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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Los límites de Obama

Los límites del lenguaje son los límites del mundo. Obama ha podido experimentarlo con sus discursos. Su palabra transformadora no ha conseguido saltar las murallas del Kremlin. Así se deduce de los fríos encuentros con los mandatarios rusos, el trato dispensado por los medios de comunicación, la desconfianza suscitada entre los rusos según las encuestas de opinión y, sobre todo, los corteses y breves aplausos cosechados en su solemne discurso, pronunciado sin interrupciones ni entusiasmos ante un público sobre el papel propicio a la obamanía, como son los jóvenes estudiantes de una escuela de negocios de Moscú.

Lo que funciona en Berlín y en Londres, en Ankara y en El Cairo, pierde comba en cuanto atraviesa las llanuras centroeuropeas y llega sin fuerza a Moscú. La técnica utilizada ha sido la misma que se le conoce de sus discursos dirigidos a otras audiencias específicas. Primero un gesto de respeto y reconocimiento: en el caso ruso a su herencia cultural y artística, pero sobre todo a su poder e influencia como potencia internacional. Luego otro de identificación, esta vez recurriendo al Pau Gasol ruso del hockey sobre hielo, el jugador del equipo Washington Capitals, Alexander Ovechkin, y a través suyo a la importante inmigración rusa americana. Finalmente, un último mensaje de no injerencia, formulado con insólita claridad, en referencia a Honduras y a la necesaria restauración de Zelaya como presidente, "a pesar de que se ha opuesto duramente a las políticas de Estados Unidos". Pero las palabras que caen en terreno abonado en todo el mundo se hunden en Rusia en un arenal de incredulidad. Dos de las cinco propuestas de cooperación levantan susceptibilidades en el Kremlin y buena parte de la opinión rusa. Hay tres puntos que no plantean problemas, al contrario: la desescalada nuclear, la derrota de los extremistas violentos (nótese que no utiliza la palabra terrorista) y el estímulo a la economía global. Pero no es el caso cuando se trata del interés norteamericano en la democracia y los derechos humanos, cuestión que para Rusia, como para China, afecta a la soberanía de los Estados. Y tampoco su visión del orden internacional, que lleva al presidente americano a dar por obsoletos aquellos días, ahora tan añorados en el Kremlin, "en que Roosevelt, Churchill y Stalin podían moldear el mundo en una reunión". A los rusos les cuesta creer que Estados Unidos quiera una Rusia fuerte, próspera y en paz. Tampoco suscita mucha credulidad la idea de que "la obtención del poder ya no es un juego de suma cero", como les dice Obama. Saben que hasta ahora lo ha sido. Que todo lo que ha venido ganando EE UU lo ha perdido Rusia. Y que del mundo multipolar que ahora empieza pueden extraer algo de poder ya que EE UU está, en parte gracias a Bush, en la pendiente de perderlo. ¿Y ahora nos pide usted que reprimamos nuestros reflejos imperiales? Para Obama es trascendental ganar a medio plazo este envite. Sólo doblará el espinazo al Irán bunkerizado y quizás nuclear de Ahmadineyad, el auténtico hueso de su presidencia, si convence al Kremlin de que efectivamente la cooperación no es un juego de suma cero. De ello también depende la paz en Oriente Próximo. Y por supuesto, la guerra de Afganistán, cuestión en la que Medvédev ha querido echarle una mano con el permiso de tránsito aéreo militar sobre su territorio. El presidente que está cambiando América no interesa a quienes prefieren la América de siempre, porque es la que les parece la auténtica y original. Menos todavía cuando creen descubrir en el cambio un espejismo o incluso una finta de la América que detestan. Obama ha trazado con sus tres viajes transatlánticos los límites de su mundo, el mapa de la realidad geopolítica con que se enfrenta. Este tercero no es tan espectacular como los anteriores, aunque falta verle todavía en Ghana, como presidente de orígenes africanos entre africanos. Pero será difícil que brille como en Praga con su apuesta por un mundo sin armas nucleares, en Ankara rechazando la demonización del islam o en El Cairo imponiendo condiciones a Israel. Si el primero fue el de su brillante puesta de largo internacional y el segundo el de una apuesta decisiva, como es la paz en Oriente Próximo, éste se define por las difíciles relaciones con Rusia y el tropiezo con los límites. Wittgenstein lo decía del conocimiento, pero que los límites del lenguaje son los límites del mundo es una verdad que se deduce también de los efectos y resultados que producen los discursos políticos.



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9 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El blog de Mariano José de Larra, 1

Tiempos de crisis Probablemente no sea éste el mejor momento para realizar una seria reflexión sobre los medios de comunicación y su función social en el siglo XXI. Estamos quizás en el punto más sombrío y difícil de una recesión mundial, desencadenada por el estallido de una crisis financiera en Estados Unidos, que pronto se convirtió en un colapso de la liquidez global, alcanzó al conjunto del sistema financiero mundial y a la vez, en una u otra medida, a todas las economías, en muchos casos a través de sus problemas específicos, como es el estallido de la burbuja inmobiliaria en España o la caída del consumo y de los precios de la energía en el caso de Rusia y los grandes productores de gas y petróleo. También alcanza a todos los sectores, aunque en este caso hay que señalar que algunos por su centralidad, como el financiero, y otros por su fragilidad, como la automoción o la comunicación, han recibido un impacto especialmente intenso, además de ofrecer especiales incógnitas sobre su futuro.

