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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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Los niños muertos

Es dudoso que sirvan los fríos datos. Pero ahí van algunos. En ocho días, cerca de 1.500 heridos y más de 200 víctimas mortales, de los que el 46 por ciento niños y mujeres, según cifras de Naciones Unidas. En el minúsculo territorio de Gaza uno de cada dos habitantes es menor de 18 años. Son altas las posibilidades de que los disparos alcancen a una familia palestina en vez de un dirigente de Hamas o una de las lanzaderas desde donde se ataca a Israel. No hay simetrías. La Cúpula de Acero y los patriots interceptan prácticamente todos los disparos de Hamas y Yihad Islámica. De un lado, hay un Estado protector concentrado en defender la seguridad de sus ciudadanos; del otro, unos ciudadanos sin nadie que les proteja, sometidos a la dictadura del islam radical y al fuego desproporcionado y desconsiderado del único Estado legítimo que se conoce en la zona. Sabemos cuándo y cómo empezó, a impulsos del asesinato racista de tres adolescentes israelíes primero y de un joven palestino a continuación; y cómo todo fue enredándose gracias al oportunismo de los dirigentes de ambos lados. Tras destruir el proceso de paz, impedir el gobierno de unidad palestina, proseguir con la colonización de Cisjordania y evitar que la Autoridad Palestina apele a la justicia internacional, ¿queda algún margen para la política? Junto a los datos, una historia moral contada por su protagonista, un israelí de 60 años, llamado Avraham. Su madre, nacida en Hebrón, sobrevivió hace 85 años a una matanza de judíos en manos de extremistas árabes. Como los muertos de ahora, ella era también una niña, pero se salvó gracias a su nodriza árabe y a una familia que la escondió en su casa. Avraham no puede quitársela de la cabeza cuando se acerca a dar el pésame a los familiares de Mohamed Abu Khdeir, de 16 años, secuestrado y asesinado, quemado vivo, en Shoafat, su barrio de Jerusalén Este. Avraham piensa en la descendencia perdida de Mohamed. En los hijos que ya no tendrá. Si los asesinos árabes de Hebrón hubieran dado con aquella pequeña niña judía de siete años, Avraham no estaría aquí ahora para contarlo y para compadecerse por la muerte de los niños palestinos. Su madre, ya fallecida, jamás odió a los árabes e incluso se alegró de que sus nietos alistados en el ejército no fueran pilotos de caza: "¿Te imaginas que mi nieto pudiera bombardear a inocentes?", le decía. Lo sabemos por su hijo, Avraham Burg. Por su artículo de esta pasada semana en Haarezt, titulado Cómo Shoafat 2014 mató el legado de esperanza y de gratitud de Hebrón 1929 o por su libro memorialístico Vencer a Hitler. Burg ha sido diputado y presidente de la Knesset, de la Agencia Judía y de la Organización Sionista Mundial, y ahora milita por la paz y por los derechos de los palestinos. "Mi madre --ha escrito-- es a mis ojos la encarnación del heroísmo judío supremo, respetuoso de una tradición que considera un verdadero héroe a quien hace de su enemigo un amigo".



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17 de julio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Lo que se nos ha perdido en Indonesia

El miércoles hubo elecciones presidenciales, en las que se enfrentaron el candidato reformista Joko Widodo, llamado Jokowi, y el del establishment conservador, heredero de la dictadura de Suharto, el exgeneral Prabowo Subianto. Ambos reivindican la victoria, pero hasta el 22 de julio no se conocerán los resultados oficiales. Indonesia es un país de 237 millones de habitantes, de los que 150 millones estaban convocados a las urnas, dispersos en más de 13.000 islas. Si no es sencillo votar en condiciones democráticas, menos lo es hacer el recuento en un territorio tan fragmentado. Para complicar más las cosas, el resultado final puede ser tan ajustado como para que el derrotado lleve su impugnación al Tribunal Constitucional para que desempate. Queda lejos de nosotros lo que ocurre en el continente más poblado, más rico y con más futuro. Los europeos estamos tan atados a nuestro pasado que nos da vértigo asomarnos al continente del siglo XXI. Allí han celebrado este año elecciones presidenciales dos de las tres democracias más pobladas, primero India y ahora Indonesia, pero nuestra atención está en otra parte, cerca de nuestros ombligos, sin darnos cuenta de que parte de lo que sucede aquí se explica por lo que sucede allí y parte de nuestro futuro se juega con el futuro de todos, asiáticos e indonesios incluidos. Eso sin olvidar que, en dimensiones demográficas, es la tercera democracia del mundo. Y el primer país musulmán del planeta. Sí, democracia e islam andan sincronizados en el otro extremo del mundo cuando en nuestro vecindario van a la greña y parecen incompatibles. El islam suní es la religión mayoritaria de un país plural en todo: religiones, etnias y lenguas. El califato terrorista de Mosul también mira en aquella dirección con ojos golosos, porque no faltan allí los reflejos sectarios que tanto les interesan. Los partidarios de Subianto se han dedicado a insinuar que Jokowi oculta que es chino, cristiano y comunista, etiquetas letales en los momentos más trágicos de la historia de Indonesia. Indonesia es también un país emergente y la décima economía del mundo. Le falta culminar su transición iniciada en 1998 con la caída del dictador Suharto, suegro por cierto del candidato Subianto. Esta es la tercera elección presidencial directa celebrada en condiciones perfectamente aceptables, de forma que una victoria de Jokowi sería un paso decisivo en su asentamiento, y la de Subianto, un paso atrás bien claro. Los españoles descontentos con nuestra Transición deberían ver The act of killing (El acto de matar), el filme en el que el director Joshua Oppenheimer retrata todo lo que significa Subianto, candidato de una derecha que todavía reivindica sus méritos en la Guerra Fría, cuando más de medio millón de indonesios, muchos por pertenecer a la etnia china, murieron tras el golpe de Estado encabezado por Suharto. 



