Lluís Bassets
A diferencia de Siria, Yemen e Irak, Libia es el único país árabe donde no hay guerra entre chiíes y suníes, sino entre facciones suníes, dos principalmente, una apoyada por Egipto y Emiratos Árabes Unidos, con la simpatías discretas de Arabia Saudí, y otra apoyada por los Hermanos Musulmanes, Qatar, Sudan y Turquía. En Libia ni siquiera puede hablarse de transición, puesto que nunca hubo un gobierno con el control del territorio. Ahora hay dos gobiernos, uno en Trípoli y otro en Tobruk, y el territorio en manos de tribus y facciones armadas, enzarzadas de nuevo en una guerra abierta desde 2014.
La experiencia libia es la más amarga para europeos y estadounidenses. De la guerra civil que derrocó a Gadafi en el verano de 2011 gracias al apoyo de los bombardeos aéreos de la OTAN surge la fórmula ya consagrada del liderazgo desde atrás de Obama (Leading from behind), pero también sale mal parado el prestigio de los europeos, David Cameron y Nicolas Sarkozy fundamentalmente, apóstoles de la intervención militar que luego se lavaron las manos a la hora de estabilizar el país.
La intervención en Libia, bajo resoluciones del Consejo de Seguridad que obtuvieron la abstención permisiva de China y Rusia, quemó cualquier posibilidad de actuación eficaz en Siria y dejó muy maltrecha la doctrina sobre la responsabilidad de proteger consagrada por Naciones Unidas y en muy pocas ocasiones utilizada. En el consulado de Bengazi murió en 2012, a manos de una guerrilla islamista, el embajador estadounidense Christopher Stevens, una pérdida que ha producido una gran controversia en el Congreso sobre las responsabilidades de Hillary Clinton, entonces secretaria de Estado, y sobre el papel de EE UU en la transición libia y en general en la resolución de los conflictos mediorientales. Otra pésima lección de cara a Siria, por tanto.
La comunidad internacional ha hecho incontables esfuerzos, hasta el momento infructuosos, para conseguir la reconciliación entre los dos principales bandos en guerra, única forma de vencer a las dos facciones terroristas que se han instalado en territorio libio, el grupo Anshar as-Sharia, vinculada a Al Qaeda, y el EI. La guerra civil libia responde a reflejos tribales pero tiene objetivos económicos en el botín del petróleo. Pero sus efectos son de enorme profundidad geopolítica. Libia se ha convertido en el principal hub de armas y de combatientes terroristas desde 2011, con conexiones hasta Siria y ramificaciones hasta África central. De ahí surge, inmediatamente después de la caída de Gadafi, la inestabilidad del vecino Mali, con un golpe de Estado (2012) y una guerra civil en la que los tuaregs apoyados por Al Qaeda llegaron a poner el peligro al propio Gobierno de Mali, obligando a la intervención de una fuerza francesa (2013).