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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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La vieja pareja

Esa vieja pareja, antaño imprescindible en todas las fiestas, hace tiempo que no se soportan uno al otro. Todos saben que cada uno va por su lado. Aunque, de pronto, aparecen juntos de nuevo y en aparente armonía, para dirigir al resto de la familia esa carta suya tan típica con la que quieren demostrar cuánto les necesitamos. Los otros soportamos condescendientes este ritual obligado por esas reuniones en las que se tocan asuntos patrimoniales de suma importancia. ¡Tantas veces se ha dicho que sin ellos nada podríamos! Todos sabemos que no es verdad y que solo quieren salvar las apariencias.

Así van las cosas entre Francia y Alemania. Esos dos países que crecieron en la mutua inquina y se combatieron en tres guerras, fueron también quienes echaron los cimientos de la casa europea e impulsaron los sucesivos pasos que la hicieron grande y próspera. El Pacto del Elíseo, firmado por De Gaulle y Adenauer en 1963, cerró la herida bélica y abrió el camino de una cooperación bilateral a la que se atribuyen todas las grandes decisiones. Para rubricar esta impresión, el canciller alemán y el presidente francés suelen escribir una carta antes de los consejos europeos más trascendentes, en la que señalan sus prioridades e incluso posiciones. Así ha sucedido recientemente, cuando Merkel y Sarkozy escribieron al presidente de la Comisión, Durão Barroso, y al del Consejo, Van Rompuy, el pasado 6 de mayo a propósito del paquete de ayuda a Grecia; y ha sucedido ahora, cuando han vuelto a escribir a Barroso pidiendo que se acelere la regulación financiera. Esta apariencia de armonía no oculta que Alemania ya se había desenganchado antes con dos decisiones unilaterales. Una es precisamente la prohibición de las ventas financieras al descubierto a corto plazo, y la otra ese colosal recorte presupuestario que amenaza con hundir al conjunto de Europa en la deflación, sin contar con la súbita anulación del encuentro entre Merkel y Sarkozy que debía celebrarse este pasado lunes, el mismo día en que se anunciaba el ajuste. Cuanto más necesitada está Europa de una dirección clara, más está cada uno a lo suyo. No hay únicamente unos reflejos instintivos de una Alemania menos europeísta y más volcada en sí misma. Hay también cálculo político. Merkel sabe que la crisis empuja y obliga ahora a las decisiones sobre el gobierno económico, reivindicado por Francia, que no se tomaron en la última década porque Alemania lo impidió. Los sucesivos cancilleres no lo hicieron porque sí, sino en respuesta a la falta de voluntad francesa respecto a la Europa política. Ahora, ante este gobierno económico que se impone más por necesidad que por voluntad, Alemania ha optado por esprintar cada vez que lo considera necesario para obligar a los otros a seguir su camino y a frenar cada vez que son los otros quienes quieren hacerla renunciar a su soberanía económica o flexibilizar sus conceptos sobre el rigor monetario. Marca así la cancha en la que jugará este gobierno económico en construcción, en una pugna agónica en la que, finalmente, busca convertir el área euro en una recreación de la vieja área marco. A la vista está que el nuevo reparto de poder en el mundo permite emerger y declinar simultáneamente, y quizás esto es lo que explica la evolución de esta vieja pareja. El mejor ejemplo es Rusia, que forma parte del grupo emergente por excelencia, los BRIC (Brasil, Rusia, India y China) y tiene en cambio una demografía y una estructura social y productiva propias de un país en declive. Algo similar le sucede a Alemania. Económicamente nunca ha dejado de ser una superpotencia industrial exportadora. Su peso político no ha disminuido con la globalización, más bien al contrario. China la ha superado como primera potencia exportadora y le ha quitado el tercer lugar en cifras absolutas de PIB, pero su declive es fundamentalmente demográfico y europeo. Como nación soberana, en cambio, tiene mucho de emergente, y la mejor demostración es precisamente su falta de acoplamiento con los socios europeos durante la crisis de la deuda y su desencuentro con Francia, a la que desbordó con la unificación en demografía y territorio y con el Tratado de Lisboa en votos e influencia. Ahora, por mucho que nos empeñemos, debemos reconocer que ya no forma pareja con Francia, mientras tanteamos sin hoja de ruta cómo organizar la arquitectura de esta nueva Europa desconocida de después de la crisis.

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10 de junio de 2010
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Segundas intenciones

Las segundas intenciones pueden ser igualmente buenas o malas que las primeras, pero a veces son las que valen de verdad, y en cualquier caso hay que conocerlas y sopesarlas. Es preocupante que sólo tengan vela en los entierros las primeras, las ingenuas, las directas y sencillas, cuando todos sabemos que las calculadas, retorcidas y escondidas siempre significan y a veces significan tanto que son las que de verdad cuentan.

