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El mar de iguanas

Por 16 de noviembre de 2010 Sin comentarios

Javier Fernández de Castro

El escritor mejicano Salvador Elizondo continúa siendo casi un desconocido en España porque a pesar de haber visto publicadas cuatro o cinco de sus obras, siempre fueron editoriales relativamente minoritarias las que asumieron el reto de dar a conocer a un hombre que, en muchos aspectos, jugó al despiste y el disimulo. Por poner un ejemplo, el boom de la novela latinoamericana  pasó a su lado y no le alcanzó ni de refilón, probablemente porque él lo quiso así.   En vida tuvo mucho más prestigio que lectores y pese a haber desarrollado a lo largo de los años una labor literaria a  veces desaforada, bastaría otro tomo similar al de Atalanta para recoger todo lo que publicó en vida. Permanecen inéditos 37 cuadernos de unos Diarios escritos a mano y que suman no sé cuantísimas páginas porque los fue escribiendo día a día a lo largo de su vida y hasta pocos días antes de morir-

                En concreto, lo recogido en El mar de iguanas (título inventado a partir de la promesa no cumplida de un libro que debía llamarse así) es lo siguiente: Autobiografía precoz, publicada en 1966, cuando contaba 33 años de edad, y que si no fuera porque suena a juego de palabras, podría perfectamente haberse llamado Autobiografía atroz debido a que está escrita con una lucidez implacable (esa lucidez que lleva a no pasar una, empezando por uno mismo). Y quien sienta curiosidad por saber a qué me refiero recomiendo leer en la página 73 el párrafo central, en el que, en apenas diez líneas, da cuenta de cómo incendió su casa para hacer una especie de borrón y cuenta nueva vital, pero también para reducir a cenizas lo que dejó su esposa al marchar. Y no es menos implacable el arranque del párrafo siguiente, en el que da cuenta de su paso por el manicomio, asunto que también se despacha en cinco o seis líneas. Viene a continuación Ein Heldenleben, un relato sobre las repercusiones en un colegio alemán mejicano de la guerra de Alemania. En conjunto es el más flojo, probablemente porque la historia del Ruso Kirof está contada de forma tradicional y previsible. En cambio, el relato siguiente, Elsinore, significó el afianzamiento definitivo de Salvador Elizondo y resulta muy expresiva la carta de Octavio Paz dándole las gracias por haber escrito ese prodigio. Es cierto que ampos eran compinches en sus aventuras editoriales ( aunque la fama y el mérito se le atribuya generalmente a Paz, Elizondo fue fundamental en el nacimiento y desarrollo de Plural y Vuelta, aquellas revistas que tanta influencia tuvieron en su tiempo). Pero esa camaradería no resta sinceridad a la carta de Octavio Paz, oportunamente recogida en este volumen.

El libro se cierra con una sección llamada Noctuarios, palabra utilizada por Elizondo para diferenciarlos de esos Diarios que él escribía de día, mientras que los textos aquí recogidos destilan un inequívoco sabor nocturno, casi de duermevela a la madrugada, cuando todas las resistencias han sido vencidas durante la lucha por el sueño y la imaginación, como la mano, pueden correr libremente por el cuaderno sin miedo a los fantasmas y las obsesiones que tan diferentes se perciben a la luz del día.

A diferencia de lo que les ocurre a muchas de las llamadas escrituras experimentales, la de Elizondo mantiene una vigencia admirable, quizá porque su formación estuvo más orientada a la lírica que a la narrativa, y su profundo interés por la técnica del montaje en las películas de Einsestein, o su fascinación por la escritura china lo ponen de manifiesto: en uno y otro caso se trata de combinar signos para que su proximidad (como ocurre con la metáfora) cree un ámbito de significación diferente a lo que cada uno de ellos dice por separado, o diferente a lo que dirían dispuestos según un orden más racional (narración). Más que evocar unas vivencias para contextualizarlas en un tiempo evocado (como suele ocurrir en los relatos sobre la infancia), Salvador Elizondo va encabalgando imágenes que, antes o después, estallan en la cabeza del lector. Y pongo un  ejemplo muy evidente: en  Autobiografría precoz  evoca la imagen de su nana, una joven y saludable criatura nazi,  hija del amor de sus jefes  por la naturaleza y los cuerpos, y describe minuciosamente ese cuerpo joven desnudo entre los girasoles y que se ofrece en toda su plenitud a los ojos del niño de seis que años que la contempla, obviamente, arrobado. Pero unas pocas líneas después, y en pleno fervor por su nana y las muchas y maravillosas cosas que ella le enseñaba, cuenta cómo, al ver pasar bajo su ventana a unos desventurados niños judíos, ambos se lo pasaban en grande llamándoles "Perros judíos". Conociendo lo que iba a ocurrir sólo unos pocos años después, a la idílica imagen de la nana, y al grato recuerdo que dejaron en Elizondo los alegres años transcurridos con ella en Alemania, se impone inevitablemente la imagen del Holocausto y todo el texto, o incluso todo lo que uno lee a partir de ese momento, se reordena de una forma muy diferente a lo que parecía al empezar a leer. Pero ya digo que Elizondo escribía desde una lucidez atroz, y que no les pasaba una, ni al mundo ni a sí mismo.     

El mar de iguanas

Salvador Elizondo

Atalanta

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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