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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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El estado del presidente

El discurso del Estado de la Unión tiene un único objetivo, de corte casi ceremonial pero con profundas consecuencias para la vida política americana: que una vez al año el presidente pueda decir a sus compatriotas que, a pesar de las circunstancias, en guerra o en paz, durante una depresión o en mitad de una fase de bonanza, la salud de la Unión es buena. The state of the union is strong es la frase estereotipada que el primer magistrado de Estados Unidos debe pronunciar en un momento u otro de su discurso a las dos cámaras reunidas.

Este Estado de la Unión, sin embargo, era distinto. Para los norteamericanos y para quienes siguen atentamente la política washingtoniana, como es el caso de los 2.500 participantes de la Cumbre de Davos. Con la derrota electoral en Massachussets, después del atentado frustrado de Detroit, y la sentencia del Supremo autorizando las inversiones de las compañías privadas sin limite en las campañas políticas, lo que a todos interesa primordialmente es el estado de Obama. Y más todavía tras su primera reacción contra Wall Street, observada como una insólita incursión en la senda populista por parte del hasta ahora frío presidente afroamericano. Interesa, sobre todo, porque las encuestas no acompañan a Obama y crecen las dudas sobre las elecciones de mitad de mandato del próximo noviembre y las posibilidades de que el presidente pueda repetir victoria y mandato en 2012. Aunque las mayores dudas han empezado a corroer al obamismo de dentro y de fuera, el discurso no permite muchos márgenes para la incertidumbre: el estado del presidente es fuerte. Obama no se rinde. El suyo fue un discurso combativo y de resistente, aunque ciertamente a la defensiva, después del varapalo para su reforma del sistema de salud propinado por los electores de Massachussets. Pero sin renunciar a nada. Ni a la reforma sanitaria ni a su entero programa legislativo. Pero con un énfasis distinto en cuanto a las prioridades: la economía y la creación de puestos de trabajo se convierten ahora en el centro sobre el que todo debe girar. Uno de los resúmenes de prensa de la Casa Blanca, difundidos antes de que se pronunciara, lleva por título: "Rescatar, reconstruir, restaurar: una nueva base para la prosperidad". El eco del fórmula en 're' consagrada este año en el Foro Económico Mundial es innegable: en Davos se declina como repensar, rediseñar, reconstruir. Entre esta pequeña localidad de los Alpes suizos y la capital americana circulan estos días las propuestas y fórmulas para regresar a los buenos tiempos: la llamada regla de Volcker ha sido el tema de discusión central de la primera jornada del Foro de Davos. Separar de nuevo la banca de negocios de la banca comercial y limitar el tamaño de las entidades son los propósitos del octogenario asesor de Obama, Paul Volcker, que ha dado nombre a esta nueva regla presidencial, bien aceptada, con contadas excepciones, por los gurús económicos de Davos y quizás no tanto por los banqueros. Habrá que ver ahora cómo se encaja aquí, en este Davos constituido en plataforma de los países emergentes, la voluntad expresada por Obama de seguir liderando el mundo: "No aceptamos situarnos en el segundo lugar", ha dicho en referencia a la innovación, la educación y la economía verde. Y en términos más generales no ha dejado margen para la duda de que Estados Unidos quiere seguir siendo la nación que dirige la economía global. Y no sólo la economía: este Obama algo más modesto después del castigo sufrido se ha propuesto avanzar este mismo año en otro capítulo de gran dificultad como es el desarme nuclear. Que haya expresado esta voluntad en el discurso del Estado de la Unión le compromete especialmente en el año en que es obligada la renegociación del Tratado de No Proliferación que ahora caduca. En resumen, el cambio de Obama, el cambio en el que podemos creer, no es fácil, nada fácil, incluso aparece con el aura de las quimeras por las que hay que luchar aunque nunca se alcancen. Esta es la novedad expresada en el discurso, en la que se sintetiza el error cometido por todos, el propio presidente, su equipo, e incluso quienes le han votado y jaleado: las expectativas excesivas han erosionado inevitablemente la posibilidad de obtener resultados razonables y eficaces. Su fracaso actual, el del primer aniversario, es el durísimo precio pagado por las nubes de esperanzas levantadas no tan sólo por su primer año presidencial sino mucho antes, en la campaña de las primarias y en las presidenciales, que vistas desde ahora son todavía las más emocionantes de la reciente historia americana.

