamante voto de silencio de Ricardo Arjona. O al saber de la decisión de Paulo Coelho de consagrarse al aeromodelismo.

Podríamos armar un concurso de titulares que nos harían felices. Aquí va uno mío: 'En ataque de celos, los cantantes de Miranda! se deguellan mutuamente con un CD de Freddy Mercury'. (Como ven, me quedé enganchado con el Top Ten de la música horrible.) Y otro: 'Menem hizo inscribir en su lápida: Síganme, que no los voy a defraudar'. Y uno más: 'Antonio de la Rúa demanda a Shakira por violencia doméstica, practicada a caderazos'.

Pónganse creativos...

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22 de agosto de 2008
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Marche otro White Russian

Un lugar común de la intelligenzia crítica es alabar cualquier cosa de los hermanos Coen. A esta altura del partido, yo tiendo a desconfiar de cualquiera de sus películas ‘serias' con excepción de Blood Simple, su debut. Lo cual equivale a decir que no me trago ni Barton Fink ni No Country For Old Men. (La película, porque la novela original de Cormac McCarthy me parece increíble.) Lo que sí me gusta, sin embargo, son la mayor parte de sus comedias: Raising Arizona, The Hudsucker Proxy, Fargo, O Brother, Where Art Thou? -y por supuesto, The Big Lebowski.

A menudo el mecanismo que pone a andar una comedia de los Coen es una traslación, o entrecruzamiento, entre géneros. ¿Qué pasaría si mezclo una historia policial negra al estilo de las de James M. Cain con un personaje digno de las comedias televisivas de los años 50 -lo que va del Fred MacMurray de Double Indemnity al de My Three Sons? Algo muy parecido a Fargo. ¿Qué pasaría si intentásemos reescribir La Odisea durante la Depresión de los años 30? Algo muy parecido a O Brother, Where Art Thou? ¿Qué pasaría si intentásemos reescribir The Big Sleep de Raymond Chandler, en tiempos contemporáneos y con un stoner en lugar de Philip Marlowe? Algo muy parecido a The Big Lebowski.

/upload/fotos/blogs_entradas/the_big_lebowski___jeff_bridges_med.jpgThe Big Lebowski es una película que para mí está llena de placeres. Empezando por la actuación de Jeff Bridges, uno de los verdaderamente grandes del cine de hoy, nunca reconocido a la altura de sus merecimientos. Su Jeff ‘the Dude' Lebowski existe en el film con tanta naturalidad -fumón, felizmente desempleado, devoto del bowling y del cóctel White Russian-, que resulta fácil confundirse y creer que Bridges simplemente ‘es' the Dude. Por lo demás, el retrato de Los Angeles a comienzos de los 90, un mundo donde todo es pretensión a excepción de the Dude y su psicótico amigo Walter (John Goodman), es sencillamente desopilante y alcanza un paroxismo kitsch en la versión de Hotel California interpretada -en algo que tan sólo parece español- por los Gypsy Kings.

En otras de sus comedias, a los Coen el pastiche se les va de las manos. Pero en The Big Lebowski todo existe en su justa medida. Una comedia ideal para ver con los amigos, bien tarde por la noche y después de haber bebido unos cuentos White Russians de más -vodka, Kahlúa y crema.

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21 de agosto de 2008
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Conan es bárbaro

Los argentinos que quieren ver televisión a la hora de la cena se enfrentan a un grave problema (y si no tienen servicio de cable, ni les digo): la sobreabundancia de estupidez. Una vez terminados los noticieros, los canales de aire locales se dedican a los concursos de baile, o a discernir quién logra atravesar o no un muro de telgopor -no lo estoy inventando, se los juro- o a los culebrones latinoamericanos. Hasta no hace mucho yo recalaba un rato en un programa llamado RSM (la sigla de Resumen de los Medios), pero el título de la emisión terminó por volverse profecía autocumplida y ahora lo único que hace es refritar las estupideces que ocurren en los otros programas. Y yo que me paso la vida esquivando personajes como la Tota Santillán (un animador de veladas cumbieras), Belén Francese (sex symbol de cabotaje que acaba de editar... un libro de poemas) y Karina Jelinek (otro sex symbol de escaso wattaje, que cuando se le presentó la opción entre Ortega y Gasset eligió a Gasset), no quiero que me los mezclen en el guiso como si fuesen ingredientes nuevos. Para peor, todas las series buenas han terminado sus temporadas. (Gracias a Dios por HBO y The Wire...) /upload/fotos/blogs_entradas/veronica_mars_med.jpgEn estos días, lo que hago para entretenerme es ver ¡por segunda vez! las tres temporadas de Veronica Mars...

Por fortuna este páramo encontró un alivio en el canal de cable I-Sat, que ahora emite de lunes a viernes a las 21 Late Night with Conan O'Brien. El programa es un clásico de los talk-shows nocturnos de los Estados Unidos: emisión en estudio, banda en vivo, monólogo de apertura, dos breves entrevistas en el piso y músicos invitados para el cierre. Un formato que allí es más común que el agua -definido por Johnny Carson y establecido, entre otros, por David Letterman y Jay Leno- pero que en Latinoamérica es bastante inusual, a excepción de los shows de Roberto Pettinato en la Argentina y de Ya es mediodía en China del canal Sony.

