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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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Churchill entra en campaña

Churchill no lo haría. El inglés providencial no abandonaría a Europa en su momento más difícil. Al contrario, repetiría su gesto de 1940 cuando rechazó la negociación con Hitler y decidió seguir la guerra en solitario. "Solo puedo ofrecer sangre, sudor, esfuerzo y lágrimas", dijo en los Comunes. Fue su finest hour.

La situación en que se encuentra Europa en nada se asemeja a aquella circunstancia trágica en los primeros compases de la Segunda Guerra Mundial. Si sirvieran los paralelismos, suscitados por la Gran Crisis y el ascenso de los populismos, la semejanza debería buscarse en la década anterior. A pesar del tiempo transcurrido y de las diferencias, el primer ministro británico, David Cameron, ha querido evocar aquel momento churchilliano en su alegato en favor de la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea el lunes en el British Museum: "Cuando tomo asiento en el Cabinet Room, siempre pienso en las decisiones que se tomaron en esta habitación en tiempos de oscuridad". Ahí fue donde Churchill decidió rechazar las llamadas al apaciguamiento y la rendición: "Pienso en aquellos pocos que salvaron este país en la hora de un peligro mortal y que hicieron posible seguir la lucha y ayudar en la liberación de Europa".

Churchill no es solo fuente de citas y anécdotas para Cameron, sino la inspiración central de su posición contra el Brexit. La existencia de la UE es del máximo interés para los británicos. En caso de abandonarla, el Reino Unido sería más débil, más inseguro y más pobre. "Un salto en la oscuridad". Pero lo peor sería lo que sucedería en el continente, y que muchos brexiters desean: regresarían los nacionalismos excluyentes y en competencia tal como se desplegaron en los años 30.

Es una ironía que quien ha convocado el referéndum sobre la salida de la UE ahora desenfunde la retórica y los ropajes churchillianos para argumentar que el máximo interés británico es permanecer en ella. No es la única: nadie ha explicado mejor que Boris Johnson, el ex alcalde de Londres y brexiter que quiere sustituir a Cameron, en su libro El factor Churchill, los poderosos argumentos del histórico personaje en favor de una unión más estrecha de los europeos.

Cameron y Johnson, divididos por el Brexit, tienen una misma idea churchilliana de Europa: es del máximo interés del Reino Unido que ninguna potencia continental se imponga sobre las otras, y de ahí la necesidad de un sistema que neutralice la rivalidad entre Francia y Alemania e impida que Rusia se haga con el control del continente. Londres debe impulsarlo, garantizarlo e incluso partirse la cara para que exista como hizo en 1940, además de sacar todo el provecho en influencia, seguridad y prosperidad que puede darle un continente en paz. Pero haría un pésimo negocio e iría contra sus intereses si el resultado del referéndum fuera desencadenar una reacción en cadena que desestabilizara el continente e introdujera de nuevo la semilla de la discordia y de la guerra. Con este argumento, Cameron le ha ganado la mano a Johnson.

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12 de mayo de 2016
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La glaciación islámica. Mapa de Oriente Medio (5): Yemen

La guerra civil es casi el estado natural de Yemen. Cabe contabilizar diez al menos desde la descolonización completa del país en 1967. En todas ellas Arabia Saudí está presente, incluso directamente como en la actual con sus soldados y bombardeos. Riad ha participado directamente en tres guerras civiles yemeníes desde la fundación de la monarquía. Es su patio trasero y a la vez un territorio irredento por parte de una casa real que aspiraba controlar la entera península arábiga. Nada temen más los Saud que la eventualidad de éxitos democráticos en repúblicas islámicas vecinas.

Yemen es una temprana premonición de lo que sucedería luego en Libia y Siria con el yihadismo, tercero en discordia en las guerras civiles. El islamismo yihadista anida allí desde que empezó, sea en su forma inicial como Al Qaeda, sea ahora como Estado Islámico. EE UU ha venido bombardeando desde el aire en Yemen, mucho antes de hacerlo en Libia y en Siria, tanto con el dictador Salé de cómplice como luego una vez derrocado ya sin él. La revuelta contra Salé, que empezó en la primavera árabe en 2011, ha ido virando desde entonces hacia una ampliación de la rebelión huthi hasta convertirse en guerra civil y en una nueva partición de facto del país.

Lo más chocante del caso son las inversiones de alianzas que se han producido, con el dictador derrocado Salé aliado con el bando huthi que antes le había combatido, al igual que se alió primero con Washington y ahora se encuentra en el bando contrario. La intervención saudí en Yemen, en marzo de 2015, es la respuesta al acercamiento entre Irán y Estados Unidos y una forma de inhibición respecto al EI.

