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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El regreso de De Gaulle

La sombra del general es alargada, muy alargada. Fundó la V República y dejó un camino tan trillado que incluso quienes parecen estar deshaciéndolo terminan completándolo y adaptándolo a los nuevos tiempos. Aquel militar alto y desgarbado, que consiguió situar a Francia entre los vencedores de la II Guerra Mundial, ha seguido reencarnándose en todos y cada uno de los presidentes que le han sucedido; incluso en el hiperactivo y pequeño seductor, de declaradas simpatías con EE UU, que es Nicolas Sarkozy. Lo más visible y espectacular del gesto de 1966 fue el desmantelamiento de las bases norteamericanas en Francia y el traslado del cuartel general de la OTAN desde París a Bruselas. Francia ganaba margen de maniobra y recuperaba soberanía, sin abandonar el bando occidental en la Guerra Fría, pero a costa de suscitar dolorosos sarcasmos por parte de EE UU. El secretario de Estado, Dean Rusk, respondió a la decisión con una pregunta que ha seguido resonando hasta 2003, con ocasión de cada crisis transatlántica: ¿también quieren que nos llevemos a nuestros soldados enterrados en los cementerios de Normandía?

De Gaulle no quería alejarse de su posición de aliado de EE UU, conquistada con enorme dificultad con un micrófono y mucho voluntarismo en Londres durante la Guerra Mundial. Para el viejo general abandonar la estructura militar de la OTAN y echar a las tropas y bases norteamericanas era la mera continuación de su difícil tarea londinense, cuando se inventó como jefe de la Francia Libre, un paso que se deducía necesariamente de su pretensión de mantener una silla entre los grandes en el puesto de mando del mundo occidental, y que tenía dos correlatos de poder todavía más efectivos, en su derecho de veto como miembro permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU y en su force de frappe, el arma nuclear. El vértice de esta construcción era la presidencia francesa bajo la V República, figura soberana que hace de interlocutor de la presidencia norteamericana y posee la clave del maletín nuclear.

Muchos echaran en cara ahora al biznieto político de De Gaulle, a Sarkozy, por dilapidar la herencia y ceder de nuevo soberanía a la superpotencia tutelar. El teatro de sombras de la política necesita siempre de los tópicos y de los personajes estereotipados, por lo que el guión exige que el izquierdista antiamericano y el gaullista puro aparezcan gesticulando y vociferando contra la pérdida de la independencia y la traición al general. Pero la realidad demuestra que no hay para tanto. Los móviles de Sarkozy son perfectamente racionales: quiere ganar con este movimiento un mayor protagonismo en la construcción de la defensa europea y a la vez reforzar la posición negociadora de Francia en la escena internacional. Sobre todo de cara a la renovación del Tratado de No Proliferación nuclear, en 2010, donde aparecerá como potencia nuclear perfectamente leal a Washington pero decidida a jugar su papel en la negociación multilateral. Como hizo De Gaulle en numerosas ocasiones, su objetivo es convertir su debilidad en una fortaleza.

La venta de la decisión, iniciada prácticamente con su campaña electoral, está muy trabada. De creer a pie juntillas lo que dice el Libro Blanco sobre Defensa de 2008, encargado por Sarkozy, apenas tiene trascendencia. Francia se reintegrará en los dos únicos comités de los que estaba ausente hasta ahora: el de Planes de Defensa y el Grupo de Planes Nucleares. El primero es un órgano de debate fundamentalmente estratégico sin incidencia en las decisiones; y el segundo tiene funciones fundamentalmente de consulta e información, por lo que además la independencia del arma nuclear francesa no se verá afectada por la integración: la bomba (la bombinette, dicen los franceses humorísticamente) seguirá en manos exclusivas del presidente, tal como quiso De Gaulle y ningún presidente después ha querido corregir. No se someterá ni a la doble llave, que es el sistema británico de práctica supeditación a Washington, ni mucho menos, tal como se llegó a especular justo después de la caída del Muro de Berlín, se propondrá que disponga de ella algún día la UE. Uno de los mayores atractivos de esta decisión, sobre todo para los militares franceses, lo ofrecen los nuevos puestos que deberá ocupar Francia en el nuevo esquema, que pasará de un centenar y medio a cerca de 800 y que deberán ceder los otros aliados, especialmente Alemania y Reino Unido.

El Libro Blanco reivindica sin rebozo los objetivos perseguidos por De Gaulle en 1966 para justificar las decisiones actuales. La retirada de Francia "tenía por objetivo 'devolver a los ejércitos el carácter plenamente nacional' y evitar toda subordinación de nuestras fuerzas a una autoridad extranjera, así como toda presencia militar extranjera en nuestro territorio [rueda de prensa de De Gaulle en octubre de 1966]". Pues bien, "estos principios fundamentales permanecen, pero las transformaciones del entorno internacional, la evolución de la Alianza Atlántica y el compromiso de Francia en nuevas misiones de la Alianza, nos invitan a revisar la traducción cuarenta años más tarde". No es Francia, sino De Gaulle, quien regresa a la OTAN.



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12 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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En crisis: las ideologías

Basta ya de vacilaciones. La ecuación funciona perfectamente y no hay que darle más vueltas: la crisis de la izquierda es a la caída del Muro de Berlín (20 años ya) lo que la crisis de la derecha es a la caída de Lehman Brothers, y a lo que te rondaré morena que todavía no hemos visto. Lo dice incluso una de las sagradas biblias del capitalismo globalizado como el FT, que acaba de abrir una rúbrica llena de interrogantes sobre el futuro del capitalismo. Martin Wolf se estrena con un soberbio análisis en el que reseña lo que escribió en 2007 (19 de junio): el nuevo capitalismo no había todavía pasado sus pruebas. "El examen ha llegado: suspenso. La era de la liberalización financiera ha terminado. A diferencia de los años 30, no existe ninguna alternativa creíble a la economía de mercado y los hábitos de la cooperación internacional son profundos".