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28 de enero de 2010
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Colbert en las nieves

Un Estado que al final es el que lo ha hecho todo: la nación, la ciudadanía, la igualdad, la libertad incluso, el camino de la unidad europea por supuesto. Y que ahora deberá ir más lejos todavía hasta reparar el sistema capitalista. No es un invento socialista, ni una quimera de izquierdas. Tampoco es una ocurrencia reciente ni obra de la imaginación posmoderna. Es anterior a la división del mundo político en dos hemisferios, y obra del intendente del rey de Francia, Jean-Baptiste Colbert (1619-1693), auténtico creador de la idea francesa del Estado. En la época de la globalización triunfante, el colbertismo tenía que andar de tapadillo. Cuando se produce la avería, en cambio, es la hora de una nueva oportunidad, su oportunidad, para reparar el capitalismo y organizar la nueva gobernanza mundial.

Éste es el fondo del discurso de apertura del Foro Económico Mundial, pronunciado ayer por Nicolas Sarkozy en Davos. El primero que pronuncia un presidente francés en ejercicio en esta reunión anual que simboliza mejor que cualquier otra institución las virtudes y los vicios de la globalización (en francés, la mundialización). Si Obama defiende la guerra justa al recibir el Premio Nobel de la Paz, Sarkozy condena la libertad de comercio, el capitalismo financiero y la ingeniería contable en el lugar donde se reúnen los más conspicuos defensores de todo este conjunto de ideas. Y les dice, sin embudos, y con todo el énfasis teatral que caracteriza sus discursos, que para salvar el capitalismo hay que refundarlo y moralizarlo. Davos es una bolsa del poder. No un bolsín cualquiera, sino probablemente uno de los parqués más fiables sobre cómo se va distribuyendo mundialmente en todas sus facetas, económicas, políticas, morales incluso. Y al final, las cotizaciones no engañan. Sube lo que vale y baja lo que no. Baja Europa; suben China, India y Brasil; mientras se estanca y vacila Estados Unidos, la superpotencia en transición desde su pasada soledad en el mundo unipolar hasta la competencia y el barullo de este nuevo mundo multipolar. Baja también la Unión Europea, y de qué manera, y sube el G-20. Los nuevos altos cargos europeos, el belga Van Rompuy y la británica Ashton, no han querido utilizar el foro para proyectar algo de su escasa imagen pública, una ausencia que también funciona en el discurso de Sarkozy, donde Europa y sus instituciones no han merecido mención alguna; y aparece en cambio el G-20 como el auténtico logro del último año y esbozo de un mundo finalmente gobernado. El colbertismo de Sarkozy no es de nueva adquisición, por supuesto. Cabe pensar incluso que está inscrito en el ADN de los políticos franceses. Pero en su fase anterior, antes de la crisis, el brioso presidente de la República parecía más un émulo de Margaret Thatcher, dispuesto a recortar el sector público y reducir el Estado, que un continuador del estatismo inventado por los borbones franceses. Ahora, además, trasciende incluso sus propósitos ideológicos. Francia presidirá en 2011 el G-8 y el G-20, y con tal ocasión echará el resto para intentar aplicar las ideas que su presidente expuso ayer en Davos, incluida la reforma del sistema monetario internacional en un nuevo Breton Woods. ¿Para qué quiere entonces Sarkozy a la Unión Europea, si Francia puede jugar directamente como la potencia reformadora que salvará el capitalismo el próximo año? En Copenhague ya se pudo ver, en la Cumbre del Clima, hace escasas semanas, lo que se está viendo en Davos estos días: la dualidad entre China y Estados Unidos, expresada no sólo en la disputa de Pekín con Google, sino en la gravedad de las guerras cibernéticas que se vislumbran en el horizonte; el ascenso de los imparables a los que antes llamábamos emergentes; esa Europa que se encoge como piel de zapa y se ausenta; y luego el capítulo de los desaparecidos, países que fueron protagonistas en días muy recientes y que de pronto han caído fuera de la visión del radar o sencillamente han preferido ausentarse. Es el caso de Israel y Turquía, que anduvieron a la greña hace un año y desde entonces no han hecho más que distanciarse. Del antaño boyante Dubai, deprimido por su burbuja. O de los pecos, países de Europa central y oriental, sumidos en el provincianismo. Sarkozy sube la apuesta porque conoce la correlación de debilidades europeas. Los europeos tenemos más sillas que nadie en las instituciones internacionales, pero contamos y contaremos cada vez menos. No es difícil aventurar que el desequilibrio entre una voluntad de poder tan escasa y un número excesivo de sillas en las mesas mundiales terminará resolviéndose en el peor sentido para Europa. Y Francia no quiere salir perdedora del envite o pretende, como mínimo, salvar los muebles.