Turquía quiere que se levante el bloqueo sobre la población civil de Gaza, el millón y medio de habitantes encerrados por la democracia israelí en una cárcel de cuyo orden interior se ocupa una dictadura islamista. Pero su segunda intención, de profundas implicaciones, es levantar el bloqueo político de la Unión Europea y Estados Unidos sobre la dictadura, es decir, Hamas, ahora en la lista de organizaciones terroristas y excluida de toda negociación e incluso contacto. Israel quiere impedir que se levante el bloqueo militar sobre Gaza porque si sucediera se permitiría a Hamas rearmarse hasta convertir la franja de nuevo en un activo foco bélico desde donde sería atacada. Pero si mantiene a un millón y medio de palestinos encerrados en Gaza y sometidos a una caprichosa ración de alimentos y mercancías también es porque quiere conseguir que Hamas suelte a su prisionero israelí, el único israelí prisionero de los palestinos, el soldado Gilat Shalit, capturado desde el 25 de junio de 2006. Erdogan y Netanyahu juegan sobre todo en el corto plazo, mirando de reojo a sus electores, que son los que aplauden respectivamente la flotilla de la libertad y el ataque contra la expedición teóricamente humanitaria, con sus segundas intenciones, por supuesto. Si las colmaran, tendrían notables consecuencias propagandísticas para sus respectivas causas; y electorales, claro está. Pero en sus movimientos hay una estrategia que dibuja la perspectiva en la que sitúan a sus respectivos países, la tercera intención o derivada. Hasta hace apenas algo más de un año parecían proyectos compatibles, pero ahora se han situado en rumbo de colisión. Es el precio y la consecuencia de dos parálisis, la del proceso de paz, de un lado, y la de la Unión Europea, por el otro, incluyendo en esta última el rechazo al ingreso de Turquía como socio de pleno derecho.

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9 de junio de 2010
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El puñetazo de la mano invisible

El recorte británico estaba en el guión. No lo estaba el alemán, al menos con las dimensiones y el impacto social que le ha querido dar Merkel. Es el mayor desde la Segunda Guerra Mundial y consecutivo a las reformas encadenadas de Schroeder y Merkel I, la llamada Agenda 2010 y los sucesivos planes Hartz del I al IV. Para ajuste del Estado de bienestar el que habrá hecho Alemania en apenas diez años. La podadora germánica tiene una evidente vocación de ejemplaridad: servirá para seguir exigiendo más y más cortes a países como España. Nos podemos preparar y puede prepararse Zapatero. También Rajoy, ¡ojo! No se sostiene que la derecha española quiera presentarse como el partido de los trabajadores y de los pobres y que sus órganos periodísticos estén piafando ante la huelga general que se prepara. Su hambre de Moncloa puede terminar con sus enormes posibilidades de llegar a la Moncloa.

La frase que lo explica todo deberá ser cotejada y comprobada. Al parecer es de Zapatero aunque parezca de Felipe González (quizás significa que finalmente está aprendiendo): ?Íbamos a reformar los mercados y los mercados nos han reformado a nosotros?. La mano invisible nos ha dado un puñetazo en plenas narices. A Zapatero, pero también a quienes como Sarkozy pretendían reformar el capitalismo, o como Díez-Ferrán pedía una tregua a las reglas del mercado. No es cuestión de exculpar al joven presidente, porque ha trabajado a conciencia para encontrarse con lo que ahora tiene, sobre todo a la hora de elegir a sus equipos y de prescindir de fusibles. Pero esta hecatombe económica (crisis es una palabra de tan usada que queda cada vez más corta) le supera por todos los lados porque es plenamente europea, ya que golpea al euro con saña, afecta al mismo proyecto europeo y coincide con el momento en que más claramente se percibe el declive europeo en el mundo. Hay que recortar gasto y subir impuestos, así de claro. Las fórmulas unilaterales no valen: se acabó la polémica entre quienes sólo querían reducir el gasto y quienes sólo querían aumentar ingresos. Hay que hacer ambas cosas a la vez. Más descartadas todavía quedan las ideas originales de quienes querían aumentar el déficit o recortar impuestos, aunque se ha hecho una cosa y la otra a lo largo de la crisis. Quien gasta más de lo que ingresa tiene que ajustar las cuentas algún día, así de sencillas son las cosas y esta visión germánica de la salida de la crisis que ahora se está imponiendo. Es verdad que si no hay nada más que acompañe a la podadora, podemos enfrentarnos a una deflación durísima y un estancamiento japonés de diez años. Pero ahí es donde Europa debiera empezar a existir, como mínimo con la recuperación de aquel programa de Lisboa, ahora Agenda 2020, que debía convertirnos en los más competitivos y productivos del mundo. Merkel quiere invertir en investigación y desarrollo y no bajar el gasto educativo; los países más pobres no podrán hacer probablemente ni una cosa ni otra. Ahí es donde necesitamos más Europa: objetivos europeos, inversiones europeas y convergencia europea. El euro y Europa deben seguir funcionando en una calle de doble dirección.

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8 de junio de 2010
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El ala oeste del socialismo catalán

El caso Pretoria sigue extendiendo su chapapote sociovergente sobre el municipalismo de donde saca su fuerza el PSC. El gobierno catalán perfora por primera vez el cinturón del impuesto sobre la renta para ceñir los michelines indeseables en tiempos de crisis. Zapatero encara la reforma laboral y probablemente la huelga general, lastrado por la idea cada vez más extendida de que la combustión sufrida hasta ahora ha cercenado definitivamente su carrera política. Las encuestas registran una caída en picado del socialismo en todos los niveles, local, autonómico y estatal. Tampoco van mejor las cosas en Europa: sólo hay socialismo gobernante y casi residual donde más duro pega la crisis.