En Europa somos capaces de andar siempre con el paso cambiado. La izquierda es tan conservadora y la derecha tan rara como para que una vez más seamos incapaces de sintonizar con la otra orilla (lo intenta Brown, aunque de capa caída). La tentación populista es fuerte, como revelan el sarkozysmo y todavía más el berlusconismo. Quizás la más fuerte, siguiendo un lejano reflejo de la Gran Recesión del siglo pasado. Donde las cosas están en orden, en cambio, es en Estados Unidos: los republicanos se sienten como rebaño sin pastor (un 68 por ciento confiesa que no tienen líder); su propio Gobierno tuvo la oportunidad de liquidar lo que quedaba de sus recetas ideológicas y lo hizo (tiene razón Obama: la primera gran intervención 'socialista' fue obra de Bush, con el objetivo no alcanzado de salvar la banca financiera; ¿de qué se van a quejar ahora?); y la única alternativa a los planes de impulsar una nueva economía verde y tecnológica la ofrece el radiofonista Rush Limbaugh, el Federico de las grandes praderas: rechazo total a la subida de los impuestos, rechazo tajante a la intervención del Estado.

Quienes lo tienen muy claro son nuestros amigos de Beijing. Sus ahorros siguen afluyendo hacia Estados Unidos vía bonos federales, con resultados interesantes para Obama: tiene líquido para emprender sus numerosos proyectos de cambio de modelo económico y no se le cae por los suelos la cotización del dólar. No es extraño que los chinos reivindiquen sus habilidades e incluso su ideología frente al desprestigiado liberalismo capitalista y su democracia representativa. La división de poderes o la alternancia les parecen cosas extrañas y perjudiciales para su exitosa fórmula de pluralismo dirigido por el Partido Comunista (también entre nosotros hay alérgicos a lo primero, en Madrid, y a lo segundo, en Bilbao; pero en ningún caso con tanto descaro ni sobre todo con resultados tan eficaces a la hora de poner en práctica las propias ideas).



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12 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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En crisis: problemas de visión

Si no sabemos qué es esta crisis menos vamos saber cómo salir de ella. Sabemos ya lo que no es: no es una cualquiera, como las que habíamos conocido. Ni paréntesis ni mero accidente de recorrido. Al contrario: viene fuerte y cargada. Nada de ajuste suave, ni curva en forma de V, con una rápida caída y una recuperación igual de rápida. La forma de medirla es el patrón de todas las crisis hasta ahora utilizado: la del 29, con forma de L de base sin longitud previsible. En realidad, la palabra crisis ya se ha quedado corta: Jeff Jervis, uno de los blogueros más agudos y atentos a las mutaciones tecnológicas y sociales, cree incluso que depresión y recesión tampoco se acomodan a lo que estamos viviendo; propone otra forma de ver el cambio colosal en el que estamos metidos: es una gran reestructuración o una gran compresión de las dimensiones de nuestra economía. Algo así es lo que sucedió entre 1929 y el final de la Segunda Guerra Mundial: fue la desaparición de un mundo y la aparición de otro nuevo.

Pero tiene peligro utilizar el crash del 29 y la Gran Recesión de los años 30 como metro de platino iridiado para saber si la de nuestro siglo es más grande, y tiene peligro también por el lado de las recetas para salir de ella. Por el lado de los efectos poco sabemos todavía de la dimensión, aunque sí sabemos ya que es totalmente distinta. Global, omnipresente, con efectos de contracción sobre todo el planeta. No hemos visto todavía colas delante de los bancos, revueltas del hambre o campamentos de pobres en los países llamados occidentales. Pero lo importante, probablemente, es lo que no se puede ver ahora: los efectos invisibles de la crisis en las zonas del planeta que no iluminan los focos de los medios de comunicación: la China rural, la Rusia provinciana y suburbial desasistida, la Europa del Este más profunda, los agujeros negros africanos de pobreza y hambre pandémicas. O lo que no se puede ver porque todavía no ha ocurrido: aquí mismo quizás. La velocidad de destrucción de puestos de trabajo en algunos sectores da que pensar sobre el inmediato futuro que nos espera.

Estamos probablemente en un soberbio reajuste del entero modelo económico, que comportará la desaparición de millares de puestos de trabajo para siempre en algunos ramos que ya nunca volverán a ser como han sido hasta hace muy poco tiempo. Parte del reajuste no es exactamente económico, sino medioambiental: ahora vamos a acercarnos al cumplimiento de los compromisos de limitación de emisiones, pero no por ganas, sino por obligación: porque las factorías y las máquinas que emiten gases a la atmósfera han bajado drásticamente su nivel de producción. Jarvis hace el recuento de lo que está sucediendo en Estados Unidos, donde se están produciendo despidos en masa en manufactura, servicios financieros y comercio. Según el New York Times, son casi cuatro millones y medio los puestos de trabajo perdidos en lo que va de crisis, la mitad de los cuales desde el 15 de septiembre, el día en que un agujero negro chupó la entera banca financiera de Wall Street.

No creo que nadie pueda ver otra vez los bosques de grúas que crecieron en las grandes ciudades, principalmente en Madrid, y en toda la costa mediterránea. Vamos a ver qué sucede con las fantásticas redes de bancos y cajas que hay en España. Habrá que ver asimismo en qué queda la industria del automóvil que da tanto trabajo en nuestro país. Sobre la prensa ya he contado cuáles son mis percepciones: aunque los diarios serán los que más sufran habrá que ver cómo repercute la caída de la publicidad, que puede continuar e intensificarse sobre los otros medios, principalmente la televisión.

La mejor forma de combatirla será probablemente ayudar a pasar el trago de la forma más veloz posible, es decir, invirtiendo el dinero anticrisis en construir la economía que viene, en vez de salvar los despojos de la economía del pasado. En Estados Unidos las prioridades están en la energía (producción de renovables y consumo más racional y eficaz), el sistema de salud y la educación. ¿Cuáles son nuestras prioridades? Me temo que en este capítulo seguimos teniendo todos, Gobierno y oposición, España y Europa, Estado y comunidades autónomas, un grave problema de visión. Pero luego, también otro grave problema, derivado del primero, de escasa voluntad política: ojos que no ven corazón que no siente. Si no sabemos ver lo que nos está pasando, menos sabremos cómo salir del mal paso en que nos estamos metiendo.