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11 de mayo de 2016
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La glaciación islámica. Mapa de Oriente Medio (4): Libia

A diferencia de Siria, Yemen e Irak, Libia es el único país árabe donde no hay guerra entre chiíes y suníes, sino entre facciones suníes, dos principalmente, una apoyada por Egipto y Emiratos Árabes Unidos, con la simpatías discretas de Arabia Saudí, y otra apoyada por los Hermanos Musulmanes, Qatar, Sudan y Turquía. En Libia ni siquiera puede hablarse de transición, puesto que nunca hubo un gobierno con el control del territorio. Ahora hay dos gobiernos, uno en Trípoli y otro en Tobruk, y el territorio en manos de tribus y facciones armadas, enzarzadas de nuevo en una guerra abierta desde 2014.

La experiencia libia es la más amarga para europeos y estadounidenses. De la guerra civil que derrocó a Gadafi en el verano de 2011 gracias al apoyo de los bombardeos aéreos de la OTAN surge la fórmula ya consagrada del liderazgo desde atrás de Obama (Leading from behind), pero también sale mal parado el prestigio de los europeos, David Cameron y Nicolas Sarkozy fundamentalmente, apóstoles de la intervención militar que luego se lavaron las manos a la hora de estabilizar el país.

La intervención en Libia, bajo resoluciones del Consejo de Seguridad que obtuvieron la abstención permisiva de China y Rusia, quemó cualquier posibilidad de actuación eficaz en Siria y dejó muy maltrecha la doctrina sobre la responsabilidad de proteger consagrada por Naciones Unidas y en muy pocas ocasiones utilizada. En el consulado de Bengazi murió en 2012, a manos de una guerrilla islamista, el embajador estadounidense Christopher Stevens, una pérdida que ha producido una gran controversia en el Congreso sobre las responsabilidades de Hillary Clinton, entonces secretaria de Estado, y sobre el papel de EE UU en la transición libia y en general en la resolución de los conflictos mediorientales. Otra pésima lección de cara a Siria, por tanto.

La comunidad internacional ha hecho incontables esfuerzos, hasta el momento infructuosos, para conseguir la reconciliación entre los dos principales bandos en guerra, única forma de vencer a las dos facciones terroristas que se han instalado en territorio libio, el grupo Anshar as-Sharia, vinculada a Al Qaeda, y el EI. La guerra civil libia responde a reflejos tribales pero tiene objetivos económicos en el botín del petróleo. Pero sus efectos son de enorme profundidad geopolítica. Libia se ha convertido en el principal hub de armas y de combatientes terroristas desde 2011, con conexiones hasta Siria y ramificaciones hasta África central. De ahí surge, inmediatamente después de la caída de Gadafi, la inestabilidad del vecino Mali, con un golpe de Estado (2012) y una guerra civil en la que los tuaregs apoyados por Al Qaeda llegaron a poner el peligro al propio Gobierno de Mali, obligando a la intervención de una fuerza francesa (2013).

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10 de mayo de 2016
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Salvemos al CIDOB

El CIDOB nunca ha estado bajo los focos. Como corresponde a una institución dedicada a la investigación, el debate intelectual y el estudio, lo suyo es la discreción y la eficacia. En el momento en que se convierte en noticia y además politizada, conviene recordar dos cosas. En primer lugar, su historia, siempre aleccionadora. En segundo lugar, su papel actual y su peso. Así sabremos lo que está en juego cuando desde el Gobierno de Junts pel Sí se prepara el asalto partidista a una institución que debiera quedar a resguardo de las rudezas y las miserias de la vida política.

Historia: en sus orígenes, fue una organización cristiana vinculada a lo que en los años 50 se reconocía como el Tercer Mundo. El nombre primigenio era Agermanament, porque hermanaba a un puñado de curas que trabajaban en África y América Latina en una red misionera desde el punto de vista eclesial y solidaria desde el punto de vista laico. Pronto se convirtió en CIDOB-TM: Centre de Informació i Documentació de Barcelona-Tercer Món, bajo la batuta de Josep Ribera, su fundador en 1973, en la zona gris entre legalidad e ilegalidad tan propia del franquismo. Cuando nadie hablaba de cooperación al desarrollo, ahí estaba el CIDOB. Primera oenegé cuando no había todavía onegés, primer think tank cuando no había think tanks, al menos en nuestra geografía. Del cristianismo al internacionalismo. Los exilados de las dictaduras de los años 70, especialmente los chilenos, sabían muy bien quién era Ribera y qué era el CIDOB. También lo sabían los periodistas dedicados a la información internacional.

Entrada ya la democracia, fue tomando envergadura. Sus siglas cambiaron de contenido con la desaparición del Tercer Mundo, camino del actual mundo global emergente, y con la internacionalización del centro, convertido en Barcelona Center on International Affairs. Ribera fue sustituido por Jordi Vaquer, actual director europeo de la Open Society, al que sucedió Jordi Bacaria, el actual director. Narcís Serra fue el primer presidente del patronato, al que sustituyó Carles Gasóliba. Javier Solana es su presidente de honor desde 2010, cargo que ciertos soberanistas pretenden suprimir, debido al especial afecto que profesan a la figura española más reconocida en el ámbito de las relaciones internacionales. Solana organiza desde hace 14 años un seminario en Pedralbes sobre Paz y Guerra en el siglo XXI, con participación de expertos de todo el mundo, que se halla entre las mejores reuniones de este tipo.

