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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

Eder. Óleo de Irene Gracia

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En crisis: la prensa

Cuatro sectores están especialmente tocados, en distinto grado y con cadencias temporales también distintas. La construcción, por ejemplo, el más tocado en España, volverá a funcionar algún día, aunque nunca será como antes: primero tendrá que terminar la recesión, habrá que colocar los stocks ahora desocupados y finalmente reemprender de nuevo la actividad con un crecimiento que jamás alcanzará los ritmos trepidantes del pasado.

El automóvil está desencadenando un terremoto en todo el mundo industrializado, que primero será de desempleo (con efecto dominó, por la industria auxiliar) y luego en el largo plazo de reconversión del producto mismo, adaptado a la nueva economía verde y tecnológica que nos espera.

La banca es el que más y el de más calado: es el sistema sanguíneo que riega la economía, en parte infectado por los activos tóxicos y en su casi totalidad avanzando hacia el colapso; de la enfermedad deberá salir un sector bancario también distinto y renovado, probablemente más pequeño, sin la banca financiera que ya naufragó el pasado septiembre, y más controlado, tan controlado que durante una etapa provisional de duración indeterminada puede significar su nacionalización; el tiempo de esta transformación será el de la crisis misma: la señal de que ha terminado la dará la circulación de la sangre por este cuerpo ahora desfalleciente.

La prensa, finalmente, atrapada entre las ruedas de dos crisis implacables: la tecnológica que viene pegando desde hace años y deja el mercado seco de jóvenes compradores; y la publicitaria, consecuente con la recesión, que está abatiendo periódicos como si fueran árboles en una tala.

Los tres primeros sectores sobrevivirán a la crisis: distintos, transformados, irreconocibles quizás; hay dudas, sin embargo, respecto a la capacidad de supervivencia del periódico impreso que se vende al mismo precio que un café y puede pagar, con lo que le dan la publicidad y el quiosco, una red de corresponsales en todo el mundo, artículos de los mejores escritores y pensadores de su tiempo y las investigaciones periodísticas más complejas y exclusivas.

Distinto es el caso del periodismo. Yo no tengo duda alguna de que esta sencilla actividad de ir, ver y contarlo seguirá existiendo y apasionando, a quienes la ejercen y a quienes les gusta leer o escuchar las historias contadas. Las industrias pasan pero el oficio queda. Seguirá por tierra, mar y aire: quiero decir, utilizando todos los medios de expresión que tengamos a mano. Es viejo como el mundo y ha superado todas las crisis. ¿Por qué no iba a superar también ésta?

(Escribo estas líneas a la espera de Barack Obama en su primer discurso al Congreso esta madrugada, cumplido el mes de presidencia, con todo el viento de las encuestas a favor, pero encarando una recesión pavorosa y una enmarañada escena internacional. Ahora mismo Obama y sus planes de salvación parecen la última trinchera que nos separa del caos. Habrá que verlo y escucharle dentro de un rato para contarlo mañana. !Viva el periodismo!).



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2 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Noticias perdidas entre recortes

Vladimir Putin llamó a George W. Bush el 10 de septiembre de 2001, 24 horas antes de los atentados de Nueva York y Washington, y le advirtió que Al Qaeda estaba preparando algo muy gordo. El presidente iraní Mahmud Ahmadinejad no tan sólo no participó en el asalto de la embajada norteamericana en Teherán en 1979 sino que no quiso mezclarse con aquella acción tan determinante para las relaciones con Estados Unidos. Personajes destacados de la derecha francesa consiguieron retrasar durante dos años la liberación de tres rehenes (Jean-Paul Kauffmann, Marcel Carton y Marcel Fontaine) en Líbano por parte de la guerrilla chiita Hezbolá con el objetivo de apuntarse el tanto de cara a las elecciones presidenciales de 1988 en las que Jacques Chirac se enfrentó y perdió ante François Mitterrand. Tres noticias de distinta procedencia e incierta confirmación que tengo subrayadas en mi carpeta de recortes para comentar en el blog. La primera tiene al propio Putin como fuente; la segunda a dos guardianes de la revolución que participaron en el asalto a la embajada; y la tercera al jeque Subhi al Tufeyli, que fue el primer secretario general de Hezbolá.

Con mucha frecuencia me sucede en este tiempo extraño de máxima conectividad y comunicación: de pronto, no hay forma de seguir un hilo sin dedicarle muchas más horas de las que uno dispone habitualmente. Las tres noticias que me llamaron la atención, todas ellas referidas a hechos de fecha ya lejana, las recogió la reseña que hizo The Economist de una serie de televisión titulada ‘Irán and the West', firmada por una acreditada productora como Norma Percy, y consistente en tres episodios de una hora cada uno sobre los antecedentes y la actualidad de la pugna entre Teherán y Occidente respecto al desarrollo de la industria nuclear iraní. La serie, que se ha pasado en tres semanas desde el 7 de febrero hasta el 21, no es accesible en Internet desde fuera del Reino Unido y cabe esperar que se pueda ver en algún otro canal o termine siendo de libre acceso en la red.

Señalar, en todo caso, que las tres noticias permiten intuir que dentro de estas tres horas, muy bien calificadas por la crítica, puede haber todavía más noticias y detalles interesantes. Y en segundo lugar, que con frecuencia excesiva nos quedamos en la apariencia de las supuestas noticias frescas, que se deshinchan en cuestión de días sino de horas, y se nos pasan esas otras noticias, mucho más de fondo, que engarzan y determinan la marcha de la época. Es revelador y sintomático que puedan aparecer en un reportaje de televisión y que luego permanezcan sumergidas en el montón de los recortes de la actualidad, cuando muchas de ellas son cabos sueltos que piden a gritos la atención de los reporteros que puedan sacarles todo el jugo. No es la superabundancia lo que nos ahoga sino la falta de criterio y de agudeza visual a la hora de poner un poco de orden periodístico en el caos de la actualidad.