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9 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Federico, en la América profunda

Por una vez aquí nos hemos adelantado. Conocemos muy bien esa endiablada ecuación política: un partido que abandona el Gobierno porque ha perdido las elecciones; en su vértice crece la mayor confusión, fruto de la indefinición y de las peleas por el liderazgo; fallan las ideas y las propuestas, agostadas y desmentidas en la calle; y llega entonces la alternativa desde los arrabales del partido, en los medios de comunicación donde la política se convierte con frecuencia en espectáculo. Esta semana la derecha norteamericana se ha dado cuenta de que su auténtico líder es un radiopredicador, algo que ha sido acogido con enorme regocijo en la Casa Blanca.

Esta extraña epifanía no es nueva y ya se produjo durante la presidencia de Bill Clinton. Ahora con Obama, ha vuelto a manifestarse en la Conferencia de Acción Política Conservadora, una reunión anual de los grupos derechistas, que permite tomar la temperatura y observar quiénes son los líderes con mejor cartel entre los militantes. Mitt Romney, ex candidato presidencial derrotado pro McCain en las primarias, obtuvo el mayor apoyo entre los congresistas como líder republicano; pero el personaje de este año ha sido Rush Limbaugh, el radiofonista más famoso y con mayor audiencia de Estados Unidos, que enciende a diario su audiencia de 20 millones de personas con sus discursos radicales y no deja de fustigar a los suyos por moderados y a los demócratas por comportarse como los europeos, hasta convertir a Estados Unidos en un país socialista.

Desde su programa diario, que escuchan taxistas y camioneros y triunfa sobre todo en la América profunda, este antiguo disc-jockey ha sido el guía ideológico de la derecha durante la presidencia de Clinton, durante la presidencia de Bush y ahora, con Obama, ha saltado un peldaño más y se ha convertido prácticamente en la única enmienda a la totalidad a la acción del nuevo Gobierno demócrata. Todavía nadie entre los republicanos se atreve a criticar abiertamente los esfuerzos de Obama por levantar la economía o la perspectiva de aumento del déficit y de los impuestos para los más ricos. Limbaugh sí: él es el único imperturbable ante los cambios, y sigue considerando que toda intervención del Estado es mala y todo impuesto un robo. Se debe a su nutrida y fervorosa parroquia, y a los pingües beneficios que obtiene, y no a las necesidades de su país ni mucho menos a las del Partido Republicano. Se entiende que le importe un pepino la recuperación del poder, si donde mejor se encuentra es jugando a la contra.

Limbaugh hizo en la Conferencia conservadora un discurso de 85 minutos, acogido con delirio por los congresistas, en el que demostró todo su variado registro de histrión de las ondas. Expresó su deseo bien claro de que Obama fracase, aun a costa del sufrimiento de los norteamericanos. Cuanto peor vayan las cosas, mejor. El nuevo presidente del Comité Nacional Republicano, Michel Steele, también afro americano, primero le criticó y calificó su discurso de ‘horrible' e ‘incendiario', pero luego no tuvo más remedio que pedirle excusas. ¿No les recuerda nada esta relación de dependencia de los dirigentes políticos respecto a los periodistas?

Los candidatos republicanos a la presidencia y la vicepresidencia, John McCain y Sarah Palin, han quedado prácticamente olvidados. El gobernador de Louisiana, Boby Jindall, un hombre joven, de origen indio, también ultraconservador, considerado como la gran promesa republicana, pinchó de forma quizás irremediable en su discurso de respuesta al Estado de la Unión de Obama el 24 de febrero. A la vista de tanto desastre, ha vuelto a aparecer nada menos que Newt Gingrich, que lideró a los republicanos en el Congreso contra Clinton en los años 90 con enorme éxito. Rahm Emmanuel, el jefe de gabinete de Obama, ha reconocido el liderazgo de Limbaugh con el mismo ímpetu con que le aplaudían sus partidarios en la reunión conservadora del pasado fin de semana: "es la voz, la energía y la fuerza intelectual que hay detrás del Partido Republicano".

Federico Jiménez Losantos ha aprendido mucho de los programas radiofónicos norteamericanos, y sobre todo de Rush Limbaugh; pero hay que reconocer, a la vista de lo que está pasando en Estados Unidos, que los nuestros, Federico y su socio Pedrojota, han sido unos auténticos adelantados, unos excelentes discípulos que igualaron en sabiduría y buen hacer al maestro hace ya tiempo.



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6 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Max Weber en la Casa Blanca

Ningún gobernante puede eludir la disonancia entre la ética de la responsabilidad y la ética de la convicción estudiada por Max Weber hace casi un siglo en su conferencia La política como profesión. Como Barack Obama no iba a ser una excepción, no han bastado ni siquiera cien días para que empezaran a apuntar algunas minúsculas señales oscuras, todavía pequeñas motas de polvo, sobre su radiante imagen. El nuevo presidente dio pasos contundentes, solo llegar a la Casa Blanca, con sendos decretos presidenciales en los que se prohíbe la tortura y se programa el cierre de la base de Guantánamo para 2010. Su compromiso con esta política de respeto y promoción de los derechos humanos ha tenido un sonoro reflejo en dos de sus grandes discursos, en la toma de posesión y en su primera alocución ante las dos cámaras reunidas, que se sintetiza en su idea de hacer compatibles la seguridad nacional y la defensa de los valores democráticos.

Todas las exigencias que se le presentan se podrían resumir en cuatro: predicar con el ejemplo; reincorporarse a la comunidad internacional en la firma y cumplimiento de tratados y convenciones sobre derechos humanos; reformular y ajustar una política exterior acorde en su actitud rigurosa ante los incumplimientos de los países socios; e investigar y depurar razonablemente las responsabilidades respecto a los desmanes perpetrados durante la presidencia de George W. Bush. En los cuatro puntos todo está en mantillas, o lo que es aún peor, empiezan a producirse titubeos o muestras de criterio escaso.