Estamos ya en la actualidad: el CIDOB es el mejor think tank español según la clasificación de la Universidad de Pennsylvania. Es una clasificación discutible, como todas, por supuesto. Por medios, presupuesto, personal y apoyo institucional, hay algunos más poderosos. Pero su prestigio es muy especial, sobre todo en el área mediterránea y entre los think tank de la región; el único que juega en la Liga de Champions de la investigación europea. El equilibrio institucional en el que ha crecido, bajo la potente marca de Barcelona, seguro que es crucial para su imagen de independencia respecto a gobiernos y partidos, cosa que no sucede con otros think tanks españoles. Eso se perderá si se convierte en instrumento del proceso soberanista y más si se especializa en la rama apasionante de las relaciones internacionales que se ocupa de las secesiones.

Visto fríamente, lo más extraño es que el asalto haya tardado tanto. El destrozo institucional que está produciendo el procés merecerá un balance a su debido tiempo. Dos elementos ayudan a entenderlo. Uno, es el modelo institucional que incluye a los dos principales patronos, que son el Ayuntamiento de Barcelona y la Generalitat, junto al Ministerio de Asuntos Exteriores español, además de la Diputación de Barcelona y del Área Metropolitana. El modelo consorciado es el que permitió celebrar los Juegos Olímpicos y el que ha servido para armar numerosas instituciones. En las condiciones de hoy no habría Juegos Olímpicos en Barcelona y ni reconstrucción del Liceo.

La segunda explicación se llama Convergència Democràtica de Catalunya, la genuina y auténtica CDC autonomista fundada, entre otros, por Carles Gasòliba. No es extraño que este economista y político nacionalista de la primera hora, auténtico escudo para evitar las interferencias políticas, haya sido despachado con buenas palabras por el foreign affairs minister Romeva, justo cuando Artur Mas da la puntilla a CDC para fundar algo totalmente nuevo. Si el pujolismo sin corrupción tiene una existencia real, y la tiene, esta tiene de nombre Carles Gasòliba (no es el único, ciertamente, pero sí uno de los más destacados).

Conclusión: sería una pena y una pérdida para todos, también para los independentistas, que el CIDOB se convirtiera en instrumento de quienes utilizan la supuesta emancipación nacional catalán en la escalera para satisfacer sus ambiciones. Cuesta mucho construir una institución, pero es fácil destruirla en un abrir y cerrar de ojos.

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9 de mayo de 2016
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La glaciación islámica. Mapa de Oriente Medio (3): Egipto.

El que fue principal protagonista de la primavera árabe es ahora un agente mudo y ensimismado, sin apenas protagonismo exterior. La experiencia de los Hermanos Musulmanes egipcios en el poder es la otra cara de Túnez. Invisibles en un primer momento durante las revueltas, pronto consiguieron hacerse con la dirección del movimiento y también con las mayorías electorales. No consiguieron, sin embargo, la aprobación de una Constitución inclusiva, que conciliara las pretensiones de los laicos y de los islamistas. Una vez en el gobierno, su gestión económica fue desastrosa y todavía más la del orden público. Empeoró la condición de la mujer, empujada por el rigorismo islámico y por la delincuencia común. La egipcia fue una transición que jamás tomó velocidad. La plaza Tahrir, donde todo empezó contra Mubarak, se llenó de nuevo contra el presidente islamista Mohamed Morsi, hasta establecerse una alianza implícita entre la izquierda laica y los militares para derrocar a este último y devolver el poder a quienes nunca lo habían abandonado desde el golpe de los Oficiales Libres en 1953.

Egipto era la pieza central del dispositivo de seguridad establecido entre EE UU e Israel para mantener la estabilidad en Oriente Próximo y garantizar la supervivencia del Estado judío. Los militares tienen encomendado el mantenimiento de la libre circulación por el canal de Suez, el control de la frontera con la franja palestina de Gaza y la seguridad en el Sinaí, fronterizo con Israel, donde campan a sus anchas Al Qaeda y el EI, reclutando terroristas entre la población beduina. Tras el golpe militar del general Al Sisi, Washington congeló la ayuda militar de 1.300 millones de dólares que proporciona anualmente desde los acuerdos de paz de Camp David, pero a los dos años la ha restaurado de nuevo en aras de la estabilidad.

La represión contra los Hermanos Musulmanes ha sido devastadora, hasta devolver la secta islámica a las catacumbas. Más de un millar de manifestantes islamistas murieron en las manifestaciones pacíficas en protesta por el golpe. Decenas de miles más han pasado por comisarías, cárceles y tribunales. Son centenares las penas de muerte dictadas contra los ?hermanos?, empezando por la cúpula de la cofradía y el propio presidente, aunque ninguna de ellas ha sido por el momento ejecutada. Aunque Al Sisi ha promovido una nueva Constitución y celebrado nuevas elecciones generales y presidenciales, las libertades se hallan restringidas en un régimen militar que apenas necesita camuflarse y recibe más parabienes que condenas por parte de la UE y Estados Unidos.

