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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cuba, sí

Turistas, muchos turistas. De Florida y de Nueva York. De California y de Illinois. De todos los estados de la vecina Unión. Con familia cubana de momento. Primos, tíos y hermanos, cargados de regalos, con los bolsillos llenos de dinero y el corazón generoso para gastarlo. Paquetes, muchos paquetes, con ropa, con productos de primera necesidad. ¡Venga billetes de avión para La Habana! ¡Venga vouchers de hotel! ¡Venga bultos para los correos y mensajerías! Éste es el registro cotidiano, despolitizado, menor, pacífico, de la mayor acción política que está preparando el pueblo cubano de las dos orillas, la de Florida y la de la isla, en pos de su libertad y de su bienestar. Quien va a soltar esta riada de afecto y de relaciones humanas, este impulso al consumo y a la economía, es la decisión presidencial de levantar casi del todo el embargo norteamericano sobre la República de Cuba.

Conocemos los efectos de este tipo de acciones: en los años 60 el páramo hispánico se vio invadido por el turismo europeo, que nos trajo costumbres e ideas más libres y frescas; mientras el milagro alemán atraía a cientos de miles de trabajadores, que aprendieron en poco tiempo unas lecciones elementales de democracia y de sindicalismo, muy pronto trasladadas a sus pueblos y barrios. La integración de España en Europa y la transición empezaron entonces. Al igual que en Cuba, donde ahora empieza seriamente el camino hacia su integración americana y su transición hacia un régimen de libertades individuales, de división de poderes y de democracia representativa. Esperemos que nadie pueda parar esta avalancha pacífica y amistosa destinada a liberar a la isla. Amigos cubanos: ¡Feliz y rápido viaje! (No hay que conformarse. Este embargo que limita las relaciones familiares es de nefastos efectos, tal como ha documentado HRW, en las relaciones entre parientes. Pero hay que exigir más: que todos los ciudadanos norteamericanos puedan viajar a la isla. Cuantos más, más cerca la democracia y la libertad. Pero cuidado. El régimen no se quedará de brazos cruzados).



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13 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Pascua sin descanso

Nunca había visto algo así. Y porque nunca lo había visto lo reseño. No porque sea un capítulo destacable de política interior después de otro excepcional de política exterior. La secuencia ha sido exactamente ésta, pero la razón de mi admiración es otra: a fin de cuentas en otras ocasiones habíamos visto un movimiento similar de diástole y sístole, primero me abro al ancho mundo y luego me ocupo de los asuntos de casa. Lo raro y reseñable es la coincidencia de esta transición gubernamental con las vacaciones de primavera, estos breves días de asueto frecuentemente acompañados de lluvias y viento en los que cristianos y judíos celebran las respectivas pascuas. Como raro y reseñable es el punto de concentración al que ha llegado el repliegue político: la principal cantera de donde el presidente Zapatero extrae los relevos es el propio partido, su presidente Manuel Chaves, su secretario de organización, José Blanco?; o una ministra de larga experiencia como Helena Salgado. E incluso los modos con que arranca su labor de Gobierno, sin dejar respiro para el descanso pascual; o mejor dicho, dejando sólo un respiro al nuevo vicepresidente tercero para que se deje hacer unas fotos en la playa con su familia, antes de incorporarse inmediatamente a su despacho en Madrid.

En vacaciones, con la opinión pública desconcentrada, despistada, sin los titulares en sus puestos, sobre todo los de la radio (son un misterio también sin parangón internacional las largas vacaciones del liderazgo radiofónico hispánico, que imponen pausas en el afán discutidor e incluso en el vituperio al ritmo del calendario vacacional, con sus puentes y sus festividades absurdas); y no sólo en la semana vacacional, sino en los mismos días santos, las jornadas procesionales en las que media España desfila por las calles con esas imágenes truculentas y antiguas de la pasión, muerte y resurrección del Nazareno. Raro hasta aquí; rarísimo hasta la extravagancia el carácter de esta actividad excepcional desplegada por los neoministros. Veamos. No hay nadie en los ministerios, ni en las sedes de los partidos. Todo el mundo está en los pueblos fervorosos, en las frías playas todavía sin baño o en los montes nevados. Las calles están desiertas y se puede aparcar en cualquier sitio. Apenas hay transporte público. Las ciudades están muertas. Pero los nuevos responsables de sacar a España de la crisis y de imponer un nuevo ritmo en la gestión de los asuntos públicos se reúnen frenéticamente unos con otros, papeles y mapas en mano; se dejan fotografiar antes de empezar sus encuentros trascendentes; comunican a través de sus gabinetes de prensa (ésos sí trabajan; ésos, a diferencia de los radiofonistas, siempre trabajan: son los solitarios fabricantes de la opinión pública en estos días santos), aspirando sobre todo a manchar primeras páginas, ocupar los mejores espacios de los telediarios e informativos radiofónicos. (¿Alguien recuerda la lucecita del Pardo? Esas entrevistas entre ministros en los edificios vacíos del Madrid oficial tienen una función similar. Nosotros descansamos, pero ellos trabajan. Evoco la historia del personaje que veló sobre todos nosotros durante 40 años interminables mientras el país dormía quizás por el libro que acabó de cerrar, una de las lecturas más gozosas y fértiles de las que tenga recuerdo. Se titula ?Anatomía de un instante?, su autor es Javier Cercas y no me arriesgo en absoluto si digo que se convertirá en muy pocos días en un enorme acontecimiento. Literario, claro está. Pero no sólo: político también. Y periodístico, qué caramba. Jordi Gracia decía en Babelia este sábado que ?este libro es una obra maestra de la narrativa europea del siglo XXI?. Yo me atrevo a decir también que lo que ha hecho Cercas con el 23-F y sobre todo sus protagonistas es periodismo del bueno, del insuperable, y que el periodismo del siglo XXI será así o no será. En algún momento explicaré por qué.)