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12 de julio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El califa pretencioso

Sube los escalones lentamente, como las personas de edad. Luce un reloj de pulsera, quizás un rolex, pero el resto de su vestimenta pertenece al pasado: túnica negra, como el turbante, a juego con su oscura y deshilachada barba. Si no fuera por el micro, el reloj, el ventilador y las lamparillas eléctricas, podría ser la estampa de un viernes cualquiera de hace 900 años, cuando se construyó la mezquita Al Nuri de Mosul. Osama Bin Laden usó trucos similares, escenografías y disfraces sacados de los baúles de un islam primigenio para embaucar a ignorantes e incautos, formas untuosas y modestas de los piadosos ancestros para justificar bombas y ametralladoras. No hay novedad en la escenificación del pasado viernes, el primero del mes sagrado del ramadán, grabada y producida en un vídeo por el Estado Islámico de Irak y de Levante. La diferencia radica en las pretensiones, que en Abu Bakr Al Bagdadí son máximas. De entrada, el uso del título califal, el primero en la jerarquía según un dicho atribuido a Mahoma: "Después de mi habrá califas; después de los califas, emires; después de los emires, reyes; y después de los reyes, tiranos". Nadie lo había utilizado desde que la República Turca lo suprimió en 1924. Es el vicario y sucesor del profeta, que une autoridad religiosa y política, trasunto musulmán del imperio romano y el papado y máxima autoridad universal que hace cumplir la ley coránica. Bruce Ridel, especialista en terrorismo islámico de Brookings, el think tank de Washington, ha detectado guiños a puñados: el nombre adoptado, Abu Bakr, del primer sucesor de Mahoma; el título elegido de Califa Ibrahim, que es el del profeta Abraham, primer musulmán, constructor de la Kaaba en la Meca y enterrado en Hebrón, en la Cisjordania ocupada; la imposible genealogía exhibida para legitimarse como descendiente de la tribu de Mahoma, los quraysíes, y de su familia, los hachemitas; la vestimenta y la bandera negras, de los abasidas que crearon el mayor imperio islámico de la historia con capital en Bagdad; e incluso la mezquita de la primera predicación, construida por la dinastía de Saladino, que venció a los cruzados y recuperó Jerusalén. Toda esa escenificación puede parecer una astracanada. Pero el Estado Islámico del que Al Bagdadí se ha declarado califa no lo es. No lo son tampoco sus pretensiones políticas, que se dirigen a todos los musulmanes sunnitas desde Marruecos hasta Malasia, con propósitos de deslegitimación de todos los dirigentes civiles y religiosos y de reclutamiento de la yihad en contra de los chiitas. Más lejos que Bin Laden, porque se asienta ya en un territorio conquistado. Y más lejos que los remotos talibanes y su modesto mulá Omar, porque ha declarado el califato en el corazón de Oriente Próximo, justo donde el Profeta empezó su conquista militar y religiosa.



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10 de julio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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En vísperas de la independencia