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28 de enero de 2010
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Elecciones embarazosas

Davos significa ?l?embarras du choix?, la imposibilidad de optar sin rechazar también una opción atractiva. Los gurús de cada tribu reúnen a sus devotos para escudriñar todos juntos el vuelo de los pájaros, las entrañas de una gallina o los posos de café. Aquí sucede algo similar con disciplinas en principio algo más serias. Algunos gurús tienen además una capacidad predictiva acreditada. Noureil Roubini, por ejemplo, uno de los pocos que supo ver la llegada de la crisis. Ayer se le escuchaba en la sala de congresos o ante las pantallas de televisión como la voz del profeta. Y lo que dijo no fue precisamente para salir bailando, al contrario, sobre todo los europeos y dentro de los europeos los españoles: a medio plazo el euro peligra y el riesgo viene por nosotros, con nuestra economía mucho mayor que la griega pero con enormes debilidades estructurales. Otros escucharon a Loic Lemeur, uno de los profetas de las redes sociales, que predica cada año en Davos y también consigue llenar las salas y dejar público en la puerta: confieso que a la hora de escribir estas líneas no he obtenido ninguna información relevante de las dichas redes sociales sobre la sesión matutina. Ya me enteraré por otros medios.

?L?embarras du choix? me afecta por partida doble. En Davos y antes de ir a Davos. Me hubiera gustado estar hoy en Madrid en la presentación de Invictus, la película de Clint Eastwood, basada en el libro de mi colega y amigo John Carlin sobre la vida de Mandela, al que Morgan Freeman presta el rostro y la interpretación, y me subí al avión a Zurich pensando cuánto me apetecía ir al pase especial de la película. Cosas del trabajo. Pero el azar de la programación me ha proporcionado una pequeña revancha, muy ilustrativa del alcance del Foro Económico Mundial. A mediodía, antes de una sesión sobre la seguridad energética, he ido a la conferencia de prensa del presidente de Sudáfrica, Jacob Zuma, en la que se presentaba el Campeonato Mundial de Fútbol que se celebrará en su país entre junio y julio. Y allí estaba, en grandes montones en la entrada de la sala, como presente para los asistentes, el libro de John, en su primera edición en bolsillo, que los periodistas se arrebataban de las manos. Sudáfrica es uno de los países de moda este año. Una de las formas de combatir el frío glacial de los Grisones son las bufandas y gorros con el arcoiris sudafricano que regala el gobierno de Zuma. La tradicional fiesta de clausura, patrocinada cada año por un país distinto, será esta vez sudafricana. El campeonato de fútbol, en el que los españoles deben aspirar al máximo, tiene un significado especial para los sudafricanos. Hace 20 años Mandela fue liberado de prisión. La Guerra Fría, el Muro, la unificación alemana, el proceso entero que llevó a la desaparición de la URSS, sí; pero también el fin del apartheid y la transición democrática que ha llevado a Sudáfrica a convertirse en uno de los emergentes más prometedores y en todo caso el más prometedor de Africa. John Carlin vivió parte de esta historia, la ha escrito, la convertido ahora en un filme, al que yo le deseo todo el éxito como se lo deseo a los sudafricanos, en su campeonato y en su ascensión, ésta sí pacífica de verdad, como país próspero y democrático.

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27 de enero de 2010
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Acatar no es callar

El más alto tribunal del país al fin ha decidido sobre uno de los temas controvertidos que afectan a la democracia. El partido en el Gobierno es el que más perjudicado va a salir de la sentencia, decidida por un solo voto de diferencia, entre dos posiciones que demuestran la amplitud de interpretaciones que ofrece la Constitución. ¿Qué hace el presidente? ¿Acata en silencio la sentencia como cabría esperar de quienes consideran que el árbitro constitucional está por encima del ejecutivo y del legislativo? En absoluto. El presidente arremete sin matices contra la sentencia, apoya la interpretación de la Constitución que ha resultado perdedora, e incluso va más allá; anuncia que va a hacer todo lo que sea posible, desde su capacidad ejecutiva y mediante sus iniciativas parlamentarias para eludir en la medida de lo posible el acuerdo del máximo órgano judicial hasta conseguir que se aplique su visión de la democracia en este capítulo de la vida política.

