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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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Si el euro cae

?Si el euro cae no es tan solo la moneda lo que cae sino mucho más. Es Europa la que cae y con ella la idea de la Unión Europea?. Lo dijo Angela Merkel, en Aquisgrán, en un solemne discurso con motivo de la entrega del Premio Carlomagno al primer ministro de Polonia, Donald Tusk. Hay pocos lugares y momentos más acordes para expresar tan graves pensamientos. Aquisgrán es el corazón renano de Europa, y el premio que lleva el nombre de Carlomagno se otorga a quienes han trabajado por la unidad de los europeos.

Merkel, ahora tan denostada, sobre todo fuera de Alemania, por su falta de simpatía con los países de la periferia europea, recibió el premio en 2008, y pronunció sus palabras sabiendo muy bien lo que se decía. La tempestad financiera había descargado hasta entonces sobre Grecia, pero en aquel momento tenía ya a la propia moneda única en su punto de mira. El día en que desgranó estas palabras tan solemnes, que luego otros han ido repitiendo como un eco, era el 11 de mayo, 48 horas después del fin de semana en el que la UE se jugó su destino, con dos decisiones estrechamente vinculadas: crear el fondo de estabilidad financiera de 750.000 millones de euros para responder a las amenazas de quiebra sobre Grecia y exigir de España una cura de caballo para atajar el déficit público. La frase de Merkel tiene un fuerte sentido político. Si cae, caemos todos, no únicamente los países con las economías más deterioradas. No es un problema de las finanzas públicas y privadas de uno o de varios países periféricos. Los bancos franceses y alemanes se hallan perfectamente comprometidos en este embrollo, y sufrirían como los que más en caso de que se declarara insolvente un país con envergadura económica, como España o Italia. Pero las frases de Merkel tienen una lógica trabucada. Si cae el euro, lo que peligra no es Europa, sino la Unión Europea; es decir, el conjunto de las instituciones que han dado pie y que rodean al euro, a la institución monetaria. Europa como idea, siguiendo el razonamiento de la canciller, es muy antigua y difícilmente desaparecerá, incluso en el caso en que todas sus actuales instituciones se vayan a pique. ¿A qué puede deberse este fallo silogístico? La explicación pertenece probablemente al orden de los sentimientos y expresa lo que está pasando por las cabezas de los europeos. Si cae el euro, la idea de Europa se aleja tanto que nos quedamos de nuevo con nuestras pertenencias nacionales. Ya no somos europeos, sino de nuevo alemanes, franceses o españoles. Europa regresa al ámbito mitológico de las quimeras. El fallo de Merkel, no únicamente lógico, es creer que la desaparición de la idea de Europa sería el efecto, cuando estamos viendo precisamente que es la causa. Si cae el euro es porque la idea de Europa se está desvaneciendo.

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28 de noviembre de 2010
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No son fuegos de artificio

Al presidente no se le despierta de madrugada si no es por algo grave. Faltan cinco minutos para las cuatro de la mañana del martes cuando suena el teléfono. Llama el consejero de Seguridad de la Casa Blanca para comunicarle que Corea del Norte está bombardeando intensamente una isla surcoreana. Barack Obama está perfectamente habituado y preparado para atender este tipo de llamadas. No es el único. También lo está la secretaria de Estado, Hillary Clinton, que fue precisamente quien utilizó la imagen del teléfono que suena a las tres de la madrugada para poner en duda las capacidades de Obama durante las primarias en las que se enfrentaron por la candidatura presidencial demócrata.