Los mejores momentos para reflexionar sobre una crisis son los anteriores, cuando todavía no ha sucedido y aún hay tiempo para intentar prepararse para encajarla en buenas condiciones, o después, cuando ya todo ha pasado y nos sirve para extraer las lecciones correspondientes. Pero las crisis suelen llegar de improviso, sin mucho tiempo ni márgenes para reaccionar. Y ésta además no es una crisis como las otras. Por su origen, en el mismo centro del sistema. Por su carácter global. Por la dificultad para calibrar su profundidad y prever su duración. Por su imbricación con el agotamiento de un modelo de política económica, quizás incluso de unos modelos productivos y de las pautas de crecimiento comúnmente adoptadas, y por la obsolescencia de los conceptos que han actuado como dogmas de fe durante los últimos 30 años: el gobierno era el problema, no la solución; las bajadas de impuestos debían producir aumentos de competitividad; la desregulación y la privatización debían ser las claves de unas economías prósperas y saneadas. Y tampoco es una crisis como las otras porque afecta a los medios de comunicación de forma muy especial. Estamos en sociedades mediáticas, en las que la función de los medios ha dejado de ser hace ya mucho tiempo la mera comunicación y se han convertido en el escenario donde actúan todos los agentes sociales, políticos y económicos, un escenario que es a su vez protagonista él mismo. Los medios son un negocio, pero también instituciones desde donde se organiza el acceso a la información y el pluralismo. Pero no son un mero espejo que refleja, sino un actor social y político e incluso en muchas ocasiones el principal actor social y político. Y en la evolución económica que estamos comentando po¬demos pensar que, como en cualquier otro proceso, han actuado también como agentes de la crisis, como reflejo de la crisis y como sujetos y por tanto víctimas ellos mismos de la crisis, de forma que el acceso a la información y la organización del pluralismo pueden sufrir como efecto de las circunstancias económicas. Quizás no es el mejor momento, pues, para hacer la necesaria reflexión sobre el rumbo de los medios de comunicación en el siglo XXI, pero no hay más remedio, no tenemos otro, no hay mucho tiempo más que perder. Los periodistas hemos mirado el mundo con frecuencia excesiva como lo que les sucede a los otros. No suele gustarnos ni nos conviene el protagonismo; y si lo adoptamos es como una licencia literaria, un truco o técnica más para mejor narrar lo que está sucediendo. Salvo excepciones notables y con frecuencia penosas, solemos resguardar nuestro narcisismo de la mirada lectora. Desde hace un tiempo, sin embargo, nosotros mismos y los medios de comunicación que utilizamos para expresarnos nos hemos convertido en protagonistas. Y tiene toda la lógica que así sea. (Este texto es la primera entrega que publico en el blog del artículo que aparece en el número de julio-agosto de la revista Claves de la Razón Práctica. Se trata de la adaptación de la conferencia pronunciada en Ávila. el 25 de mayo de 2009, dentro del ciclo ?Los medios de comunicación al servicio del siglo XXI?, con motivo de los actos del bicentenario de Mariano José de Larra).



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7 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Dentro del bosque

La agenda de Obama es una tremenda fábrica de noticias. Aunque sus viajes y actos públicos estén perfectamente programados y sus sherpas hayan preparado el terreno con cuidado extremo, todos sabemos que los siete días de viaje en el Air Force One empezando por Moscú, siguiendo por Roma y terminando en Accra, la capital de Gana, producirán imágenes y anuncios de esos que con más frivolidad que reflexión solemos llamar históricos: y en este caso lo son si se comparan con las jornadas que la actualidad de los deportes y de los espectáculos nos depara cada día bajo el marchamo de la historia.

Las nuevas relaciones con Moscú, reseteadas como se hace con un ordenador, ya han producido el primer efecto-anuncio en forma de drástica reducción de armas estratégicas. Se espera que produzcan más: la obligación de este orador excelente que es Obama y de su eficaz equipo de escritores es fabricar un discurso que reivindique el Estado de derecho, anime a los ciudadanos rusos a exigir seguridad y libertades y a la vez no moleste a las autoritarias autoridades del Kremlin. Toda una contorsión, que Obama ya ha realizado en otros pagos, como en El Cairo al dirigirse al mundo musulmán. Veremos si la conseguirá en su viaje a la Rusia eterna. La faena que deberá realizar en L?Aquila, la localidad devastada por los terremotos no lejos de Roma, es más sencilla. Pero la reunión del G8 en todos sus múltiples y adaptables formatos le proporcionará conferencias de prensa, fotos y situaciones también difíciles con Hu Jintao o Silvio Berlusconi, cada cual con su incómoda especialidad, o con Benedicto XVI, que tiene también la suya. ¿Saldrá con Hu la represión terrible que se abate sobre los uigures? ¿Conseguirá esquivar los gestos de incómoda complicidad de Berlusconi? ¿Cómo se enfrentará a las exigencias del Papa sobre células madre, aborto y matrimonio homosexual? La sustancia de la agenda no permite despistes. Tiene muy poco tiempo para avanzar en el compromiso contra el cambio climático, si quiere que la Cumbre de Copenhague de diciembre sea un éxito. No puede resbalar en la política de no proliferación nuclear, que afecta de una forma u otra a todos los grandes conflictos abiertos, incluidos los de carácter bélico, como son Irak y Afganistán. No debiera dejar que la Ronda de Doha siguiera pudriéndose en un mundo en crisis y sometido por tanto a una nefasta presión renacionalizadora y proteccionista. La crisis financiera y la recesión, con sus exigencias de coordinación, están todavía ahí. Le queda el último capítulo, probablemente el más agradecido, que es su viaje oficial a Gana, donde pronunciará otro discurso dirigido al mundo en desarrollo. El presidente de orígenes africanos se dirigirá desde Africa a los países que pugnan por salir de la miseria y la pobreza y que en muchos casos no han conseguido escapar de una estéril culpabilización de Estados Unidos. Obama se halla ya muy adentro del bosque de su presidencia, donde los problemas se agolpan como árboles gigantescos y los caminos se cruzan y confunden como las disyuntivas que se plantea cada día antes de tomar una decisión. Este viaje, el tercero en el que cruza el Atlántico como presidente, es una demostración de la complejidad de una escena internacional que se mueve muy lentamente mientras las dificultades se amontonan. En la superficie, apenas nada ha cambiado, y aunque se han producido ya muchos pequeños movimientos esta nueva presidencia está acuciada por la urgencia de obtener resultados tangibles y bien pronto, a riesgo de empezar a perderse en otro bosque, el de las palabras y los discursos.