Una nueva nación se halla en vísperas de su independencia. No es la catalana. Al menos a lo que alcanza la vista. No será efecto de una súbita vocación que cuaja con una crisis económica y otra política. Se producirá, si se produce, por efecto de una lenta maduración de casi un siglo y fruto sobre todo de la bancarrota de un país de fronteras artificiales como Irak. Kurdistán empezará a existir como Estado independiente en la medida en que el primer ministro iraquí, Nuri El Maliki, sea incapaz de controlar y mantener unido a Irak. El Kurdistán iraquí tiene ya una prolongada existencia política como región autónoma dentro de Irak, antes incluso de la caída del régimen de Sadam Husein como resultado de la invasión estadounidense. Estados Unidos y sus principales aliados en la primera guerra del Golfo crearon una zona de exclusión de vuelos a partir del paralelo 36 destinada, principalmente, a proteger a la población kurda, que había sufrido dos ataques genocidas con armas químicas, ambos con decenas de millares de víctimas civiles, por parte del régimen baazista, el primero en 1988 durante la guerra de Irán con Irak y el segundo en 1991 al término de la guerra de Kuwait. El maltrato proporcionado por Sadam Husein a los kurdos contribuyó así a la creación de una administración autónoma, casi independiente en la práctica, primero en 1992 de hecho y a partir de 2003 con el nuevo Irak liberado por EE UU de derecho. Se cumplirá así la regla que formulaba Jordi Pujol antes de abandonar el realismo político con que condujo su carrera de gobernante: las independencias se producen como resultado de desagregaciones imperiales y de la implosión de estados construidos artificialmente. Cataluña es como Lituania, apostillaba, pero España no es como la Unión Soviética. Siguiendo esta regla, vemos que el Kurdistán que salga de la actual crisis será hijo de la ruptura de Irak y nieto de la caída del imperio otomano, hace casi cien años. Al contrario de lo que sucede con otros nacionalismos, el reconocimiento de la existencia de la nación, al menos como hipótesis de trabajo, es anterior en el caso kurdo a la existencia del nacionalismo. Los kurdos son un conjunto humano de unos 30 millones de personas, repartidos entre Turquía, Irán, Irak y Siria, que hablan dos dialectos tan diferenciados como el inglés y el alemán (David McDowall: A Modern History of the Kurds). Son un pueblo de las montañas y altiplanos en la confluencia entre estos cuatro países de Oriente Próximo, cuyo territorio solo empezó a delimitarse en el momento en que se especuló, aunque luego quedó en nada, con la creación de algún tipo de entidad territorial o incluso Estado independiente como resultado de la partición del imperio otomano, en la Conferencia de París de 1919 y las subsiguientes conferencias de paz (Sèvres y San Remo), en las que se remodeló el orden internacional tras la derrota de los imperios centrales en la Primera Guerra Mundial. Los kurdos han jugado todas las cartas y con frecuencias malas en los distintos países en los que están asentados, guerra civil kurda incluida. Pero los kurdos iraquíes que están ahora a punto de obtener la independencia han sido astutos y pacientes. Su presidente, Massud Barzani, ha pedido al parlamento regional que convoque un referéndum de autodeterminación del que pueda surgir el Estado kurdo independiente, pero no excluye todavía un acuerdo que le permita mantenerse dentro de un Estado iraquí viable. La ofensiva del islamismo radical sunní le ha proporcionado un regalo inesperado al permitirle el control de Kirkuk, capital de la principal región petrolífera del país, que habría caído en manos fundamentalistas de no ser por los pehmergas kurdos. Nadie en la región, Turquía, Irán, Siria, Israel, y fuera, Estados Unidos o Unión Europea, va a oponerse a que los kurdos impidan que el califato yihadista se haga con unos pozos petrolíferos tan significativos. Su reconocimiento internacional está al alcance de la mano. Sufrir un genocidio, verse expulsado de un Estado fallido y vivir sobre un tesoro energético son mimbres suficientes para construir una nación, sobre todo si el nacimiento ya viene precedido por una larga experiencia de autogobierno. Todo el viento a favor no sería suficiente si los kurdos de Irak olvidaran de pronto la prudencia que les ha caracterizado. Turquía está interesada en la aparición de un Estado tampón entre el Oriente Próximo en ebullición alrededor de Siria e Irak, pero no desea que el nuevo Kurdistán apunte hacia el irredentismo sobre regiones turcas. Erdogan, a su vez, está virando a toda velocidad en su política kurda, entre otras razones porque quiere hacerse con los votos kurdos de su país, el 20 por ciento, en la próxima elección presidencial. Su objetivo es pacificar el enfrentamiento crónico y en ocasiones violento con el PKK (Partido de los Trabajadores Kurdos), para empezar a levantar así un nuevo mapa que deberá reconocer derechos lingüísticos y políticos a la minoría kurda. Es la mayor de todas las paradojas: la idea de Kurdistán surgió para repartirse Turquía, pero ahora será Turquía quien tendrá la oportunidad de bendecir a la nueva nación que está naciendo en su vecindario.