Aquel Putin que llamó a Bush nada tiene que ver con el que lo ha despedido: al primero le miraba a los ojos y lo encontraba sincero y honesto, mientras que el segundo es el de un proyecto esbozado de nueva guerra fría. Que Ahmadinejad, el otro diablo del Eje del Mal, tuviera una actitud moderada en 1979 en nada convenía a la administración republicana y constituye en cambio una buena carta de presentación para la actual demócrata. De la derecha francesa ya se sabía que se podían esperar muchas cosas (de la izquierda también, por supuesto): recuerdo perfectamente cómo en aquellos años de feroz cohabitación entre el presidente socialista y el primer ministro conservador los nombres de los rehenes del Líbano eran citados diariamente en los telediarios en recuerdo a la incapacidad de la República para liberarlos. Charles Pascua, uno de los principales maestros políticos de Nicolas Sarkozy, fue quien lo consiguió entre las dos vueltas de la elección presidencial, el 5 de mayo de 1988.



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2 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Horizontes de decepción

"Esto es Bush repetido, exactamente los mismos argumentos legales que presentó ante la justicia la administración de Bush". Son palabras de Margaret Satterthwite, una especialista en derechos humanos de la facultad de Derecho de la NYU (New York Unversity). Quien recoge su opinión es Charlie Savage, periodista galardonado con Pulitzer en 2007 por sus reportajes sobre la ampliación de los poderes presidenciales de Geroge W. Bush y su utilización para autorizar la tortura o las detenciones ilegales. Su reportaje, del pasado 18 de febrero en The New York Times, lleva un título que no puede ser más explícito, aunque prudente: "La guerra contra el terror de Obama puede parecerse a la de Bush en algunas áreas".

La base del artículo son las comparecencias de tres altos cargos de la nueva Casa Blanca ante el Congreso en sus respectivos ‘hearings' indispensables para su confirmación. Elena Kagan, la nueva procuradora general (solicitor general), considera que los sospechosos de ayudar a Al Qaeda financieramente deberán someterse a las "leyes del campo de batalla", es decir, la detención indefinida sin juicio, aunque no se les detenga en el mismo sitio donde se hayan producido los atentados. Eric Holder, el nuevo fiscal general del Estado y primer afro americano que ocupa este puesto equivalente al ministro de Justicia, realizó unas declaraciones muy similares en su comparecencia. Finalmente, Leon Panetta, ex jefe de gabinete de Bill Clinton y ahora nuevo director de la CIA, aseguró que la organización que dirige puede continuar las ‘entregas extraordinarias' (detención o secuestro ilegal para su traslado a terceros países) y reconoció que se puede pedir "autorizaciones adicionales" para el interrogatorio de sospechosos en caso de que las técnicas ahora aprobadas (con prohibición de la tortura) sean suficientes ante la evidencia de un ataque inminente.

No es extraño que los primeros nubarrones aparezcan precisamente con motivo de los ‘hearings' en el Capitolio. Los congresistas y senadores suelen reflejan bastante bien las opiniones y sentimientos de sus electores. Si lo analizamos con algo de detalle veremos que el aprecio por los derechos humanos y por el garantismo jurídico divide a la sociedad norteamericana, a pesar del aparente empuje que han experimentado en los últimos años los valores más ‘liberales' (progresistas en palabras europeas).

Según una muy reciente encuesta del Pew Research Center, las actitudes del público han cambiado poco en relación al terrorismo. La vigilancia sin permiso judicial de los sospechosos de terrorismo recibía en 2007 la aprobación del 52 por ciento de los encuestados frente al 44 por ciento que lo desaprobaba; en 2009 quienes la aprueban son el 50 por ciento y quienes sostienen la posición contraria el 45. Respecto a la justificación de la tortura, en 2007 un 18 por ciento la justificaba, proporción que ahora queda en un 16 por ciento, y un 30 la justificaba sólo en casos excepcionales, que ahora se reduce al 28 por ciento.

Los primeros gestos, decretos presidenciales y palabras de Obama fueron claros y contundentes: la seguridad nacional no debe estar en contradicción con los valores. Pero también está bastante claro que la opinión pública es mucho más conservadora que su presidente. Lo mismo cabría pensar de los equipos humanos reclutados por Obama, una buena parte con experiencia en la administración Clinton, una presidencia que no se destacó precisamente por su exquisitez en este capítulo: de hecho son muchos los analistas que caracterizan la anterior etapa demócrata como un antecedente o preparación de lo que será un asalto en toda regla ya con Bush después del 11 S.

Hay que subrayar que estamos todavía en una fase muy inicial. Nada está escrito. Obama puede cumplir su palabra. Pero puede también incumplirla. De momento han aparecido nubarrones negros y espesos en el horizonte. Vamos a ver si se acercan y una decepción torrencial cae sobre nuestras cabezas. Hay que permanecer atentos. La luna de miel está claro que se ha terminado, pero estamos todavía en el plazo de los cien días de una gracia que todavía se mantiene



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23 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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En crisis: ganadores y perdedores

Los más débiles son quienes más pierden en las crisis económicas. Los políticos se llenan la boca de promesas y declaraciones ampulosas: no permitiremos que la recesión golpee a los más humildes. Mentira. La recesión golpea por definición a los más desprotegidos. Lo más que se puede hacer es no retirarles la única y pobre manta que todavía les cubre. Pero pregonar que con la recesión quedarán protegidos es en el mejor de los casos una declaración de intenciones sin contenido alguno. Los inmigrantes, sobre todo si no tienen papeles; los más débiles de las familias más pobres, es decir, los niños, los enfermos y los ancianos; los pensionistas sin otra fuente de ingresos que su pensión, todos sufrirán y están sufriendo la crisis con especial intensidad. Los pobres de África ante todo, seguidos de los pobres de Asia y América Latina a continuación, con especial mención a los más pobres de lugares donde ya hay mucha riqueza, como China, Brasil e India, serán quienes más duramente la pagaran internacionalmente; entre otras razones porque también van a disminuir los presupuestos de ayuda al desarrollo, las aportaciones a las ong's, los programas de Naciones Unidas. Todo se encoge cuando la economía mundial se encoge, pero las necesidades siguen siendo las mismas e incluso mayores.

