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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Continente salvaje

Si a alguien le queda alguna duda sobre los merecimientos de la Unión Europea para recibir el Premio Nobel de la Paz, se desvanecerá rápidamente con la lectura, e incluso con una hojeada, del libro del historiador británico Keith Lowe que lleva por título Continente salvaje. Apareció a principios de año en inglés y ahora llega en traducción española (Galaxia Gutemberg), con una frase de arranque que no tiene desperdicio: ?Imaginemos un mundo sin instituciones?. Así quedó Europa tras la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial, y así sobrevivió durante tres o cuatro años, en un interregno caótico y hobbesiano, justo antes de que empezara el alumbramiento de las instituciones europeas.

La victoria de los Aliados no fue el final de una pesadilla y el principio de una nueva etapa, sino que hubo un breve aunque peligroso periodo en el que el continente se sumió en el caos, con pillaje, vandalismo, guerras civiles y traslados y expulsiones de poblaciones en un paisaje de ciudades destruidas y de campos y bosques asolados. Faltaban entre 35 y 40 millones de personas, civiles y militares muertos en la guerra. Centenares de ciudades se hallaban en ruinas, con sus cinturones industriales arrasados y sus hinterlands agrícolas yermos. Según Lowe, ?la historia de la posguerra no es por lo tanto una de reconstrucción y rehabilitación, sino de la caída en la anarquía?, en la que las venganzas políticas y personales están al orden del día y el odio ocupa un lugar central en las relaciones sociales.

La UE no fue ni siquiera la única institución nacida de las cenizas de la guerra con méritos en la recuperación de la paz y de las instituciones, aunque, a criterio del Parlamento noruego que otorga el premio, sí la que más lo merece. Tanto la Alianza Atlántica como el Consejo de Europa, ambos de 1949, son algo anteriores al impulso que condujo primero a la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero en 1950 y ya en 1957 al Tratado de Roma que instituyó la primera Comunidad Europea de seis miembros; y algo habrán hecho ambas para sacar al continente del salvajismo en que cayó postrado como resultado de la guerra. Pero, ciertamente, la institución más política y vinculada al ciudadano es la UE, que no apareció en sus actuales siglas hasta la entrada en vigor del Tratado de Maastricht en 1993.

De aquella época es el chiste atribuido a Henry Kissinger y desmentido por el propio exsecretario de Estado de que Europa no tenía un número de teléfono adonde llamar en caso de crisis. No lo resolvió Maastricht. Tampoco el reciente Tratado de Lisboa. Ahora, ante el actual overbooking de altos cargos, la UE no tiene ni siquiera alguien auténticamente autorizado para recibir el premio y pronunciar un discurso en su nombre en el que recordar el continente salvaje del que salimos y al que jamás debemos regresar.



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20 de octubre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La esperanza y la estrategia

La esperanza no es una estrategia. Esta es una de las frases acuñadas por el equipo de Mitt Romney para el último tramo de la campaña presidencial. Contiene una respuesta a la audacia de la esperanza que dio título al best-seller de Barack Obama, publicado en 2006 para lanzar su apuesta presidencial, y también al póster dibujado por Shepard Fairy para la campaña de 2008, donde aparece la palabra Hope (esperanza) y un rostro de Obama inspirado en el cartelismo socialista.

El reproche vale tanto para la política interior como para la exterior. Las extraordinarias esperanzas levantadas en la elección de 2008 han quedado decepcionadas. Obama no ha conseguido la presidencia transformadora que muchos esperaban. Especialmente en el escenario internacional. Recordemos el Premio Nobel de la Paz, prematuramente concedido, que dio pie a un realista discurso de Obama nada pacifista y en defensa de la guerra justa.

La estrategia de la esperanza de Obama se desplegó en forma de discursos muy bien pensados y escritos y todavía mejor pronunciados en Berlín o en Praga, en Ankara o en Cairo, en los que prometió el desarme nuclear, la reducción de emisiones a la atmósfera, la reconciliación de Estados Unidos con el islam y con los países árabes y resolver el conflicto entre Israel y Palestina, además de cumplir sus promesas de retirada de Irak y de renovar la estrategia en Afganistán. El balance que presenta ahora, a pocos días de la elección, no es precisamente brillante. Nada se ha avanzado, al contrario, entre israelíes y palestinos. Irak está pasando al lado oscuro, después de la salida de las tropas americanas. Las cosas no hacen más que complicarse en Afganistán y Pakistán, sobre las ruinas del paquete denominado Afpak con el que Obama pretendía encontrar la solución a la inestabilidad en toda la zona. Avanza la amenaza de un Irán nuclearizado, con capacidad de entrar en resonancia con una abierta guerra civil en Siria, en la que Washington no consigue encontrar márgenes de acción. Y para postre, solo faltaba el golpe que ha significado la muerte del embajador Christopher Stevens y cuatro funcionarios estadounidenses más en Libia en manos de un grupo terrorista vinculado a Al Qaeda. Romney perdió una oportunidad de oro con el ataque de Bengazi. Su penosa reacción, fruto de los reflejos partidistas y de las bajas pasiones políticas, le impidió ver que tenía en la mano un proyectil letal: la muerte de un embajador de EE UU en un ataque terrorista y en fecha tan señalada como el 11 de septiembre neutralizaba el éxito que significó para Obama la liquidación de Bin Laden, demostraba que Al Qaeda estaba viva y destruía incluso la sensación de invulnerabilidad creada por George W. Bush tras los atentados del 11-S, que había preservado de la acción terrorista durante once años al entero territorio de EEUU, incluidas embajadas y consulados.