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7 de julio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Criminal y nacionalista

Benjamín Netanyahu no tuvo dudas sobre la responsabilidad del secuestro en Cisjordania de tres jóvenes israelíes el pasado 12 de junio. Lo atribuyó a Hamás, organización calificada como terrorista por la Unión Europea y Estados Unidos, y extendió la responsabilidad al presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, aunque el secuestro se produjo en la parte de los territorios ocupados bajo control militar de Israel, porque según sus pesquisas los secuestradores provenían de la zona de control palestino. El primer ministro fue más lejos, al señalar que los secuestros eran consecuencia del acuerdo de reconciliación entre Hamás y Al Fatah para formar un Gobierno de unidad palestino. Los hechos acompañaron en seguida a las declaraciones. Más de 400 palestinos han sido detenidos durante las operaciones de búsqueda de los jóvenes secuestrados en la zona de Hebrón, de donde se suponía que eran originarios los secuestradores. Como suele suceder en las operaciones militares en los territorios, cinco palestinos fallecieron por fuego israelí. El objetivo declarado de los militares era aprovechar la búsqueda de los desaparecidos para desarticular a Hamás en Cisjordania y con ello también hacer saltar por los aires el acuerdo de reconciliación entre palestinos tal como se había propuesto Netanyahu. Es conocido el precio habitual de estas actuaciones. La espiral de la violencia se pone en funcionamiento automáticamente. Así es como la respuesta de los radicales palestinos no se hizo esperar, en forma de lanzamiento de cohetes desde Gaza. No era todavía nada comparado con la intensificación de la espiral que provocó el descubrimiento de los cadáveres de los tres jóvenes, el 30 de junio, cerca de Hebrón. La respuesta israelí fue la demolición de las viviendas familiares de los dos sospechosos del asesinato, además de la intensificación reglamentaria de los bombardeos sobre Gaza. Pero más dura ha sido la respuesta de la calle y de las redes sociales israelíes y también palestinas. Los llamamientos a la venganza están funcionando en las dos direcciones, por encima de la condena formal de las autoridades israelíes y palestinas de los secuestros y asesinatos atribuidos a sus respectivos radicales. Y así es como también un joven palestino ha sido secuestrado a plena luz del día en Jerusalén y asesinado inmediatamente. Saeb Erekat, el negociador palestino, tampoco tiene dudas sobre el último asesinato: es fruto de ?la impunidad que Israel concede a los colonos y a sus militares?. Sí las tiene Micky Rosenfeld, portavoz de la policía israelí, y por eso declaró que la investigación averiguaría si el secuestro y muerte del joven palestino era ?un acto criminal o nacionalista?, aunque a nadie atribuyó la responsabilidad. Supo acertar en los adjetivos, pero no en la disyuntiva: es a la vez criminal y nacionalista. 



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5 de julio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La tercera guerra