De manera que ya tenemos una primera lista de víctimas de la crisis, la de más abajo. A continuación llega lo que queda de la clase obrera y similares, una amplísima capa de las sociedades occidentales que de hecho son clases medias en términos mundiales. Tienen sindicatos que de una forma u otra todavía intentan defenderles; cuentan con legislaciones protectoras en algunos países; también con Gobiernos que se apoyan en su voto y responden de forma recíproca a su actitud: no permitiremos que los trabajadores sean los paganos de la crisis, suelen decir unos y otros. Pero estas clases medias también notarán el embate de la recesión, en puestos de trabajo perdidos, en rentas recortadas, en derechos erosionados. Vencidos muchos por la crisis, muchos de ellos y sobre todo sus hijos tendrán quizás la oportunidad de aprovecharla para resituarse en la salida del túnel, cuando se abra el nuevo paisaje de una economía distinta, donde habrá nuevos jugadores.

Pero sigamos con los perdedores. Arriba del todo también los hay. Muy relativos, claro está: será difícil que les falte lo más elemental, la vivienda, la comida, el vestido, la vida cómoda, como sucederá a buena parte de los anteriores y a casi todos de los primeros. La crisis hace bajar a todos varios pisos, pero por mucho que bajen los de arriba del todo será difícil o casi imposible que alcancen a los otros. Pierden, son quienes más pierden, pero no son los perdedores. En realidad, incluso el que más pierde tiene todos los salvavidas preparados para mantenerse a flote: dejará de tener prestigio e influencia, ya no lucirá más en lo alto de la pirámide, pero seguirá adelante, tan campante. De ahí que ahora sea el momento también de regar por aspersión con dinero en una sola dirección, las zonas más pobres de la sociedad y del planeta. Habrá que controlar, claro está, este dinero como cualquier otro; pero está claro que esta inversión es de la que más aprovecha, en términos de vidas humanas, de salud e incluso del consumo que hace arrancar de nuevo la economía. Los pobres gastan para sobrevivir cuando los ricos guardan.

Luego están los ganadores de la crisis. Los que van a seguir el consejo de que no hay que dejar que una buena crisis se eche a perder. El consejo vale para todos, gobiernos, empresas y personas. Pero no está al alcance de todos poder seguirlo. Unos lo seguirán literalmente, aprovechándose personalmente; pero otros lo harán decentemente para hacer las políticas o tomar las medidas correctas que durante la bonanza no había forma de tomar. Hay que estar atentos a los primeros, para que no se cuelen y nos engañen como si estuvieran con los segundos. Algunos banqueros que han recibido dinero público como consecuencia de la crisis lo han aprovechado para cobrar sus bonus o renovar su flota de aviones privados. Sarkozy ha intentado aprovecharla, sobre todo mientras Obama no había todavía aterrizado, para hacerse el dueño de Europa. Como esos empresarios que sólo quieren abaratar el despido pero no lo necesitan para volver a crear puestos de trabajo más tarde, sino puramente para que les salga más barato el cierre y liquidación. Luego están los pedigüeños: ya es larga la cola de quienes van a pedir subvenciones públicas sin otro objetivo que mejorar sus balances en momentos difíciles. Pero los Gobiernos, auténticos amos de la situación y guardianes de la llave de la caja, no debieran dar ni un euro a quien no demuestre que lo gastará adecuadamente para sacar buen provecho de la recesión, de forma que sus empresas, reconvertidas y modernizadas, vuelvan a funcionar, a dar trabajo y a tirar de la economía, y así la inversión pública revierta en el conjunto de la sociedad.

(Sugerencia para los comentaristas: cuenten quien gana y quien pierde en las crisis y sobre todo en esta crisis. Se agradecerá además que se entre en detalles: casos reales y prácticos.)



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20 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Carnaval capitalista

Nadie va a escapar de esta crisis. Pero vamos a ver quién sabe aprovecharla. Sacar partido de la crisis es la consigna del día en Washington, donde un célebre economista (Paul Romer, nada que ver con Christine Romer, la presidenta del Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca) formuló hace cinco años la sentencia que el eco ha ido repitiendo hasta dejarla esculpida como la frase más citada de la temporada, en boca del jefe de Gabinete del presidente, Rahm Emanuel: "No dejes que una crisis grave se desperdicie".

La crisis es el carnaval de la economía. Es el momento en que se levantan las prohibiciones y tabúes. No es extraño que salga Marx en procesión después de tantos años con Adam Smith. Muchos se admiran de que las inversiones que no fueron posibles cuando las vacas gordas se conviertan en obligatorias con las flacas. No se dan cuenta de que éste es exactamente el argumento de la obra. Alan Greenspan está ahora a favor de la nacionalización de la banca, temporal por supuesto, para regocijo de los impenitentes partidarios de nacionalizarlo todo, en cualquier tiempo y lugar.

Para sacar todo el provecho posible de la recesión ha construido Barack Obama el paquete económico por importe de 787.000 millones de dólares (unos 605.000 millones de euros) que acaba de firmar, justo cuando se cumple un mes de su llegada a la Casa Blanca, bajo el nombre de Ley de Recuperación y Reinversión (ARRA: American Recovery and Reinvestment Act), probablemente el mayor proyectil de inversiones públicas jamás lanzado desde la II Guerra Mundial, y sólo superado en términos relativos por el conjunto de inversiones del New Deal, con las que Franklin Roosevelt afrontó la Gran Depresión en 1933. Puro keynesianismo.

Una tercera parte son devoluciones fiscales. Las clases medias y bajas recibirán un cheque de 400 dólares, que será utilizado rápidamente, dadas las múltiples y urgentes necesidades de esta parte de la población. Su eficacia será mayor que la misma medida aplicada a todos los contribuyentes, tal como hicieron Bush o Zapatero en el primer semestre de 2008, pues los más ricos no trasladan estos regalos al consumo. Las otras dos partes, más de 500.000 millones de dólares, van directamente a inversiones destinadas a producir dos efectos simultáneos: crear puestos de trabajo y sustentar el cambio de modelo hacia una economía más verde y tecnológica. La receta es clara: se riega el país con dinero y se intenta poner los cimientos de los negocios futuros que tirarán de la economía cuando termine la crisis.