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8 de mayo de 2016
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La glaciación islámica. Mapa de Oriente Medio (2): Túnez

En cinco años ha cambiado la geografía política árabe e islámica, pero también ha cambiado con ella el mundo entero, y principalmente Europa. Ya no se trata de un nuevo desorden árabe, sino de una madeja inextricable rodeada de la más gran confusión estratégica por parte de todos. Este es un pequeño atlas de las transformaciones producidas después de aquella primavera fracasada de 2011 en los cuatro países donde más lejos llegó el cambio y en el país árabe que encabezó desde el primer día la contrarrevolución:

Túnez.- El pequeño país magrebí es un caso único. Allí empezó todo y allí todavía se mantiene la esperanza. Ha elaborado una Constitución con participación de los islamistas, la más laica del mundo árabe y una de las más feministas del mundo. Ha experimentado un gobierno islamista durante algo más de un año que cedió el poder a un gobierno tecnócrata con la misma normalidad con que accedió a él. Y, sin embargo, no es nada seguro que pueda sobrevivir en un entorno geopolítico tan difícil.

De Túnez, de su crisis económica cada vez más profunda, y de sus decepciones políticas, sobre todo del islamismo político, ha salido la mayor aportación de combatientes del Estado Islámico. Su industria turística se halla al borde del colapso después de los atentados de 2015 en el Museo del Bardo y en la localidad turística de Susa. Cierto que su partido islamista En-Nahda (Renacimiento) es el más evolucionado y moderno de todo el paisaje islámico, incluyendo Turquía.

El peligro de inestabilidad viene de los hábitos tradicionales del poder, que han resurgido como una maldición dentro del partido hasta ahora mayoritario en el parlamento. Nidaa Tunes (Llamamiento para Túnez) es una formación laicista en la que convivían políticos tanto del antiguo régimen como de la oposición, fundada por el presidente Béji Caid Essebsi, de 90 años. Su división ahora entre los partidarios de su hijo Hafedh y quienes se oponen a sus pretensiones dinásticas ha dado de nuevo la mayoría parlamentaria a los islamistas.

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7 de mayo de 2016
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La glaciación islámica. Mapa de Oriente Medio (1)

El invierno democrático árabe, que siguió a la primavera democrática, está desembocando en un caos geopolítico que repercute en Europa.

(Este texto, que voy a dar en este blog en varias entregas, ha sido publicado anteriormente en la revista La Maleta de Portbou, correspondiente a los meses de marzo-abril de 2016).

Cinco años después de las revueltas democráticas de 2011 que derribaron cuatro dictadores ?Túnez, Egipto, Libia y Yemen-- y sembraron el desconcierto y la inseguridad entre los autócratas, el mundo árabe está evolucionando hacia un mapa geopolítico caótico e irreconocible, en el que se disputan la hegemonía varias potencias regionales en busca de una nuevo equilibrio, proliferan los estados fallidos y cuarteados en guerras sectarias e intervienen militarmente las viejas potencias coloniales ?Francia y Reino Unido-- y las antiguas potencias de la guerra fría, una de forma reticente ?los Estados Unidos de Barack Obama? y la otra de forma agresiva, en busca de la recuperación de su perdida influencia ?la Federación Rusa de Vladimir Putin.

Aquella primavera, con la excepción del pequeño Túnez, terminó apenas después de empezar. Enseguida llegó el invierno, primero islamista y luego golpista, tal como ejemplifica la evolución del país árabe central que es Egipto, donde los militares se hallan de nuevo en el poder después de un breve interregno de gobierno democrático. Faltaba todavía por llegar al punto de congelación de las esperanzas con la aparición del califato terrorista, el autodenominado Estado Islámico (EI), última consecuencia de este movimiento tectónico, que se ha instalado entre Siria e Irak con tentáculos de acción violenta en todo el mundo, desde Estados Unidos y Europa hasta África central e Indonesia.

Una nueva generación de jóvenes, muchos de ellos occidentalizados y tecnológicos, fue la que protagonizó las revueltas de 2011 con la pretensión de instalar la democracia en países que jamás la habían conocido hasta ahora. Pero en los casos singulares en que se abrieron transiciones democráticas ?Túnez y Egipto, fundamentalmente? los partidos islamistas tradicionales no tardaron en hacerse con la dirección del movimiento primero y luego en alcanzar el poder en las urnas y gobernar. Con ellos regresaron dos componentes esenciales de la tradición revolucionaria árabe, el antisionismo y el antiamericanismo, que se habían ausentado momentáneamente en la primera fase de las revueltas.

De fracaso en fracaso, quedaba solo un paso por dar: del laicismo al islamismo y luego del islamismo al yihadismo. Los peores prejuicios sobre la compatibilidad del islam con la democracia y las libertades políticas quedaban de nuevo confirmados. No era otro el reproche de los militares egipcios y de los príncipes saudíes a sus aliados de Washington: si no quieres que el islamismo político llegue al poder no hagas elecciones, si no quieres doblegarte a las amenazas del terrorismo yihadista no abras la mano a las libertades políticas.

