Lluís Bassets
La guerra civil es casi el estado natural de Yemen. Cabe contabilizar diez al menos desde la descolonización completa del país en 1967. En todas ellas Arabia Saudí está presente, incluso directamente como en la actual con sus soldados y bombardeos. Riad ha participado directamente en tres guerras civiles yemeníes desde la fundación de la monarquía. Es su patio trasero y a la vez un territorio irredento por parte de una casa real que aspiraba controlar la entera península arábiga. Nada temen más los Saud que la eventualidad de éxitos democráticos en repúblicas islámicas vecinas.
Yemen es una temprana premonición de lo que sucedería luego en Libia y Siria con el yihadismo, tercero en discordia en las guerras civiles. El islamismo yihadista anida allí desde que empezó, sea en su forma inicial como Al Qaeda, sea ahora como Estado Islámico. EE UU ha venido bombardeando desde el aire en Yemen, mucho antes de hacerlo en Libia y en Siria, tanto con el dictador Salé de cómplice como luego una vez derrocado ya sin él. La revuelta contra Salé, que empezó en la primavera árabe en 2011, ha ido virando desde entonces hacia una ampliación de la rebelión huthi hasta convertirse en guerra civil y en una nueva partición de facto del país.
Lo más chocante del caso son las inversiones de alianzas que se han producido, con el dictador derrocado Salé aliado con el bando huthi que antes le había combatido, al igual que se alió primero con Washington y ahora se encuentra en el bando contrario. La intervención saudí en Yemen, en marzo de 2015, es la respuesta al acercamiento entre Irán y Estados Unidos y una forma de inhibición respecto al EI.