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Roja fruta del árbol fascista, y 2

Por 17 de febrero de 2009 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Lluís Bassets

El meollo de una indagación así, al final, es la cuestión del poder personal, y quizás incluso la cuestión del poder, que siempre termina siendo personal. Y Chávez es, antes que nada, un militar golpista que quiere obtener el poder y luego retenerlo tanto como puede: la muestra, el referéndum ahora convocado con el objetivo de permitir la reelección indefinida. Sumada a la liquidación de la división de poderes y al control de los medios de comunicación da como resultado el horizonte de la presidencia vitalicia y de la dictadura. No es una cuestión de ideologías, sino de concentración de poder y de su perpetuación.

"La sucesión es el momento de la verdad de un sistema político", escribía Simon Sebag Montefiori, el biógrafo de Stalin, en el International Herald Tribune de 12 de enero de 2009. La tesis de Sebag, gran especialista en el régimen soviético y en el imperio ruso, es que de los tres grandes imperios, dos no han resuelto todavía la cuestión de la sucesión en el poder. En China "es vergonzosamente previsible en su secretismo total". En Moscú es peor, pues "la inconsistencia y la falta de mecanismos de sucesión son una real amenaza al orden internacional". Chávez, siguiendo este hilo argumental, ha querido refundar su país, reinventarlo constitucionalmente y ahora no sabe qué hacer si no es irse sucediendo a sí mismo, a pesar de los fracasos que cosecha cada vez que intenta hacerlo siguiendo la regla de juego. No es capaz de plantearse su propia sucesión, ya no un relevo sometido a los azares electorales, sin imaginarse sucediéndose perpetuamente a sí mismo. Y alrededor de este problema se organiza el debate y las crisis políticas.

Este reportaje ideológico de Krause viene al pelo para el momento que vive Latinoamérica, donde el vacío político que ha producido la presidencia neocon de George Bush ha dado enormes márgenes de actuación precisamente a esta ‘izquierda’ tan peculiar que lidera Hugo Chávez con su petróleo. No está claro que esto siga sucediendo a partir de ahora, con Barack Obama en la Casa Blanca (y con la caída del precio del petróleo). La llegada de un afro americano a la máxima magistratura norteamericana es el equivalente, salvando todas las distancias, a la entronización presidencial de dirigentes políticos indigenistas en varias republicas latinoamericanas. La diferencia es que Obama ha podido alcanzar la presidencia precisamente porque se ha desprendido del ‘nacionalismo’ afro americano, equivalente del indigenismo, para la adopción de una actitud pos racial y de síntesis, que lo convierte en el presidente de todos los norteamericanos. Un presidente de estas características es sin embargo el que mejor y con mayor exigencia puede dirigirse a los presidentes indigenistas.

Las ideas de Obama respecto al papel internacional de su país, desarrolladas ampliamente en su libro ‘La audacia de esperar’, son profundamente autocríticas, tanto respecto a la política gubernamental como a las ideas progresistas de los años 70 y 80: "No entiendo, por ejemplo, por qué los progresistas debían estar menos concernidos por la opresión detrás del Telón de Acero que por la brutalidad en Chile". Observa el error de contemplar todo "bajo la lente de la Guerra fría", algo que la izquierda latinoamericana y los españoles antifranquistas conocieron y sufrieron muy directamente. "Durante décadas toleramos e incluso ayudamos a ladrones como Mobutu, delincuentes como Noriega, en la medida en que se oponían al comunismo". A veces, se llegó más lejos, "como derribar líderes elegidos democráticamente como en Irán", asegura refiriéndose al golpe contra Mossadegh.

Su autocrítica alcanza al meollo de la cuestión que preocupa como mínimo a una parte del indigenismo: "El destino manifiesto (de Estados Unidos) significa la conquista sangrienta y violenta de las tribus americanas desplazadas de forma forzosa de sus tierras y del ejército mexicano defendiendo su territorio. Una conquista que como la esclavitud contradice los principios fundacionales de Estados Unidos y tiende a ser justificada en términos explícitamente racistas, una conquista que la mitología americana ha tenido siempre dificultad en absorber totalmente pero que otros países reconocen por lo que fue: un ejercicio de la fuerza bruta". Obama querrá, además, dialogar con Cuba, aligerar el bloqueo, y limar los aspectos de la política americana que mejor le funcionan a Chávez en su populismo antiyanqui.

Krauze utiliza munición de gran calibre intelectual para buena parte de sus digresiones. Jorge Luis Borges para el héroe de Carlyle y Octavio Paz para su reflexión sobre la democracia. Las citas de Paz son altamente significativas, porque enlazan directamente con el reto que significa Obama para Latinoamérica. Paz considera que EE UU ha sido el aliado de los enemigos de la democracia, una de las cuestiones, como se ha visto, que Obama quiere cambiar. El poeta y pensador mexicano, maestro además de Krauze, propugnó en 1989, con la caída del Muro de Berlín, "la reconciliación de las dos grandes tradiciones políticas de la modernidad, el liberalismo y el socialismo. Es el tema de nuestro tiempo".

La figura que Krauze opone a la de Chávez es la de Rómulo Betancourt (1908-1981), coincidiendo precisamente con su centenario. Betancourt, que ejerció la presidencia en dos coasiones (1945-48 y 1959-64) metió al ejército en cintura, fundó un partido "leninista pero no marxista" y se planteó la obtención de una ‘democracia decente’. Fue el primer político venezolano que pasó el poder al siguiente presidente electo. Su aparición en el teatro de sombras histórico de la mano de Krauze es una contrafigura de la revolución cubana y del Che, el emblema político que llevó a la muerte y al fracaso a millares de jóvenes latinoamericanos, en los mismos días en que la izquierda del subcontinente, según el ensayista, se avanzaba incluso a la europea en su esfuerzo autocrítico y en la capacidad de renovación que significó el eurocomunismo. La reflexión de Krauze está totalmente alejada de la ola de fondo neoconservadora, ahora ya en fase de resaca, y reivindica, muy al contrario, la herencia de mayo de 1968, la época de los movimientos estudiantiles que fueron "nuestras escuelas de libertad".

Leer, charlar, escribir. Esto es lo que hace el periodista tras colocar el foco de su mirada sobre el objeto de su atención. En este caso, después de sus dos viajes a Venezuela en momentos calientes de esta historia reciente. El calibre del resultado puede variar, pero el método es certero, antiguo y actual; ha servido en la gran época de la prensa impresa que ahora termina pero va a seguir sirviendo en la época en que nos adentramos. El periodismo seguirá existiendo aunque el medio de su expresión cambie. El libro de Enrique Krauze es un reportaje sobre la Venezuela de Hugo Chávez, una indagación sobre las ideas o reportaje ideológico, también historia del presente, por supuesto, o sencillamente periodismo del bueno, comprometido, del que necesitamos todos y del que necesita América Latina.

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Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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