En este ambiente tan poco apacible, los socialistas catalanes han tenido tiempo, ganas y energías para reunir este pasado viernes su think tank, la Fundació Rafael Campalans, y a la vista de las enormes dificultades del presente preguntarse por el futuro de la socialdemocracia, ya no en casa, sino en el conjunto de Europa. También estaban reunidos en las mismas horas, y a pocos kilómetros, los socios teóricamente del bando contrario, los sigilosos amigos del Club Bilderberg, que pudieron compartir con Zapatero y con Almunia, entre otros socialistas, las preocupaciones más inmediatas por el futuro del euro y de las economías europeas. Aunque los tiempos no están para bromas para la izquierda reformista europea, todavía se permite e incluso se aconseja un leve toque de humor en mitad de la tormenta. Lo proporciona el título de las jornadas, en inglés, que el director de la fundación, Albert Aixalá se encargó de explicar al empezar, por si a alguien se le había escapado. 'What?s next. Next left', ?¿Qué viene ahora? La próxima izquierda? es una frase inspirada en la muletilla más característica del presidente ficticio de los Estados Unidos, Josiah Bartlet, en la serie 'El ala oeste de la Casa Blanca'. El guiño funciona: alude por supuesto al proyecto en el que se inserta el encuentro del pasado viernes. Next Left es un plan de trabajo de la Fundación de Estudios Progresistas Europeos para renovar la socialdemocracia europea en el que participan think tanks de todos los países de la UE. Pero el suave humor de este 'What?s next?' refleja el talante un tanto escéptico y el carácter pragmático de los jóvenes cuadros ascendentes del socialismo catalán, más próximos a la cultura política norteamericana y al mundo digital que a la tradición del socialismo europeo en la que se formaron las anteriores generaciones. Esos jóvenes socialdemócratas en crisis quieren renovarlo todo para salir del pozo y volver a emerger, empezando por sus concepciones organizativas e incluso su idea de partido. Están muy preocupados por la incorporación de los veinteañeros a la política y fascinados por las nuevas formas de comunicación digital. Pero la enfermedad de la crisis y las amargas terapeúticas aplicadas les obligan a evitar las fantasías. ?No es un problema de comunicación?, repiten ahora sus comunicólogos. ?Sin ideas, valores y convicciones nada hay a comunicar?. Por eso quieren regresar a los valores fundamentales, la igualdad sobre todo, aunque no pueden dejar en manos de la derecha la bandera de la libertad, ni olvidarse de otros valores que reclaman las sociedades europeas como la identidad o la seguridad. Siguen citando una y otra vez el modelo escandinavo, pese a que ya no esté gobernado por los suyos, sobre todo por el prestigio de lo público y de las políticas de igualdad. No tienen duda de que no hay salida local o nacional, aunque los hechos de estos días señalen la dirección contraria: es europea y es federalista. A los jóvenes cuadros de las futuras alas oeste, si es que hay alas oeste en el futuro para la socialdemocracia, les dio un consejo sabio y prudente su actual jefe, el presidente José Montilla, en la clausura de la jornada: ?desterrar de la izquierda la arrogancia derivada de una falsa creencia sobre una supuesta superioridad moral?. El ejercicio de humildad empieza probablemente por no creerse eterno como la Iglesia Católica, ni creer que el futuro está ganado sin necesidad de pelearse. Para salvar a la socialdemocracia deberán empezar por imaginar un mundo sin socialdemocracia. No es un ejercicio difícil en las actuales circunstancias, que ya nos han conducido a pensar un mundo sin en muchos capítulos. Sin prensa y sin periodistas, por ejemplo.

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7 de junio de 2010
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Guerras sinérgicas

La guerra suele ser un juego de suma cero. Lo que gana uno lo pierde el otro. Pero con frecuencia es una sustracción: todos pierden en distinto grado. La paz suele ser sinérgica, es decir, todos sacan algún provecho. Lo extraño es encontrarse con una guerra o una acción violenta con efectos sinérgicos: que todos los bandos se sientan victoriosos y consideren que sus posiciones salen reforzadas.

Esta situación es muy propia de las guerras asimétricas, en las que participan agentes heterogéneos: potencias militares frente a grupos terroristas o guerrilleros, o Estados frente a mafias. Y también de las regiones más convulsas del planeta donde abundan estos nuevos agentes armados de la nueva globalidad. Este es el caso de Oriente Próximo, donde hemos visto como mínimo dos guerras, la de Líbano en el verano de 2006 y la de Gaza entre diciembre de 2007 y enero de 2008, en las que Israel consideró alcanzados sus objetivos y sus enemigos, Hezbolá y Hamas respectivamente, también se declararon vencedores a pesar de sus horrorosas y desiguales pérdidas en vidas humanas de combatientes y civiles. Ahora la intifada del mar iniciada por la flotilla de la solidaridad, que quería llevar su ayuda humanitaria a Gaza, ha desembocado de nuevo en una batalla sinérgica, en la que los dos contendientes salen reforzados en sus respectivas posiciones. El Gobierno de Israel se siente vencedor del envite, exhibiendo su desprecio a la reacción internacional, y tiene buenas razones para ello. Ha conseguido su objetivo, que era mantener su capacidad de disuasión ante el más leve intento de levantar el bloqueo sobre Gaza: aviso para navegantes, y nunca mejor dicho. También se sienten vencedores los organizadores de la flotilla, pues han conseguido en pocas horas que Egipto levantara el bloqueo de la franja y han situado en el centro del debate internacional e incluso de la negociación de la paz entre israelíes y palestinos la situación inhumana en la que se encuentran su millón y medio de habitantes. Esas batallas sinérgicas también pueden esparcir efectos benéficos en la zona. Turquía es la potencia emergente que saca mayor rédito en prestigio, influencia y capacidad de maniobra. Irán sale del rincón en el que le quería meter Estados Unidos. Pero fuera ya no: Obama sale perdedor de esta batalla ajena. El proceso de paz está de nuevo en el aire; tiene menos capacidad de presión sobre Irán; su imagen en el mundo árabe y musulmán queda deteriorada por su debilidad ante Netanyahu; y disminuida su influencia en una región donde sus dos aliados estratégicos, Turquía e Israel, se hallan al borde de la ruptura. A largo plazo, también Israel pagará los platos rotos por este Gobierno que siempre prefiere hacer la guerra en nombre de la seguridad que contenerse para facilitar la paz.