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12 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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De la obamanía al nuevo americanismo

Muchos cabos sueltos quedan del largo viaje de Obama desde Londres hasta Bagdad, pasando por Estrasburgo, Baden-Baden, Praga, Ankara e Istambul. Algunos lectores pueden considerar excesivo el tratamiento que le han dado los medios, incluyendo este blog. Pero si atendemos a los hechos, este periplo obamiano es el momento crucial en que la política exterior norteamericana empieza a realizar un giro histórico. Si además tenemos en cuenta que el territorio de las relaciones exteriores de cualquier país es el que más cerca está del nivel tectónico donde se organizan las dimensiones e intereses más permanentes, concluiremos que este viaje, en el que, de otra parte, se ha movilizado el mundo político global en una medida nada frecuente, requería la máxima atención y dedicación de periodistas y analistas.

El momento en que la nueva Casa Blanca ha empezado a desplegar las alas de su política exterior es especialmente grave y trascendente. Hay una recesión global de alcance todavía desconocido. Las instituciones internacionales disponibles pertenecen a otra época y otra mentalidad. Están esas dos guerras en marcha, cada una en fase distinta, pero de peligrosidad bien cierta. Varias amenazas de proliferación nuclear demandan actuaciones urgentes y concertadas de la comunidad internacional. Algunas potencias emergentes, sobre todo las menos propensas a la liberalización democrática, oscilan entre el desafío y la cooperación. Y el conflicto de Oriente Próximo incuba, como ningún otro, el veneno de las guerras futuras y de enfrentamientos sin control, en un momento de acumulación de debilidades y divisiones en los dos campos. A todo esto, sólo una victoria es cierta: Estados Unidos ha recuperado en pocos meses una gran parte del caudal y de la imagen surgidas de su revolución y de su independencia, que convirtieron al gran país americano en ejemplo y faro del mundo progresista durante todo el siglo XIX y gran parte del XX. Es una victoria frágil y todavía provisional. Basada además en los aspectos más superficiales de la comunicación política. La obamanía, ese culto naïf a la personalidad mediática del presidente, es la expresión de este reviramiento tan interesante del antiamericanismo. La actitud de Fidel Castro ante la Casa Blanca de Obama es el mejor ejemplo de sus efectos: afecta incluso al antiamericanismo más visceral y profesionalizado. El reto al que ahora se enfrenta la política exterior norteamericana es convertir este sentimiento algo pueril y escasamente ideológico en actitudes más conscientes y políticas. Se trataría de proporcionar fondo e ideas a esta nueva disposición amistosa ante lo americano que está expandiéndose en todo el mundo en la estela de Obama, hasta convertirla en un nuevo americanismo, progresista y de izquierdas, que se traduzca en hechos y en solidaridades. No es un paso ni obvio ni fácil. Principalmente en la conservadora Europa, dispuesta siempre a las grandes efusiones culturales y sentimentales, pero poco propensa al compromiso. Durante todo el viaje de Obama, Europa ha demostrado, de forma discreta pero inconfundible, una muy limitada disposición a actuar de verdad como el gran socio trasatlántico: en la recuperación de la economía, en la guerra de Afganistán, las relaciones con Rusia o el desarme nuclear. Esto se ha visto en la propensión europea a la desunión, precisamente en el momento en que la mejor aportación europea a cualquiera de los capítulos críticos hubiera sido la existencia de una posición europea común y fuerte. Pero también en las dificultades para alcanzar compromisos en los capítulos en los que Estados Unidos más lo necesita, como ejemplifican muy bien los nuevos planes para la guerra de Afganistán, vista desde Europa como una guerra americana más, a pesar de la admoniciones de Obama acerca del peligro que representa Al Qaeda para los europeos. De lo que se concluye que, a la vista de cómo están girando las cosas, los europeos deberíamos decirnos a nosotros mismos: menos obamanía, más unión política europea y sobre todo más compromiso europeo en la defensa de todos.



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10 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El legado del Apocalipsis