Nuestro mapamundi, viejo al menos de 70 años, ha sufrido en poco tiempo dos severas e inesperadas desgarraduras, bien visibles en las primeras páginas de los periódicos, que presagian un geografía política llena de novedades, incluso en las fronteras y en el número de los países que la componen. Esos dos sietes que se han abierto en las costuras del mundo de ayer son la anexión de Crimea por Rusia y la más que probable e inminente partición de Irak, con la consiguiente aparición de un nuevo país independiente como Kurdistán. Ambas son facturas diferidas de la caída de dos imperios y también del precario orden creado a continuación, a partir de 1989 por iniciativa de la Unión Europea y EE UU, en el caso de los países del antiguo bloque soviético, Ucrania incluida; y de 1919 por la de Francia y Gran Bretaña, que se repartieron y trazaron las fronteras sobre los territorios del extinto imperio otomano. Una tercera desgarradura aparece simultáneamente en este mapamundi en refacción del siglo XXI, aunque de momento sea poco visible, porque está amortiguada incluso por su remota localización y su carácter marítimo. Esta no corresponde a la disolución de un imperio, sino al ascenso al parecer imparable de otro. Se trata de la formidable y constante presión ejercida por China para cambiar el estatu quo en sus mares adyacentes, el Mar de China Oriental, donde compite con Corea del Sur y Japón, y el Mar del Sur de la China, donde se disputa con seis países nada menos que dos centenares de peñascos e islotes con sus correspondientes aguas territoriales. En la fachada marítima oriental de Asia se produce además la mayor acumulación de medios militares, y concretamente de capacidad de fuego, de todo el planeta. Todos los países de la zona incrementan sus gastos de defensa y hay una auténtica escalada, que se concreta en la instalación de misiles de todos los alcances, crecimiento de las flotas navales, especialmente submarinas, y aumento de las maniobras y actividades de vigilancia, que en numerosos casos se convierten en incidentes y momentos de alto riesgo de enfrentamiento bélico. El área geográfica circundante es, de añadidura, la que cuenta con la concentración de mayor número de potencias nucleares: China, Rusia, India y Pakistán, el Estado gamberro de Corea del Norte, y por supuesto EE UU, a través de sus bases y de su flota, todavía muy superior a la china. La China de Xi Jinping, más todavía que la de su antecesor Hu Jintao, está reafirmándose en sus confines marítimos y pone a prueba a sus vecinos, mediante una presión minimalista pero constante sobre cualquier pedazo de tierra emergida. Apenas se habla ya del ascenso pacífico patrocinado por Hu y mucho más en cambio del sueño chino de Xi, paralelo del sueño americano. Pekín ha declarado una zona de identificación aérea obligatoria sobre el Mar de la China Oriental, y ha ido todavía más lejos en el Mar del Sur de la China, donde sus mapas marítimos incluyen una línea de puntos, que oscila entre nueve y once trazos, que se adentra como una lengua hasta llegar a las aguas territoriales de cada uno de los vecinos: Vietnam, Filipinas, Taiwan, Singapur, Malasia y Brunei. Dentro de la lengua de vaca quedan incluidas los archipiélagos de las Paracelso y las Spratley, además de numerosos arrecifes, algunos sumergidos y utilizados para crear estructuras portuarias. La zona fue convertida en 2012 en una prefectura, con capital en Shansa, en una de las Paracelso, con una población allí trasladada de apenas unos centenares de pescadores, funcionarios y militares. Ninguno de los peñascos tiene interés en sí mismo, ni siquiera los más disputados de las Senkaku, según su denominación en japonés, y Diaoyu en chino, al norte de Taiwan en el Mar de China Oriental. Mucho mayor es el que ofrecen sus fondos pesqueros y no digamos ya los hipotéticos yacimientos de gas y petróleo, sobre todo para un país necesitado de energía a espuertas como es China. En todo caso, la voracidad de Pekín respecto a la zona se explica por su interés geopolítico, que la ha convertido, según explica Robert Kaplan en su reciente libro La olla asiática, en el nodo marítimo de mayor valor estratégico del planeta. Por sus aguas pasa una tercera parte del tráfico marítimo mundial con la mitad de la carga de mercancías que se transporta en el mundo, tres veces más que el Canal de Suez y quince más que el de Panamá. Para China, dominar ambos mares, algo que ni Japón ni Estados Unidos pueden permitir, significaría dominar la región entera. China se inspira en el ascenso de Estados Unidos como potencia americana a finales del siglo XIX. El primer paso es hacerse con los mares adyacentes, como hizo Washington con el Caribe. Y la premisa es alejar a las otras potencias de la zona. A ello se dedican las inversiones militares chinas, centradas en la estrategia denominada A2/AD (antiacceso, denegación de área) para evitar la presencia y la proyección del poder ajeno en las zonas marítimas o aéreas propias. También sirven las armas retóricas: Pekín utiliza su propia Doctrina Monroe (Asia para los asiáticos, al igual que América para los americanos) para resolver las querellas entre asiáticos y buscar la resolución bilateral, de fuerte a débil, en vez del marco multilateral de las instituciones internacionales. ?La regla china frente el poder de las reglas?, según el enunciado del debate que se celebró en Roma el pasado 13 de junio en la reunión anual del think tank paneuropeo ECFR (European Council on Foreign Relations). Este es el contexto en que el Gobierno de Shinzo Abe ha aprobado una nueva interpretación de la Constitución japonesa que relaja las restricciones pacifistas impuestas al término de la Segunda Guerra Mundial. A Japón le interesa reforzar la garantía de mutua defensa en caso de ataque dentro su alianza militar con Estados Unidos, principalmente para disuadir a China respecto a una ocupación de las islas Senkaku; pero también para hacer todavía más creíble la disuasión sobre Corea del Norte. La actual interpretación de la Constitución solo contempla la autodefensa, es decir la defensa del territorio japonés, mientras que con el nuevo concepto Japón podría interceptar un misil dirigido a un aliado o responder directamente contra el ataque a otro socio. Todo esto pilla muy lejos a Europa y a unos europeos a los que ya nos cuesta sentirnos concernidos con las dos desgarraduras más próximas, Ucrania e Irak, y que más directamente nos afectan. En aquellos peñascos marítimos en disputa ni siquiera hay poblaciones a proteger. Tampoco hay aparentemente confrontación de valores democráticos y peligro para las libertades, como los que acostumbran a polarizar en Europa. Está, sin embargo, la cuestión crucial del derecho y del imperio de la ley como guía en las relaciones internacionales y, por supuesto, la ausencia de modelos de cooperación y de integración regional de los que Europa ha sido el espejo en algún momento, aunque ahora no pueda precisamente hacer exhibición de ellos. También cuenta el riesgo bélico, cada vez más alto según los expertos, que señalan hacia una tercera guerra, con más tecnología y menos milicia que en Irak y en Ucrania, y por tanto más peligrosa. A 100 años de la Primera Guerra Mundial, vemos en Asia cosas similares a las que pasaban en Europa entonces, como son el incrementos de presupuestos de defensa, la escalada de armamento o la intensificación de la retórica nacionalista, aunque también hay argumentos en dirección contraria: no ha habido guerras abiertas desde 1979 y la interdependencia económica es muy sólida. En el continente del futuro que es Asia se percibe, quizás con más intensidad que en cualquier otra zona del planeta, la dificultad de la Unión Europea para existir como actor global. Para China y Japón, basta con Alemania y algo de Francia y Reino Unido para resolver la ecuación europea, sobre todo en el plano económico, que es el que más les interesa. Según François Godement, director del programa Asia-China del ECFR, ?Europa es la región de gran tamaño menos interdependiente de China, gracias a la tiranía de la distancia, a la ausencia de una moneda compartida y a la limitada cantidad de deuda pública y de activos financieros europeos en manos chinas?. De ahí los esfuerzos del think tank paneuropeo para abrir una reflexión sobre el futuro de Asia y especialmente sobre el papel que las instituciones europeas deben jugar en la configuración de este nuevo equilibrio de poder asiático, que a su vez determinará también el nuevo equilibrio de poder mundial.