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7 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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No habrá cenas en mi casa

No es habitual que una personalidad pública como es la presidenta de una gran compañía comunique la suspensión de una cena en su casa a través de un periódico. Menos todavía que pida perdón a sus clientes por haber tenido la mala ocurrencia de convocar tal festejo. Esto sucedió ayer en Washington, donde los lectores del principal diario de la capital federal de Estados Unidos pudieron leer una carta a ellos dirigida y firmada por Katherine Weymouth, la presidenta ejecutiva y editora del propio Washington Post. La cena, convocada en su casa y ahora suspendida, debía reunir a miembros de la Administración del máximo nivel, a periodistas y ejecutivos del Washington Post y a los empresarios, particulares y lobbistas que accedieran a pagar la friolera de 25.000 dólares por una silla, y formaba parte de una serie de diez reuniones en la mesa de su comedor particular dedicadas a discutir sobre los principales temas de la actualidad política norteamericana, desde la reforma del sistema de salud hasta las nuevas políticas energéticas.

La carta a los lectores no deja margen de dudas: la iniciativa ha sido anulada porque permitía dudar de ?la independencia e integridad? del periódico. La editora intentó en un primer momento echar las culpas al departamento de marketing, que es el que redactó y difundió el folleto que suscitó las alarmas de los colegas de otros periódicos. Apenas lo había esbozado, su gesto ya fue afeado por todo el establishment periodístico de Washington, donde la tradición del oficio obliga a propietarios y directores de periódicos, los publishers y los editors, a comerse cada uno su sapo sin rechistar cuando se mete la pata en vez de transferir esta responsabilidad a los escalones inferiores. Al final, la señora Weymouth, probablemente muy bien aconsejada por su propio tío, Donald Graham, que la antecedió brillantemente en su puesto y ahora ocupa el cargo de presidente no ejecutivo de la compañía, decidió cargar sobre sus propias espaldas el error, con palabras que no ofrecen dudas: ?El folleto no fue el único problema. Nuestro error fue sugerir que organizaríamos y participaríamos en una cena off-the-record con periodistas e intermediarios del poder (power brokers) y además esponsorizada?. ?Como editora forma parte de mi trabajo asegurar que apoyamos los criterios que son más coherentes con nuestra integridad y la de nuestra organización?, dice la carta. Y añade: ?la pasada semana yo les defraudé a ustedes y a la organización. El Washington Post se mantiene comprometido, ahora y siempre, a los más altos estándares de la integridad periodística. Nada es más importante para nosotros que esto, y nada hará cambiar este compromiso?. La señora Weymouth anuncia que buscará otros sistemas para compatibilizar estos códigos rigurosos de conducta exigibles a la prensa de referencia, con su proyecto de buscar ingresos para el periódico utilizando el prestigio de la cabecera. La iniciativa tiene que ver con las pérdidas que está registrando el diario, que se elevan a 19?5 millones de dólares en el primer trimestre de este año. Weymouth estudió leyes en Harvard y dirección de empresas en Standford y no tiene experiencia periodística, al contrario de lo que suele ser habitual entre los cachorros de las principales familias editoras de diarios en Estados Unidos. Se ha subrayado que otros medios convocan reuniones del mismo tipo, con altos derechos de participación o esponsorización. En la mayor parte de los casos, se trata de reuniones abiertas como mínimo a la prensa. Nadie puede concluir que sus elevadas cuotas sean el pago a un acceso privilegiado y exclusivo a fuentes de la administración y a los periodistas que las cubren. Ninguna de ellas, de otra parte, utiliza el prestigio no ya del periódico sino de su propietario, como iba a hacer el gran diario washingtoniano bajo el pomposo nombre de ?El Salón del Washington Post?, en abierta evocación al pasado glorioso de la familia propietaria. Cenar en casa de Weymouth prometía convertirse en una experiencia tan fructífera como lo fueron en los años 70 y 80 las cenas con el ?todo Washington? organizadas por la abuela de la actual ejecutiva del Washington Post, Katherine Graham. Dicha señora ya fallecida, que no estudió derecho ni empresa en las mejores universidades, cuenta entre sus méritos indiscutibles una hazaña diametralmente opuesta a la planeada ahora por su nieta como fue dar todo el apoyo a la redacción de su periódico en la publicación de los Papeles del Pentágono, sobre la presencia americanan en Vietnam, a pesar de su calsificación como 'top secret', en 1971, y la investigación del Caso Watergate, que condujo a la caída de Nixon en 1974. No hay lugar a dudas que en el comedor de la abuela Graham coincidieron también políticos, periodistas del Post y lobbistas, pero nunca como fuente de negocio de su compañía ni con el objetivo de organizar un discreto tráfico de influencias. Menos todavía para influenciar en la línea de su periódico, de la que fue su garante durante los años en que estuvo al frente, con evidentes muestras de enorme valentía como editora. El periódico washingtoniano que tiró de la señal de alarma ha sido Politico, fundado por antiguos periodistas del Post. Se trata de una publicación gratuita, que se distribuye en Washington y tiene una estupenda edición digital. Su especialidad, significada en su propio nombre, le lleva a competir con gran pericia con la gran prensa de referencia y especialmente el Post. Pero la información más ácida la ha dado el Times de Nueva York, que rivaliza con el Post de Washington en profesionalidad y rigor periodísticos. Su sarcasmo no podía ser más cruel: sabíamos que los redactores del WP no se compraban, ahora vemos que se alquilan.  Todo esto no es una simple historia washingtoniana, de esas que apasionan a los periodistas y a los políticos más americanizados. En absoluto. Es una historia aleccionadora sobre lo que está ocurriendo con el periodismo, protagonista de primera línea de esta crisis descomunal que estamos atravesando y en crisis él mismo como oficio y como negocio. Hay que ir con cuidado a la hora de buscar nuevas fuentes de ingresos. No se puede hacer cualquier cosa con una cabecera de tanto valor como el Washington Post. Lo que da sentido tanto al periodismo como al negocio, en la medida en que todavía existe y en la medida en que hay que intentar que siga existiendo, son las reglas más exigentes que lo han hecho grande en cuanto a profesionalidad y a calidad. Pocas bromas. O recordando al viejo Ors y su frase enigmática: los experimentos, con gaseosa. (Enlaces; con la carta de la señora Weymouth a los lectores, con Politico, con New York Times)



