Lluís Bassets
La bicicleta europea no se cae. Está en el límite, es cierto. Pero una vez más, tarde y mal, un golpe de pedal le permitirá mantener un equilibrio imposible. El último es la propuesta aprobada ayer por la Comisión, en forma de contribuciones de solidaridad, que deberán hacer los países reticentes a la admisión de la cuota de refugiados que les corresponden según el reparto establecido por la misma institución de la UE.
Si la idea prospera, la Comisión Europea salvará uno de los pilares de la política de asilo actualmente desbordada por el flujo enorme de solicitantes que está llegando desde Oriente Próximo y principalmente de Siria. El nuevo sistema tiene la virtud de que conserva lo esencial del anterior: el primer país que reciba a un refugiado será el que seguirá teniendo la obligación de atenderle y de tramitar su solicitud. Esta era la piedra de toque del llamado Sistema de Dublín, que se verá reformado ahora para atender a un flujo masivo como el que está llegando a Europa en vez de los casos más aislados para el que estaba pensado y obligará a los países a compartir las responsabilidades, para evitar que sean unos pocos los que carguen con el mayor peso.
Visto que no hay solidaridad voluntaria, la Comisión se ha decidido por la solidaridad obligatoria. El reparto no se hará en forma de cuotas inamovibles, sino de multas, 250.000 euros por refugiado rechazado, que gravarán a los países que no quieran aceptar las asignaciones en función del PIB, la población y el esfuerzo de acogida ya realizado.
Se mantiene y reforma Dublín, se preserva la capacidad de decisión de cada Estado miembro e incluso se lanza, oblicuamente, un mensaje hacia Reino Unido que favorece la campaña del referéndum para la permanencia en la UE. Tanto Londres como Dublín y Copenhague tendrán libertad para participar o no en el reparto, atendiendo a su actual exclusión del sistema de asilo y de Schengen: "el mejor de los mundos" según el gobierno británico.
Las multas solidarias de Bruselas tardarán. Hay que aprobarlas primero y aplicarlas después. El denostado acuerdo de devolución de refugiados con Turquía está ya funcionando en el capítulo que más interesa: el ritmo de llegada a las costas de Grecia ha caído bruscamente. La liberación de visados para los turcos, una de las exigencias de Ankara, también ha recibido la bendición de la Comisión. Al igual que la prórroga por seis meses de la suspensión de Schengen para Alemania, Austria, Suecia, Dinamarca y Noruega.
De la crisis de los refugiados saldrá una Europa irreconocible, o en su paisaje humano o en su jerarquía de valores. Están bien los golpes de pedal para mantener en pie la bicicleta, pero ninguno de ellos es una buena noticia, porque Europa todavía no ha empezado a enfrentarse con la verdad desnuda: esto no es un fenómeno coyuntural o de temporada, sino el principio de una época nueva en la que será creciente la presión de millones de refugiados y fugitivos de las guerras y de la pobreza, agolpados ya en nuestras puertas.