La Guerra Fría terminó hace dos décadas, pero su legado no ha sido cancelado. Al contrario, sus rescoldos se han reavivado en los últimos años. Estados Unidos, la superpotencia que venció en aquella contienda sin batallas, ha ido buscando a un enemigo digno de su tamaño, primero en el terrorismo y Al Qaeda, y más tarde en la nueva Rusia autoritaria de Vladímir Putin. Su estrategia de guerra preventiva, aplicada unilateralmente a Irak para evitar precisamente la proliferación nuclear, tuvo como efecto estimular la proliferación. Si Sadam Husein fue atacado sin tener armas de destrucción masiva, lo mejor es adquirirlas rápidamente para evitar un ataque: éste es el razonamiento que han seguido en distintos grados Corea del Norte, Irán o Siria. El impulso de desarme que caracterizó los últimos años de la Guerra Fría ha perdido toda su fuerza, y en sentido contrario han surgido nuevas y peligrosas iniciativas: la exclusión del primer golpe nuclear ha abandonado su condición de principio para varias potencias nucleares; han aparecido minibombas nucleares tácticas, para su uso en la guerra convencional; y sobre todo, se mantiene un arsenal todavía muy peligroso, unas 10.000 cabezas, de las que el 90% pertenecen a Estados Unidos y Rusia, y de las que unas 4.000 pueden hallarse desplegadas o a pocas horas de su despliegue.La culminación de la Guerra Fría fue la consagración de la teoría de la destrucción mutua asegurada. El lanzamiento, incluso por equivocación, de un misil de una superpotencia sobre el territorio de la otra pudo significar el desencadenamiento de represalias mutuas masivas y la destrucción de las mayores concentraciones urbanas del planeta. No hubo Apocalipsis nuclear, pero su legado está con nosotros, todavía vivo y latiendo en todo su peligro, reavivado después de los atentados del 11-S en Nueva York y Washington por la última presidencia norteamericana. El temor a un ataque por parte de un Estado terrorista o a que este tipo de armas caigan en manos de grupos como Al Qaeda dio pie a una estrategia que se ha revelado nefasta precisamente para conseguir el objetivo que se había propuesto. La mejor expresión geoestratégica de este pensamiento equivocado es el eje del mal, que construye de nuevo un enemigo bipolar calcado sobre el comunismo de la Guerra Fría, y fundamenta una nueva carrera de rearme.Esta semana algunos comentaristas norteamericanos han dado por terminada la Guerra Fría. Tres gestos del presidente de EE UU han permitido realizar una declaración en apariencia tan extemporánea. Obama se ha entrevistado con el presidente ruso Dmitri Medvédev y ambos han alcanzado el compromiso de iniciar una desescalada nuclear; ha pronunciado un discurso en Praga a favor de la desaparición de las armas nucleares; y ha dado por liquidados en Ankara tanto el Choque de Civilizaciones como el eje del mal, conceptos que fundamentaban la nueva guerra fría esbozada por Bush.La semana de Obama en Europa se las trae: Irán, Corea del Norte e Israel, tres poderes nucleares en distintas fases no reconocidos internacionalmente, han hecho oír su voz mientras el presidente desgranaba sus ideas. Corea con su misil: un reto y una amenaza, pero también una petición de más tajada en la negociación por parte del Querido Líder. Irán, con su asistencia a la reunión de La Haya sobre Afganistán, justo antes de empezar el viaje presidencial: está ya claro que el diálogo directo le interesa. Israel, con la formación de un Gobierno de halcones, atento al proyecto nuclear de Irán: es su enemigo existencial, considera que la obtención de la bomba está muy cerca y exige un plazo corto para la negociación, paso previo a un ataque a las centrales y centros de fabricación.La inercia de la Guerra Fría permanecerá durante muchos años todavía, a pesar del voluntarismo de la nueva Casa Blanca. Obama no es un ingenuo: no habrá desarme unilateral; y no se renunciará a un escudo antimisiles, que afecta directamente a la República Checa y Polonia, mientras Irán siga con su programa nuclear. Nos acercamos, también en esta cuestión a una negociación a cara de perro. Hasta tal punto, que Obama cree que su generación no verá un mundo desnuclearizado: así de grave y persistente es el legado apocalíptico que nos deja la Guerra Fría. Pero ha querido marcar su presidencia con un gesto decisivo: empezar la desescalada, revertir el crecimiento constante del arsenal, comprometerse con el objetivo de un mundo sin armas nucleares. El lugar elegido para subrayar el valor de este gesto no podía ser más acertado: Praga, la plaza del Castillo en lo alto de la ciudad vieja, frente al palacio donde vivió Václav Havel, el héroe de la revolución de terciopelo; cerca del callejón de los Alquimistas donde Kafka tuvo su estudio y la imaginación literaria situó al Golem; a pocos kilómetros de aquel telón de acero que dividió a Europa y dejó a su mitad oriental tiranizada durante 40 años.



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9 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Pronto Palestina

La cuestión más candente no apareció en todo el viaje. O no lo hizo de forma explícita. Hubo que esperar al lunes, al discurso ante el parlamento turco, para que Obama definiera algunos conceptos sobre el conflicto de Oriente Próximo: Estados Unidos apoya la fórmula de los dos Estados, el proceso de paz de Annapolis está vivo y tiene plena vigencia y su presidente se siente directamente comprometido en conseguir estos objetivos. Pero el silencio de los siete días anteriores era elocuente e incluso en algunos episodios del viaje de Obama, su discurso en Praga en concreto, hay que entenderlo como una discreta pero clara admonición contra el extremismo de que está haciendo gala el nuevo Gobierno Israel de Benjamín Netanyahu.