No ha sido precisamente la política exterior donde Romney ha movido mejor su campaña. Tiene su lógica. Los votos se juegan en la política doméstica y sobre todo en la economía. Es una paradoja, porque donde el presidente moldea su presidencia y tiene mayores márgenes es en la acción de la superpotencia en el mundo. Además, son pocas las diferencias reveladas hasta ahora, apenas de énfasis: Romney se adhiere a una imagen exterior más dura y amenazante, mientras que Obama persiste en su realismo político y una cierta modestia ante la necesidad de contar con los nuevos países emergentes. Hay antecedentes: los cambios en política exterior entre Bush y Obama no han sido tan bruscos como se esperaba e incluso hay continuidades (sigue abierto Guantánamo y hay terroristas sin juicio) e incluso intensificaciones (los asesinatos selectivos con drones han aumentado en esta presidencia).

Aun así, hay que atender al entorno de Romney, donde pululan los neocon y los halcones de la seguridad, cada uno con su librillo, para darse cuenta de que podrían regresar ideas ahora descartadas como es el caso de los interrogatorios reforzados implantados por Bush: ya existe un memorándum republicano al respecto. Este tipo de políticas antiterroristas tiene efectos ejemplarizantes y repercuten negativamente en el respeto de derechos humanos en el mundo. Lo mismo cabe decir de las ideas sobre la interrupción del embarazo de Romney: aunque ha prometido no legislar en contra, su llegada al poder abriría las puertas a un cambio conservador en el Tribunal Supremo y a una revocación de la famosa sentencia Roe vs. Wade de 1973. El efecto internacional no se haría esperar.

La política debe servir para dar esperanzas. Esperanzas efectivas, no falsas esperanzas, pero esperanzas al fin y al cabo. No se sabe qué esperanzas puede dar Romney al mundo. Obama puede todavía. Y la esperanza debe ser parte de su estrategia.



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18 de octubre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Amor a la patria

Amar un país es un acto de imaginación. Así empieza un libro de memoria familiar del político y académico canadiense Michael Ignatieff sobre las cuatro generaciones de su rama materna canadiense publicado en 2009. Zapatero zanjó en una frase luego corregida lo que a Ignatieff le llevó un libro entero: el concepto de nación es discutible, dijo el presidente español, mientras que el intelectual canadiense escribió True Patriot Love (Auténtico amor de patriota)para explicar y argumentar su comprensión a la vez de los nacionalismos canadiense y quebequés desde su posición de candidato liberal y cosmopolita a jefe del gobierno.

Este pasado fin de semana repasé mis subrayados de este hermoso libro, que recomendaría vivamente a quienes se han enzarzado en el lanzamiento de frases cruzadas sobre naciones, patrias y orgullos, visiblemente agarrotados en ideologías y conceptos viejos y herrumbrosos. Ahora estamos en el fragor de un fuego cruzado en el que no vale la razón, solo las razones de cada uno, que siempre son abundantes, utilizadas como proyectiles. Cada parte quiere cargarse de ellas, cuantas más mejor. Pero nadie quiere discutir abierta y libremente, que es la única forma de resolver los problemas. Advierto que todo lo que dice y piensa Ignatieff es de doble uso. Vale en las dos direcciones. Es lo que a mí me interesa. No me gustan los que tienen todas sus razones preparadas y dispuestas para disparar sobre el otro sin pararase ni un minuto a escuchar y meditar sobre las razones del otro. Creo que si supiéramos discutir así, sin proyectiles, con razonamientos, todo sería más fácil.

Antes de entrar en las citas seleccionados, debo añadir que este libro, lleno de emoción familiar y patriótica, fue también un instrumento de la campaña electoral, en la que Ignatieff fracasó de forma estrepitosa. Le debía servir para acreditarse como candidato a primer ministro y a lo que se ve no fue suficiente. Ojalá en nuestras campañas contáramos con libros como este. En todo caso, el texto vale por sí mismo, con independencia del uso que hizo su autor. Y ahí va una breve antología de mis subrayados:

?Un país empieza a morir cuando la gente piensa que la vida está en otra parte y empieza a irse. Empieza a morir cuando el orden se desintegra, cuando la gente deja de creer en sus conciudadanos o en su gobierno. En un país que está de verdad vivo, las leyes se respetan no exactamente por el miedo al castigo sino también por nuestra adhesión a los valores y las tradiciones que las leyes protegen. Si esta adhesión se desvanece, si la obediencia se reduce al miedo, alumbra el caos o la tiranía?.

?Ser ciudadano es pertenecer pero también argumentar. La gente quiere argumentar incluso sobre el amor al propio país. Algunos ciudadanos, con frecuencia los más clarividentes, no aman a su país y ni siquiera creen que se le deba amar. No creen en las propias emociones. Contarán que es falso o construido, incluso una forma de engaño colectivo?.