La glaciación islámica va más allá del mundo árabe y musulmán y afecta directamente a la estabilidad de Europa e incluso al proyecto europeo en su conjunto. La llegada en 2015 de más de un millón de refugiados, al menos la mitad originarios de Siria, ha cuarteado los pilares del sistema de asilo europeo y las políticas de inmigración. Sumada a los ataques terroristas del EI en Francia, han enervado el miedo al extranjero y específicamente a los musulmanes y propulsado movimientos xenófobos como Pegida (Patriotas contra la islamización de Europa) y partidos de extrema derecha, que están entrando en los gobiernos, obteniendo mayorías en ayuntamientos y parlamentos o acercándose peligrosamente a la presidencia de los países como ya ha sucedido en Polonia y puede suceder en Francia con Marine Le Pen.

Afecta directamente a las políticas europeas. Los acuerdos de Schengen de libre circulación dentro de las fronteras se hallan en cuestión y en muchos casos suspendidos. Las vallas fronterizas y los controles de pasaportes vuelven a estar al orden del día. Alemania está intentando distribuir los refugiados por un sistema de cuotas entre cada uno de los países, pero se encuentra con una enorme hostilidad, sobre todo por parte de los países ex comunistas. Hace también gestos de amistad hacia Turquía, con ayudas financieras incluidas, para que este país retenga los flujos de refugiados que llegan a su territorio desde Siria. Más que nunca queda en evidencia la imposibilidad de tratar crisis globales desde los Estados nacionales o, alternativamente, desde una UE sin unión política ni política exterior y de seguridad.

La crisis siria también afecta a las políticas nacionales, súbitamente endurecidas hasta extremos que no se habían visto en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. El parlamento danés discute la expropiación de los bienes de los refugiados que lleguen a su país, bajo la explicación de que deben pagarse sus gastos, pero a fin de disuadirles de escojan Dinamarca como punto de llegada. Y la Francia socialista de François Hollande pretende crear dos clases de ciudadanos a la hora de castigar el terrorismo: los franceses de segunda generación, con padres inmigrantes, que pueden ser desposeídos de la ciudadanía y los de pura cepa, a los que no se les puede quitar. Y no tan solo en Europa: el debate sobre la inmigración entre los candidatos republicanos a la presidencia de Estados Unidos marca el nivel de aceptabilidad al que han llegado las ideas extremistas en occidente, como demuestra la popularidad del magnate neoyorquino Donald Trump y de sus ideas de expulsiones masivas de hispanos o de prohibición de entrada a los musulmanes.

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6 de mayo de 2016
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La bicicleta europea

La bicicleta europea no se cae. Está en el límite, es cierto. Pero una vez más, tarde y mal, un golpe de pedal le permitirá mantener un equilibrio imposible. El último es la propuesta aprobada ayer por la Comisión, en forma de contribuciones de solidaridad, que deberán hacer los países reticentes a la admisión de la cuota de refugiados que les corresponden según el reparto establecido por la misma institución de la UE.

Si la idea prospera, la Comisión Europea salvará uno de los pilares de la política de asilo actualmente desbordada por el flujo enorme de solicitantes que está llegando desde Oriente Próximo y principalmente de Siria. El nuevo sistema tiene la virtud de que conserva lo esencial del anterior: el primer país que reciba a un refugiado será el que seguirá teniendo la obligación de atenderle y de tramitar su solicitud. Esta era la piedra de toque del llamado Sistema de Dublín, que se verá reformado ahora para atender a un flujo masivo como el que está llegando a Europa en vez de los casos más aislados para el que estaba pensado y obligará a los países a compartir las responsabilidades, para evitar que sean unos pocos los que carguen con el mayor peso. Visto que no hay solidaridad voluntaria, la Comisión se ha decidido por la solidaridad obligatoria. El reparto no se hará en forma de cuotas inamovibles, sino de multas, 250.000 euros por refugiado rechazado, que gravarán a los países que no quieran aceptar las asignaciones en función del PIB, la población y el esfuerzo de acogida ya realizado.

Se mantiene y reforma Dublín, se preserva la capacidad de decisión de cada Estado miembro e incluso se lanza, oblicuamente, un mensaje hacia Reino Unido que favorece la campaña del referéndum para la permanencia en la UE. Tanto Londres como Dublín y Copenhague tendrán libertad para participar o no en el reparto, atendiendo a su actual exclusión del sistema de asilo y de Schengen: "el mejor de los mundos" según el gobierno británico.

Las multas solidarias de Bruselas tardarán. Hay que aprobarlas primero y aplicarlas después. El denostado acuerdo de devolución de refugiados con Turquía está ya funcionando en el capítulo que más interesa: el ritmo de llegada a las costas de Grecia ha caído bruscamente. La liberación de visados para los turcos, una de las exigencias de Ankara, también ha recibido la bendición de la Comisión. Al igual que la prórroga por seis meses de la suspensión de Schengen para Alemania, Austria, Suecia, Dinamarca y Noruega.