Netanyahu está en contra de la fórmula de los dos Estados, que Bush bendijo y aprobó y se halla en la misma base de la negociación de Anápolis. Su ministro de Exteriores, Avigdor Lieberman, no se considera vinculado por el propio proceso de Anápolis y va más lejos con ello que su primer ministro, pues ?Bibi? siempre ha estado dispuesto a ganar tiempo negociando, como hizo en su primer período, mientras boicoteaba el proceso de paz por todos los medios posibles. Pero ambos, y muchos más, no ven más que inconvenientes en algunas cosas ajenas a todo esto, destinadas a perturbar profundamente su estrategia: sobre todo y abiertamente, las negociaciones con Irán, que Obama está impulsando; y de forma todavía más callada, la política de desescalada nuclear y de lucha contra la proliferación que el presidente norteamericano lanzó en Praga el pasado fin de semana, y que de tener éxito terminará situando a Israel y su clandestina bomba nuclear en una callejón sin salida. Lo cuenta el corresponsal político de Haaretz, Aluf Benn, en una crónica que recomiendo vivamente. La trayectoria de colisión entre el nuevo Gobierno de Israel y la Casa Blanca está ya trazada. Hay plazos y fechas incluso. En junio Obama viajará a Israel y a Cisjordania, según se anunció ayer. Es muy probable que antes, el presidente realice el viaje que había prometido a un país musulmán para pronunciar un discurso dedicado entero a desarrollar esa obviedad apuntada en Turquía que deberá repetir una y otra vez para que se entienda y se deshaga la confusión creada por George W. Bush, sus neocons, y la pandilla de ultras cristianos que le han aplaudido alentados por su islamofobia: ?Estados Unidos no está ni estará nunca en guerra con el Islam?. Un editorial del FT lo explica ayer con precisión: había que desmentirlo porque así lo han creído muchos musulmanes por efecto ?de sus políticas en Israel-Palestina, Líbano, Afganistán y por encima de todo Irak?. Dar por liquidado el ?choque de civilizaciones? y la correspondiente guerra antimusulmana es una mala noticia para Al Qaeda y para el islamismo radical, remacha el FT y no debiera serlo para nadie más, aunque es evidente que también lo es para el Gobierno extremista israelí. Todo esto lo ha dicho Obama en Turquía, el único país que Obama ha visitado en términos estrictos de relaciones bilaterales, y al que ha proporcionado el mensaje más cálido, directo y amistoso de todo el viaje, incluyendo su pertenencia a Europa y su reivindicación como futuro miembro de la UE, a pesar de la oposición quejumbrosa de Sarkozy. ?Turquía es una parte importante de Europa? ha dicho. Y ha remachado: ?Estados Unidos apoya firmemente la candidatura de Turquía al ingreso en la UE. No lo decimos como miembros de la UE, sino como estrechos amigos de ambos, de la UE y de Turquía. Turquía ha sido un aliado decidido y un socio responsable en las instituciones transatlánticas y europeas. Turquía está vinculada a Europa no tan sólo por los puentes sobre el Bósforo, sino por siglos de historia compartida, de cultura y de comercio juntos. Europa gana con la diversidad de sus etnias, tradiciones y creencias y no pierde con ellas. Y el ingreso de Turquía ampliaría y reforzaría una vez más los fundamentos de Europa?.



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7 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El estilo de Obama

En una semana ha quedado desplegado todo el abanico de apuestas internacionales. Los dos primeros meses fueron de concentración casi exclusiva en la recuperación de la economía norteamericana; ahora en cambio la nueva posición internacional de Washington ha quedado claramente enunciada en la apertura de juego que ha significado el periplo europeo de Obama. Hay un nuevo método, abiertamente distinto y opuesto al anterior, hecho de multilateralismo, atención a las posiciones de los socios, amigos e incluso adversarios, un énfasis especial en la acción política y en el papel de la diplomacia y una gran confianza finalmente en el diálogo y la palabra. El método liga con el estilo personal del presidente, moderado y componedor, persuasivo y respetuoso, seductor incluso, y totalmente alejado de la retórica intimidatoria que adoptaba con frecuencia Washington en las relaciones exteriores. Y también con los contenidos de algunas propuestas desarrolladas durante el viaje y en sus prolegómenos: el llamamiento al desarme nuclear, el compromiso con el cambio climático, la oferta de diálogo a Irán, la nueva estrategia para Afganistán y Pakistán, la mano tendida al Islam ?

Obama está rompiendo hábitos y modos de hacer política; ya lo hizo durante la campaña electoral, también desde que vive en la Casa Blanca y ahora que realiza su primer periplo europeo de ocho días. Y esto se puede observar en su trato con los monarcas y jefes de Estado como en su relación con la gente que le aclama en las calles. Sus grandes reuniones ante cientos o miles de jóvenes en Estrasburgo, en Praga o en Estambul, al aire libre o en pabellones deportivos, para discutir sobre las relaciones entre Europa y Estados Unidos o el desarme nuclear, tienen poco que ver con los comportamientos y costumbres de sus predecesores. La popularidad de su imagen y la de su esposa, Michelle, han jugado un papel determinante en esta gira y en la proyección de la política internacional de Estados Unidos, que ha significado el despliegue de toda una nueva forma de diplomacia pública, fuertemente apoyada en los nuevos medios de comunicación y en la simpatía y proximidad de la pareja presidencial. No todo son excelencias en esta apuesta: el viaje y las cumbres de esta semana han conservado e incluso han reforzado la imagen elitista y alejada de la gente que suelen dar los líderes del mundo cuando se reúnen. Las medidas de seguridad excesivas y las molestias ocasionadas a los habitantes de las zonas donde se han celebrado las reuniones no se corresponden con este sentido de proximidad política que ha querido proyectar Obama, aunque encuentran su coartada perfecta en las manifestaciones violentas que se han convertido ya en una especie de desgraciado ritual, obligado en las cumbres. Dilapidar fondos públicos y hacer exhibición de dispendio y de lujo por parte de los gobernantes en una época de recesión como la que ahora atravesamos es la mejor forma de mantener el divorcio entre gobernantes y gobernados, alejar la política de la calle y neutralizar los hipotéticos efectos beneficiosos sobre la confianza pública que deberían producir estas reuniones. El estilo Obama requeriría, pues, una revisión de la liturgia de estas reuniones internacionales, más acorde con los tiempos austeros que nos tocará vivir y con las dificultades que pasan un número creciente de nuestros conciudadanos. Todos estos comentarios apenas rozan los contenidos de la política internacional de Obama y afectan fundamentalmente a las formas. Ocasión y necesidad habrá de ir analizando cada una de las nuevas estrategias lanzadas durante los días del viaje. Pero de momento no hay que olvidar la máxima clásica de que el estilo es el hombre. Las formas, en política, son el contenido. Este Obama que hemos visto estos días, con sus múltiples virtudes y algún que otro defecto, encarna en sí mismo y es la nueva política exterior norteamericana.