No es un buen comienzo que Hillary Clinton, en su primera salida al exterior, declare las relaciones con China exentas de toda exigencia en este capítulo. La orden de detención contra el jefe de Estado sudanés, Omar al Bashir, viene a recordar a su vez alguna de las cuentas pendientes a liquidar con urgencia: Estados Unidos, que firmó con Bill Clinton el estatuto de creación de la Corte, no quiso luego ratificarlo, ya con Bush, y legisló en su contra, prohibiendo colaborar con ella y protegiendo a sus ciudadanos de sus acciones; aunque toda esta acción unilateralista no le impidió a Bush estar a favor de que Al Bashir fuera acusado de genocidio. Pero es evidente que Obama no podrá plantear a medio plazo una política exigente respecto a la situación de los derechos humanos en las dictaduras o democracias soberanas amigas si antes no ha dejado limpio y en orden el patio interior y a la vez se ha incorporado al grupo de países más cumplidores.

Y ahí es donde están llegando noticias inquietantes. Un alto cargo del Departamento de Justicia, Neal Katyal, ha sugerido a la Casa Blanca la creación de un tribunal de seguridad nacional que permita la detención preventiva por tiempo indefinido y sin juicio de determinados sospechosos de terrorismo. Detrás de estas ideas se halla la resolución del problema que plantea el cierre de Guantánamo, donde hay un grupo de terroristas que podrían quedar en libertad si el Gobierno se limitara a llevar a los presos ante un tribunal ordinario.

En tres de las sesiones congresuales de confirmación de sendos nombramientos presidenciales se han escuchado expresiones preocupantes respecto al escrupuloso respeto a los derechos humanos prometido por Obama en su campaña. Se trata de Elena Kagan, la procuradora general del Estado, que actúa en nombre del Gobierno ante el Tribunal Supremo; el fiscal general, Eric Holder; y el director de la CIA, Leon Panetta. La aplicación del código militar a los terroristas, de nuevo el concepto de tortura y las autorizaciones excepcionales a los servicios secretos para detenciones o secuestros ilegales son los puntos que no han quedado suficientemente aclarados y descartados en estas comparecencias.

Tampoco está claro que la nueva Administración dé vía libre a la exigencia de responsabilidades por las acciones ilegales realizadas desde la anterior Casa Blanca en la lucha antiterrorista. La CIA acaba de reconocer que autorizó la destrucción de 92 vídeos de interrogatorios, presumiblemente con uso de torturas, con una finalidad fácilmente reconocible de obstaculizar la investigación. El Departamento de Justicia ha levantado el secreto sobre nueve de los famosos memos de los consejeros legales de Bush que cubrían las acciones ilegales del Gobierno con sus opiniones jurídicas. Pero falta por desvelar todavía el contenido de otros 35 documentos secretos.

La responsabilidad de Obama es salvaguardar la seguridad de sus conciudadanos y defender sus intereses en el mundo. Cuanto más se aleje esta responsabilidad de sus convicciones, peor le irán las cosas. La razón es sencilla: Obama ha hecho de la transparencia política un instrumento y a la vez un objetivo; una convicción o valor dentro de su concepto de la sociedad democrática. De ahí que será la propia transparencia del sistema que está construyendo la que pondrá en evidencia sus fallos, sean sólo motas de polvo como ahora o se conviertan en horribles lamparones como los que rompieron la imagen de su antecesor.



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5 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Israel, bajo la lupa

Con Aluf Benn, en la Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense, invitados por la Casa Sefarad-Israel. Tenemos que hablar sobre las disonancias entre las opiniones públicas israelí y española respecto al conflicto de Oriente Próximo, tema que se las trae. Significa hincar el diente justo en el meollo. Mi colega, que ha sido corresponsal diplomático de Haaretz y ahora es editorialista y columnista centra el tema de formas fulminante y fría: el problema es el uso de la fuerza. Todo en Israel, la gente, la calle, la cultura, la economía, están muy cerca de Europa y América, menos en esta cuestión que nos separa y nos seguirá separando de forma irremediable.

Junto a conceptos y análisis generales, el periodista de Haaretz nos aporta detalles muy interesantes de la actualidad de estos días, en que muchas cosas se están moviendo en la escena internacional. Durante la mesa redonda tomo algunas notas, de las que ofrezco el resumen de lo que me parece más interesante. Por supuesto, la responsabilidad de todo lo que aquí se escribe me pertenece.

Hablamos, naturalmente, del resultado de las elecciones israelíes, el viaje de Hilary Clinton en la zona y los primeros movimientos de Obama en política exterior. Los israelíes estaban intuitivamente con McCain y no con Obama. McCain es como Sharon o Rabin, en todo, incluso en las canas y en su aspecto físico. Los israelíes se lo imaginan dando la orden de atacar a Irán para frenar su programa nuclear, cosa que ni sueñan con Obama. Hay dos fantasías igualmente irreales, la de la derecha que veía a McCain continuando la política de Bush y la de la izquierda que ve a Obama comprometido a fondo en una iniciativa de paz. Por el momento el presidente norteamericano deberá dedicarse a intentar salir de la crisis económica y será difícil que Oriente Próximo suba a lo alto de su agenda.

Las dificultades con que tropieza ahora mismo Israel son cinco. La primera la falta de liderazgo (nadie tiene la talla de Sharon para una acción de la envergadura de la desconexión de Gaza o la creación de Kadima). La segunda, su sistema electoral imposible, que hace el país ingobernable. El tercero, la recesión, que llega más despacio y más débil pero se irá notando cada vez más. El cuarto, Irán con su plan nuclear, que para Netanyahu constituye una ‘amenaza existencial' e implica para el político del Likud el horizonte de un ‘segundo Holocausto'. Y el quinto, Obama, que se verá obligado a echar una mano a los palestinos.

Respecto al nuevo presidente, cabe esperar dos actuaciones: una para cumplir con las expectativas respecto a los palestinos, consistentes en presionar contra la extensión de los asentamientos ilegales en Cisjordania, soltar un buen número de presos y facilitarles la vida mediante el levantamiento de controles y barreras; y otra de contenido más estratégico, consistente en abrir un frente de negociación con Siria. La neutralización de este país que controla Líbano, tiene influencia en Hezbolá y Hamas y es un aliado de Irán, aliviaría enormemente la tensión y contribuiría a aislar al régimen de los ayatolas. El Golán además no tiene significado emocional para los israelíes, aunque hay que anotar que siempre han fracasado los intentos de negociar su devolución.