Quien no está preparado es el nuevo mundo multipolar en el que Estados Unidos intenta mantener su prestigio y su autoridad de superpotencia. El precipitado desplazamiento de poder que se está produciendo en el mundo es la ventana por donde asoman todos los oportunismos geopolíticos que dislocan el orden hasta ahora establecido. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, se insubordina ante las condiciones que quiere imponerle Washington en la negociación con los palestinos. La superpotencia futura prohíbe a la diplomacia internacional su asistencia a la entrega en Oslo del Premio Nobel de la Paz al disidente Liu Xiaobo: ni la Unión Soviética había llegado tan lejos cuando sus disidentes fueron premiados; solo la Alemania de Hitler se comportó de idéntica forma. Incluso la actuación de Marruecos en el Sáhara, arrodillando a los Gobiernos amigos, especialmente al español, hay que entenderla en la clave de esta mutación. El llamado reino eremita no podía faltar a la cita. El Querido Líder, Kim Jong-il, sucesor del Gran Líder, Kim Il-sung, ya venía desafiando a Barack Obama desde que este llegó a la Casa Blanca. En abril de 2009 lanzó un misil de largo alcance; un mes más tarde realizó la segunda prueba nuclear subterránea; en marzo de este año hundió un barco surcoreano en una acción bélica encubierta que costó la vida a 46 marinos, y ahora ha bombardeado territorio surcoreano, en la primera acción de guerra abierta desde 1953. Pyongyang había exhibido previamente sus nuevas instalaciones a un físico nuclear norteamericano, demostrando de una tacada tres cosas: que tiene un programa de enriquecimiento de uranio más avanzado y moderno de lo que se creía; que el régimen de sanciones impuesto por el Consejo de Seguridad no ha servido para interrumpir el suministro y el desarrollo de su programa para obtener el arma atómica, probablemente a través del comercio más o menos clandestino con Irán, Pakistán y, según algunos especialistas, incluso con China; y, como en otras ocasiones, que los servicios secretos occidentales, cuyas debilidades ya quedaron en evidencia con las armas de destrucción masiva inexistentes en Irak, no se han enterado de nada. Este intercambio de cañonazos nos recuerda, a la vez, que todavía es posible una guerra como las de antes. Los agoreros más depresivos de la ciencia depresiva por excelencia, la economía, nos avisan de que las grandes crisis suelen terminar con grandes conflagraciones: así sucedió con la del 29, diluida en la II Guerra Mundial. El mapa armamentístico y nuclear del mundo habla por sí solo sobre el desplazamiento de los puntos calientes y las zonas donde se acumulan los riesgos. Europa es el continente donde los presupuestos militares disminuyen, el servicio militar obligatorio desaparece, la presión para eliminar los arsenales nucleares es más eficaz e incluso se congela la construcción de centrales civiles, de cuyo combustible siempre cabe derivar material para la bomba. Exactamente lo contrario de lo que ocurre en Asia. Es imposible saber exactamente qué quiere el régimen de los Kim. Con el ataque artillero puede estar pidiendo el regreso a la mesa de negociación. O que solo sean los tradicionales fuegos artificiales de una sucesión real. La tercera generación ya está preparada: Kim Jong-un, de 27 años, redondo y barbilampiño, general de cuatro estrellas sin hacer la mili y saltándose a sus dos hermanos en el orden sucesorio. Es el General Gordito que, sucediendo al Querido Líder, pone en jaque el orden internacional y obliga a despertar a Barack Obama de madrugada. Así se las gasta el nuevo planeta multipolar.

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25 de noviembre de 2010
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Las monedas son mortales

Las civilizaciones, los regímenes, las dinastías, las instituciones, las religiones incluso, son mortales, tal como supo ver Paul Valéry hace un siglo. ¿Cómo no van a ser mortales las monedas? Nuestra generación ha visto desaparecer un buen puñado de ellas, centenarias en su mayoría, para dar lugar a un nuevo nacimiento, que se nos antojaba glorioso y perenne. ¿Cómo no va a ser mortal esa nueva moneda común, fruto de una extrema suficiencia, que nos hizo confiar en una futura voluntad política que luego nunca apareció?

?Nous autres, les civilisations, nous savons maintenant que nous sommes mortelles?, escribió Valéry en 1919, después de la terrible carnicería que diezmó a las poblaciones en la primera gran guerra europea. Las ventajas que tenemos ahora los europeos es que no necesitamos que llegue el desastre, que caiga el euro, y con él Europa, tal como ha advertido Angela Merkel, para saber que la moneda europea es mortal, y que puede morir bien joven, tan sólo diez años después de que empezara a circular. No valen ya los razonamientos que pretenden salvarla cantando sus excelencias durante la crisis: ¿pero qué hubiera sido de nosotros sin ella?, dice este argumento. La realidad es que para vivir hace falta voluntad de vida, y eso es lo que le falta al euro, ahogado por la estrechez de miras y la desidia de todos sus socios. Los irlandeses se sienten heridos en su pundonor nacionalista por las instrucciones impartidas desde Bruselas sobre el alcance de los recortes presupuestarios que se necesitan. No quieren ni hablar de incrementar su impuesto de sociedades, ahora sólo en el 12?5 por ciento, como si los otros países europeos que van a ayudarles con su dinero no sufrieran de su competencia desleal a la hora de atraer empresas extranjeras. No son los únicos encerrados en su propio juguete nacional. Les sucedió a los griegos, con sus datos económicos falsificados que les permitieron encajar aquellas cifras maquilladas con los criterios de convergencia. Nos puede suceder a los españoles, fabricantes de déficits públicos impenitentes, que aprendimos todos los trucos para aplazar las cuentas en rojo cuando había que presentarse en Bruselas con los deberes hechos: ahora es el momento en que van a aflorar los peajes en la sombra, los déficits de la tarifa eléctrica, el endeudamiento de las haciendas locales, los pufos de las cajas de ahorro, los lujos del café autonómico para todos, y para qué seguir: ya lo harán otros cuando lleguen las facturas. Lo más prodigios del caso es el aprovechamiento político que quieren hacer algunos de esta situación límite, en el instante preciso en que tomamos conciencia de la mortalidad del euro y por ende de la mortalidad de Europa. Nadie ha quedado exento en esta fábrica de déficits públicos, como nadie puede desentenderse de la fabricación de la burbuja inmobiliaria. Zapatero no supo enfrentarse a la crisis hasta ahora, pero la crisis es tan suya como de Rajoy y de Aznar, como lo son los déficits ahora aflorados y diferidos por una gestión tramposa o las burbujas inmobiliarias estimuladas no tan sólo por el dinero barato, sino también por las exenciones fiscales y el desmadre de las recalificaciones urbanísticas y su secuela corrupta. ¡Y pensar que Sarkozy a su llegada al Eliseo querría imitar el modelo español de propiedad inmobiliaria! El euro es mortal, y no podemos descartar que se nos muera bien joven en cualquiera de estos embates monetarios. Pero el euro morirá con toda seguridad si nos empeñamos en aplicarle la eutanasia. Así lo están haciendo, entre muchos otros, quienes tienen como primera y única mira derribar a los gobernantes para ponerse ellos en su lugar. La responsabilidad de cada uno y la suma de todas ellas, traducida en voluntad política europea, es lo único que puede salvar a Europa y a su moneda. Si cada uno va a lo suyo, sea en el juego de alcanzar el poder, sea en el de defender el exclusivo interés nacional, nos quedaremos sin lo uno ni lo otro, sin lo que nos corresponde a todos juntos y, como castigo, sin lo que nos correspondería a cada uno por separado.