?Ser un patriota en la era moderna es estar en discusión perpetua con los cosmopolitas. El mejor argumento desde el bando del cosmopolitismo es que ninguna fidelidad ?la identidad nacional, sin duda?debe reclamarse a todo el mundo. Un patriota verdadero debe aprender de estos argumentos?.

?Amar a alguien es sentirse responsable, cuidarle y evitar que sufra daños. Amar un país es sentir lo mismo, sentirse responsable por los asuntos públicos, airado cuando las cosas van mal y bien si van bien y, sobre todo, sentir que uno tiene un pequeño papel en la conformación del curso de las cosas?.

?Como todas las formas de amor, el amor a un país debe ser libre, o no es más que una impostura?.

?Imaginar Canadá como ciudadano requiere meterse en la mente de alguien que no cree lo que tu crees o comparte lo que a ti te importa?.

?Tienes que imaginar el país como un quebecois puede imaginarlo, un quebecois que nunca sintió cariño hacia la bandera al Parlamento, a las memorias de sacrificio que a ti te conmueven, a veces hasta las lágrimas. Es un conciudadano que ha votado sí en los referéndums de 1980 y 1995 para romper el país o, tal como se dijo entonces, para negociar una nueva relación entre un Quebec soberano y el resto de Canadá. Estos referéndums fueron la crisis definidora de nuestra historia reciente. Estuvimos a un paso de la disolución. Todavía estamos absorbiendo las lecciones de esta experiencia próxima a la muerte?.

?Ser ciudadano de Canadá es imaginar los sentimientos de quienes no creen lo que creemos. Tenemos que entrar en estos sentimientos para mantener el país unido?.

?Sin el esfuerzo constante de imaginar un mundo desde la panorámica de las razas, lenguas y religiones distintas no podríamos identificarnos con ningún destino común como país?.

?Si se me pregunta de qué estoy orgulloso como canadiense, diré que estamos intentando entendernos unos a otros a través de las diferencias que han dividido a otros países. Nuestro permanente ejercicio de empatía es el ejemplo que podemos ofrecer. Es el significado moral de este país. Los países deben tener un significado moral?.

?Los canadienses saben mejor que nadie cómo vivir juntos a través del golfo de las grandes diferencias; sabemos cómo encontrar compromisos entre nosotros y mantener lo que es esencial; sabemos cómo vivir con diferencias que no se pueden superar. Tenemos alguna experiencia en respetar los derechos de los individuos y también en proteger las colectividades de lenguaje y de cultura que dan significado a los individuos. Sabemos algo, también, sobre el orgullo nacional, que es irónico, modesto, autocrítico, pero también robusto. Conocemos la diferencia entre un auténtico patriota y uno de falso, entre el amor que siempre respeta la verdad de quienes somos, aunque sea penoso, y el amor que devora la verdad y la sustituye con mentiras. Sobre todo sabemos, a diferencia de otras naciones, que la pregunta sobre quiénes somos nunca se resuelve y que sacamos lo mejor de nosotros mismos cada vez que nos decidimos imaginarnos a nosotros mismos de nuevo?.



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17 de octubre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Euskadi internacional

Este domingo los vascos irán a votar por primera vez sin la amenaza de las armas. ?El País Vasco es una de las regiones europeas más prósperas y probablemente la única que no ha conocido todavía la libertad plena?, asegura el artículo de presentación del número extra de la revista Política Exterior de octubre de 2012, bajo el título de ?La paz llega por fin a Euskadi?. No es seguro que esa noticia vasca, española y europea que va a producirse este próximo domingo suscite tanta atención internacional como la actuación sangrienta de ETA durante casi medio siglo, pero bien lo merece y así lo ha entendido la primera publicación española sobre asuntos internacionales revista, dirigida por Darío Valcárcel, que ha querido dedicar un número extra de a este acontecimiento aparentemente nada internacional.

¡No pasar página sin leerlas todas? empieza diciendo el artículo de presentación de este número especial, en el que hay firmas imprescindibles, tanto del mundo político, como del académico y del periodístico. Han pasado dos años desde que ETA declaró una tregua, que se convirtió en un alto el fuego a los pocos meses y al cabo de un año en cese definitivo de la actividad terrorista, y este hecho solo es el que justifica el esfuerzo de celebración de una Euskadi en paz que significa esta publicación. Mientras Euskadi en paz va a las urnas, Cataluña entra en campaña electoral, fruto de una disolución anticipada que tiene como objetivo convocar un referéndum de independencia. Euskadi desaparece de la actualidad internacional gracias a la paz y Cataluña entra en las páginas de internacional por esta súbita efervescencia independentista que se añade a la que experimentan Escocia, con referéndum ya señalado para otoño de 2014, y Flandes, con elecciones generales en el mismo año en que la separatista Nueva Alianza Flamenca se ha prometido a sí misma intentar un camino similar.