Netanyahu es un personaje peculiar, detestado por los extremos: en la derecha, por su oportunismo; en la izquierda, por halcón. Habla mucho pero hace poco. Olmert ha tomado tres iniciativas militares. Dos guerras, en Líbano y Gaza, y un ataque aéreo a una instalación nuclear siria. Bibi ni una, y además no se lleva muy bien con los militares. Su obsesión y su programa se llaman Irán, y trabajará para que Estados Unidos termine con el peligro nuclear, como sea. Está de acuerdo con la negociación directa, siempre que tenga plazos marcados.

El gobierno de derecha dura con Netanyahu y Lieberman plantea un problema muy serio, que supera el obstáculo relativo que pudiera significar Obama: el Likud no quiere oír ni hablar de Estado palestino; Nuestra Casa Israel sí, pero todavía es peor, porque exige para ello una nítida separación étnica, que significaría la expulsión de los árabes israelíes que no juren lealtad al Estado de Israel. Pero frente a la resistencia de la dura derecha isarelí, nunca como ahora está asentada la idea de dos estados, uno palestino y otro israelí, viviendo en paz y seguridad uno junto a otro. Es la última y una de las pocas ideas sensatas de Bush, que intentó lanzar en Annapolis y que el próximo gobierno israelí quiere descartar tajantemente.



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5 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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No es tiempo de recriminaciones

Muy bien. Quizás lleva razón. Tanta es la tarea que tenemos delante y tantos los obstáculos a levantar, que sería mejor dejar las recriminaciones para otro momento. ¿Es posible? El conflicto secular en estas tierras esta hecho de recriminaciones. Nada se hace o se dice que no sean recriminaciones. Muchas de ellas además muy precisas y ajustadas a la realidad, no producto de la fantasía de los encarnizados enemigos que no cejan de hostigarse desde hace decenios.

Si queremos hacer la lista es muy difícil empezar y todavía más terminarla, porque es inacabable. Al Gobierno israelí hay que recriminarle que mantenga bloqueados al millón y medio de palestinos de la franja de Gaza, sometidos a un castigo colectivo sin parangón en el mundo de hoy, racionados en el suministro de alimentos y productos de primera necesidad, en la actividad económica y en los movimientos, todo después de que una apisonadora bélica dejara una estela de destrucción y de muerte inenarrable (más de 1.300 palestinos, la mitad civiles, frente a 14 israelíes, tres de los cuales civiles). Hace apenas cinco semanas.

Pasemos la pelota al otro lado de la red. Los cohetes qassam de fabricación artesana siguen cayendo sobre territorio israelí, con intenciones inequívocas: herir y matar si es posible (ayer caýó otro en Askhelon). Lo han hecho en algunas ocasiones, suficientes como para aterrorizar a la población civil; desde 2001, cuando empezaron a lanzarse han muerto casi una treinta de ciudadanos israelíes y centenares han sido heridos de distinta gravedad.

Regresemos al otro lado. En paz o en guerra, con Gobierno formado o en etapa de formación de Gobierno como ahora, Israel no ha dejado nunca de fomentar la política de construcción de nuevos asentamientos ilegales en territorio palestino o de ampliación de los ya existentes. Ayer mismo se conoció por el movimiento pacifista israelí Peace Now que se está preparando la construcción de 73.000 viviendas nuevas en Cisjordania. Cabe entender que ahora no sea el momento para recriminaciones respecto al pasado, pero si tampoco las hay respecto al futuro, esta bola gravitará de forma decisiva sobre cualquier proceso que quiera regresar al camino de la paz.

Veamos cómo cae del otro lado. Si los asentamientos son una amenaza para una Palestina viable, pues han ido agujereando como carcoma el territorio en preparación de una posición negociadora de máxima ventaja; Israel percibe como una amenaza ya no territorial sino existencial la potencia regional en que se ha convertido Irán, con su proyecto de industria nuclear capaz de proporcionarle el arma atómica. Este proyecto entra en resonancia con el verbalismo antisemita que sigue calando profundamente en el vecindario árabe y musulmán, donde no se distingue entre judío, israelí y sionista, y con frecuencia todo se envuelve finalmente en una retórica de inconfundible tradición hitleriana.

Podríamos seguir, pero dejémoslo aquí: no es tiempo de recriminaciones. Esta frase la ha pronunciado Hillary Clinton al empezar esta semana su primer viaje internacional a Europa y Oriente Próximo. Su primer desplazamiento internacional fue la pasada semana a Asia (Japón, Indonesia, Corea y China), donde fue noticia porque quedó claro también que habría pocas recriminaciones respecto a los derechos humanos y se ganó los primeros reproches. Veremos cómo le va este otro viaje, en el que debe reactivar el proceso de paz entre israelíes y palestinos (Sharm el Sheik, Jerusalén y Ramala), hincar el diente por primera vez a la agenda transatlántica (Bruselas), ver cómo andan las cosas con Rusia (en Ginebra con el ministro de Exteriores, Sergei Lavrov), para terminar una jornada con el socio cada vez más crucial que es Turquía. Por tanto, estamos en una semana importante para la política exterior norteamericana y también para la europea, en la que veremos de nuevo en acción a esta mujer que bregó por la presidencia y se encuentra ahora con un mapamundi enrevesado y conflictivo que le permitirá demostrar su talento. O no.