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6 de junio de 2010
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Un hilo rojo en la Casa Blanca

La geometría política internacional es el territorio más reluctante a los cambios. Cambian los Gobiernos, incluso los regímenes, pero las relaciones exteriores siguen transcurriendo a lo largo de los años y a veces incluso de los siglos por caminos similares. EE UU no es una excepción. De un lado, está el debate político y la retórica de los discursos; pero del otro, están las continuidades, sobre todo, en política exterior. Entre Bush padre y Clinton, entre Clinton y Bush hijo y entre Bush y Obama hay muchas diferencias, algunas de calibre moral y político suficiente como para descalificar a unos y salvar a otros, pero hay un hilo rojo inconfundible que les une a todos ellos.

Si hay un documento donde se pueden observar en detalle las continuidades y discontinuidades entre los diferentes presidentes respecto al papel de EE UU en el mundo este es el que lleva como título Estrategia Nacional de Seguridad, elaborado por la Casa Blanca cada cuatro años para analizar el mundo en el que vivimos y designar los principales peligros y amenazas que pesan sobre la superpotencia. Esta pasada semana Obama presentó por primera vez el suyo, en el que ha pasado a limpio las ideas que ya le habíamos escuchado durante la campaña y luego, ya como presidente, en sus numerosos discursos sobre política exterior. No hay, pues, novedad alguna; aunque sí la posibilidad de percibir con mayor claridad los énfasis y también la textura de este hilo rojo que recorre todas las presidencias. La nueva estrategia nos dibuja una superpotencia que ha perdido arrogancia, escarmentada por las bravuconerías de la anterior etapa, que se dispone a adaptarse a un mundo multipolar. EE UU no es un poder solitario, capaz de modelar el mundo a su gusto y de actuar con independencia de lo que piensen sus aliados. Con Bush, EE UU establecía la condición necesaria y suficiente para cualquier decisión: "Si y solo si", en lenguaje de la lógica formal. Bastaba que Washington decidiera algo para que la decisión se tomara; y si se quería tomar una decisión había que conseguir necesariamente la voluntad de Washington. Con Obama, ya no es así: EE UU es la superpotencia necesaria pero ya no es la superpotencia suficiente. Consecuencia de este cambio, ha abandonado la anterior doctrina de la guerra preventiva, que le permitía actuar unilateralmente y sin atender a la legalidad internacional cuando consideraba que su seguridad podía estar en riesgo, aunque no existieran pruebas sobre la inminencia de una agresión. Pero Obama se ha reservado la posibilidad, se supone que excepcional, de una acción unilateral si los intereses norteamericanos lo exigen. Y ha mostrado su objetivo engarzado en el hilo rojo: como no podía ser de otra forma, quiere mantener la superioridad militar en el mundo y la capacidad de disuasión nuclear, que no considera incompatible con la desaparición a a largo plazo de este tipo de armas. Obama tiene una idea compleja, pragmática y equilibrada, basada en una voluntad inicial de atender al Estado de derecho y a la legalidad internacional, respecto a los grandes dilemas con que se enfrentan los Gobiernos entre la seguridad y la libertad de sus propios ciudadanos o entre la defensa exterior de los intereses y la imposición de los propios valores. Bush lo resolvió por una vía tan sencilla como catastrófica, que consiste en imponer un sistema de dobles raseros: entre el territorio nacional, donde tienen vigencia los derechos y libertades, y la escena internacional, donde se aplica la ley del más fuerte, que es la de los militares y agentes norteamericanos (con el limbo suplementario de cárceles ilegales como Guantánamo); y entre los países amigos y aliados, con los que se practica la indulgencia democrática, y los enemigos, a los que se les exige los mayores estándares liberales e incluso se procura su derrocamiento. Nadie habla ya de la guerra global contra el terror y del eje del mal de Bush, y esta es quizás la novedad más vistosa. El terrorismo no es un enemigo global sino una táctica del enemigo que puede surgir en el interior del país. Se le designa por su nombre: Al Qaeda y sus filiales; pero la mayor amenaza son las armas de destrucción masiva y, en concreto, las nucleares en manos de países que incumplen sus obligaciones internacionales, de los que el documento designa a dos: Corea del Norte e Irán. Para combatir estos peligros, no basta con las armas: la diplomacia, la innovación, las nuevas energías y una economía sana son también parte de la seguridad. Lo más interesante es la vinculación entre déficit público y seguridad que establece la doctrina Obama: ahí no hay hilo rojo. La guerra de Irak, además de injusta y desacertada, ha sido un pozo negro para el presupuesto, un trillón de dólares según Stiglitz, y por tanto uno de los motores de la crisis. Si EE UU quiere mantener su hegemonía e influencia, debe regresar a la senda de la prosperidad y la responsabilidad fiscal, un consejo que sirve para todos.