Con ETA todavía actuando en territorio español es muy probable que la ?transición nacional? anunciada por Artur Mas no hubiera empezado. Recordemos que tanto el Plan Ibarretxe como el Nuevo Estatuto de Cataluña se presentaron y discutieron mientras ETA mantenía su desafío armado al Estado. Mientras que ahora está ya en trance de desaparecer lo que para Jorge Semprún era el último residuo violento del franquismo. Pero la ausencia de violencia es más una de las señales nuevas del cambio de época que un factor decisivo en el actual escenario político. ETA era un anacronismo desde hacía muchos años, propiamente desde que terminó la guerra fría, aunque ha sido necesario otro cambio de época y más de 20 años para que finalmente se dirigiera hacia su desaparición.

De todo lo que está sucediendo, y también del excelente número extra de Política Exterior, puede deducirse que Euskadi y Cataluña, aparentemente tan hermanadas, circulan en direcciones opuestas. Así ha sido durante la transición y la democracia y así es ahora cuando nos acercamos a una nueva transformación política. Ahora Cataluña hace de Euskadi y Euskadi hace de Cataluña. Lo revela muy a las claras el artículo de Iñigo Urkullo, titulado ?Vocación, Europa; necesidad, abrirse al mundo?, donde nada hay de estados propios y de independencia, todo lo ocupa la economía y la competitividad de las empresas vascas, y si hay que internacionalizar algo no es el conflicto sino las empresas vascas. Urkullu parece Pujol y Artur Mas parece Arzallus o Ibarretxe.

Tiempo habrá para discutir y reflexionar sobre los contrapuestos intereses del nacionalismo catalán y del vasco. De momento basta con imaginar qué sucedería con los regímenes de concierto de Euskadi y de Navarra en caso de un pacto fiscal con Cataluña o todavía más de una independencia efectiva. Recordemos que el pacto fiscal propuesto por Artur Mas incluía una cuota de solidaridad de alrededor del 3 o 4 por ciento del PIB, algo inexistente en los casos de País Vasco y Navarra. Y que la salida de Cataluña convertirían la actual ausencia de solidaridad vasca y navarra en más difíciles de soportar dentro de un conjunto español que sería lógicamente más pequeño. Parece claro que los nacionalistas vascos, aunque no lo digan, ven la transición catalana diseñada por Mas como un nubarrón amenazador para el concierto.



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16 de octubre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Encuentro con Clío

Clío es de trato difícil e imprevisible. Ya saben, la musa de la historia. Hay que ir con cuidado con ella. Siempre hay que ser prudente en el trato con las musas. Se pierden en la estética. Por cierto, como nos sucede a los catalanes según Unamuno. Y la de la historia la que más, porque su canto suele frecuentar los abismos donde yacen los cuerpos despeñados tras el combate, las banderas desgarradas, los pueblos desaparecidos, los palacios arrasados y las pasiones desatadas entre enemigos irreconciliables. Quien se entretiene en encontrar la belleza en el devenir cruel de la humanidad merece la máxima atención en el trato, no fuera caso... Además de arrebatada, es traicionera, y últimamente voluble y despistada. O incluso bromista.

No es extraño de alguien a quien se requiere para cualquier circunstancia. Es la fatiga que exacerba sus habituales defectos. Hay pocos acontecimientos en nuestra vida contemporánea en los que no se la convoque para que desarrolle su trabajo, en el deporte sobre todo. Hasta el punto de invertir la jerarquía de los acontecimientos: momentos hay en los que todo lo trivial se le atribuye y pasa en cambio desapercibido lo que pertenece en propiedad a su reino.

Y no solo la fatiga. Hace apenas dos décadas se la dio por muerta. ¿Recuerdan? Francis Fukuyama declaró su fin. Una vez caído el muro de Berlín y el comunismo detrás, iba a abrirse la etapa de mayor aburrimiento de la vida humana. Pronto quedó brutalmente desmentida tal noticia, y de qué manera. Clío, cruel como ella sola, cantó la sangre vertida y el dolor de las madres, primero en Irak y en los Balcanes; después en el corazón mismo del imperio, cuando una ira sagrada se abatió sobre las Torres Gemelas; también en África central, en Chechenia, en Afganistán e Irak de nuevo, sin olvidar todos los flancos de Oriente Próximo. No digamos ya el susto mortal que dio a todo Occidente cuando trastocó el mapa entero de los árabes y sembró la más espantosa guerra civil y sectaria en la pétrea Siria de la dictadura alauí de los Assad.

Sabemos que su canto nos pilla siempre a contrapié, como les sucede a las vírgenes imprudentes con la llegada del señor en el apólogo evangélico. No era así cuando empezó y exaltaba la cólera de Aquiles ante los muros de Troya. Eran tiempos en que andaba de aquí para allá ensangrentada y su voz se rompía de tan usada. Mientras que los tiempos de ahora, regidos por las leyes de los hombres y no de los dioses, se da por hecho y demostrado sobre todo entre los europeos que pertenecen a la kantiana paz perpetua en la que tenemos prohibida la guerra entre democracias o dilucidar nuestras diferencias con el puñal o el veneno.

¡Cuidado! La mayor sorpresa que podría darnos esta musa es que de pronto las guerras económicas de nuestras crisis pasaran a mayores, desmintiendo tópicos y seguridades sobre la eterna desaparición de nuestros conflictos interiores. Invocada un día y otro con ligereza, vemos cómo se la convoca ahora con la aparente gravedad de los cambios de época.