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3 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Fecha para salir de Irak

La decisión, finalmente, ha llegado. Seis años después de la invasión de Irak, el nuevo presidente de Estados Unidos ha podido anunciar el calendario que va a poner fin a la ocupación. Obama ha tenido que optar entre tres propuestas de retirada de Irak, que oscilaba entre los 16 meses prometidos en su campaña y los 23 que le pedían los jefes militares sobre el terreno, con una intermedia de 19. ¿Puede extrañarle a alguien que este gobernante moderado y prudente haya elegido la intermedia? También ha decidido que mantendrá a 50.000 hombres para tareas de entrenamiento, formación y asesoramiento del ejército iraquí hasta finales de 2011. Esto significa que la ocupación propiamente dicha terminará el 31 de agosto de 2010 y el último soldado norteamericano se irá de Irak el último día de 2011: ¿a quién puede parecerle mal un plan de repliegue tan pautado y claro? Hay que tener en cuenta que la base de todo esto es el Sofa (Status of Force Agreement), firmado precisamente por George W. Bush, y negociado a cara de perro con el Gobierno de Al Maliki, en el que no se contempla el mantenimiento de bases norteamericanas en Irak.

Obama está recibiendo críticas desde la derecha y desde la izquierda: unos porque se retira, pero hay que recordarles que fue Bush quien tiró la toalla y acordó la salida con el Gobierno iraquí, aunque sin plazos claros; otros porque no se retira con suficiente rapidez, pero hay que recordarles a éstos que el calendario ahora anunciado conduce a la plena responsabilización iraquí de la seguridad interior y de la defensa exterior. Otra cosa distinta, no contemplada todavía en ninguno de los acuerdos bilaterales ni ahora en discusión, es que en un futuro un Gobierno iraquí decida ceder o compartir bases con Estados Unidos, con Obama o con otro presidente, al estilo de lo que sucede en otros países, notablemente en Europa, o en la misma España. Pero lo que está ya claro de antemano, tanto por parte de Obama como antes por parte de Bush, es que los planes de Washington no pasan por reproducir el esquema que ha funcionado con las ocupaciones de Alemania, Corea o Japón, con mantenimiento de bases durante un tiempo indeterminado.

Siendo claro y limpio el plan y el calendario de aplicación, no lo son tanto los resultados. La pacificación de Irak es muy relativa y hasta ahora se ha hecho a costa de dar primero el Gobierno a la mayoría chiíta, en detrimento de los sunitas, y luego reequilibrar en algo la relegación de estos últimos. El momento actual, sin embargo, coincide con la agudización de las tensiones entre los kurdos, casi autónomos en el norte, y el Gobierno de Maliki. Lo más peligroso de la retirada norteamericana es que pueda coincidir con un enfrentamiento civil que conduzca a la partición del país, algo que ya se había advertido como peligro en el momento de la invasión en 2003.

En la cuestión de Irak quienes más han cambiado han sido los republicanos. Bush cambió muy sustancialmente en 2007, sólo con el desalojo de Donald Rumsfeld de la secretaría de Defensa y su sustitución por Robert Gates, secretario de Estado que ha permanecido con Obama. Fue entonces cuando adoptó algunos puntos de vista del Irak Study Group, una comisión bipartidista que recomendaba un pequeño incremento de tropas para asegurarse el control para luego disminuir paulatinamente hasta la completa retirada. El ISG, en el que estaba integrado Gates, llegó a propugnar que el presidente se comprometiera ante los iraquíes de que no habría bases permanentes norteamericanas en el futuro en su país.

Obama se opuso a la invasión y luego también a todas las sucesivas decisiones de George W. Bush, excepto la última de todas, que fue la negociación con Maliki del estatuto de las fuerzas de ocupación. Por parte de la actual Casa Blanca sólo se ha producido una modulación del calendario inicialmente prometido, a instancias de los militares sobre el terreno, para evitar los riesgos de la precipitación. Los generales Petraeus y Odierno, que han conducido la última etapa de Bush en Irak, se han acomodado muy bien al nuevo presidente, sobre todo porque al final son más las continuidades que las rupturas en este capítulo entre Bush y Obama. Entre estas últimas hay que anotar dos nada menores: Obama va a incluir en los presupuestos todos los gastos de Irak y Afganistán, y se acabó la política de privatización y externalización militar practicada por Rumsfeld y Cheney que llevó a los abusos conocidos de la compañía Blackwater.

(Escribo estas notas a la espera de que se aclaren los resultados electorales en Galicia y País Vasco, y mientras siguen llegando muy malas noticias sobre la economía de Estados Unidos. Peores son todavía las que afectan a las compañías editoras de periódicos, uno de los sectores más afectados por esta crisis. El sábado dejó de publicarse una cabecera histórica, el diario ‘Rocky Mountain News', al que le faltaban apenas 50 días para cumplir sus 150 años. Ya no era rentable y no encontró ningún comprador que se sintiera capaz de intentar su recuperación. Era un gran diario, con cuatro pulitzers y un enorme pundonor profesional. Denver (Colorado), la ciudad donde se publicaba, con un área metropolitana de dos millones y medio de habitantes, se queda con un solo diario impreso, el Denver Post. Vendía unos 250.000 ejemplares de lunes a sábado, más o menos lo que vende su competidor. Prácticamente se fundó con la ciudad y su historia se confunde con ella. Para mí no es una noticia remota, sino que interpela a los periodistas de todo el mundo y a los lectores de prensa ahora claramente en declive en Europa y América. Los periodistas del Rocky han hecho una última demostración de profesionalidad con su último número y sus vídeos y blogs en la página web del periódico, todo ello emotivo y ejemplar.)



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2 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Lo que quedó en el tintero

Obama hizo un buen discurso. Quiero decir que lo leyó muy bien. En los dos atriles transparentes que flanquean la tribuna de oradores corría el texto del teleprompter, que el presidente no se limitó a leer sino que interpretó con las dotes excelentes que ya había demostrado durante la campaña y también en estos casi 40 días de presidencia. El equipo de redactores había hecho una buena labor, como siempre basada en las ideas del presidente e incluso en su fraseo más espontáneo. Ésta es la mejor forma de construir discursos que puedan ser recitados como si salieran libremente. Ayer ya conté lo que me pareció más sustancial desde el punto de vista político. Hoy voy a recoger lo que quedó en el tintero de mis notas después de escribir la columna.