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5 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Sadam, interrogado

Con más pena que gloria ha pasado la noticia sobre los interrogatorios del FBI a Sadam Husein en los meses anteriores a su ejecución. El mundo anda muy ocupado en otras cosas como para mantener la atención y la fascinación por el déspota iraquí que se convirtió en el enemigo a batir por parte de la superpotencia americana hasta dar pie a uno de los mayores errores estratégicos cometidos por Washington en los últimos decenios. Y sin embargo, debo confesar que quizás por deformación profesional a mí me sigue fascinando todo lo que tiene relación con este caudillo y dictador árabe, cuyos crímenes inmensos e indiscutibles nadie puede discutir, pero cuya muerte ya reveló por sí sola que nos hallamos ante un personaje de un temperamento y de una talla especiales. La publicación de estas minutas, además, me parece un auténtico acontecimiento, además de una prueba más sobre la transparencia y la calidad de la democracia norteamericana

Una lectura inicial de los 20 interrogatorios y las cinco conversaciones informales entre el interrogador norteamericano del FBI y el depuesto jefe del Estado iraquí detenido confirma todo lo que sospechábamos sobre la personalidad de Sadam y los efectos deformadores de la propaganda que llegó a proporcionarnos la imagen de un loco fanatizado. Sadam fue un tipo cruel y sin escrúpulos, pero en ningún aspecto responde a la imagen del déspota caprichoso y paranoico que se trasmitió en algún momento. Al contrario, aparece como un tipo realista y pragmático, laico y nacionalista, que abomina del fanatismo de Jomeini o de Bin Laden. Fue una locura neocon, en cambio, pretender vincularle con Al Qaeda y hacerle responsable de los atentados contra las Torres Gemelas, como estas minutas del FBI terminan de demostrar. Uno de los puntos más interesantes de los interrogatorios tiene que ver con las armas de destrucción masiva inexistentes. Por lo que se puede leer, Sadam sostuvo el engaño sobre dichas armas para mantener la disuasión frente al vecino y enemigo histórico que era la República Islámica de Irán. Engañar al enemigo sobre la propia capacidad mortífera es parte del abc militar. El error de Sadam fue de perspectiva: no se daba cuenta de que un enemigo mayor que su vecino Irán interpretaba sus gestos de forma totalmente inconveniente para sus intereses. Cayó en manos de Bush cuando temía que el atacara Jamenei. Retrospectivamente puede comprobarse, pues, que la posibilidad de un Irán nuclear estaba ya entre las preocupaciones del Irak baasista de Husein. Todo ello subraya el profundo error estratégico de George W. Bush y sus neocons, que no tan sólo tenían malas ideas, sino que además eran totalmente desacertadas para los propios intereses norteamericanos. Hasta su llegada a la Casa Blanca Estados Unidos había desarrollado una política de doble contención frente a Irak e Irán, pero la destrucción del peligro que representaba el Irak baasista fue a costa de convertir a Irán en la potencia hegemónica en la zona. Ahora le toca a Obama construir una nueva política de contención frente a la fatalidad de un Irán nuclear prácticamente dictada por las imprudentes y erróneas decisiones de Bush. (Enlace con The Nacional Security Archive, realmente imprescindible para los ?fans? de Sadam. Podemos ver la ficha policial de ?Sadan Hussein At-tikriti, militar detenido?, con todas sus huellas dactilares, o enterarnos en detalle de sus grandilocuentes y pretenciosas expectativas respecto a la gloria histórica. No estaba loco, pero sí estaba aquejado de la locura de la posteridad que suele afectar a todos los poderosos, demócratas incluidos).