O'Brien empezó escribiendo para Saturday Night Live. Entre 1991 y 1993 -la época dorada, para mucha gente- fue productor y guionista de The Simpsons. Ese último año debutó como conductor de Late Night reemplazando nada menos que a Letterman. Sus comienzos no fueron nada auspiciosos. El pobre de Conan se veía tan nervioso y fuera de lugar, que la misma presentación del show -una animación- lo mostraba sudando y tirándose del cuello de la camisa. Es verdad que sigue siendo un hombre extraño: altísimo y con una indomable mata de pelo rojo, se mueve de tal forma que uno busca los hilos de fondo para entender si está o no viendo un episodio de Capitán Escarlata. Pero por lo menos no perdió nunca el sentido del humor respecto de sí mismo. Cuando el show cumplió una década en el aire, Mr. T le regaló una cadena de oro con el número 7. O'Brien le recordó que celebraba 10 años, Mr. T le recordó que ‘sólo había sido gracioso durante siete'.

Sus monólogos y su presencia en cámara siguen haciéndome reír. Por lo demás, preferiré toda la vida ver una entrevista a Michael Caine, Gary Oldman o Liam Neeson que a la Tota Santillán hablando de sus romances.

Gracias a I-Sat y a Conan O'Brien, pues, por hacer más llevaderas mis noches.  

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20 de agosto de 2008
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El escorpión, la rana y el hombre

No recuerdo cuándo leí por primera vez la fábula del escorpión y la rana. ¿En un texto referido al Mr. Arkadin de Orson Welles, tal vez? /upload/fotos/blogs_entradas/mr._arkadin_med.jpgLo cierto es que, desde aquel lejano entonces, nunca ha dejado de interpelarme. ¿Recuerdan su trama? El escorpión necesita cruzar el río y le pide a la rana que lo transporte en su lomo. La rana duda, temerosa de que el escorpión la pique durante la travesía. El escorpión replica con perfecta lógica que si la picase, moriría ahogado también él. La rana entiende que el argumento es sólido y procede a cruzarlo. Pero a mitad de camino siente el aguijonazo. Mientras se hunde para siempre, le pregunta al escorpión por qué lo hizo, condenándolos a ambos a una muerte segura. El escorpión responde: ‘No pude evitarlo. ¡Es mi naturaleza!'

Pocas cosas me desconciertan más que la persistencia del ser humano en el error. Que alguien que vivió haciendo daño no pueda apartarse de esa senda ni siquiera por despiste momentáneo, me desarma por completo. Como imaginarán, estas líneas están inspiradas por las acciones de una persona a quien conozco personalmente, y a quien por lo tanto concederé el anonimato. Pero para desgracia de todos, no me faltan personajes públicos con que ejemplificar mi argumento.

Carlos Saúl Menem, por ejemplo: el ex Presidente argentino que, aun enfermo y todo, dejó el hospital donde estaba internado para votar como senador a favor de la oligarquía agropecuaria. /upload/fotos/blogs_entradas/carlos_menem_med.jpg¿Es que este hombre no podrá hacer nunca ni por casualidad algo que no perjudique a los argentinos más pobres y vulnerables? Otro caso: el ex general y ex gobernador Antonio Bussi. Juzgado finalmente por apenas uno de los múltiples crímenes que perpetró durante la dictadura, empezó fingiéndose enfermo, con la intención de que el juicio fuese postergado de manera indefinida. Una vez forzado por los médicos a regresar a la sala, eligió victimizarse -justamente él, que ordenó tantas muertes sin vacilar-, utilizó el remanido argumento de que los desaparecidos no existen y, a modo de frutilla de la torta, coincidió con buena parte de la derecha argentina, abroquelada detrás de la causa del ‘campo', al decir que el actual gobierno está compuesto por ‘los ideólogos' de la izquierda de los años 70. ¿Es que nunca veremos a un represor diciendo: ‘Me arrepiento de lo que hice, no debí matar a esa gente, sus fantasmas me acosan por las noches?' ¿Seguirán repitiendo ad infinitum sus tristes justificaciones, como si no temiesen ser remitidos al infierno en que juran creer?

Lo que me resulta fundamental en la fábula del escorpión es que sugiere algo que no siempre consideramos: que aquel que lastima, se lastima también. La naturaleza de nuestro universo es dialéctica: toda acción genera reacción y toda violencia -tanto física como espiritual- se vuelve sobre sus autores, o sobre su familia, o sobre su gente. El regreso de esta violencia no es necesariamente inmediato, ni puede ser simbolizado por los vectores claros y nítidos que tanto le gustan a la física, pero aun así ocurre siempre, por obra de lo que el escritor y crítico Angel Faretta denominaría espíritu de simetría.

Pero la fábula deja de servirme para hablar del ser humano cuando soslaya un hecho clave: que el hombre no es víctima inexorable de su naturaleza animal, y que puede por lo tanto elegir otro camino. Eso es lo que solemos llamar libre albedrío. La explicación del escorpión cuadraría a su especie, pero no así a la nuestra. La naturaleza humana pasa precisamente por su capacidad de entender que puede existir algo más importante que el instinto, y de modificar su conducta en consecuencia.

Nadie debería decir ‘es mi naturaleza' cuando obedece a la peor parte de sí. Por el contrario, debería decirlo tan sólo cuando reconoce un error propio y cambia de actitud, o cuando tiene un gesto generoso, o cuando ama sin esperar nada a cambio. Esa es nuestra naturaleza -o no lo será ninguna otra.

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19 de agosto de 2008
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El Boomeran(g)
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