Da toda la impresión de que así sucede en Europa. De que también sucede entre los españoles, aunque de momento con reticencia. Y no hablemos ya de los catalanes, tras la encendida promesa de inminente emancipación lanzada por un presidente de inteligencia fría y corazón aventurero. Llevado en volandas por la peligrosa y voluble musa del dolor y de la sangre, tiene toda la razón cuando dice que nos hemos adentrado en un camino desconocido. Ella le espera, pero no sabemos dónde ni cómo la encontrará, ni que será de todos nosotros cuando suceda. O no. Los montes pueden parir un ratón, fábula muy bien inspirada para épocas de orogénesis geopolítica. Recordemos entonces y sigamos una sabia y con frecuencia olvidada sentencia: "Los hombres hacen la historia pero no saben la historia que hacen". Un poco de sobriedad en nuestro trato con la musa no estará nunca de más.



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15 de octubre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El tumor sirio

Es una devastación que progresa como el cáncer. Constante y persistente, jamás retrocede en la destrucción. De nada sirven las mediaciones e inspectores, los planes de paz o los enviados especiales de Naciones Unidas: fracasó primero Kofi Annan y ahora le toca a Lakhdar Brahimi. La enfermedad va quemando etapas, cada una más destructiva que la anterior, en un sufrimiento interminable sin horizonte alguno a la vista.

En un primer momento fue la represión durísima de una dictadura militar contra los manifestantes pacíficos. Luego se trocó en enfrentamiento civil entre quienes querían derrocar el régimen con muy escasos medios y la máquina bélica del Estado. Enseguida apareció la guerra sectaria, perfectamente adaptada a un país de minorías en el que una de ellas, los alauíes, es la que detenta el poder del Estado. Pronto se convirtió en guerra por procuración entre chiitas y suníes, en la que el régimen combate en nombre de Irán y las guerrillas de la oposición de Arabia Saudí y Catar. Los primeros con el apoyo en la retaguardia y en el Consejo de Seguridad de Rusia y China y los segundos de Estados Unidos y Europa.

Ahora está entrando ya en fase de metástasis, con unos tentáculos que se extienden y golpean en los países vecinos, Turquía concretamente. Tras los intercambios artilleros en la frontera turca, ha llegado la retención por Ankara de un avión civil sirio en viaje de Moscú a Damasco. Es creciente el tráfico de armas y materiales bélicos desde los países que apuestan en este tapete empapado de sangre. También la presencia de soldados y agentes de distintos países o de militantes de Al Qaeda. La preocupación en Washington es creciente por la eventualidad de que las armas que llegan del extranjero queden en manos de los más indeseables.

Las cifras de la destrucción son ya escalofriantes: 30.000 muertos y 300.000 refugiados en casi 20 meses. Pero quedarán cortas si fragua el conflicto internacional que se anuncia. La actual guerra a fuego lento puede transformarse en un incendio si alguno de los vecinos decide tirar por el camino de en medio. Assad cuenta con armas químicas, que no tendrá escrúpulos en usar si sigue la pauta de crueldad mostrada hasta ahora. Turquía está reteniéndose, a pesar de las provocaciones y de sus dificultades con los kurdos, alentadas por el régimen. Israel, en cambio, irá a unas elecciones anticipadas en un clima de ataque inminente para destruir la incipiente industria nuclear iraní y zanjar de forma fulminante la crisis siria.

No hay ahora mismo un mayor centro de inestabilidad, pues allí confluyen las fuerzas y contradicciones que definen la geopolítica de Oriente Próximo. También en Siria se reflejan las debilidades e impotencias occidentales ante un régimen sanguinario como el de Assad, dispuesto a encender una guerra internacional y perecer en el incendio antes que ceder una pulgada de su poder.



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13 de octubre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El espejo escocés

Europa se halla en puertas de la mayor redistribución de poder que hayan visto varias generaciones. No basta con remontarse a 1989, cuando terminó la guerra fría, porque en aquel entonces el terremoto afectó fundamentalmente al antiguo bloque soviético. Tampoco sirve la fecha de 1945, tras el hundimiento del imperio hitleriano, cuando Estados Unidos y Rusia impusieron la división del continente mediante un sistema de equilibrio del terror garantizado por la seguridad de la destrucción mutua en caso de conflagración. Ni siquiera da de sí la fecha de 1815, cuando del Congreso de Viena que enterró la Europa napoleónica surgió el llamado concierto de las naciones. Este mundo que ahora empieza a trastabillar es el de los viejos Estados nación europeos, modelados entre los tratados de Westfalia (1648), firmados al finalizar la Guerra de los 30 años, y el tratado de Utrecht (1714), al acabar la guerra de sucesión española.