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3 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Las prisas de la victoria

La guerra no ha terminado. Pero es una guerra perdida desde hace muchos años. Y quien la ha perdido ha sido Estados Unidos de América. Algunos ya se dieron cuenta en el momento en que Bush alzó los brazos para hacer la uve de victoria sobre el portaaviones Abraham Lincoln, frente a la costa californiana, delante de aquella pancarta mentirosa que decía "Misión cumplida", el 1 de mayo de 2003, apenas 40 días después del inicio de la invasión. Se daba por hecha la victoria y el horror en cambio apenas había empezado. Pero la medida y la imagen de la derrota irremediable la han dado la celebración el martes en Irak del Día de la Soberanía Nacional para señalar la partida de las tropas norteamericanas de las grandes ciudades. Las imágenes de alegría, fuegos artificiales y discursos patrióticos que ensalzan la victoria para unos son para otros el duelo por la derrota y por el altísimo precio pagado en vidas y costes de todo tipo.

El primer ministro Nuri al Maliki, con tanta precipitación como Bush, quiso apuntarse el tanto de la retirada ante las elecciones del próximo enero, y ha presentado así la fecha del 30 de junio como un día de emancipación nacional, en el que los iraquíes se han sacudido el yugo extranjero. En Irak quedan todavía 130.000 soldados norteamericanos, que no empezarán a retirarse hasta 2010, proceso que culminará a finales de 2011, cuando Washington deberá establecer con Bagdad un tipo de relaciones similares a las que tiene con Madrid si quiere conservar presencia y bases en aquel territorio. Todo esto, por supuesto, si no prenden de nuevo las guerras civiles que han ardido durante estos seis años, no sale entero el Sadam Husein que Nuri al Maliki lleva dentro, no naufraga la precaria unión de kurdos y árabes, chiitas y sunitas, y las cosas transcurren con una normalidad razonable. Ya se sabe que ciertos árabes, instalados en las leyendas de una expansión imparable con el Corán en una mano y la cimitarra en la otra, han inventado una muy peculiar moral de la victoria contemporánea que permite celebrar como conquista incluso la más escocedora de las derrotas. Todavía están lejos los iraquíes de una situación que les permita desplegar la autoestima y aclamarse a sí mismos como vencedores. Pero de momento les basta la desaparición de las ignominiosas patrullas blindadas de sus calles para sentirse arropados por la moral de la victoria. Su Gobierno hace todo lo que puede para que esta leyenda de una victoria ahora tan inaprensible se convierta en hechos. Lo demuestran sus exigencias en la negociación del estatus de las fuerzas norteamericanas (acordado con Bush, por cierto), la dureza de sus posiciones con los contratistas privados que han campado a sus anchas en los seis años largos de guerra y ahora el listón altísimo, quizás demasiado, que le han puesto a la subasta de derechos de explotación del petróleo. No hay muchas razones para el optimismo. Esta transición delicada avanza subrayada por la sangre de los atentados hasta el mismo día de las celebraciones. No sabemos si habrá una resurgencia del terrorismo, con la firma del vecino iraní en plena reacción fundamentalista o de la gran franquicia violenta sunita que es Al Qaeda. Puede haber, pues, más derrotas después de la derrota, y seguro que su enjuague político salpicará a Barack Obama, aunque todas las decisiones, incluso las más acertadas que condujeron a la transición actual, se tomaron en los últimos meses de George W. Bush. Dos han sido las novedades que Obama ha introducido respecto a Irak: la primera, su consideración como un elemento más de una política global para Oriente Próximo, y la segunda, en relación al lugar central que ocupa la diplomacia en su política exterior, después de una etapa en la que su almendra era meramente militar. En el resto no hay diferencias de fondo con el último Bush, de forma que si la derrota ya aceptada es de éste, su prolongación terminaría siendo de Obama. Fue una guerra injusta según los parámetros más clásicos. La causa era falsa: no había armas de destrucción masiva ni Sadam Hussein tenía relaciones con Al Qaeda. Fue mal conducida, y la prueba ha sido su duración y su fin todavía indeterminado. No se libró con la autoridad legítima, que debía ser la de una resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Y no se lanzó como último recurso. Pero las guerras no se pierden por injustas, sino por mal libradas. Eran equivocados y confusos sus objetivos y fueron pésimos los medios que se dispuso para obtenerlos. Hasta qué punto el coste irracional de la guerra ha influido en la actual recesión es otro de los puntos para la polémica. Pero no hay duda de que ha sido uno de los pilares del fracaso también económico de la etapa neocon. Dice el muy citado Sun Tzu que "un ejército abocado a la derrota se bate sin esperanzas de vencer", mientras que "un ejército victorioso lo es ya antes de entrar en combate". Seguro que los cultísimos neocons le habían leído, pero no entendieron nada.