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6 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El álbum de fotos

Una foto vale otra foto. Sin el trío de las Azores y la desenvoltura de Aznar en la reunión del G8 en Canadá, durante la presidencia española de la UE -pies sobre la mesa, puro en la boca- y en Crawford -español con acento tejano- no se habría llegado a estos cinco años de gélidas relaciones entre La Moncloa y la Casa Blanca a las que hoy pone un punto final el encuentro de Praga. Se diría que en estas cuestiones todas las fotos del álbum histórico valen lo mismo: unas siguen y sustituyen a las otras. Las imágenes de estos días entre Londres y Estrasburgo, que recogen los cruces de sonrisas y miradas entre Obama y Zapatero, y las fotos del solemne encuentro que ambos fabricarán esta tarde para todos nosotros difuminarán quién sabe si para siempre el recuerdo cada vez más lejano de aquella colección de imágenes belicistas que suscitó las mayores protestas europeas contra Estados Unidos desde la guerra de Vietnam.

Zapatero y Aznar han sido el haz y el envés de las relaciones entre la Casa Blanca de Bush y La Moncloa, un incendio de cinco años que debiera quedar totalmente apagado a partir de ahora, a menos que por alguna torpeza alguien olvide un rescoldo. Razones para temerlo existen, a pesar de las declaraciones de buenas intenciones de una parte y de otra. El anuncio de la retirada española de Kosovo, pocos días después de que Moratinos diera seguridades a Hillary Clinton de lo contrario, no permite albergar muchas dudas sobre la escasa precisión de Zapatero (esa finezza que Andreotti echaba en falta de la política española) a la hora de modular sus relaciones con Washington. Tenía razón en rechazar la participación española en la guerra de Irak sin la aprobación del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, pero ninguna en mantenerse sentado al paso de la bandera norteamericana en el desfile. También la tenía en defender el cumplimiento de su promesa electoral con una rápida retirada del país árabe, pero iba demasiado lejos al llamar, como hizo poco después en Argel, a que los otros participantes también se retiraran. Finalmente, no hay lugar a dudas sobre la coherencia entre la negativa a reconocer la república de Kosovo y la retirada de las tropas españolas del pequeño país balcánico, pero fueron merecidas las duras palabras que le dedicó un portavoz del Departamento de Estado después del precipitado vodevil organizado para el lucimiento de su ministra de Defensa. Los méritos de Zapatero son evidentes, pero no menoscaban en absoluto los esfuerzos de Aznar, desde que dejó La Moncloa, para erosionar la imagen e incluso la acción de su sucesor en Washington. Con su inglés recién aprendido y niquelado al dejar la presidencia, su sillón en el consejo editorial de News Corporation (la corporación de medios de Rupert Murdoch), su FAES y los numerosos think tanks y columnistas amigos, el antizapaterismo ha ocupado con eficacia temible todos los resquicios de la capital norteamericana hasta el 20 de enero de 2009. Nada pudo impedir, sin embargo, que en noviembre el presidente del Gobierno español entrara por fin en la Casa Blanca con motivo de la reunión del G20 ampliado en Washington para enfrentarse con la recesión mundial e intercambiara unas palabras banales con Bush. Pero Obama ya era el presidente electo y Bush se enfrentaba al calvario de tener que aplicar ante la crisis medidas que iban contra su propia ideología ultraliberal. Es decir, que ni siquiera era ya el momento adecuado para recomponer una relación que jamás pasó del frío cruce de saludos de cortesía. El reproche sobre el desconocimiento del inglés de nuestros presidentes de Gobierno, tan de actualidad estos días, tiene toda la lógica en circunstancias como aquélla, oportunidad fugaz en que Bush recibió a Zapatero en las puertas de la Casa Blanca, que se habría convertido en un arranque de conversación si el presidente español hubiera dominado el idioma de su anfitrión. Pero la historia es una musa tramposa, que ofrece extraños éxitos a veces a quienes menos se los merecen. Aznar no quiso estar en el G20 porque creyó que su apuesta arriesgada y más alta a favor de Bush le llevaría nada menos que al G8. Zapatero, que mostró abiertamente sus cartas con toda la ingenuidad y ninguna prudencia cuando reivindicó una silla en la Cumbre de Washington, ha conseguido al final lo que Aznar tuvo a su alcance y no supo ni siquiera avistar. El presidente popular tenía una visión muy compacta de las relaciones con Washington, en las que España debía convertirse en una especie de Inglaterra del sur, incondicionalmente alineada con la posición norteamericana aun a costa de la unidad europea. Y a Bush y a Blair les convenía, aunque en sus esquemas el encaje de la pieza española fuera más de oportunidad que de estrategia. Obama y Zapatero tienen afinidades ideológicas en cuestiones de sociedad, igualdad de derechos e incluso en algunas cuestiones de estilo político. Pero ninguno de los dos posee, más allá de la simpatía mutua, un diseño claro sobre el significado de las relaciones entre ambos países. Si se atiende a sus palabras, Zapatero le profesa una creciente admiración personal, reforzada en los últimos encuentros y fácilmente confundible con la obamanía, patología política abiertamente incompatible con el debate de ideas y de intereses propios de las relaciones entre políticos y entre países. Además de quitar unas fotos y poner otras en el álbum, poco más se sabe del papel que España deberá jugar en el diseño que justo ahora Obama está esbozando respecto a su política exterior. Zapatero también quisiera, al parecer, una relación privilegiada con Washington, menos pretenciosa, todo hay que decirlo, que la de Aznar, pero no a costa de Europa sino precisamente porque ahora no hay Europa ni se la espera. Lo mejor que se puede decir de las relaciones entre Washington y Madrid es que el buen clima actual es el mejor para empezar a hacer bien las cosas. Pero no basta con decirlo; hay que hacerlo, en vez de darlo por hecho gracias a las afinidades y simpatías mutuas.