A diferencia de entonces, la actual redistribución no es un movimiento tectónico dentro de Europa sino parte de los desplazamientos de poder y de riqueza dentro del mundo globalizado. Lo que nos sucede a nosotros es parte de lo que les sucede a los otros. Creíamos que éramos el ombligo del mundo pero de pronto nos damos cuenta y estamos actuando como la periferia que ya empezamos a ser. El centro de gravedad geopolítico del planeta, situado en el Atlántico durante los últimos siglos, está ahora en el Pacífico. Somos menos, más débiles, más divididos y más dependientes. También más endeudados. Nuestro modelo de vida y de sociedad está en cuestión. Y somos causa y efecto a la vez. Hay redistribución de poder y riqueza en Europa y en el interior de sus Estados nación porque hay un nuevo reparto de cartas en el juego global. No hay como antaño superpotencias que vigilen con sus armas la estabilidad del continente. La OTAN se ocupa de las áreas exteriores cuando se ocupa de algo. Europa no se halla en ninguna de las alarmas del Departamento de Estado. Los márgenes de libertad, de pronto, se han ensanchado. También los peligros, la incertidumbre.

La redistribución del poder europeo va a funcionar en tres direcciones. Una de transferencia hacia arriba, otra de transferencia hacia abajo y una tercera de disgregación centrífuga, resultado de la ruptura de las actuales estructuras por los puntos más débiles. Hay noticias que acompañan a cada una de las tres tendencias. Hacia arriba señala el proyecto de unión fiscal y bancaria que los 17 socios del euro tienen encima de la mesa, urgida por la crisis de las deudas soberanas de los países periféricos, y notablemente España e Italia. La flecha que señala hacia abajo tiene en Escocia su punta más aguda, no la única: en dos años, habrá un referéndum sobre la independencia. Con una sola pregunta, clara y precisa, de modo que solo permita la respuesta afirmativa o la negativa. También de Londres llega la noticia sobre la ruptura de la Unión Europea, esbozada ya por David Cameron el pasado diciembre cuando rechazó la unión fiscal propuesta por Francia y Alemania y ahora reforzada por su negativa a aprobar las perspectivas financieras de la Unión Europea hasta 2020 y su disposición a desdoblar los presupuestos europeos, uno para los miembros del euro y otro para quienes conservan sus monedas nacionales. Ya tendremos dos europas en vez de una.

La redistribución organizada y civilizada es la única vía sólida y segura. El euroescepticismo británico se ha acomodado fácilmente a realizarla pacífica y amablemente dentro del Reino Unido, primero en Irlanda del Norte y ahora con Escocia. Pero tiene dificultades insalvables para disolver su soberanía nacional en la europea. Exactamente lo contrario de lo que sucede en España, donde no es la transferencia hacia Bruselas y Francfort la que tensiona, sino las reclamaciones de las nacionalidades históricas, con Cataluña a la cabeza, para convertirse en agentes directamente protagonistas del nuevo empuje federal europeo. Si las transferencias de poder en dirección vertical, arriba y abajo, se realizan razonablemente bien, serán escasas las rupturas disgregadoras y mayores las fortalezas europeas. Con menos poder, Europa será capaz de jugar en la escena internacional como un agente que cuente. Pero si predominan las fuerzas centrífugas, Europa añadirá mayor debilidad a su actual debilidad.

La imagen que nos devuelve el espejo escocés es aleccionadora y dice mucho en favor del talante democrático del primer ministro británico David Cameron y del talento político del premier escocés Alex Salmond. Londres reconoce el principio democrático: los escoceses decidirán el futuro de sus relaciones con el Reino Unido. Será gracias a la negociación bilateral de Edimburgo con Londres. Por autorización del Parlamento de Westminster. No habrá consulta sobre una tercera vía, la llamada devolution max, lo más parecido al pacto fiscal que proponía Artur Mas o al actual régimen de concierto vigente en Euskadi y Navarra. Las encuestas favorecen de momento a quienes prefieren seguir en el Reino Unido, pero en caso de un resultado contrario habrá otra negociación para organizar una independencia en la que Escocia mantendría al jefe del Estado y la libra esterlina, al menos hasta ingresar en el euro. La apuesta por la claridad y la democracia que hace Londres reforzará a Europa después de debilitarla. ¿Qué haremos nosotros?



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11 de octubre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Adjetivación federal

Es la hora del federalismo. Pero no de un federalismo rotundo y eficaz, capaz de convencer y aplicar sus fórmulas a nuestros numerosos problemas, sino de un federalismo de difícil comprensión, que requiera explicaciones y adjetivos. En Cataluña, por ejemplo, estamos en el federalismo cansado, que pronto se puede convertir en escéptico y fácilmente desemboca en un federalismo arrepentido. En Madrid, en cambio, vemos cómo crece otro federalismo de signo contrario al que podemos considerar sobrevenido, converso o directamente oportunista.