Hay que ser muy prudente con sus efectos inmediatos. La velocidad de pérdida de puestos de trabajo en Estados Unidos es de medio millón al mes. Veremos si el paquete de Obama es capaz de crear o salvar esos tres millones y medio de puestos de trabajo que promete. Sus efectos a medio y largo plazo ofrecen menos dudas: informatizar la red eléctrica para hacerla más eficiente y ahorradora, instalar banda ancha en las zonas rurales, mejorar el aislamiento de los hogares para recortar el consumo energético, utilizar la tecnología para gestionar mejor el sistema de salud, construir coches más ecológicos y eficientes o apostar por energías alternativas son objetivos de inversión seguros. El paquete también atenderá los déficit más sangrantes en infraestructuras y equipamientos públicos del tipo que condujeron al desastre del Katrina, que asoló Nueva Orleans; este tipo de asignaciones, sin ser directamente productivas, también mejoran la competitividad.

Obama quiere aplicar su plan de salvación con la participación de los ciudadanos y la máxima transparencia y control democrático. Aplicando ya sus recomendaciones, ha creado un portal en Internet con el objetivo de que se pueda seguir hasta el último dólar que se gaste en este nuevo New Deal de 2009 (www.recovery.org). Los europeos debiéramos tomar ejemplo: de la envergadura, de su visión a largo plazo, y sobre todo de la vocación de gobierno abierto y participativo.

Todo esto disgusta a los republicanos. Vaya paradoja: consideran que tanto gasto e intervención pública son cosas de europeos. Su auténtico líder, el radiopredicador Rush Limbaugh, ya ha dicho que desea antes que nada el fracaso de Obama ante la crisis: hasta ahí llega su patriotismo. Aunque un buen puñado de gobernadores ha cerrado filas con el presidente, sólo tres senadores republicanos le dieron su voto, que era imprescindible. Obama no ha conseguido el consenso nacional que obtuvieron Franklin Roosevelt con su New Deal en 1933 o Ronald Reagan con su recorte de impuestos en 1981. Sobre todo, porque la política y las ideas suelen ir detrás de los hechos. Los republicanos ya piensan en quitarle la mayoría en las dos cámaras en 2010 y se aferran a los dogmas del libre mercado y del Gobierno inhibicionista. Así es como aprovechan la crisis, aunque saben que estamos en carnaval y toca invertir los términos del mundo tal como lo hemos conocido.



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20 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Noticia buena, noticia mala

Podría ser un ejercicio diario. Destinado sobre todo a equilibrar nuestras percepciones y nuestro ánimo. Para mejorar el realismo de unos y evitar la depresión de los otros. Lo realicé el lunes pasado, en relación al estado del periodismo, ese oficio que al decir de algunos se nos está muriendo en los brazos (y no lo he colgado hasta hoy porque antes quería ocuparme de Hugo Chávez). Y ahí está el resultado. Noticia buena: que el New York Times publique tan campante una excelente información sobre Carlos Slim, el mayor accionista de la compañía editora. Noticia mala: la evolución en las dos últimas décadas del cuerpo de periodistas acreditado en Washington, según un estudio de una prestigiosa institución como el Project for Excellence in Journalism.

La primera demuestra que se debe y se puede escribir con libertad e independencia sin importar el medio en que se haga, incluso cuando la información afecta a la propia propiedad del periódico: lo ha hecho ahora el gran periódico liberal neoyorquino, pero también lo hizo el Wall Street Journal cuando Murdoch se hizo con la compañía editora del diario conservador. La segunda demuestra que los medios de referencia norteamericanos dedican cada vez menos esfuerzos e inversiones a la información política mientras crece el interés y el número de periodistas destacados por los medios especializados y por los extranjeros.

Sostienen los autores del estudio, con todo el fundamento, que los recursos y esfuerzos dedicados a cubrir la información de Washington por parte de los medios generalistas -los que han recortado sus corresponsalías- son una inversión en el control del Gobierno, mientras que los que dedican los medios extranjeros y los especializados -los que han visto crecer sus oficinas en la capital federal- tienen una función menos sustancial para la democracia. El caso es especialmente claro y alarmante respecto a los diarios norteamericanos que se han quedado sin oficina o incluso sin corresponsal en Washington. Dice el estudio que los ciudadanos de los estados sin prensa destacada en la capital, más de la mitad, tienen menos medios para conocer las actividades de sus parlamentarios que los numerosos 'lobbies' que allí actúan.

Esto sucede en Estados Unidos. En algún momento habrá que hacer idéntico ejercicio respecto al periodismo que se hace en Europa y en España. Sospecho que las cosas no andan mucho mejor entre nosotros.



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18 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Roja fruta del árbol fascista, y 2

El meollo de una indagación así, al final, es la cuestión del poder personal, y quizás incluso la cuestión del poder, que siempre termina siendo personal. Y Chávez es, antes que nada, un militar golpista que quiere obtener el poder y luego retenerlo tanto como puede: la muestra, el referéndum ahora convocado con el objetivo de permitir la reelección indefinida. Sumada a la liquidación de la división de poderes y al control de los medios de comunicación da como resultado el horizonte de la presidencia vitalicia y de la dictadura. No es una cuestión de ideologías, sino de concentración de poder y de su perpetuación.

"La sucesión es el momento de la verdad de un sistema político", escribía Simon Sebag Montefiori, el biógrafo de Stalin, en el International Herald Tribune de 12 de enero de 2009. La tesis de Sebag, gran especialista en el régimen soviético y en el imperio ruso, es que de los tres grandes imperios, dos no han resuelto todavía la cuestión de la sucesión en el poder. En China "es vergonzosamente previsible en su secretismo total". En Moscú es peor, pues "la inconsistencia y la falta de mecanismos de sucesión son una real amenaza al orden internacional". Chávez, siguiendo este hilo argumental, ha querido refundar su país, reinventarlo constitucionalmente y ahora no sabe qué hacer si no es irse sucediendo a sí mismo, a pesar de los fracasos que cosecha cada vez que intenta hacerlo siguiendo la regla de juego. No es capaz de plantearse su propia sucesión, ya no un relevo sometido a los azares electorales, sin imaginarse sucediéndose perpetuamente a sí mismo. Y alrededor de este problema se organiza el debate y las crisis políticas.