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3 de junio de 2010
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Catástrofes futuras

Israel ha hecho un muy mal negocio. Ha dañado, ante todo, su imagen internacional, seriamente lesionada desde la operación Plomo Fundido sobre Gaza y todavía más de la formación del gobierno más ultra y radical de toda su historia. Buena prueba de ello son las resoluciones que ha suscitado su acción, del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, de la Unión Europea y de la OTAN, y la actitud de Estados Unidos que, por primera vez en años, ha tomado posición propia y no se ha escudado en el apoyo incondicional a lo que haga Israel. Ha tensado los lazos con los aliados hasta un punto difícilmente tolerable, como es evidente en el caso de Turquía. Ha situado la cuestión de Gaza en el primer plano de la actualidad internacional que era exactamente el propósito de los promotores de la flotilla solidaria. Y ha obligado a Mubarak a abrir el acceso desde la franja a Egipto por Rafah, algo indeseable para la dictadura egipcia, que sufre en su interior la oposición de los Hermanos Musulmanes, de la que Hamas es la rama palestina.

Además de hacer un mal negocio, Israel ha actuado fuera de la ley y según criterios morales condenables, tanto en el asalto a la flotilla como anteriormente en la guerra y en el bloqueo de la franja de Gaza. Eso es evidente y sólo los ciegos no quieren verlo, deslumbrados por la profusión de actuaciones del mismo tipo que encontramos en la región y en el mundo, en el presente y en el pasado. Pero no es éste el problema que se discute. La cuestión candente es saber si este tipo de actuaciones sirven al propósito del sionismo más pragmático y realista. Y la respuesta negativa, clara y rotunda, suscita un amplio consenso internacional. Sólo entre los ciudadanos de Israel se ven las cosas de forma distinta. A ello apelan los defensores a ultranza de cualquier cosa que haga o pueda hacer un gobierno israelí, en preciso seguimiento de la consigna nacionalista: right or wrong, my country, y en este caso, Israel. En esta actitud se mezclan muchas cosas, algunas de las cuales son abiertamente psicológicas. En primer lugar, el hecho incontrovertible de que estamos hablando de un Estado en guerra con sus vecinos desde su fundación, que se produjo también a partir de una guerra con los colonizadores británicos y con los habitantes árabes de Palestina. La tierra prometida no estaba esperando, vacía y sola, con su miel y sus uvas, a que llegaran los futuros israelíes sin patria. Tuvieron que ganarse el territorio de la patria palmo a palmo e inculcar en sus ciudadanos, desde la escuela, la vigilancia y la actitud militar, defensiva y conquistadora a la vez. Se impregnaron además de la escuela violenta de la región, que Enric González ha descrito con tanta precisión en su admirable blog Fronteras movedizas: ése es el lenguaje con el que creen entenderse mejor los israelíes con los árabes, el de la dureza y de la intransigencia militares. ¿Por qué habría que acudir a la paz cuando sólo se cree en la guerra? Se resguardaron además en la condición moralmente invencible de la víctima perfecta y sin parangón, con autorización sin límite para preservar y guardar la exclusiva de su condición y para exhibirla ante la menor discusión y no digamos amenaza o riesgo de confrontación. Siendo uno de los Estados más fuertes y enérgicos del mundo, siempre exhibirá la amenaza de su destrucción y el miedo legítimo de sus ciudadanos; y siendo el Gobierno más desatento a la diplomacia y al diálogo con amigos y enemigos, siempre osará escudarse en el antisemitismo para defenderse de las críticas. Y a pesar de todo ello, hay algo de la herencia judía de lo que no consigue despegarse una parte de Israel, y es quizás lo que explica todas esas otras adherencias que vienen a enturbiar la posibilidad de políticas racionales y decisiones valientes y eficaces para preservar su futuro. Donde más cómodos se sienten los dirigentes israelíes es en la soledad absoluta, rodeados por un mundo hostil al que no dudan en considerar antisemita y enfrentados a unos enemigos que no dudan en situar al lado de los nazis. Ese es el infierno o abismo que les atrae y en el que se sienten cómodos, jaleados por los neocons y por los palmeros del Apocalipsis que son los cristianos renacidos norteamericanos, dispuestos a buscar en tierras de Oriente Próximo la batalla final entre el bien y el mal que precederá, gran paradoja, la conversión de Israel al cristianismo. Esa soledad metafísica tiene raíces vivas y difíciles de cortar, hincadas en la vieja mentalidad del ghetto, de la que la derecha israelí no consigue emanciparse, como sucede con la nula confianza en la humanidad y la creencia exclusiva en la propia determinación y en la fe en unas escrituras que marcan el destino: Dios y el pueblo. Por más que este sentimiento pueda despertar asombro e incluso admiración en quienes aman a Israel y aman el pueblo judío y su civilización portentosa --que es exactamente la nuestra, no lo olvidemos--, esta última deriva es la peor de todas, puesto que conduce de cabeza hacia un régimen militar y un fundamentalismo religioso ambos en perfecta sintonía con los peores cultivos del mismo tipo que se dan en la región. Y esto, para los judíos liberales que son mayoría en el mundo y para sus amigos, no sería el advenimiento de nada, ni una victoria en el Armagedón, sino una nueva catástrofe histórica de dimensiones incalculables para Israel, para los judíos y para la humanidad. (Enlace con el blog de Enric González)

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2 de junio de 2010
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¿Pero qué quieren?