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5 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cosecha de éxitos

La semana europea de Obama no podía arrancar mejor. La eficacia de las grandes maquinarias diplomáticas es arrolladora cuando trabajan bajo presión, con instrucciones y objetivos claros, y además acompañadas por la imagen de líderes capaces de comunicar bien y que funcionan como auténticas marcas comerciales. La cosecha del primer día de la marca Obama en Londres, el miércoles, fue muy buena, sobresaliente incluso: nuevo clima en las relaciones con Rusia, serio compromiso con China; por no hablar de todo el glamour y los rendimientos icónicos en la visita de la pareja presidencial a los Windsor y la cena luego en Buckingham. Habrá que escribir y discutir en detalle de todo ello.

La segunda jornada, ayer jueves, no pudo ser mejor. Los liderazgos se construyen sobre alianzas y concesiones: Obama ha hecho triunfar a Gordon Brown, Sarkozy y Merkel de una tacada. Los mandatarios francés y alemán se vieron obligados a representar una pugna para poder solicitar luego el aplauso de sus respectivos públicos: poco que objetar, todos lo hacen. Su actuación, legítima, es la respuesta a la ausencia de Europa y sus instituciones, esa gran protagonista que prefiere sestear o quizás morirse de aburrimiento cuando es la hora del protagonismo. El eje franco-alemán hace años que ha dejado prácticamente de funcionar como tracción europea, y por eso a falta de una locomotora europea ahora actúa como un mero sustitutivo provisional y para un apuro. Improvisan un acuerdo táctico, para salir mejor en la foto, a falta del acuerdo estratégico que haría resucitar a la bella durmiente europea. Pero vamos al fondo. Sarkozy ha sido quien más leña ha echado a esta caldera. Tiene un patio interior muy revuelto, que le obliga a presentarse como el apóstol de la moralización del capitalismo. La actitud del presidente francés tiene mucho de cómico: nadie en la derecha europea ha jugado más a fondo a las ideas que han quedado derrotadas con esta crisis. Cuando llegó a la presidencia era el más neoliberal, el más neocon, y el más próximo al capitalismo desregulado norteamericano. Buena parte de las reformas que prometía tenían como objetivo hacer en Francia lo que la señora Thatcher y Reagan habían hecho en sus respectivos países hace más de veinte años. Pero no había contado con Obama y menos todavía con la recesión; en resumen, con el final de la era neoconservadora. Su gran oportunidad se la ha dado la feliz coincidencia entre la presidencia francesa de la UE y los meses de agonía final de la presidencia de Bush, con un angustiante vacío de poder internacional. Sarkozy se apuntó en seguida a la refundación del capitalismo. Soñando en un Bretton Woods liderado por él mismo, consiguió de Bush la convocatoria de la cumbre del G20 en Washington, en la que se pusieron las bases de lo que se ha hecho ahora en Londres. El desvanecimiento europeo de la escena internacional tiene muchas responsabilidades: las tiene por ejemplo la República Chequia, que ahora preside la UE con esos gobernantes tan peculiares y poco fiables; también la Comisión Europea de Durao Barroso, con su vocación tan poco política y tan funcionarial; pero también Sarkozy, que reaccionó ante la crisis utilizando la presidencia europea no para servir a Europa sino para servirse a sí mismo, con la coartada del servicio a Francia. A la señora Merkel, tan encrespada a veces con Sarkozy, le ha servido ahora su alianza con el francés como escudo ante sus problemas interiores. Para eludir el compromiso de unos mayores planes contra la crisis que le procuraban dificultades en su partido, ha preferido hacer oír su voz y apuntarse el tanto en esta reedición momentánea del eje franco-alemán. Regresa a casa triunfante y sin haber comprometido nada de lo que pueda dividir a su coalición o situarla en dificultades ante las elecciones generales que tiene a la vuelta de las vacaciones de verano. Dicho todo esto, que es el pequeño detalle conspirativo sobre el que funciona la política, esta cumbre pasará a la historia como un momento especial y quizás importante en la salida de la gran recesión iniciada en 2008. Una sola frase lo dice todo, además de las numerosas decisiones y líneas de trabajo abiertas: ?La era del secreto bancario ha terminado?. Todos los que han participado en la elaboración de este comunicado pueden sentirse satisfechos. Los ciudadanos debemos tomar nota y seguir atentamente la aplicación de estos acuerdos. Vamos a ver qué sucede con los paraísos fiscales y los agujeros negros de las finanzas internacionales. Las razones para el escepticismo son muchas y poderosas. Pero de momento, hay que tomarles la palabra y exigirles que apliquen las conclusiones de Londres lo antes posible.