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24 de noviembre de 2010
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Derecho al monolingüismo

Son conocidas las múltiples declinaciones de esta propuesta política que defienden dos de los partidos parlamentarios catalanes, Partido Popular y Ciutadans, y uno extraparlamentario en Cataluña, pero no en el Parlamento español, como es Unión, Progreso y Democracia. Las lenguas no tienen derechos, sólo los individuos. No hay derechos territoriales, sino de los ciudadanos. Hay una sola lengua cuyo conocimiento es obligatorio según la Constitución; todas las otras son y deben seguir siendo finalmente optativas o subsidiarias, tal como ha quedado avalado por la sentencia del Constitucional sobre el Estatut. Etcétera. Pero hace escasos días, alguien lo ha formulado en términos mucho más claros y directos que facilitan el razonamiento: tenemos el derecho a ser monolingües en castellano.

Este nuevo derecho ciudadano tiene dos características. Primera, es un derecho negativo: a negarse a aprender y a hablar cualquier otra lengua que no sea el castellano. Hasta aquí nada que decir, porque es evidente que todo el mundo tiene el derecho a aprender y a hablar la lengua que le plazca. Con la derivada o salvedad de que no es un derecho transportable: debo ejercerlo no donde quiera sino donde pueda, allí donde esté acompañado de una mayoría de gente conforme con mi negativa a hablar y entender cualquier otra lengua que no sea el castellano. En Lima y en Bogotá sí. No en Moscú ni en Yakarta. En Barcelona es muy fácil sortear el catalán en la vida diaria y son muchas las circunstancias que ayudan ?la proximidad románica de ambas lenguas, la preponderancia de medios de comunicación en castellano, los hábitos de cortesía de los catalanes?--, pero hay algunos puntos donde el derecho a no entender y a no aprender tropieza con algunos límites: la escuela pública o subvencionada, las instituciones, las comunicaciones oficiales del gobierno catalán? Segunda característica: este derecho a ser monolingüe en castellano no es un derecho aplicable universalmente a todas las lenguas. Sobre todo a la catalana: si reconocemos el derecho de los catalanes a ser monolingües en catalán, debemos incluirlo como lengua oficial en el conjunto de las instituciones y del territorio de España o alternativamente ofrecer a los catalanes el derecho a constituirse en un territorio --sea un Estado independiente o no es indiferente para el argumento-- donde el catalán sea tan oficial y preferente como lo es el castellano en territorio monolingüe castellano. Creo que ninguna de ambas ideas puede gustarles a quienes defienden este derecho a ser monolingües en castellano, entre otras razones porque su universalización lo recorta en vez de ampliarlo: cuanto más tengo yo menos tienen los otros y viceversa. Si no es universal, será entonces por que es un derecho privativo, aplicable sólo a los hablantes del castellano pero no a los hablantes de otras lenguas. Tampoco: entre los hablantes castellanos hay una cantidad bastante considerable que no tiene el castellano como lengua materna, ni siquiera como lengua familiar o de comunicación en su vida cotidiana, pero que lo utilizan a gusto en multitud de momentos de su vida o que incluso constituye su principal instrumento de trabajo: en este apartado se encuentra la abundante nómina de escritores y periodistas catalanes que escriben en castellano (yo mismo). Estos hablantes, que en territorios como el catalán son muy abundantes, no pueden exigir el derecho a ser monolingües en castellano porque no lo son congénitamente. Pueden exigir naturalmente el derecho a utilizar el castellano, pero no en condición de un monolingüismo que les está prohibido por principio, porque no lo son ni lo pueden ya ser. Hemos acotado entonces a quien afecta este derecho: a los ciudadanos castellanohablantes no catalanes que llegando a Cataluña consideran innecesario, vejatorio o inconveniente entender y hablar catalán. Muy bien. No vamos a discutir con ellos. Si su actitud no afectara a derechos de los otros lo único que les diríamos es que ellos se lo pierden. Eso sí, no van a pretender que con tales reivindicaciones luego les aplaudan y jaleen quienes también se creen con derecho a ser monolingües en catalán o quienes no se reconocen con derecho a ser monolingües en lengua alguna, porque están dispuestos a realizar esfuerzos para aprender la lengua del lugar allí a donde van. Hay que puntualizar que todo este galimatías, aparentemente tan vivo en la campaña electoral, está muy lejos de la calle y de la vida en Cataluña, donde sólo suelen plantear estos problemas quienes se han empeñado en convertir las lenguas en motivo de división y de enfrentamiento políticos en vez de instrumentos de comunicación y de concordia. De momento no lo han conseguido y sería muy bueno que así siguieran para siempre. (Enlace con una entrevista a Fernando Savater en La Vanguardia donde se enuncia la reclamación: ?¡Tienes derecho a ser monolingüe en castellano!?).  