¿Quieren acaso ponernos a prueba una vez más? ¿Quieren comprobar hasta dónde puede llegar la resistencia de sus amigos y aliados? ¿Quieren arruinar de una vez por todas las levísimas esperanzas de paz que se abrían con las conversaciones indirectas de George Mitchell? ¿Quieren impedir directamente que Obama rehaga los puentes en un encuentro como el que ya se ha anulado y que debía celebrarse hoy en la Casa Blanca? ¿Quieren saber si Estados Unidos usará el derecho de veto para impedir por primera vez una resolución de condena de sus fechorías en el Consejo de Seguridad? ¿Quieren ahuyentar a cualquiera que se les acerque? ¿Quieren quedarse solos con sus colonos armados y sus judíos ortodoxos, insensibles a cualquier sufrimiento ajeno, sordos a cualquier argumento aunque llegue de las voces amigas, ciegos ante la realidad de un mundo que cambia en dirección contraria a sus obsesiones?

Ese disparate militar de ayer merece mucho más que condenas. Las fuerzas de defensa de Israel son uno de los mejores ejércitos del mundo, una auténtica milicia de élite preparada para las más difíciles eventualidades. Está dotado de la mejor tecnología, cuenta con un entrenamiento difícilmente mejorable, su capacidad logística es espectacular y tiene a mano la materia prima que le suministran los servicios secretos más cualificados y eficaces del planeta. Tiene a su disposición, además, todo el apoyo y la colaboración militar y tecnológica de Estados Unidos y las facilidades que le brindan unas relaciones de confianza desarrollada desde hace décadas con todos los ejércitos de la Alianza Atlántica, incluido el de Turquía. ¿Por qué extraña razón quiso buscar Israel este combate desigual y vergonzoso con la intifada marítima organizada por las ong?s solidarias con la franja de Gaza? No sabemos lo que quieren los responsables del disparate, pero sí a dónde conduce el camino que trazan con su violencia. Quienes sólo saben utilizar la violencia como instrumento de acción acaban esclavizados por la violencia. Lo hemos visto sobradamente del lado palestino y ahora lo estamos viendo también del lado israelí. En vez de dos estados conviviendo en paz y democracia, haciendo fructificar en la región la siembra de la reconciliación, lo que se dibuja en el futuro es una fortaleza militar israelí asediada en mitad de un océano árabe hostil, en la que los propios árabes de ciudadanía israelí sean excluidos, discriminados o encarcelados. Los partidarios de este último horizonte, es decir, la extrema derecha israelí y el extremismo palestino de Hamas, obtuvieron una sonora victoria ayer sobre los partidarios de la paz. Cualquier motivo es bueno para emprender la guerra para quienes quieren evitar sobre todas las cosas emprender el camino de la paz. 

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1 de junio de 2010
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Estampas del mundo antiguo

A unos sólo les importa Zapatero y el gobierno socialista. A los otros el bono español y el euro. Son dos lenguas distintas, dos universos, que sólo tienen un punto de comunicación, Duran i Lleida. El portavoz de CiU en el Congreso de los Diputados sostiene por el momento a Zapatero y al Gobierno. Pero lo hace como la cuerda con el ahorcado: para que se vaya asfixiando antes de caerse, dentro de unos meses. Y lo hace en nombre del bono español y del euro. Rajoy y su Partido Popular en cambio, no atienden a nada que no sea alcanzar la cima de la cucaña, dispuestos a federar a todos los agraviados por el recorte ?pensionistas, funcionarios y sindicalistas? detrás de la bandera de los derechos sociales, recién arrebatada en esta temporada aciaga de las manos temblorosas de los ardientes zapateristas, ahora los más atentos a los mercados, a los criterios de estabilidad de Bruselas y al rigor del Fondo Monetario Internacional.