No estamos hablando de un escenario político virtual ni tiene nada que ver con la sentencia del Tribunal Constitucional español sobre el Estatuto de Cataluña. Lo que se explica en el anterior párrafo es exactamente lo que ha sucedido en el Tribunal Supremo norteamericano, que ha sentenciado, por cinco votos a cuatro, a favor de la financiación ilimitada de publicidad política por parte de las empresas en nombre, nada menos, que de la libertad de expresión. El presidente Obama, profundamente irritado por la apelación de la derecha judicial a la Primera Enmienda que protege la libertad de expresión de los ciudadanos, ha manifestado su rechazo a la sentencia y su voluntad de ?reparar en lo posible el daño ocasionado?. Ciertamente, es extraño que se proteja la libertad de expresión de las grandes corporaciones, es decir, los derechos del dinero, creando unas condiciones de desigualdad insalvables respecto a los ciudadanos individuales, tal como hace una sentencia que parece exactamente una venganza del capitalismo más extremo contra los programas de intervención del Gobierno en la economía para salir de la crisis. El caso es especialmente grave si abre el portillo a la financiación de campañas por parte de las filiales norteamericanas de empresas extranjeras, por ejemplo de países árabes, de Rusia o de la Venezuela de Chávez. El Tribunal Supremo norteamericano, formado por magistrados de nombramiento vitalicio, interpreta la Constitución, pero todos entienden que las interpretaciones pueden cambiar y que cada uno tiene derecho a propugnar la interpretación que más le conviene. Es una constitución antigua pero muy viva, a la que los ciudadanos respetan a pesar de cada uno la interprete a su manera. Esto es lo que hace las democracias fuertes y lo que une a los países. Exactamente lo contrario de lo que ocurre cuando las constituciones se convierten en una tablas de la ley esculpidas en piedra, que no permiten mutaciones ni interpretaciones. Se estrecha su capacidad de integrar posiciones políticas, se debilita la democracia y se afloja la unidad política.

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26 de enero de 2010
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¿Vuelven los neocons?

La verdad es que hemos pasado página con rapidez excesiva. La victoria espectacular de Obama y las políticas económicas que trajo la crisis remacharon los clavos del ataúd donde yacían las erróneas políticas de Bush. Algunos historiadores y analistas consideraban que el cambio en la Casa Blanca tenía una dimensión tan nueva como para pensar en un cambio de clima y de era política. Lo que Karl Rove había buscado en la confluencia de Bush y de los cristianos renacidos del sur, un realineamiento electoral que arrinconara a los demócratas durante 40 años más, es lo que los demócratas creyeron que podía suceder pero en dirección contraria con la llegada de un afro americano a la presidencia del país más poderoso del mundo. Los hechos más recientes lo ponen en duda: los votantes independientes o ?swing voters?, que fueron decisivos para Obama en 2008, han sido los que ahora le han castigado en Massachusetts; los republicanos no se han desmovilizado como resultado de la derrota, al contrario, están más motivados que nunca; y los demócratas se hallan de nuevo divididos, como siempre, entre los más radicales y los más centristas.

No es extraño que en tales circunstancias Obama quiera imponer algo de disciplina en las filas demócratas. El principal problema de la Casa Blanca de Obama es que no ha sabido embridar a sus congresistas, a pesar de contar con mayoría en las dos cámaras, que en el Senado era cualificada y le blindaba contra el filibusterismo. Si no lo consigue en los próximos seis meses, las pérdidas pueden ampliarse hasta perder las propias mayorías, que es el objetivo que se ha propuesto un partido republicano muy unido tras estos objetivos, aunque desunido y desorientado todavía en cuanto a liderazgos. Los demócratas llevan dos elecciones seguidas victoriosas, las de 2006 y las de 2008; de lo que se deduce que ahora les toca recibir; pero la Casa Blanca se ha comportado todo este año como si tal amenaza no pesara o pesara menos que la fuerza y el carisma del presidente. Y ahora, cuando se ha comprobado que no er así, no toca más remedio que intentar enderezar las cosas en el escaso lapso que queda hasta el primer martes después del primer lunes del próximo noviembre. Hace un año tuvimos un cambio y ahora tenemos otro. Esto no ha hecho más que empezar. Atención al discurso del Estado de la Nación, el próximo miércoles, en el que seguiremos viendo el despliegue del nuevo Obama. (Enlaces: sobre la teoría del realineamiento escribí el día mismo en que se celebraban las elecciones y, como se puede comprobar pinchando aquí, yo mismo participé en buena medida de esta valoración que ahora queda cuando menos seriamente cuestionada; sobre la voluntad de la Casa Blanca de imponer una cierta disciplina entre los demócratas, ver el artículo del New York Times; y sobre la estrategia futura de la Casa Blanca, el artículo de su jefe de campaña, David Pouffle, en el Washington Post).  (Corrección: Durante 48 horas el título del anterior post fue Obama 0.2. Confieso que no es la primera vez que escribo erróneamente 0.2 en vez de 2.0. Ayer corregí el título que, en cualquier caso, recogía sintéticamente el comienzo de una segunda etapa sustancialmente distinta en la presidencia de Obama. En otras épocas hubiera utilizado la numeración romana propia de las dinastías reales; ahora es más identificable, aunque a mí me cueste retenerlo, la numeración de las sucesivas versiones de la web.)