Este reportaje ideológico de Krause viene al pelo para el momento que vive Latinoamérica, donde el vacío político que ha producido la presidencia neocon de George Bush ha dado enormes márgenes de actuación precisamente a esta ‘izquierda' tan peculiar que lidera Hugo Chávez con su petróleo. No está claro que esto siga sucediendo a partir de ahora, con Barack Obama en la Casa Blanca (y con la caída del precio del petróleo). La llegada de un afro americano a la máxima magistratura norteamericana es el equivalente, salvando todas las distancias, a la entronización presidencial de dirigentes políticos indigenistas en varias republicas latinoamericanas. La diferencia es que Obama ha podido alcanzar la presidencia precisamente porque se ha desprendido del ‘nacionalismo' afro americano, equivalente del indigenismo, para la adopción de una actitud pos racial y de síntesis, que lo convierte en el presidente de todos los norteamericanos. Un presidente de estas características es sin embargo el que mejor y con mayor exigencia puede dirigirse a los presidentes indigenistas.

Las ideas de Obama respecto al papel internacional de su país, desarrolladas ampliamente en su libro ‘La audacia de esperar', son profundamente autocríticas, tanto respecto a la política gubernamental como a las ideas progresistas de los años 70 y 80: "No entiendo, por ejemplo, por qué los progresistas debían estar menos concernidos por la opresión detrás del Telón de Acero que por la brutalidad en Chile". Observa el error de contemplar todo "bajo la lente de la Guerra fría", algo que la izquierda latinoamericana y los españoles antifranquistas conocieron y sufrieron muy directamente. "Durante décadas toleramos e incluso ayudamos a ladrones como Mobutu, delincuentes como Noriega, en la medida en que se oponían al comunismo". A veces, se llegó más lejos, "como derribar líderes elegidos democráticamente como en Irán", asegura refiriéndose al golpe contra Mossadegh.

Su autocrítica alcanza al meollo de la cuestión que preocupa como mínimo a una parte del indigenismo: "El destino manifiesto (de Estados Unidos) significa la conquista sangrienta y violenta de las tribus americanas desplazadas de forma forzosa de sus tierras y del ejército mexicano defendiendo su territorio. Una conquista que como la esclavitud contradice los principios fundacionales de Estados Unidos y tiende a ser justificada en términos explícitamente racistas, una conquista que la mitología americana ha tenido siempre dificultad en absorber totalmente pero que otros países reconocen por lo que fue: un ejercicio de la fuerza bruta". Obama querrá, además, dialogar con Cuba, aligerar el bloqueo, y limar los aspectos de la política americana que mejor le funcionan a Chávez en su populismo antiyanqui.

Krauze utiliza munición de gran calibre intelectual para buena parte de sus digresiones. Jorge Luis Borges para el héroe de Carlyle y Octavio Paz para su reflexión sobre la democracia. Las citas de Paz son altamente significativas, porque enlazan directamente con el reto que significa Obama para Latinoamérica. Paz considera que EE UU ha sido el aliado de los enemigos de la democracia, una de las cuestiones, como se ha visto, que Obama quiere cambiar. El poeta y pensador mexicano, maestro además de Krauze, propugnó en 1989, con la caída del Muro de Berlín, "la reconciliación de las dos grandes tradiciones políticas de la modernidad, el liberalismo y el socialismo. Es el tema de nuestro tiempo".

La figura que Krauze opone a la de Chávez es la de Rómulo Betancourt (1908-1981), coincidiendo precisamente con su centenario. Betancourt, que ejerció la presidencia en dos coasiones (1945-48 y 1959-64) metió al ejército en cintura, fundó un partido "leninista pero no marxista" y se planteó la obtención de una ‘democracia decente'. Fue el primer político venezolano que pasó el poder al siguiente presidente electo. Su aparición en el teatro de sombras histórico de la mano de Krauze es una contrafigura de la revolución cubana y del Che, el emblema político que llevó a la muerte y al fracaso a millares de jóvenes latinoamericanos, en los mismos días en que la izquierda del subcontinente, según el ensayista, se avanzaba incluso a la europea en su esfuerzo autocrítico y en la capacidad de renovación que significó el eurocomunismo. La reflexión de Krauze está totalmente alejada de la ola de fondo neoconservadora, ahora ya en fase de resaca, y reivindica, muy al contrario, la herencia de mayo de 1968, la época de los movimientos estudiantiles que fueron "nuestras escuelas de libertad".

Leer, charlar, escribir. Esto es lo que hace el periodista tras colocar el foco de su mirada sobre el objeto de su atención. En este caso, después de sus dos viajes a Venezuela en momentos calientes de esta historia reciente. El calibre del resultado puede variar, pero el método es certero, antiguo y actual; ha servido en la gran época de la prensa impresa que ahora termina pero va a seguir sirviendo en la época en que nos adentramos. El periodismo seguirá existiendo aunque el medio de su expresión cambie. El libro de Enrique Krauze es un reportaje sobre la Venezuela de Hugo Chávez, una indagación sobre las ideas o reportaje ideológico, también historia del presente, por supuesto, o sencillamente periodismo del bueno, comprometido, del que necesitamos todos y del que necesita América Latina.