Hay otras adjetivaciones opuestas que se declinan con talante diverso entre las dos ciudades. En Madrid suele espantar tanto el federalismo asimétrico como agrada el simétrico, cuanto más simétrico mejor, mientras que en Barcelona sucede exactamente lo contrario. Los mismos adjetivos suelen tener orientaciones semánticas contradictorias. Hay quien asegura con todo el aplomo que el estado de las autonomías ya es un sistema federal e incluso que posee asimetrías muy profundas, donde muchos otros ven mecanismos centralizadores e incapacidad para una federalización efectiva. Otros más ven por el contrario que solo una rigurosa simetría podría franquear la vía federal, para no vulnerar el principio castellano de que nadie sea más que nadie en que se basan el café para todos, los agravios comparativos, las quejas victimistas y toda la fatigante federación de conceptos que ha acompañado al Estado de las autonomías. Aún hay un caso más sofisticado como es el vaciamiento de la idea federal gracias al desgaste de la palabra. Este es el caso del PSOE, que utiliza la denominación federal para buen número de sus organismos sin que signifique absolutamente nada, y solo mantiene una relación ambigua y polémica como se suele dar en las federaciones en su tensa relación con los socialistas catalanes. Se llama federal, pero su alma es jacobina, y por eso solo se pronuncia con la boca pequeña en favor de una salida federal a la actual crisis de caballo del Estado de las Autonomías. Tiene una explicación que poco explica de la racionalidad política y mucho del populismo ambiental: lo que vende fuera de Cataluña es la defensa de la unidad de la patria amenazada y no un federalismo que no se sabe qué esconde, ni que adjetivo requiere o incluso si exige prefijo, como es el caso de la confederación, denostada como grado de disgregación mayor, próxima a la secesión.

Hay casos más drásticos todavía, en los que no hacen falta adjetivos porque es el sustantivo federal entero el que se tira al vertedero de la historia. Para cierta derecha española es un concepto próximo al separatismo, que reconoce la existencia de soberanías separadas que luego, solo hipotéticamente, se unen en la federación. Exactamente lo mismo, aunque en dirección contraria, sostienen históricamente el nacionalismo conservador vasco y catalán: sus naciones no deben unirse a las otras sino mantener una relación lo más bilateral posible con el Estado.

Ahora en Cataluña se está ampliando a ojos vista la corriente soberanista que exige esta relación bilateral y el reconocimiento de la soberanía. El resultado reactivo es que el federalismo deviene la formulación imprecisa y angustiada de quienes no quieren ni la unidad indivisible de la nación española ni la independencia de Cataluña. Electoralmente se verá el 25 de noviembre qué vale esta tercera vía, esa opción tachada en un lado de separatista y en el otro de españolista.

Después de las elecciones, cuando llegue la hora de la negociación, que llegará, el federalismo actualmente nebuloso y evanescente volverá a ponerse de moda y deberá convertirse en todo lo rotundo y eficaz que no es ahora, probablemente con la concreción de adjetivos asimétricos y matices bilaterales, hasta constituirse en la denominación para la salida a la crisis institucional del Estado de las autonomías. Mucho más probable e incluso deseable que la brusca separación o la regresión centralizadora es la unión libre entre iguales, que exige el reconocimiento previo de la personalidad de los estados federados, es decir, la federación. De momento española, ojalá que también europea. (Escribí este artículo por encargo de la redacción de El País en Valencia para su publicación hoy en el suplemento especial con motivo del '9 d'octubre', Día de la Comunidad Valencia, dedicado al federalismo.)



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9 de octubre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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España en el mundo

España se ha convertido en un argumento electoral. Lo fue ya en la campaña para la elección presidencial francesa en la que Nicolas Sarkozy pretendía identificar a François Hollande con Zapatero y a Francia con España en caso de victoria del socialista. Lo ha sido esta semana cuando Mitt Romney ha convertido la marca España en el camino erróneo que hay que evitar por el exceso de gasto público, un 42% de los ingresos fiscales españoles, porcentaje idéntico al de los Estados Unidos comandados por Obama.

Todavía queda una elección presidencial trascendental este año, aunque se realizará a puerta cerrada, sin noticia alguna sobre los debates y con el resultado prácticamente ya resuelto antes de las votaciones. Es la que se efectuará en Pekín, durante el 18º Congreso del Partido Comunista de China. No hay peligro por este lado de que España vuelva a aparecer otra vez en el argumentario negro de la economía mundial. Tampoco es previsible que salga en los dos debates que quedan en la campaña presidencial estadounidense dedicados a política internacional e interior. Aunque será mejor no descartarlo a la vista de las numerosas ocasiones en que ha ocupado las primeras páginas de la prensa internacional en los últimos días y no precisamente para dar buenas noticias.

El diario más prestigioso del mundo que es el New York Times ha dedicado al menos tres espacios en las últimas semanas sobre el hambre en las calles españolas, la crisis de la Monarquía y la secesión de Cataluña que dan que pensar sobre la eficacia de la diplomacia pública española. Otro gran periódico internacional como el Financial Times se ha prodigado en artículos y editoriales que critican a Rajoy y a su Gobierno y reflejan una notable comprensión y simpatía con las reivindicaciones fiscales del Gobierno catalán. Y estas cosas suceden, en muchos casos, tras la visita de autoridades españolas, desde el Rey hasta el ministro de Economía, a las redacciones de los periódicos más importantes en Nueva York y en Londres.

La opinión pública internacional está cambiando rápidamente respecto a la imagen exterior española. En los primeros meses de Rajoy todavía se observaban sonrisas de complicidad con las puyas, como si estuvieran dirigidas exclusivamente a Zapatero. Ahora se han trocado en gestos de amargura, porque si la marca España decae, al lado surge una marca nueva que empieza a abrirse paso. El Gobierno catalán tiene un programa específico para proyectar su imagen e ideas en el mundo, y un grupo de la sociedad civil catalana, denominado Emma, se dedica también a difundir los argumentos del nuevo catalanismo soberanista. Y a la vista de los resultados, no hay que darle muchas vueltas al asunto: de momento es el Gobierno de Rajoy el que está perdiendo por goleada la partida frente a Artur Mas.