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25 de enero de 2010
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Obama 0.2

Se acabó el centrismo. Obama ha sido hasta ahora un político conciliador y dialogante, que ha buscado siempre que ha podido los acuerdos transversales en el Congreso entre republicanos y demócratas. Respondía a su carácter, a su fe en la palabra y el diálogo y a su programa de cambio moderado. Todo ha funcionado correctamente, e incluso muy bien en algunos momentos, durante su ascenso electoral y su primer año en la Casa Blanca. Algunas de las victorias conseguidas constituyen hitos históricos que nada podrá ya emborronar: el primer afro americano que alcanza la máxima magistratura del país, el cambio de imagen de Estados Unidos en el mundo, la prohibición de la tortura y de las detenciones ilegales?Pero todo esto se acabó. Ya había recibido varias señales inequívocas sobre la necesidad de matizar su política un tanto ingenua. Pero lo ocurrido esta semana, coincidiendo con el primer aniversario de su toma de posesión no puede ser más preocupante para el presidente. La respuesta no se ha hecho esperar en forma de un nuevo Obama, que ha sido tachado inmediatamente de populista y radical, y del que cabe esperar abundantes sorpresas en su nueva versión más acerada y comprometida.

Dos sonoras bofetadas ha recibido el presidente como regalo de aniversario. La primera de parte del electorado en un el feudo demócrata de Massachusetts donde un hasta ahora desconocido senador local ha desposeído a los demócratas del escaño senatorial que era prácticamente patrimonio familiar de los Kennedy desde hace más de medio siglo. La segunda se la ha propinado el Tribunal Supremo, que ha autorizado la financiación sin límite de las campañas electorales por las empresas privadas en nombre de la libertad de expresión que protege la Primera Enmienda de la Constitución. Ambos sopapos constituyen una lección sobre los límites del poder del presidente más poderoso del mundo. Obama tiene dentro de su ámbito menos márgenes que Zapatero, Berlusconi o Sarkozy, sólo para mencionar tres casos bien distintos. Aunque el poder que tengan cada uno de los tres europeos en términos absolutos sea ínfimo comparado con el poder de Obama. El presidente norteamericano puede mucho: castigar a la banca de Wall Street, por ejemplo. Pero no puede todo: veremos si consigue la aprobación de su reforma sanitaria. Y habrá que ver lo que suceda en las elecciones de mitad de mandato, que se celebrarán el próximo mes de noviembre, donde el castigo contra el gobernante en plaza suele ser la norma: en el caso de Obama este efecto se le ha adelantado en Massachusetts, por una elección especial para llenar la vacante de Ted Kennedy, con lo que la fortuna le ha proporcionado un aviso adelantado que puede permitirle corregir sus errores. La sentencia del Supremo, la máxima autoridad judicial cuyos miembros son vitalicios, ha sido también una advertencia para un presidente que quiere cambiar muchas cosas: nunca deberá olvidar que estos magistrados nombrados todos ellos por sus predecesores, menos uno, Sonia Sotomayor, son los que tendrán la última y definitiva opinión sobre las cuestiones trascendentales que afectan al país. Ellos decidieron las elecciones presidenciales de 2000 y ellos han decidido ahora decantarse a favor de la democracia electoral del dinero, que da ventaja a los republicanos sobre los demócratas.