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2 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La crisis de seguridad

Nadie puede discutir a estas alturas que con el 11-S dieron un giro las políticas antiterroristas en todo el mundo. Aquello fue una crisis, una profunda crisis sobre seguridad, a la que se le pueden aplicar las mismas sentencias lapidarias que a la tremenda crisis económica que estamos viviendo: son crisis demasiado grandes cómo para desaprovecharlas. La crisis de seguridad fue aprovechada por todos, aunque algunos destacaron especialmente: Bush y sus neocons se lanzaron con toda la fiereza a cambiar el mundo, instalaron la guerra preventiva como sistema de acción exterior, eliminaron el habeas corpus, suspendieron la constitución, crearon cárceles secretas y limbos jurídicos, y entablaron una guerra global contra el terror que fácilmente pudo confundirse con una confrontación mundial entre Islam y occidente.

Todo aquello ya ha pasado (o está terminando de pasar, por cuanto sus secuelas son largas y de difícil disolución). Pero no ha pasado del todo en algunos puntos del planeta: las prácticas sobre seguridad y terrorismo de los actuales gobernantes israelíes no difieren en mucho de las de Bush. Las de Putin y de Hu Jintao son las mismas que tenían entonces y por eso siguen aplicando muy similares patronos en Georgia o en Tibet. Aprovecharon la crisis entonces y siguen todavía a rebufo de aquel cambio cuando las cosas empiezan a cambiar. Pero una vez liquidados los excesos neocons y su aprovechamiento para colar mercancías de matute, hay que reconocer que el 11-S sigue marcando un giro copernicano en la lucha antiterrorista. Lo supieron ver anticipadamente los norirlandeses del IRA, que firmaron los acuerdos del Viernes Santo en 1998, tres años antes, y se quedaron papando moscas y así siguen todavía los violentos del nacionalismo radical vasco, que desperdiciaron la que fue quizás su última oportunidad de dejar las armas mediante la negociación directa con el Gobierno español en 2006, que terminó con el atentado de Barajas del 30 de diciembre de dicho año. Los irlandeses supieron aprovechar la crisis de seguridad para culminar su alejamiento de una violencia cada vez menos rentable y perjudicial para su propia causa y los etarras, en cambio, han dejado que la crisis les fuera mordiendo cada vez más terreno político, jurídico e ideológico. Uno de los frutos españoles de la crisis de seguridad abierta en 2001 fue la ley de partidos, que ahora ha recibido todos los avales del Tribunal de Derechos Humanos del Consejo de Europa. No es casualidad que entre la legislación considerada por el tribunales cuenten las posiciones comunes del Consejo de Ministros de la UE respecto a las listas de grupos terroristas (entre los que están todos los avatares de ETA: KAS, Xaki, Jarrai, Haika, Segi. Gestoras pro Amnistía, Askatasuna, Batasuna, Herri Batasuna y Euskal Herritarrok), una resolución de la Asamblea de Parlamentarios del Consejo de Europa y la Convención del Consejo de Europa para la Prevención del Terrorismo. Todo esto forma parte del legado del 11-S, y distinguiendo un poco más, de la parte democrática e incluso garantista de este legado, a diferenciar claramente de la ya desechada y fracasada filosofía neocon. No está de más recordar que las lecciones de aquellos atentados y de todos los que les siguieron jamás debieron dejarse en manos de Bush y sus compinches. .pdf



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30 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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CIA y golpe

Los reflejos no cambian de la noche a la mañana, aunque desaparezcan las circunstancias que condujeron a su aparición. Hay un golpe de Estado en cualquier lugar del planeta, pero especialmente en América central, y sale alguien señalando con el dedo a la CIA. CIA y golpe son palabras asociadas entre sí casi como martillo y clavo, y eso prácticamente desde su creación. Por eso es todo un acontecimiento que llegue ahora este curioso golpe de Estado de Honduras, en el que el presidente destituido contaba sólo con su pijama para protegerse, para subrayar que desde Langley, la localidad de la periferia de Washington donde tiene su sede la gran agencia de espionaje, los Estados Unidos de Barack Obama ya no dan golpes de Estado sino que los condenan.