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3 de julio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El placer de la derrota

Hay derrotas que no llegan por la mano del adversario, sino que son obra de uno mismo, autoinfligidas. Son fruto del empecinamiento y de la ceguera en alguien que reclama lo que no se le puede dar y que incluso es capaz de doblar la apuesta cuando teme que estén a punto de concedérselo. Los buenos negociadores siempre dejan un portillo de escapatoria para que el adversario salve la cara. Al buen político le basta ganar por uno a cero e incluso se conforma con el empate, antes que dejar al adversario herido por un cinco a cero que algún día encontrará su revancha. Las buenas victorias siempre son a los puntos, de forma que el perdedor pueda presentarse dignamente ante los suyos, incluso como partícipe de la victoria. Esta ha sido siempre la especialidad europea, una técnica de pasteleo de eficacia probada a la hora de hacer avanzar las cosas. Un buen Consejo Europeo es siempre una reunión de la que todos salen ganando, incluso los que se sienten más escocidos por la derrota de sus posiciones extremistas. La técnica europeísta y universal es aquella en la que todos ganan, win win, y no la suma cero en la que lo que gana uno lo pierden los otros. Hay algo misterioso en esos personajes, imbuidos por una razón superior a todos los otros y por tanto autorizados a subir todas las apuestas, lanzar todos los órganos y poner las líneas rojas y los plazos inamovibles que les da la gana. En el fondo, no buscan la propia victoria sino la satisfacción que les proporciona la idea de que derrotarán a adversario, aunque luego no lo consigan nunca. Puede que sea un mero gusto masoquista por la derrota, una vocación martirológica que les impulsa al sacrifico, aun a costa de facturas carísimas que, naturalmente, cargarán luego a los ciudadanos, en vez de correr ellos y sus secueces con el enorme gasto ocasionado. Cabe también que sea la pura ceguera, una incapacidad innata para percibir y analizar la realidad, facultad negativa de la inteligencia que suele ir acompañada de la más irracional popularidad de las ideas absurdas que difunden. O incluso el cinismo y la frivolidad de quien está dispuesto a jugar con la seguridad y la confianza de todos con tal de salir con suya, que consiste en jugárselo todo a una sola carta: o César, o nada. Un uso tan desesperado de la amenaza a un último y definitivo recurso, la bomba atómica de la política, puede que sea también un signo de debilidad extrema, la de alguien ue se halla a punto del desfallecimiento. No hay que ir muy lejos para encontrarse con estos absurdos comportamientos, pero quien mejor los encarna es el líder conservador británico, David Cameron, epítome del derrotado por su propia mano y a poco que se descuide responsable del triplete que significaría romper la UE, dejar fuera a Reino Unido y para postre romperlo en dos con la salida de Escocia.



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28 de junio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Con los dioses de Yasukuni