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22 de enero de 2010
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El examinando de Estrasburgo

España es un socio fiable. Lo ha sido durante el cuarto de siglo transcurrido desde su plena integración en 1986. Cada vez que ha presidido la Unión Europea ha organizado el semestre de turno con competencia y profesionalidad, y ha contribuido además con sus aportaciones a esa unión más estrecha entre los europeos predicada por los tratados fundacionales. Así ha sido con la izquierda y con la derecha. Fueron un éxito las tres anteriores presidencias: la inicial, en el primer semestre de 1989, con Felipe González de presidente y Fernández Ordóñez de ministro de Exteriores, a pesar de la bisoñez de recién incorporados; la segunda, en el segundo semestre de 1995, con el mismo presidente del Gobierno y Javier Solana al frente de la diplomacia, a pesar del clima interior de descomposición política, con los escándalos en marcha y cayendo las encuestas; y la tercera, en el primer semestre de 2002, con José María Aznar en La Moncloa y Josep Piqué en el Palacio de Santa Cruz, a pesar del viraje forzado por la política antiterrorista de Bush y la inminente división de Europa ante la guerra de Irak. Esta presidencia que acaba de empezar no será una excepción. La diplomacia española y toda la estructura del Estado cumplirán con sus compromisos con la UE como se espera de este país fiable y europeísta que es España.

Si la UE estuviera compuesta sólo por países como España, buena parte de la reforma institucional no hubiera sido necesaria. Pero no siempre las presidencias son así de previsibles. Hay países que, por su tamaño, debilidad o apego escaso al compromiso europeo, se limitan a cumplir con los mínimos, y a veces incluso lo hacen con desgana, como fue el caso de la presidencia checa, en la que su propio presidente, Václav Klaus, se permitió el lujo de negar la firma al Tratado de Lisboa ya ratificado por cada uno de los 27, incluido su Parlamento y su Gobierno. Para ellos está pensada esa estructura presidencial permanente que garantizará Van Rompuy durante los primeros dos años y medio. Ha sido una suerte para la UE que la primera presidencia rotatoria con el nuevo Tratado y las nuevas figuras institucionales recayera en España y no en manos de un país eurorreticente. Todos los socios saben que el Gobierno español hará una gestión leal e impulsará tanto como pueda la puesta en marcha de las nuevas instituciones. Aunque el nivel de éxito esté ya garantizado de partida, el momento político y económico que atraviesa España no permite recostarse en obviedades. No es fácil moverse y hablar bajo los focos internacionales en plena crisis y con una economía en tan mal estado. Lo es menos todavía hacerlo con el vientecillo de las encuestas en contra, las dudas en las propias filas y la sombra de una caída de los dioses socialdemócratas en el horizonte, tras el batacazo que se pegaron en septiembre los compañeros de mayor pedigree y fuerza histórica del SPD alemán. El escenario internacional después de Copenhague y de la mutación del G-8 en G-20 tampoco es muy eufórico para una Europa en declive demográfico, económico y político que contrasta con la vitalidad de las emergentes China, India y Brasil. Todo ello explica el mal comienzo de la presidencia española el primero de enero, con pullas y sarcasmos de la prensa internacional, reacciones excesivas del presidente, solapamientos en la actuación de los muchos responsables implicados en la organización del semestre y, sobre todo, una muy confusa comunicación pública en el primer mensaje que se pretendía transmitir sobre cómo conseguir para 2020 el nivel de competitividad que la economía europea exige. Esto quedó zanjado ayer. Si la UE quiere adquirir compromisos para que en 2020 se consiga lo que en 2000 se había programado para 2010, es decir, que la economía europea sea la más competitiva del mundo, debe haber un repertorio de estímulos y sanciones a quienes no los cumplan; de lo contrario sucederá lo que ha sucedido en estos últimos 10 años: que se ha retrocedido en competitividad y Europa irá perdiendo lugares a favor de estos emergentes que ya nos han pisado los talones. José Luis Rodríguez Zapatero fue claro y contundente ayer en esta cuestión, como no lo había sido hasta ahora. También lo fue en otras cosas, de las que sirven para marcar el campo: sobre Haití, nada de peleas por aparecer en la foto y aplausos para los marines de Obama; sobre la inmigración, defensa sin matices de los derechos de todos a los servicios básicos, tengan o no papeles. Eso es Europa y eso es europeísmo; la Europa de la competitividad y la Europa de los valores. Zapatero ha pasado con buena nota el primer examen, el de la presentación del programa presidencial, aunque en su papeleta uno de los examinadores, el liberal belga Guy Verhofstadt ha dejado una frase contundente: "No te dejes amedrentar". Pero el examinando de Estrasburgo ya no era el optimista antropológico que tantas alarmas ha disparado, sino un Zapatero contra las cuerdas y obligado a reaccionar.