De la crisis de los refugiados saldrá una Europa irreconocible, o en su paisaje humano o en su jerarquía de valores. Están bien los golpes de pedal para mantener en pie la bicicleta, pero ninguno de ellos es una buena noticia, porque Europa todavía no ha empezado a enfrentarse con la verdad desnuda: esto no es un fenómeno coyuntural o de temporada, sino el principio de una época nueva en la que será creciente la presión de millones de refugiados y fugitivos de las guerras y de la pobreza, agolpados ya en nuestras puertas.

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5 de mayo de 2016
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El discurso de Europa

Hay errores que no tienen enmienda. Barack Obama no reparará la división de Europa a la que tanto contribuyó su antecesor George W. Bush y sobre todo la peña neocon que le rodeaba. Europa se hallaba dividida cuando llegó Obama en 2009 y está todavía más dividida y desorientada cuando se va ahora en 2016. No se trata de echar las responsabilidades sobre Washington y ni siquiera sobre quien más leña echó al fuego de la fragmentación europea con aquella guerra global contra el terror que decretó el fin del multilateralismo, la obsolescencia de Naciones Unidas y la vulneración de las leyes y códigos internacionales sobre derechos de las personas.

La principal responsabilidad es de los europeos y nadie ha contribuido tanto como ellos a la actual catástrofe política. Pero fue Donald Rumsfeld, el secretario de Defensa de Bush, el sembrador de vientos que inventó la nueva Europa enfrentada a la vieja de la que surgen algunas de las tempestades actuales. A notar que en la Europa nueva estaban el Reino Unido que ahora quiere irse y los países del grupo de Visegrado (Polonia, Hungría, Chequia, Eslovaquia), que ahora galopan hacia el populismo xenófobo. También estaba la España de Aznar, que apoyó la resolución para declarar la guerra a Irak con sus votos en el Consejo de Seguridad, su foto de las Azores y su manifiesto en favor de Bush y contra Francia y Alemania que le valió el agradecimiento de la Casa Blanca y luego la incorporación al consejo editorial de News Corporation, el grupo de Murdoch que edita el Wall Street Journal donde salió publicado el panfleto; la misma España del Partido Popular que ahora con Rajoy se ha ausentado de Europa y del mundo hasta convertirse en invisible desde la Casa Blanca.

Obama es un presidente lejano pero no hostil ni ajeno a los valores europeos como eran los neocons. Es lejano porque nació en Hawai, se crió en Indonesia y observa el mundo desde la cuenca del Pacífico y con la piel de un nieto de musulmanes kenianos y cristianos blancos americanos: la globalidad mestiza se asemeja más a Obama que a los anteriores presidentes, de tez tan similar a las europeas. En formación y en mentalidad conecta mejor con las clases medias emergentes de lo que en su día fue el Tercer Mundo que con las sofisticadas burguesías europeas, como era el caso de la mayoría de sus predecesores.

Su preferencia estratégica se ha desplazado también hacia el Pacífico, en lo que se ha venido en llamar el pivote asiático: organizar la geometría de seguridad frente a China es una prioridad a largo plazo más acuciante que intentar resolver el rompecabezas de Oriente Próximo, contener a la Rusia de Putin o disciplinar a los europeos. Nadie está más cerca de Europa en cuanto a sentimientos y valores, es cierto: son los de la Ilustración que están en el origen de la democracia, pasados por la experiencia dolorosa de los totalitarismos del siglo XX, las dos guerras mundiales y la guerra fría. Pero los europeos pretenden viajar en primera con billete de segunda y por eso merecen la calificación de free riders o gorrones, tal como les adjetivó Obama en su entrevista a The Atlantic.

Esa entrevista, titulada La doctrina Obama, fue el aperitivo de su viaje a Europa esta pasada semana, probablemente el penúltimo que hace como presidente (en junio estará en Varsovia para una trascendental cumbre de la OTAN), en el que ha hecho un doble ejercicio: ha leído la cartilla a los europeos y ha elogiado la unidad europea con un énfasis y una capacidad de convicción que ya ningún europeo exhibe, justo en el momento en que la moda es hablar mal de Europa y anunciar su inminente fallecimiento como proyecto.

La cartilla es larga y empieza por el capítulo británico: el Brexit es pésimo para Europa, para Estados Unidos y para la relación transatlántica. Debilitará y hará más vulnerables a los países occidentales. Será el primer paso hacia la fragmentación efectiva del continente, una especie de regresión que reforzará la vocación dominadora de Rusia sobre la pequeña península occidental de Euroasia.

Este peligro quedará más acentuado si los lazos transatlánticos siguen aflojándose. El segundo punto de la cartilla es la escasa responsabilidad europea en la seguridad común y se concretará en Varsovia en la exigencia de un 2% del PIB en gasto de defensa. El tercer punto corresponde al plano comercial, en el que Europa y EE UU tienen como objetivo la firma dentro del año actual de un Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP), similar al Tratado Transpacífico (TTP), que han firmado ya diez países asiáticos y Washington.