Junto a Yasukuni, donde se veneran nada menos que 2.5 millones de dioses, hay unos magníficos jardines con los obligados cerezos, un teatro Noh, una cancha de sumo y un museo militar, donde se exhiben desde arcos de épocas remotas hasta aviones y tanques de la Segunda Guerra Mundial. Su entrada está guardada por un caballo, un pastor alemán y una paloma, unas esculturas en homenaje a los animales que murieron en combate. En uno de los pabellones está la lista de los dioses, que en otras latitudes serían mártires o caídos. En un rincón hay un pequeño monumento, rotulado solo en japonés, que rinde homenaje a unos espíritus especiales, los miembros de la kempeitai, la policía secreta del Japón totalitario y equivalente de la gestapo. Yasukuni fue fundado por el emperador Meiji en 1872, primero en memoria de los muertos en los combates que se sucedieron en la época de apertura y modernización del país, y luego de las guerras de agresión protagonizadas por Japón. Hay que visitar Yasukuni para entender por qué cada vez que el primer ministro se acerca al santuario, como hizo el pasado diciembre Shinzo Abe, cunde la indignación de los gobiernos y opiniones públicas de casi todo el vecindario asiático. En sus vitrinas, el militarismo japonés se exhibe sin pudor, con el único disfraz de la autenticidad y la victimización del nacionalismo, siempre puro e inocente. Los criminales de guerra son dioses; los kamikazes héroes; el ataque a Pearl Harbour, el fruto de la intransigencia americana; e Hiroshima y Nagasaki, dos bombardeos más sin la trascendencia que le proporcionó la izquierda pacifista japonesa en la posguerra. La visita a Yasukuni remite al peso del pasado en el continente del futuro. Moon Chang-Keuk, primer ministro coreano recién nombrado, ha dimitido por unas declaraciones sobre hechos ocurridos hace más de 70 años. Dijo que la colonización de Corea desde 1910 hasta 1945 fue "voluntad de Dios". ¿Cómo ven los asiáticos su futuro?, se pregunta el think tank paneuropeo ECFR (European Center on Foreign Relations) en el seminario sobre Asia que ha organizado esta semana en Tokio. La respuesta que dan las noticias política de cada día, no las económicas, es muy sencilla: arrojándoselo unos a otros a la cabeza. Todo crece en Asia: economía, consumo, población, presupuestos de defensa, arsenales militares o disputas por peñascos semisumergidos; y también el nacionalismo, obligadamente alimentado por los agravios históricos. El desplazamiento de poder que se ha producido en el mundo desde la cuenca atlántica a la del Pacífico también ha trasladado consigo la carga ominosa de las mismas pulsiones colectivas que atormentaron antaño a Europa, aunque la propia Europa responde al parecer con su propio ascenso populista y nacionalista, como si fuera su última reclamación sobre el poderío perdido.



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26 de junio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Independencia y república

Valen más por lo que sugieren que por lo que directamente significan. Son palabras que ondean como banderas. Dirigidas a la emoción más que la inteligencia. Cuando se exhiben ante las gentes, el pueblo, poco sirven los argumentos. Al igual que sucede con los símbolos religiosos, su exhibición enciende la fe de los creyentes. Precisamente porque son palabras-bandera encuentran su mejor expresión en las banderas. Ahí están la tricolor y la estelada para significarlas. El problema de las palabras-bandera es que en algún momento requieren algo más de concreción. Y eso no es precisamente lo que interesa cuando se izan para arremolinar a los ciudadanos alrededor del mástil. Hay muchas formas de Estado y mucho sistemas políticos como para dar por buena toda república y toda independencia. Solo una mentalidad fundamentalista, asimilable al fanatismo religioso, prefiere por encima de todo cualquier república, aunque sea autoritaria, y cualquier independencia, aunque sea sin libertades. Las banderas sirven para ser alzadas. Convocan, reúnen y orientan. Dirigen luego la marcha de las masas por las avenidas de la historia. Y poco más. Es lo que hacen los conceptos de república y de independencia. El ondear exitoso de ahora de la bandera republicana no se explica sin la crisis económica, la corrupción política, los seis millones de parados, los desahucios, los recortes sociales y el anquilosamiento del sistema constitucional, incluida la pérdida de prestigio e imagen de Juan Carlos I y su familia. El viento que hace ondear la estelada lo levantan esas mismas circunstancias, junto a la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut, las campañas anticatalanas del PP o la regresión recentralizadora. Frente a una realidad desagradable, la república y la independencia pertenecen al reino de la ideas puras: la belleza, el bien y la verdad. Concentran y expresan una esperanza. Las banderas son también signos polémicos. Pensadas en su origen para la guerra, identifican y orientan en el combate. Significan en lo que se diferencian. Y su capacidad de diferencia es lo que las hace funcionales. Sin monarquía no hay república. Sin unidad española no hay independencia. Frente a la roja y gualda que ha engalanado tan profusamente las calles del centro de Madrid, el morado republicano por un lado y la estrella independentista por la otra. Constitución, integridad territorial y monarquía vienen significadas por la bandera roja y amarilla, al igual que las otras dos cada una por su lado impugnan o interrogan dichos tres términos. En democracia, por descontado, cuando una bandera ondea frente a otra apela a la libertad de elección. Al derecho a decidir. ¿No es eso la democracia? Elegir entre dos banderas, dos ideas, dos partidos. ¿Habrá algo más fácil? ¿Quién puede oponerse? Las banderas no se negocian. Identifican a cada una de las partes pero no entran en el cambalache. Eso es lo que sucede con las ideas de república y de independencia. A quienes las siguen como a una bandera solo les interesa la batalla en la que se enfrentarán y medirán sus fuerzas respectivas. Prefieren la dignidad de la derrota a la humillación de una tregua infinita que les impide pronunciarse. Y mucho menos un empate o pacto establecido de antemano sin entrar en combate. Esas dos banderas antiguas se funden aparentemente en su oposición a la rojigualda y en su apelación al derecho a decidir. En movimiento, parecen incluso aliadas, porque se refuerzan mutuamente. Pero no es seguro que lo sean. La universalización del derecho a decidir diluye el derecho a decidir. Además, la independencia puede darse con monarquía, y así es cómo pudiera ser el caso en Escocia; y la república también puede ser unitaria y centralista. Ambas apelan a una democracia primigenia, pura, anterior o por encima de la Constitución. Nadie sabe cómo funciona ni en qué se fundamenta tal sistema angelical, si no es a partir de una ruptura con el actual sistema de democracia parlamentaria. Extraña paradoja: la constitución, la de mayor vigencia de la historia de España, también la más fructífera, fue fruto del acuerdo, la ruptura pactada; pero ahora hay quien quiere una ruptura con la legalidad y sin pacto con la democracia española, para profundizar al parecer en la democracia. Es fácil augurar que tal operación pudiera dar un resultado de menos democracia. Democracia sin regla de juego no es democracia. Tampoco es democracia una regla de juego ciega y sorda que no admite el cambio. La democracia debe permitir canjear la monarquía por la república o la unión por la separación, como también la república parlamentaria por la república presidencialista, el Estado de las autonomías por el estado federal o tener a la vez república e independencia. Pero son operaciones excepcionales y únicas que requieren tiempo y paciencia. No pueden hacerse a empujones, con rupturas de la legalidad, al ritmo de la calle y sin amplias y prolongadas mayorías parlamentarias soberanas. Estamos en Europa y aquí los grandes cambios no son fruto de circunstancias excepcionales o volátiles, con una crisis devastadora de por medio, sino que se cocinan a fuego lento y luego se sirven con calma y respeto.