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2 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Llega a Europa el rey taumaturgo

Es vieja como la humanidad la entronización de reyes taumaturgos. Cuando se observa la atención y el fervor que suscita Barack Husein Obama, sobre todo entre los europeos, se diría que estamos emprendiendo de nuevo la senda arcaica del pensamiento político mágico o religioso. El fenómeno es conocido: se juntan las políticas de imagen que caracterizan a nuestra cultura mediática con el acontecimiento histórico innegable que ha significado la llegada por primera vez de un ciudadano afroamericano a la Casa Blanca, la mansión construida por esclavos negros en los tiempos fundacionales. Sucede esto en pleno desplome económico, a la salida de uno de los peores períodos de la historia estadounidense, con dos guerras abiertas y toda la geometría internacional por recomponer. Sólo un milagro podría poner orden de un plumazo en este campo de Agramante: Obama es el hombre a quien se pide este milagro.Lo primero que se puede percibir es cuán poco europeo es este viaje europeo. De entrada sabemos de la escasa orientación europea del nuevo presidente. Las lenguas extranjeras que conoce son de África e Indonesia y ha viajado muy poco por nuestro continente. Su atención política está centrada en todo caso en la Europa eslava, por el problema que representa Rusia, y en Turquía, que muchos no quieren reconocer como Europa. La escasa cohesión de la que hacen gala ahora mismo los socios de la UE no va a facilitar las cosas y dará mayor visibilidad a cada uno de los grandes países que al conjunto. Pero aun así, hay que tener en cuenta que, siendo como es el presidente estadounidense que más se parece al mundo, es el que menos se parece a Europa. Al menos de la forma como se parecían a ella los anteriores presidentes, todos ellos con raíces próximas o remotas en el Viejo Continente. Obama no; aunque las tenga por parte de madre, si acaso se parece a los europeos recién llegados, a los inmigrantes y a sus hijos.De las piezas que componen el viaje, se deduce fácilmente que todo cuanto le ocupa supera y desborda a la UE. Para la respuesta global a la crisis sabe que su reunión con Hu Jintao puede ser más decisiva que los caracoleos de Alemania y Francia en torno a una declaración. Para la proliferación nuclear y el desarme, el socio se llama Rusia, y el objetivo es conseguir que Irán entre en vereda. Incluso dotar a la OTAN de una estrategia que la sitúe con claridad en el mundo es algo que depende más de un planteamiento bien armado para Afganistán y Pakistán que de la OTAN misma. Algo hay donde Europa tendría mucho que decir: es la gran elipsis política de esta semana tan intensa, este silencio glacial alrededor del Gobierno que se ha formado en Israel, donde se sientan en el Consejo de Ministros unos personajes decididos a reventar los objetivos de Obama e incluso los del propio Bush, el presidente que no quiso autorizar el ataque a las instalaciones nucleares de Irán y que consagró la fórmula de los dos Estados, Israel y Palestina, viviendo en paz y seguridad uno al lado del otro.Ésta es una semana en la que los líderes del mundo van a abrirse el paso a codazos. Obtener buenas fotos, manchar las primeras páginas de la declinante prensa diaria y ocupar el prime time de las televisiones de todo el mundo es el objetivo. El carrusel de encuentros bilaterales y solemnes cumbres multilaterales dará mucho de sí en el mercado donde suben y bajan los valores políticos. La gran mayoría busca el tendido nacional, donde hay que recuperar la confianza de las respectivas opiniones públicas; pero dos de ellos juegan en otro campo más amplio: Obama, naturalmente, el protagonista estelar de esta superproducción global; y Nicolas Sarkozy, lejano retoño del gaullismo que, renegando de alguno de sus postulados, como el abandono de la estructura militar de la OTAN, quiere en realidad hacer reverdecer la herencia del viejo general que fundó la V República. Sus brazadas en el aire y sus amagos de desplantes ante el G-20 no son más que desesperadas señales de socorro para seguir dando vida a Francia y su grandeur.Pero por duro que parezca, la fiesta se ha organizado sólo para Obama, este nuevo rey al que pedir milagros. El mayor es resolver las paradojas en que llega envuelto. Los mejores amigos quieren aprovecharse del estado de debilidad en que ha quedado su país para hacerse un hueco en el nuevo mundo multipolar. Pero su obligación es recuperar aliento, protagonismo e incluso liderazgo, y hacerlo según las reglas de multilateralismo y de respeto a los socios e incluso a los adversarios que él mismo se ha dictado. Lo sintetiza la frase de su portavoz: "Llega a Londres a escuchar y también a liderar". Siendo muy popular en todas partes, en el fondo no gusta a la Nueva Europa, más cómoda con el estilo tejano de Bush y temerosa de una paz aparte con Rusia. Y suscita, en cambio, rivalidades y desconfianza en la Vieja, sabedora de que antes que Estados Unidos es ella la que ha perdido peso y protagonismo.Más paradojas. Si la confianza en el modelo americano está por los suelos, las expectativas que suscita el nuevo presidente rozan la estratosfera. Si la culpa de la crisis es toda de EE UU, la solución mágica también se recaba de las concesiones y de la comprensión del amigo norteamericano. La devoción que despierta es, finalmente, tan intensa como la secreta envidia y la bien visible competencia. Del rey taumaturgo al crucificado sólo hay un paso. Cuidado con pedirle la luna.



