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El juego de las semejanzas

Por 16 de noviembre de 2010 Sin comentarios

Lluís Bassets

Nada tienen que ver, ni los dos personajes ni los dos sistemas políticos. Uno es jefe del Estado de una República presidencialista. El otro es primer ministro de una Monarquía parlamentaria. Se asemejan, por el lado del sistema, en que ambos ostentan el título de presidente: esa República gira alrededor del sol presidencial, pero esa Monarquía parlamentaria también se presidencializa en su funcionamiento gracias al papel de los partidos políticos y al sistema electoral. Pero también llevan el presidencialismo en el alma: uno más que otro, es verdad, hasta el punto de que se acoge bajo la denominación del hiperpresidente, pero el otro ha pontificado que los ministros están para hacerle la vida fácil y feliz al presidente. Hay cosas en las que no se asemejan en nada, es verdad: uno de derechas, el otro de izquierdas; uno alto, el otro bajo; uno luciendo su tormentosa y variada vida sentimental, el otro su familia y su monogamia; uno frecuentador de ricos y famosos, otro menos expansivo y más reservado.

Pero estas diferencias son menores y ahora son lo que menos importa, porque ambos se hallan hundidos en el pozo de la opinión pública, braceando con más torpeza que gracia para no ahogarse electoralmente. Estas similitudes no son nuevas y es de larga data su señalamiento por los observadores. Pero ahora se han acrecentado con sus últimos cambios de gobierno, salidos en ambos casos de la misma pauta y de semejanzas más que profundas: su juvenilismo, su adanismo, su creencia mágica en el poder hacedor de su palabra, acompañados los dos de una fría capacidad ejecutiva (que viene de ejecución, sumaria, se entiende). Pero no cambian los gobiernos para sustituir las piezas quemadas, responder a nuevas circunstancias y mejorar la acción de Gobierno, sino para subir en las encuestas y poder presentarse a las siguientes elecciones. Hay que decir que en esta semejanza es donde son menos originales: son como todos.
Pero sí lo son de nuevo en la forma escogida para remodelar su Gobierno, y ahí llega de nuevo el juego de las semejanzas. Recuperan veteranos de la generación quemada. Se sacan de encima las veleidades de los momentos de la euforia victoriosa: cuotas femeninas o aperturas ideológicas a campos ajenos. Todo lo que parecía esencial se convierte en accidental. Y si parece que regresan al núcleo duro de sus ideas y esencias es para hacer luego las cosas que vienen dictadas desde fuera: por los mercados, sin ir más lejos.
Luego, en política internacional, para ir un poco más lejos, son como dos gotas de agua: ambos querían poner los principios por delante, darle duro a quienes maltratan los derechos humanos, y han acabado en un pragmatismo tosco y a veces incluso soez, ante las dictaduras china y rusa uno y el déspota marroquí el otro.
Habían tenido ambos semejantes fantasías internacionales, basadas en su capacidad enorme de liarla. La técnica empleada era siempre la misma: primero se inventa una institución u organización internacional, a la que se pueda asociar naturalmente su nombre y su visión de líder global, y luego ya se ocuparán los políticos y los diplomáticos propios ye extraños de decirnos para qué sirve y cómo vamos a gestionarlo. Uno lo ha hecho con el Mediterráneo y el otro con las Civilizaciones, el primero con la Unión Europea y el segundo con Naciones Unidas. Ambos proyectos se hallan encallados: uno ni siquiera ha conseguido arrancar, totalmente averiado antes de dar los primeros pasos; y el otro, varado en su inutilidad, pronto pasará al departamento de los objetos burocráticos olvidados.
Ambos fueron elegidos con un programa que se ha fundido como los glaciares con el calentamiento global. Pequeña pero notable diferencia entre tanta semejanza: uno ha cambiado todo su programa 180 grados, mientras el otro ha ido caracoleando y espigando eslóganes y reformas: ahora termino con Mayo del 68, más tarde reformo el capitalismo, ahora me cargo el sistema de jubilación y de pensiones, luego pongo en cintura a los mercados. El resultado es también distinto: en un caso, un hastío oceánico entre sus seguidores; y en el otro, la mayor desorientación y la esquizofrenia del electorado.
Son personajes acostumbrados a funcionar sin fusibles: algo de su impopularidad se debe a la concentración de poder que les impide compartir. Lo quieren todo para ellos, también las facturas. Veremos cómo las gestionan uno y otro y como evolucionan a medida que se acercan sus respectivas citas con las urnas.

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Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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