- La era de la responsabilidad.- No hubo esta vez una expresión contundente, con posibilidades de convertirse en una marca, como ha sucedido en otros discursos presidenciales del mismo tipo. George W. Bush lanzó su Eje del Mal en su Estado de la Unión de 2002, al igual que Clinton declaró que "la era del gobierno intervencionista (big government) ha terminado" en 1996 creo recordar. Ambas etiquetas eran erróneas: el propio Bush se ha encargado de demostrarlo en los dos casos, con el fracaso de su Guerra Global contra el Terror y con la recesión que reclama de nuevo una era de intervencionismo gubernamental. Lo más parecido a estas etiquetas salió en el discurso de la Inauguración y tuvo ayer un eco en la exigencia de que los norteamericanos tomen responsabilidad una vez más de su futuro.

- El día del juicio.- Una curiosa expresión ocupó un lugar especial en el discurso también en relación a esta nueva responsabilidad: "Ha llegado el día del ajuste de cuentas y el momento de hacernos cargo de nuestro futuro". Graves palabras de crítica profunda a la irresponsabilidad anterior, compartida por todos. La frase utilizada tiene resonancias bíblicas: reckoning es ajuste de cuentas, pero day of reckoning es el día del juicio en el lenguaje bíblico.

- Las nuevas tecnologías.- Hace pocos años, los parlamentarios con escasa educación leían el periódico en el hemiciclo, ostensiblemente si querían declarar su lejanía u hostilidad hacia el debate en curso y de forma subrepticia si querían evitar el espectáculo. Hoy en día se pasan el tiempo leyendo en sus teléfonos móviles. También le sucedió a Obama durante su discurso y algo peor: muchos congresistas estuvieron twitteando durante la sesión, mandándose mensajes cortos a través de este sistema de microblogging que conecta a pequeñas comunidades. La cuestión fue la comidilla del día y muchos periódicos escribieron informaciones sobre el caso. Desgraciadamente no tuve tiempo de atender a twitter, donde sigo a algunos políticos norteamericanos, y a la vez el discurso en la madrugada del martes al miércoles. También por primera vez en la historia, según señalaron algunos, un presidente dio una dirección en la web desde la tribuna. Era la de recovery.org. el portal que servirá para difundir y controlar el paquete de gasto para la recuperación de la economía.

- Leña a los ejecutivos aprovechados.- Siendo un discurso sobrio y medido, no faltaron algunos acentos levemente populistas. "No se trata de ayudar a los bancos, se trata de ayudar a la gente". "Esta vez, los presidentes de las empresas no podrán utilizar el dinero de los contribuyentes para sus primas de beneficios, su ropa cara o para desaparecer en sus jets privados". Se entiende, porque Obama tendrá que seguir inyectando dinero en bancos y empresas y será muy difícil mantener siempre el entero control del destino de este dinero.

- El siglo americano.- Los neocons querían que el siglo XXI fuera el siglo americano, y para ello tomaron el camino de la guerra preventiva, la luz verde a la vulneración de la legislación internacional y los derechos humanos y la privatización incluso de la guerra. Obama quiere conseguir lo mismo pero por caminos totalmente distintos: "El único camino para que este siglo sea otro siglo americano significa enfrentarnos a nuestra dependencia del petróleo y al costo altísimo de la sanidad, las escuelas que ahora no preparan a nuestros hijos y la montaña de deuda que hemos heredado".

- Responsabilidad personal.- Obama introdujo también una tonalidad personal en su discurso. No toda la culpa es de Bush, ni siquiera de los republicanos. Hay responsabilidades y culpas personales de cada uno de los ciudadanos. "Yo os hablo no sólo como presidente sino también como padre cuando digo que la responsabilidad de la educación de nuestros hijos debe empezar en casa, y este no es un problema demócrata o republicano, es un problema americano". Obama es tan buen orador político como sermoneador de tonalidad moral y a veces incluso religiosa. O quizás una cosa va con la otra.

- Noticias.- La lectura detallada de estas piezas oratorias, producto de una auténtica destilación por parte de la Casa Blanca, permite confirmar pequeñas noticias en las costuras del discurso. Por ejemplo, el anuncio de que a partir de ahora habrá un único presupuesto de defensa, en el que se incluirán todas las partidas, también las costosísimas de Irak y Afganistán. "Durante siete años hemos sido una nación en guerra. No vamos a ocultar su precio a partir de ahora". Esto último es lo que hicieron Bush y los suyos. Y otro, todavía más importante: "Reformaremos nuestro presupuesto de Defensa de forma que no paguemos un sistema de armas propio de la Guerra Fría que ya no usamos". Sin mucho énfasis, Obama nos anunció por tanto una nueva era de desarme. Ayer mismo el presupuesto que presentó corroboró este y otros anuncios económicos realizados en el Congreso

- La fuerza del ejemplo.- Ya escribí hace unos días que hay nubarrones en el horizonte respecto a las detenciones indefinidas y a las entregas extraordinarias por parte de la CIA. Las ong's que se ocupan de la vigilancia en derechos humanos están muy atentas y no deben bajar la guardia, para evitar que debajo de Obama vuelva a crecer Bush otra vez. Las palabras del presidente son, por el momento, alentadoras, aunque sean sólo palabras: "Debemos estar vigilantes en mantener los valores que nuestras tropas defienden, porque no hay fuerza más poderosa en el mundo que el ejemplo de América. Y es por eso que ordené la clausura del centro de detención de Guantánamo y la búsqueda de algún tipo de justicia rápida para los terroristas capturados. Porque mantener nuestros valores no nos hace más débiles, nos da más seguridad y nos hace más fuertes. Y por eso quiero decir aquí esta noche sin excepción ni equivocación alguna que Estados Unidos de América no tortura". Las mantendremos inscritas en nuestra mente y las recordaremos siempre que sea preciso.