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6 de octubre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El siglo de los ancianos

Si el siglo XX fue el siglo de los jóvenes, el XXI será de los viejos. A mitad de siglo, uno de que cada cinco personas en el mundo estará por encima de los 60 años, superando por primera vez a la población infantil, un hecho insólito en la historia de la humanidad. No hay ningún segmento de la población mundial que crezca a mayor velocidad. En 1950 eran unos 205 millones sobre una población mundial de 2.500 millones. Ahora mismo, los que hemos cumplido ya los 60 años somos 810 millones sobre una población de 7.000 millones, el 11 por ciento de la humanidad. Y en 2050 espero no estar todavía entre los 2.000 millones de más de 60 años sobre una población de 9.300 millones, porcentualmente el doble que ahora; aunque no puedo excluirlo puesto que habrá ya 3'2 millones de personas que han alcanzado los 100 años, un número diez veces mayor a los que hay ahora.

No será la única gran novedad del siglo en el que estamos navegando desde hace 12 años. También será el siglo de la población urbana y de las megaciudades: desde hace un par de años los urbanitas somos mayoría en el planeta. Y el siglo de las mujeres: de las trabajadoras que se incorporarán al mundo laboral en los países ya emergidos y que garantizarán la continuación del crecimiento; y de las mujeres ancianas. Ahora hay 84 hombres para cada 100 mujeres de más de sesenta y 61 ancianos por cada 100 ancianas de más de 80. Una tendencia que se acrecentará si vemos la pauta de Japón, el país que experimenta de forma más radical la tendencia, con su actual 31 por ciento de población por encima de los 60: allí hay ahora más de 40.000 centenarios, que serán 600.000 en 2050 y de los cuales 500.000 serán mujeres. Todas estas cifras no son curiosidades sobre el mundo que nos espera sino indicios de cambios muy profundos que transformarán nuestras vidas. Las consecuencias escapan a los cálculos que podamos hacer ahora mismo sobre la sostenibilidad de los sistemas de pensiones y sanitarios, el alargamiento de la edad laboral, la aparición de nuevos estilos de consumo y nuevos mercados, el empobrecimiento de las clases medias o la seguridad de las ciudades donde vivirá esta población especialmente vulnerable y sensible a la pérdida de rentas. También habrá consecuencias políticas de calado: influirán en el voto o en la forma de hacer política y de gobernar.

Este nuevo mundo envejecido es hijo del éxito. Aunque a muchos no les guste como horizonte, es una excelente noticia para la humanidad, fruto del alargamiento de la expectativa de vida. Las causas son claras: mejoras en los sistemas de salud, aumento de la calidad de vida, e incluso la paz y la estabilidad geopolíticas, pero también la caída de la natalidad. Vivimos mejor y durante más tiempo y nacen menos seres humanos. Estas dos tendencias, que caracterizaban a los países desarrollados, afectan ya plenamente al conjunto del planeta, y sobre todo a los llamados países emergentes, con una nuevas y extensas clases medias que se incorporan al consumo y a un incipiente estado del bienestar.

En 2050 habrá 64 países que serán como es hoy Japón en cuanto a envejecimiento de población, entre los que se incluye todos los desarrollados pero también muchos de los que pertenecieron al mundo en desarrollo. En España la tendencia al envejecimiento es mayor que en el resto de Europa, puesto que ahora los mayores de 60 años representan exactamente el mismo 22 por ciento que en el conjunto del continente, pero en 2050 será el 38'3 por ciento, cuatro puntos por encima.

Todos estos datos, bien conocidos de los demógrafos, son noticia estos días gracias a la publicación de un valioso estudio realizado por un grupo de organismos internacionales coordinados por Naciones Unidas, titulado Envejecimiento en el siglo XXI. Una celebración y un desafío. Con independencia de la mirada hacia el futuro, el informe es de una actualidad indiscutible, porque muchos de los problemas de mañana ya existen hoy en una versión todavía limitada. Muy oportunamente Naciones Unidas señala que la población de edad provecta es especialmente vulnerable a los abusos financieros, tal como ha quedado demostrado en España en los últimos meses con la desaparición de los ahorros de muchos de nuestros seniors gracias a la pésima información suministrada por bancos y cajas sobre productos como las participaciones preferentes, las cuotas participativas o la deuda subordinada.

Las guerras y las revoluciones corresponden a la época de la humanidad en que había más jóvenes que viejos. Un mundo con más viejos que jóvenes será más conservador y menos dado a aventuras y utopías que puedan terminar mal. Las propuestas políticas que impliquen sacrificar a las actuales generaciones en favor de las generaciones futuras tendrán una acogida cada vez más tibia en estas sociedades envejecidas. Una sociedad más vieja es también una sociedad que vive más y mejor amarrada a la resolución de los problemas de su presente.



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4 de octubre de 2012
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El Boomeran(g)
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