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21 de enero de 2010
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En defensa de Naciones Unidas

Bush declaró que era una organización irrelevante. Mandó a un embajador, John Bolton, con el explícito propósito de cortarle las alas: sobran diez pisos del edificio de Nueva York, dijo. Boicoteó a conciencia la reforma de sus instituciones, no fuera caso de que consiguiera adaptarse a las necesidades de la nueva distribución de poder en el mundo. Manipuló inútilmente a su Consejo de Seguridad para demostrar lo que tenía imposible demostración: que Sadam Hussein tenía armas de destrucción masiva preparadas para utilizar inmediatamente contra sus enemigos. Desprestigió luego cuanto pudo a Kofi Anan y promovió al candidato que menos susceptibilidades despertara entre esos círculos de sus amigos neocons temerosos del gobierno mundial opresor y antiamericano. A pesar de todo ello, a pesar de la severidad de los golpes que el terrorismo iraquí y el terremoto caribeño han propinado a la organización, ahí están las pobres y voluntariosas Naciones Unidas, en pie de paz, con sus cascos azules y su retórica humanitaria, preparadas para recibir de nuevo y como siempre las críticas y el desprecio de unos y otros, hasta convertirse en culpables de todo y de cualquier cosa: de que no haya autoridad en Haití y de que la que haya sea la norteamericana. A quien hace lo que puede no se le puede pedir más. Pero esto no parece contar en este caso. Y, sin embargo, Naciones Unidas son un buen reflejo de cómo está el mundo, de cómo están los países y de cómo estamos los humanos. Si criticar su acción más que insuficiente y más que precaria e incluso inútil es criticarnos, critiquémonos todos. Pero por favor, que no sirva esto para cantar las excelencias de un mundo sin timón y por tanto sin rumbo; ni para dar más voz a los chantres del unilateralismo, de la ley del más fuerte y de una correlación de fuerzas que siempre da la razón a los mismos. Esas Naciones Unidas imperfectas, siempre de luto por la gran cantidad de excelentes servidores que ha ido dejando bajo las ruinas de sus cuarteles generales derruidos, son lo único que tenemos, quizás lo mejor que tenemos, aunque sea tan poco. Cuando contemplamos esos espectáculos de desbordamiento que reclaman un mundo gobernado, con una autoridad consensuada por todos que haga respetar las reglas, pensemos que lo que hay que defender y salvar es Naciones Unidas. Sus fracasos, el de Copenhague y el de Haití sin ir más lejos, no son más que un clamor para que el mundo multipolar sea también un mundo donde rijan acuerdos y reglas multilatetarales, un mundo gobernado. Por las instituciones de Naciones Unidas. Reformémoslas ya. Reforzémoslas. No hay otras. No tenemos otras.

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20 de enero de 2010
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Ahorrémonos el bochorno

Lo primero es restablecer el orden. Evitar el saqueo y el crimen, proteger a los más desvalidos de los 3.000 delincuentes que el terremoto liberó de la cárcel y de los muchos hambrientos y sedientos que los instintos de supervivencia pueden convertir en lobos. La vida debe regresar a la mínima normalidad que permita repartir alimentos y agua, organizar los campamentos para quienes se han quedado sin casa, asistir a los enfermos y heridos y terminar de enterrar a los muertos. La jerarquía de tareas es tan evidente que da vergüenza pensar en quienes la invierten por pruritos nacionales, celos, protagonismo, o lo que es peor, por antiamericanismo espontáneo. Haití necesita urgentemente que se imponga el orden y esto sólo puede hacerlo un ejército de una superpotencia vecina y con estrechos lazos con su población como es Estados Unidos.