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23 de noviembre de 2010
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Buscando buenos titulares desesperadamente

A falta de buenas noticias, o mejor dicho, vista la abundancia de las malas, hay que espabilarse para tratar de fabricar titulares que alivien un poco la angustia del momento. Aunque sean exagerados o directamente falsos. A ello se dedican buena parte de las energías de los gobiernos y las instituciones internacionales, tratando así de disimular el estado de desgobierno, por no decir de malgobierno, en que se encuentra el planeta. Estados Unidos y Europa son quienes están más ocupados en estas dudosas maniobras de otoño, mientras los emergentes se hallan ocupados en sus cosas, es decir, en crecer, adquirir fuerza y protagonismo económico y político y asentarse como actores decisivos en el nuevo tablero global.

El mejor ejemplo de esta desesperada marcha en pos de los titulares nos la proporcionan las tres cumbres celebradas en Lisboa esta pasada semana: la de los 28 socios de la Alianza Atlántica, la del Consejo OTAN-Rusia y la de Estados Unidos con la Unión Europea. La fábrica de novedades nos ha dicho que en estas reuniones, obviamente todas ellas históricas, la Alianza Atlántica se ha dotado de una nueva estrategia para el siglo XXI; se ha cerrado definitivamente la guerra fría o cuando menos los peligros de que se reanudara; Rusia ha quedado finalmente incorporada a la estructura de cooperación atlántica; y europeos, americanos y rusos han decidido crear un escudo de defensa antimisiles atlántica y euroasiática, que tiene la vocación de blindar el hemisferio norte ante los peligros que puedan surgir de los pisos inferiores. Verdades enteras y verdades a medias, deseos y realidades, exageraciones y meras evidencias se mezclan en todo este cúmulo de titulares producidos durante tres días, después de arduos esfuerzos preparatorios. Apenas ha pasado una semana de otra cumbre, la quinta del G20 ampliado en Seúl, que debía proporcionarnos buenas noticias sobre la gobernanza del mundo y lo único que nos ha dado son señales para la guerra mundial monetaria y comercial que se prepara, al decir de la gran mayoría de los economistas. Sobre la situación de las monedas, las disonancias entre las políticas económicas a ambas orillas del atlántico y la perentoria necesidad de un nuevo consenso mundial, Lisboa poco o nada nos ha proporcionado. Todo lo que hemos sacado es la garantía de la continuidad de la OTAN, la organización que protagonizó la guerra fría y la ganó sin disparar ni una bala de pistola; la fijación de una fecha, 2014, para la retirada de Afganistán y la reafirmación de la principal misión que nos ha sido encomendada: amarrar a Rusia y evitar que se aleje de los países occidentales. La necesitamos por su energía, por su peso geopolítico en relación al Gran Oriente Próximo conflictivo y por su vecindad intimidante, sobre todo para los socios europeos que antaño estuvieron bajo la bota soviética. Estamos hablando de las dos primeras cumbres, porque la tercera, la que ha juntado a Washington con Bruselas, ha sido más un encuentro de cortesía por parte de Obama, para demostrar que el vínculo entre europeos y estadounidenses sigue tan fuerte como siempre a pesar de la pérdida de poder, interés, peso y vocación internacional del conjunto de la UE. Cumbres políticas como éstas están pasando ya a segundo plano. Muy pronto desaparecerán de la escena informativa internacional. Sucederá lo mismo con los grandes conciliábulos europeos, cada vez más interesantes cuando tratan aspectos técnicos de la gobernanza económica, pero más incomprensibles y alejados de los ciudadanos cuando se dedican a unos temas políticos en los que no hay posibilidad alguna de consenso. El rescate de Irlanda y no el futuro de las relaciones transatlánticas es lo que les preocupaba a los europeos estos pasados días. Y saber si los anfitriones de las cumbres lisboetas son los siguientes en el turno de espera del cirujano de la crisis.

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22 de noviembre de 2010
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La rebelión de las clases medias

Hay una rebelión en marcha. De las clases medias contra los poderes establecidos. Su enemigo es el nuevo mundo incubado por la globalización, que acaba de romper la cáscara con la crisis económica. La caída de rentas, el desempleo, la pérdida de ventajas sociales y el horizonte de un bienestar decreciente que sufren europeos y norteamericanos se corresponde con la aparición de unas nuevas clases medias globales en los países emergentes, con una voracidad consumidora y una actitud ante el futuro tan ambiciosa como sus homólogas occidentales en el momento de su ascensión.