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23 de junio de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

La olla asiática

Las guerras que nos alarman están en Ucrania, Oriente Próximo y el corazón de África. Nos alarman en grado variable, aclarémoslo pronto. Estamos en una globalidad económica y financiera que se fragmenta en cuanto descendemos a la realidad de la política y de los medios. Lo que más nos alarma y nos afecta son las oleadas de refugiados que llegan a nuestras costas o las dificultades que se avecinan respecto a los suministros de gas ruso y petróleo árabe. Pero no es en estas ollas próximas donde se cuece el auténtico y mayor peligro bélico del siglo XXI. Mucho más lejos, en las aguas tropicales del Mar del Sur de la China, es donde se halla la futura olla bélica del mundo, según explica el periodista y redescubridor de la geopolítica Robert Kaplan, en su libro más reciente The Asian Cauldron (La olla asiática). Allí, los países ribereños se disputan las aguas territoriales alrededor de más de 200 fragmentos de tierras emergidas de soberanía discutible e incierta y lo hacen a cara de perro. Ese mar peligroso es el hermano gemelo del Caribe, rodeado también de archipiélagos, poblado de recursos pesqueros ingentes y con la mitad del tráfico de mercancías del planeta, pero con dos características similares en cuanto a capacidad conflictiva: su subsuelo marino está atiborrado de hidrocarburos y su costa septentrional es la de una superpotencia con vocación de dominio mundial. Kaplan redescubrió la vieja geopolítica terrestre antes del zarpazo ruso sobre Ucrania en La venganza de la geografía y ahora nos descubre la nueva geopolítica marítima en el momento en que China se arrellana en sus lindes marítimos y se multiplican los incidentes con sus vecinos. Para Pekín no es solo cuestión de acceder a los recursos energéticos que necesita su voraz economía, sino ante todo la afirmación en su glacis de seguridad marítima. El resultado es que en esta región del planeta hay una auténtica carrera de armamentos y crecen a toda velocidad los gastos de defensa, principalmente en misiles de corto y medio alcance y en medios navales, preferentemente submarinos. Kaplan es pesimista, a la vista de las dificultades que tiene Washington para desplazar de una vez el pivote o eje mundial de su política hacia Asia en vez de seguir entretenido en los pivotes desgastados de Europa y Oriente Próximo: ?El Mar del Sur de la China, más que ninguna otra parte del mundo, es donde mejor se ilustra qué costes tendría el declive de Estados Unidos o incluso la parcial retirada de sus bases militares?, escribe. Si de la antigua doctrina geopolítica se deducía que quien dominara el corazón del continente euroasiático dominaría el mundo, en su nueva visión geopolítica del siglo XXI, organizada en el espacio marítimo, cibernético y satelital, quien domine el Mar del Sur de la China dominará el mundo. Y ya sabemos quién tiene las mejores cartas.



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21 de junio de 2014
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El Boomeran(g)
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