En ambas cuestiones, defensa y comercio, los vientos soplan en contra. Las políticas de rigor no ayudarán a aumentar unos gastos de defensa que, además, son impopulares entre la izquierda europea emergente; pero más impopulares son, en Europa y en EE UU, las concesiones mutuas que exige el TTIP y los plazos razonables pero altamente improbables para su aprobación, que debieran caer dentro de la actual presidencia de Obama y sin que incidiera en la elección presidencial francesa y las elecciones generales alemanas, ambas en 2017.

Obama ha pedido más cosas a los europeos, como una mejor coordinación de los servicios secretos ante el terrorismo, mayor firmeza ante Putin y más compromiso en la resolución en origen de la crisis de los refugiados. Todo incide de nuevo en la seguridad y lleva a una conclusión inmediata: Europa debe contribuir más a terminar con las guerras de Siria, Irak y Afganistán y a combatir al Estado Islámico.

Es ya proverbial la inspiración de sus discursos, en buena parte surgida de los sermones movilizadores en las luchas de los derechos civiles en los años sesenta. Obama tiene su discurso de la raza, sobre las armas nucleares, sobre el islam, sobre la guerra o ahora sobre Europa en Hanover. Y siempre hay una parte de admonición, que en este es contra las vallas y fronteras, contra el racismo y la xenofobia, contra la división y el repliegue nacionalista e identitario; y otra de elogio: en esta ocasión a favor de la unidad y de los valores europeos.

El discurso de Europa contiene un elogio personal para Angela Merkel, a la que calificó de ?campeona de nuestra alianza? y con la que Obama ha establecido una especial sintonía. Revela cómo la relación especial que Washington tenía con Londres se ha desplazado hacia Berlín ?puenteando a Bruselas?, donde la Casa Blanca encuentra al auténtico interlocutor europeo. Después de la tensión que Bush introdujo, Obama ha querido cambiar la relación transatlántica, pero para reforzarla y asegurar su futuro dentro de una visión más global y menos eurocéntrica. Otra cosa es que los europeos aceptemos las críticas y nos creamos los elogios a esa unidad cada vez más dudosa de los pueblos de Europa.

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2 de mayo de 2016
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El año del Estado Islámico

El califato terrorista se proclamó en Mosul el 29 de junio de 2014, tres semanas después de que la ciudad iraquí cayera en manos del autodenominado Estado Islámico (EI), pero ha sido en 2015 cuando el grupo terrorista se ha consolidado y desplegado en toda su potencialidad destructora. Este pasado año la organización que ha venido a suceder y superar a Al Qaeda ha atacado por primera vez territorio europeo, mediante la acción de combatientes solitarios pero coordinados, extraídos fundamentalmente de la tercera generación de inmigrantes árabes en Francia, a la vez que cientos de miles de refugiados que huyen de la guerra civil siria han desbordado la capacidad del sistema de asilo de la UE y desencadenado reacciones xenófobas en todo el continente.

Hay que remontarse unas décadas para fijar los orígenes del EI, perfectamente entreverados con la historia de Al Qaeda. Habría que referirse a las guerras de Irak, las dos, la primera emprendida por Bush padre en 1990 y la segunda por Bush hijo en 2003, y las dos también de Afganistán, la que iniciaron y perdieron los soviéticos tras su invasión en 1979 y la que empezaron en 2001 y todavía no han ganado los estadounidenses. A partir de la primera guerra de Irak se produjo la ruptura de Bin Laden con la monarquía saudí --disgustado por la alianza de Washington con Riad y sobre todo por la presencia de tropas estadounidenses en el territorio que alberga los lugares sagrados del islam-- de la que surgió su proyecto de organización internacionalista islámica. Antes, de la primera guerra de Afganistán, había surgido ya toda una generación de mujaidines bajo protección saudí, pakistaní y estadounidense, todavía en plena guerra fría y naturalmente sin sospechar que allí se incubaba el huevo de la serpiente, es decir los talibanes y grupos como Al Qaeda.

Las causas inmediatas que explican la aparición del mayor grupo terrorista de la historia, más de 30.000 combatientes reclutados en todo el mundo, encuadrados militarmente, con mandos del ejército de Sadam Husein desmantelado por EE UU, y probablemente el mejor equipado ?pertrechos de tres divisiones iraquíes enteras tomados en Mosul tras la desbandada del ejército y la policía, armamento pesado, centenares de vehículos blindados--, hay que buscarlas en el fracaso de la primavera árabe, aquella oleada de revueltas y revoluciones democráticas de 2011 que hizo caer cuatro dictaduras ?Túnez, Egipto, Libia y Yemen?y agrietó los pilares del orden político árabe.

Tres fueron las consecuencias derivadas de las revueltas. La primera y más visible es la implosión de tres países, Libia, Siria y Yemen, convertidos en estados fallidos, donde circulan armas, terroristas y personas en busca de refugio y se combaten entre sí facciones y guerrillas de todo tipo. La segunda es el fracaso del islamismo político en su experiencia democrática en Egipto, que ha lanzado en brazos del yihadismo a millares de jóvenes desencantados. Y la tercera y decisiva, la fusión de la guerra civil siria con el conflicto sectario iraquí en una contienda global entre chiíes y suníes, que se encuadra en una especie de guerra fría regional entre dos potencias como Irán y Arabia Saudí, apoyadas respectivamente por Rusia y Estados Unidos.