El desplazamiento del centro de gravedad del planeta transfiere poder económico y político, pero también capacidad para imponer pautas y valores. Las clases medias chinas están más ocupadas en el glorioso enriquecimiento que les prometió Deng Xiaoping que en la defensa de los derechos humanos y las libertades públicas. Las de los países islámicos, incluidas democracias como Indonesia y Turquía, sienten más preocupación por la llamada difamación de la religión, que identifican con la libertad de expresión occidental, que con la discriminación, e incluso, el maltrato de la mujer que todavía practican en sus familias patriarcales, apoyándose en muchas ocasiones en textos religiosos. Ya no cuenta aquella clase obrera que inspiró a Marx. Las clases medias urbanas son ahora los sujetos de la historia. Los regímenes que quieren asegurar su estabilidad se basan en un pacto que garantiza la prosperidad de estas clases que ahora marcan el paso del mundo. Este pacto se está agrietando en las sociedades europeas y norteamericana, donde los partidos e ideologías que lo han cementado durante los últimos 60 años no consiguen hacer pasar sus mensajes y encuadrar a sus antiguas clientelas. Lo expresa el populismo rampante, que se moviliza en la contención de la inmigración, la lucha ideológica contra el islam y la protesta contra los partidos e instituciones que hasta hace bien poco habían asegurado la prosperidad y el futuro. Las clases medias occidentales se rebelan contra una pérdida de poder que sufren directamente. Pero su actitud tiene algo de suicida. No quieren inmigrantes, cuando necesitan mano de obra cualificada y abundante para asegurar el futuro de sus economías y sistemas sociales. No quieren musulmanes, cuando la única posibilidad de organizar sociedades plurales en paz y democracia es aislar a los violentos y a los ultras de la gran masa de creyentes. No tienen apego a lo público, cuando han sido el mercado y la desregulación los que las han dejado a la intemperie. En Europa reniegan de la unidad europea y en Estados Unidos coquetean con el aislacionismo o el belicismo, pero su única salida es una fuerte alianza transatlántica que compense el naciente desequilibrio del mundo sin caer en una nueva guerra fría.

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21 de noviembre de 2010
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Lo mío es mío y lo tuyo es negociable

A simple vista, se diría que Estados Unidos ha comprado a Israel 90 días de moratoria en la construcción de asentamientos en Cisjordania a cambio de 20 aviones invisibles F-35, además de la garantía de que los israelíes tendrán luz verde para construir cuanto quieran en territorio palestino cuando termine la moratoria y de un compromiso por el que Washington vetará toda resolución de Naciones Unidas que apoye la declaración de independencia unilateral por parte de la Autoridad Palestina. Si se cierra el trato, será una operación de enorme rentabilidad para el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu. Israel recibiría por adelantado el pago por un acuerdo que no ha empezado ni siquiera a negociar, solo por el hecho de acceder a esta moratoria, que constituye una parte de la congelación total de las construcciones en todo el territorio ocupado exigida por los palestinos para volver a negociar.

 Netanyahu no quiere la paz, sino el proceso. Es decir, mantener a los palestinos sentados en una mesa de negociación en la que nada quiere ceder. Eso le permite seguir gobernando con una ultraderecha reacia a todo acuerdo y sin disposición alguna a renunciar a la entera Cisjordania. Parte de un principio de asimetría habitual en esta negociación desequilibrada: lo mío es mío y no es objeto de negociación alguna, mientras que lo que vamos a negociar es cómo nos repartimos lo que es tuyo. Israel trabaja con la premisa de que una parte de los territorios palestinos ocupados le pertenecen y jamás serán devueltos: este es el caso de Jerusalén Este y de las mayores colonias construidas en Cisjordania. La Autoridad Palestina parte de la legalidad internacional, que reconoce como suya la entera Cisjordania, con Jerusalén Este incluido, y está dispuesta a negociar los intercambios de territorios, pero no quiere llegar a la mesa con el mapa ya decidido en Washington con Netanyahu. La derecha israelí se halla crecida. Por la victoria republicana en las elecciones de mitad de mandato y por la capacidad de Netanyahu de enredar y sacar petróleo de Washington. La ultraderecha y los colonos también: la moratoria anterior de 10 meses ha sido vulnerada en decenas si no centenares de ocasiones, sin contar que tampoco alcanzaba a Jerusalén, donde se han seguido construyendo viviendas para israelíes y expulsando a población nativa árabe. Una de las diferencias entre la fuerza de Israel y de Palestina estriba en el papel de sus respectivos radicales. Mientras que el extremismo israelí suma, el palestino resta. Los israelíes que se oponen a los dos Estados, a la moratoria en la construcción de asentamientos e incluso a la negociación hacen valer su voz y su fuerza para arrancar más concesiones de Estados Unidos, mientras que quienes se resisten a las concesiones por el lado palestino lo que consiguen es debilitar a su presidente, Mahmud Abbas. El acuerdo esbozado entre Hillary Clinton y Netanyahu deja a los palestinos sin bazas negociadoras. Hay congelación, pero no es total: se siguen construyendo 3.000 viviendas ya proyectadas y Jerusalén no entra en el acuerdo. El arma disuasoria palestina del reconocimiento en Naciones Unidas queda desactivada por el compromiso de Washington para utilizar su veto en el Consejo de Seguridad. Además de que lo mío es mío y lo tuyo es negociable, cuanto más tardemos en negociar, mejor, porque yo seguiré ocupando más territorio tuyo, lo cual aumentará mi capacidad de exigencia y te dejará cada vez con menos margen de negociación. No es posible poner las cosas más difíciles al presidente Abbas. Washington lo hace además con la sutilidad de una propuesta que salva en las formas las exigencias palestinas, aunque las dinamita en su contenido. Lo extraño, realmente, es que los palestinos todavía no hayan tirado la toalla. Nota al pie: siempre hay una nota al pie, naturalmente en favor de Israel, en este tipo de acuerdos. La fecha en que empezaría la nueva moratoria sería el 26 de septiembre, que es cuando terminó la anterior. Desde entonces hasta hoy, 50 días más o menos, Israel ha puesto los cimientos para 1.126 viviendas más y preparado los solares para construir otras 526, según el Jerusalem Post. La oferta se la hizo Hillary Clinton a Netanyahu la pasada semana, pero el Gabinete israelí está intentando demorar al máximo la respuesta, porque sabe que cuanto más se tarde en aprobarla más se seguirá construyendo.