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2 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Obama y los misterios del poder

La ecuación del poder nunca es sencilla. Hay presidentes que tienen menos poder del que les otorga la Constitución así como hay otros que tienen mucho más. Cabe conjeturar incluso que es excepcional el caso en que un presidente se atenga estrictamente al terreno de juego que marcan las leyes. Aunque en realidad la Constitución americana deja amplio margen para la ambigüedad y la interpretación y hay que tener en cuenta, además, muchos factores externos: las mayorías parlamentarias, la cohesión del partido presidencial o incluso los ciclos ideológicos que ofrecen ventajas u obstaculizan la labor del presidente. El anterior, George W. Bush, fue un caso curioso: concentró mucho poder, gracias a una legislación de guerra y a la inspiración neocon, pero luego se convirtió en una especie de ?rey holgazán?, y quien en cambio lo usó fue Dick Cheney, su vicepresidente, considerado como presidente ejecutivo en la sombra. Barack Obama es un caso todavía en pleno desarrollo: hay que abstenerse de hacer juicios precipitados. Pero apunta formas: ayer mismo el diario Político aseguraba que el nuevo inquilino de la Casa Blanca ya es el primer ejecutivo en el mundo de los negocios norteamericano: el motivo ha sido la drástica intervención de General Motors, con destitución de su presidente incluida.

La carrera presidencial es esto: primero hay que imponerse en el partido, después en el conjunto del país, y más tarde hay que intentar a ganarse el primer puesto en todos los órdenes de la sociedad americana e incluso de la escena internacional. Componiendo un equipo de estrellas, un dream team, se corre el riesgo de ofrecer un escabel al propio sepulturero, pero a la vez se afianza la propia autoridad: esto último es lo que ha hecho Obama, jefe ahora de sus rivales, Hillary Clinton incluida. Y de los amigos de sus rivales: como Rahm Emmanuel o Lawrence Summers. Lo está haciendo en el campo de juego agrietado y peligroso de la economía, donde cuenta con una pléyade de cabezas pensantes extraordinaria, jóvenes y seniors, universitarios y gente de los negocios; lo que no le ha impedido arremangarse y tomar las riendas, con abundantes reuniones, abiertas cara al público y a los medios, o cerradas en al Casa Blanca con los empresarios y los profesionales. Lo más claro es su determinación: los responsables de la crisis no pueden ser los mismos que gestionen ahora la salvación de sus empresas. Sobre todo cuando han mostrado una resistencia numantina a la hora de reconocer su existencia primero y admitir la necesidad de medidas drásticas después. Y esto sin hablar de las gratificaciones extraordinarias, los beneficios y las prebendas, aviones privados incluidos, exhibidos por los directivos de varias empresas en mitad de su caída libre. La cabeza de Wagoner, ya ex presidente de GM, habla de todo ello con elocuencia. La energía con que Obama ha zanjado el asunto ha originado un divertido juego de palabras en la primera página del Daily News: Autócrata. Pero también está trabajando en el territorio puro de la política, donde deberá superar un obstáculo paradójico. Su doble mayoría demócrata en la Cámara y en el senado es insuficiente e incómoda. En la Cámara, porque son muchos los congresistas díscolos, a derecha e izquierda: unos siempre ven con reticencia todo lo que llegue de la Casa Blanca y quieren del Gobierno la menor intervención que sea posible; mientras los otros aspiran a un rodillo socialdemócrata que incremente sin parar el gasto público. Y luego está el Senado, donde le faltan tres votos para impedir la obstaculización a su legislación. La conclusión es que las pasará canutas con sus paquetes legislativos, empezando por el presupuesto, tal como ha contado con preocupante precisión Jonathan Chait en ?The New Republic?. Y si no obtiene resultados en los dos primeros años, sobre todo en la economía, las elecciones de mitad de mandato en 2010 pueden cambiarle las mayorías y dejarle en la intemperie, sin márgenes de maniobra. Ahí es donde Obama más se la juega: para ganar esta partida cuenta con Organizing for America, su organización paralela dentro del Partido demócrata, que moviliza por Internet y móviles a los 13 millones de seguidores que le apoyaron en la campaña; y cuenta también con su enorme habilidad como comunicador, que pone en juego constantemente con un uso muy variado e intenso de todos los canales de comunicación. Esta semana Obama abre otro capítulo en el asentamiento de su figura presidencial. Se trata de ganarse el liderazgo internacional y conseguir el reconocimiento de su autoridad como presidente de la nación más poderosa del planeta, justo después de una presidencia que exhibió esta condición con tanta impudicia en los medios como impericia en la obtención de resultados. El campo de minas que le espera es prodigioso: requerirá mucha habilidad y mucha paciencia. También mucha capacidad de diálogo y de comunicación. De todo ello ha dado buenas muestras Obama hasta ahora. Veremos si sabrá y podrá mantener el nivel a medida que se vayan estrechando los márgenes y acrecentando las dificultades. Hay presidentes que creen que llegar ya es ganar. Bush fue uno de estos. Luego lo pierden todo, sobre todo la capacidad de transformar el país. Obama es distinto. Piensa que debe ganarse el sueldo cada día y que un día perdido es un retroceso. Es un presidente transformador, han escrito los filósofos de la presidencia. La capacidad de transformación es como la inspiración artística: sólo llega si te pilla trabajando. Obama puede transformar Estados Unidos y en la estela de este cambio el mundo, pero siempre que siga al ritmo endiablado que lleva hasta ahora. Si no se rinde a la pereza, al autoengaño o a la autocomplacencia. Y si además, quienes dicen ser sus amigos, los europeos por ejemplo, le echan de verdad una mano y se dedican a elogiarle menos y actuar más.



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31 de marzo de 2009
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El Boomeran(g)
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