Las catástrofes suelen proporcionar una buena medida de la calidad política y moral de los dirigentes y de los países donde se producen, así como de sus vecinos. Así sucedió con George W. Bush respecto al Katrina. El terremoto de Haití ha demostrado que la fibra de los políticos norteamericanos está mucho más tensa y viva en esta ocasión, incluyendo al propio antecesor de Obama. No hemos tenido nada de una gravedad equivalente en España que nos permita realizar la simulación en nuestra imaginación, pero casi por definición es imposible pensar que Felipe González y José María Aznar acudan a La Moncloa para hacerse una foto con José Luis Rodríguez Zapatero, para hacer un llamamiento a recoger fondos, y que luego firmen un artículo conjunto en el principal periódico y abran un site de Internet, gonzalezaznar.org debería llamarse, como lo han hecho Bill Clinton y George W. Bush con Obama, en el New York Times y en la red bajo el nombre clintonbushhaitifund.org. Pero regresemos a la cuestión inicial. La Unión Europea, primera potencia mundial en cooperación y ayuda humanitaria, no debe gastar ni un segundo de tiempo ni un gramo de sus energías en criticar o recelar del papel que está jugando el ejército norteamericano en la recuperación del orden en Haití. Debería considerarse una vergüenza y una indignidad cualquier acto de protagonismo personal o de reivindicación de un papel nacional en esta materia. España, que tiene la presidencia de turno de la UE, lo ha hecho muy bien hasta ahora, sin codazos fuera de lugar pero tampoco inhibiciones. El ministro de Exteriores francés, Bernard Kouchner, ha demostrado la mayor sensatez sobre todo esto, aunque la verdad es que no sé yo muy bien si Sarkozy sabrá refrenarse. Ahorrémonos, por favor, el bochorno de esas protestas diplomáticas y declaraciones que denuncian la ocupación y la contraponen con la ayuda humanitaria. La primera ayuda humanitaria es proporcionar tranquilidad y orden a los damnificados y esto es lo que está haciendo ejemplarmente la América de Obama. (Enlaces con el artículo de Bush y Clinton y con su site en internet para recoger fondos).

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19 de enero de 2010
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Conectados para matar

Nada ha cambiado desde Troya. Y nada cambiará. Las nuevas guerras, como las viejas, seguirán produciendo dolor, muerte y miseria. El horror seguirá siendo horror. Si acaso, van a empeorar las cosas: cuanto más lejos se halla el combatiente cibernético del campo de batalla más fácil se convierte el manejo del gatillo. La facilidad con que se matará introducirá una nueva ética de la guerra, lejos también de lo que ha sido la moral guerrera que hemos conocido hasta hace bien poco: se esfumará lo poco de noble que había en ellas. La onmipotencia de unos abrirá cada vez más el espacio para la asimetría de los otros en forma de terrorismo suicida. Esta es la guerra que la CIA está librando ahora mismo en Waziristán y la guerra que no vemos, porque es una guerra oculta, en todos los nidos del terrorismo donde se esconde Al Qaeda.

La vida imita al arte. Los tecnólogos de las nuevas guerras se inspiran en la ficción para fabricar sus nuevos artilugios. Recordemos que después del 11S el Pentágono convocó a guionistas y directores de Hollywood para recibir consejo sobre cómo defenderse ante la imaginación terrorista. Buena parte de las nuevas tecnologías bélicas ya las conocemos incluso visualmente a través del cine de ciencia ficción. No es la única conexión con el mundo de la cultura y el entretenimiento. Los aviones sin piloto llevan una cámara en su cabezal que puede ofrecer imágenes de gran proximidad y detalle sobre el objetivo que unos instantes más tarde saltará en pedazos, así como del escenario después del impacto. Los killers profesionales que los accionan tienen una relación con el robot parecida a la que tienen quienes juegan en el ordenador o los espectadores de televisión. Son ahora combates secretos e incluso clandestinos, a veces incluso por ilegales, pero algún día estos artilugios nos transmitirán en directo el asesinato de un líder terrorista en las montañas del Yemen. Hay que acudir urgentemente a la lectura de los artículos y del último libro del sabio en la materia, el joven investigador de Brookings Peter W. Singer, que publica estos días su libro sobre todos estos asuntos, Wired for war. pero hay otra parte de las nuevas guerras todavía menos conocida, y aún sin un sabio que sepa hacernos la síntesis: ésta es la guerra, de la que escribí el viernes pasado, todavía más subterránea e incluso innominada que se produce estrictamente en la red, mediante ataques estrictamente cibernéticos. Eso es así porque todavía no hemos experimentado una de estas guerras con bajas reales, que se producirán el día en que un ciberataque paralice de verdad un país y le deje sin suministro energético o confunda su control de las comunicaciones hasta provocar una catástrofe. (Enlaces, con el perfil de Singer en Brookings y con la web sobre su libro)

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18 de enero de 2010
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El Boomeran(g)
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