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17 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Roja fruta del árbol fascista, 1

No sé yo si Chávez es exactamente un dictador. La prueba del nueve la pasa sobradamente y con buena nota: a los dictadores no suele gustarles que les llamen dictadores. Pero quizás no basta. El referéndum no cuenta: también Franco los organizaba y los ganaba, seguro que sin necesidad de muchas trampas; basta con estar al mando: organizarlos es casi siempre ganarlos y lo raro es lo que le sucedió a Chávez en el de 2 de diciembre de 2007, cuando los ciudadanos rechazaron su Constitución bolivariana, que incluía el levantamiento de los límites a la elección presidencial. Si aquel referéndum fue prueba de que no era una dictadura la repetición de la jugada ayer sería prueba de lo contrario: erre que erre, el poderoso rechaza límites a su poder y quiere además que sea el voto popular quien le legitime. En contra de toda esta teoría dictatorial cuenta el instinto oportunista y los reflejos demagógicos, más despiertos que los autoritarios: no creo que el eurodiputado Luis Herrero perjudicara lo más mínimo con sus declaraciones ni a Hugo Chávez ni a su consulta, pero le ofreció en bandeja una ocasión para hacerse el ofendido por un político de derechas y español: conocemos bien este truco y lo conocen bien el Rey y Zapatero. Sabía que encontraría complacencias y entusiasmos en cierta izquierda, incluso en España. Herrero ha buscado también la cornada, gratis y sin consecuencias, con la mirada en el tendido. Todos contentos, cada uno dedicado a su parroquia. Y sin embargo, sería mejor que no jugáramos con estas cosas. Siempre hay que estar abiertamente en contra de quienes acallan a quienes les llaman dictadores, aunque sólo sea por el riesgo o la probabilidad de que lo sean o lo lleguen a ser. Antes de que todo esto sucediera escribí la reseña de un libro notable sobre Chávez, que sale en el número de febrero de Cuadernos Hispanoamericanos, y voy a dar a continuación aquí en dos entregas.

El poder y el delirio. Enrique Krauze. Editorial Tusquets. Barcelona, 2008.

No es de izquierdas. Buena parte de quienes les flanquean sí lo son. Pero él no ha sido nunca propiamente de izquierdas ni lo es ahora. "No pertenece al árbol de la genealogía marxista ni socialista sino a otro árbol que no ve la historia en términos de lucha de clases sociales o de masas sino de héroes que guían al ‘pueblo' y supuestamente lo encarnan y lo redimen: el árbol del fascismo." Estas frases y la reflexión periodística que las fundamentan pertenecen a ‘El poder y el delirio', el libro donde Enrique Krauze, historiador y periodista mexicano, indaga sobre el último avatar revolucionario latinoamericano, el que encarna el peculiar bolivarismo chavista, actualmente centro de gravedad petrolera sobre el que gira la izquierda radical del continente y que ha insuflado una larga bocanada de oxígeno al agonizante régimen castrista.

Tampoco es bolivarista. Su Bolívar es una invención. "Bolivar admiraba por encima de cualquier gobierno a Estados Unidos, pero prefería expresamente el diseño británico, más conservador". Temía "la guerra de colores, la guerra étnica y su corolario, la ‘pardocracia'". Funcionaba según los esquemas del republicanismo clásico, de la ciudadanía, mientras que Chávez, según Krauze, "sólo conoce la palabra súbdito". Donde mejor se expresa su falta de virtudes republicanas es en la ausencia de límites a su poder personal. Incluso en cuestión de ideas religiosas, Bolivar es un ilustrado frente a un Chávez crístico y sacralizador de la política y de su propia persona y biografía.

Para discutir sobre ésta y muchas otras opiniones, el autor del libro ha reunido y ha hablado con lo mejor y más ilustrado de la intelectualidad venezolana e incluso del entorno intelectual de Chávez. Simón Alberto Consalvi, uno de los historiadores convocados, considera que la apropiación de Bolívar por el comandante va a tener consecuencias: "De Bolívar va a quedar muy poco después de Chávez". Irónicamente, asegura que "está haciendo un gran servicio a Venezuela. Ha puesto el país a pensar por primera vez. En segundo lugar, está destruyendo tres mitos que nos mantuvieron dormidos, indiferentes: el mito de Bolívar, el del petróleo y el del ejército".

Otro de los hilos argumentales del ensayo sitúa a Chávez como restaurador del pasado monárquico español, el régimen de la ‘real gana', enraizado en la tradición ibérica "contra la que Bolivar luchó". El monarca no reconoce más que a un ‘pueblo' donde el individuo no tiene derechos y que se halla encarnado por la multitud, las masas bolivarianas que dialogan y se identifican con el caudillo, el monarca de la tradición hispana redivivo. Germán Carrera Damas, otro historiador convocado a una de las tertulias, lo ve muy claro: "Lo que Chávez se propuso fue demoler la República. En el fondo es la restauración de una monarquía por la vía de una monarquía constitucional".

Si hay algo con lo que Chávez puede identificarse llanamente es con el golpismo militar, de larguísima tradición y enjundia latinoamericana, pero tal como asegura también otro de los interlocutores de Krauze el golpismo es de derechas por definición. No es un golpista incruento, como a veces quiere aparentar, ni mucho menos: en su golpe de 4 febrero de1992 hubo 20 muertos, de los que catorce fueron militares; pero en el de 27 de noviembre, con Chávez en la cárcel, pero utilizando su nombre y en su misma sintonía política, el nuevo golpe contra Carlos Andrés Pérez significó la pérdida de 171 vidas. Krauze da por conocida esta lección pero se adentra en la figura tutelar del golpista y que lógicamente fascina al coronel, el héroe de Carlyle, el precursor ideológico de la teoría del caudillaje fascista. Sólo en dos cosas falla y hay que reconocerlo: el héroe de Carlyle utiliza escasamente el lenguaje, pues su laconismo acompaña a su capacidad para la acción violenta. Chávez es un parlanchín y no es cruel, según se encarga Krauze de señalar acertadamente. De momento, hay que apostillar.

Su biografía de conspirador y de militar politizado ‘de izquierdas' es conocida, pero lo que hay que retener de ella es precisamente su pulsión de poder y su temprana vocación golpista, desde los 21 años propiamente. Teodoro Petkoff identifica en su lenguaje "el discurso brutal y agresivo contra el adversario, que eso sí es nazi y que proviene (no sé si lo ha leído) de Carl Schmitt". "No es fascista pero es fascistoide", asegura. Entre sus primeros ídolos están Velasco Alvarado y Torrijos, y entre sus amigos presidenciales el coronel Gadafi y el presidente de Irán Mahmud Ahmadinejad. Hay además un antisemitismo chavista que ha llevado a abandonar el país a una cuarta parte de la comunidad judía. El negacionismo del Holocausto y el recurso a los tópicos antisemitas más manidos por parte de la propaganda oficial es otro de los puntos de contacto entre el chavismo y el fascismo. Uno de los personajes inspiradores de Chávez fue Roberto Ceresole, un sociólogo argentino antisemita que consiguió una curiosa síntesis latinoamericana entre nazismo y comunismo.