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18 de noviembre de 2010
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Naufragio mediterráneo

Son como astrólogos buscando la alineación de los astros. En su caso, en vez de cuerpos celestes, intentan crear correlaciones de eventos organizados por ellos mismos: cumbres decisivas, encuentros estelares, fotos de familia de los héroes de nuestra vida pública (los propios organizadores, naturalmente), fechas históricas en las que se decide el destino de la humanidad. Esto suele funcionar medianamente bien en tiempos de bonanza y de prosperidad, pero se caen todos los palos del sombrajo cuando van mal dadas, los bancos se hunden, el dinero no circula, los empleos desaparecen, las prestaciones sociales se mutilan, los déficits se hinchan y las bolsas se caen. Cuando todas estas feas cosas suceden, las reuniones internacionales y europeas pierden todo su glamour y se convierten en ásperos encuentros a cara de perro, hasta altas horas de la madrugada, que terminan con decisiones sangrientas y aullidos de dolor. Nadie busca entonces las correlaciones de acontecimientos, sino más bien lo contrario, prefiere encerrarse en casa y evitar los contactos sociales donde puedan producirse percances.

Así ha sucedido con la cumbre euromediterrénea que debía celebrarse en Barcelona este fin de semana, justo al terminar la cumbre que la OTAN celebrará en Lisboa el 19 y el 20 de noviembre. Es la segunda suspensión de una cumbre que ya estuvo programada para el 6 de junio, durante la presidencia semestral española de la UE, pero esta vez los diplomáticos franceses y españoles que estaban trabajando en su organización querían intentar que Obama viajara desde Lisboa hasta Barcelona en la noche del sábado para asistir a la cena inaugural, que hubiera servido de consolación por la suspensión de la Cumbre Estados Unidos-Unión Europea en Madrid también durante la presidencia española. Zapatero habría tenido así en Barcelona el encuentro y la foto que no pudo obtener durante su semestre y le habría ofrecido además una oportunidad al presidente catalán, José Montilla, de adornar su campaña electoral con la mejor foto oportunity posible a una semana de la fecha de celebración de los comicios. No hubo correlación de astros. Al contrario. Las conversaciones entre palestinos e israelíes se hallan paralizadas, en un punto muerto decisivo pero peligrosísimo: han servido, como siempre en las relaciones euromediterráneas, como la más fácil explicación para este fracaso. La tormenta sobre el euro, a punto de cobrarse la siguiente pieza irlandesa, no permite desviar la atención. Basta con seguir la ecuación que nos propone la señora Merkel en cada ocasión que puede: si cae el euro cae Europa. ¿Cómo no va a caer esa área euromediterránea que todavía no existe? Y lo que faltaba: la represión marroquí de las protestas en el Sahara. Podemos imaginar en qué se convertiría la reunión si se celebrara en las actuales circunstancias. La exigencia de una comisión de investigación que nos explique lo que las autoridades marroquíes han ocultado hasta ahora hubiera sido el tema principal de la cumbre, al menos para la prensa internacional, pero probablemente también para algunos países participantes. Lo más grave de todo el asunto es que todas estas explicaciones externas tienen mucho de excusas de mal pagador. El problema que tiene la UpM pertenece a su adn fundacional, marcado por las veleidades hiperpresidenciales de su fundador, Nicolas Sarkozy, que había llegado a imaginar una institución internacional sufragada con fondos europeos pero sin participación de los países del norte de Europa y en la que Francia fuera, naturalmente, la potencia central y decisiva. Quería ofrecer una salida de consolación a Turquía, a la que no quiere ver como socio de la UE. Y a la vez intentar regresar al escenario de negociación en Oriente Próximo por un camino más práctico (de proyectos concretos) que directamente político, dado que se trataba de sentar juntos y bajo su patrocinio a Israel y a los palestinos para hablar de agua, infraestructuras o educación, junto a los otros socios del norte y del sur. El proyecto finalmente aprobado quedó rebajado de todas sus aristas más incomprensibles para el conjunto de la UE. La participación de todos quedaba garantizada, ya que se pedía dinero de todos. También el papel de la Comisión Europea y de las otras instituciones. España ayudó a Sarkozy y accedió a liquidar el Proceso de Barcelona, lanzado en 1995 en la primera cumbre euromed, a cambio de que la secretaría estuviera en la capital catalana. Y aunque la secretaría se halla ya instalada, funcionando a medio gas, a la espera de la cumbre decisiva que debe lanzarla y que no se ha celebrado ni tiene todavía fecha, no hay todavía proyecto alguno en marcha y apenas cuenta con presupuesto. El demiurgo del invento, el presidente francés, anda ahora ocupado en sus cosas, la reelección en 2012 fundamentalmente, y se ha desinteresado de este tinglado que se debe a sus designios y a su capricho. Es un naufragio mediterráneo, en mitad del naufragio europeo.