Si atendemos a las informaciones que llegan desde Washington, incluso cabría esperar que Obama utilizara a la CIA para reponer en su puesto al presidente expulsado. Esperemos que no lo haga: meter la pasta dentífrica en el tubo suele ser una acción mucho más difícil que sacarla. A fin de cuentas, parece que nadie en Honduras quiera darse cuenta de que lo que han hecho entre unos y otros es un auténtico golpe de Estado, una mofa del Estado de derecho, un atentado al principio sagrado del sometimiento de los militares al poder civil y un regreso al camino infame del golpismo, que tanta sangre, dolor y subdesarrollo han producido en América Latina. Ni siquiera vale el argumento de que el ejército cumplió una sentencia judicial que anulaba una decisión presidencial: los militares deben obedecer siempre al ejecutivo, que es de quien dependen. Sólo faltaba la intervención grotesca del coronel golpista Hugo Chávez contra el golpe para culminar la cadena de despropósitos. Y sólo faltaría ahora un golpe de la CIA pero al revés. Tal como están las cosas, la llegada del primer presidente afro americano a la Casa Blanca significa la culminación de otro ciclo en la política internacional que empezó, ni más ni menos que en Teherán, en 1953, con el golpe de Estado que organizó el jefe de la CIA para Africa y Asia, Kermin Roosevelt, emparentado con los dos presidentes del mismo nombre, contra Mohamed Mossadeq, primer ministro salido de unas elecciones democráticas que nacionalizó la compañía de petróleos británica Anglo-Iranian Oil, que luego se convertiría en British petroleum. La lista de golpes de la CIA desde entonces es abrumadora, sobre todo en tiempos de la Guerra Fría, que es para lo que fue organizada la agencia y la circunstancia a la que se amoldó perfectamente como su especialidad. De aquellos polvos golpistas que degollaron la democracia iraní y repusieron al tiránico Sha Reza Palehvi salieron los lodos de la Revolución Islámica en 1979 y el profundo antiamericanismo que quedó marcado a sangre y fuego en la memoria de los iraníes. Por eso Obama ha condenado autocríticamente aquel golpe contra Mossadeq y ahora ha reaccionado con sus nuevos reflejos antigolpistas. Estados Unidos está cambiando. La CIA está cambiando. Pero pasará tiempo antes de que el cambio llegue incluso a esos viejos reflejos tan útiles para personajes como Hugo Chávez, Mahmud Ahmadinejad o los hermanos Castro que necesitan a la CIA y al imperialismo americano para culparles de todo golpe de Estado y de cuanto malo les ocurra a ellos y a sus amigos.



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29 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Carta a un colono israelí

Estimado señor Ben Hillel: Me invita usted a conocer Judea y Samaria, suponiendo que no he viajado nunca a la Cisjordania palestina ocupada por Israel. Se equivoca. La he visitado, antes de la última Intifada, como visité varias colonias donde tuve ocasión de escuchar de viva voz idénticos argumentos a los que pueden leerse en su carta. Allí pude entender que los colonos consideraban que Jehová les había otorgado colectivamente unos derechos de propiedad sobre este territorio que tenían mayor fuerza que cualquier derecho de propiedad individual, y no digamos ya colectivo, de los ciudadanos palestinos. Allí un dirigente de los colonos me aseguró con toda seriedad que había certificados de propiedad que anulaban cualquier escritura pública o documento legal exhibido por los palestinos, pues se trataba ni más ni menos que de los textos bíblicos.

No me sorprende que usted sitúe las supuestas leyes de Dios sobre las de los hombres a la hora de atribuirse derechos históricos sobre territorios que no pertenecen a Israel. Es algo frecuente en movimientos nacionalistas, que fundamentan sus reivindicaciones territoriales en designios divinos, leyendas sobrenaturales o narraciones más literarias que históricas. Pero usted debería intentar entender que es muy difícil que quienes no forman parte de estas comunidades compartan este tipo de creencias y más todavía que lo hagan quienes resultan perjudicados por los supuestos derechos que emanan de ellas, como es el caso de la población árabe palestina. Sobre todo si, además, se hace recaer toda la responsabilidad del conflicto sobre quienes han sido expoliados en esta confrontación entre derechos supuestos y derechos legales internacionalmente reconocidos. No está de más recordar que la legitimidad de la reivindicación sionista de un Estado propio para los judíos (que me parece tan justa e indiscutible como lo es la reivindicación palestina de un Estado propio para los palestinos) no bastó para dar fuerza legal a la existencia del Estado de Israel, que se debe única y exclusivamente a la resolución 181 de la Asamblea General de Naciones Unidas de 1947. No sé por qué cita usted a Goebbels, a mis supuestos antecedentes judíos ni a los fantasmas asimilacionistas. Aunque usted no lo crea tengo una gran devoción por la cultura judía, que forma parte, sin lugar a dudas, de la cultura europea, de mi cultura, mi pasado y mi presente. También tengo gran admiración por Israel, aunque mi desacuerdo con el actual Gobierno y su primer ministro sea radical. Todavía mayor es mi desacuerdo con los numerosos regímenes despóticos y dictatoriales de la región, lo cual no me impide simpatizar ni con la cultura árabe ni con el pueblo palestino. Soy un lector asiduo del diario Haaretz, en su versión en inglés, que le recomiendo vivamente. En sus artículos he encontrado los mejores y más contundentes argumentos contra la ocupación y colonización de los territorios palestinos de Cisjordania. Le recomiendo especialmente que lea con atención el que publicó Chaim Gans el pasado día 23 de junio acerca del precio injusto que se les hace pagar a los palestinos por la realización del sueño sionista. Nada me reconforta más que encontrar voces capaces de reconocerse en el otro y de situarse en su lugar, en este caso el de los palestinos, algo que yo siempre había creído que formaba parte de la herencia civilizatoria judía, aunque a la vista está que los israelíes contemporáneos se han ido despegando de ella de forma cada vez más acentuada.  Le mando mis saludos, así como mis deseos de paz y seguridad para usted y para todos sus vecinos, y la esperanza, quizás vana. de que algún día el odio y el desprecio por el otro que son moneda común en tierras de Oriente Próximo sean sustituidos por la compasión y el respeto. 