- Los invitados.- Hay mucha escenografía en el discurso que el presidente dirige a las dos cámaras reunidas en sesión conjunta. Su entrada y su salida, entre saludos y abrazos, las numerosas interrupciones con aplausos, a veces en pie (standing ovation), los gestos de cortesía entre unos y otros, y finalmente, los ejemplos vivos que el presidente ofrece a sus conciudadanos y que suelen estar en la tribuna de invitados. En esta ocasión Obama citó el caso de Leonard Abess, presidente de un banco en Miami que repartió discretamente el bono que le tocaba por los beneficios de su compañía, nada menos de 60 millones de dólares entre los 399 trabajadores del banco y otros 72 que lo habían sido. Cuando su acción fue descubierta por un diario local se limitó a declarar: "Conozco a toda este gente desde que tenía siete años y no me sentiría bien si me hubiera quedado el dinero sólo para mí". El señor Abess estaba sentado cerca de Michelle Obama, como lo estaba Bob Dixson, alcalde de Greensburg, una ciudad de Kansas destruida por un tornado y reconstruida por sus vecinos como urbe alimentada por energía verde y limpia. Justo al lado de la primera dama estaba Ty'Sheoma Bethea, una niña de Dillon (Carolina del Sur), que escribió al Congreso pidiendo ayuda para su escuela, llena de goteras y desconchados en las paredes, en la que hay que parar las clases seis veces al día por la trepidación del paso del tren. Su carta, leída por el presidente, proporcionó el auténtico lema del discurso: "Somos estudiantes que queremos convertirnos en abogados, médicos, congresistas como ustedes mismos y un día presidentes, y por eso queremos cambiar no tan sólo nuestro estado de Carolina del Sur sino también el mundo. No somos gente que se rinda fácilmente (We are no quitters)."  Ésta fue la frase del día, en mitad de la recesión y las dificultades.



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2 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La terapéutica de la palabra

El discurso del estado de la Unión es uno de los momentos más solemnes de la vida política norteamericana. En enero, el presidente en ejercicio se presenta ante las dos Cámaras y lee un texto que contiene un argumento central: the state of the Union is strong, el estado de la unión es sólido o fuerte. Inspirado en sus orígenes en el discurso de la corona británica, constituye un momento escenográfico de identificación entre los tres poderes alrededor del presidente: ahí están el gabinete presidencial entero, los jueces del Supremo, y todos los senadores y congresistas, que se prodigan en ovaciones, en algunos casos en pie, y saludan y vitorean al inquilino de la Casa Blanca en su entrada y su salida apoteósicas. Cuando el presidente acaba de llegar, como es el caso este año, el discurso, ya en febrero, se convierte en la presentación política de los presupuestos del año, pero la ceremonia sigue teniendo el empaque y la brillantez del Estado de la Unión anual. El discurso del presidente Obama de la madrugada de ayer (anteayer en Washington) no fue, pues, la canónica pieza oratoria anual y en consonancia con ello no pronunció la frase pautada. Pero dijo otra muy próxima y altamente significativa: "Reconstruiremos, nos recuperaremos, y Estados Unidos emergerá más fuerte [stronger] que antes".

El brío con que Obama ha empezado su presidencia, esos casi 40 días trepidantes, llenos de nombramientos, discursos y decretos, no ha tenido hasta ahora efecto alguno sobre la recesión que va extendiendo su negra mancha sobre la economía global. Las encuestas de popularidad demuestran un alto grado de sintonía de los norteamericanos con su presidente, pero ni las Bolsas ni la economía real han traducido hasta ahora ninguna de las múltiples señales lanzadas por Obama en una recuperación de la confianza ni en una reversión del declive. Dentro de un año, cuando pronuncie su primer estado de la Unión en sentido pleno, Obama deberá esforzarse por aportar argumentos, basados en hechos reales esta vez, que demuestren cómo se ha enderezado el camino torcido para poder pronunciar las palabras mágicas acerca de la fortaleza de EE UU.

La tarea presidencial tiene mucho de terapéutica de la palabra y casi exclusivamente a ello se limita en los primeros compases de la presidencia. Hay que preparar a la gente para aguantar prolongadamente las consecuencias nefastas de una recesión de envergadura desconocida. Aunque el presidente de la reserva federal, Ben Bernanke, aseguró el martes que en 2010 la economía norteamericana podría empezar a levantar cabeza (y consiguió así activar por un día la Bolsa) nadie sabe a ciencia cierta cuánto va a durar todo esto y hasta qué profundidad vamos a llegar. De ahí que el discurso de Obama ante las dos Cámaras fuera ante todo una lección de negro realismo para que nadie se llame más tarde a engaño. Pero a la vez, también proporcionó las vitaminas del orgullo y de la autoestima: EE UU aguantará y saldrá mejor y más fuerte de este embate; el peso de esta crisis no cambiará el destino de la nación.

Sin inyectar fuertes dosis a la vez de realismo y de esperanza, Obama no podrá obtener el apoyo que necesita para sus planes económicos y políticos, en tantos aspectos inaceptables para el segmento conservador del país. Todo ello es un difícil paseo sobre el alambre, en el que hay que realizar a la vez cosas contradictorias, como combinar el esfuerzo para atajar la recesión en el corto plazo con las inversiones que cimienten el futuro; gastar ahora a espuertas, pero a la vez recortar el déficit público (dos billones de dólares en 10 años); bajar los impuestos a la inmensa mayoría (al 95%) y dejar intactos a quienes ganan menos de 250.000 dólares al año, pero a la vez recaudar más (a costa de ese 2% que más se ha beneficiado en los últimos 30 años de reaganomics); e incluso apelar a valores conservadores para obtener objetivos progresistas.

Obama no quiere esperar a que haya pasado la crisis económica para poner en marcha la costosísima reforma del sistema de salud. Tampoco aguardar hasta que los sindicatos del automóvil estén convencidos para la reconversión que libere a EE UU de la dependencia petrolífera. Hay inversiones en educación que difícilmente se traducirán en nuevos puestos de trabajo hasta dentro de muchos años. Nadie cambia de modelo económico si no es obligado por una crisis sin piedad; pero una crisis despiadada hace todavía más difícil cambiar de modelo económico. El Gobierno norteamericano tiene, sin embargo, algunas ventajas respecto a los europeos, más expectantes que activos en esta lid: enfoca la recesión de frente, sin girar la mirada; lo hace desde un esfuerzo de consenso nacional; y cuenta con los medios y la voluntad política. Con estos mimbres, Obama bien hubiera podido decir ayer mismo, a pesar de todo, que el estado de la Unión es fuerte.



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2 de marzo de 2009
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