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17 de noviembre de 2010
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El juego de las semejanzas

Nada tienen que ver, ni los dos personajes ni los dos sistemas políticos. Uno es jefe del Estado de una República presidencialista. El otro es primer ministro de una Monarquía parlamentaria. Se asemejan, por el lado del sistema, en que ambos ostentan el título de presidente: esa República gira alrededor del sol presidencial, pero esa Monarquía parlamentaria también se presidencializa en su funcionamiento gracias al papel de los partidos políticos y al sistema electoral. Pero también llevan el presidencialismo en el alma: uno más que otro, es verdad, hasta el punto de que se acoge bajo la denominación del hiperpresidente, pero el otro ha pontificado que los ministros están para hacerle la vida fácil y feliz al presidente. Hay cosas en las que no se asemejan en nada, es verdad: uno de derechas, el otro de izquierdas; uno alto, el otro bajo; uno luciendo su tormentosa y variada vida sentimental, el otro su familia y su monogamia; uno frecuentador de ricos y famosos, otro menos expansivo y más reservado.

Pero estas diferencias son menores y ahora son lo que menos importa, porque ambos se hallan hundidos en el pozo de la opinión pública, braceando con más torpeza que gracia para no ahogarse electoralmente. Estas similitudes no son nuevas y es de larga data su señalamiento por los observadores. Pero ahora se han acrecentado con sus últimos cambios de gobierno, salidos en ambos casos de la misma pauta y de semejanzas más que profundas: su juvenilismo, su adanismo, su creencia mágica en el poder hacedor de su palabra, acompañados los dos de una fría capacidad ejecutiva (que viene de ejecución, sumaria, se entiende). Pero no cambian los gobiernos para sustituir las piezas quemadas, responder a nuevas circunstancias y mejorar la acción de Gobierno, sino para subir en las encuestas y poder presentarse a las siguientes elecciones. Hay que decir que en esta semejanza es donde son menos originales: son como todos. Pero sí lo son de nuevo en la forma escogida para remodelar su Gobierno, y ahí llega de nuevo el juego de las semejanzas. Recuperan veteranos de la generación quemada. Se sacan de encima las veleidades de los momentos de la euforia victoriosa: cuotas femeninas o aperturas ideológicas a campos ajenos. Todo lo que parecía esencial se convierte en accidental. Y si parece que regresan al núcleo duro de sus ideas y esencias es para hacer luego las cosas que vienen dictadas desde fuera: por los mercados, sin ir más lejos. Luego, en política internacional, para ir un poco más lejos, son como dos gotas de agua: ambos querían poner los principios por delante, darle duro a quienes maltratan los derechos humanos, y han acabado en un pragmatismo tosco y a veces incluso soez, ante las dictaduras china y rusa uno y el déspota marroquí el otro. Habían tenido ambos semejantes fantasías internacionales, basadas en su capacidad enorme de liarla. La técnica empleada era siempre la misma: primero se inventa una institución u organización internacional, a la que se pueda asociar naturalmente su nombre y su visión de líder global, y luego ya se ocuparán los políticos y los diplomáticos propios ye extraños de decirnos para qué sirve y cómo vamos a gestionarlo. Uno lo ha hecho con el Mediterráneo y el otro con las Civilizaciones, el primero con la Unión Europea y el segundo con Naciones Unidas. Ambos proyectos se hallan encallados: uno ni siquiera ha conseguido arrancar, totalmente averiado antes de dar los primeros pasos; y el otro, varado en su inutilidad, pronto pasará al departamento de los objetos burocráticos olvidados. Ambos fueron elegidos con un programa que se ha fundido como los glaciares con el calentamiento global. Pequeña pero notable diferencia entre tanta semejanza: uno ha cambiado todo su programa 180 grados, mientras el otro ha ido caracoleando y espigando eslóganes y reformas: ahora termino con Mayo del 68, más tarde reformo el capitalismo, ahora me cargo el sistema de jubilación y de pensiones, luego pongo en cintura a los mercados. El resultado es también distinto: en un caso, un hastío oceánico entre sus seguidores; y en el otro, la mayor desorientación y la esquizofrenia del electorado. Son personajes acostumbrados a funcionar sin fusibles: algo de su impopularidad se debe a la concentración de poder que les impide compartir. Lo quieren todo para ellos, también las facturas. Veremos cómo las gestionan uno y otro y como evolucionan a medida que se acercan sus respectivas citas con las urnas.