CiU podrá escoger después de las elecciones catalanas y de su previsible resultado entre seguir sosteniendo a Zapatero (como la cuerda al ahorcado) y apoyar una moción de censura. Si hace lo primero y le apoya en los presupuestos será o por la improbable razón de que Zapatero tenga todavía algo sustancioso que ofrecerle o porque quiera evitar que el PP arrolle de nuevo a Cataluña con una mayoría absoluta como la que obtuvo Aznar en 2000. Y si hace lo segundo, será porque habrá recibido una señal inconfundible desde la calle Génova acerca de los sustanciosos beneficios que aportaría la recuperación de un pacto como el que suscribió con Aznar en el Majestic en 1996. El nacionalismo conservador catalán, después de siete años de travesía del desierto, observa las cartas que tiene en la mano con la única duda de si debe ligar un póquer con el PP ascendiente o apartar todavía unas cartas por si puede apurar un full con lo que queda del PSOE. Los socialistas han puesto hasta ahora todo de su parte: es imposible pedirles un esfuerzo más. Dentro de 90 días, cuando Zapatero haya culminado su tarea, no quedará trabajo para ningún gobierno de derechas en este país. Y menos todavía en Cataluña, donde la fórmula del tripartito ofrece la oportunidad de sumar al celo de quienes gozan con la tijera sobre el gasto con el de quienes gozan con el aspirador de la recaudación, aplicado hasta los rincones ideológicamente más próximos, no fuera caso que al final todavía quedara alguna probabilidad de mantener alguna fidelidad entre los electores de siempre. Ahora toda la responsabilidad ya es de los estrategas de CiU, o mejor dicho, de los funcionarios encargados del orden y la limpieza de los locales. No hay que hacer prácticamente nada. Ni siquiera reunirse en exceso, no fuera caso que alguna ocurrencia redundara en un fallo garrafal capaz de arruinar una campaña que está hecha antes de empezarla. Con evitar los errores de recorrido, es decir, dejando que transcurra un día detrás de otro sin que pase nada, basta para ganarlo todo y alcanzar al fin lo que ni siquiera proporcionaron los años esplendorosos de hegemonía pujolista: el gobierno de la capital primero, luego el de Cataluña y finalmente una buena entrada con Rajoy en La Moncloa, sin menú obligado y con posibilidad de escoger a la carta. Hay antecedentes de tareas como las que hoy tiene ante sí el socialismo. Hace más de 20 años fue un Gobierno socialista el que culminó la incorporación de España en el mundo occidental, con tres decisiones cruciales: ingresar en la Unión Europea, reconocer al Estado de Israel y permanecer en la OTAN. Como ahora, también entonces un mundo viejo estaba a punto de desvanecerse. Quienes sólo se preocupan de Zapatero y del bono debieran recordar que ambos son hojas arrastradas por la voluble coyuntura: que suban o bajen y al final se esfumen es parte esencial de su propio ser. Pero el socialismo y el euro pertenecen al substrato de las cosas esenciales que sólo mutan cuando muta la época: ninguna corriente ideológica europea se halla en peor estado de salud ahora mismo que la socialdemocracia, sometida además al ejercicio masoquista de adelgazar al Estado social, la criatura cuya preservación le da sentido; nada de la compleja construcción europea se halla en situación más precaria que el euro. Saber qué vamos a hacer con ellos es parte ya de la agenda del futuro, algo que no interesa a quienes trepan por la cucaña resbaladiza.

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31 de mayo de 2010
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Merkel nos ha fallado

Esa Europa sin líderes y sin ideas que lleva una década a la deriva proyectó hace ocho meses todas sus angustias y también sus esperanzas sobre la segunda victoria electoral de Angela Merkel. Ahí tenemos una dirigente consistente, lejos del narcisismo de Sarkozy, de la disoluta concepción de la política de Berlusconi y de la ligereza de Zapatero, se dijeron los europeos. Con su segundo mandato en la cancillería, optando finalmente por la coalición de su preferencia con los liberales, pero con un cierto talante centrista y social, la nueva etapa era todo promesas, no tan solo para los alemanes, sino para toda Europa. No ha sido así. La mujer más poderosa del planeta también nos ha fallado, y con ella, su coalición y su Gobierno, tal como ha quedado en evidencia en el momento más crítico de la reciente historia europea, los días y las noches bruselenses del rescate financiero de Grecia y de la aprobación del colosal fondo de avales y garantías por 750.000 millones de euros, arrancado con fórceps después de tres meses de forcejeo con el Gobierno de Berlín.