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28 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Carta de un colono isarelí

Un ciudadano israelí, que responde por el nombre de Daniel Ben Hillel, me hace llegar una carta a propósito de mi artículo ?Los okupas de Jehová?, que publiqué en El País y en este blog el 11 de junio. Hoy quiero dar dicha carta en este espacio y señalar que la mejor respuesta a sus argumentos se la da el prestigioso historiador británico Tony Judt en el artículo que publicó ayer El País, y que es una versión algo acortada y traducida al castellano del texto original publicado por The New York Times. La carta toca algunos puntos muy concretos que merecen, sin embargo, una respuesta más específica, que daré en un próximo post, probablemente este mismo lunes.

Estimado Sr. Bassets,   Me dicen que es usted de ascendencia Judía, lo cual me permite, quizás, comprender mucho mejor su posicionamiento acérrimamente anti-israelí. Ese es un problema con el cual hemos venido lidiando desde hace 2.500 años y a pesar de que tenemos aún fresca en la memoria la experiencia de la Judería alemana en 1938, aun no hemos podido comprender que hay cosas de las que simplemente no podemos, como judíos, desprendernos.   Su artículo parte de premisas varias, repetidas una y otra vez por los propagandistas árabes, quienes están aplicando la regla enunciada por Goebbels, de triste memoria, de que una mentira repetida mil veces se transforma en una verdad. Intentaré marcar, por lo menos, algunas de éstas, a mi entender, erróneas concepciones.   La propiedad de la tierra de Israel - El Estado de Israel fue fundado en su tierra ancestral, tierra que vió nacer al pueblo Judío y la única tierra en la cual los Judíos se desarrollaron como país y como pueblo. Es cierto que hubo propuestas de sitios alternativos ofrecidas a lo largo de los años, tales como parte de Argentina o la ex colonia inglesa de Uganda, pero no fueron aceptadas por el pueblo Judío por una razón muy simple: no tenemos ninguna base ética para reclamar esos territorios. La tierra de Israel, en cambio, nos pertenece porque es la tierra que Dios le dio al pueblo Judío y no por una resolución de las Naciones Unidas. Analizando las resoluciones, primero de la Sociedad de Naciones y luego de las Naciones Unidas, vemos que el territorio destinado a Israel era el de TODO el protectorado de Palestina (protectorado inglés), que luego fue subdividido para satisfacer intereses políticos ingleses creándose el Reino de Transjordania; el territorio restante fue dividido otra vez por parte de las Naciones Unidas para la creación del Estado de Israel y de una entidad árabe, partición no aceptada por los árabes a pesar de que dejaba en sus manos el 93% del territorio original destinado al pueblo Judío.   Racionalidad de los "okupas" - Los okupas, como usted les llama, y en cuyo numero me cuento, no están en duda; resulta, tan solo, que nuestra escala de valores es distinta a la suya. El Judaísmo no es una religión (se que esto es difícil de entender sobre todo por usted), el Judaísmo es una forma de vida, es una forma de comer, una forma de rezar, una forma de vestir, una forma de pensamiento filosófico, etc., pero sobre todo una fe profunda en Dios. No puede usted tratar de "odiadores de árabes", extremistas y otros cuantos apelativos peyorativos a gente que es tan solo fiel a sus principios de vida, sin por ello alejarse de la realidad mundial ni de trabajar como cualquier hijo de vecino. No puede pretender que yo crea y/o acepte que no tengo derecho a Judea y Samaria (donde vivo) y sí a Tel Aviv por la simple razón de que las Naciones Unidas así lo determinaron. Judea y Samaria son nuestra cuna histórica, no así la región de la costa; por ello creemos tener tanto o más derecho a Judea y Samaria que a cualquier otra región de Israel.   Idealismo - Quizás este punto sea la clave para su incapacidad de comprender la lucha del pueblo Judío por vivir en su tierra; quizás el vivir en una sociedad mercantilista le lleve a creer que se puede transar en lo básico siempre y cuando se obtenga algo a cambio de ello. Sr. Bassets, ¡cuéntele eso a los vascos! ¡cuénteselo a los catalanes (eso debería entenderlo) o a quien fuere que crea que los ideales no se venden! Esta misma es la razón por la cual Estados Unidos es incapaz de comprender la realidad mundial y sueña que con sanciones económicas se soluciona todo. Como dice el dicho: "Cree el ladrón que todos son de su misma condición", y quien está dispuesto a vender sus creencias a cambio de una casa calefaccionada y un vehiculo climatizado cree que lograr lo que quieren es una simple cuestión de precio. Pues se equivoca Sr. Bassets; su forma capitalista de pensar esta básicamente errada ya que asume que todo el mundo es capitalista.   La Realidad - Creo firmemente que la única forma de que vea, acepte y conozca la realidad es que visite nuestro país, y más específicamente mi ciudad, donde sería mi huésped, por supuesto sin cargo alguno para usted; también me haría cargo del coste del billete de avión. Nada como que usted conozca la realidad, nada como ver la forma en la que viven los habitantes de Judea y Samaria para que usted comprenda que hablamos de un volver a las bases, sea en términos de modo de vida, sea en términos éticos.   Nada le impide llegar al conocimiento; incluso podría luego escribir varios artículos que seguramente vendería bien; tan solo la valentía de enfrentarse a sus fantasmas asimilacionistas se interpone entre esta oportunidad y usted. Aguardo su respuesta.   Daniel Ben Hillel



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26 de junio de 2009
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El Boomeran(g)
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