A Ceresole se debe este análisis del resultado electoral de diciembre de 1998, las primeras elecciones que ganó Chávez: "La orden que emite el pueblo de Venezuela el 6 de diciembre de 1998 es clara y terminante. Una persona física y no una idea abstracta o un ‘partido' genérico fue ‘delegada' por ese pueblo para ejercer un poder...Hay entonces una orden social mayoritaria que transforma a un antiguo líder militar en un caudillo nacional". La personalización del poder es el correlato de su concepción fascistoide y es lo que le lleva a "considerar como parte integral de la historia venezolana absolutamente todo lo que le ocurre, de la dimensión que sea". Para el biógrafo de Rómulo Betancourt, Manuel Caballero, lo que Chávez adora de Castro "no es lo que hizo o dejó de hacer en Cuba, sino su permanencia de medio siglo en el poder".

Responde en todo a la figura del héroe autoritario, incluso en su imagen de político impoluto y purista, en abierta contradicción con la corrupción y el nepotismo que se extiende su alrededor. Según Consalvi, "Chávez utiliza el petróleo exactamente como lo utilizó [el dictador Juan Vicente] Gómez [1857-1935]. Gómez daba concesiones a sus amigos. (...) Por ejemplo, a su urólogo no le pagaba con dinero, le pagaba con una concesión petrolera (...) Petróleos de Venezuela es una de las áreas más secretas que hay en este momento en Venezuela, cosa que nunca había ocurrido. El vicepresidente es primo de Chávez."

(continuará)



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16 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La tragedia de Nixon, y 3

Unas últimas reflexiones. Primero acerca de la película. Este retrato fílmico favorece al personaje histórico. Es un Nixon humano, menos distante: el monstruo se nos revela cercano y menos inamistoso cuando la cámara se le acerca. Oliver Stone fue más cruel en su Nixon: los constantes feed backs hacia su infancia dura e infeliz de niño cuáquero ensombrecen todavía más aquel rostro lleno de resentimiento e incluso de odio a sí mismo que encarnó Anthony Hopkins. Si acudimos a los documentos en que se ha basado la actual película, y sobre todo a las impresiones del propio entrevistador, David Frost, vemos que fueron aquellas entrevistas inquisitoriales, de donde salió su confesión, las que le humanizaron. Nixon soñaba llegar más lejos, pensaba incluso en una imposible rehabilitación. Tenía 65 años en el momento de las entrevistas y llevaba a sus espaldas más de 30 años de vida política: ¿cómo podía conformarse con una jubilación no deseada, que le hurtaba el mayor placer de la política, esa oportunidad de ir metiendo los dedos en el pastel del poder tantas veces como sea posible? Pero sus pecados eran excesivos y el tiempo le había pasado: sólo pudo sacar una pizca de comprensión inútil por parte de los 45 millones de teleespectadores que siguieron las entrevistas, como sucedería más tarde con sus memorias.

Su juicio inmediato no fue negativo: "Duras pero limpias". Y eso a pesar de su profundo rencor contra los periodistas, o quizás precisamente porque no consideraba a Frost un periodista como los del Washington Post que le habían crucificado. Pero trece años más tarde, en un libro de memorias, aseguró que accedió a las entrevistas forzado por la necesidad de dinero para pagar a sus abogados. El retrato que nos proporcionan entre todos, el periodista David Frost, el guionista Peter Morgan y el director de cine Ron Howard, justo al filo de 2009, sirve de parangón para el presidente que cierra su época, esos más de 30 años de hegemonía conservadora, que se iniciaron con la elección de 1968, y contaron sólo con dos paréntesis, Carter y Clinton, que no cambiaron el tono ni la intensidad de las ideas conservadoras dominantes. Y en el ejercicio comparativo, el presidente que hace de broche republicano, George W. Bush, sale claramente perdiendo.

En primer lugar, porque todo lo que Nixon intentó ilegalmente, en las alcantarillas del poder, Bush quiso convertirlo en ley, norma y privilegio reconocido del presidente: ha ido mucho más lejos y el daño ha sido más devastador para el poder y la influencia de su país en el mundo. En segundo lugar, porque lo que Nixon vivió trágicamente, Bush lo ha experimentado sin conciencia alguna del mal: la conciencia es hija de la inteligencia, y de ahí que el mal con frecuencia sea más fruto de la estupidez que de una acción reflexiva. En tercer lugar, porque al contrario de Bush hijo, este antihéroe trágico, atormentado por su lado oscuro, no se fue con las manos vacías: consiguió relajar las relaciones con Rusia, con la que firmó los tratados de limitación de armas estratégicas SALT I y de armas antibalísticas ABM; rubricó la paz con Vietnam del Norte y retiró las tropas norteamericanas del país asiático; abrió las puertas del mundo a China; y, aunque situó en pésima posición a los republicanos para conservar la Casa Blanca en el siguiente período presidencial, abrió una larga etapa de hegemonía que ahora acaba de terminar con la llegada de Barack Obama. Dejó una herencia republicana que Bush ha dilapidado electoralmente.

Una diferencia final. Bush no ha reconocido ninguno de sus errores, como máximo algún desliz o alguna inconveniencia verbales. Nixon, quizás gracias a Frost, confiesa de plano sus faltas y muestra un cierto arrepentimiento. No llega tan lejos como Frost le pide pero queda a años luz de la buena conciencia de Bush y los suyos, defendiendo su disparatada presidencia hasta hoy mismo sin un ápice de sentimiento culpable. "Defraudé a mis amigos y defraudé a mi país", dice Nixon. "Defraudé a nuestro sistema de gobierno y los sueños de todos estos jóvenes que deberían estar en el Gobierno pero piensan que todo está corrompido. Defraudé al pueblo americano y tendré que llevar esta carga conmigo el resto de mi vida. Mi vida política ha terminado". Frost le había preguntado, con dura y cortés insistencia, si no había cometido acciones incorrectas, no meros errores; si no había abusado del poder como presidente; y además le había requerido para que pidiera disculpas. Nixon, aunque quiso evitar que la entrevista se convirtiera en una ceremonia de expiación, llegó muy lejos a la hora de juzgarse a sí mismo: "Sólo puedo decirle en respuesta a sus preguntas que si técnicamente no cometí un crimen, una ofensa para destituirme (impeachable),... éstos no eran más que legalismos".