No pudo ser la canciller del Clima, como era su aspiración, descabalgada en diciembre pasado de la cumbre de Copenhague por la irrupción de China, aliada con India y Brasil, a pesar de su larga trayectoria primero como ministra de Medio Ambiente de Helmut Kohl y luego como animadora de la posición europea, principalmente desde su presidencia de turno de la UE y del G-8 en 2007, cuando consiguió en la cumbre de Heligendamm que George Bush reconociera al menos la existencia de un problema de calentamiento global de la atmósfera. Pero tampoco ha conseguido, ni lleva el camino por el momento, convertirse en la canciller que saque a Europa de la crisis financiera, ante la que ha reaccionado tarde, mal y sin vocación alguna de liderar a la UE. Según el ex ministro alemán de Exteriores Joschka Fischer, Merkel ha desperdiciado su cita con la historia, esa ocasión única que sólo a muy pocos líderes políticos se les ofrece para que demuestren su valor y su capacidad para superar las mayores dificultades. Muchas son las explicaciones proporcionadas oficiosa u oficialmente por las autoridades alemanas para justificar la inacción y la tardanza de Merkel ante la quiebra de Grecia. La vigilancia del Tribunal Constitucional sobre todas las decisiones europeas es la más sólida de todas ellas. A fin de cuentas, uno de los reproches alemanes a la Unión Europea, sustentado por las sentencias de su más alto tribunal, es que los principales avances en su construcción no se han decidido por procedimientos de transferencia de soberanía escrupulosamente democráticos, sino por pequeños pasos que desembocan finalmente en una decisión automática: es el caso de la adopción del euro, la ampliación de la UE y ahora el rescate de Grecia y el cambio de funciones del Banco Central Europeo, súbitamente ocupado en tareas que desbordan la estricta estabilidad monetaria y autorizado para operaciones con bonos hasta ahora prohibidas. El Tribunal ha venido reaccionando ante cada uno de estos pasos con prudencia, pero también con sentencias exigentes respecto a su papel de guardián de la Constitución y de la soberanía alemanas. Poca consistencia tenía, en cambio, la dilación del plan de rescate que Merkel intentó a la espera de las elecciones regionales en Renania del Norte-Westfalia, uno de los mayores Estados federados, que debía asegurarle la mayoría en el Bundesrat. Al final no pudo esperar, puesto que el mecanismo financiero se aprobó en el mismo fin de semana del 9 de mayo en el que los electores iban a las urnas, y, para postre, su coalición fue derrotada. En realidad, el argumento más sólido para la canciller es el que menos puede exhibir y menos lustre le da como dirigente con capacidad de cambiar el curso de las cosas. Es la impopularidad de unas medidas que afectan al bolsillo alemán y están destinadas a la salvación de los países considerados como los malos alumnos de la unión monetaria, a los que los alemanes han venido tradicionalmente mirando por encima del hombro. Razones no les faltaban. Grecia, a fin de cuentas, falsificó sus estadísticas de déficit y deuda, de forma que nunca debió incorporarse al euro; tiene una Administración pública elefantiásica y un nivel de fraude fiscal muy poco recomendables. Difícilmente Merkel podía hacer oídos sordos a estos argumentos, reflejados con crueldad por una prensa sensacionalista, el Bild Zeitung sobre todo, a la que la canciller hace mucho más caso del que debiera, un vicio que anteriores cancilleres también han practicado y que no es exclusivo alemán: Tony Blair sufría de idéntica enfermedad mediática. El reproche que merece la canciller tiene que ver con aquella vieja función pedagógica que cabe exigir a quienes se dedican a la política, y que en su caso probablemente ha faltado o ha sido insuficiente. Aunque las cosas le han ido muy bien a Alemania en los últimos años, su opinión pública ha reforzado todo un repertorio de tópicos autojustificativos que en el caso alemán vienen a sustituir a los sentimientos más chauvinistas de otras naciones sin su mala conciencia histórica. Es el país que más paga y el que más cumple. Es el que más ha arriesgado, porque ha cedido su querida moneda, aquel marco que fue en su día la divisa fuerte europea. Es el que más tiene que perder en caso de inflación, vista una experiencia histórica que ha arruinado a las familias alemanas en dos ocasiones en los últimos 100 años. Angela Merkel ha tenido muy en cuenta todos estos argumentos y, en cambio, no ha dedicado mucho tiempo ni atención a poner sobre la mesa otros argumentos de la misma o mayor solidez. Alemania es el país que más se ha beneficiado del euro y el que mejor partido ha sabido sacar de los últimos 20 años transcurridos desde la unificación. Superada la difícil digestión de aquel esfuerzo financiero, Alemania tiene, además, el mérito de haber sabido ajustar su Estado de bienestar, antaño faraónico, con mucha antelación respecto a la actual crisis. Una y otra cosa le han proporcionado mayor competitividad a su economía y han multiplicado su capacidad exportadora intraeuropea, a costa de las balanzas comerciales de sus países socios. Con la aprobación del Tratado de Lisboa ha adquirido finalmente el peso que corresponde a su tamaño en las instituciones europeas. La ampliación a los 27 la ha situado, además, en el corazón geopolítico de la Europa unida. Y todo esto lo ha conseguido por méritos propios, pero también por la aportación y la acción solidaria de los otros países socios. Ha fallado Merkel, pero tanto como ella ha fallado también Guido Weterswelle, su ministro de Exteriores, si bien este último no había levantado tantas expectativas. Su partido liberal entró en el Gobierno de coalición con un programa de recorte de impuestos pensado en otra época y para otra época. Pero, además, su papel en toda la crisis ha sido nulo. No se le ha visto ni se le ha oído. A Merkel y a Westerwelle se les va a juzgar comparativamente por lo que hicieron sus homólogos hace 20 años en una crisis anterior de proporciones tectónicas similares, como fue la que desencadenó la caída del muro de Berlín, la unificación primero monetaria y política de Alemania y, al final, la desaparición del entero sistema soviético. Helmut Kohl y Hans Dietrich Genscher fueron entonces los dos personajes capaces de dirigir y liderar su país y la propia Europa, aunque contaron como compañeros de aventura con dirigentes de talla equivalente en Bruselas y en los países socios, compañía que ciertamente también les falta ahora a los alemanes. Hay una incomodidad de la actual Alemania de Berlín con el tamaño efectivo que le ha proporcionado la unificación y la superación de los más viejos complejos. A pesar de que no hay buena sintonía entre Berlín y París, los dirigentes alemanes parecen añorar aquellos viejos tiempos en los que las responsabilidades eran mucho más compartidas y no recaían exclusivamente sobre sus espaldas. Todos los ojos se vuelven hacia la mayor y más dinámica de sus economías cuando llega la tempestad financiera, pero la respuesta de Berlín es de pánico escénico, que se traduce inmediatamente en un programa de dureza, amenazas y rigor. Después de haber optado con Helmut Kohl por una Alemania europea, frente a la derrotada Alemania que quiso germanizar Europa, ahora Alemania reclama de nuevo una Europa económicamente más alemana. Más competitiva, más ahorradora, más descentralizada, con un Estado menos intervencionista. Y en esto no le falta razón, aunque para obtenerla no basta buscar la buena sintonía con su opinión pública, ni la administración rigorista y defensiva del statu quo, sino que se necesitan más gestos y pasos efectivos en el terreno abiertamente político. ?La elección hoy es entre auténtica integración y disolución?, ha declarado Fischer. Merkel no le ha quitado la razón cuando ha reconocido que ?si cae el euro, cae Europa?. Merecería el título de canciller de Europa si fuera ella quien hiciera de tripas corazón; de la crisis, oportunidades; y liderara la unión política que Europa no ha querido realizar hasta ahora. Pero en esto, como mínimo hasta ahora, nos ha fallado.

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30 de mayo de 2010
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El Boomeran(g)
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