(Este artículo es mi aportación al Anuario Joly de Andalucía 2016, que publica el Grupo Joly, editor del Diario de Cádiz y ocho cabeceras andaluzas más).

El EI, en contraste con Al Qaeda, no pretende ser únicamente una organización que coordina y realiza atentados terroristas contra el mundo occidental en general, sino un genuino Estado árabe, instalado en un territorio contiguo entre Siria e Iraq que anula las fronteras coloniales, en concreto la línea Sykes-Picot delimitada en 1916, y recrea el primer Estado islámico del profeta Mahoma. Para acreditarse como tal, cuenta con ciudades, pozos y refinerías petrolíferos, yacimientos arqueológicos, población (entre 3 y 8 millones) y una rudimentaria administración. También con una economía elemental, basada en la confiscación de bienes, el contrabando de petróleo y obras de arte, así como el cobro de rescates para liberar secuestrados y permitir salir de su territorio. Y con un eficaz aparato de propaganda, a cargo de jóvenes experimentados en redes sociales y producción audiovisual, que utilizan para difundir sus truculentas producciones, en las que han grabado ejecuciones, a veces masivas.

La mitología del islam primitivo le sirve para llamar a los creyentes a librar la yihad contra el régimen dictatorial de Bachar el Asad en Siria y la democracia de hegemonía chií y proiraní de Irak; a practicar la hégira o emigración desde los suburbios de las grandes ciudades hasta la tierra sagrada; y a construir un Estado regido por la sharía más estricta. Uno de los atractivos que ofrece a los jóvenes musulmanes ante el desarraigo, el paro y el hundimiento de las ideologías, es la posibilidad de formar familias polígamas y esclavizar mujeres como en tiempos del islam primitivo a cambio de combatir en sus filas. Su pretensión de liderazgo islámico le permite obtener el vasallaje de grupos terroristas del mismo cariz, más de 40, que operan en todo el mundo desde Nigeria hasta Filipinas.

A diferencia de Al Qaeda, el EI es un grupo excomunicador o tafkir, que declara apóstatas a los musulmanes que no responden a la ortodoxia sunní. En el territorio bajo su control practica la limpieza étnica, exterminando u obligando a emigrar a chiíes, cristianos u otras sectas religiosas como los yazidíes. Hasta 2015, se entendía que Al Qaeda combatía al enemigo lejano, las potencias occidentales, con sus atentados en grandes ciudades como Nueva York, Londres o Madrid, mientras que el EI solo atacaba al enemigo próximo. A partir de este año, y especialmente con la oleada de atentados en Francia, el califato pretende también trasladar la guerra civil a Europa, con el objetivo de provocar una oleada de islamofobia que separe a los europeos de religión musulmana en una comunidad aparte y hostil.

El califato terrorista se ha convertido en un dolor de cabeza para la comunidad internacional, pero también en fuente de divergencias, a la hora de resolver la guerra civil de Siria, donde el ISIS aprovecha la fragmentación del país para anidar entre el gobierno de Bachar el Assad, apoyado por Irán y Rusia, y la oposición apoyada por occidente y las monarquías del Golfo. Cada uno de los países vecinos de Siria tiene su prioridad y su proyecto de hegemonía regional, que en casi ningún caso pasa por eliminar ante todo al Estado Islámico.

Las potencias suníes como Arabia Saudí o Turquía quieren que caiga antes el régimen de Damasco y en el caso turco su prioridad es atacar a las guerrillas kurdas, hasta ahora las tropas más eficaces frente al EI en Siria. Irán apoya al régimen porque quiere mantener su actual esfera de influencia, que abarca Líbano, Siria, Irak y Yemen. Rusia ha sabido aprovechar la guerra siria para regresar militarmente a la región en apoyo de El Assad. Los europeos, finalmente, a pesar de su escasa capacidad militar (solo Francia y Reino Unido cuentan en las alianzas que bombardean desde el aire al ISIS) tienen interés en frenar el origen del intenso flujo de refugiados que está llegando a su territorio, así como en eliminar también el nido de yihadistas que atrae a jóvenes de sus suburbios y los devuelve luego a Europa para realizar atentados.

Como han señalado muchos comentaristas e incluso líderes religiosos musulmanes, el EI no es ni un Estado ni es islámico. Pero la realidad es que se ha consolidado en 2015 gracias a la división de la comunidad internacional y a la actitud reticente de Estados Unidos, que apoya a quienes le combaten con bombardeos aéreos, pero descarta cualquier tipo de intervención terrestre. La inteligencia israelí considera que militarmente no significa peligro alguno, pero a casi dos años de la proclamación del califato en Mosul, está consiguiendo el objetivo más elemental de un Estado en construcción como es durar.

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1 de mayo de 2016
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El Boomeran(g)
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