
Eder. Óleo de Irene Gracia
Lluís Bassets
La agenda de Obama es una tremenda fábrica de noticias. Aunque sus viajes y actos públicos estén perfectamente programados y sus sherpas hayan preparado el terreno con cuidado extremo, todos sabemos que los siete días de viaje en el Air Force One empezando por Moscú, siguiendo por Roma y terminando en Accra, la capital de Gana, producirán imágenes y anuncios de esos que con más frivolidad que reflexión solemos llamar históricos: y en este caso lo son si se comparan con las jornadas que la actualidad de los deportes y de los espectáculos nos depara cada día bajo el marchamo de la historia.
Las nuevas relaciones con Moscú, reseteadas como se hace con un ordenador, ya han producido el primer efecto-anuncio en forma de drástica reducción de armas estratégicas. Se espera que produzcan más: la obligación de este orador excelente que es Obama y de su eficaz equipo de escritores es fabricar un discurso que reivindique el Estado de derecho, anime a los ciudadanos rusos a exigir seguridad y libertades y a la vez no moleste a las autoritarias autoridades del Kremlin. Toda una contorsión, que Obama ya ha realizado en otros pagos, como en El Cairo al dirigirse al mundo musulmán. Veremos si la conseguirá en su viaje a la Rusia eterna.
La faena que deberá realizar en L?Aquila, la localidad devastada por los terremotos no lejos de Roma, es más sencilla. Pero la reunión del G8 en todos sus múltiples y adaptables formatos le proporcionará conferencias de prensa, fotos y situaciones también difíciles con Hu Jintao o Silvio Berlusconi, cada cual con su incómoda especialidad, o con Benedicto XVI, que tiene también la suya. ¿Saldrá con Hu la represión terrible que se abate sobre los uigures? ¿Conseguirá esquivar los gestos de incómoda complicidad de Berlusconi? ¿Cómo se enfrentará a las exigencias del Papa sobre células madre, aborto y matrimonio homosexual?
La sustancia de la agenda no permite despistes. Tiene muy poco tiempo para avanzar en el compromiso contra el cambio climático, si quiere que la Cumbre de Copenhague de diciembre sea un éxito. No puede resbalar en la política de no proliferación nuclear, que afecta de una forma u otra a todos los grandes conflictos abiertos, incluidos los de carácter bélico, como son Irak y Afganistán. No debiera dejar que la Ronda de Doha siguiera pudriéndose en un mundo en crisis y sometido por tanto a una nefasta presión renacionalizadora y proteccionista. La crisis financiera y la recesión, con sus exigencias de coordinación, están todavía ahí.
Le queda el último capítulo, probablemente el más agradecido, que es su viaje oficial a Gana, donde pronunciará otro discurso dirigido al mundo en desarrollo. El presidente de orígenes africanos se dirigirá desde Africa a los países que pugnan por salir de la miseria y la pobreza y que en muchos casos no han conseguido escapar de una estéril culpabilización de Estados Unidos.
Obama se halla ya muy adentro del bosque de su presidencia, donde los problemas se agolpan como árboles gigantescos y los caminos se cruzan y confunden como las disyuntivas que se plantea cada día antes de tomar una decisión. Este viaje, el tercero en el que cruza el Atlántico como presidente, es una demostración de la complejidad de una escena internacional que se mueve muy lentamente mientras las dificultades se amontonan. En la superficie, apenas nada ha cambiado, y aunque se han producido ya muchos pequeños movimientos esta nueva presidencia está acuciada por la urgencia de obtener resultados tangibles y bien pronto, a riesgo de empezar a perderse en otro bosque, el de las palabras y los discursos.