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16 de noviembre de 2010
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No queremos una guerra

En la crisis se desconecta lo global y lo local. Cuando pincha la globalización, todo es repliegue. Y vísceras. Echémonos a temblar. Las campañas electorales toman el propio ombligo como centro. Eso es el Tea Party. En esto se puede convertir cualquier campaña, también la catalana, si se sobrevuela el mundo real y se instala en la virtualidad de los prejuicios y de las ideas recibidas. Por ejemplo: echar la culpa de la crisis, los recortes, la delincuencia y el lucero del alba al extraño, a su identidad, su lengua, su religión, incluso a su rostro. O echársela a Madrid. O a su contrario. Pincha la globalización y el poder económico y político se desplaza a velocidad de crucero en dirección a Oriente. Cuanto más ensimismada es una campaña electoral, mejor expresa estos cambios que sitúan la política local de espaldas al mundo. China, Turquía o Brasil quedan lejos, demasiado lejos. El mundo bien conectado e interdependiente, por el contrario, no es tan solo potencialmente más sabio, sino también más libre. Nos ocupamos más unos de los otros y menos de nosotros mismos. No es tan fácil la técnica brutal del cuarto oscuro: se encierra a una población indómita en su territorio, sin luz ni taquígrafos, y se procede. Así las gasta el nuevo mundo multipolar de arrogantes naciones emergentes y soberanas. Pekín, en Tíbet y Xinjiang; Israel, en Gaza; Rusia, en Chechenia, y ahora, Marruecos, en el Sáhara. No sabemos nada de lo que sucede allí dentro, donde los saharauis están solos con los policías y militares marroquíes. Basta repasar la prensa internacional para darse cuenta de que si no son los periodistas españoles los que van al Sáhara apenas va nadie. Por eso somos el mismo diablo para las autoridades marroquíes. Es un conflicto excéntrico, pequeño y molesto para la centralidad de la política europea e internacional. También para la centralidad de la política catalana. Los jóvenes saharauis que se han manifestado estos días gritan que quieren una guerra. ¡Por favor! Querrán decir que quieren ser derrotados y morir. Han escogido un enemigo temible, que tiene a Washington de su parte. Francia entera es un lobby marroquí, que nunca fallará al monarca alauí. Y España está perfectamente atrapada por un mecanismo de disuasión de débil a fuerte que tiene dos piezas cruciales en Ceuta y Melilla, y una ristra de políticas obligatorias en seguridad, inmigración, antiterrorismo y narcotráfico. Mejor habrían ido las cosas para los saharauis si se hubieran podido apuntar, como los independentistas catalanes, al programa gradualista: con 'llibertat, amnistia i estatut d?autonomia' su combate sería el de la democracia marroquí. Imbatible. Y después ya se verá, como aquí. De momento esta guerra que todavía no ha empezado se ha cobrado ya algunas bajas. La más visible se llama Mohamed VI. Se acabó cualquier esperanza. Ahora es candidato a un digno lugar en la galería de déspotas impenitentes al lado de su padre, Hasán II. La segunda se llama Zapatero, y subsidiariamente, Trinidad Jiménez, la recién estrenada ministra de Exteriores: peor, imposible. Pocos países pueden permitirse el lujo de situar la defensa absoluta de sus principios por encima de sus intereses. E incluso quienes lo hacen es porque apenas los tienen. Nada más cómodo y simpático que criticar la realpolitik desde la oposición o la irrelevancia. Tan patética como la actuación del Gobierno es la del portavoz popular, Esteban González Pons, del brazo de los actores de la ceja, los amigos de siempre del pueblo saharaui. Pero esta nueva pinza no resta patetismo a la reacción de Zapatero, incapaz de hilvanar una frase matizada, una idea moralmente digna y valiente en la que se condene la actuación de este monarca brutal sin hipotecar la comunicación y la capacidad de influir sobre Rabat. Cuesta recuperar la conexión cuando se corta. Cada crisis se encadena con la siguiente. Y se intensifica el círculo vicioso. Vamos a ver la dimensión del cuarto oscuro y hasta dónde llegan los desperfectos, humanos y políticos, en Marruecos y aquí, en la escena española. Y en la catalana. De seguir así, el 'efecto Rubalcaba' quedará amortizado en cosa de días. Montilla y los socialistas catalanes estarán mesándose los cabellos.

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15 de noviembre de 2010
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El Boomeran(g)
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