Todo queda muy bien resumido en el retrato que hace Frost del personaje: "Miro a Richard Nixon y veo el rostro de la tragedia. Es un hombre inteligente, en muchas cuestiones un hombre increíblemente capaz. Piensa con claridad y habla bien. Es un hombre a quien la historia ha dado relevancia. Tiene una comprensión compleja de los asuntos mundiales, un buen tacto en el trato con los otros líderes. Habría sido un buen secretario de Estado. Quizás un gran secretario de Estado".

(Para la redacción de estas notas me ha sido de gran utilidad el libro del propio David Frost. "Frost/Nixon. Behind the Scenes of the Nixon Interviews". Harper Perennial, 2008.)



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16 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Un camino más a la derecha

 Siempre hay un camino más a la derecha. O eso parece demostrar la evolución de Israel. El tropismo dextrógiro tiene muchas explicaciones, pero la más convincente de todas es el miedo. Cuando una sociedad consigue convertir el miedo en el aire que respira es inevitable la aparición del síndrome del caracol, que va enroscándose cada vez más dentro de su cáscara hecha de nacionalismo, xenofobia e impavidez ante los sufrimientos ajenos.  

El electorado israelí se ha movido bajo la tracción de dos fuerzas: la primera y más potente, la angustia por la seguridad, ha catapultado a Nuestra Casa Israel (Yisrael Beiteinu), el partido de la limpieza étnica antiárabe; la segunda, la de la moderación política, ha colocado a Kadima como mínimo en paridad con el Likud y quizás en cabeza en votos y en diputados. Los electores han podido apostar primero en una subasta de halcones organizada alrededor del ataque a Gaza: Tzipi Livni y Ehud Barak han protagonizado la puja, aunque nadie se llamaba a engaño respecto a la mayor dureza y belicosidad de Netanyahu. Pero en los 20 días transcurridos desde la toma de posesión de Obama, momento en que se completó la retirada de la franja, hasta el día de las elecciones israelíes, tanto Kadima como el Partido Laborista se dedicaron a subastar moderación, algo que ha jugado en detrimento de Barak y de Netanyahu: para duro, Lieberman; pero para la contradictoria mezcla de dureza y moderación, mejor Kadima que los laboristas y por supuesto que Netanyahu.

La victoria del bloque nacional no admite discusión, aunque nadie puede restarle méritos a Tzipi Livni, que ha remontado las encuestas desfavorables de la entera campaña electoral. Pero los electores han votado a favor de la máxima seguridad frente a la negociación de la paz y la creación del Estado palestino, así de claro. Será difícil que el Gobierno se comprometa precisamente en el camino contrario, el que los electores no han elegido. Avigdor Lieberman dice alto y claro, y convierte en programa, lo que todo el centro derecha piensa y casi todos los israelíes a derecha e izquierda sienten en el fondo de sus corazones, salvo un escaso 10% realmente comprometido y preocupado por los palestinos.

Estos resultados electorales, perfectamente previsibles, consagran a Israel como el último reducto neocon, en un mundo que se halla en pleno viraje y se aleja de la ideología hegemónica durante los últimos ocho años de George Bush. Para este conservadurismo israelí que sale reforzado de las elecciones, tienen plena vigencia e incluso adquieren todo el sentido las ideas fundamentales que animaron la última etapa política norteamericana. Los neocons propugnaban la resolución de los problemas de seguridad y de las amenazas terroristas exclusivamente por la fuerza militar, detestaban el multilateralismo y el consenso internacional, sorteaban siempre que podían a la ONU, y se sentían especialmente confortables con la idea del destino manifiesto de Estados Unidos -una forma de providencialismo muy próxima a la de pueblo elegido-, y del excepcionalismo americano, esa peculiaridad histórica a la que muchas naciones se acogen para permitirse aventuras fuera de toda norma.

Su aproximación a la cuestión palestina no podía ser más reduccionista. La paz pasaba por la victoria en su Guerra Global contra el Terror y no daban la menor importancia a la herida que supone el éxodo y la reivindicación palestina para todo el mundo árabe y musulmán. Lo máximo que podían conceder era la desconexión tal como la imaginó Ariel Sharon, una retirada unilateral de una parte de los territorios ocupados, acompañada de la construcción de una valla de alta seguridad y del mantenimiento de numerosos puestos de control y vigilancia en territorio palestino. En estos términos cabía admitir incluso la futura creación de una entidad equivalente a un Estado para los palestinos. Pero Bush la imaginaba como resultado de una negociación bilateral y desigual entre palestinos e israelíes, en la que Estados Unidos no iba a jugar como antaño de árbitro leal ni iba a implicarse a fondo como se hizo en época de su padre y de Clinton.

Todo esto es ya parte del pasado. Por más que se critique a Obama por su simpatía hacia Israel, nada será como antes. La sumisión de Bush a Sharon y a Olmert no tendrá nuevas réplicas. Washington va a implicarse a fondo. Los documentos que se deslizan en la mesa del presidente llevan títulos como el que le ha puesto un think tank liberal: "Restaurar el equilibrio. La estrategia sobre Oriente Próximo para el nuevo presidente" (Brookings Institution). Hay un camino a la derecha, que incluye a Lieberman en el Gobierno, pero lleva una trayectoria de directa colisión con Barack Obama. Por eso sería mejor que esta vez Israel curara su síndrome del caracol y tomara el camino del centro, el de la gran coalición. Quizás será en algún momento el camino de la paz. Quizás, inch'ala.

 

(Mañana publicaré la tercera y última parte de 'La tragedia de Nixon', el texto donde comento la película 'El desafío. Frost contra Nixon')



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16 de febrero de 2009
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