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La tragedia de Nixon, y 3

Por 16 de febrero de 2009 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Lluís Bassets

Unas últimas reflexiones. Primero acerca de la película. Este retrato fílmico favorece al personaje histórico. Es un Nixon humano, menos distante: el monstruo se nos revela cercano y menos inamistoso cuando la cámara se le acerca. Oliver Stone fue más cruel en su Nixon: los constantes feed backs hacia su infancia dura e infeliz de niño cuáquero ensombrecen todavía más aquel rostro lleno de resentimiento e incluso de odio a sí mismo que encarnó Anthony Hopkins. Si acudimos a los documentos en que se ha basado la actual película, y sobre todo a las impresiones del propio entrevistador, David Frost, vemos que fueron aquellas entrevistas inquisitoriales, de donde salió su confesión, las que le humanizaron. Nixon soñaba llegar más lejos, pensaba incluso en una imposible rehabilitación. Tenía 65 años en el momento de las entrevistas y llevaba a sus espaldas más de 30 años de vida política: ¿cómo podía conformarse con una jubilación no deseada, que le hurtaba el mayor placer de la política, esa oportunidad de ir metiendo los dedos en el pastel del poder tantas veces como sea posible? Pero sus pecados eran excesivos y el tiempo le había pasado: sólo pudo sacar una pizca de comprensión inútil por parte de los 45 millones de teleespectadores que siguieron las entrevistas, como sucedería más tarde con sus memorias.

Su juicio inmediato no fue negativo: "Duras pero limpias". Y eso a pesar de su profundo rencor contra los periodistas, o quizás precisamente porque no consideraba a Frost un periodista como los del Washington Post que le habían crucificado. Pero trece años más tarde, en un libro de memorias, aseguró que accedió a las entrevistas forzado por la necesidad de dinero para pagar a sus abogados. El retrato que nos proporcionan entre todos, el periodista David Frost, el guionista Peter Morgan y el director de cine Ron Howard, justo al filo de 2009, sirve de parangón para el presidente que cierra su época, esos más de 30 años de hegemonía conservadora, que se iniciaron con la elección de 1968, y contaron sólo con dos paréntesis, Carter y Clinton, que no cambiaron el tono ni la intensidad de las ideas conservadoras dominantes. Y en el ejercicio comparativo, el presidente que hace de broche republicano, George W. Bush, sale claramente perdiendo.

En primer lugar, porque todo lo que Nixon intentó ilegalmente, en las alcantarillas del poder, Bush quiso convertirlo en ley, norma y privilegio reconocido del presidente: ha ido mucho más lejos y el daño ha sido más devastador para el poder y la influencia de su país en el mundo. En segundo lugar, porque lo que Nixon vivió trágicamente, Bush lo ha experimentado sin conciencia alguna del mal: la conciencia es hija de la inteligencia, y de ahí que el mal con frecuencia sea más fruto de la estupidez que de una acción reflexiva. En tercer lugar, porque al contrario de Bush hijo, este antihéroe trágico, atormentado por su lado oscuro, no se fue con las manos vacías: consiguió relajar las relaciones con Rusia, con la que firmó los tratados de limitación de armas estratégicas SALT I y de armas antibalísticas ABM; rubricó la paz con Vietnam del Norte y retiró las tropas norteamericanas del país asiático; abrió las puertas del mundo a China; y, aunque situó en pésima posición a los republicanos para conservar la Casa Blanca en el siguiente período presidencial, abrió una larga etapa de hegemonía que ahora acaba de terminar con la llegada de Barack Obama. Dejó una herencia republicana que Bush ha dilapidado electoralmente.

Una diferencia final. Bush no ha reconocido ninguno de sus errores, como máximo algún desliz o alguna inconveniencia verbales. Nixon, quizás gracias a Frost, confiesa de plano sus faltas y muestra un cierto arrepentimiento. No llega tan lejos como Frost le pide pero queda a años luz de la buena conciencia de Bush y los suyos, defendiendo su disparatada presidencia hasta hoy mismo sin un ápice de sentimiento culpable. "Defraudé a mis amigos y defraudé a mi país", dice Nixon. "Defraudé a nuestro sistema de gobierno y los sueños de todos estos jóvenes que deberían estar en el Gobierno pero piensan que todo está corrompido. Defraudé al pueblo americano y tendré que llevar esta carga conmigo el resto de mi vida. Mi vida política ha terminado". Frost le había preguntado, con dura y cortés insistencia, si no había cometido acciones incorrectas, no meros errores; si no había abusado del poder como presidente; y además le había requerido para que pidiera disculpas. Nixon, aunque quiso evitar que la entrevista se convirtiera en una ceremonia de expiación, llegó muy lejos a la hora de juzgarse a sí mismo: "Sólo puedo decirle en respuesta a sus preguntas que si técnicamente no cometí un crimen, una ofensa para destituirme (impeachable),… éstos no eran más que legalismos".

Todo queda muy bien resumido en el retrato que hace Frost del personaje: "Miro a Richard Nixon y veo el rostro de la tragedia. Es un hombre inteligente, en muchas cuestiones un hombre increíblemente capaz. Piensa con claridad y habla bien. Es un hombre a quien la historia ha dado relevancia. Tiene una comprensión compleja de los asuntos mundiales, un buen tacto en el trato con los otros líderes. Habría sido un buen secretario de Estado. Quizás un gran secretario de Estado".

(Para la redacción de estas notas me ha sido de gran utilidad el libro del propio David Frost. "Frost/Nixon. Behind the Scenes of the Nixon Interviews". Harper Perennial, 2008.)

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Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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